Eros disparaba sus flechas para inflamar los corazones de
los dioses y de los mortales porque el dolor da cuenta de los elementos de
nuestro cuerpo, da ciencia de la existencia de nuestra materia, una ciencia que
se desvela eróticamente, a través del deseo que si bien, bajo una lógica
capitalista, es carencia, desde una lógica inorgánica (Deleuze), es potencia; como si la saeta que hiere termine por avivar los últimos instantes eternos de
cada muerte. Todo se mitifica para poder estratificar los hechos, de lo
contrario carecemos de organismo y la civilización se pierde. Mas ésta puede
ser nómade. El problema radica en que no puede ser nómade en su totalidad, es
Eros un elemento mismo de la mitología, la flecha, el amor, incluso, el mismo
corazón, pero todos existen en los planos en los que les tenemos identificados,
variarlos conlleva a la esquizofrenia, la cual es básicamente desorganización.
No se conocen con certeza los lugares habitados de la
mitología, porque en realidad habitamos lo que queremos, y de vez en cuando
aparece un Borges preguntándose qué realmente debía sentir el Minotauro. Afirmar
o no que existen los hechos mitológicos (como el amor), sería una necedad, o
peor aún, una enfermedad que terminaría con delirios persecutorios.
Definir exactamente un concepto filosófico o interpretar una mitología como
canon es la enfermedad misma, un cáncer que debiese existir y que existe, pero
que debe ser aislado para tratarlo como tal y no como aquello que constituya los
acontecimientos de antemano. Identificar el miedo es identificar también una
forma de ignorancia, no hay un solo camino en esto.
Extrema se tangunt. ¿Lo que se tiene, se tiene realmente?
¿Qué se tiene cuando se tiene? El ser permanece coordinadamente en una
aglomeración de tiempos que gobiernan todo desde el absoluto caos, desde la
nada, eso es el Ser, pero a la vez lo único que es. Este caos es tan extremo
que no podría ser humanamente inteligible si no le llamáramos de la forma en que
le llamamos o si no pretendiéramos encerrarle en algo que sí se pueda entender,
pero en el fondo es una carencia. La potencia nunca puede ser otra cosa que su
misma carencia, ya que cuando se organiza pierde esta cualidad, se hace estable
y deja de peligrar al borde de la explosión. El hijo de la diosa del Amor y del
dios de la Guerra se comprometía a ofrecer algo de lo que él mismo carecía:
heridas. Quien es herido es penetrado y comienza a amar desde una posición
femenina (Freud), sólo se puede amar desde una posición femenina, amar
feminiza. Pero no es que cupido sea el símbolo de la virilidad ni mucho menos, quizás
hasta muchas veces su sexualidad se ha puesto en duda, porque no es desde su
posición de disparador desde donde se sexualiza, sino desde la posición de flechado.
Los dioses griegos podían enamorarse con amor erótico bajo esta cualidad de ser
vulnerables.
En estos estándares no somos más que maquinas que sufren
fallas con distintos puntos de fuga. Pero no una maquina objetiva y manejable
que se puede relatar o dibujar o comprender cabalmente. Somos un conglomerado
de direcciones maquínicas que se mueven a través de disfuncionalidades que
terminan por funcionar a través del combustible de nuestros deseos. Lo
antinatural es comprender los deseos naturalmente, lo que termina por alejarnos
de la creación obvia que viene de todo esto: crearnos a nosotros mismos. Definir
al hombre, definir a la Mujer, ser los que terminan diciendo la ultima palabra
con respecto a lo que estas palabras significan, desde el mayor desafío para los humanos desde
el comienzo del pensamiento: la Ética.
El primer acto de amor debe ser necesariamente el precursor
de un efecto dominó. La creación del mundo no ocurrió al principio de los
tiempos, ocurre todos los días (Marcel Proust), el amor es un hecho pragmático,
como creador eterno es completamente desterritorializado. No hay una
contestación fija desde un tipo de sexualidad a lo que es el amor ni el
erotismo, por ello Eros bien puede haber sido un ser con una dudosa orientación
sexual, mas no por ello incapaz de amar; la gran pregunta y tragedia es
elucubrar cuál sería su imaginaria herida. Cuál es la herida de los desplazados
de nuestra generación, de las anteriores, de las venideras. Cuál es la herida
de las minorías. Qué las provoca. Denunciar un único caso década tras década creo
que no resolverá nada. Los dardos son tantos y tan variados que merecen
mitificarse, significarse para comprendernos. Esa es la importancia de la
ciencia nómade.
La vida, los hechos metafísicos, son indemostrables porque
están vivos, por tanto, en continua construcción y destrucción. Cuando demostramos,
ya murió, cuando sentimos y late, está vivo en las verdades de las cosas, de
los hechos inconscientes. No podemos escapar al hecho en sí, al presente en sí
que demanda continuamente de nuestra atención, de nuestra concentración. Nuestra
mirada es tan valiosa porque a pesar que, minúsculamente, veamos carencias
frente a un ordenador, terminamos con ello de potenciar un sistema que se
construye día a día con nuestra atención. Es esta orientación guiada la manera
en que se maneja la estadística de nuestro movimiento, pero una estadística con
territorio, con órganos que le terminan por restar potencia, al sistema capitalista o al planeta. ¿Cuál de estos órganos
mutará a cáncer?
Hoy la ciencia de las cicatrices ya no acompaña al cuerpo. Las
técnicas de análisis corporal tienden a brindar una mayor geografía del daño
causado, por ello el cuerpo es un elemento investido en las relaciones de
poder, y puede ser rehabilitado y llevado a un estatus mayormente aceptado en
la moralidad comunitaria, dado que el lenguaje tiene criterios polarizables.
Pero los resultados del análisis del alma y de la psique
humana en cuanto al trauma, son vistos como algo degradante, denigrante, y aún
más incapacitantes que las lesiones corporales. Es por ello, como diría
Foucault, que se ataca más al alma que al cuerpo en la era moderna. Su ataque
incapacita al penitente de su defensa geográfica y metódica (ya que nunca
estará moralmente capacitado); mientras absuelve al juez del acto de castigar,
de la culpabilidad de asumir una labor para la cual nunca es digno.
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