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En el umbral de la soledad


El sonido más ensordecedor es aquel que nace del silencio, de ese silencio que solo permite que el latido de tu corazón sea el que habite tus oídos. Como aquel hombre que vaga en los sombríos pasillos de una casa habitada por la nada y el vacío, sin luz, sin ecos, solo el resplandor de algún destello fantasmal creado por una centella que ha logrado colarse. 

Un hombre que al arribar a su lecho encuentra entre las tinieblas a alguien sentado en el viejo sillón a espaldas de él, teniendo visible tan solo su rancia mano derecha, marcada por los años y, que le invita a acercarse, quedando inmóvil, pero a su vez, con ese impulso involuntario que escapa de la razón, iniciando así, su breve pero palpitante andar hacia el desconocido, sintiendo como el frío le cobija a cada paso, hasta que, al quedar frente a ese ser arañado por el tiempo, capaz de congelar su mirada, se sumerge en la profundad de sus ojos, hallando el abismo que yacía en él, un hombre que solo refleja lo que ha ocultado para sí mismo, aquello que ha omitido al querer escapar de la soledad.

Pensando y siendo en la soledad


La mente humana se ha convertido en uno de los laberintos más solitarios y lúgubres en el cual puede transitar un individuo, siendo un espacio abrumado por un ruidoso silencio, una tempestad de pensamientos, y donde, su protagonista muchas veces se encuentra entre la bruma de las opiniones de terceros, quedando no más ese instinto de agitar sus manos en búsqueda de aquella compañía que le guie a la salida anhelada, pero que, por azares de lo inexplorado aún no toca el pica puerta de nuestro Ser taciturno, pues, alojarse en un laberinto no es una cuestión de fuerza ni resistencia, sino de voluntad.

Siendo para la minoría de quienes no caminan de forma inerte las sendas y los días, es un acto de gran atrevimiento apetecer el desprendimiento de lo que se es, e ir por lo que puede llegar a hacer, puesto que, es más fácil el sacudir las “alas” en sentido a la multitud famélica de sueños, que correr hacia la montaña del descubrimiento. 

Ya lo decía, Friedrich Nietzsche en su libro “Así hablo Zaratustra” que “he encontrado más peligro entre los hombres que entre los animales, peligrosos son los caminos que recorre Zaratustra. ¡Que mis animales me guíen!”, dejando claro que el peor consejero -muchas veces- para el hombre ha sido él hombre mismo, es decir, que el ruido de quienes vociferan conjugaciones verbales estériles, con la sola finalidad de sentirse jueces entre los condenados, conlleva a un cometido siniestro, como es el asesinar las ideas, sin pudor alguno, como inquisidores del pensamiento, vestidos de puritanas intenciones y mazos carmesí, siendo en verdad, un tumulto de incapaces que no logran pensar por sí mismos. 

Pero, ¿Por qué esto? Una interrogante incómoda para oídos rutinarios, debido que, el ser humano dentro de su fatigosa vida, llena de condiciones, creencias y dogmas, se encuentra enjaulado, con una posibilidad indivisible de escapatoria para los que aun temen al retiro, quedando reducido solo al poder de la voluntad, una voluntad que vaya deshaciendo los hilos invisibles de una moral social ajustada a los beneficios del carcelero, e ir, irremediablemente a los brazos de la incomprendida soledad; pues el mismo Nietzsche nos dice que “la valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar”.

Por tal motivo, la exploración introspectiva o el autodescubrimiento requieren de forma casi inevitable un periodo de soledad por parte del individuo en el que sus valores, convicciones y educación se puedan digerir, evaluar y transformar adecuadamente; en otras palabras, la tesis preliminar es que el hecho de estar apartado le otorga al individuo el suficiente espacio y tiempo como para reflexionar mediante la claridad mental y la sobriedad emocional, de la cual carecía en el núcleo social. Así pues, se presenta a todas luces la consideración de que la soledad no es un paraíso árido, tormentoso y tentador, sino como un estado de felicidad y tranquilidad en armonía con la naturaleza; y en caso que, la desesperanza invada nuestra mente, ten presente aquella premisa de Miguel de Unamuno, la cual reza “jamás desesperes aun estando en las sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante”.

Ahora bien, si es cierto que la psicología moderna demuestra que es sumamente importante tener un círculo social placentero para alcanzar el bienestar, también es conviene que te cuestiones en que aspectos me es favorable la soledad, Albert Camus dijo en una de sus frecuentes epifanías de soledad que “en lo más profundo del invierno sentí que había en mi un verano invencible”, entonces, ese sería el secreto para un novelista, filósofo y dramaturgo aparentemente destinado a buscar consuelo de su vacío interno, y que, con la escritura lograse describir el optimismo de lo que se creía inexistente.

La soledad es la receta de una brillante locura que da rienda suelta a la imaginación, la innovación, la productividad, la intimidad y la espiritualidad, pues su clarividencia puede ser un tanto incomprensible al principio, pero el valor que encierra el estar a solas con nuestra propia conciencia es imponderable, normalmente percibimos a la típica figura del genio incomprendido como un individuo sobresaliente en términos intelectuales más deficiente en materia emocional, tal es así, que no son pocas las veces en que este estereotipo se cumple en importantes figuras de las humanidades y ciencias universales, pudiendo citar a Arthur Schopenhauer, Issac Newton, Charles Darwin y Charles Dickens, quienes cosecharon desde la soledad dulces frutos, a pesar que consideraran en algunas etapas instantes de sufrimiento. Al mismo tiempo, hay ciertos genios que aunque se encontraran físicamente aislados no califican su soledad como algo perjudicial, sino como la mejor de las oportunidades para desarrollarse como individuos, ya que comprenden que no se aíslan, más bien se comunican de forma distinta, leen, escuchan, debaten, meditan, reflexionan, crean y sueñan. Existiendo un repertorio de pensadores que han tejido una red de conocimiento tan expensa que se hace incomprensible para los demás, para aquellos que están ajenos al arte de la introspección, y no es el simple hecho de que la soledad tenga el poder de hacerte resiliente, ingenioso, proactivo, eficaz, consciente, sabio, fuerte, es que cuando uno sabe apreciar la grandeza que la soledad encubre se condiciona a complacerse de ella, al punto que la compañía se demanda mucho menos. Friedrich Nietzsche se manifestó con contundencia al decir “mi soledad no está determinada por la presencia o la ausencia de gente, todo lo contrario, odio aquellos que fagocitan mi soledad si lo hacen que se aseguren por lo menos que su compañía merezca la pena”.

Luego de esto, podemos percibir que estar solo no es lo mismo que sentirse solo, uno puede sentirse solo incluso al estar rodeado de personas, el enunciado “mi soledad no ésta determinada por la presencia o la ausencia de gente” lo describe a la perfección, uno no tiene por qué sentir soledad estando solo ni sentir compañía al estar acompañado, la soledad se manifiesta cuando la calidad de nuestras relaciones sociales no es lo suficientemente reconfortante, de esta manera rechazar el acompañamiento nos conducirá a otro tipo de conexión totalmente distinta, sería un vínculo sosegado, místico, y placentero que se basa en la meditación, en la abstracción, el cataclismo metafísico, el considerar que esa sensación de que no eres nada y que no le importas a nadie desaparece, debido que al fijar un propósito comienzas a diseñar un plan para materializarlo, tomas acción reiteradas, disfrutas del camino, valoras el mundo, tus sentimientos de participación, de utilidad y pertenencia queda completamente restaurados, la trascendencia introspectiva cobra forma, puesto que, el deseo de estar con otros ha sido eclipsado por otro deseo de mayor fuerza, logras avanzar con pasos firmes hacia tu potencial humano, o como diría Arthur Schopenhauer “La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”.

Ciertamente, el confinamiento nos pone una suave pero letal venda en los ojos, ya que disfraza lo bueno de malo, lo abstracto de concreto, lo conveniente de escabroso; haciendo que la incertidumbre sea más común de lo deseado, pero, que a su vez, nos obsequia una circunstancia idónea para descubrirnos y crecer internamente, pues lo que vivimos en la actualidad -a pesar de lo áspero que parece ser- es una ocasión dorada para enfrentarse con el todo y con el ser de cada cosa, no en vano nos lo recuerda Schopenhauer al decir que “mañana, como hoy, será otro día que también llega una sola vez. Olvidamos que cada día es parte insustituible de la vida”, por ende no tienes que esperar a nada ni nadie para darte cuenta de que la oportunidad no está en los demás sino que se halla en ti, conociendo esto, busca cada vez más el equilibrio aristotélico, encárgate de construir relaciones de calidad, estas son esenciales para maximizar la aptitud el período en soledad; entretanto haz un buen uso de la única joya con que vale la pena ser codicioso como es el tiempo, disfruta de ti, y recuerda que “la soledad es a veces la mejor compañía, y un corto retiro trae un dulce retorno." (John Milton).

Per aspera ad astra.


Sísifo dichoso

La proposición del hombre absurdo de Camus, tal como la expone en El mito de Sísifo, es una respuesta íntegra y coherente al desconcierto de nuestra intrascendencia, pese a no curar la angustia ni aliviar la nostalgia de significado. En lugar de eludir el sinsentido con artificios o excusas, la mente lúcida se planta ante él y lo sostiene. Es el coraje, la terquedad si se quiere, lo que toma el timón del individuo.
¿Cómo vislumbrar sentido en el erial absurdo en que nos arroja la perspectiva de la nada? La razón no puede responder, como ya le reprochó Pascal, quien, decepcionado, la descartó por completo y eligió regresar a las razones del corazón, a las plácidas penumbras de la fe. Camus ve en esa huida un “salto”, un vuelco de traición a la verdad que Sartre habría considerado mala fe; quiere mantener la lucidez hasta donde le lleve.


La condena de Sísifo le parece la metáfora apropiada del drama existencial. El reo eterno remonta su piedra con esfuerzo y dolor, y la ve caer con amargura. Camus le sugiere hallar, en esa tarea atroz, la alegría de ser él mismo, de cumplir su destino, de fundirse en el misterio de las cosas, asumiendo un universo que no responde. En vez de inventar componendas, Sísifo contempla y actúa, y halla la felicidad en ese mero actuar, aunque lo retenga encadenado a una ladera y una roca.
“Hay que imaginar a Sísifo dichoso”, concluye Camus. “El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre”. Esta entrega, aun siendo fruto de la razón, ya no es racional. Es un presentimiento, un envite; es amor a lo que es. Cuando uno ama no precisa interrogarse, porque el amor contiene todas las respuestas.
En ese punto se deja de pensar, se detienen los embrollos de la mente: un corazón pleno, que ha contactado con la intensidad, no necesita dar saltos para recuperar el abrigo de los dioses. Se dirige de otro modo al universo, en el que ya no encuentra un territorio frío y ajeno ante el cual se recortaba la sombra de la identidad consciente: se ha instaurado una nueva confianza que no requiere ser traducida en pensamientos. De repente, basta con vivir. Y si vivir es dolor, ese dolor queda absorbido por la misma entrega del ser completo.

La obstinación en el sentido, personalmente, no me ha empujado a vivir, sino a pasarle cuentas a la vida. La vida calló siempre, y yo me quedaba más desolado. Así le sucedía a Unamuno cuando se obcecaba en la trascendencia: son angustias sin solución, legítimas y humanas, pero al cabo infructuosas como los lamentos. Un yogui o un budista también son, a su manera, absurdos y obstinados, pero usan esa fuerza para emanciparse. Mi obstinación me ha sumido en la rumia angustiada; a veces he creído tomar las riendas y establecer compromisos, pero la vida no tiene por costumbre ceñirse a sus contratos. Al final, como Sísifo, me encuentro con la roca rodando igual por la pendiente. Porque la roca es un misterio, su caída es un misterio, los propios dioses y su maldición son un misterio. Y lo soy yo con mi destino a cuestas.
Tal vez no pueda celebrar ese misterio, pero puedo amarlo. Puedo, como Camus, encogerme de hombros y atenerme a su tributo. Al fin y al cabo, yo me defino por esa peculiar relación con la roca. Consumaré mi naturaleza sin reticencia. Me zambulliré en mi naturaleza —la pendiente, la roca, la gravedad, la desmesurada maldición de los dioses— y cumpliré mi destino. Hay en ese gesto una dignidad y una libertad nuevas que ayudan a seguir adelante. Podría no seguir, simplemente elijo hacerlo. No hay razón para vivir, pero tampoco para morir. Y menos aún para ponérmelo difícil.

Publicado en mi blog Filosofías para vivir 15/11/2019

Sobre el sentido de la vida, Albert Camus

El absurdo de la realidad. ¿Tiene la vida sentido? 

La libertad absoluta sólo implica que las clases dominantes prolonguen la injusticia, pero la justicia absoluta presupone el control de toda actividad, lo que restringe la libertad.

francia


La delicada salud de Albert Camus le impidió seguir con algunas de las actividades que había emprendido durante su vida, la tuberculosis por ejemplo minó su capacidad para continuar boxeando y hacer natación, también se le negó la labor de profesor y fue rechazado por el ejército francés cuando se presentó como voluntario. Estos hechos entre otros influenciaron para que Camus se enfocara en su labor de periodista.
 Los primeros escritos de Albert Camus fueron para la revista Sub por el año 1932, su pensamiento estaba más influenciado en la labor humanitaria que en la política, por lo que se dedicó a denunciar las injusticias que atormentaban a Argelia, específicamente las injusticias en contra de los musulmanes en la región de Cabilia poblada históricamente por bereberes. En sus artículos se puede apreciar el pensamiento sobre la responsabilidad que tiene Francia con respecto a Argelia, considerando su deber de desarrollarla sin olvidar las injusticias por ella cometidas, como la discriminación racial o la segregación. En algunos artículos también Camus nos da a conocer hechos significativos de su niñez y nombra a figuras importantes de la misma, quizás por la necesidad de hacer de la propia vida una explicación, cosa que se verá reflejada con el tiempo en su propia filosofía.

 Albert Camus deja el partido comunista por desacuerdos profundos, uno de los más importantes fue el hecho de que se firmara el pacto germano-soviético entre la Alemania nazi y la Unión Soviética firmado por los ministros de Asuntos Exteriores; es importante notar que este tratado también establecía vínculos comerciales y una especie de reparto del territorio europeo después de la guerra. Como una opinión personal, encuentro cierta similitud con la tendencia actual de algunos sectores de la población de negar históricamente el holocausto, atacando a una raza como capitalista, si bien hay puntos históricos que siempre se deben conversar, no es difícil notar en cualquier discurso los fines políticos que puede llevar impreso.
 Camus creía en la autonomía del partido comunista argelino, manifestando con ello la idea de libertad de acción según las necesidades específicas de la población, una postura interesante que sincretiza la idea de individualidad con la de lo colectivo.

 Lleva el teatro a los trabajadores con la fuerte convicción de que las masas deben tener acceso a la cultura, por ello publica en 1937 la obra de teatro "nupcias".

 En el año 1940 el gobierno de Argelia prohíbe la publicación del diario en el que trabaja, “el frente popular” creado por Pascal Pía, también se manipula para que Camus no pueda encontrar trabajo en Argelia, estas razones provocan que se mude a París en donde conoce a Francine Faure con quien se casó y tuvo dos hijos.

 En 1942 publica el extranjero en donde se aborda un tema tabú incluso hasta nuestros días, “la madre”, cito: “pensé que, al cabo, era un domingo de menos, que mamá estaba ahora enterrada, que iba a volver a mi trabajo y que después de todo, nada había cambiado…” El tema del absurdo de la vida se hace presente en este libro, también el tema de la indiferencia que se presenta como un virus a medida que tenemos contacto con ella, el sinsentido se apodera de la obra de manera apabullante, dejando de lado los valores fundamentales de su época; en cierta medida presagió muy bien la venida de una sociedad agonizante; el hombre luego de la segunda guerra mundial sería un hombre sin esperanzas, sin fe, con la sospecha tatuada de que nada tiene sentido, un hombre totalmente incrédulo, incrédulo hasta de la razón.

 Aunque es digno notar que Camus ante la evidencia del absurdo llegó un poco más allá. Personalmente, como escritor he relacionado la creencia de dios con la de una verdad, ya que si creemos en un dios necesariamente creeremos que la verdad es una, más si creemos que hay muchas verdades somos de alguna forma politeístas; la sociedad moderna no ha podido escapar de las más grandes dudas que han azotado al hombre desde hace siglos ¿existe una verdad o en realidad son muchas?. “Pienso luego existo” dijo Descartes, aunque no pudimos encontrar un significado del existir o, más precisamente, un sentido por el cual existir; mientras que Hume diría que ni siquiera podemos estar seguros de lo que pensamos y si nuestro pensamiento no es más que un estímulo de algún otro. Ahora, al parecer a Camus no le interesaba tanto encontrar un sentido de la propia existencia, sino más bien creer en el sentido de la protesta propia, ya que de alguna forma al notar que la vida sigue igual luego de “la muerte de la madre” la misma noción de ello representa un dolor profundo, una protesta profunda en contra de la propia indiferencia. Quien es capaz de ser tan sincero consigo mismo se transforma en un extranjero, en un desterrado de una sociedad puritana de máscaras más no de hechos, una sociedad en la que se es malo si lo descubren, con una moral extraña que hace sentir a muchos unos forasteros.

 Camus no era un escritor simplemente, era un activista: “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia sino de quienes la padecen”, esta es una de la frases que significa bastante bien la labor de Camus en la guerra entre franceses y argelinos de 1956 en donde hizo un llamado a la tregua, pidiendo que se respetara por todos los medios y sin ninguna excusa a la población civil. Es de conocimiento público que Camus amaba Francia, sus artes y su cultura, pero la otra mitad de su corazón estaba en Argelia en su gente, con los que se había criado, los desplazados que sufrían por una sangrienta guerra civil.

 A los 44 años años obtiene el Premio Nobel de Literatura, tres años después muere en un accidente de auto que trae consigo muchas especulaciones políticas que siguen siendo materia de algunos debates.

 Con Camus en cierta manera abandonamos la teoría de la razón, aunque lleguemos a su filosofía través de ella, comenzando a ver la vida como un absurdo sin sentido donde la razón no es una herramienta infalible para vivir, pero es a través de ella donde podemos descubrir lo lejos que estamos de "una realidad indiferente"; quizás por esto Camus llama al absurdo como el abismo entre nosotros y la realidad, el noúmeno. Ante esta indiferencia surge la rebeldía como concepto dignificante para el hombre; debemos creer en nuestro grito en el silencio, amar nuestra música porque nace de lo más cercano del yo que podemos concebir y, por lo tanto, embellece ese silencio; en este sentido la filosofía y la música se entrelazan con un mismo fin. Encontrar la belleza de nuestro ser, de nuestra protesta, nos vuelve a transformar en singularidades en la nada, es pues cómo nos armonicemos con el silencio la forma más cercana de encontrar una plenitud anclada al absurdo, al sin razón. Por esto el hombre no puede vivir sin valores, porque la misma elección de vivir nos impone una dignidad que debemos asumir, nuestra vida tiene un valor que no se parece a ningún otro valor, es una piedra preciosa única en un abismo marino, un poema recitado sin público, hermoso solamente por el hecho de ser.

Dispersiones filosóficas sobre el amor

Amor, poesía, literatura y filosofía

El amor desde todas partes, siempre habrá poco que decir sobre él, pero siempre hay algo que decir. ¿es el amor nuestra condena? o ¿es la solución a los males de este mundo? 

"amor"


En la vida de las personas hay grandes misterios y el amor es uno de los más inaccesibles, decía Ivan Turguénev; esto permite dimensionar un poco lo que significa escribir un artículo sobre el amor, del cual muchos tienen bastante que decir. Es por esto que pretendo ser lo más abarcativo posible dentro de pocas palabras, pero en realidad, aunque se escriban libros siempre serán pocas las meditaciones para esta misión.

Para comenzar es necesario presentar al amor sin “desvíos” que le empañen para tratar de acercarnos un poco a él; el sexo es uno de ellos.


 En la historia humana se ha visto que el sexo y el amor van indisolublemente juntos, pero no necesariamente es así, el sexo sólo cubre una muy pequeña parte en la vida del hombre, el amor puede abarcarlo todo. Muchos estudiosos tratan de manera clara la necesaria separación entre sexo y amor, aunque suene como contradicción aparente en las mentes de las personas en general; esto es posible incluso sin necesidad de recurrir como argumento al “amor absoluto” el que al parecer sólo puede existir en mundos imaginarios; el amor y el sexo se separan en el borde mismo de nuestras propias miserias existenciales. Lo sexual es un ámbito puramente autista, decía Lacan, nunca tendremos sexo con otro, siempre lo haremos con nosotros mismos, enfrentándonos sólo a nuestras propias fantasías. Lo amoroso es la búsqueda de un absoluto, de un imposible que desea suplir la necesidad de un acceso material al otro; Marcel Proust decía que sólo se ama lo que no se posee realmente. Al mezclar el sexo y el amor sólo es posible encontrar la infelicidad, por lo tanto, el objeto de deseo debe ser infinitamente ajeno. Recuerdo un poema, pero no su autor, les agradecería a los lectores que me ayudaran, lo cito: “amor, único artesano de todas mis desdichas”; una frase parecida a la de Ramón de Campoamor: “Les falta algo de amor a los amores que no son un infierno de dolores”.

Hay otra relación que es más difícil separar del amor, sobretodo porque esta relación está presente en casi toda la historia de la literatura, aunque con justa razón: su relación con la muerte. Giacomo Leopardi, el niño prodigio, en su poema “amor y muerte”, sabe expresar esta relación bastante bien; me gustaría sólo citar la primera frase de este poema: “hermanos, simultáneamente engendró la fortuna al amor y a la muerte”. Es interesante notar lo que el poeta propone: el amor y la muerte hijas de la fortuna; por fortuna tenemos el amor y por fortuna la muerte; José Saramago decía que nuestro único refugio para la muerte es el amor; mientras que Albert Camus escribió: “no ser amados es una simple desventura; la verdadera desgracia es no amar”, y por fortuna aprenderemos a hacerlo. No tener un motivo por el cual morir es una de las mayores desgracias que puede sufrir el hombre, vivir sin algo que nos trascienda en una verdadera pena.

El amor es primordialmente acción, desde el nacimiento mismo de la filosofía se vinculan las virtudes con el hacer más que con el decir, esto lo vemos en los estoicos y en Aristóteles entre otros; "venid conmigo, no haremos el amor, él nos hará", Cortázar.
Imposible no mencionar a Platón el cual decía en aparentemente oscuras palabras que "el cielo mismo se mueve por amor". Platón presenta a Sócrates argumentando que el amor no podría ser bello y buscar lo bello al mismo tiempo, porque se desea aquello que no se tiene; el amor es por lo tanto un punto intermedio entre lo bello y lo feo, es el equilibrio, aquello por lo que vale la pena perder la vida, representa el verdadero camino entre lo material y lo inmaterial. Los romanos catalogaban la formación del individuo como Humanitas, los griegos como Paideia, y bajo esta misma idea trató de englobar Platón al amor como proceso formativo que nos guía hacia la inmortalidad, un camino en ascenso. Me quiero detener en este concepto para resaltar el amor por la misma filosofía, es de conocimiento de muchos lo que significa al ver su etimología: amor a la sabiduría, dos palabras claves para entender el mismo concepto de Paideia que puede ofrecernos el amor según Platón; se busca constantemente una verdad inalcanzable; aquella frase tan citada de Sócrates ejemplifica esto: sólo sé que nada sé, y es esta misma duda el proceso que pretende iniciarnos día a día en una verdad que quizás nunca llegue, pero que buscamos porque amamos.

Robert Sternberg dice que hay etapas o tipos de amor que pueden ser clasificados según distintas combinaciones, y dependiendo de ellas es probable o no que una relación perdure en el tiempo. Como pilares usa a la pasión que básicamente es el deseo; la intimidad que es el vínculo y la autorevelación mutua; y por último, el compromiso que es una promesa para el futuro, la seguridad de la continuación. Para mayor ilustración véase la siguiente figura:


"piramide"

Muchos escritores citan frases dentro de los contextos antes mencionados, Joseph Joubert, nos enseña que la razón puede advertirnos de lo que es conveniente evitar; pero sólo el corazón puede decirnos lo que es preciso hacer. El amor es un tema que toca un montón de aristas, las actividades, la familia, los amigos, la pareja, la vida misma; Francisco Varela hablaba del amor por el presente y de ese temblor en las piernas que debemos sentir todos los días ante el fenómeno, aprender a amar es una de las tareas más importantes a las que puede darse el ser humano. "Quizás llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos las energías del amor. Y ese día por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego", teilhard. En los libros podemos encontrar un eje común que trata de señalar lo que significa el amor en la vida del hombre, el amor a uno mismo como columna vertebral, ese llamado a ser el superhombre, porque lo que se hace por amor se hace más allá del bien o del mal.

Tipos de violencia


Violentamente pacifistas por José Rafael Herrera / @jrherreraucv.
Jacques Attali es un reconocido escritor contemporáneo. Forma parte de la muy distinguida nómina de intelectuales franceses nacidos en Argelia, que tanta influencia ha ejercido sobre la cultura del presente –esa cultura fraguada con el cemento de las heridas dejadas por las guerras mundiales y los perturbadores, persistentes, fantasmas de la “Guerra Fría”–, y cuyas figuras principales son, sin duda, Albert Camus y Louis Althusser. Guste o no –da lo mismo–, es una cuestión histórica. Es eso a lo que Hegel llama espíritu objetivo. De hecho, las obras de estos autores han dado cuenta de la persistente agitación de los espectros que recorren las aguas de la experiencia de la conciencia de nuestro difícil aquí y ahora. Una labor que la inteligencia no puede darse el lujo de no atender y reconocer. Marx, Nietzsche y Freud –de uno u otro modo, herederos de Hegel– siguen estando entre nosotros. Y, como muchos otros, también los pensadores “argelinos” han hecho su aporte para confirmárselo al entendimiento presente de quienes “están entrando en los mismos ríos, mientras otras aguas les sobrefluyen”.


Violentamente pacifistas

Attali publicó, en 2005, un excelente estudio sobre la vida y el pensamiento de Marx, que lleva por título: Karl Marx ou l'esprit du monde. El argumento de Attali se centra en la demostración de que, más allá de los prejuicios religiosos y de las malformaciones interesadas, la obra completa de Marx es lo más lejano a los totalitarismos militaristas, al resentimiento social y a los igualitarismos “por abajo”: “Cuando se lee su obra de cerca, se descubre que vio en qué el capitalismo constituía una liberación de las alienaciones anteriores. Se descubre que jamás lo consideró en agonía y que nunca creyó posible el ‘socialismo en un solo país’, sino que, por el contrario, hizo la apología del librecambio y de la globalización, y previó que la revolución, si llegaba, solo lo haría como la superación –y conservación– de un capitalismo universal”. Más de un ignorante o de un fanático –es lo mismo– quedaría impactado, si decidiera, con valentía y sin las muletas de la dogmática, leer estas páginas del autor argelino.


El último capítulo de este interesante ensayo de Attali se inicia con la reseña de una novela de ciencia ficción, escrita en 1952, por Bernard Wolfe, uno de los asistentes de Trotsky, que lleva por título Limbo. Nada más cercano a la realidad de verdad que la ciencia ficción, de lo cual la obra de Orwell, por ejemplo, ha dado cuenta. En dicha novela se narra la historia de un habitante de Hinterland, el cirujano Martine, especialista en estudios del cerebro. Director de un hospital militar durante la tercera guerra mundial, Martine se encuentra asqueado de tantas amputaciones que ha tenido que efectuar a innumerables heridos. En su diario íntimo, escribe, con sarcasmo, que no tendría que amputar más miembros si los hombres nacieran sin brazos y piernas, con lo cual se harían incapaces de ejercer la violencia. Al tiempo, Martine deserta y huye a una isla olvidada, habitada por una tribu que practica la lobotomía o extirpación de los lóbulos del cerebro. Finalmente, la isla es invadida por las poderosas tropas de Hinterland, formada por soldados con prótesis en sus extremidades. Martine descubre, no sin sorpresa, que su país está siendo gobernado por los “pacifistas” que predican la mutilación voluntaria para reprimir la violencia. Martine vuelve a Hinterland y ve que en las oficinas públicas su fotografía ocupa un lugar honorífico. Uno de sus antiguos colaboradores es, ahora, el líder supremo de los “pacifistas”, el “profeta” del “Mesías” desaparecido, el Doctor Martine: “El diario íntimo de Martine se había convertido en el libro sagrado de una ideología totalitaria en la que el valor de los hombres se mide en la cantidad de miembros que se hicieran amputar”. A Martine solo le queda emprender la tarea de enfrentarse contra ese Estado totalitario, a fin de hacer renacer la libertad.

Quienes sustentan el poder y, naturalmente, no están dispuestos a entregarlo, se apropian de mitos, de religiones, de concepciones filosóficas, y hasta de “teorías científicas” para, luego, manosearlas, adulterarlas, hasta transformarlas en monstruosas vulgarizaciones, en horrendas ideologías, en creencias ciegas en manos de ciegos, con el firme objetivo de perpetuarse en el statu quo, mórbida y enajenadamente. De ahí proviene toda la parafernalia de “comandante eterno”, del “inmortal”, del “hijo de Bolívar”, etc. Pero, por eso mismo, tienen la necesidad de censurar, de someter la crítica y la protesta, de intervenir y apropiarse de los medios de comunicación, ejerciendo el control total de los llamados “aparatos ideológicos”, en todos sus niveles. Y por eso, además, utilizan los recursos del Estado en la organización férrea de toda una estructura represiva, militar, paramilitar, policial y hamponil, con el propósito de extirpar cualquier intento de liberación política y social. Y todo ello en nombre de la paz, nada menos que de la paz, la misma paz tan promovida por el proselitismo del antiguo colaborador de Martine. La paz entendida como sumisión, como “silencio de inocentes”, como miedo. Es la violencia de semejantes “pacifistas”.

Con esa “paz” amenazan, si llegasen a perder lo que ya tienen perdido. Esta vez, y sin bochinche, la decisión de las mayorías no tiene vuelta atrás. Y es que tanta humillación, tanto dolor, tanto sometimiento, han puesto en evidencia que la camarilla tiene los días contados, y que hasta sus antiguos correligionarios están dispuestos a renunciar a una “vida en pena” que nadie merece. Pasan los días y crece la decisión de ponerle coto a la injusticia, al reino del hampa, del asesinato y el secuestro; al despilfarro; a la corrupción y al narcotráfico; al autoritarismo militarista; a la ineficiencia, a los “cortes” eléctricos, al aumento desproporcionado de los precios, a la acelerada devaluación de la moneda, a la escasez de alimentos y medicinas; a las colas: esas “felicísimas” colas que abundan para comprar –cuando se consigue–, las mismas que ha ordenado hacer el ilustre “heredero” del “inmortal” timonel.

El “ya basta” de la voluntad general ha terminado por acelerar el fin del imperio de la mentira y la trampa. Es probable que, cerca de las colas de todos los días, se encuentre Martine, promoviendo la lucha por conquistar la libertad, la justicia y la auténtica paz. Marx mismo tendrá una sonrisa tras su densa barba. Las sociedades que no son capaces de producir riqueza –dirá, literalmente– solo merecen llevar el nombre de “idiotismo pueblerino”. No hay vuelta atrás. Solo nos queda reconocernos y respetarnos, en una etapa nueva de la historia para la justicia, el trabajo productivo, la prosperidad y la cultura de paz.