Por qué la vida,
por qué la muerte, por qué nosotros, por qué el sistema… Y no es fácil dar con
la respuesta correcta y final. Desde esa novedosa
profundidad que de pronto les ha surgido, miran hacia la Filosofía esperando
una salida digna a sus dudas existenciales. Pero la Filosofía es una maestra
exigente, que no da respuestas fáciles ni pistas evidentes. Para ella, primero
debes ser digno merecedor de alguna ayuda. No tiene sentido apurar el
horno si la mezcla de harina con los demás ingredientes
para hacer pan aún no están amasados.
En otras palabras,
no puedes esperar que, mágicamente, te den respuesta desde una disciplina si tú
mismo te has mantenido ajeno a su estudio. No es fácil volverse filósofo de
verdad en un dos por tres.
Distanciarse para
pensar con objetividad puede referirse no solo a una distancia temporal o
física, sino a buscar una perspectiva desde donde poder realizar un
planteamiento racional objetivo. Y esa mirada escrutadora no puede obtenerse de
un día para otro. Mucho menos si queremos una respuesta que dé sentido a lo que
ocurre, a nuestras vidas…
Que alguien nos salve
Por otro lado, se
alzan voces pidiendo un Estado más fuerte, que impida este o aquel
levantamiento individualista y caótico. Anhelan el advenimiento de un poder
superior que haga retroceder el desorden y se imponga por la fuerza, dando
estabilidad y asegure crecimiento económico.
Parece que siempre
es más fácil esperar que otro haga lo correcto y se imponga con dureza.
Un otro que siempre me libere de mi libertad para elegir responsablemente. Un
otro que podrá decirnos qué es lo correcto y para dónde debemos encaminar
nuestros pasos.
A fin de cuentas,
ese tipo de actitud solo nos mantiene en una especie de infantilismo
intelectual.
Dilemas y problemas
Los problemas son
situaciones que nos complican, pero que tienen solución. Se trata de soluciones
racionales (cuesta discutirlas o ponerlas en duda), universales (para todos la
misma y no hay más). Es decir, casi se trata de un cálculo, como cuando no
sabemos el resultado de una ecuación. Una vez que calculamos obtenemos una
solución definitiva.
Los dilemas, por
otro lado, también son situaciones que nos complican, pero no tienen solución,
y solo cabe enfrentarlos. Por ejemplo, te piden matrimonio y debes tomar una
decisión al respecto. No es un problema, pues no hay una solución racional e indiscutible
que todos acepten. No hay cálculo posible. Debes decidir qué hacer, y cualquier
elección que tomes puede ser cuestionada. Además, nunca sabrás si fue la mejor
alternativa, pues una vez que tomes tu camino no habrá vuelta atrás (Si das el
sí, puedes divorciarte, a la larga, pero tu estado civil no volverá a ser el de
soltero). La razón solo sirve para entender el dilema, pero deberemos decidir
en base a otras cosas: gustos, intereses, valores, miedos, prejuicios,
ignorancia…
Sería muy bueno
poder tener un problema llamado pandemia, porque la razón nos bastaría para
solucionarlo. Pero estamos frente a un dilema enorme, que nos obligará a
decidir qué hacer…sin tener las cosas muy claras nunca.
La fuerza del eslogan (Chile cambió)
Pensar por uno mismo
implica también aprender a poner en duda la enorme parafernalia informativa que
nos impacta cada día, sobre todo cuando el periodismo insiste en volver
farándula hasta las noticias de carácter científico.
Uno puede entender
que existe buena intención tras el famoso Chile cambió, pero de ahí a
creer que eso es verdad hay alguna distancia, y tratar de demostrarlo sí que
lleva esfuerzo. Quizás el peso de ese tipo de ideas tiene que ver con la
emoción que nos provoca, es decir, con un cierto grado de impulso que nos mueve
a creer, a soñar, pero no más que eso. Y las emociones fluyen con demasiada
facilidad hacia rumbos inciertos, donde incluso la violencia puede mucho más
que un argumento racional.
Baste con recordar
cómo surgen las batallas virtuales en Twitter, donde la distancia que nos
ofrece una pantalla nos mantiene libres de responsabilidad y respeto por el
prójimo que recibe nuestros descargos emocionales. Nadie se hace cargo de ese
descontrol, y cualquier causa lleva a cientos o miles de personas a levantar
banderas de lucha que permanecerán levantadas hasta que dejen de ser trending
topic.
Parece que
tendemos a desaparecer como individuos libres en ese escenario virtual. Nos
sentimos livianos, atemporales sin la carga de presencia real, pero eso no es
más que evasión.
Volver a ser
nosotros mismos, volver a nuestro centro, a ser protagonistas de nuestra vidas,
ésa es la tarea fundamental para iniciar un camino filosófico.
Tiempos líquidos
La fluidez del
agua es nuestro modelo actual, según Bauman. Este sociólogo polaco afirma que
nuestros tiempos ya no son de verdades estables y sólidas. Como ejemplo simple
pensemos en la renovación permanente de nuestros celulares, que se convierten
en materia de desecho a los pocos meses de comprados.
Vivimos tiempos de
rupturas. Todo lo que tenemos es cambiante y con fecha de caducidad no muy
lejana, en comparación con las estructuras fijas del pasado. Quizás esa
volatilidad nos mantiene ansiosos y expectantes. Quizás por eso lo que menos
hacemos es detenernos a pensar: No queremos perder tiempo, ni un minuto que
pueda servirnos para hacer algo más útil. Quizás por eso no nos conocemos a
nosotros mismos, y ése es el centro de todo este asunto, no el virus ni la
posibilidad real de morir por su contagio.
No podemos huir de
nosotros mismos, pero podemos intentarlo, podemos hacer grandes esfuerzos por
llenar nuestras vidas con cosas, relaciones insatisfactorias, deudas, y un gran
etcétera. Quizás así pretendemos darle algo de solidez a nuestra existencia
huidiza, que tiende a fluir sin control, como un agua demasiado superficial,
que nos lleva hacia horizontes inciertos ¿Podremos detener ese fluir incesante?
¿Depende de nosotros, de nuestras decisiones o solo podemos reaccionar a un
sistema que nos domina?
No se trata de un problema,
evidentemente.
Pensar en el límite
El filósofo
chileno Jorge Millas dijo que hacer Filosofía es pensar en el límite, porque
“el auténtico saber del mundo se apoya en la experiencia, pero justo para
rebasarla". Es decir, cuando llegamos a un límite nos vemos obligados
a pensar, por nosotros mismos, qué haremos de ahí en adelante. Ese límite puede
ser, por ejemplo, nuestra propia ignorancia respecto a qué hacer ahora; también
puede ser nuestra desesperación. El asunto es que somos nosotros, cada una y
cada uno, los convocados a buscar una salida, un camino nuevo, una ruta que nos
libere. En pocas palabras, tenemos que inventar una forma de ser que sea
auténtica, por y para nosotros mismos.
Como me dijo una amiga psicóloga nadie libera a
nadie porque cada uno es libre de hacerlo. Me gustó mucho esa
paradoja. Tiene todo lo necesario para hacernos pensar un rato y ver qué sale
de ese encuentro con nosotros mismos. Quizás nos volvamos algo filósofos, a
fin de cuentas.