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Belial o el angel caído.

A la memoria de Yoli, mi hermana, víctima de la adversidad del tiempo y de la tristeza, esa pasión del alma hacia una menor perfección.

José Rafael Herrera / @jrherreraucv 

Puede que un angel material

Un ángel caído es aquel que ha sido expulsado del Edén por el hecho de haberse rebelado ante el poder de Dios. La decisión de enfrentarse al todopoderoso, el haber asumido la abierta determinación de oponérsele e intentar derrocarlo, lo ha transformado en un otro. Ya no es más Azael, el daimón brillante, portador de la luz celestial. Ahora ha pasado, desde las entrañas de la elevada figura del sumbalein (la unidad) a la del diabelein (la diferencia) y ha caído en las profundidades infernales de la tierra. Ahora es un Satán (“el que se opone”), el adversario acusador, el daimón caído, Belial o “el de las ganancias corruptas”, señor de la arrogancia y el orgullo.

Secular, reformada o contrarreformada, la fe religiosa parece haber cumplido un nuevo ciclo histórico. Fin de ciclo que acerca a los incautos a los totalitarismos religiosos orientales. Si las sociedades padecen de ricorsi y si la religión forma parte esencial de las sociedades, entonces la religión ha entrado, junto con el ser social, en un período de decadencia. Nadie podrá dudar que la fe, en el pórtico de este nuevo milenio, se encuentra inmersa en una profunda crisis. Espejo, proiectio especular, hecha a imagen y semejanza del mundo, ella es, como afirmaba Kant, sustancialmente conciencia moral. Pero cuando los pueblos han perdido sus valores fundamentales, la corrupción se apodera de ellos y va calando hasta el fondo de sus huesos. La imagen se empaña y, poco a poco, deja de reconocerse en el rostro que la mira y es mirado. El ser sometido, subyugado al peso de la cruenta vida que él mismo se ha fraguado, de una parte. El deber ser en su sentenciosa, inmaculada e irrealizable “zona de confort”, de la otra. Todas las opciones están sobre la mesa, se dice, pero fuera de ella no son más que la confirmación de la impotencia del deber que no se cumple. Y a ver cómo lo resuelven: ¡vayan con Dios! Cuando una sociedad es capaz de poner en venta la ayuda humanitaria -la caridad, habría que decir- que con mucho esfuerzo es enviada para aliviar los pesares de los más necesitados, es porque la religión -esa sub especie de filosofía, propia de las grandes mayorías- ha llegado a perder su rumbo. Se simula lo que no se es y se disimula lo que se es. Para desenmascarar de una vez la hipocresía, hay que decirlo con todas sus letras: desde hace ya bastante tiempo -quizá demasiado- los negocios van muy por delante de los llamados “principios”, para regocijo de las llamadas “buenas conciencias”. Y, como advertía Spinoza en su momento, la “ley divina”, cuando se cumple, es a causa del temor, pero no por juicio propio, no por convicción ni, mucho menos, por amor dei. La coerción por encima del consenso. Oriente por encima de Occidente.

Desde que el entendimiento abstracto -eso que los deconstructivistas han designado inexactamente como la modernidad- concentró sus esfuerzos en poner y fijar los límites del conocimiento respecto de los fundamentos de la fe, enajenando así la necesaria adecuación de lo uno y de lo otro, al tiempo de propiciar el ambiente requerido para el robustecimiento de la positividad y el desgarramiento religioso, las bases fundacionales sobre las cuales se sustentaba la moralidad se fueron resquebrajando hasta su desmoronamiento definitivo, dejando el terreno baldío y libre para el surgimiento de los rituales ciegos y las liturgias vacías. Con Copérnico el planeta dejó de ser el centro inmóvil del universo, la casa en la que habitan las criaturas de Dios, para convertirse apenas en un punto más entre los infinitos mundos del universo infinito. Con Darwin la criatura misma, el ser humano, dejó de ser la hechura a imagen y semejana de Dios, para devenir descendiente de un primate. Con Freud la consciencia humana, el hipocentro de la moralidad, se transforma en, apenas, la grieta de un volcán por el que fluye el magma del inconsciente. Si Maquiavelo llega a definir la condición del actor político como la de un centauro -mitad hombre mitad bestia-, Freud hace implotar los límites de la moral de su tiempo para dar cabida al pecaminoso fluido de los instintos, hasta entonces, ocultos bajo la custodia de la fe positiva. Y así las sociedades comienzan, cada vez más, a abandonar la figura del “trabajar para vivir” por la del “vivir para trabajar” en nombre del progreso, lo que hace que la conquista del derecho natural de gentes gire, dé una vuelta -una caída- en dirección hacia la barbarie del estado de naturaleza. El ángel ha caído, y con él los bucles y las paradojas posmodernas.

No extraña que, en una sociedad que ha hecho de la religión una poderosa corporación -y en honor a la verdad- mucho más dedicada al más acá que al más allá, puedan existir prelados más interesados en proteger las cuentas de ciertos déspotas en sus poderosas instituciones financieras que voltear la mirada para contemplar las miserias y los sufrimientos de toda una población que busca desesperadamente un Aleluya por la libertad. En su Galileo, Bertolt Brecht pone en boca del Cardenal Belarmino, presidente del tribunal inquisidor en el juicio abierto contra el astrónomo y físico italiano: “Debemos movernos con los tiempos. Si las nuevas cartas estelares basadas en una nueva hipótesis ayudan a nuestros marineros a navegar, entonces debemos hacer uso de ellas. Pero desaprobamos tales doctrinas como contrarias a las Escrituras”. La doble moral no es, definitivamente, moral. El ya popular y cotidiano “ese es el deber ser” oculta la mayor de las hipocresías existentes de una sociedad que se esfuerza por ocultar el desgarramiento que ha sufrido su espíritu. Es la carta marcada para el siempre conveniente laisser faire del mediocre funcionario, del vivaracho que se aprovecha del ingenuo o del necesitado.

Lo cierto es que el religare, la acción de reunir, de ligar la ciudadanía en función del bien común, no es el fuerte de este menesteroso presente. Quien a estas alturas llegue a pensar en el carácter “metodológico” o “epistemológico” de la ética, no sólo demuestra su ignorancia, sino que se hace cómplice de las perversiones del entendimiento abstracto, con independencia de sus inclinaciones políticas e ideológicas. Ya Spinoza lo advertía: “La confianza y la desesperación nunca surgen, a menos que la esperanza y el miedo (de donde derivan su ser) los hayan precedido”.

La vida no es un asunto tan personal

De causas ciegas y azares indiferentes

El Big Bang no soñaba con las estrellas. Epicuro estaba convencido de que, si había dioses, los insignificantes asuntos humanos les traerían sin cuidado. Nos gustaría creer que el universo tiene planes para nosotros, y esperamos que escuche nuestros deseos; pero los planes y los deseos son cosa humana, demasiado humana. 

El Big Bang no soñó con estrellas por causas ciegas y casualidades indiferentes. Epicuro estaba convencido de que si hubiera dioses, los insignificantes asuntos humanos no les importarían. Nos gustaría creer que el universo tiene planes para nosotros y esperamos que escuche nuestros deseos; pero los planes y los deseos son humanos, demasiado humanos.


Nos tomamos la vida como algo demasiado personal. Todavía estamos contaminados por ese egocentrismo infantil que nos convencía de que todo el mundo gira alrededor de nosotros. Pero la vida sencillamente sucede, el universo se expande por su cuenta, sin ninguna finalidad, y menos la de nuestra pequeñez. Nosotros no hemos hecho más que caer aquí, como vino a decir Heidegger, fruto del sucederse ciego de las generaciones y la criba en el cedazo de la evolución. Somos la confluencia fortuita de muchas causas que no nos buscaban y muchos azares que nada sabían de nosotros. Somos una flor de primavera que agosta el verano, o una seta de otoño que congela el invierno. El sentido es un capricho de nuestra mente. Un empeño que, al no sernos concedido, nos hace sufrir.
En realidad no hemos venido aquí: somos esto tat twam asi, dicen los hindúes, en un lugar y un tiempo concretos. Mañana seremos otra cosa dentro de un conjunto que será también diferente. Somos una ola en un mar en perpetuo movimiento. No nos marcharemos porque jamás vinimos. Lo que se perderá con nuestra desaparición no es más que un remolino en el río del acontecer. Nuestro drama es que hemos cobrado conciencia de nosotros mismos y hemos llegado a creer que esa idea se correspondía con algo real. Pero lo único real es el fluir constante de la materia y la energía a través del tiempo, el sucederse de formas que cambian sin cesar. A la forma le gustaría perpetuarse, pero las mismas fuerzas que la configuraron la van deshaciendo poco a poco, como las montañas que se elevan y se erosionan en su escala de tiempo de gigantes.

Tal vez lo más coherente sea vivir nuestra aventura con una sonrisa y sin grandes pretensiones. Seamos lo que somos, porque es bello y valioso; pero sin dejar de tener en cuenta que al final tendremos que entregarlo y el viento se lo llevará. Esculpamos castillos con arena, puesto que nos hace felices; pero no nos amarguemos porque al final suba la marea y los derribe. Ni la arena ha sido creada frágil para que se derrumben nuestros castillos, ni las olas la remueven con el propósito de que no quede nada nuestro. Lo nuestro solo nos concierne a nosotros, y si fuésemos un poco más sabios ni siquiera a nosotros nos importaría. Tal vez entonces podríamos recitar con Bertrand Russell: “Lo que hacemos no es tan importante como tendemos a suponer; nuestros éxitos y fracasos, a fin de cuentas, no importan gran cosa... El ego de una persona es una parte insignificante del mundo.”
Creemos que el universo tiene intenciones porque proyectamos en él las nuestras. Pero Darwin ya nos enseñó que la vida se despliega sin teleología, es una fuerza ciega que no busca nada. No hay ninguna pena esperándonos para caer sobre nosotros; tampoco se nos ha reservado ninguna alegría. Es un gozo ser amado, pero nadie ha sido puesto ahí con la misión de amarnos: sencillamente, las personas se cruzan y a veces se aman; lo cual es una suerte solo para ellas. Un día sucede que dejan de amarnos, y, como se interrumpe lo que esperábamos, nos angustiamos o nos enojamos. Deberíamos sentirnos agradecidos por el pecio que las olas trajeron a nuestra orilla, en lugar de reprocharles que se lo lleven.
Con las aversiones pasa lo mismo: el que haya quien nos odie, o nos parezca odioso, tampoco es algo tan personal, como no lo son los aerolitos que caen sobre la superficie de los planetas, llenándolos de heridas y cicatrices. Las personas se cruzan y a veces se chocan. Es normal que duela, pero, ¿qué culpa tienen los meteoritos de ir a la deriva por el cosmos y un buen día ser atrapados por un planeta? ¿Qué culpa tienen los planetas de que exista la gravedad? Y la gravedad, que es solo un rostro de la materia, ¿tiene alguna culpa? Incluso cuando una persona nos hace daño deliberadamente, ¿sabe realmente por qué lo hace? ¿Tiene una idea cabal de quién es ese a quien se lo hace? ¿Acaso ha inventado ella el odio? Cierto que eligió ensañarse con nosotros, pero lo que le empujó fue un impulso ciego, sin trascendencia, algo dentro de ella de lo cual tal vez ni siquiera sabría dar cuenta cabal. En cualquier caso y esto es lo más extraordinario no es a nosotros a quienes dirige su ataque, sino a un concepto de su imaginación que se parece vagamente a nosotros. En definitiva, su inquina es algo exclusivamente suyo, que acontece dentro del teatro de su mente, y que se proyecta en el mundo a través de una imagen. ¿Qué tiene que ver con ella nuestra realidad?

Así que el mundo gira por su cuenta, y si nosotros lo hacemos con él es por puro accidente. Nada, ni lo bueno ni lo malo, suele ser concebido pensando en nosotros: bastante tiene cada ser con pensar en sí mismo, con esforzarse en perseverar, como enunciaba Spinoza. Se dirá que de todos modos nos afecta, y que eso es lo que cuenta. Sin duda. Si estamos en el camino de una bala, la bala atravesará nuestro cuerpo; si alguien nos lanza un puñetazo, nos dolerá lo mismo aunque sepamos que aquel a quien pega no somos nosotros, sino una fantasía en la mente del agresor. Pero para la mayoría de los conflictos cotidianos, cuando no llega la sangre al río, ser capaz de no tomarlos como algo demasiado personal nos libra de muchos sufrimientos inútiles: los de la susceptibilidad, los de la humillación, los de la frustración y el rencor. Las ofensas pierden casi todo su poder, ya que apenas nos implican; el bálsamo de la compasión y el perdón nos queda más a mano para aquietar el alma. Podemos pedir sin que la negativa nos frustre demasiado: al fin y al cabo, nadie nos debe nada, y no es a nosotros a quienes rechaza, sino al mundo, a esa parte del mundo que le reclama, quizá, demasiado. Podemos liberarnos de nuestra propia fantasía de egocentrismo, salir de sus estrechos muros, minimizar nuestros apegos y mirar el universo, al fin, con ojos limpios. Y cuando somos capaces de hacer eso, estamos en condiciones de exclamar, como el protagonista de American Beauty: “¡Hay tanta belleza!”

La presencia virtual

Realidad e interpretación en las redes

El ciberespacio: ¿evasión de la realidad o más bien una nueva versión de lo real?

El hombre es un dios cuando sueña
y un mendigo cuando reflexiona.
F. Holderlin.

Tal vez esta vida ausente que llevamos, donde lo virtual le gana terreno a la realidad, no esté tan mal, en el fondo. Perdemos una dimensión, sí, pero ganamos otra. Quizá no estemos muy presentes en el lugar donde estamos, pero las fotos y los comentarios que colgamos sobre él construyen otro que se le parece. ¿No es eso, para bien o para mal, lo que hemos hecho siempre? Creamos nuestro propio mundo imaginario construido con nuestras percepciones, nuestras impresiones, nuestras expectativas… y nos desenvolvemos en él como si fuera real. En ese juego del “como si…” reside el sentido, que es completo en sí mismo, y nos queda más cerca que la siempre fragmentaria realidad.
Muchas veces, cuando voy de excursión, me descubro a mí mismo contemplando, en lugar de los bosques, los riscos o las flores, estampas para fotos interesantes. ¿Me aíslo del paisaje, o más bien lo estoy recreando? La pasión fotográfica limita, sí, mi presencia en la naturaleza, la recorta por los límites de un determinado encuadre. Pero, ¿no demostró Kant que es siempre así nuestra aproximación a las cosas?
¿Quién puede abarcar la infinitud de un lugar, de un solo instante? Vemos lo que queremos (o lo que no queremos) ver, vemos lo que sabemos ver. Con ese concepto (encuadre o marco, "frame"), es como algunos estudiosos denominan nuestra peculiar ordenación de las percepciones: todo nos llega a través de nuestros marcos personales. Es el modo de hacer las cosas nuestras, de adentrarnos en ellas, de incorporarlas a nuestra particular construcción del mundo. Un mundo al que accedemos haciéndolo propio, con la esperanza de que la versión de él que concibe nuestra mente no se aleje demasiado del modelo que suponemos existe “ahí fuera”. Los ignorantes y los locos, ¿son exiliados del mundo o de la visión que se admite convencionalmente sobre él?
¿Acaso no estamos todos un poco locos? ¿Acaso no somos todos ignorantes? Aprender es, quiere ser, afinar nuestra visión para que gane en fidelidad a lo real. “Alta fidelidad”: nuestras pantallas ganan en precisión, nuestros altavoces reproducen con exactitud los sonidos originales. La tecnología es un mundo que imita al mundo cada vez mejor. Pero la mente no imita: interpreta. Imprime significado. Lo que vemos en la pared de la caverna platónica no son sombras, sino proyecciones. 

Antes, los viajeros escribían cartas o postales, pintaban cuadros o se llevaban objetos de recuerdo para adornar sus salones. Bartolomé de las Casas retrató la crueldad de los conquistadores. Montaigne glosó sus viajes como ejemplo de la diversidad de modos de vida. Darwin siguió una larga tradición de expediciones científicas, y de sus notas y sus dibujos surgiría un giro copernicano para la biología. Montesquieu imitó el epistolario del viajero en sus Cartas persas, y Cadalso le imitó a él en sus Cartas marruecas. Los diarios de viaje integran un verdadero género literario, que no busca tanto retratar lo que se ve como las impresiones de uno ante lo que ve.
También hoy usamos los lugares que visitamos para encontrar en ellos algo de nosotros. Por eso les hacemos fotos, los grabamos en vídeo, los narramos por escrito, con la intención de apropiarnos de ellos, además de hacerlos perdurar en la memoria y atenuar así la insoportable levedad del ser. Pero lo que no se comunica es como si no existiera, es como si nos perteneciera menos. Nuestro mundo interior anhela verterse en el exterior. Por eso lo exponemos todo en ese gran escaparate de la vida (tal como la queremos enseñar) que es internet. Allí lo encontrarán, sin duda, muchas más personas que las que verían un álbum que guardamos en casa, y cientos, tal vez miles de “amigos” desconocidos conocerán nuestras impresiones en blogs o webs, en Twitter o en Facebook, y quizá nos dejen sus opiniones como estelas congeladas de su paso…
Porque en internet todo queda (y quizá más tiempo que nosotros). Es cierto que, a la vez, todo pasa, arrastrado bajo el imparable aluvión de la permanente novedad, pero, ¿no fue siempre así? Lo único que ha hecho la tecnología ha sido intensificar lo que ya sucedía: acelera el tiempo (nuestro testimonio es inmediato, y a la vez se disipa casi al instante), multiplica la cantidad al infinito (y comunicamos más y a más, pero al mismo tiempo nuestros mensajes se arrumban en el gigantesco depósito de remotos almacenes de información). Si todo eso desborda nuestra medida es porque ha alcanzado la medida de nuestra imaginación: el Big Data es ya una monstruosa avalancha de información que nos engulle si pretendemos abarcarla.

Confieso que a mí Facebook no me gusta. Me incomoda ir dejando cada día huellas de mi rastro vital, y estar pendiente de lo que hacen los otros. Quizá simplemente me aburra, o no me guste porque soy un solitario (también cibernético), y en tal caso no puedo reprocharle nada. Pero de entrada me parece que consume buena parte del tiempo libre, y se lo escatima a la presencia.
Sin embargo, a veces me pregunto si no se tratará, más bien, de otro tipo de presencia. Porque no deja de ser un modo de acompañarnos, de saber unos de otros, de escabullirnos un poco del aislamiento que nos impone la sociedad de la producción. Mejor Facebook, supongo, que ver la televisión, aunque a veces parezca que es como una televisión que habla de gente conocida. Mejor Facebook, a veces, que estar solo, aunque estemos solos cuando entramos en él, aunque consista en una vida postiza. Porque hay presencias que parecen virtuales, y virtualidades que quizá tengan más solidez que algunas presencias. Claro que nada podrá sustituir al gesto, a la mirada, al contacto físico, pero es evidente que no se trata de sustituir, sino de complementar, incluso de interpretar, como las cartas y los libros, como las fotos y los diarios.
Siempre hemos vivido en un mundo paralelo: el de nuestras fantasías, nuestros temores y nuestras esperanzas. Ahora lo hemos hecho más rápido y más grande. Si eso acaba arrastrando nuestra vida, y convirtiéndola en “líquida”, como reflexiona Zygmunt Bauman, tal vez sea porque no queremos estar en ella, porque no nos atrevemos a quedarnos y preferimos correr y correr, ciberesfera adentro… La vida ya era ilusión, a veces feliz y otras terrible. Allá donde vayamos (también en internet) no encontraremos más que nuestros ángeles y nuestros demonios. Esos son nuestros testimonios de viaje. Ni más ni menos.

El "experimento".

Por @jrherreraucv

¿Verdad o certeza?.
Es propio de la llamada “reflexión del entendimiento” y de sus diversas expresiones, desde el “materialismo crudo” hasta las doctrinas positivistas y empiristas, la aplicación de “metodologías”, “modelos” o “proyectos” a la realidad, sea esta natural o social, a fin de “experimentar” con esta. Claro que, en estos cocidos, la voz cantante la lleva el empirismo “lógico”. De hecho, el término “experimento” –la intentio de hacer “operaciones” destinadas a verificar, comprobar o demostrar ciertos “principios científicos” en los fenómenos– está directamente relacionada con aquello que los griegos designaron con el nombre de lo έμπειρικός (lo empírico), cabe decir, precisamente, lo que pertenece o es relativo a la experiencia. Decía Hegel que el entendimiento es cosa muy importante, y que la filosofía, en sentido estricto, no se podía dar el lujo de “obsequiarlo”, pues “el entendimiento sin la razón es algo”, mientras que “la razón sin el entendimiento es nada”.

El problema se presenta cuando el entendimiento a secas, en su afán de sustituir la verdad por la simple certeza, pretende suprimir la razón, cuando se autoproclama no ser un “algo” sino “el todo”, la totalidad, en este caso, del saber. Cuestión, como se sabe, de falsa conciencia. La razón queda, así, sometida, desterrada o, en el peor de los casos, deviene cómplice que calla y otorga. Y es que, en buena medida, el mundo contemporáneo ha permitido la grosera dictadura del entendimiento, esa –mala– suerte de tiranía de las abstracciones ideológicas, meramente reflexivas, que redunda en las formulaciones propias del “experimentalismo” social.

“Si funciona con la naturaleza tiene que funcionar con la sociedad”, afirman, a pesar de Dilthey y a pie juntillas, los “epistemólogos” en cuestión, regocijados en su darwinismo social. “Los hechos” son “los hechos”, siempre y cuando se enmarquen dentro del correspondiente análisis, verificado por la experiencia, como diría Mario Bunge. Experimentar, observar, recolectar datos, con el objetivo de explicar los fenómenos sociales. No hace falta comprenderlos. Es Iván Pávlov y su “ley del reflejo condicional”: los perros aumentan el nivel de salivación ante la presencia de la comida. La revolución rusa le resultaba interesante: “No sacrificaría los cuartos traseros de una rana por este experimento social”, decía. Se trataba, para él, de la ampliación a escala social y política de sus propias investigaciones sobre el “reflejo a distancia”. Un criterio, por cierto, que fue explotado hasta la monstruosidad por el nacional-socialismo alemán y, poco después, por el estalinismo.

Decía Adorno que después de Auschwitz el mundo jamás volvería a ser el mismo. Y es que, desde entonces, y bajo semejantes criterios, la sociedad es un “objeto de estudio”, un “experimento”, tratada como una manada de ratones de laboratorio que, por ejemplo, al ver un “Mercal” o un “Bicentenario” se pone en cola. Las calles saturadas de color rojo y verde olivo para generar una copiosa “salivación” entre la gente; los ojos achinados en paredes y vallas, siempre amenazantes, del “gran timonel” que, desde un rectángulo convertido en ventana, lo mira todo, cual nueva edición del “Big Brother”. Está vivo, después de todo. Vive en el miedo que produce su “reflejo condicional”, en el sudor, el lagrimeo y la salivación, no solo de sus secuaces.



Se habla del “experimento chino” o del “experimento cubano”, del chileno o del nicaragüense, sin desparpajo, con el menor escrúpulo, como algo “natural”. Al parecer, la violencia, la corrupción, la pobreza material y espiritual, la manipulación, el sometimiento, la muerte de miles de ciudadanos no son más que “datos” y “estadísticas”. Y, así, se subyuga o –peor aún– se convence a las mayorías para “condicionar” la experimentación de “modelos” ideológico-políticos, que han terminado por transformar a los seres humanos en cifrados “objeto de estudio”, tal vez en bacterias bajo la lente de un inmenso microscopio “social”. Gente devenida rebaño, “Dollys” multiplicadas ad infinitum, sin tomar en consideración, en lo más mínimo, las consecuencias que puedan derivarse de semejantes “modelos” de experimentación.

El régimen que, desde hace ya demasiado tiempo, ejerce el poder omnímodo sobre el país, y que ha terminado por hacerlo colapsar, se ha basado, en lo esencial, en “el experimento” cubano para llevar a cabo su “modelo” nacional-socialista tropical, poniendo en manos del demiurgo de su versión original los destinos de una nación que, hasta entonces, había vivido, siempre, en mejores condiciones que Cuba, por lo menos, desde 1959. De hecho, y en este caso, el cálculo presuponía un éxito rotundo, ya que si el experimento cubano había fracasado a causa de que su economía no contaba con un recurso natural tan determinante en la vida actual como el petróleo, Venezuela, en cambio, lo tenía –y lo tiene– por demás. De manera que el fracaso del experimento era muy improbable, sobre todo, en virtud de los altos precios del petróleo en el mercado internacional, para la época. No obstante, el experimento terminó en una hiperinflación en puertas, transmutando un país con una economía relativamente próspera en un pueblo en ruinas. De nuevo, el “modelo” fracasó, y las consecuencias sociales que semejante fracaso van dejando confirman la perversión de concebir las sociedades como simples objetos manipulables de laboratorio. El darwinismo, el positivismo, el materialismo tout court, el empirismo, tanto como sus correligionarios ideológico-políticos, siempre totalitarios del signo que sean, extendidos más allá de sus propios límites, se han transformado en una real amenaza para toda la humanidad.


Ni claro, ni distinto. En realidad, cuando el pensamiento cree adherirse a un supuesto conocimiento pleno, absoluto, inmodificable, muestra las costuras, evidencia su carácter reaccionario. Y su adherencia se disuelve, porque la búsqueda de un algo fijo semejante –un “modelo”–, sin movimiento, estático, prueba ser, en sí mismo, una postal, un espejismo del conocimiento. Contra la clara et distincta perceptio cartesiana, conviene afirmar que no hay una verdad depurada y definitiva. Mucho menos, cuando se trata del estudio de la sociedad. La verdad es hacer, no presuponer. La dictadura del entendimiento abstracto, que este régimen asume como su particular religión de Estado, bajo los falsos ropajes de la innovación “revolucionaria”, promueve el entumecimiento, el entorpecimiento del hacer como pensar y del pensar como hacer, una rudis indigestaque moles: una ruda y desordenada mole. Es la ausencia de pensamiento vivo, de pensamiento pensante.

Mitos y falacias de la "psicología positiva"

Mitos y falacias de la "psicología positiva"
En los últimos años, la llamada "psicología positiva" ha conocido un éxito arrollador. Por todas partes proliferan los libros de psicología positiva y cada vez son más los profesionales dedicados al couching y los psicólogos "especializados" en técnicas de motivación que se ganan la vida vendiendo sus consejos "expertos" a cambio de buenas sumas de dinero. Conceptos como autoayuda, pensamiento positivo, autoestima, asertividad, visualización, creatividad, resiliencia, crecimiento personal, etc. han llegado a extenderse rápidamente entre la población.

"Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza", Mario Benedetti 

Me propongo a continuación sintetizar una crítica de la llamada "psicología positiva" con el fin de poner de manifiesto sus aspectos pseudocientíficos, fraudulentos e ideológicos. La ideología de los psicólogos es extensa. Para ello dividiré la exposición en cuatro puntos. 

1) La psicología positiva es metodológicamente defectuosa 

La psicología positiva presupone una realidad atomística. Se centra en el individuo abstractamente considerado, sin entrar a analizar las relaciones de ese individuo con otros individuos ni el proceso de interacción del individuo con su entorno, lo que constituye un individualismo metodológico. El individualismo metodológico es incompatible con la investigación científica seria y profunda porque no asume el postulado básico de una ontología materialista sistémica: que todo lo que existe (incluidos los individuos humanos) es un sistema o parte de un sistema. 

La psicología positiva parte de la emoción como algo preformado o diseñado para un fin, en lugar de verla como algo que es aprendido y valorado por parte de un sujeto en un contexto. No toma en consideración el papel del aprendizaje en la adquisición de las fortalezas. No explica cómo la emoción llega a ser. Ve la emoción como causa de la conducta en lugar de como consecuencia de ésta. Así, por ejemplo, ve la autoestima como causa de la conducta exitosa, cuando en realidad la autoestima sería más bien consecuencia de una larga cadena de conductas exitosas. En este sentido, cuando la psicología positiva hace hincapié en la automotivación incurre en aquel mismo absurdo en el que incurría el barón de Munchausen cuando relataba que había conseguido salir del agua con su caballo por el procedimiento de tirarse a sí mismo de su coleta. Desde luego, esto no tiene nada de científico y sí mucho de metafísico. 

Los psicólogos positivos utilizan una metodología simplemente correlacional: toman medidas de sujetos asignados a dos grupos en función de las características que se entienden como antecedentes y consecuentes. Pero esta metodología no es correcta para predecir ni para determinar causas: la correlación no implica causalidad. Que la presencia de determinadas emociones se correlacione habitualmente con la presencia de determinados hechos, no significa que esas mismas emociones sean la causa de esos hechos. 

Los estudios que se aportan como prueba no analizan las múltiples variables que pueden intervenir entre lo que se toma como causa (la emoción positiva, la felicidad) y la consecuencia (vivir más años, tener "éxito" en la vida). Un error grave de estos estudios es descartar que el mostrarse sonriente o positivo puede ser la consecuencia de otros factores que hacen que la persona se sienta bien. ¿Cómo delimitar lo que es causa y lo que es consecuencia en tales casos? 

Los conceptos de "emoción positiva" o "emoción negativa" no están definidos. Empezando por ahí, todo el edificio conceptual se derrumba. Los psicólogos positivos definen "emociones positivas" como aquellas que pueden solventar muchos de los problemas que generan las emociones negativas, lo que no es más que un argumento circular. Es por esta razón por la que la psicología positiva está más emparentada con los movimientos espiritualistas que con la ciencia. 

No podemos tratar los conceptos "emoción positiva" y "emoción negativa" como si fueran primitivos inanalizables. Cualificar una emoción como "positiva" o "negativa" solamente puede hacerse considerando dicha emoción dentro de un contexto, en un marco de antecedentes, cualidades subjetivas y consecuentes. Ignorar la importancia adaptativa de las emociones conlleva perder una información crucial acerca del diferente papel que pueden jugar las emociones en la adaptación de las personas a las diferentes situaciones de la vida. Por ejemplo, el miedo, en un momento dado, puede tener una función positiva si nos advierte de un peligro real que amenaza nuestra supervivencia. 

Un tratamiento científico de las emociones, en todo caso, comprendería un estudio de aquellas zonas del cerebro que se activan cuando nos sentimos alegres o tristes, por ejemplo, qué repercusiones tienen en nosotros determinadas emociones, de qué modo interactúan el sistema límbico (responsable de las emociones) y la corteza prefrontal (responsable de la cognición y el razonamiento)... Nada de esto encontramos en el campo de la psicología positiva. 

2) La psicología positiva instaura una "tiranía del optimismo"

Cualquier avance en la vida implica enfrentarse al lado desagradable, oscuro, del mundo y de nosotros mismos. Sin embargo, la psicología positiva nace del deseo de evitar enfrentarse con la realidad. Es una estrategia de evitación frente al miedo que produce la presencia de estímulos "aversivos".

La norma general de pensar "en positivo" es indudablemente buena, entendiendo por tal mantener un cierto optimismo vital que consiste en confiar en nuestras propias posibilidades y actuar de tal manera que podamos generar también confianza por parte de los demás. Si la psicología positiva únicamente viniera a decirnos esto, no estaría descubriéndonos nada nuevo que no supiéramos y que no formara ya parte de una psicología popular bastante extendida que podríamos denominar de "sentido común". Pero no se limita a decirnos esto, sino que va mucho más lejos.

La psicología positiva pretende dar validez científica a la visión norteamericana de la vida, basada en el optimismo a toda costa. ¿A qué intereses sirve esta ideología que santifica la actitud "positiva"? Evidentemente, a los intereses de quienes tienen el suficiente poder político y económico como para imponer a los demás sus condiciones. Con la coartada del "positivismo", se les puede exigir a los trabajadores que no protesten cuando se les baja el salario, que no se quejen si tienen que hacer horas extras, que no reivindiquen sus derechos si son despedidos del trabajo, etc.

En la medida en que el énfasis se pone siempre en la subjetividad individual, se difumina o directamente se borra toda referencia a estructuras y mecanismos sociales que pueden ser la causa de fenómenos como la miseria, la falta de oportunidades o la marginalidad social. Según la psicología positiva, no se trataría entonces de intervenir activamente en el curso de las cosas para cambiarlas sino simplemente de cambiar nuestros pensamientos, mostrarnos "positivos". Esto tiene la terrible consecuencia de desalentar a las personas a participar en procesos de transformación social que evidentemente desbordan con amplitud la mera esfera de la subjetividad privada. La psicología positiva se centra en los beneficios individuales que puede aportar, supuestamente, el pensamiento positivo: bienes materiales, éxito profesional, salud. Pero no nos dice nada acerca de mejorar la sociedad, hacerla más igualitaria, más justa. 

Es imposible sentirse siempre alegre. La crueldad, el asesinato, esclavitud, genocidio, prejuicio y discriminación, difícilmente pueden producir "optimismo" o "alegría" en el ánimo de quienes presencian de manera continuada tales hechos. Hay que valorar la pertinencia de cada emoción en función de su contexto. 

Una excesiva presión social a favor de una actitud "optimista" hace que las personas que se sienten tristes se retraigan a la hora de expresar sus emociones por miedo a ser reprobadas socialmente, lo cual contribuye a agravar sus estados de tristeza. Al exigir a los demás que estén siempre sonrientes y radiantes, en lugar de ayudarles mostrándoles nuestro apoyo cuando lo necesitan, haciéndoles ver que no deben sentirse culpables por sentirse tristes, provocamos el efecto contrario del que pretendemos. La tiranía del pensamiento positivo hace que las personas se estén preguntando constantemente por aquello que las hace felices, lo cual crea una ansiedad que sí puede llegar a convertirse en algo patológico. 

3) No hay un modelo único de felicidad y el éxito no es garantizable 

El concepto de felicidad es relativo a cada cultura y a cada persona, pero la psicología positiva procede como si fuera un concepto unívoco.

Las emociones no son el resultado directo de mecanismos puramente fisiológicos o neurológicos; están siempre situadas y embebidas en contextos sociales específicos y están saturadas de significados culturales. 

Por supuesto, la idea de felicidad que presupone la psicología positiva es la propia del individuo occidental, blanco, liberal, "estándar". La concepción de la felicidad como un logro personal y como un estado dependiente de la afirmación personal de sí mismo es coherente con una visión protestante de la persona que subyace en la cultura norteamericana y noreuropea. 

Sin embargo, en las culturas del este de Asia, por ejemplo, el centro del pensamiento, la acción y la motivación es el yo en relación con otros. La felicidad se considera un estado intersubjetivo basado en la simpatía mutua, la compasión y el apoyo de los demás; depende, en definitiva, de la armonía social. 

El éxito en la vida es otro de esos conceptos cuyo significado se toma como si fuera aproblemático, y por tanto, no se define, y si se define es de una forma acrítica, sin tomar en consideración que también es relativo y varía en función de las diferentes concepciones de cada sujeto y cada sociedad. 

Al presentar el éxito como el lógico resultado de un plan de acciones deliberado, los psicólogos positivos infieren que el que no triunfa es porque no ha hecho lo que tiene que hacer. De esta manera se afirma que quienes padecen, los menesterosos, son responsables de su propia situación en la medida en que no enfocan sus emociones de manera adecuada. Los que sí lo hacen, por consiguiente, defienden haber encontrado su filosofía de la vida feliz en sí mismos y no en sus previas condiciones materiales socioeconómicas, por ejemplo, lo cual es una perversa forma de legitimar el orden social imperante sostenido sobre la injusticia, la violencia y la desigualdad. No se nos oculta qué consecuencias tan nefastas para la correcta comprensión de la sociedad y la historia puede tener semejante concepción de las cosas basada en el darwinismo social más salvaje. 

4) La psicología positiva es filosóficamente irreflexiva 

Los filósofos que a menudo reflexionaron sobre la felicidad afinaron mucho más su criterio a la hora de discernir los caminos para lograrla. La visión simplista y burda de la felicidad que nos proporciona la psicología positiva no tiene en cuenta la complejidad inherente a la vida. La felicidad no es aquel estado de ánimo que se alcanza en ausencia de todo dolor, sino el resultado de un proyecto de vida que incluye al dolor como parte inevitable de la existencia, puesto que sin la presencia del dolor ni siquiera seríamos capaces de valorar como positivo su contrario, el placer. 

La psicología positiva olvida el conocimiento clásico acerca de la inteligencia emocional. La psicología ha de reflexionar sobre los supuestos filosóficos que asume implícitamente en lugar de limitarse a darlos por hecho como si fueran evidentes en sí mismos.


En definitiva, la psicología positiva es una forma de pseudociencia porque sus métodos de medición y sus modelos de explicación teórica son del todo defectuosos. 

Es una forma de mala filosofía porque asume de manera acrítica una serie de postulados filosóficos sin reflexionar sobre sus consecuencias ni compararlos polémicamente con otras alternativas posibles. 

Y, por último, es una forma de perniciosa ideología pues sirve como justificación para un conjunto de relaciones sociales basadas en el individualismo egoísta y depredador sobre el cual se sostiene el sistema económico capitalista. 

Podemos decir, en resumidas cuentas, que nos encontramos ante un tipo de "pensamiento vírico" que es preciso someter a crítica para que no se siga propagando entre la gente, puesto que constituye un obstáculo para la investigación científica y una amenaza para la construcción de una sociedad más solidaria y más justa.

Incertidumbre y Lenguaje (II)


Incertidumbre y Lenguaje (II).
En mi último artículo abordaba el tema de la incertidumbre del lenguaje utilizando como soporte la (in)definición de dos conceptos filosóficos paradigmáticos: la Esencia y la Existencia. Pretendo aquí complementar el tema con una reflexión muy personal sobre este insalvable inconveniente para la eficacia y eficiencia en la comunicación, resaltando su sorprendente paralelismo con la incertidumbre cuántica.

incertidumbre y lenguaje, paralelismo con incertidumbre cuántica, proceso de comunicación, emisor y receptor, superposición de palabras, observación colapsando significado, construcción de frases, interpretación y comprensión, incertidumbre en origen y transmisión

Aceptando de entrada que toda generalización implica un determinado grado de error, podemos afirmar que la incertidumbre del lenguaje está presente en todas las actividades humanas que incluyen la comunicación.

En toda comunicación juegan dos sujetos: el emisor (orador o escritor) y el receptor, (a su vez, oyente o lector). Daremos también por sentado que el objetivo del sujeto emisor no es desorientar al personal (a pesar de que, en ocasiones, así lo parece), sino transmitir a los receptores un mensaje ajustado con la máxima fidelidad al originalmente gestado en su mente, traducido mediante el lenguaje (combinación no aleatoria de letras, palabras y frases) al formato de salida oral o escrito. Daremos asimismo por supuesto que el receptor tiene como último objetivo, comprender el mensaje, lo que le permite interiorizarlo, digerirlo y utilizarlo para un fin específico (formación, entretenimiento, etc.). Esto hace que, para obtener un resultado satisfactorio, deban cumplirse, en el emisor y receptor, una serie de condiciones, altamente improbables, las cuales vamos a analizar a continuación y que son las responsables de lo que he venido en llamar "la incertidumbre del lenguaje" aplicado a la comunicación (aunque no se me ocurre si puede servir para algo más). El proceso consta de 7 fases y es el siguiente (emisor, receptor):

Pensar > Construir > Hablar o escribir > Escuchar o leer > Entender > Interpretar > Comprender

Analizaremos en primer lugar la parte del proceso correspondiente al emisor, en especial las dos primeras, donde, obviamente, reside la génesis del problema. Y es en estas fases donde creemos adecuado establecer el paralelismo cuántico, para lo que resulta apropiado exponer de forma breve y superficial aunque, espero, no exenta de rigor, el significado de la incertidumbre cuántica. Las partículas microscópicas (electrones y fotones)(1), mientras no son "observadas", presentan un peculiar comportamiento llamado "superposición" que se caracteriza por encontrarse "simultáneamente" en todos los estados posibles, cuya "suma" se define técnicamente como una "función de onda". Al producirse la "observación", la función de onda "colapsa" y la partícula se presenta en un estado concreto. El principio de incertidumbre(2) establece que no es posible conocer con precisión absoluta el estado en que se mostrará la partícula al ser observada. En lenguaje coloquial: las partículas, mientras nadie las observa, se encuentran la mar de felices en su nube ondulatoria, en todos los estados posibles (contentas, enfadadas, lejos, cerca, corriendo o andando [nunca quietas]) y cuando se nos ocurre "observarlas", las "molestamos" y entonces "se hacen realidad" y se nos muestran en el estado al que las hemos "forzado", estado distinto al que se encontraban "realmente" y que no nos es posible conocer con anterioridad.

Conviene ahora dedicar un poco de espacio a establecer el vínculo filosófico-cuántico, para lo que nos apoyaremos en la introducción de Bernard Russell al Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein. En él podemos leer que "la tarea esencial del lenguaje es afirmar o negar los hechos" y que "el significado de una proposición está determinado tan pronto se conozca el significado de las palabras que la componen". Esta es, según Russell, la tesis fundamental de la teoría de Wittgenstein, la cual, por su lógica aplastante suscribimos. A continuación, nos dice que Wittgenstein diferencia entre proposiciones (en adelante, nos tomaremos la licencia de llamarlas frases) "atómicas" y "moleculares", con lo que todo esto ya nos empieza a oler bastante a física. Las frases "atómicas" se refieren a hechos "atómicos", lo que significa que no contienen partes que, a su vez, sean hechos. Por ejemplo "Sócrates era sabio" y "Sócrates era ateniense" son frases "atómicas" porque aseveran un hecho "atómico". En cambio, "Sócrates era un sabio ateniense" es una frase "molecular" (contiene dos "átomos") porque asevera un hecho "molecular". Por último, un hecho "atómico" consta de partes (por ejemplo, Sócrates y sabio) a las que denomina "simples" u "objetos" (como dice Wittgenstein,  las "palabras que componen la proposición" de las que debemos conocer su significado).

Convendrán conmigo que no se necesita ser un lince para encontrar la correlación: Las palabras ("simples", "objetos") equivalen a las partículas (electrones) sometidas a incertidumbre cuántica, las cuales forman parte de los "átomos" (frases elementales) que, a su vez, forman las "moléculas" (frases complejas u oraciones). En aras del rigor exigible al espíritu de este artículo, no me resisto a bajar un nivel en la escala microscópica y revelar el único "fallo" del modelo: el electrón es una partícula elemental (sin componentes conocidos) y la palabra se compone de letras. Pero, a todos los efectos, de acuerdo con Wittgenstein, le daremos a la palabra la categoría de partícula elemental del lenguaje, lo cual es totalmente coherente con este análisis.

Tras esta "breve" introducción estamos en condiciones de abordar el análisis, paso a paso, del proceso:
  • Pensar: En nuestra mente (empleo deliberadamente este término, en lugar de cerebro) se encuentran todas las palabras que conocemos (nuestro vocabulario, el cual determinará la mayor o menor riqueza de nuestro discurso). Estas palabras se encuentran en estado de "superposición". Es decir, cada palabra se encuentra simultáneamente en todas las acepciones o significados que nos son conocidas (empezamos mal, porque pueden existir acepciones que nos sean desconocidas). Y así seguirán hasta que nos llegue el estímulo de comunicarnos mediante el lenguaje. Este estímulo es el que nos llevará a elegir una palabra (una detrás de otra) tras la asunción de uno de sus significados dentro del contexto objetivo de la comunicación. Esto equivale a la "observación" cuántica. Para la mente, la palabra ya tiene un solo significado. El que nos satisface (si no lo hace, lo repensamos o buscamos otra), significado que es absolutamente subjetivo y que, en un alarde de ingenuidad y voluntarismo, dado que se encuentra sometido al principio de incertidumbre, deseamos sea el mismo que perciba el receptor del mensaje.
  • Construir: Con estos "ladrillos" construimos mentalmente las frases u oraciones (átomos o moléculas) y las evaluamos (más o menos rápidamente en función de la siguiente fase).
  • Hablar: Evidentemente, el tiempo de evaluación entre la construcción de la frase y la emisión del mensaje no debería ser demasiado largo. No conviene que se nos duerma el auditorio, aunque existen técnicas de oratoria que pueden venir en nuestra ayuda. Pero, en general, la premura inherente a todo discurso "improvisado" (no leído) es un inconveniente añadido a la incertidumbre del mensaje. Como ventaja citaremos que, a menos que el receptor lo grabe, la memoria es frágil y puede fácilmente disipar las dudas e inconsistencias percibidas en el acto.
  • Escribir: Finalizada la construcción de la frase y superada una primera evaluación mental, llega el momento de plasmar en negro sobre blanco el "átomo" o la "molécula", sobre los que pende lo que podríamos definir como una cierta incertidumbre "macroscópica". Todo el que se dedique a escribir con alguna asiduidad habrá experimentado la desagradable sensación de incomodidad o insatisfacción que frecuentemente despierta la lectura de lo escrito. Se diría que casi nunca expresa con fidelidad nuestro pensamiento. No se trata de dudas razonables sobre la eventual incomprensión del mensaje por parte del receptor, sino de una genuina incertidumbre sobre la exactitud de lo escrito respecto a la construcción mental que lo ha originado. Esta es la enorme dificultad que subyace en la traslación desde el pensamiento abstracto al lenguaje concreto, simbólico y convencional por naturaleza. Invariablemente, tenemos que aceptar que hemos plasmado una aproximación razonable, por lo que un cierto nivel de incertidumbre está siempre garantizado en origen. Por si esto fuera poco, debemos añadir el mayor o menor conocimiento de la sintaxis y la ortografía (un simple acento puede desfigurar toda una frase), el cual puede ser determinante para las últimas fases del proceso: entendimiento, interpretación y comprensión.
  • Escuchar o leer: Topamos aquí con la interfaz sensorial del receptor, por lo que no les dedicaremos demasiada atención, dando por supuesto que no existen disfunciones en los órganos correspondientes que impidan procesar el mensaje oral o escrito. En caso contrario, aportarán su mayor o menor dosis de incertidumbre al resultado final del proceso.
  • Entender: Empezaremos afirmando que entender una simple frase (atómica o molecular) o un complejo discurso (resumiendo, un mensaje) es una condición necesaria, aunque no suficiente, para su interpretación (si la necesita) y su comprensión. No puede haber comprensión sin entendimiento. Por ejemplo, si no hablamos ruso es absolutamente imposible entender un mensaje en ruso. Del mismo modo que una frase en un idioma conocido que incluya una palabra cuyo significado desconocemos impide el entendimiento y, consecuentemente, su comprensión. Es decir, incertidumbre 100%, probabilidad de comprensión 0%.
  • Interpretar: Esta fase, correspondiente al receptor, es la que aporta mayor grado de incertidumbre al proceso. Karl Popper afirmó: "es imposible hablar de tal manera que no se pueda ser malinterpretado". Por supuesto, no vamos a enmendarle la plana (en su literalidad, se refiere a comunicación oral), por lo que únicamente añadiremos que a mayor necesidad de interpretación, mayor incertidumbre en el resultado final. Una frase, libro, discurso o conferencia debería dejar muy poco espacio a la interpretación. Pero la práctica diaria nos indica lo difícil que resulta cumplir esta condición. Frecuentemente, los foros y textos filosóficos nos muestran ejemplos absolutamente desproporcionados de interpretaciones que, en mi modesta opinión, no hacen otra cosa que evidenciar incertidumbre en origen. Un ejemplo palmario es la siguiente frase de Hegel, extraída de su "Introducción a la historia de la filosofía": "Lo que es en sí, tiene que convertirse en objeto para el hombre, llegar a la conciencia; así llega a ser para él y para sí mismo. De este modo el hombre se duplica. Una vez él es razón, es pensar, pero en sí; otra él piensa, él convierte este ser, su en sí, en objeto del pensar". No se me negará que esta frase está solicitando a gritos grandes dosis de interpretación. Podrá argumentarse que está descontextualizada, pero, habitualmente, blandir este recurso no hace más que abonar mi tesis: incertidumbre en origen (3). En los antípodas de este texto (no conozco a Hegel más allá de la obra citada, por lo que no estoy procediendo, como hizo con suma dureza el cascarrabias Schopenhauer, a una descalificación general del filósofo) se sitúan los textos que conozco de Bertrand Russell (incluso los de Aristóteles), los cuales, en mi modesta opinión, contradicen a Popper.
  • Comprender: Hemos llegado a la última fase, la que en terminología de gestión de procesos se denomina la "salida" del proceso, la que "entrega" al cliente (en este caso, el receptor) sus resultados. En términos de calidad, este resultado debería reflejar con fidelidad máxima el mensaje gestado en la mente del emisor. Esto equivaldría a una incertidumbre cero. Pero... tras nuestro análisis ¿es éste un empeño realista? Así como "entender" es percibir el significado de algo, aunque no se comprenda, "comprender" es hacer propio lo que se entiende, interiorizarlo y asumirlo, lo que te permite actuar de forma coherente y congruente con ello. Esto implica que es posible entender una frase y que, a pesar de lo cual, te resulte incomprensible. A título de ejemplo puede servir el paródico e impagable artículo de Alan Sokal "Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica", el cual se entiende, pero no se comprende (a pesar de lo cual fue publicado en 1966 y motivó el llamado "asunto Sokal").
Terminamos con unas cuantas frases de incertidumbre mínima (visto lo visto, no aceptamos el cero): "Las enseñanzas orales deben acomodarse a los hábitos de los oyentes" (Aristóteles), "Los limites de mi mundo son los límites de mi lenguaje" (Wittgenstein), "La filosofía trata asuntos de interés para el público culto en general, y pierde mucho de su valor si sólo unos pocos profesionales pueden comprender lo que dicen los filósofos" (Russell), "El lenguaje es pobre para expresar las ideas. Sólo podemos utilizar las palabras que conocemos" (Spencer Tracy, en el papel de abogado defensor en el juicio a las teorías de Darwin en “La herencia del viento”).

Por su excepcional importancia, le concedemos espacio propio a esta reflexión del padre de la incertidumbre cuántica (2), incluida en su recomendable obra “Física y Filosofía”, claro y diáfano exponente de la continuidad entre ambas disciplinas:
La incertidumbre intrínseca del significado de las palabras se reconoció, naturalmente, muy pronto y ha aumentado la necesidad de las definiciones, o (como la palabra "definición" dice) para el establecimiento de límites que determinen dónde ha de emplearse la palabra y dónde no. Pero las definiciones sólo pueden darse con la ayuda de otros conceptos, y así habrá que apoyarse finalmente en algunos conceptos que deben tomarse como son, indefinidos y sin analizarlos.
El problema de los conceptos del lenguaje ha constituido uno de los temas principales de la filosofía griega desde los tiempos de Sócrates cuya vida fue (si hemos de aceptar la artística representación que de sus diálogos hace Platón) una continua discusión sobre el contenido de los conceptos en el lenguaje y sobre las limitaciones de los modos de expresión. Con el fin de obtener una base sólida para el pensamiento científico, Aristóteles comenzó, en su lógica, por el análisis del lenguaje, la estructura formal de las conclusiones y las deducciones independientemente de sus contenidos. De esta manera logró un grado de abstracción y precisión que hasta ese tiempo fue desconocido en la filosofía griega, y con ello contribuyó inmensamente a la clarificación y al establecimiento de un orden en nuestros métodos de pensamiento. Él fue quien, en realidad, echó las bases del lenguaje científico.
Todas ellas, incluida la de Popper citada anteriormente, son exponentes de la presencia insalvable de la incertidumbre del lenguaje y de la preocupación que ha despertado desde los tiempos de Aristóteles. Ante esto, no nos queda otra respuesta que intentar minimizarla. Y recordar que la máxima responsabilidad corresponde al emisor del mensaje. Desgraciadamente, mi percepción es que, con más frecuencia de la deseable, esta responsabilidad no es asumida, transfiriéndola alegremente al receptor (en Alicia en el país de la maravillas, Humpty Dumpty pronunciaba la fórmula mágica de descargo: “las  palabras significan lo que yo quiero que signifiquen"). Entonces, se me antojan las siguientes preguntas filosóficas, a las que asigno categoría de primer orden, empezando por este mismo artículo: ¿nos entendemos? Y si es así...¿nos comprendemos?

Notas:
1 - Este efecto se presenta también en el mundo macroscópico. Se ha verificado experimentalmente en átomos y conjuntos de átomos. A medida de que subimos en la escala dimensional el efecto se hace despreciable (de nuevo perdón a los eruditos por la extrema simplificación conceptual).
2 - Formulado en 1926 por Werner Heisenberg (1901-1976), premio Nobel de física en 1932, es uno de los pilares de la física cuántica.
3 - Hegel bien merece (y ha merecido, por lo menos por parte de Schopenhauer) atención en este sentido. Es muy posible que, tras su atenta lectura (todavía no sé si comprendida) se la dediquemos en un futuro.

Darwilandia , una crítica al Darwinismo social.

Enrique Morata es el autor de "Darwilandia" y desde hoy nuevo colaborador, en adelante nos mostrara pequeños escritos y recortes explicativos de sus libros en Microfilosofia.com.

En esta primera entrada se muestra solo un resumen enviado por el autor, puedes comprar el libro en papel o descargartelo gratuitamente en PDF en Darwilandia - Enrique Morata.

En "Darwinlandia", se critica al darwinismo social vulgar y al darwinismo como  una teoría no científica sino política y de ultraderecha. A diferencia del creacionismo bíblico que se empecina en atacar al darwinismo por razones religiosas, nosotros atacamos al darwinismo por razones sociales, porque está en la base del capitalismo salvaje y porque es una teoría científica ya atrasada respecto a lo que nos está explicando ahora mismo la genética, según la cual no cococemos todavía los miles de factores que se dieron para que apareciera la vida y el hombre en este planeta  y para que se dieran las mutaciones en los genes y en el ADN.

Además algunos genetistas actuales siguen creyendo que la selección natural darwiniana sigue teneindo un papel en la "evolución " de los genes mientras que otros genetistas creen que la selección natural nunca ha tenido ningún papel en ninguna evolución y que solamente ha servido para que los seres vivos más fuertes o poderosos vivieran mejor al apropiarse de las mejores condiciones de vida, la mejor comida, los mejores refugios y las mejores hembras, sin que transmitieran gracias a ello ninguna característica primaria a sus descendientes, sino solamente características secundarias provenientes de su mejor calidad de vida.

Darwin, biografía y teoría de la evolución.

Darwin, principio de la teoría de la evolución.
La evolución es el proceso por el que una especie cambia con el de las generaciones. Dado que se lleva a cabo de manera muy lenta han de sucederse muchas generaciones antes de que empiece a hacerse evidente alguna variación .

Conoce en este documental las aventuras Darwinianas que empujaron al biólogo y observador a proclamar la teoría de la evolución. 

Darwin y la teoría de la evolución. Documental basado en el libro de P. Tort del mismo nombre.

Posturas de positivismo económico y su naturaleza jurídica

Escrito de Juan Camilo Aljure Amaya.  Hacía una noción de positivismo filosófico, positivismo económico y su naturaleza jurídica. .
El positivismo económico es el complemente lógico natural del positivismo jurídico, esto, como antes ya lo habíamos explicado, es por un motivo histórico filosófico: El saber jurídico y el saber económico son los ejes centrales de los saberes político económicos en cualquiera de las esferas ideológicas en las que este se exponga. A nivel de la publicidad, el positivismo económico se encuentra únicamente en el mundo moderno ya que la actividad de mercantilización del objeto de consumo en torno a la especialidad y la socialización de esta, es un fenómeno que parte de lo que en la economía política se conoce como la etapa preindustrial; es decir, del 700 ac en adelante hasta la etapa industrial.

Entre los filósofos exponentes del fenómeno del positivismo económico en el siglo XX se cuentan Ortega y Gasset y Theodhor Adorno: Nosotros hablaremos en este caso del pensamiento y figuración del segundo. .

El concepto o fenómeno de positivismo económico nace en Adorno de su lectura de las ciencias como parángon necesario para la lectura de la filosofía. Así mismo, el concepto de filosofía en adorno es equivalente al concepto de Arte, es decir, como el arte, toda filosofía nace para eliminarse a sí misma. En este caso, existe un parangón de diferencialidad entre la subhistoria y la filosofía materialista de Adorno ya que la subhistoria busca la ciencia para desarrollar en comparación, una filosofía continuada y holística.

A nivel fenoménico y subhistórico, la descripción de adorno describe la polarización del poder en torno a la filosofía como regimiento de la ciencia. Adorno, mimetiza la filosofía para camuflarla en la publicidad, pero en una publicidad filosófica, no en una filosofía publicitaria  de productos.

Ahora, para hacer una representación esquemática del positivismo económico; propongo que hagamos un recorrido por conceptos y pasajes fundamentales del libro de Adorno publicado en 1931 “Actualidad de la filosofía”. Pero antes, propongo que conozcamos algunos fundamentos del sistema de pensamiento de este influyente pensador Alemán:

1) El sistema, en Adorno adquiere la forma de una mutación de las tendencias antimaterialistas de los últimos cuatro siglos haciendo así una exégesis apolítica de la política. En adorno, el análisis del poder, toma una variable plástica para transformarse en una autoregulación filosófica individual del acto del poder.



2) En Adorno, la actualización entendida como acto de renovación del desarrollo del propio pensamiento filosófico en torno al avance de la ciencia es un componente de ida y vuelta. En este sentido, la subhistoria lo valora en sentido ético y en sentido pragmático. En sentido ético pues la actualización múltiple constituye la formación del contexto existencial de la filosofía. Pragmáticamente ya que la utilidad de la lectura del poder en el fenómeno filosófico, es fundamental para describir la consecuencia del acto publicitario, en el suceso(empiria) de su socialización.


Vamos ahora entonces a los conceptos y pasajes del libro.

En Alemania, En el seno de la escuela de Frankfurt; Se vivía una especial tensión en torno a la presupuestación de las teorías económicas, Filosóficas y Políticas en relación a la consolidación de Europa En el siglo XX. Un joven Adorno, había logrado ya impactar y cautivar la mirada de Filósofos Como Heidegger, Habermmas y Wittgesstein.

En torno a la subhistoria y como ya lo habíamos propuesto, es fundamental tener una idea clara de las repercusiones y circunstancias en las que este filósofo hizo emanar su pensamiento. Podemos inicialmente, extraer literalmente una síntesis de lo que el libro que aquí se trae al análisis, representó en su tiempo:

[En la actualidad de la filosofía(1931) ata adorno varias lineas de desarrollo filosófico: La teoría histórico filosófica de Luckas, La crítica de la hipócrita racionalización capitalista por Kracauer, La confrontación de la naturaleza mística o  la sobria luz de la redención en Benjamin y el neokantismo posítivista de Cornelius.El hilo conductor para el nudo es la revolución de Schomberg en música]

Empero, a la luz de la subhistoria, Adorno ofrece, como Marx, su propia visión de la historia de la filosofía.

[El Filósofo que dice entregarse a los escombros y niega el acceso a la totalidad filosófica del presente. Bastaría comparar estos escritos de un filósofo de 28 años con los de filósofos como Heidegger o Wittgesstein, otro Krausiano como Adorno. Se percibe una constante adorniana: La continua confrontación polémica con la actualidad, la exigencia rimbaudiana de ser absolutamente moderno, su idea enfática de totalidad tras el refugio del fragmento. Eso explica cómo a pesar de las diferencias permanencen muchas semejanzas, un aire de familia. Mörchen, que propone una síntesis entre Adorno y Heidegger desde la escuela Heideggeriana, Habla de Actualidad de la Filosofía como una contrapropuesta a ser y tiempo(1927). Algo que no se le escapaba a Adorno: En 1962 habla del intento de Walter Bröcker de sintetizar filosofía del ser y posítivismo. Pero Adorno huye de tales intentos de mediación negándose a escarbar tras el enigma, a cualquier afirmación de algo que escape de la extensión que cubren los elementos que descifra. La filosofía debe quedarse en esa resolución de lo irreducible, su fecundidad se prueba en la concreción histórica, en la irrupción en lo pequeño. Filosofía es interpretación, no búsqueda del sentido de la vida. Recibe sus elementos de las ciencias y los ordena de manera que salte el enigma, fijándose especialmente en pequeños elementos, al modo de Freud. Construye modelos que ni son tan generales como los del idealismo ni tan minuciosos como los del sociologismo. La metáfora del ladrón muestra como la intepretación filosófica se constituye como herméneutica constructiva desde lo efímero, otorgando derechos al interprete.]

En este punto, y oscilando entre la corrección y la incorreción política, me permito hacer referencia nuevamente a uno de los escritores más renombrados de la actualidad: Nicolás Gonzales Varela. ¿por qué? Porque entre sus temas de preferencia han estado con gran audacia y distinción la influencia del Hegelianismo en el siglo XX en torno al crecimiento de la actividad política y filosófica de Martin Heidegger, discusión que aún se mantiene viva en altos estrados académicos y que en este espacio referiremos en un momento en que se nos presente oportuno. En efecto, la filosofía de Adorno es inseparable del Hegelianismo y Adorno mismo es un auténtico Hegeliano del anterior siglo. Con esta pequeña referencia, quiero en últimas decir, que el pensamiento de Adorno, no puede dejar de relacionarse con el historicismo propio de la esencia de Hegel y que pese a que queremos centrar nuestro análisis únicamente en la perspectiva subhistórica de nivel histórico que ofrece actualidad de la filosofía; no podemos seguir en esa tarea sin hacer mención a la historia natural de Adorno; Mucho más, si con esto nos permitimos advertir que tal filosofía nos servirá como elemento de análisis para determinadas temáticas de la subhistoria.

La referencia a Historia Natural(HN), la sintetizaremos con una definición que es apenas acorde a la subhistoria. Describe como en torno a la historia natural, Adorno interpreta la historia:

[La historia no reinterpreta una y otra vez el origen, son los materiales históricos lo que se transforma en lo mítico, un nuevo comienzo o una mera continuación del devorar y ser devorado, del darwinismo histórico. Con palabras de Adorno en Actualidad de la Filosofía: <<El origen no puede ser buscado más que en la vida de lo efímero>>(Pag 158).]

Con tal definición, de la visión de un mundo mítico en torno a la naturalización propia del género Humano y acepción histórica a aquellas ya poco famosas lecciones sobre la historia universal de Hegel, nos permitimos dejar la referencia y hacer una breve preintroducción y reseña al maravilloso mundo del derecho.

Propongo ahora que vayamos a las reseñas y contextulizaciones de AF, en cuestión.
Y cómo no, de este implacable Hegeliano que fue Adorno, ha salido una filosofía al mejor estilo de las catedras histórico-filosófico hegelianas.

[Quien hoy elija por oficio el trabajo filosófico, ha de renunciar desde el comienzo mismo a la ilusión con que antes arrancaban los proyectos filosóficos: La de que sería posible aferrar la totalidad de lo Real por la fuerza del pensamiento. Ninguna razón legitimadora sabría volver a dar consigo misma en una realidad cuyo orden y configuración derrota cualquier pretensión que la razón legitimadora sabría volver a dar consigo mismo en una realidad cuyo orden y configuración, derrota cualquier pretensión  de la razón; a quien busca conocerla, sólo se le presenta como su realidad total en cuanto objeto de polémica, mientra únicamente, en vestigios y escombros perdura la esperanza la esperanza de que alguna vez, llegue a ser una realidad correcta y justa. La filosofía que a tal fin se expende hoy, no sirve para otra cosa que para velar la realidad y eternizar su situación actual. Antes de cualquier respuesta, tal función se encuentra ya en la pregunta; esa pregunta que hoy se califica de rádical y, aún así, es la menos rádical de todas: la pregunta por el Ser sin más, tal como lo formulan expresamente los nuevos proyectos ontológicos, y tal como, pese a toda clase de oposiciones, subyace también a todos los sistemas idealistas que pretende superar. Pues esta pregunta, da ya por sentado, como algo  que posíbilita responderla, Que el ser sin más, se adecua al pensamiento, que le resulta accesible, que se puede formular la pregunta por la idea de lo existente. Pero la adecuación del pensamiento al ser como totalidad se ha desintegrado, y con ello, se ha vuelto implantable la cuestión de esa idea de lo existente, que una vez pudo alzarse inmovil en su clara transparencia sobre una realidad cerrada y redonda, y que quzás se haya desvanecido para siempre a ojos humanos, desde que sólo la historia sale fiadora de las imagenes de nuestra vida. La idea del ser, se ha vuelto impotente en Filosofía; no más que un vacío principio formal cuya arcaica dignidad ayuda a disfrazar contenidos arbitrarios. Ni la plenitud de lo real se deja subordinar como su totalidad a la idea del Ser, que le asignaría su sentido, ni la idea de lo existente se deja construir basandose en los elementos de lo real. Se ha perdido para la filosofía, y con ello se ha visto afectada en su mismo orígen la pretensión de ésta a la totalidad de lo Real.] (Theodor Adorno, Actualidad de la filosofía, pags 73 y 74).

A partír del desvanecimiento de la filosofía, en manos del interrogante inconcluso por el Ser, es como nace en Adorno; no únicamente el elemento primordial de su pensar filosófico sino su inclusión en la tendencia posítivista del siglo XX pues casi sin parpadear, el pensador Alemán adelante en su propia percepción del mundo racional que la filosofía y su condición autónoma histórica desvela:

[De ello da fe la misma historia de la filosofía. La crísis del idealismo equivale a una crísis equivale a una crísis de la pretensión filosófica de totalidad. La ratio autonoma, tal fue la tésis de todo sistema idealista, debía ser capaz de desplegar a partír de sí misma, el concepto de realidad y de toda realidad. Tal tésis se ha disuelto a sí misma. El neokantismo de la escuela de Marburgo, que aspiraba con el máximo rigor a hacerse con el contenido de la realidad partiendo de categorías lógicas, ha salvado desde luego el carácter cerrado de su sistema, pero desistiendo para ello de todos sus derechos sobre la realidad, y se ve remitido a una región formal en que la determinación de cualquier contenido se volatiliza como punto final virtual de un proceso sin fin. La posición antagónica a la escuela de marburgo en los circulos idealistas, esa filosofía de la vida de 
Simmel orientada psicológicamente y con un tono irracionalista, ha mantenido el contacto con la realidad de la que trata,claro, pero ha perdido a cambio todo derecho a dar sentido a una empiria acuciante, y se ha resignado a un concepto naturalista de lo viviente, ciego y aún sin esclarecer, al que trata en vano de elevar a una aparente y nada clara trascendencia del plus-de-vida.](Theodor Adorno, Actualidad de la filosofía, pags 74 y 75).

En este punto, nos encontramos ante una diatriba; No sabemos si seguir a  Adorno en la opción del salto hermenéutico que ignora el enigma o si seguir a la subhistoria en su función de aplicación del contexto y el microcontexto. Hemos de aplicar la enciclopedia, ya que lo que a continuación trataremos es un tema que toca de manera punzante, los fenómenos de occidente en la política y en la historia. Y cómo no, ya habíamos reconocido en Adorno la cualidad de representar la tensión de la filosofía en torno a su historia misma. Nace en Adorno, una tendencia económica y geográfica: La tendencia de la fenomenología material del catolicismo la cual encuentra su explicación filosófica no sólo en el mero Kantismo sino y como es propicio para nuestro tema, en una tendencia de la Iure que se remonta a las reflexiones histórico-espirituales de Hegel.

Es también, un tema referente a miserias de la filosofía en el ámbito del decreto de leyes económicas en el ámbito del comunismo burgués de Proudhon. Recordemos la temática establecida por Marx acerca de los dogmas económicos en los que Proudhon basaba su lectura de la historia y a los que formalmente, Marx ubica como conducentes al catolicismo. De tál temática de la publicidad, la historia universal y los desmanes en el comportamiento y el desarrollo de la vida social en las revoluciones Europeas; en el preciso instante debemos únicamente tener en cuente la posición teórico-económica de Marx y dejar de momento a un lado los esquejes históricos, deshistóricos y subhistóricos de importunados sucesos para Europa y el mundo y centrarnos en lo que la historia universal y la teoría económica determinan como una fenomenología material del catolicismo.

Quizas quepa muy bien, adecaudamente, recordar que la teoría de la historia Universal, Sostiene que el estado y la religión sostienen una influencia recíproca sobre los sucesos históricos, deshistóricos y humanos; Sostiene también que de el estado se desprende el nexo de influencia de la religión sobre los sucesos humanos. Para tal caso, nos conviene traer a colación un pasaje de las lecciones de historia universal de Hegel. Estas lecciones, cubiertas por el nombre de 'lecciones sobre la filosofía de la historia universal', Hicieron parte de las cátedras profesorales de Hegel en Berlin y tuvieron por objeto dar formación a los intelectuales de la época sobre las tendencias escolásticas y filosóficas de la época que eran en gran parte las de la filosofía de la historia.El pasaje que queremos traer a colación, antes de realizar la idéntica acción con el pasaje de Adorno, es el que habla de los fines partículares del estado en torno sus fines universales; veamos:

[El estado-El tercer punto es: ¿cuál es el fin que ha de ser realizado con estos medios? O sea: ¿cuál es la configuración del fin en la realidad? Se ha hablado del medio; pero la realización de un fin subjetivo y fíníto implica además el factor de un material que tiene que existir o ser producido. La cuestión, es por tanto: ¿cuál es el material en que se verifica el fín último de la razón?

{Los cambios de la vida histórica suponen algo en que se producen, Ya hemos visto que se hacen mediante la voluntad subjetiva. El primer elemento vuelve a ser aquí, por tanto, el sujeto mismo, las necesidades del hombre, la subjetividad en general. Lo racional adviene a la existencia del hombre, la subjetividad en general. Lo racional adviene a la existencia en el material del saber y querer humanos. Hemos considerado ya la voluntad subjetiva; hemos visto que tiene un fin, que es la verdad de una realidad, precisamente por cuanto es una gran pasión histórica. Como voluntad subjetiva en pasiones limitadas, es dependiente, y sólo puede satisfacer sus fines particulares dentro de esta dependencia. Pero, como hemos demostrado, tiene también una vida sustancial, una vida que se sostiene en lo intelectual, una realidad, con lo que se mueve en lo esencial y que toma por fín de su existencia. Ahora bien, eso esencial, la unidad de la voluntad subjetiva y lo universal, es el orbe moral y, en su forma concreta, el estado. Esta es la realidad, en la cual el individuo tiene y goza su libertad; Pero por cuanto sabe, cree y quiere lo universal. El estado, es por tanto, el centro de los restantes aspectos concretos: Derecho, arte, costumbres, comodidades de la vida. En el estado, la libertad se hace objetiva y se realiza positívamente. Pero esto, no debe entenderse en el sentido de que la voluntad subjetiva del individuo se realice y goce de sí misma mediante la voluntad general, siendo esta un medio para aquella. Ni tampoco es el estado, una reunión de hombres, en la que la libertad de los individuos tiene que estar límitada. Es concebir la libertad  de un modo puramente negativo el imaginarla como si los sujetos que viven juntos límitarán su libertad de tal forma que esa común limitación, esa recíproca molestia de todos, sólo dejara a cada pequeño espacio en que poder moverse. Al contrario, el derecho, la moralidad y el estado son la única positiva realidad y satisfacción de la libertad. El capricho del individuo no es libertad. La libertad que se límita es el albedrío referido a las necesidades partículares.

Sólo en el estado tiene el hombre existencia racional. Toda educación se endereza a que el individuo no siga siendo algo subjetivo, sino que se haga algo subjetivo en el estado. Un individuo puede, sin duda, hacer del Estado su medio, para alcanzar esto o aquello; pero lo verdadero es que cada uno quiere la cosa misma, abandonando lo inesencial. El hombre debe cuanto es al estado. Solo en este tiene su esencia. Todo el valor que el hombre tiene, toda su realidad espíritual, la tiene mediante el estado. Un individuo puede, sin duda, hacer del Estado su medio, para alcanzar esto o aquello; pero lo verdadero es que cada uno quiere la cosa misma, abandonando lo inesencial. El hombre debe cuanto es, al estado. Sólo en este tiene su esencia. Todo el valor que el hombre tiene, toda su realidad espíritual, la tiene mediante el estado. La realidad espíritual del hombre consiste en que, como se sabe, sea para él objetiva su esencia, esto es, lo racional, tenga para él la razón una existencia objetiva e inmediata. Sólo así, es el hombre una conciencia; solo así participa en la costumbre, en la vida jurídica y moral del Estado. La verdad es la unidad de la voluntad general y la voluntad subjetiva; Y lo universal está en las leyes del Estado, en las determinaciones universales y racionales.(Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, la ide de la historia y su realización, pags 100, 101 editorial altaya).

Tal como esta descrito, es la condición general de la fenomenología material del católicismo; Propongo ahora que vayamos ahora al pasaje de Adorno, para luego pasar a la naturaleza jurídica del posítivismo económico.

[Por último esa escuela del sudoeste alemán, la de Rickert, que media entre ambos extremos, piensa que dispone en los valores de unos patrones de medida más concretos y manejables que aquellos con los que cuentan los de Marburgo en las ideas, ya ha dado forma a un método que relaciona esos valores con la empiria de un modo siempre frágil. Pero el lugar y el origen en alguna parte entre la necesidad lógica y la multiplicidad psicológica, ni vinculantes en lo real, ni transparentes en lo espíritual; una apariencia de ontología que es incapaz de soportar tanto la pregunta <<¿de dónde les viene su vigencia?>> como la de <<¿adónde lleva su vigencia?>>.

Apartadas de las grandes tentativas de solución de la filosofía idealista, trabajan los filósofías científicas, que renuncian desde el comienzo acerca de la constitución de lo real, que sólo le siguen concediendo alguna validez en el marco de un propedéutica a las ciencias partículares desarrolladas, en especial a las ciencias de la naturaleza, y que creen disponer de un fundamento más firme en los datos, ya sean los rélativos al sistema de la conciencia(Bewuaatseinzusammenhang), ya los de la investigación de las ciencias partículares. En tanto han pérdido la relación con los problemas históricos de la filosofía, han olvidado que sus propias constataciones están inextricablemente anudadas en cada uno de sus supuestos con los problemas históricos y con la historia del problema, y que no se pueden resolver con independencia de aquéllos.

En esta situación viene a insertarse el espíritu filosófico que evoca el nombre de fenomenología: el empeño en lograr, tras la decadencia de los sistemas idealistas y con el instrumento del idealismo, la ratio autónoma, un orden del ser vinculante y situado por encima de lo subjetivo. La más profunda paradoja de todas las intenciones fenomenológicas es que precisamente aspiren a alcanzar, por medio de las mismas categorías que trajo a la luz el pensamiento subjetivo, postcartesiano, esa objetividad que tales intenciones contradicen en su mismo origen. Por eso no es ningún azar que la fenomenología tomara en Husserl el idealismo trascendental como punto de pártida, ya cuanto más tratan de ocultar ese origen los productos más tardíos de la fenomenología, menos pueden renegar de él. El descubrimiento realmente productivo de Husserl-más importante que el método de la <<intuición de esencia>> que causa un mayor efecto de cara al exterior-Fue haber reconocido y hecho fructífero el concepto de lo dado irreducible, tal como la había configurado las orientaciones posítivistas, en toda su significación para el problema fundamental de las relaciones entre razón y realidad. El arrancó a la psicología ese concepto de una intuición que se da como algo originario, y al dar forma al método descríptivo volvió a ganar para la filosofía una fiabilidad que había pérdido mucho tiempo atrás entre las ciencias partículares. Pero no se puede desconocer que en conjunto los análisis de lo dado de Husserl siguen ligados a un implícito sistema de idealismo trascendental cuya idea finalmente también está formulada en Husserl.- Y el hecho de que Husserl lo manifestara abiertamente revela la grande y pura rectitud del pensador-, ni desconoce tampoco que <<el tribunal de la razón>> sigue siendo en él la última instancia competente para las relaciones entre razón y realidad; y que, por tanto, todas las descripciones de Husserl forman parte del círculo de esa razón. Husserl ha purificado al idealismo de todo exceso especulativo, y lo ha llevado a la medida máxima de realidad que le resulta alcanzable. Pero no la ha hecho explotar. En su ámbito impera el espíritu autónomo, como en Coheny Nartop; es sólo que ha renegado de la pretensión de una fuerza productiva del espíritu, de esa espontaneidad Kantiana o Fitcheana, y se conforma, como Kant mismo se conformó, con tomar posesión de la esfera de lo que le resulta adecuadamente accesible. La erronea concepción de la historia filosófica de los últimos 30 años quiere ver una autolimitación de Husserl en esta autolimitación de la fenomenología, y la considera como comienzo de un desarrollo que al final conduce precisamente al proyecto realizado de ese orden del ser que se adecua a la relación noético-noemático. He de contradecir de manera expresa esa concepción. El tránsito a la <<fenomenología material>> se ha logrado sólo en apariencia, y al precio de esa fiabilidad de lo hallado que era lo único que le garántizaba al método fenomenológico un título de derecho. Cuando en el desarrollo de Max Scheller las eternas verdades fundamentales se desatarón en una súbita metamorfósis para ser desterradas al final de la impotencia de su trascendencia, se puede ver en ello el infátigable impulso a cuestionar de un pensamiento que sólo en el movimiento de un error a otro llega a convertirse parcialmente en la verdad. Pero ese desarrollo enigmático e inquietante de Scheler pide ser comprendido con más rigor que bajo la mera categoría de destino espíritual individual. Más bien señala que el tránsito de la fenomenología desde la región formal-ideal a la material y objetiva no podía lograrse sin saltos ni dudas; sino que la imagen de una verdad suprahistórica, como de manera tan seductoria trazó una vez esa filosofía sobre el telón de fondo de la doctrina católica acabada y completa, se enmarañó y deshizo tan pronto como se trató de buscar la verdad precisamente en la realidad cuya captación constituia el programa de la <<fenomenología material>>](Theodor Adorno, Actualidad de la filosofía, pags 76 a 79).  



Continuaremos en la siguiente publicación.

Cordialmente

Juan Camilo Aljure Amaya - Hacía una noción de positivismo filosófico
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