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Hegel y la transformación del arte en la modernidad.

Arte en estética de Hegel


Hegel reflexiona sobre cómo el arte ha dejado de ser la principal fuente de satisfacción espiritual que una vez fue, debido en parte a la intensificación de la vida reflexiva y la intelectualización de la sociedad. Se discute la idea de que, en el mundo moderno, dominado por la razón y la ciencia, el arte ya no cumple con su "destino supremo" de manera directa, sino que se ha convertido en objeto de estudio y reflexión crítica. 

El arte actual invita a la contemplación reflexiva, no a crear más arte sino a entenderlo científicamente, Hegel muestra un cambio sobre cómo se interactúa con las obras de arte en la época moderna. Argumenta que, aunque el arte parece oponerse al pensamiento conceptual, realmente es un campo donde el espíritu puede comprenderse a sí mismo, incluso en su alienación sensible. Este ensayo es un examen filosófico sobre la necesidad de considerar el arte no solo desde la emoción o la belleza, sino también desde la ciencia y la necesidad lógica, sugiriendo que, a pesar de las objeciones, el arte sí puede y debe ser objeto de estudio científico para comprender plenamente como es el ser humano.

El arte, en esta lectura de Hegel, es una de las formas en que el espíritu, es decir, el conocimiento posible sobre nosotros mismos, se hace accesible, se hace descriptible para la conciencia, permitiendo un diálogo entre lo particular (la obra de arte) y lo universal (el espíritu).


Lectura de Hegel en lecciones de Estética 


Sin entrar en la verdad de todo esto, lo cierto es que el arte ya no otorga aquella satisfacción de las necesidades espirituales que tiempos y pueblos anteriores buscaron y sólo encontraron en él, una satisfacción que por lo menos la religión unía íntimamente con el arte. Los bellos días del arte griego, lo mismo que la época áurea del tardío medievo, pertenecen ya al pasado. 

La formación reflexiva de nuestra vida actual nos ha impuesto la necesidad de que tanto el querer como el juzgar retengan puntos de vista generales y regulen lo particular de acuerdo con ellos, de modo que tienen validez y rigen principalmente las formas, las leyes, los deberes, los derechos, las máximas generales como razón de nuestras determinaciones. En cambio, para el interés artístico y la producción de obras de arte exigimos en general un acto vital donde lo general no esté dado como ley y máxima, sino que opere como idéntico con el ánimo y la sensación, lo mismo que en la fantasía lo universal y racional está contenido como puesto en unidad con la concreta aparición sensible. Por eso, la situación general de nuestro presente no es propicia al arte. 

Incluso el artista de oficio, por una parte, se ve inducido e inficionado por su entorno reflexivo, por la costumbre generalizada de la reflexión y del juicio artísticos, que le mueven a poner en sus trabajos más pensamientos que en tiempos anteriores; y, por otra parte, a causa de su formación mental, se encuentra en medio de ese mundo reflexivo y de sus circunstancias, por lo cual su voluntad y decisión no están en condiciones de abstraer de esto, no son capaces de proporcionarse una educación especial, o de alejarse de las circunstancias de la vida, construyéndose una soledad artificial que sustituya la perdida. Bajo todos estos aspectos el arte, por lo que se refiere a su destino supremo, es y permanece para nosotros un mundo pasado. Con ello, también ha perdido para nosotros la auténtica verdad y vitalidad. 

Si antes afirmaba su necesidad en la realidad y ocupaba el lugar supremo de la misma, ahora se ha desplazado más bien a nuestra representación. Lo que ahora despierta en nosotros la obra de arte es el disfrute inmediato y a la vez nuestro juicio, por cuanto corremos a estudiar el contenido, los medios de representación de la obra de arte y la adecuación o inadecuación entre estos dos polos. Por eso, el arte como ciencia es más necesario en nuestro tiempo que cuando el arte como tal producía ya una satisfacción plena. El arte nos invita a la contemplación reflexiva, pero no con el fin de producir nuevamente arte, sino para conocer científicamente lo que es el arte. Y si queremos seguir esta invitación, nos encontramos con la objeción mencionada de que si el arte puede ofrecer un objeto adecuado para personas dadas a la reflexión filosófica, no lo ofrece propiamente para una sistemática consideración científica. Subyace aquí, sin embargo, la falsa representación de que una consideración filosófica puede carecer de carácter científico. Sobre este punto digamos con toda brevedad que, sin entrar en las ideas de otros sobre la filosofía y el filosofar, yo considero esta actividad como inseparable de la ciencia. 

En efecto, la filosofía ha de considerar sus objetos bajo el aspecto de la necesidad, no sólo ha de considerarlos según la necesidad subjetiva, o sea, según una ordenación o clasificación hecha desde fuera, sino que debe desarrollar y demostrar también aquella necesidad inherente a la propia naturaleza intrínseca del objeto. Por primera vez esta explicación constituye el carácter científico de un estudio. Ahora bien, la necesidad de un objeto como tal consiste esencialmente en su naturaleza lógico-metafísica. Por eso, en un estudio aislado del arte no puede menos de palidecer el rigor científico, pues aquél, sea por razón del contenido mismo, sea por razón de su material y sus elementos, tiene muchos presupuestos por los que roza lo casual. De ahí que, en el arte, la forma de la necesidad deba buscarse en los rasgos esenciales del desarrollo interno de su contenido y de sus formas de expresión. 

Respondamos ahora a los que objetan que las obras del arte bello se sustraen a la consideración científica porque deben su origen a una fantasía y un ánimo sin reglas; por lo cual, siendo incalculables en su número y forma, sólo actúan sobre la sensación y la imaginación. A primera vista, estos reparos no carecen de peso todavía en la actualidad. De hecho, la belleza artística aparece en una forma explícitamente opuesta al pensamiento, hasta tal punto que éste, para actuar a su manera, se ve forzado a destruirla. Esta idea se relaciona con la opinión de que lo real en general, la vida de la naturaleza y del espíritu, se pierde y muere en manos del concepto, de modo que, en lugar de acercarse a nosotros por el pensamiento conceptual, lo que hace es alejarse, por lo cual el hombre, cuando se sirve del pensamiento como medio para comprender lo real, más bien echa a perder este fin. No es necesario en este lugar hablar del tema exhaustivamente. Indicaremos tan sólo el punto de vista desde el cual habría de eliminarse esa dificultad, o imposibilidad, o ineptitud. 

Hemos de conceder por lo menos que el espíritu está capacitado para tener una conciencia y, por cierto, una conciencia intelectual, acerca de sí mismo y de todo lo que brota de él. Pues precisamente el pensamiento constituye la naturaleza más íntima y esencial del espíritu. En esa conciencia intelectual de sí mismo y de sus productos, prescindiendo del grado de libertad y arbitrariedad que se dé en ello, si el espíritu está verdaderamente presente allí, se comporta con su naturaleza esencial. Ahora bien, el arte y sus obras, como nacidos del espíritu y engendrados por él, son en sí mismos de naturaleza espiritual, aun cuando su representación asuma la apariencia de la sensibilidad y haga que el espíritu penetre en lo sensible. En este sentido, el arte se halla más cerca del espíritu y su pensamiento que la mera naturaleza carente de espiritualidad. En los productos artísticos el espíritu tiene que habérselas con lo suyo. Y por más que las obras de arte no sean pensamiento y concepto, sino un desarrollo desde sí, una alienación hacia lo sensible, sin embargo, el poder del espíritu pensante está en que, no sólo se aprehende a sí mismo en su forma peculiar como pensamiento, sino que, además, se reconoce a sí mismo en su exteriorización a través de la sensación y de la sensibilidad, se comprende en lo otro de sí mismo, en cuanto transforma en pensamiento lo alienado y con ello lo conduce de nuevo hacia sí. En esta ocupación con lo otro de sí, el espíritu pensante no es infiel a sí mismo, como si se olvidara o gastara, ni es tan impotente que no pueda comprender lo distinto de él, sino que se comprende a sí mismo y su contrario. Pues el espíritu es lo general, que se conserva en sus momentos particulares, que se abarca a sí mismo y lo otro, y en esa forma es el poder y la actividad de superar de nuevo la alienación, hacia la cual está en movimiento. Así, la obra de arte, en la que se aliena el pensamiento, pertenece también al ámbito del pensamiento conceptual; y el espíritu, en cuanto la somete a la consideración científica, no hace sino satisfacer en ella su naturaleza más íntima. En efecto, porque el pensamiento es su esencia y concepto, a la postre sólo queda satisfecho cuando penetra intelectualmente todos los productos de su actividad y así los hace verdaderamente suyos. Y el arte, según veremos con mayor detención, lejos de ser la forma suprema del espíritu, por primera vez en la ciencia alcanza su auténtica legitimación. Asimismo, el arte no escapa a la consideración filosófica por causa de una arbitrariedad sin reglas. Pues, como acabamos de indicar, su verdadera tarea es hacer conscientes los intereses supremos del espíritu. 

De aquí se deduce inmediatamente, en lo tocante al contenido, que el arte bello no puede divagar en una salvaje fantasía sin fondo, ya que los mencionados intereses espirituales la someten a determinados puntos de apoyo firmes para su contenido, aunque sus formas y configuraciones sean muy variadas e inagotables. Otro tanto puede decirse de las formas mismas. Tampoco ellas están entregadas a la mera casualidad. No toda forma es capaz de ser expresión y representación de dichos intereses, de recibirlos en sí y de reproducirlos, sino que un contenido concreto determina también la forma adecuada a él. En este sentido, estamos también en condiciones de orientarnos intelectualmente en medio de la masa en apariencia inabarcable de las obras de arte y de sus formas. Así hemos indicado y visto en primer lugar el contenido de nuestra ciencia, aquel contenido al que nos queremos limitar. Hemos puesto de manifiesto cómo el arte bello no es indigno de una consideración filosófica, y cómo, por otra parte, la consideración filosófica no es incapaz de conocer la esencia del arte bello.

¿Conviene expresarse?

 




Ir de corazón hacia la naturaleza en toda su singularidad y caminar con ella laboriosa y confiadamente, sin tener otros pensamientos que cómo penetrar mejor en su comprensión, y recordar siempre su instrucción, sin rechazar nada, creyendo que todas las cosas son buenas y justas y regocijándose siempre en la verdad. Entonces cuando sus memorias estén almacenadas y su imaginación alimentada y sus manos firmes, déjala que te lleve al escarlata y al oro, da reinos a su fantasía y muestra para qué fueron hechas nuestras manos. 

Jhon Ruskin. 

Es necesario reconocer que a dios mismo no le interesaría nuestro arte, ni el más bello. No habría otro interés en este caso que el que tiene un padre por sus hijos. Ética hereditaria, altruismo genético, gen egoísta (Adela Cortina). La comunicación sería totalmente asimétrica y directa, por potencia, aunque bajo nuestros términos, lo cual ha sido profundamente sospechoso para los críticos de una revelación. Hay otro tipo de comunicación, subjetiva, que relatan libros ecuménicos, representa cierta conexión con algo que trasciende la belleza artística, sus convenciones, no puede ser relatada, aunque lo intenta. Lo que es por naturaleza, no tiene que bajar o ascender (Tomás de Aquino), ya está y eso es todo, abre pupilas, destapa oídos, luego desaparece. En este sentido cualquier libro sagrado, teleológicamente, es muy humano, hasta los abismos de la santidad. La santidad es abismal como dios mismo, no se puede concebir a un dios siempre arriba, hay un dios en las sombras, hay un dios en los vicios, aunque no sea parte de ellos, sino éstos partes de aquél.


Cuando hablamos de humanidad, hablamos de una forma en la que imaginariamente se planteó una esencia, la que, al parecer, sólo es capaz de revelar el arte, sea lo que sea que esto signifique. El arte tiene la libertad de definir nuestra humanidad. La esencia de lo humano pende sobre los hombros de Atlas, que fue condenado a sostener los cielos por su propia voluntad para terminar mirando la cara de la gorgona Medusa, transformándose así en la cadena montañosa homónima al norte de África. Esto lo dicen los mitos, lo dice el arte, en combinación con cierto residuo de hechos que son los que lo materializan ante un receptor nunca objetivo. Los muertos son los fieles a nuestra esencia, y sobre ellos las piedras, el resto es temor a un potencial, a hombros cansados de por vida. La potencia está íntimamente ligada a una línea fina que separa lo que los hombres llamaron bueno. 

Como espectadores estamos totalmente influenciados por lo que el artista se anima a mostrar, por lo que el artista se anima refrescar, por la voluntad del artista, que un día cualquiera deja de callar. La filosofía del arte no debería importarle mucho al artista, este realiza su pasión en un ámbito entre veces, muy distinto a lo técnico. La razón para ejecutar es encontrarse reflejado en un símbolo desnivelado consigo, y por ello nunca terminado. La vida del artista es infeliz, comienza una labor para encontrarse, y termina perdiéndose a sí mismo. Hay algo indestructible en él, a lo que nunca puede llegar. 

El arte de masas es una muestra de lo que el crítico puede analizar, por esto, allá donde el individuo menos tiene en común con el resto, encuentra un gusto estético propio, con muy pocos que entiendan su desarrollo. El arte se ha metido en diversas formas de observar la vida, incluso en la que se cree, por antonomasia, la verdad ultima para los poderosos: la Guerra (Sun Tzu). A pesar de que en muchos sentidos el arte “nos aparte de la realidad” (mundo de las ideas), en otros cuantos termina por ser una herramienta útil de batalla si se le logra acoplar con “la mayor de las necesidades”. El arte pasa a tomar de un nivel activo en la estética, un nivel pasivo en lo beligerante. Esto es peligroso. Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad. Para mí es la soledad infinita (Albert Camus). El libro del “Arte de la Guerra” significaba en último término que la guerra es mental, si los hombres pueden inventar la guerra, también pueden y deben inventar la paz. 

Entender el arte es comprender la sociedad de la que se surgió (Marx), hacer arte es entenderse a uno mismo. Esto no quiere decir que hacer arte debe ser un ejercicio en donde no se busque más cómplices que el yo propio, lo que es una definición, pero también es arte aquello que comenzó por hacerse individualmente mientras el resto de la tribu se iba uniendo a una buena idea. Arte es captar las necesidades de los demás, arte es hacerles ver lo que sabían, pero no conocían. Arte es una unión y su antónimo. No es una definición prefigurada, generalmente rompe estos esquemas y crea otros, al definirle sólo se le añaden nuevas aristas, nada le resta. Es una posición ante la incomodidad o desde ella. Es un actuar sin herramientas, o con las pocas que quedan. 

El arte como no, como forma de manifestación religiosa, entró en la política. Para Platón, el arte como imitación no era bueno para la gente (¿y para el artista?), dado que alteraba la moral, por ser una copia de la realidad. Aunque el arte terminara en nuestros tiempos, por pertenecernos a todos como estrato liviano, sin mucho peso, bajo en calorías. Sin hombros cansados, ni pilares esenciales, descansado sobre rocas muertas, montañas elevadas de la tierra interactuando con el viento. Se entiende entonces que hace décadas el arte cueste millones de dólares, el humano paga más por aquello que no le pertenece. La propiedad es un robo (Proudhon). En este siglo el arte es la propiedad privada, el medio de producción y de explotación.

Estremecedoramente los humanos han tratado de inmortalizarse, como género, como raza, como secta, como escuela, como corriente, como clase social, como un todo. Aprender de uno mismo es aprender de un tonto (Sir Joshua Reynolds). Es el romanticismo lo que trajo la diferencia entre lo bello y lo sublime. Lo bello es impuesto, es una congregación; permanece como un gusto cultural terriblemente marcado desde que nacemos. ¿El destino? El destino es una forma cultural. Lo sublime se presenta como religioso, la visión de Pablo, aunque no liberada hasta el iluminismo. El arte tiene mucho del ego y la sabiduría que a través de él extraemos. Quiere terminar por contar algo muy personal, una destreza, una genialidad, una incapacidad, un poderío; es una manera de exponerse para bien o para mal. 


¿La máquina tiene ego? De esta pregunta depende qué tan bien se puede hacer arte desde un dispositivo que como humanidad creáramos. Puede que continúe con este legado: el identificarse como una ilustración que, por azares de la vida, sobrevivió (Walter Benjamin), al igual que las personas. En algún momento de la historia necesitábamos este corazón. ¿habrá otros corazones por descubrir? Es una pregunta temible. Lo importante es reconocer la alta probabilidad de que lo que alguna vez se trató de decir nunca se dirá; serán otras las interpretaciones, prestarán un servicio, servirán para otras cosas; la máquina será la gorgona que nos paralice.      

Bertort Brecht dedujo que el teatro debe ejercer sus fantasías usando todas las fuerzas que tenga disponibles para crear la realidad a martillazos (teatro épico), como quien forja con las herramientas que tiene para seguir ayudando a quienes estime conveniente. Esto les ha dado fuerza a muchos bandos (Theodor Adorno). Como buena trinchera ególatra, crear obras artísticas es una fuente de resistencia (Gramsci). Lo imaginario es el arma de este siglo. El arte es una forma de memoria, es un recurso recurrente de la historia. La mayor de nuestras verdades se reduce a cualquier instante. No ha nacido ningún artista, en el peor de los casos ha nacido el mejor de nuestros críticos.

El Fenómeno Kitsch: Desde la Revolución Industrial hasta la Era Digital


La cultura kitsch desde la revolución industrial hasta la era digital


Introducción

El concepto de kitsch, tal como lo describe Clement Greenberg, surge en el contexto de la revolución industrial, una época de transformaciones profundas donde la urbanización y la alfabetización universal dieron paso a una nueva clase social: los proletarios y pequeños burgueses. Esta masa, aunque ahora letrada, se encontraba alienada de la cultura "alta" o "verdadera", encontrando en el kitsch una forma de entretenimiento accesible y poco demandante. Este artículo explorará el origen, desarrollo, problemas actuales y posibles soluciones relacionadas con el kitsch, un fenómeno que no solo ha persistido, sino que se ha expandido en la cultura contemporánea.

Orígenes del Kitsch

El término "kitsch" se asocia con la idea de recoger basura de la calle para hacer algo nuevo, una metáfora adecuada para su esencia: tomar elementos de la cultura alta y transformarlos en productos de consumo masivo, desprovistos de su profundidad original. La revolución industrial no solo mecanizó la producción de bienes, sino también la de la cultura, llevando a la creación de un arte que no requería reflexión, solo consumo.

Kitsch y la Sociedad de Masas

La proliferación del kitsch está intrínsecamente ligada al aburrimiento y la búsqueda de distracciones de las masas urbanas. Estas, sin el tiempo ni los recursos para dedicarse al arte verdadero, encontraron en el kitsch una satisfacción inmediata y sin esfuerzo. Este arte, según Greenberg, es superficial, fácil de entender y está diseñado para complacer sin desafiar intelectualmente al espectador.

Problemas Actuales del Kitsch

  1. Dilución Cultural: El kitsch diluye la calidad y la integridad del arte verdadero. Al imitar y masificar, reduce la experiencia estética a mera decoración o entretenimiento, despojándola de su valor crítico y reflexivo.

  2. Saturación de Mercado: En la era digital, el kitsch se ha multiplicado exponencialmente. Las redes sociales y las plataformas de streaming son campos fértiles para su distribución, creando un ruido cultural donde lo genuino y lo superficial se confunden.
  3. Desconexión Emocional: Aunque el kitsch busca agradar, su superficialidad puede llevar a una desconexión emocional. Las obras kitsch rara vez provocan una resonancia profunda, limitándose a una reacción momentánea de agrado.
  4. Educación y Sensibilidad Artística: La omnipresencia del kitsch puede afectar la capacidad de apreciación artística, educando a las nuevas generaciones en una estética de lo inmediato y lo fácil, en detrimento de la apreciación de la complejidad y la profundidad.

Soluciones Propuestas

  1. Educación Artística: Fomentar una educación que no solo enseñe a crear arte, sino también a apreciarlo críticamente. Programas que expliquen la diferencia entre arte y kitsch podrían desarrollar una sensibilidad más refinada en el público.
  2. Promoción del Arte Auténtico: Incentivar la creación y el consumo de arte que desafíe, provoque y refleje la condición humana. Esto puede incluir políticas culturales que apoyen a artistas y espacios que no se rindan ante la lógica del kitsch.
  3. Conciencia del Consumo Cultural: Promover una cultura de consumo consciente donde el público cuestione lo que consume, buscando no solo entretenimiento, sino también enriquecimiento cultural y personal.
  4. Integración del Kitsch en el Arte: Algunos artistas han comenzado a usar el kitsch de manera irónica o crítica, integrándolo en sus obras para comentar sobre la sociedad de consumo. Esta práctica puede transformar el kitsch de un problema a una herramienta de crítica cultural.

Conclusión

El kitsch, desde su nacimiento en la era industrial hasta su omnipresencia en la actualidad, refleja una tensión constante entre la accesibilidad cultural y la profundidad artística. Aunque ofrece una forma de arte accesible y a menudo placentera, su predominio plantea desafíos significativos para la apreciación y producción de arte genuino. La solución no reside en la erradicación del kitsch, sino en una educación y promoción cultural que equilibre su presencia, permitiendo que el arte verdadero florezca y sea apreciado por su valor intrínseco, más allá de la mera satisfacción inmediata.

Lo calculado del arte

 




Como desarrollo dialectico, en el arte, las cosas se someten al sujeto y a la sustancia. El sujeto al principio es uno (artista), una especie de dios que siente, que cree, que desea, que se involucra con su obra, que se conecta con su esencia para formar lo que él quiere que sea sustancia; mas, empíricamente, jamás se sabrá si se crea una sustancia realmente, o cuál es la sustancia que permanece de la obra, cuál muere, cuál jamás existió. 


¿Parte la obra desde otra sustancia? ¿O quizás sea la conexión de una esencia con una sustancia? Solamente en el caso de Dios, y por definición, se puede hablar de una conexión de sustancia con sustancia, es decir, hablar de conexión sería una pérdida de tiempo. ¿En qué medida analizar esto no es una pérdida de tiempo en el humano? En la medida en que nos separa de lo divino. 


¿Tan separado está el artista de la naturaleza, de la belleza, de lo sublime? Si su obra no llena ese vacío, esa necesidad no de ser dios (ni Satán), sino de encontrar lo sublime, la vida del artista es vana; una vida sin sustancia, creo, es una historia muy triste en la dialéctica creador-espectador. Luego, es el arte una forma de conexión no ya del que crea solamente, sino que interconecta a los posibles admiradores de las obras con dos posibles; todos los demás seres, subjetivos también, que tratan de entender cómo se manifestó dicha conexión, o desde dónde y en qué medida se está desconectado de estas realidades que parecieran llegar a la subjetividad, parecen advertir que es algo que siempre estuvo ahí. El arte, como la ciencia, solamente pueden existir a través de lo que tenemos en común, aunque, a diferencia de la ciencia, el arte usa un lenguaje que trasciende lo que se puede simbolizar, o que se explica mejor a través del no lenguaje. Suponemos que el arte tiende a lo eterno, y así pareciera serlo, pero sólo depende de lo eterno en cuanto al presente (Benjamin), pensar todo lo demás no tiene sentido.


Pero, ¿Qué es lo que intenta comunicarse, la sustancia o el sujeto? Atendiendo a que nosotros mismos, inmiscuidos en el lenguaje, no venimos a ser más que objetos, lo artístico nos salva; otra de las importancias del arte, es que cartografía el mar del sujeto y no el del objeto; analizar el arte es analizar los motivos del porqué seguimos siendo individuos libres, subjetivos, de valor, y no meramente objetos destinados a ser aparatos con voz, pero sin voz, con voto, pero sin voto. El arte es, por tanto, la santificación más correcta de lo pagano.


Descubre tu valor y escóndelo. Un tesoro merece eso, esconderse, y brillar de vez en cuando en los momentos en que la tierra seca necesite lluvia. Nadie quiere subjetividad por siempre, aunque ella sea la esencia del valor humano.


Si bien Hegel mantuvo su apego por el romanticismo al hablar de espíritu absoluto, su racionalismo no quedo atrás. Su famosa frase: “No importa que tan excelentemente pintados estén el Cristo o la Virgen, o que tan exquisitamente hayan sido esculpidos los dioses griegos. ¡Ya no nos arrodillaremos más!”, representa su radicalización y las razones por las que pensadores como Marx le comenzaran a seguir. Pero detrás de esta irreverencia, la cita invita a una introspección, al reconocimiento de que el espíritu absoluto no simplemente esta ahí afuera; dentro de nosotros hay una sustancia, que desconocemos, pero que permanece. Esto pareciera ser una forma de abolir el arte, ya que el arte lo vemos siempre desde algún otro, hay cosas que ningún lenguaje puede comunicar sin un otro, hay poco subjetivismo que descubrir sin un Otro. La intención no es descubrir el subjetivismo de los demás de manera directa, lo cual sería imposible; de manera indirecta, incluso, a través de los objetos, se podría ver el subjetivismo del mismísimo Dios. Como Hegel lo diría, el arte depende de su tiempo, no se puede hablar de arte llanamente, sino de historicismo; el arte, como noción metafísica, necesita dividirse para comprenderse. Una ciencia más desde el estudio, un silencio para el que admira, un grito para el artista.


Y el arte se industrializó (sin ánimos de juzgar si esto está bien o mal), a la vez que se destruyó la idea que el arte era irreproducible (¿lo es?). Las nociones del arte se pierden con la evolución humana, o cómo la humanidad, al hacerse aún más objeto, luchan por seguir subjetivatizándose. A pesar de las fuerzas adversas, de la mano invisible, de la burocracia, de los horrores de la técnica, de la fabricación en serie, algo salvaje o muy humano pareciera no morir. Lo maravilloso es que esto sería indemostrable sin la presencia del arte.


El marketing a tratado de hacerse Sustancia para encontrar el lugar común que acoja a la mayor cantidad de personas según edad, sexo, actividades y características, cada vez más especificas para el especifico consumo. Caracterizarnos es una obra de mercado. Tener cara de que nos gusta tal cosa, tal música, tal arte, es la concreción de una lógica que nació mucho antes de Altamira. La reproducción en serie de “obras de arte” involucra la reproducción en serie de su público. No debemos encontrar nada subjetivo que no sea controlado, nada espiritual ni carnal que ya no esté en boca de todos. "La sustancia" se reinventa, deja por definición de ser sustancia, pero se vende como sustancia. 


El mercado amenaza con cosas que creemos sustancia, pero que no conocemos del todo ni siquiera cómo es su verdadera esencia: la Muerte, la Felicidad, el Terrorismo, son sustanciales para llevar desde ahí al camino pavimentado de las ortopedias impuestas. Estar lisiado es la condición del hombre del siglo XXI. Ya lejos de la definición de Nietzsche del hombre de su tiempo (Rio), y del superhombre (Océano), se trata de hacer al individuo una re-presa, res-presa. Temen a la fluidez de las aguas de nuestro espíritu porque ellas pueden conectar con lo que no pueden definir, reconectar con lo sublime y encontrar el camino de su propia naturaleza hacia la sustancia, desde la esencia.


La sustancia no cede ante la repetición, aunque sea la repetición la pista para encontrar la sustancia. Todo el industrialismo del mundo y la fabricación en serie han cedido a la idea de que pueden existir dos cosas iguales; pero iguales ¿en qué sentido? ¿Desde su tiempo? Las personas que las realizan, las maquinas, la logística, los materiales, el diseño, han cambiado, y Hegel, que tomaba el arte como una forma de ver la historia, vería hoy en día al producto aún más historicista que ningún otro. Es la historia del producto un historicismo, es la historia del consumidor un historicismo, al igual que lo son la historia de la estética y del espectador. Aunque la sustancia tras el arte, aquello de lo que no podemos hablar, sea eterna.


¿Es este un argumento para decir que el producto es arte? Claramente no. El producto es una farsa, el arte es verdadero, aunque no quiere decir que el producto no sea útil o que el arte sea inútil, como intentando contrapesar las cosas desde la limitada lógica de lo conveniente. El producto es una farsa porque rellena una necesidad que puede ser llenada por otra cosa, ya sea por su copia o por algún sustituto complementario; al igual que el servicio, al igual que el consumidor. El estadio del espejo permanece durante toda nuestra vida a través de una pantalla.

 Las empresas se desmoronaran si ven demasiado al abismo. 


La razón instrumental plantea lo dual. La dialéctica, convenientemente, relata estos hechos. Por ello Hegel es un unificador de estas dos fuerzas, el mito romántico de la belleza y la estrategia fría de la técnica. Es su propio espíritu el que intenta relatar el Espíritu, pero solamente explica el estado de las cosas de su tiempo, de lo que entendió del pasado, y lo que entendería del futuro. 

Qué lucido fue Goethe cuando dijo: "Quien posee ciencia y arte, tiene también religión; y quien no posee aquellos dos, ¡Pues que tenga religión!"

Desde el Hecho y el Deshecho

 


"Escaparé, de eso no hay dudas", dijo la voluntad, tratando de volcarse en la realidad. Todo tipo de voluntad, nace de esta moldadura. El tiempo de los que buscan está llegando a su culminación, es un asunto de viejos (eugenesia). Un día de documentación es dominante en este prodigio, las cosas se extienden desde los inicios por el colapso inmediato de lo que nunca pudo ser, es por ello que en el no ser es de donde nace nuestra propia supervivencia, quizás, incluso nuestra suerte. El mundo es extraño, no cabe duda, es sagrado y vasto, por ello nadie puede dominarle (Tao). Quizás los gritos de nuestro propio poderío sean los gritos desesperados de nuestra debilidad. Los secretos de los gobiernos políticos actuales son que nacen por convicción, desde el no ser; estar ahí solamente, hacer acto de presencia. Pero, ¿por qué amamos tanto la realidad? ¿Seremos acaso esa pizarra rasa que pronunció Locke? ¿Es el cuerpo más importante que el alma en estos sentidos?... al parecer, alimentamos el alma con arte y comenzamos a ser humanos (usando nuestro cuerpo). Trataré de explicarlo. 


Sin mucho que intervenir las cosas del alma como las del cuerpo se van dando solas, pero es esta “conciencia”, que definió Hume, la que muestra "el verdadero valor" de las cosas; quizás, es ella misma la que debería otorgarse este "verdadero valor". Aunque, ¿sobre cuál de estos dos polos estoy cuando digo esto?


Francis Crick creía que  la conciencia era una interacción, si es así, no habría que ubicarse en ella geográficamente, sino como una vibración. ¿Y si queremos llamarle oscilación? Dependerá de tanto. De todas maneras, esta impresión podría ser solamente el lado visible de la luna. Su lado oscuro (Freud), es aún un mayor misterio. Su naturaleza dual o mono-ubicacional, es un verdadero enigma. Plantear un tercer escenario seria aún peor, para cualquiera de ambas partes (de la luna, incluso de la conciencia), hasta extrapolarnos a la conciencia de la conciencia, lo que crearía un verdadero caos (Analíticos). Lo milagroso es que en este caos podamos pensar, o creer que pensamos, creer y tener conciencia (Descartes). Es este el suceso y no otro, por ello la importancia, aunque se le critiquen tantas cosas, de La Ciencia, pero también, de La Ética, de La Libertad. Sus vitales hermanas. 


Se están creando castillos enormes sobre las sombras de la nada, pero una nada que estará donde se haya posicionado. Esto es la esencia de lo natural. Y encontrar la esencia de lo natural, quizás sea lo único que tiene sentido. Quizás, el arte sea una de estas esencias. Encontrar una esencia nos humaniza. Porque lo natural no es siempre corpóreo, sino que también, y esto es clave, espiritual. Los indígenas hablaron bastante de estos asuntos. Los Navajos, Los Cheroquis, Los Inuit, Los Mapuches, Los Yanomami, Los Quechua, Los Sami, Los Dogon, Los Yoruba, o los Aborígenes Australianos, entre otros, han contribuido a la búsqueda de respuestas a estas preguntas, y por lo menos, heredarnos tierras fértiles donde trabajar para comenzar a modernizar nuestros conceptos. Han creído en fuerzas como la lluvia, el viento, el sol, la luna; costumbres tribales que son tan importantes de analizar en estos asuntos, como lo son las grandes religiones del centro del mundo. La Pachamama ubica a la conciencia desde aristas religiosas profundas... si no está el hombre que debe tener fe, estará la mujer, que la tiene. Ostentan una tradición, como la ciencia, pero que respetan hace muchísimos más siglos que nosotros. Deben tener que ver con la religión, porque de ser necesario, se debe dar la vida por estas creencias lógico tribales, mas no la conciencia. Cosa curiosa, porque, lo cual supongo, no lo hace desde ninguna ambivalencia filosófica hasta ahora expuesta, sino desde ambas inmediatamente. Esto trasciende a las anteriores interrogantes de facto, al proponer a la conciencia como fundamento de todo, pero ya no desde si misma, si no desde otra simbiosis. Un cuadro ya no refractal de la realidad, sino fractal, que presenta otra dicotomía como anunciando que estamos amarrados a la especulación, al nacimiento del infinito y de lo finito, sin saber a ciencia cierta cual de ellos es, ni porqué parecieran encontrarse en cada lugar al que van (hermetismo).


Hoy en día creo está naciendo una nueva habilidad, la habilidad de la conciencia. El hombre de hoy debe ser tan hábil en estas artes como los primeros indígenas para proponer nuevas soluciones a la humanidad, desde lo corpóreo y lo espiritual; produciendo así nuevas interrogantes acerca de nuestra naturaleza, sólo por hablar de nosotros. El tiempo dirá si debemos seguirle o huir de ella, sin saber exactamente si estamos haciendo justo lo contrario, el lenguaje no sirve en este caso. El mundo es más vasto que esto, no podemos dominarle; puede que por ello Marco Aurelio elegiría, siendo el dueño del "mundo conocido", la filosofía; más específicamente el estoicismo, más específicamente, el "Contente y Abstente". Como posicionándose donde debe ir el verdadero monarca, el verdadero emperador, el verdadero ser humano. Buscar no nos dio la humanidad, nos dio el salvajismo.  Ambos nos dieron la vida.


¿Qué pasa después de la caja Brillo?



Después de un tiempo de letargo y sensación de nostalgia por no publicar, vuelvo al papel. Os presento una propuesta/tesis, cuando menos personal, divertida y original, que ya me lleva tiempo comiendo la cabeza. Hablaremos de la “Brillo box” de Andy Warhol como representación del fin del arte en Hegel. Por si fuera poco, repito, por si fuera poco, también estoy interesada en relacionar los 3 momentos de la historia del arte en Hegel con los 3 momentos de evolución de la persona escrito por Nietzsche en “Así habló Zaratustra”.
Pero tranquilo todo el mundo, ¡Que no os salten las alarmas de la densidad filosófica! Como siempre mi prisma y mi reto es divulgar de forma que no os acabe dando un parraque cerebral. Aquí estamos para pasarlo bien y si se puede analizar críticamente algo, ¡Eso que nos llevamos a la tumba!


¡Pasajeras empezamos el viaje! Comenzamos por el germen de este inusual artículo: La Brillo Box (producto de súper: cajas con esponjas para lavar la vajilla). En 1964 Warhol presenta por primera vez las Brillo Box como obras de arte. Las cajas representan objetos cotidianos que plantean estas cuestiones la mar de interesantes, entre otras:

- ¿Cuándo un ente cotidiano pasa a ser elevado a la categoría de obra artística?
- ¿El concepto de autoría y artista van de la mano?
- ¿Cuál es la realidad del arte y el arte en sí mismo?

Para retozar cómodamente todo el rato que queramos en torno a estas preguntas e intentar dar nuestras propias respuestas bajo nuestro espíritu valorativo, hemos de saber que Warhol no presenta las cajas Brillo en bruto, sino que presenta una caja diferente a la del súper con un logo hecho por James Harvey. Ahora el arte se libera ya que todo es susceptible a serlo. La narrativa subyacente es susceptible a ser un caleidoscopio postmoderno.
¡Vamos que te peta la puta cabeza!

En mi humilde opinión las cajas Brillo fueron creadas en un momento clave y colaboraron con el cambio de paradigma artístico, fueron de la mano con el fin del modernismo dejando espacio para el postmodernismo o a una era post histórica en lo que a historia del arte hegeliana se refiere.


Para entender bien el fin del arte en Hegel daré 4 brochazos del sistema hegeliano, a modo de contextualización, pero que nadie se altere que todo sigue la misma línea divulgativa con destellos petardos.

Vamos a empezar como se suele hacer por el principio, en un inicio nos topamos, dice Hegel,  con un arte simbólico, donde el elemento sensible se superpone al material. Corresponde a las primeras propuestas artísticas, cuando las personas y la naturaleza son misterios por resolver a modo Agatha Christie. Ejemplo de ello es el arte del Antiguo Egipto. Por suerte fui a Egipto hace poco y si tienes la fortuna de ver una pirámide e incluso entrar dentro, te saltan los plomos y das la razón a Hegel. Es como la famosa frase de Un tranvía llamado deseo “No quiero la realidad, quiero la magia”.

 En un segundo momento pasamos al arte clásico, siendo Grecia su máximo exponente. Aquí vemos representaciones artísticas de dioses antropomorfos, es decir la idea y la materia se equiparán.

Como podéis observar a medida que llegamos a la última parada: el fin del arte. La materia se va diluyendo para dar paso a la idea en si misma. Primero en Egipto, la forma supera el contenido, luego en Grecia el contenido y la idea se igualan y finalmente con Warhol la idea rebasa la forma y muere el arte. Hegel marcó este último hito con el arte romántico, pero no hemos de olvidar que el autor lleva cadáver desde el 1831 y no pudo disfrutar en vida las Brillo Box.

Seguimos al lío y os recomiendo que os abrochéis los cinturones porque de aquí hasta el final del artículo me he permitido ir cuesta bajo y sin frenos. Como ya he comentado en el inicio estoy interesadísima en compartir con vosotres la siguiente movida:  Relacionar los 3 momentos de la historia del arte en Hegel con los 3 momentos de evolución de la persona escrito por Nietzsche en “Así habló Zaratustra”. Nada, una que se vuelve creativa y para eso tenemos la dicha de contar con este espacio.

Estos tres periodos descritos por Hegel (resituando el tercero a nivel personal no en romanticismos sino en el arte conceptual), me empujan de forma muy violenta a relacionarlos con los tres períodos de la persona descritas por Nietzsche, a saber: el camello, el león y el niño.

El camello representa a la persona cargada con una mochila de creencias y supercherías caducas para, cual oveja en el rebaño, sin fuerza para huir a cambio de un paraíso tras esta vida mundana. Evidentemente la persona que es camello está fuertemente metida en el cristianismo y posee una moral de esclavo heterónoma, que le dice qué y cómo ha de hacer las cosas. Llevando a la historia del arte en Hegel responde al arte egipcio que ya os digo yo que de supersticiones y rituales complejísimos está lleno. Lo que me parece una maravillosa fantasía.

La segunda parada representa la fuerza del león para romper contra el deber. Con el león se rompe con lo preestablecido y llega el nihilismo (soy fan que tendría, cual adolescente, un póster de este momento en mi habitación). Este nihilismo representa la archiconocida muerte de Dios. Aquí entrelazaríamos al león con el arte griego que ha superado ya lo simbólico. 

Ante esto ¿Qué coño hace una persona? Pues crear sus propios valores y ahora es cuando entra en el juego la tercera transformación del león al niño, el famosísimo superhombre, que yo denomino superpersona para estar más al día. PUTA LIBERACIÓN TOTAL. En lo artístico llega la postmodernidad y a partir de las Brillo vemos el arte como juego donde el concepto rebosa a la materia.


Este sencillo es esquema nos servirá de referencia y conclusión para resituarnos un poco en todo lo que hemos estado viendo:


Este artículo no ha dejado de ser un capricho que me marcado con el fin de interpelar a la lectora, podéis verle cierto sentido o simplemente pensar que se me ha ido la olla (lo más probable), pero deseo de corazoncito que no os deje indiferentes. Y me parece de justicia que hayáis pasado un rato por lo menos entretenido, ya que yo me lo he pasado genial escribiéndolo.

Angelus Novus o un arte muy real

 


 

 

Para sacarme a mí mismo de entre las ruinas, tendría que volar.

Y volé. En ese mundo destrozado ya solo vivo en el recuerdo, así

como a veces se piensa en algo pasado. Por eso soy abstracto con

recuerdos”.

                                                    Paul Klee, Confesiones creativas

 

 

 

            En días recientes, en la Autopista “Francisco Fajardo”, el gansterato erigió una escultura que, según dicen, representa al cacique Guaicaipuro, aunque más bien pareciera representar una jaula de pájaros que, aun sin vida, intenta lanzar flechas contra los conductores a diestra y siniestra. En realidad, es una buena representación del régimen venezolano, por la decadencia y sentido del ridículo que transmite. Su distinción con el arte es notoria: “Cuanto más terrible se hace el mundo, como ocurre ahora, tanto más abstracto se hace el arte”. Son palabras escritas por el genial artista plástico Paul Klee, en sus Schöpferische Konfession, publicados por primera vez en la Tribuna de Arte y Tiempo, en la Berlín de 1920. En estas palabras, su autor parece anunciar la caracterización de una nueva expresión estética, que es, además, resultado reflejo de la salvaje experiencia dejada a su paso por el mecanicismo de un concepto de “progreso histórico” malentendido y peor comprendido. Un “progreso”, por demás, poroso, sustentado en la crueldad dejada por la sangre que corre como lava hirviente, entre los escombros apilados ante el poder de fuego, la violencia del “más apto” y el más voraz saqueo. Todo ello en nombre de la “libertad”, la “justicia”, “la paz” y, por supuesto, la “revolución” del “pueblo”.

            No sin horror, semejante concepción del “progreso” ha terminado históricamente sometiendo la humanidad entera a los designios de la voluntad del “hombre fuerte”, de il gran Capo, del político devenido criminal que, enseñoreado, decide transmutar el sacerdocio público en culto por lo privado. La sociedad debe ser, entonces, sometida y convertida, precisamente, en brutales fragmentos, en “cuadritos” -al decir de Aquiles Nazoa-, en abstracciones al cobijo del frenesí de las perversiones de la dialéctica de la Ilustración. Como señalara Klee: “Algo nuevo se anuncia, lo diabólico se mezcla en simultaneidad con lo celeste, el dualismo no será tratado como tal, sino en su unidad complementaria. Ya existe la convicción. Lo diabólico ya vuelve a asomarse aquí y allá, y no es posible reprimirlo. Pues la verdad exige la presencia de todos los elementos en conjunto”.

            Que la inocencia de un ángel quede perturbada, que se haya visto absorto, paralizado, lleno de horror y de un sinfín de sensaciones inexplicables ante el tropel de “los hechos” de la historia, es cosa que la sensibilidad de un pintor como Klee no podía dejar de orientar al sutil refugio de las abstracciones, porque estas, no pocas veces, comportan in nuce el compendio del logos de la suprema concreción que conduce al hegeliano “reino de las sombras”. Y, de hecho, se trata de un desafío, de un reto a la inteligencia, a la creación especulativa, a eso a lo que Kant designaba como la Imaginación productiva, nervio central de toda auténtica praxis filosófica. Desafío que impone la reconstrucción de lo que los abatidos ojos del Angelus Novus de Klee miran, no sin temor y temblor. Klee le exige, le impone al pensamiento la tarea de concretar lo que la sensibilidad propia del arte ya no puede. Y Walter Benjamin asume el reto: “Hay un cuadro de Paul Klee llamado Angelus Novus. En este cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad”.

            Sobre este fragmento de Benjamin -la novena de sus tesis sobre la Filosofía de la Historia-, se fundamenta la crítica de la “Ontología del Infierno”, cabe decir, el reconocimiento y comprensión de la experiencia de la conciencia ilustrada que llevarán adelante Adorno y Horkheimer en su Teoría Crítica de la sociedad: en el trayecto que viene desde el abismo y alcanza el presente, cuenta tanto la reconstrucción de la historia del sujeto, devenido demonio de sí mismo, como su propia demolición. El fascismo no es un accidente, un hecho aislado o curioso de la historia, provocado por un grupo de aventureros “cara pintada” o de vándalos encapuchados, poseídos únicamente por el odio y la sed de venganza. Es, más bien, la consecuencia determinante y necesaria de una Ilustración que, guiada por una instrumentalización vaciada de todo contenido ético -y, en consecuencia, auténticamente político-, ha terminado mostrando el más genuino rostro de la ratio instrumental: el despotismo totalitario.

            Una Plaza ubicada en la Valencia venezolana, construida en honor a Cristóbal Mendoza, primer presidente de la república tras la declaración de Independencia, hoy lleva el nombre de “Plaza Drácula”, para el jocoso beneplácito de una considerable parte de los habitantes de esa -otrora noble- ciudad, la misma que, hasta no hace mucho tiempo, aseguraba sentir el orgullo de vivir -nada menos- “donde nació Venezuela”. Al despojar la vida política de sus fundamentos éticos, solo queda el cuerpo sin alma, la vacía instrumentalización, la medición de porcentajes y estadísticas, el balbuceante mecanicismo de la techné, la polea con sus engranajes y el murmullo de un discurso -o como se insiste en decir hoy, de una “narrativa”- en la que el sujeto, introductor del sentido, ha quedado sin sentido. Y solo entonces emerge la barbarie totalitaria, sorprendida por el Angelus Novus, el ángel contemporáneo de Klee, impecablemente descrito por Benjamin como “el Ángel de la Historia”, el de la mirada retrospectiva del devenir que -lo sabe bien- requiere de las ruinas del pasado para poder construir la polis del futuro.      


 

 

José Rafael Herrera

@jrherreraucv