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Theodor W. Adorno: La tragedia de la cultura y la ilustración de la razón.

Theodor W. Adorno en un contexto moderno, ilustrando la tragedia dialéctica de la cultura y la crítica del pensamiento basado en la identidad, con un enfoque en la dialéctica de la cultura como una regresión del espíritu, un retorno a la naturaleza y la necesidad de una dialéctica negativa para romper este ciclo.



La crítica del pensamiento identificador de Theodor W. Adorno como un nuevo trabajo sobre el lenguaje, se produce de la profundización de la dialéctica de la cultura como testimonio de la historia social constituida en la modernidad como Tragedia. En ningún momento quiere recoger la idea de Cultura en una definición única, que agrupe la esencia en el concepto mismo; por el contrario, lo que busca es mostrarla en su Constelación. 

 



Los análisis sociológicos hechos por Theodor W. Adorno sobre la cultura, señalan que esta no ha devenido, en su proceso histórico de constitución, como camino hacia una humanidad, sino todo lo contrario, la cultura para él, es una Regresión del Espíritu un asomo de la barbarie. Con esto no se entienda que  para Adorno, la Cultura  es  un mal para el ser humano; ella en cuanto tal, no es ni buena ni mala, antes bien, se puede presentar de ambas maneras, pero, su ser está definido por “ eso  a cuyos servicios se encuentre” [i]. Y La cultura moderna, está al servicio de aquello mismo que dice dejar, es el fracaso de lo que promete.  Por ello es una tragedia. La cultura como el mundo resultante del despliegue del Espiritu humano (Hegel), es un esfuerzo por liberarse de la naturaleza, no obstante, es una ilusión creer que la cultura ignora las condiciones naturales donde se desarrolla.  Así, hay una dialéctica interna en el concepto mismo de cultura, que muestra que la cultura es creada a partir de la praxis, pero al mismo tiempo es el alejamiento de ella.  La naturalidad de la existencia humana, ha llevado al ser humano a tener una organización sustentada en el intercambio económico, y el espíritu que promete la libertad y autonomía, al liberarse de la «mera naturalidad»> de la experiencia humana del mundo, termina siendo aquello que no quería ser: mera  «Historia Natural».

 El individuo que parecia haber conquistado la total autonomia y libertad en la esfera del Espiritu (objetivo), en su Cultivo [Kultur] , sustraido de la mera produccion material de la extencia, queda sometido a  esas condiciones naturales de existencia. El sentido trágico de  esta dialéctica, es que aquellas fuerzas contrapuestas son auto- antagónicas  y autodestructivas, pues , aquello mismo que imposibilita el cultivo del ser humano, es la cultura misma que ha construido para ese cultivo, que ha olvidado desde el principio su origen natural. La ilustracion, se auto destruye porque desde su origen se consolidó como dominio de la naturaleza. Aquel sujeto  y su lógica implacable de dominio, queda subsumido en el proceso de dominio mismo, reducido a mero dato sustrato de ese dominio. El sometimiento de la naturaleza al dominio producto del  despliegue del  Espiritu  humano, se revela  como sometimiento de la naturaleza interna,  como retorno a la antigua servidumbre hacia la naturaleza. Como el propio Adorno lo enuncia ,

“El Aislamiento del Espiritu respecto de la producción Material eleva sin dudas su cotización, pero al mismo tiempo hace de él, en la conciencia general, el chivo espiatorio de todo lo cometido por la práctica…”[ii]  

Porque la cultura está sometida al dominio de la economía de intercambio, y naturalizando las condiciones materiales  de existencia se orienta a  Formar [Bildung]  protectoramente al ser humano, constituyéndose en un Engaño de masas; ha devenido reificación y cosificación, una “segunda Naturaleza”. El sentido trágico de  esta dialéctica, es que la ilustración se auto destruye porque desde su origen se consolidó como dominio de la naturaleza. 



Estas apreciaciones sociolológicas de Adorno sobre la cultura no son muy bien interpretadas muchas veces. Se tiende a perder de vista que no muestra el cómo salir de este resultado del Espíritu, no viendo con ello, que lo que mayormente intenta demostrar  es por  qué  es necesario salir de la realidad existente. Así, es preciso describir detalladamente la Dialéctica de la Cultura en Adorno, para  no caer en aquellos "enredos de detalle".  

La aparición de la identidad como operación  mental e instrumento de poder y dominio, es la condición  previa  para la civilización en todo su complejo desarrollo, de este modo, la historia es tan natural como el pensamiento  identificador; ambos son  constelaciones del fracaso de la humanidad. La historia se hace natural, porque  cada momento histórico   es la manifestación del proyecto de humanidad, es decir,  cada episodio de la historia de la humanidad es la muestra del autoconocimiento del ser humano en el despliegue de sus facultades (Racionales) hasta llegar al Saber Absoluto. La Cultura del mundo es  un constante movimiento y experiencia de sí mismo, un autoreflejarse en lo otro de sí; esto indica que la formación [Bildung] es un Desgarramiento producto de experimentar el dolor de lo negativo.  La formación que enuncia Hegel,  y que representa la forma más elevada de cultura burguesa,  es más que mera enseñanza o educación, su idea implica autoformación, un  autodesarrollo,  que parte de la pura inmediatez (Certeza sensible), muestra de lo más particular, pero que siempre se da a partir de los conocimientos universales:

“La tarea de llevar al individuo de su estado de no-formación hasta el saber, había que tomarla en un sentido general o universal, y por tanto había que considerar en su proceso de formación al individuo universal, es decir, el Espiritu Humano” [iii]

La dialéctica de la cultura de Hegel, es  la verdad de un mundo falso.  Tanto más  son reducidos los individuos concretos por la totalidad social, más se encarga la cultura de elevar al sujeto como lo constitutivo. El Espíritu hace conmensurable lo inconmensurable, convierte lo contingente en necesario, desvinculándose con la naturaleza, se impone sobre  ella a través de la abstracción propia del pensamiento, sometiendo  lo disperso a  la unidad del concepto. El particular se totaliza para poder considerarse como cultura (Espiritu) y dominar el mundo, pero esa misma totalización hace que el individuo particular termine siendo una mera pieza de su despliegue. El espíritu olvida su origen particular y somete a eso mismo particular a su dominio, porque en su interior  odia la naturaleza y por ello no tolera lo particular. La cultura y la Razón se han vuelto contra el sujeto pensante, pues, al convertirse la razón en herramienta de dominio de la naturaleza,  nada escapa a su control, ni siquiera la subjetividad particular,  todo debe funcionar según su dictamen. Así, cada vez que el sujeto se levanta como el Absoluto señor del mundo, se hace más evidente que el sujeto empírico viviente, se hace un mero apéndice de la maquinaria social. Adorno rechaza en esa medida, el espíritu universal de Hegel porque está por encima de las particularidades concretas y la historia no tiene un sujeto universal, sino sujetos particulares. Si la Fenomenología fuese lo que dice ser, ciencia de la experiencia de la consciencia, entonces  el pensamiento no pudiese liquidar la experiencia individual de lo universal, que se impone como algo irreconciliadamente  malo, ni erigirse en apologeta del poder desde su puesto presuntamente superior. Lo que puede ser una “Tragedia de la cultura”, aparece en Adorno, cuando enuncia que aquel sujeto totalizado en un Espíritu Absoluto, termina por consumir y mutilar la particularidad de la que nació. Este hecho hace que el mito sea  ya ilustración; y  la ilustración recaiga en mitología[iv]  

La enfermedad de la razón encuentra sus orígenes  en la primera sospecha de la razón misma; el pensamiento desde el inicio reviste una forma de identidad, ya que pensar es esencialmente dominar la naturaleza[v] .De esta manera, si desde el principio fue el dominio, el mito es ya ilustración. La Razón es el arma con la que el ser humano enfrenta el miedo a lo desconocido; desencantando el mundo lo somete a su dominio,  de ese modo,   el ser humano conoce el mundo porque puede someterlo y dominarlo.  Este dominio ya está presente en el mito, pues, al querer narrar el origen del mundo ya lo está explicando, desencantando y como tal racionalizando. En consecuencia, en el mito ya hay ilustración porque el mito es ilustración.  Siguiendo esta dialéctica, la naturaleza se venga del espíritu  porque se ha olvidado de ella. El sujeto que era el completo dominador, queda sometido a la mera naturalización, su meta está determinada por la auto-conservación.  La ilustración recae en mitología porque cae víctima de su propia lógica, a la necesidad y coacción de la que pretendía liberar a los seres humanos. De esta manera, si la razón funciona bajo los principios de autoconcervación y dominio de la naturaleza, sucede una autodestrucción de la Razón misma, toda vez que la historia del espíritu, es al mismo tiempo derrumbe del espíritu y regreso al mito.




El pensamiento identificador o equivalencial, es el núcleo de la articulación  entre el dominio y la autoconservación que sostiene el despliegue de la civilización occidental, por esto, la  cultura se convierte  en algo que meramente existe, se entrega al dominio natural del mercado,  creando una falsa identidad entre el particular y el universal, y en su totalidad termina constituyéndose en el moderno “opio del pueblo”. La experiencia concreta del sujeto es homogenizada  en una producción  en masa del espíritu, que antes de alejarse  de los burdos imperios de la práctica natural,  es  tan natural como la práctica del  proceso productivo mismo, por ello, lo que se tiene como su degeneración de la cultura es su puro llegar a sí misma. Al hacerse mera  mercancía cultural, el dominio se introduce en el Geist [espíritu], pues, éste se limita simplemente a reproducir el orden dado, imponiendo  lo objetivo a lo subjetivo,  mutilando la experiencia del individuo particu-lar por la civilidad del todo social.   La cultura que  se autodefine como industria, funciona  con base a  la racionalidad técnica del dominio, y en la medida en que el proceso de producción cultural está determinado por la forma de producción para el intercambio, se modifica también la infraestructura del ser humano, teniendo como resultado la pobrezadel espíritu,  ya que, los medios técnicos con los que se produce tienen una uniformidad recíproca,  que determinan un correcta producción en serie de los sentidos del mundo. El individuo media todo su sensibilidad por los productos homogéneos que la industria le provee,  y  la sesudo- individualidad creada  como afirmación de la libertad en el acto de consumo, es una ilusión subjetiva creada objetivamente, pues solo por medio de la autoconservación individual  funciona el todo. La tarea del  sujeto de realizar la síntesis de la multiplicidad sensible (Kant), le es quitada por la industria cultural, así, el sujeto  tiene que clasificar lo ya clasificado: “el mundo entero es construido por el filtro de la industria cultural”.  La cultura es hoy ideología. Aquel sujeto  y su lógica impacable de dominio, queda subsumido en el proceso de dominio mismo, reducido y eliminado en su autonomía. 

El pensamiento crítico de Theodor Adorno, vislumbra así mismo una dialéctica inmanente en la propia Crítica cultural. Inmersos en una exorbitante masificación de la conciencia, la propia crítica cultural es producto de la manipulación; el crítico mismo, se mide por su éxito en el mercado, siendo él mismo y su crítica, productos del mercado de la sociedad de masas. La vanidad del crítico cultural, se suma a la vanidad de la cultura.  Una dialéctica de la Crítica cultural, es desde el principio  conciente de  la propia mediacion cultural de la crítica misma; desde el principio enfrenta la contradicción flagante según la cual,  el crítico cultural  que parece elevarse sobre la cultura que critica, en una especie de estadiao superior, y sin embargo, participa de la entidad  de la que se cree superior, siendo en realidad el último nível de eso mismo que crítica.  Como el propio Adorno dice:

  “Cuanto más total es la sociedad, tanto mas cosificado esta el Espíritu, y tanto más paradójico es su intento de liberarse por sí mismo de la cosificación… La dialéctica cultural se encuntra frente al último escalon de  la dialéctica de la cultura y barbarie…” [vi]

Adorno ve que el Geist [epíritu]  al librarse de las condiciones materiales de existencia del feudalismo, se somete a la  «aglomeración», a la extrema socialización de las relaciones sociales, aún cuando dice poseer libertad representada  en la libertad de  opinión y de expresión de la sociedad burguesa; libertad que además es la base de la propia crítica de la cultura, y por  lo que ésta también posee su propia dialéctica. Al hacerse mera  mercancía cultural, el dominio se introduce en el Geist, pues, se limita  a reproducir el orden dado, imponiendo  lo objetivo a lo subjetivo,  mutilando al individuo particular a la civilidad del todo social.  El reflejo de esto en el crítico cultural, es que él vuelve a objetivar la misma cultura que crítica al convertirla en su objeto, dejando la realidad tal cual la encontró.  El crítico cultural se autosatisface con su contemplación,  es como  la melodía que armoniza  un campo de concentración.  Su privilegio es producto de la injusticia sobre la que se levanta  la cultura, el sometimiento de unos para el privilegio de otros; la antigua escisión entre trabajo físico y trabajo intelectual, es la ceguera en común del crítico y su objeto.

 No obstante,  se hace necesario una dialéctica de la crítica de la cultura, pues, 

si la teoría dialéctica se desinteresa de la cultura como mero epifenómeno, contribuye a la difusión  de la falsedad cultural, y por tanto,  a la reproducción del mal…” [vii]

Así, el pensamiento crítico de Adorno,  se protege del peligro de la mercantilizacion que ya esta presente en la critica y su culto al Espíritu, como tambien, de la hostilidad completa a  la cultura.  El proyecto de Dialéctica de la Ilustración, quizá el libro más leído de la escuela critica de Frankfurt, buscaba revelar las contradicciones del proceso de civilización, para darle una posibilidad a una sociedad verdaderamente ilustrada.  Adorno y en general  toda la teoría crítica,  al auscultar las contradicciones inmanentes al Espíritu, buscan   una  experiencia del mundo capaz de sentir el sufrimiento y el dolor. La dialéctica como una autorreflexión critica de las posibilidades del pensar, como un cuestionamiento por la completa identidad entre pensamiento y ser, abre la posibilidad de un pensamiento no Reificado, a través de  una Dialéctica Negativa, posibilidad de una nueva cultura: “Propio de la Dialéctica, no es reforzar opiniones, sino, por el contrario, liquidar la opinión, volver a pensar lo previamente pensado”[viii]  





   La dialéctica de la cultura, como hemos visto,  muestra  que la modernidad se ha consolidado como tragedia, toda vez que,  el conflicto entre el individuo y la sociedad, ha terminado por instrumentalizar al individuo  frente a la totalidad social, postulando a esta como la gran vencedora. Por otro lado, y esto en términos muy materialistas,  Adorno ve que el contenido de la cultura no está determinado en sí  misma, sino también por  su relación con su reverso, es decir,  la vida natural, el proceso de construcción material del mundo.

 

 Notas:



[i] Cultura y Administración, 1960 [Edición AKAL]

[ii] Crítica Cultural y Sociedad , 1984/1965,  p. 230 [Prismas]

[iii] HEGEL, G. W. FENOMENOLOGIA DEL ESPIRITU. Mexico: Fondo de Cultura Economica. 1807/1996,  132-136).

[iv] Horkheimer, Max, Adorno, Theodor.  Dialéctica de la Ilustración. Buenos Aires: Trota,  1966, p. 56

[v]  ibíd. p. 129 

[vi] Crítica Cultural y Sociedad  1984, p. 248[Prismas]

[vii] Crítica Cultural y Sociedad  1984, p. 238  [Prismas]

[viii] Cultura y Administración, 1960[Edición AKAL]


De osamentas insepultas

Por @jrherreraucv
José Rafael Herrera - De osamentas insepultas.
“La memoria es la horca de la que cuelgan los dioses griegos”

G. W. F. Hegel.

Una escena dramática y sombría.


Pensar no es, para los seres pensantes, otra cosa que su propia condición. No es, por tanto, un tormento: es su conditio sine qua non. Quien considere que el acto de pensar sea un tormento es, a lo sumo, un idiota, un débil mental, y difícilmente pueda, a pesar de lo que crea, “pensar una y otra vez”. Simplemente no piensa, porque el pensar le produce tormentos. Son los que viven presos de sus propias construcciones fantasmagóricas, enajenados por sus obsesiones, sus fijaciones, sus odios y resentimientos, envenenados por su impotencia. Creen que la culpa de su incapacidad estructural, de su naturaleza lerda, es culpa de “algo” o, más bien, de “alguien”. El “memorioso” de atávicos rencores siempre busca un chivo expiatorio, para arrojar sobre su humanidad las culpas de incompetencias que solo son suyas, y de las que –¡oh, tragedia!– nunca se podrá liberar. Muchas veces, la memoria se transforma en tormentoso remordimiento. El pesado fardo de haber sido nada menos que el vicerrector de la intervención de la autonomía ucevista no deja descanso en osamentas insepultas. Solo queda la esperanza de expiar el pecado, haciéndose pasar por lo que no se es, llamando de continuo la atención, tratando de crear la opinión de que “entiende” mucho del asunto e intentando inútilmente resarcirse de una miseria que no logra disminuir.

La anterior descripción tiene por modelo platónico, hiper-uránico, a Eduardo Vásquez, todo un “Snug”, diría Marx, siguiendo a Shakespeare: un inocuo, un castrati del pensamiento. Lo fue, históricamente, ante honorables figuras, probadamente inteligentes y por las que no se puede dejar de sentir el más absoluto respeto y admiración: Juan Nuño, Federico Riu, Giulio F. Pagallo y Ludovico Silva. Quiso, en vano, debatir con ellos. Al intentar subir por la spinoziana escalera de la emendatio del intellectus y, con gran esfuerzo, conquistar el segundo peldaño –relativo, como se sabe, al “conocimiento por experiencia”–, inexorablemente resbalaba, una y otra vez, para caer de nuevo en el charco de su ancestral envidia, eso sí: siempre “patas arriba”. Debió haber sido fotógrafo, pues le encantan las imágenes congeladas, fijas, puestas. Pero no: uno de los maestros de quien escribe lo convenció para que abrazara la filosofía. Fue un “abrazo mortal”. Como dice el adagio, “no hay peor cuña que la del mismo palo”. En mala hora, maestro. Nada sabe del movimiento, porque este es la fiel expresión del pensamiento. Más bien, pensar quiere decir objetar, y la objetivación es el resultado de su acción. Pero para quien el pensar es sinónimo de tormento, evidentemente no podrá ni pensar ni contemplar. Él y sus “tres negaciones”. La dialéctica reducida a caja sincrónica, a “tres velocidades”. Hegel sentiría vergüenza ajena de semejante apologeta.

No vale la pena seguir aclarándole al lector las razones por las cuales el ya para entonces decrépito y obseso-compulsivo pretendía manipular un concurso de oposición en la Escuela de Estudios Políticos del modo más descarado, y por lo cual tuvo que ser denunciado, públicamente, por el propio jurado. El autor de estas líneas no conoce a una persona más honorable, íntegra y justa que el doctor Omar Astorga.

En cuanto al trabajo de ascenso para la categoría de profesor titular de quien escribe, calificado en su momento con mención honorífica y publicación por el jurado examinador, y efectivamente, publicado por Ebuc en 2010, al cual el viejo operario linotipista considera “pobre y lamentable”, solo conviene señalar que se trata de un intento de comprensión del marxismo teórico a la luz de tres interpretaciones que, entre nosotros, tienen el mérito de haberle devuelto al pensamiento de Marx su condición filosófica, no religiosa ni ideológica: la interpretación hecha por J. R. Núñez Tenorio, por Ludovico Silva y por Federico Riu. No había lugar para una “cuarta” interpretación. El muy lamentable y mediocre texto sobre Marx y Heidegger, escrito por Vásquez, no daba para su formulación. Y, por cierto, el lector prevenido ya se habrá dado cuenta de dónde proviene la saña del linotipista.

Es verdad que Ludovico Silva no solo fue un excelente lector de Marx, y que su polémica interpretación antimanualesca del marxismo le trajo odios y admiraciones, seguidores y detractores. Sus planteamientos, hechos en una época que se proponía desmitificar al llamado “marxismo ortodoxo” o “soviético”, son sin duda una gran contribución al debate que, precisamente, motivan a pensar, aunque no a “atormentarse”. Pero el atormentado de Vásquez sostiene que el autor de las “Tres fundamentaciones de la filosofía marxista en Venezuela” –aparte de no haber leído nunca a Hegel ni a Marx, a pesar de haber dictado los cursos obligatorios de Hegel y Marx durante los últimos 25 años en la Escuela de Filosofía de la UCV–, coincide de plano con Ludovico Silva. Será necesario tratar de comunicarse de algún modo con el jurásico “exégeta” de un Hegel convertido en momia, salido de alguna maqueta hollywoodense de los años cincuenta, a fin de advertirle que, ¡si pensara!, pronto caería en cuenta de que la interpretación hecha por Ludovico Silva de Hegel, y particularmente de su dialéctica, es sometida a un riguroso examen, con el propósito de demostrar las deficiencias e insuficiencias que comporta. Silva es uno de esos intérpretes de Marx que intenta, desesperadamente, valorar la supuesta “cientificidad” del autor de El Capital separándolo de la filosofía de Hegel y, por supuesto, de la dialéctica. Cosa que es conceptual e históricamente imposible.


El autor de esta última y definitiva respuesta contra un reconcomiado fraude, una osamenta insepulta que se atreve a señalar que no existe en el universo una sola interpretación acertada y válida sobre Hegel aparte de la suya, y que se ha dado la estrambótica “cachaza” de afirmar que Heidegger, Hartmann, Lukács, Adorno, Wahl, Hippolite, Kojeve, entre otros, nada saben de Hegel, debe confesar que, durante sus años de estudiante universitario, tuvo la desventura de comenzar a leer la Fenomenología del espíritu con el famoso “platanote”. Y, a pesar de haber obtenido una muy alta calificación, nada aprendió, aparte de re-cordar –jamás de memorizar– aquel patético ejemplo que pretendía explicar la dialéctica con “el juego de la correíta”. Lo curioso es el hecho de haber dictado durante tantos años el curso de Hegel y no haberlo leído. Esa sí que es una auténtica Astucia de la razón. Es preferible presumir de las axilas que de las malas traducciones.

Por fortuna, lo que para Vásquez es un defecto se transformó, para bien, en una virtud. Pronto el tránsito necesario y determinante por la duda y la desesperación hegelianas se hicieron, para quien escribe, forma mentis, en las manos, o bajo la magistral conducción, de quien nunca ha negado y nunca tendría razones para negar: sí, se trata de un gran maestro de vida y un auténtico mentor espiritual. No hay otro modo de agradecer eternamente la paciente labor de Giulio F. Pagallo.

Filosofía positivista e Interpretación de la realidad en el hombre primitivo.


2ª parte del escrito de Juan Camilo Aljure.
De la filosofía positivista y subhistórica.
Ir a 1ª parte del artículo: Hacia un concepto positivista de la filosofía.
En la segunda parte de estos escritos tan peculiares, no sería licito dejar escapar una pequeña nota en relación al autor y su trabajo; el esfuerzo filosófico se produce constantemente en la intersección Heidegger - Deleuze, así, por ejemplo, los datos subhistoricos son a la vez parte de la teoría heideggeriana y comienzo de un devenir deleuziano, y, más aún, el autor discurre entre ellos con espíritu de búsqueda y con ello, responde como un cuerpo intenso en estado de alerta, y no como un recipiente vacío de saberes. En lo que sigue, Juan Camilo se interroga por la interpretación animista de nuestros antiguos antepasados, la creación de ciencias normativas, o las penas de imputación o libertad.

Representación del positivismo filosófico y de conceptos subhistóricos, que ilustra la intersección de Heidegger y Deleuze, con elementos del animismo, las ciencias normativas y el principio de imputación, en un contexto de leyes causales y normativas, que culmina en una representación de actos heroicos y libertad jurídica.

El animismo, interpretación social de la naturaleza



¿Qué se entiende esencialmente por animismo? Se define como la convicción del hombre prímitivo de que las cosas tienen un alma, que están animadas. Espíritus poderosos pero invisibles se esconden en ellas o detrás de ellas. En defínitiva, las cosas son personas y se comportan respecto de los hombres de la misma manera que los hombres entre sí, según el principio de retribución, bajo la forma de pena o recompensa.

Con esta descripción, subhistórica-jurídica, Hans Kelsen explica la situación de la ley social de los hombres en su estado más primario en torno a los objetos.

Sin embargo, el eminente Jurista nos ofrece una contextualización histórica del animismo como interpretación de la naturaleza; veamos que nos dice:

Para el hombre prímitivo los espíritus indícan cual es la conducta correcta, pues de ellos emana la pena o la recompensa. La correspondencia entre entre la buena y la recompensa, entre la mala acción y la pena, es así establecida por sobrehumanos y poderosos que dirigen la naturaleza.

El animismo, es por consiguiente, un interpretación de la naturaleza a la vez personal, social y normativa fundada sobre el principio de imputación y no sobre el de causalidad. Por eso, la naturaleza no tiene para el hombre prímitivo lo que para la ciencia moderna. Que no es concebida como un conjunto de hechos relacionados por el principio de cuasalidád, como un orden causal: La naturaleza, es un elemento de la sociedad, un orden normátivo fundado por el principio de imputación. El hombre prímitivo ignora el dualismo de la naturaleza y la sociedad, del orden causal y del orden normativo”.

En la actualidad, ha sido necesaria una larga evolución para que el hombre civilizado llegara a concebir métodos diferentes de relacionar los hechos entre sí y para que hiciera una distinción entre el hombre y otros “seres”, entre las personas y las cosas. La interpretación normativa se reserva hoy por hoy para las relaciones sociales de los hombres entre sí, en tanto que las relaciones entre las cosas con el objeto, de una explicación causal.

Ante esta distinción, se hace necesaria una conceptualización que establezca un parangón de similitudes y diferenciaciones entre los saberes causales y los saberes normativos en su aplicación en las sociedades:

Ciencias causales y ciencias normativas

Ciencias causales: Buscan estudiar el comportamiento humano por la relación de cuausa a efecto. Son ciencias tales como la psicología, la etnología, la historia o la sociología.

Ciencias normativas: Estudian las conductas humanas, no como se desarrollan efectivamente en el orden causal, sino en relación de las normas que prescriben como deben desarrollarse. Son ciencias tales como la ética y la ciencia del derecho.

Al calificarse una ciencia como normativa esto no implica que tengo por objeto prescribir una conducta determinada. Su papel es solamente describir las normas y las relaciones sociales que ellas establecen.(Hans Kelsen).

Debemos conocer entonces cuales son este tipo de normas.

Leyes causales y leyes normativas

El principio de cuasalidad y el principio de imputación se presentan bajo la forma de juicios hipotéticos que establecen una relación entre una condición y una consecuencia. Sin embargo, la naturaleza de esta relación no es la misma en los dos casos.

Antes de indicar de que manera se diferencian las relaciones establecidad en los dos casos, indiquemos la formula del principio de cuasalidad. Hans Kelsen dice lo siguiente:

Si la condición A se realiza, la consecuencia B se producirá” o para tomar un ejemplo concreto “si un metal es calentado se dilatará”.

El principio de imputación se denomina de manera diferente entonces de manera diferente: “Si la condición A se realiza, la consecuencia B, debe producirse.”.

Veamos algunos elementos o ejemplos, extraídos del dominio de las leyes morales, religiosas o jurídicas. “Si alguien presta un servicio debe agradecérselo”, “Si alguien da su vida por la patria, su memoria debe ser honrada”, “aquel que comete un pecado debe hacer penitencia: “El ladrón debe ser encarcelado”.

Con tal descripción y definición, Hans Kelsen explica como la relación natural de causa a efecto es apropiada por el hombre en el fenómeno de la imputación; es decir, el uso de la regla lógica ad hoc como en anteriores artículos habíamos expresado.

Empero, la aportación de Hans Kelsen en este aspecto a la subhistoria no termina con la demostración o ejemplificación filosófica del derecho y su modo de actuar en la sociedad primitiva; Kelsen también ofrece una descripción subhistórica de lo que podemos entender como libertad política; Veamos:
En el principio de causalidad la condición es una causa y la consecuencia su efecto. Además, no interviene ningún acto humano ni sobre humano. En el principio de imputación, por el contrario, la relación entre la condición y la consecuencia es establecida por actos humanos o sobrehumanos. Por otra parte, cada causa concreta es simultaneamente efecto de otra causa y cada efecto la cuasa de otro efecto. - Aportación de Hans Kelsen
Con el concepto de libertad política, entendemos el concepto más primario de libertad individual y libertad coléctiva la cual se basa en la no sujeción material como condición inevadible para poder obrar en el sentido de ejecutar un acto; así la entendería virtualmente Schopenhauer.

Lo que atañe como complemento contextual y micro contextual a esta aportación subhistórica y con el fin de establecer el fundamento de la repetición y la diferencia en el movimiento y el comportamiento es el concepto aprehensible y eventualmente practicable de la confluéncia del concepto de causa y efecto, en el acto de la imputación; esta conceptualización, se constituiría en la lectura del signo de la aplicación de la iure en la ley y la socialización; Veamos como lo explica Hans Kelsen:

El proceso de causa a efecto en la relación de imputación.

En la relación de causalidad hay por definición de acto, cadenas infinitas de causa a efecto y cada acontecimiento es el punto de intersección de un número infinito de cadenas causales.”

En la relación de imputación ocurre la relación de causa a efecto de la siguiente manera:

La condición a la cual se imputa una consecuencia moral, religiosa o jurídica, no es necesariamente una consecuencia imputable a otra condición. Si las cadenas de la cuasalidad tienen un número infinito de eslabones, las de la imputación no tienen más de dos. El acto bueno al cual se imputa la penitencia, el robo al cual se imputa el encarcelamiento, todas estas consecuencias y condiciones son el punto final de la imputación”

De tal manera, la lectura del signo se da en la observación, descripción y aplicación de la microcontextalización de lo que en la relación de cuas y efecto y para el caso de la especialización causalidad, lo que en esta relación; es finito e infinito. A este respecto, la relación entre Aristotelismo como estamento y estructura lógica y la función general de la ontología como lectora del ente y sus acciones, determinan los procesos de construcción de significado en las acciones; es decir, la socialización individual y doblemente angular coléctiva de los actos. La subhistoria entonces, se encarga de clasificar estos actos en contextos y microcontextos, definiendo y creando su renovación, aplicación y materialización bien sea en el sentido de proposición pragmática o proposición teórica.

Luego de estas importantes explicaciones, propongo que continuemos con la colectúra de Los conceptos básicos de la ciencia del derecho:

Causalidad e imputación

Debemos preguntar la simple pregunta: ¿cuál es la diferencia fundamental entre causalidad e imputación?. Kelsen nos dirá lo siguiente:

Consiste en que la imputación tiene un punto final, la cuasalidad no dicho en otros términos, La naturaleza pertenece al dominio de la necesidad, en tanto que la sociedad al de la libertad”.

Hans Kelsen explicará con más detalle este acto de diferenciación de la siguiente manera: “Considerado como un elemento de la naturaleza, el hombre, el hombre no es libre, pues su conducta está determinada por leyes causales. En cambio, cuando uno de sus actos es juzgado a la luz de una ley moral, religiosa o jurídica, ya se trate de una buena acción, de un pecado o de un crimen, se imputa a este acto la consecuencia (Recompensa, penitencia o pena) determinada por la ley examinada, pero el acto mismo, no es imputado a otra cosa o a otra persona.

Sin dudar, decimos en el lenguaje corriente que una buena acción, un pecado o un crímen son imputados a su autor, pero esto significa que el autor de la buena acción debe ser recompensado, que el pecador debe hacer penitencia y que el criminal debe ser castigado. La buena acción, el pecado o el crímen no pueden ser separados de su autor para serle imputados.

Determinar quien ha ejecutado tal buena acción, quien ha cometido tal pecado o tal crimen no es un problema de imputación: es una cuestión de hecho.

El verdadero problema que la imputación debe resolver es el de determinar quién es el responsable de una buena acción, un pecado o un crimen; en otros términos, quien debe ser recompensado, hacer penitencia o ser penado. La recompensa específica, a la cual ellas son imputadas. Esta imputación no puede, en verdad, hacer abstracción del autor de la buena acción, del pecado o del crimen puesto que el es quien debe ser recompensado, hacer penitencia o ser sancionado. Pero lo que es decisivo, a la inversa de lo que sucede en la cuasalidad, es la circunstancia de que la imputación final encuentra final en una conducta humana, para la cual la norma moral, religiosa o jurídica establece la condición de una consecuencia específica.”

A continuación, viene un tema que es de vital importancia para nosotros pues en los tópicos de la subhistoria que atañen a los géneros literarios del romanticismo, la conceptuación histórica social por parte de Nietzsche y el fenómeno fundamental del comportamiento en la repetición y la diferencia; o el diferencial, Es el que histórico filosóficamente puede clasificarse como la concepción del heroicísmo como acto social y que define y describe lo que el acto heróico implica para el ser humano, y que en este caso, es una definición subhistórica contextual de la experimentación y vivencia de libertad física, la asunción de cargas morales, corresponsabilidades, y para este caso, de una vivencia del derecho de las sociedades en actos heroicos y por añadidura publicistas. No aprenderemos únicamente un concepto jurídico, también obtendremos una descripción subhistórica del heroicismo; veamos:

Imputación y libertad

Hans Kelsen explicará la acción del Heroicismo de la siguiente manera:

Lo expuesto nos lleva a considerar el problema de la libertad atribuida al hombre en su calidad de miembro de una sociedad, de persona sometida a un orden moral, religioso o jurídico. Por libertad se entiende generalmente el hecho de no estar sometido al principio de cuasalidad, ya que esta ha sido concebida-en su origen al menos- como necesidad absoluta. Se suele decir que el hombre o que su voluntad es libre, puesto que su conducta no está sometida a las leyes causales y en consecuencia, por deducción, que puede ser hecho responsable de sus actos, que puede ser recompensado, hacer penitencia o ser sancionado. La libertad sería así la condición misma de la imputación moral, religiosa o jurídica.

Sin embargo, lo contrario es lo verdadero. El hombre no es libre sino en la medida en que su conducta, a pesar de las leyes causales que la determinan, se convierte en el punto final de la imputación; es decir, la condición de una consecuencia específica (recompensa, penitencia o pena).

A menudo, se ha querido salvar el libre albedrío tratando de probar que la voluntad humana no está sometido al principio de causalidad, pero tales esfuerzos han sido siempre vanos. Se ha pretendido, por ejemplo, que cada hombre hace en sí mismo la experiencia del libre albedrío. Pero esta experiencia no es más que una ilusión. No es menos erróneo afirmar la imposibilidad lógica de someter la voluntad al principio de causalidad, en razon de que ella formaría parte del yo y que el yo, sujeto del conocimiento, escaparía a todo conocimiento, incluyendo el conocimiento causal. En los hechos, la voluntad es un fenómeno psicológico que cada uno puede observar en su propia experiencia y en la de otros recurriendo al principio de causalidad. Ahora bien, la afirmación de que existe el libre albedrío solamente puede tener un sentido si se le relaciona con la voluntad concebida como un fenómeno, referido al yo en tanto que objeto(y no del sujeto) del conocimiento. Por el contrario, es bien evidente que el yo sujeto del conocimiento escapa como tal al conocimiento, dado que no puede ser simultáneamente sujeto y objeto del conocimiento.

Los físicos modernos pretenden que ciertos fenómenos- por ejemplo, la reflexión de un electrón partícular producida por el impacto contra un cristal-no están sometidas al principio de causalidad. Admitamos que su interpretación sea exacta. De aquí no cabe deducir, sin embargo, que la voluntad del hombre puede ser sustraída al principio de causalidad. Los dos casos no tienen nada en común. En los hechos, la afirmación de que el libre albedrío existe, no vale para el dominio de la realidad natural sino para el de la validez de un orden normativo(moral, religioso o jurídico). Dicha afirmación no tiene el sentido puramente negativo de que la voluntad del hombre no está sometida al principio de cuasalidad. Expresa la idea positiva de que el hombre es el punto final de una imputación.

En el próximo artículo, continuaré con esta exposición del positivismo jurídico y con la exposición del libro: Actualidad de la Filosofía de Theodor Adorno. 
 

Escrito de Juan Camilo Aljure. Positivismo filosófico y subhistoria II

Saló (una nueva versión)

Perversión de la educación




Se sabe que Sodoma es sinónimo de perversión, pero conviene agregar que toda perversión tiene su origen en la ignorancia. La ignorancia, en efecto, genera perversión y la perversión genera corrupción, desenfreno y violencia. No se trata de la abstracta distinción entre los instruidos y los que no lo son. Una diferenciación, por lo demás, maniquea que abre una igualmente maniquea o abstracta división -un profundo desgarramiento, una crisis orgánica- en el interior del ser social. Se trata de que una determinada sociedad puede llegar a tener una importante representación de técnicos y profesionales que, no obstante, pueden ser tanto o incluso más ignorantes que los no preparados dentro de los diferentes ciclos del sistema de instrucción formal establecido. La progresiva unidimensionalidad de los individuos, su achatamiento; la cada vez más estrecha capacidad del intelligere y del religare; la impotente reducción del saber a tecné; la enajenación, mecanización, masificación y aplastamiento del sujeto, transmutado en virtual receptor de las redes sociales de la poderosa industria cultural; el canto de sirenas de la paridad populista, revestida de frases hechas como la “narrativa” y el “empoderamiento”; el desmérito al mérito, la celebración del grosero “igualismo” -perspicazmente advertido por José Ignacio Cabrujas. Estos son los componentes esenciales para la irrupción de la creciente perversión social que, tarde o temprano, termina en el Inferno, y particularmente en el círculo de la sangre. Es el tránsito que va desde la pérdida del Ethos y la desinstitucionalización del Estado, mediante el espejismo de su duplicación, a la consecuente institucionalización de la corrupción, el “pranato”, la cartelización de las estructuras políticas y el alacranato. En una expresión, estas son las premisas para la instauración de un régimen gansteril.    

Cuando eso sucede, cuando el analfabetismo funcional, la ausencia de formación cultural, el mínimo sentido de la educación estética y el aplastamiento de la diferencia se han hecho realidad efectiva, norma y modo de vida del ser social, entonces estalla necesariamente la agresión sado-masoquista, la crueldad, el atropello, el ensañamiento, el furor prepotente. Todo ello propiciado desde las “cúpulas podridas”. Durante estos períodos, el mal se difumina por todas partes, de arriba a abajo, de derecha a izquierda, para devenir banalidad. Al igual que Eichmann, en su defensa Alcalá Cordones alegó dar cumplimiento a las órdenes de su Führer. La pérdida progresiva de la civilidad se va apoderando, como único principio supremo, de todo y de todos y se asiste a la gestación de la barbarie como modelo de vida o norma de ser. Ese es el más auténtico “legado” de las -llamadas por Vico- edades “heroicas” para los pueblos. Eso es Saló: la condición de perversión que, en unos casos, puede llegar a durar ciento veinte días y, en otros, venticuatro años o incluso más. Todo depende de las capacidades de maniobra en El lado oscuro de la luna o de la decidida voluntad de romper, finalmente, La pared. Y si es “hasta el final”, nadie debe volver la espalda.

Cuando se institucionaliza, la ignorancia no es más inocente. Adorno afirmó que después de Auschwitz el mundo nunca volvería a ser el mismo y que nunca más se podría escribir poesía. Pero conviene agregar que, después de Saló, se produjo una viciosa -y repugnantemente viscosa- circularidad que insiste, como la mala prosa de los pasquines, en la construcción de satrapías en manos de bufones, en las que la línea divisoria entre el poder político y la gansterilidad se difumina y desvanece por completo. La llamada “República Socialista Italiana” de Saló se gestó después de la destitución y arresto de Benito Mussolini, en 1943. Desde que Hitler supo de ello, planificó la restitución del régimen de “Il Duce”, con el propósito de resguardar el poder político nazi en Italia. Hitler impuso a Mussolini como jefe del nuevo Estado fascista italiano, protegido por la Wehrmacht. Pero esta vez no pudo regresar a Roma y tuvo que conformarse con establecer el centro del poder en Saló, una pequeña provincia de Brescia, que muy pronto se transformaría en cruel ejemplo de humillación servil para el resto de la humanidad. Las glorias del antiguo Imperio romano se hicieron cenizas. La Alemania nazi mantuvo un gobierno títere, con rostro de Mussolini. La satrapía cubana de hoy en Venezuela no es, por cierto, ninguna novedad.  

Pier Paolo Passolini fue testigo de excepción de esa suerte de mixtura, compuesta de sumisión y crueldad, de los servicios de inteligencia -la policía política- y la fuerza armada nacional contra la población italiana. La película que produjo y dirigió muestra los horrores de aquella 'trilogía de la muerte': los giros incesantes de una barbarie que no para en la pesadilla del 'eterno retorno'. El que se haya tomado tan escasa consciencia de esa experiencia pone de manifiesto el hecho de que la monstruosidad de la perversión lo ha penetrado todo. Un síntoma de que la posibilidad de su repetición persista. Y la barbarie persistirá mientras perduren, en lo esencial, las condiciones que hicieron posible su retorno. He ahí lo abominable de Saló: el haber arrastrado al ser social a lo inenarrable. 

El compromiso de una nueva expresión de la educación tiene que trascender el mero análisis y arribar, desde él, hasta la síntesis. El nuevo sistema educativo debe poner fin al mero instruccionalismo. La nueva educación no puede no ser integral y profundamente ética, porque ella tiene la tarea de poner fin al hecho de que, hasta el presente, la propia civilidad ha sido responsable de engendrar 'el huevo de la serpiente'. Si la civilidad promueve de nuevo la instauración de la violencia en su seno, la lucha contra  la ignorancia inmanente a la ratio instrumental tiene que hacerse primordial. El Espíritu tiene la obligación de reconfigurarse, de retarse a sí mismo. Y quizá convenga recordarlo: el Espíritu es, nada menos, que 'un nosotros que es un yo y un yo que es un nosotros'.






José Rafael Herrera

@jrherreraucv