VI. El rumiar / Rodolfo Izaguirre y el Cine Ojeda / Eran los noventa / El sueño de Alberto Arvelo Ramos / Me traduzco: Yolanda Pantin / El olfato afinado de Miguel Ron Pedrique.

Reflexiones sobre la lectura, el cine y la identidad cultural venezolana en los años 90. Por Jonatan Alzuru Aponte
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Están estructuradas las secciones de la siguiente forma:

El rumiar


Sueños urbanos. Manuel Alzuru, 2002









La práctica de lectura que he refinado con el tiempo no es moderna. Era un hábito de los antiguos estoicos que se sistematizó en el mundo monacal desde su fundación en el siglo IV, orientado por san Pacomio. La lectura como gimnasia espiritual para la educación del cuerpo.

San Gregorio Magno (540-640, primer papa benedictino y primer biógrafo de san Benito de Nursia), fue quien la formalizó como la Meditatio Ruminatio. Los monjes realizaban aquella práctica para incorporar las palabras evangélicas a su forma de razonar, para que las máximas internalizadas brotaran de su interior cuando tuviesen que discernir asuntos triviales o fundamentales en la vida cotidiana. La lectura era un alimento para vivir.

Esa forma de leer, al pasar de los siglos, cayó en desuso, consolidándose otra práctica monacal: la hermenéutica como lo propio del ejercicio de leer. Aquella cuya máxima preocupación era comprender y dar cuenta de qué quiso decir el autor, el evangelista, la revelación de Dios. La lectura hermenéutica era un alimento para conocer, ejercicio limitado a la razón, siendo la práctica de lectura por excelencia en la modernidad.  

La imagen que utilizó Nietzsche en el último párrafo del prólogo a la Genealogía de la moral hace alusión al arte antiguo de leer, no moderno, del rumiar de la vaca (la ruminatio, que hace alusión al susurro, al murmullo). El símil nietzscheano fue el que utilizó san Pacomio en sus reglas monásticas. Paradójicamente, el autor del Anticristo, replanteó la imagen con la misma finalidad, la lectura como utilidad para vivir.

La formulación condensada en la Genealogía de la moral tiene una larga fundamentación en un escrito de juventud, en sus Consideraciones intempestivas, donde Nietzsche se planteó el problema de la utilidad de los estudios históricos y de la lectura en general, concluyendo que solo es útil la que alimenta al cuerpo para vivir.    

El arte reside en preguntarse lo siguiente: ¿Cómo modifica mi vida aquello que estoy leyendo? ¿De qué me apropio para combatir la opacidad de mi presente? La escritura es resultado de aquella meditación.

La lectura en este sentido sirve para pensarse y hacerse, de una manera distinta, en la vida cotidiana. Es una herramienta para esculpirse como una estatua, en permanente gestación, que se ofrenda a la otredad cuya práctica estética culmina con la muerte.

Vermeer en Caracas. Manuel Alzuru, 2012


Rodolfo Izaguirre y el Cine Ojeda





Floria Blanco (Poya), la tía-madre de mi esposa, era una viejita que nos deleitaba declamando poesía. Tenía una memoria prodigiosa. Decía que, si hubiese estudiado, seguramente hubiera sido en el campo de las humanidades: literatura. Fue autodidacta. Devoraba novelas, una tras otra.  Mi hijo mayor tendría un poco más de un año. Era de noche. Yo estaba hipnotizado con la pantalla chica. De pronto, “mire le traigo un cafecito”.  Siempre me llevaba un café y seguía con sus labores. Ese día se quedó petrificada, escuchando la disertación sobre La quimera del oro de Charles Chaplin. Su rostro se fue transformando. Mantuvo sus labios entrejuntos. A los segundos los expandía hacia los bordes, como si las comisuras arrebatadas de nostalgia se propusieran llegar a sus orejas. Le subí el volumen al aparato porque se inclinó, levemente, como si fuese a chocar contra la pantalla. Su encorvo fue para agudizar sus sentidos, porque la melodía del discurso penetraba como un bisturí sus arrugas y le brotaban, como río desbordado, sus recuerdos (eso lo supe después, cuando volvió en sí). De pronto soltó una carcajada y una lágrima, milimétrica, me reveló que se le estaba encogiendo el alma. Se sentó. Extasiada contempló la obra de arte del cineasta. Al terminar de verla, me dijo:

  • Yo vendía las entradas. Entregaba las sillas del cine algunas veces, allá en Ojeda. Esa película la vi de joven. La vi varias veces, porque es la mejor.

El Cine Ojeda estaba ubicado en el municipio Lagunillas, en Ciudad Ojeda, estado Zulia, donde está el actual boulevard Sucre. Cuentan que era un cine cuyo techo era el cielo. Las sillas eran plegables. Las entregaban en la entrada de cada función. Los hermanos Gabriel y Jorge Blanco lo fundaron. Poya recordó su adolescencia.

  • ¿Cómo se llama el presentador? –Me interpeló.
  • Rodolfo Izaguirre –alcancé a decirle, porque se fue apurada, como una tortuga en desbandada, para preparar los materiales con los que haría el desayuno al día siguiente.

El programa que veía en aquel momento se llamaba La cinemateca del aire. Lo realizó desde 1989 hasta 1994. Desde allí continuó educando a nuestra retina; inició su pedagogía masiva en la radio con el programa que se llamó: El cine, mitología de lo cotidiano. Comerse una película de Chaplin con los cubiertos que regalaba Rodolfo era una experiencia inenarrable. Estuvo dirigiendo la Cinemateca Nacional durante veinte años desde 1968 hasta 1988. Fue el sucesor de la institución que fundó Margot Benacerraf en 1966.

  • Querido lector Margot Bencerraf (1926-2024) fue la guionista y directora de la película Araya. Es una película que nos dignifica como pueblo. Fue seleccionada como la única película Latinoamericana para celebrar los 100 años del cine, en 1994, en el Festival Internacional de Pesaro. Fue galardonada con el Premio de la Comisión Superior Técnica por el estilo fotográfico de las imágenes, que realza la calidad del ambiente sonoro; también con el Premio de la Crítica Internacional (FIPRESCI), ex aequo con Hiroshima mon amour de Alain Resnais, en la 12.ª edición del Festival de Cannes.

Si Benacerraf colocó la primera piedra de la fundación. Izaguirre hizo el edificio, lo decoró con exquisita elegancia y al delicado glamur de sus espacios, le metió una calle, un burdel, la rumba y el guaguancó, maravillando a propios y a extraños con su gestión cultural. La Cinemateca Nacional bajo la dirección de Rodolfo se transformó no solo en un espacio para las películas latinoamericanas y mundiales de los directores consagrados, sino también la escuela para mirar la cotidianidad desde múltiples perspectivas, subvirtiendo los órdenes mentales. En la revista Comunicación. Estudios venezolanos de comunicación que publica el Centro Gumilla, en la N.° 175, de 2016, Jesús Abreu publica un artículo titulado: “Cincuenta años de la Cinemateca Nacional, la memoria desapercibida”, donde recoge las palabras de Rodolfo que dan cuenta de su gestión:

Ninguna Cinemateca que se respete en el mundo pasa películas de Johnny Weissmüller de Tarzán, pues yo lo hice: ciclo de cine colonialista, que inventé porque Tarzán es un agente colonial que protegía a unos europeos que iban a robarse el marfil. La gente iba a ver a Tarzán y se llenaba la Cinemateca. Era la época en que los militares argentinos y uruguayos estaban en el poder y muchos de esos argentinos y uruguayos con una larga tradición de cineclubes estaban acá, era gente que asistía a la Cinemateca y con su presencia contribuían a darle sacralidad y dignidad.

La lógica subversiva fue enseñar a ver. La vida de Rodolfo (1931) cruza la historia de nuestro país, desde que nos iniciábamos como pueblo hasta la actualidad. Él es una imagen de la historia del cine venezolano. Formó parte de los dos grupos literarios más importantes de nuestra vanguardia, Sardio y el Techo de la Ballena; su obra y vida (dos caras de una misma moneda) se las ha donado al país. La alegría que irradia, me dan ganas de gritar: ¡vale la pena vivir!

Eran los noventa

La caída de un ángel”. Manuel Alzuru, 2024



Fue un tiempo paradójico en el país. Políticamente desastroso. Sociológicamente se consolidaba la intersubjetividad mestiza. Empezaba a brotar lo sembrado en los lustros anteriores: la industria, la tecnología, articulada con el arte: la Cromo estructuras de Carlos Cruz Diez, ubicada en la sala de Máquinas y la Torre solar de Alejandro Otero en los aliviaderos de la represa del Guri; en las telenovelas los excluidos se visibilizaron, se hicieron protagonistas; en el teatro se consolidaba una generación de intérpretes sociales; se expandieron las propuestas museísticas como espacios de formación; la poesía y la crítica se tornaba vigorosa; surgían los logros como la Orimulsión –la mayor creación científico-técnica en el mundo petrolero–, perfilaban nuevos derroteros.

En el mundo de las ideas había un afán de repensar la historia con otras claves, muy distinta a la consagrada por la generación del 28. Nos informaban aquellos estudiosos que el país era recién nacido y se estaba estrenando como tal en el siglo XX, recién nacieron las instituciones como la hacienda pública, el ejército o la incorporación socio cultural del Zulia y de los Andes al país por el tejido vial; en otras palabras, la democracia era una experiencia en un país preadolescente, algunos nombres fueron referentes, entre otros: Tomás Polanco Alcántara, Manuel Caballero, Oscar Battaglini, Germán Carrera Damas, Elías Pino Iturrieta, Yolanda Segnini, Arístides Medina Rubio, Ermila Troconis, Inés Quintero, entre otros. Ellos abandonaron la visión moral de la historia y con su travesía iniciaron otra lógica de comprensión de nuestro devenir que no terminó de cuajar en nuestra conciencia colectiva.

  • ¿Cómo saber que se tiene sentido histórico? Cuando usted es capaz de ver la niñez de la cultura venezolana frente a la culturas ancianas como la nórdica, quienes por siglos resolvían sus problemas con hacha y machete; por centurias fue una sociedad de violadores, saqueadores de otros territorios; aprendieron a convivir a mediados del siglo XX; ellos devinieron en los países más pacíficos del mundo, donde la política de Estado es un asunto de gestión administrativa; donde la política como asunto del bien común es una experiencia sustancial, donde la competencia no es un valor, sino la cooperación y la vida saludable.

De forma incipiente en Venezuela, en el plano estrictamente epistemológico, se estaba indagando en nuevas formas de la interpretación sociopolítica que tomaba consistencia en una diversidad de propuestas, señalo una que se formuló como columna vertebral de una floreciente institución: el Centro de Investigaciones Postdoctorales (CIPOST) que, en los años de la debacle, se marchitó y quedó como museo prehistórico.

Para la vieja tradición de la razón ilustrada la sola figura del no lugar resulta un traumatismo intelectual. Es preciso reconocer las enormes dificultades de inteligibilidad que este tipo de formulación confronta, tanto por la herencia de la Modernidad, como en lo que concierne a la condición posmoderna.

Una crítica desde ninguna parte puede parecer un arrebato pulsional sin implicaciones epistemológicas, sin consecuencias sociopolíticas. Pero esta es solo una primera impresión. Con más detenimiento puede rastrearse toda una fundamentación teórica en sus antecedentes y también es posible prefigurar escenarios en el campo de la intervención sociopolítica. (Rigoberto Lanz, 1993/2000, El discurso posmoderno: crítica de la razón escéptica, UCV-CDCH, 166) 

El no lugar al que hace referencia la cita realizada es aún ámbito del pensar distinto a los espacios delimitados por las tradiciones de pensamiento que fueron marcadas por el pensamiento político en Occidente y en sus periferias, la izquierda o la derecha. El no lugar hace referencia también a una tierra que no es Europa, ni África, ni Asia; no es Norteamérica, no es de aborígenes… no siendo, tenía (y tiene) las posibilidades de ser todo.

La formulación era un impulso para atreverse a pensar de forma crítica sin ese locus moderno, sin el muro de Berlín en la cabeza, pero reutilizando las tradiciones como el guiso de una hallaca.

  • La majadería de posmoderno es un vocablo verdaderamente prescindible. Lo relevante es el reto epistemológico que se deriva.

En dicho Centro de Investigación (mi alma mater; donde terminaron de parirme) de forma muy embrionaria, se empezó a educar, a partir del ejemplo, a una generación con otros tipos de prácticas intelectuales, donde se procesaban los desacuerdos, se celebrarán los disensos con proyectos comunes, sin fractura de la amistad. La diferencia como espesor democrático. En el libro Fragmentos de un hacer (2010) relata Miguel Ron Pedrique de qué trataba el ejercicio pedagógico:

A partir de nuestro breve encuentro hicimos un pacto de caballeros de innovar, en el sentido preciso de criticarnos hasta los confines últimos, más allá de la hipocresía. De esta forma inauguramos algo que el resto no entendía, el antiprólogo. Todo texto sería destrozado con analítica voracidad... Nuestra polémica viajó por lo largo y ancho del país y el público no entendía que unos críticos acérrimos eran amigos sin escondida hostilidad… 

El sueño de Alberto Arvelo Ramos

Serie Cotidiano. Manuel Alzuru, 2019



Hay personas cuyas prácticas intelectuales tienen efectos insospechados, marcan una región, un país. Es el caso de Alberto Arvelo Ramos, paradigma de una producción sociocultural mestiza que empezaba a florecer. Fue un hombre capaz de adentrarse en discusiones eruditas y publicar al respecto sobre Esquilo y Aristóteles con la misma pasión que lo hacía sobre los Violines de los AndesEl cuatro y la Bandola venezolana. Desenhebró a William Blake con la misma pasión que le dio a conocer a Venezuela a Juan Félix Sánchez (1900-1997), campesino y gran artista místico que en los más alto del páramo tejió las piedras para construir una capilla y esculpió toda la pasión de Jesús. (Un artesano inigualable que innovó en la forma del tejido de las ruanas, transformándolas en obras de arte; de hecho, en 1979 tejió cinco cobijas para la galería Yaker. En 1989, Juan Félix Sánchez recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas.)

En el documental Una vida, un país: Alberto Arvelo Ramos (2011), José Antonio Abreu resume la concepción de Alberto Arvelo Ramos de la siguiente forma: “Concebía un país como una obra de arte.”  Esa definición describe su máximo sueño. Para comprenderlo debo indicar lo siguiente. El Estado venezolano hizo un trabajo fundamental: pensar en cómo reestructurar el Estado. La década de los noventa se inicia con un proceso de descentralización. Se eligieron gobernadores, alcaldes, concejales. De allí surgieron un conjunto de líderes regionales. Cada gobernador tenía autonomía para desarrollar una política estatal. Igual las alcaldías.

En la ciudad de Mérida, la institución que genera más empleos es la Universidad de los Andes. Es una ciudad universitaria. La ciudad es una gran feria del arte. La poesía, la narrativa, la filosofía, la música y el cine, ruedan por sus calles. Como estado es una potencia cultural. En ese contexto de descentralización se dio una gran oportunidad para el sueño de Arvelo Ramos. Una idea que desde mediados de los ochenta la fue madurando: transformar a Mérida en la primera “Zona Libre Científica, Cultural y Tecnológica (ZOLCCYT)” del país, ese era su sueño. Después de varios intentos legislativos infructuosos, logró que la ULA se involucrara totalmente y en 1995 se declaró al estado ZOLCCYT. Empezó a liderar una innovación verdaderamente impresionante, porque no se trataba solo de impuestos, era todo un proyecto pensado a corto, mediano y largo plazo. Nunca fue desarrollado porque cuando apenas empezaba, llegó Chávez al poder y truncó el trabajo. La depresión de Alberto Arvelo Ramos fue de tal magnitud que quedó mudo. Literalmente mudo. Tuvo otras creaciones como la maestría en Filosofía, la Escuela de Cine, pero su vida era la zona libre…

Los avatares descompuestos de la cotidianidad política perturbaron aquellas escuelas de pensamientos, incipientes, pero sustanciales para pensarnos. El deseo brusco de cambiar a finales de la década se tragó las innovaciones que con esfuerzo de años se venían cultivando.

En el libro publicado por la Fundación Polar, Venezuela siglo XX. Visiones y testimonios, cuyo editor fue Asdrúbal Baptista, recoge una bellísima conversación entre Asdrúbal Baptista, Luis Pérez Oramas, Isaac Chocrón, José Luis Vethencourt, Rafael Cadenas, Maritza Montero y Ramón Piñango con José Manuel Briceño Guerrero. Este afirmaba que:

Venezuela es una ameba política, no tiene órganos separados de la política. La política se mete en todas las cosas, y lo que es peor, se mete en el pensamiento, en las reflexiones; entonces es como si fuera imposible pensar a Venezuela sin tener en primer plano la agitación política del momento, porque incluso el asunto se limita siempre a lo cotidiano. Me parece a mí que sería útil para Venezuela que se pudiera desviar la mirada del acontecer político inmediato para ver las más profundas circunstancias, cuestiones, porque hay una especie como de hipnosis producida por la situación política del momento, pero a medida que va cambiando esa situación, también van cambiando las opiniones y hay una irradiación emocional de la política del momento, entonces ya no se puede hablar de nada sin hablar de la política inmediata.

Me traduzco: Yolanda Pantin

Serie. Tiempos difíciles. Manuel Alzuru, 2021



La experiencia, el brote germinal de una cultura mestiza, fue abortada, quedó como un fósil para redescubrir.

Después que pase la tormenta,

esa marea de sangre,

de cuarteles,

aquella

que arrasó los techos,

las paredes

las calles

las mesas alborotadas de sonrisas,

la comunidad,

tal vez,

será prudente…

volver a esos textos,

visitar aquellas prácticas…  

Quizás…

empezar la hazaña

de traducirnos.

Traduciéndonos a nosotros mismos

Yolanda Pantin lo dijo así:  

Hay algo extraordinario

en el lugar del No Entendimiento
y el deseo de entender

semejante a la tarea de escribir un poema
o de traducir un fragmento

de un idioma desconocido

Algo cierto
como un hachazo

en la infantil necesidad
de articular un pensamiento

o dibujar algo

que haga señales
en el claro del bosque

para el niño autista

Pequeños sucesos
de la comunicación humana

—¿Qué dice?
—¿Qué quiere decir?

Mínimos gestos y mínimas palabras
que en algo calman

la creciente ansiedad:
Voy entendiendo sólo

lo que proyecto sobre ti

lo que tu lengua
desencadena

desde su música extraña
cuando

desde algún lugar

desencajado
emergen

como faros, también, inesperadas
alusiones a osos, a leopardos

O la palabra “lobo”

traída por el deseo
más allá de las cultas referencias

a la fundación de Roma
y pasando por alto

lo que podría ser
en el diálogo y no en el monólogo

poético

si pudiésemos hablar
en el mismo idioma

un intercambio de eruditas lecturas
y salas de museos

la palabra “lobo”
enaltecida

sustanciada

Porque

lo que al final se entiende
desde la callada

orfandad
de frases imposibles

y oídos
sordos

vacilaciones
intentos de avanzar

en el claro del bosque

—¿Qué dices?
—¿Qué me quieres decir?

cuando una palabra surge
y uno cree entender

lo que no era
y Es

en la certeza también
y en el fracaso del poema
.

El olfato afinado de Miguel Ron Pedrique

“Miedo del amanecer”, Manuel Alzuru: 2014



En 1991, Miguel Ron Pedrique describió las prácticas intelectuales y sociales como expresiones de las figuras de nuestra subjetividad, en el “Antiprólogo” que le hizo al libro Cuando todo se derrumba, de Rigoberto Lanz. Con agudísimo olfato cultural escribió lo siguiente:

La existencia intelectual del país más bien se ha degradado. Casi no existen revistas y las que existen, de antemano tienen vetos tácitos para algunos escritores. Se tienen tantos enemigos gratuitos que este fenómeno azaroso además de maligno, es casi milagroso. La multiplicación de los panes es un juego de niños. La desestructuración del país nos ha dado por hacer enemigos a diestra y siniestra. En esta paranoia colectiva somos todos sospechosos: hostis… No creemos en nadie. Solo tenemos enemigos o sospechosos. Vivimos en una suerte de paranoia colectiva. Nuestra solidaridad social es todo lo contrario, para hablar con el lenguaje “cervantino” de nuestro gran chamán Carlos Andrés Pérez. Vivir en este país se ha hecho una pesadilla, si antes imperaba el “pacto del silencio” con toda producción intelectual del país, ahora impera el simple desprecio. Un profundo complejo de inferioridad nos posee y la indiferencia se trasmutó en tánatos: queremos destruirnos. Intuyo que lo estamos logrando. La atmósfera está cargada de desesperación y todos queremos partir. Haber logrado este nivel de desafiliación social no es poca cosa; de nuevo, es un milagro al revés. No esperamos nada. Envidiamos a los que habitan en el exterior y lanzan miradas furtivas al tremedal donde yacemos sin esperanzas. (Ron Pedrique, 1991/2016, pág. 7)






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