Están estructuradas las secciones de la siguiente forma:
- I. Dedicatoria/ Introducción / La patria.
- II. Eran los ochenta / La telenovela como práctica cultural.
- III. El país según Cabrujas / Para comprender a Cabrujas: Teodoro Petkoff y Argelia Laya.
- IV. Sin tierra / Cabrujas, el radiólogo / La lectura / Militarismo / La memoria.
- V. La incertidumbre / La casa y sus arquitectos / La democracia / Tráfico/ La pasión rigurosa de las orquestas: José Antonio Abreu.
- VI. El rumiar / Rodolfo Izaguirre y el Cine Ojeda / Eran los noventa / El sueño de Alberto Arvelo Ramos / Me traduzco: Yolanda Pantin / El olfato afinado de Miguel Ron Pedrique.
- VII. ¿Militarismo tropical o civismo militar? / ¿La tragedia? / Con hambre y desempleo con Chávez me resteo / Principios básicos.
- VIII. ¿Educación pública y gratuita? Siempre / La innovación educativa: Luis Beltrán Prieto Figueroa y su fundamento en Simón Rodríguez/ Posdata: Arnaldo Esté y la Educación para la dignidad.
- IX. Si los intelectuales no lo comprenden, ¿qué se le puede pedir a los políticos? / Interpelaciones: a propósito de la piel como voz/ Simón Rodríguez le responde a Rafael Cadenas / Ídolos rotos / Otro síntoma: Distinto a los colores o el mismo/ Un matiz del problema ético / La política selectiva del color / Huella arqueológica: blanquearse.
- X. ¿Tembló la Universidad? Terremoto en el país y mi admiración: Enzo Del Bufalo.
- XI. Como las reinas de belleza o Carolina Herrera como ethos/ Venezuela no es un tren de prostitutas/ Lectura en el exilio/ La comunidad en la diferencia: Miguel Márquez / Armando Rojas Guardia: el horizonte de sentido.
Sin tierra
Serie Cosas por decir. Manuel Alzuru, 2002 |
Mi tierra la llevo entre las uñas. He devenido en otro –exilio desgarrador, sangrante– siendo el mismo. Las lecturas que hice y compartí con los amigos componen alguno de los “yoes” de mi patria, es decir, fragmentos de piel.
Vuelvo a ella, a la patria, en este escrito, para oler esa tierra personalísima que amo y detesto, para bien y para mal -como solía decir aquel bigotudo alemán.
Cabrujas, el radiólogo
Apuntes de un viaje. Manuel Alzuru, 2009 |
José Ignacio Cabrujas fue un pensador de primer orden para comprender el siglo XX venezolano, a partir de su dramaturgia, de sus telenovelas y, sobre todo, de sus agudas radiografías semanales en la prensa. Fue una mandarria que abría surcos en las lecturas encofradas cargadas de ideologías. Allí hay un manantial oculto por descubrir.
No estoy seguro que tengamos algo llamado Estado ni siquiera Nación. José Ignacio Cabrujas nos dibujaba como un hotel. Era optimista. Quizás, a lo sumo, somos una frágil barraca marginal y sin esquinas. No me siento triste por ello. Es comprensible porque el siglo XIX fue una guerra intestina odiando en principio a españoles y canarios; luego entre blancos criollos, mestizos, pardos, mulatos, negros, zambos e indios. Los puntos cardinales de aquella silueta de país, que surgió de ese enfrentamiento, fueron las trincheras regionales de una guerra civil de todos contra todos.
La suspensión de las armas y la modernización se impuso militarmente con Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita y Marcos Pérez Jiménez. La modernidad llegó bostezando, cansada, fracturada. ¡No exageremos! Tampoco es un mal de morir. ¿Qué es la modernidad?
- Les recuerdo. Los ilustrados alemanes tecnificaron la muerte en los campos de concentración, odiando la diferencia. Y el paradigma de la razón moderna, la física, fue la condición de posibilidad para maximizar la técnica de la muerte masiva en Nagasaki e Hiroshima.
Evoquen lo siguiente: una cultura milenaria donde se consolidó aquella idea del individuo soberano, Roma; quien romanizó toda Europa, parte de Asia y el norte de África; la tierra de Piero della Francesca, quien introduce la perspectiva en la pintura y desarrolla la geometría descriptiva; el asiento de una de las capillas católicas más antiguas del mundo, la Basílica de Santa Pudenziana, construida en el siglo II –cuna de las ciudades ancestrales que cobijaron la inmensa belleza del Renacimiento:
En el siglo XX parió un ser que deseaba volver a su prehistoria, el emperador Benito Mussolini.
Remedamos, eso sí, a los barbudos. Quizás el esclerótico romanticismo neobarroco, el aborto caribeño de la Sierra Maestra, nos parecía más afín que el Sapere Aude. Esa historia es una pincelada del aprendizaje del fracaso como forma de vida.
- Pero nada tiene un solo color ni dos. Es vital aprender a mirarnos a partir de la obra de Cruz Diez –que es constituyente de nuestros cuerpos. Su propuesta estética es un suelo de posibilidad para impulsar nuevas formas de realizar la arqueología de nuestras prácticas sociales e impulsar propuestas para la comprensión del presente que deriven en otras prácticas éticas y políticas.
Lo cierto es que de a poco nos fuimos reencontrando, resignificando, aprendiendo a compartir espacios. Quizás en los ochenta, empezaba a crecer la posibilidad de una vida en común. La idea de un país mestizo cargado de todas las tradiciones culturales como potencia para impulsar otras maneras de pensar se hacía transversal.
La lectura
Apuntes de un viaje. Manuel Alzuru, 2009 |
La lentitud extrema en la lectura es mi disfrute; nunca completa, fragmentaria, sin recorridos, a trozos. Ha desaparecido totalmente en mí la pregunta: ¿Qué quiere decir el autor? No desprecio a los doctos, ni a los exégetas, más bien es el afán de saber, ¿cómo es mi voz en diálogo? ¿Cómo puedo leer mi cuerpo con aquellos lentes?
Trato a los textos como cinceles y martillos para perforar en la historia y usar aquel rosario para soportar –a veces, adorar, amar y odiar– la existencia. Los escritos de los literatos los uso como espejos. Esa exploración apunta a la condición de mi existencia, para moldear mis ojos y enfrentar las contingencias.
Esa experiencia la inicié a tientas, entre aciertos y desaciertos, escribiendo sobre Armando Rojas Guardia, Rafael Castillo Zapata y Miguel Márquez. Quien lea Oscura Lucidez, Rizomas del cuerpo o La vida en breve, encontrará que mi objeto de estudio no es la producción literaria de esos creadores. Hice el ejercicio de usarlos para indagar en mis intestinos. Los usé como un bisturí para rajar mi piel y tantear los mundos que constituían mi vida. Los hice como reventando una represa contenida, frenético, sin pausa. Los poetas están borrosos en aquellos libros.
El que me gusta más fue el que escribí sobre Castillo Zapata, Rizomas del cuerpo, porque es un ensayo que no cuaja, un cuento sin desarrollo, un personaje desperfilado, un diario que no continúa, una conversación que no tiene espacio; es una búsqueda a tientas del mundo ancestral vascuence que se ensortijó en mi pelo, grito irónico y burlesco de mi rostro; fragmentos de la historia de la filosofía sin hilo conductor; ¿de qué trata el libro? A veces me interrogo.
Es un rompecabezas trenzado de palabras sin centro, desfigurado, como un retazo de un cuadro impresionista fotografiado por un telescopio. Es una instalación, como juego de ficción, heteróclita: la imagen perfecta, en aquel entonces, de la patria que llevaba dentro. Son vectores de mi piel. Me sigue latiendo, dolorosamente, aquella desarticulación. Me huele a bolero en bar de carretera aquel país, aquella ciudad enclaustrada en el Valle. Tiene el formato de libro, pero es incomprensible para los acostumbrados a buscar traducciones o cartografías de la poesía o de la creación literaria.
- En realidad, Rizomas del cuerpo es el grito asfixiado del diálogo inconcluso entre mi razón y mi locura. ¿Acaso no es una opción válida para apoderarse de la historia de mi piel?
Militarismo
Al amanecer. Manuel Alzuru, 2011 |
Recostado en el diván extraigo del cajón, que utilizo como biblioteca, un viejo libro que se publicó en 1901 y lo reeditó la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela en 1968: Viajes por Venezuela en el año 1868, de Friedrich Gerstäcker; la traducción fue realizada por la profesora Ana María Gathmann. Es el diario del alemán en el último año del gobierno de Juan Crisóstomo Falcón. Leo lo siguiente:
Venezuela, o, mejor dicho, el actual gobierno, ha producido en cuanto a sanguijuelas, el máximo de lo que hasta ahora se conoce, porque el presidente Falcón –para mencionar un único ejemplo– designó para un ejército de apenas cuatro mil hombres dos mil (repito dos mil) generales, los cuáles percibían, al menos nominalmente, un cierto sueldo y ocupaban un rango que les correspondía en la sociedad, aunque se tratase generalmente de populacho grosero.
El objetivo era evidente; quería con ello formarse un partido de hombres que dependieran únicamente de él y que creyesen poder subsistir tan solo por él; un partido que, si él realmente fuera derrocado, lo sobreviviera y pudiera entonces trabajar en silencio por la reelección. (Gerstäcker, 1968, págs. 38-39)
¿Quién podría creer que aquella narración coincide, perfectamente, con lo que sucedió ciento cuarenta y cinco años después?
La memoria
La expulsión del paraíso. Manuel Alzuru, 2014 |
Mi experiencia como lector voraz ha ido decreciendo con los años. En mi juventud y en gran parte de mi adultez deglutía novelas, poemarios. Era insaciable. Leía a teóricos de la filosofía, estudios de la sociedad, teorías políticas; corría tras la vida de otros, biografías y diarios formaban gran parte de mi biblioteca, como aguas que calmaban la sed. Recuerdo entrar a las librerías buscando a los autores que tuviesen investigaciones recientes. ¿La verdad? Nunca sentí indigestión. Siento extrañeza de aquel cuerpo. Nada le caía mal. Quizás era aquel afán de la velocidad lo que me movía –del progreso, del hacerme una biblioteca ambulante.
No tenía tiempo para mirarme. No se echa en falta el dedo, no se mira, hasta que se fractura, se inmoviliza o se pierde.
Sufría de estrabismo, caminaba las calles sin mirarlas, sin sentir las pisadas. Era incapaz de percibir que sufría una enfermedad, el síndrome moderno de la bulimia lectora.
La soledad me ha devuelto caracol.
Trepo por el delgado tallo de mis lenguas y
me acurruco en la silla,
íngrimo,
para conversar y
llorar
con los espíritus.
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