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Entre creyentes y cientistas (Bobbio lector de Marx)

Ilustración abstracta que muestra un círculo dividido en tres partes entrelazadas en tonos de azul, verde y blanco, simbolizando la democracia, los derechos humanos y la paz según Norberto Bobbio. Incluye líneas entrelazadas que representan la sociedad civil y política, un mapa estilizado de Italia con elementos del Risorgimento, un libro abierto aludiendo a Labriola y Croce, una balanza por la justicia social y engranajes rotos que evocan la crítica a la mercantilización de Marx, todo en un estilo minimalista y elegante.


 Existe una corriente de pensamiento liberal bastante respetable y seria, sustentada sobre sólidos fundamentos filosóficos, cabalmente democráticos y propiciadores de la justicia social en libertad. Es el liberalismo que posee una visión de la realidad sobria, ponderada, objetiva, que dista mucho de la rigidez e irracionalidad con la que se suele representar al liberalismo, es decir, como una doctrina a secas, una teología economicista que justifica la voracidad competitiva del más fuerte, una suerte de fe positiva del reino animal del Espíritu. Un dogma que, plagado de presuposiciones, al voltear de reojo suele percibir a la filosofía de Marx como al enemigo irreconciliable a vencer. Ese tipo de liberalismo doctrinario, miope y filisteo, es acogido con entusiasmo por los tránsfuga de toda seña con el fin de aferrarse a “algo”, o a “alguien”, que logre colmar sus vacíos, esa condición inesencial que los agobia, tras el abandono de sus antiguas doctrinas. Tal es el caso de algunos “humanistas” en extremo conservadores del hoy y militantes del sindicalismo izquierdista de ayer, o el de ciertos “científicos” sociales que sólo ven en la macroeconomía –como ayer en la “teoría del valor” de Marx– un acto de fe, un dogma, una Ley divina. Es el precio de asumir la lógica del entendimiento abstracto. Pero ese no es el caso de Norberto Bobbio. Heredero de los grandes exponentes teóricos del llamado Risorgimento y seguidor, a un tiempo, de Antonio Labriola y Benedetto Croce, supo enfrentarse al fascismo y contribuir en la construcción de la Italia de la post-guerra. Llamado por muchos el “filósofo de la democracia moderna” y por otros el fundador del “socialismo liberal”, su concepción política tiende a la defensa de tres conceptos inseparables entre sí, que ha expuesto detenidamente a lo largo de su prolija producción intelectual: la democracia, los derechos del hombre y la paz. Así, por ejemplo, en L’età dei diritti señala: “Derechos del hombre, democracia y paz son tres momentos necesarios del mismo movimiento histórico: sin derechos del hombre reconocidos y protegidos no hay democracia; sin democracia no se dan las condiciones mínimas para la solución pacífica de los conflictos. En otras palabras, la democracia es la sociedad de los ciudadanos, y los súbditos se convierten en ciudadanos cuando les son reconocidos algunos derechos fundamentales; habrá paz estable, una paz que no tenga la guerra como alternativa, solamente cuando seamos ciudadanos no de este o de aquel Estado, sino del mundo”.

 En Bobbio, la concepción liberal no divide la sociedad civil de la sociedad política, ni las considera como elementos recíprocamente irreconciliables. Más bien, comparte con Gramsci, a quien reivindica, la idea de que el Estado moderno –a diferencia de la forma tradicional del Estado autocrático oriental– se compone de estos dos elementos que conforman un bloque, de cuyo mutuo reconocimiento surge la hegemonía del Estado, interpretada no como el dominio del poder político sobre los individuos sino como el consenso y la legitimación de un determinado orden político y social, precisamente sustentado sobre la democracia, el derecho y la paz.

 Uno de sus ensayos más importantes lleva por título Ni con Marx ni contra Marx (FCE, México, 1999). Se trata de un conjunto de monografías que recogen sus reflexiones sobre Marx, desde 1946 hasta 1992, y en las cuales predomina el diálogo y la concertación con el autor de El Capital, nunca “el rechazo emotivo, irritado, pasional y acrítico”, característico de quienes nunca pudieron comprender la profunda riqueza conceptual que está presente en su pensamiento, motivo por el cual “saltan”, sin la menor vergüenza, “de una difusa y acrítica marxolatría a una igualmente difusa y acrítica marxofobia”: “Es necesario –observa Bobbio– cuidarse de las declaraciones de muerte apresuradas.. ¡Cuántas veces Marx ha sido dado por muerto! Al inicio del siglo, cuando el preanunciado derrumbe del capitalismo no sucedió; después de la primera Guerra Mundial, cuando la primera revolución inspirada por el pensamiento de Marx había tenido lugar ahí donde según este mismo pensamiento no debería haber sucedido; una vez acontecida la revolución, cuando el Estado, en vez de prepararse para su propia extinción, se había reforzado hasta transformarse en la figura sin precedentes del Estado totalitario. En los momentos decisivos de la historia contemporánea había sucedido, pues, exactamente lo opuesto de aquello que Marx había previsto. Era natural que los fieles creyentes comenzaran a preguntarse si Marx no sería por casualidad un falso profeta, y los cientistas se harían inquietos la pregunta: ¿Fue verdadera ciencia?”. Lo que muchos “fieles creyentes” y “cientistas” premurosos terminaron por aceptar –la supuesta muerte del marxismo–, nunca fue admitido por el liberal Bobbio. Más bien, en su condición de filósofo crítico de la sociedad contemporánea, Bobbio consideraba que, por lo menos, “dos tesis fundamentales” de Marx “se deberían tener siempre presentes: a) el primado del poder económico sobre el político; b) la previsión de que a través del mercado todo puede volverse mercancía, de ahí el rumbo inevitable de la sociedad a la mercantilización universal”.

Con relación a estas dos tesis, que confirman, según Bobbio, la vigencia del marxismo, conviene observar que ellas sintetizan la concepción realista de la historia de Marx. En efecto, sus investigaciones sobre la sociedad invierten dialécticamente el esquema tradicional de la filosofía política moderna, dentro del cual la sociedad política aparece como el demiurgo de la vida social. Presupuesto que tiene sus orígenes, por cierto, en una visión extrañada –invertida– del horizonte de la historia de los hombres. No es la conciencia –señala Marx– la que determina el ser, sino el ser social lo que determina la conciencia social. “Ser social” no es materia sin más: es materia formada, es decir, es “el mundo de los hombres”, y los hombres son lo que producen y el modo como lo producen. No se trata de una visión economicista de la realidad, ni de un materialismo crudo, sino de la producción social en su sentido más amplio, desde el trabajo en el taller hasta la creación de las formas más sofisticadamente estéticas que los hombres son capaces de producir. Y es esa actividad continua lo que produce el cuerpo jurídico y político de la sociedad, no al revés. Las fuerzas productivas determinan, en consecuencia, las relaciones sociales que los hombres son capaces de generar: el “ser social” –no el ser a secas– determina la conciencia jurídica y política, el cuerpo legal y constitucional del Estado. La segunda tesis mencionada por Bobbio hace referencia al fenómeno de la alienación que padece la sociedad moderna capitalista. No sólo se trata de la desmedida y anárquica concentración de las fuerzas productivas para el intercambio mercantil, que amenaza con destruir la vida entera del planeta. Se trata, de la conversión del propio hombre en mercancía, de la compra y venta de la fuerza de trabajo en función de la ilimitada obtención de plusvalor en función de la acumulación, igualmente desmedida y anárquica, de capital. Y este llamado de atención es, sin duda, una denuncia –la crítica de la economía política– que contiene nada menos que los fundamentos de una ética que invita a recuperar el más digno y elevado principio de la filosofía clásica de Occidente: la felicidad de los hombres libres como fin en sí mismo, sobre la base de la democracia, el derecho y la paz. Marx se consideraba a sí mimo como un Ciudadano del mundo. Bobbio hace de dicha consideración una exigencia del presente. En la historia de la filosofía contemporánea, y para sorpresa de “fieles creyentes” y “cientistas”, existe una concepción liberal que ocupa un sitial de honor: la del professore Norbert

o Bobbio.