- Introducción:
1.1 Cuestiones generales
Como
es notorio, suelen identificarse tres fases o etapas en la filosofía de Ludwig Wittgenstein:
la primera de ellas es la expuesta por el autor en el “Tractatus lógico-philosophicus” (en adelante “Tractatus”), la segunda sería la relacionada con el Wittgenstein
de las “Investigaciones Filosóficas” (en
adelante “Investigaciones”), al
tiempo que la tercera fase correspondería a lo que el autor propone en “Sobre la certeza”.
El
“Tractatus” es un libro extremadamente
rico, que trata sobre metafísica, sobre filosofía del lenguaje, incluso sobre
filosofía de la lógica o de la matemática. Sin embargo, pese a que en esa obra se
habla poco acerca del método filosófico, aparece allí una poco habitual concepción
acerca de la filosofía, planteándose que el filósofo debería quedarse la mayor
parte del tiempo en silencio. Es solamente cuando otro filósofo plantea algo
filosófico, que el filósofo intervendría para mostrar que lo que se dijo era algo
sin sentido. Esa posición acerca de la filosofía expuesta en el Tractatus, cambiará más adelante en la
obra del autor, aunque no completamente. Es así que en el Prólogo se expresa
que el libro versa sobre los problemas de la filosofía, mientras que al final
del Prólogo se dice básicamente que ha logrado resolver esos problemas en forma
definitiva.
Wittgenstein
busca en esta obra trazar los límites del pensamiento, no en lo que refiere al
pensamiento mismo sino en lo que refiere a la expresión de los pensamientos. Esto
es de esta manera, porque para trazar un límite al pensamiento tendríamos que
ser capaces de pensar a ambos lados de ese límite, vale decir, tendríamos que
ser capaces de pensar también en aquello que no podemos pensar.
Si
consideramos el pensamiento de Kant (y otros filósofos que lo precedieron), vemos
que en el él se pretendía demarcar los límites del conocimiento, es decir, los
límites acerca de qué es lo que podemos conocer y qué es lo que es posible
pensar. Nuestro conocimiento es pensamiento, por tanto al demarcar los límites
del conocimiento en cierta forma estamos trazando los límites de lo que es
posible pensar, de lo que podemos conocer. Ese proyecto kantiano tiene su origen en Descartes
así como también en el proyecto de Locke. Es que cuando la capacidad de conocer
funciona dentro de sus límites, no hay lugar para el escepticismo que aparece
cuando nuestra capacidad va más allá de nuestros límites (el escéptico rebasa
los límites de lo que se puede pensar, porque está negando algo que no se puede
negar).
Pero
regresando al Tractatus, vemos cómo el
filósofo es llamado a trazar los límites del conocimiento y del pensamiento
humano, los límites del mundo. En el Prefacio, dice el autor que le parece
interesante no trazar esos límites en el pensamiento mismo, sino en el
lenguaje. Es decir que esa idea mencionada en el párrafo anterior, acerca de la
delimitación de los límites del pensamiento para responder a las objeciones
escépticas, eso en el Tractatus
tendrá lugar ahora en el lenguaje.
En
el Prólogo, el autor dice que es necesario realizar un giro hacia el lenguaje.
Ese giro se constituye en una novedad
respecto a lo que había sido planteado por los filósofos de la modernidad. Todo
aquello que no podemos pensar, todo aquello que se encuentra por fuera de los
pensamientos, si lo proyectamos hacia el lenguaje (entendiendo por lenguaje al
conjunto de la totalidad de las proposiciones) sería hacia proposiciones que
carecen de sentido.
En
el lenguaje nosotros podemos hacer ciertas combinaciones de palabras que
parecen gramaticalmente bien formadas, pero que en realidad no tienen sentido.
Esto último que podemos hacer en el lenguaje, no podemos hacerlo en el
pensamiento, ya que ahí lo que ocurriría es simplemente que el elemento de
contenido (de pensamiento) no estaría presente.
En
el lenguaje podemos decir que existen oraciones que son lógicamente
malformadas, aunque no lo sean gramaticalmente de forma superficial. Entonces,
Wittgenstein piensa que el lenguaje es el medio ideal para llevar adelante la
empresa de esa demarcación de límites.
De forma que tenemos que trazar los límites de las proposiciones, de
manera de separar aquellas que tienen sentido de aquellas que no lo tienen. En
el lenguaje podemos hacer eso porque podemos expresar oraciones sin sentido,
más a partir de un análisis de su sentido vamos a llegar a la conclusión de que
se trata de un absurdo.
Russell,
en el tercer parágrafo de la Introducción al Tractatus, se pregunta acerca de cuál es la relación que debe
existir entre un hecho que es una proposición y otro hecho, para que el primero
pueda ser un símbolo del segundo. Para que pudiéramos trazar los límites del
conocimiento del mundo, tendríamos que tener una teoría de la representación,
una teoría correcta de la representación.
1.2 Breves consideraciones sobre la filosofía (final del Tractatus):
Al
detenernos a considerar el proyecto filosófico de Wittgenstein, tenemos que ver
qué piensa el autor acerca de la filosofía.
En ese sentido, vemos que el autor de Tractatus entiende que la filosofía se encuentra del mismo lado que
la ética, la religión y la estética.
Si
bien prima facie esto podría resultarnos incómodo, es plenamente coherente y
razonable con lo planteado en todo el Tractatus.
Ocurre que el filósofo se sale del dominio del sentido y pasa al dominio del
sinsentido. El autor está de acuerdo con el punto de Moore en referencia a que
el filósofo que duda de la existencia del mundo exterior cae en una paradoja o
un absurdo.
Incluso
Wittgenstein cree que las proposiciones presentes en el Tractatus ingresan también en el terreno de lo absurdo. Esto es así
ya que constituyen intentos de decir aquello que no es posible decir. Eso que
no se puede decir, solamente se puede mostrar. Cualquier intento de decir algo
que solo se puede mostrar, genera una paradoja.
No
deberíamos perder de vista, el hecho de que es inherente a la filosofía la
realización de aclaraciones de tipo conceptual que van contra la lógica del
lenguaje. Es por ese motivo que el autor manifiesta que el verdadero método en
la filosofía es el de quedarse callado. Se trata de un trabajo negativo, el de
señalar cuando lo que dicen otros es una paradoja o una contradicción.
Un
claro ejemplo de lo antedicho es lo que ocurre con el escepticismo, que no es
algo de carácter irrefutable, sino que se simplemente es una postura que se
plantea dudar allí en donde no se puede siquiera plantear una pregunta. Esto
quiere decir que el escepticismo ingresa en el terreno del absurdo, estando el
escéptico en un conflicto producto de dudar acerca de algo que necesita
presuponer. Dentro del marco de lo que se propone en el Tractatus, Wittgenstein dice que la existencia del mundo no es algo
de lo que podamos dudar.
En
ese trabajo filosófico negativo que Wittgenstein plantea, caracteriza al Tractatus como una escalera que se usa para “subir” y poder
observar la forma lógica del lenguaje, vale decir, para tener la visión correcta
del mundo. Una vez que uno logró llegar a ese punto, uno bien puede arrojar el
libro a la basura.
2- El Tractatus y la teoría
figurativa.
Cómo
se menciona en el Prólogo de la obra, el “Tractatus
Logico-Philosophicus” tiene su motivación inicial en una crítica a Frege y
Russell. Frege se propone reducir todas las matemáticas a la lógica, para ello
forma parte de su sistema un axioma que sostiene que todo universal (toda
propiedad) determina un concepto. Russell descubre que ese sistema a partir de
ese principio de abstracción producía una paradoja (la célebre “paradoja de
Russell”), y la resuelve por medio de la teoría de los tipos lógicos, que
realiza una estratificación.
A
Wittgenstein no le conforma esa solución, porque dice que no se puede decir eso
del lenguaje, sino que es algo que debe ser mostrado y no dicho. Esa distinción
entre lo que se muestra y lo que se dice, es central. Wittgenstein desarrolla
una teoría en la que el lenguaje dice cosas del mundo, pero en el mundo acerca
del que el lenguaje se expide no puede haber entidades paradojales.
La
estructura del lenguaje debe reflejar la estructura del mundo. Lo que el
lenguaje puede decir lo puede decir respecto del mundo, pero no puede decir de
qué modo el lenguaje se refiere al mundo, eso el lenguaje lo muestra pero no lo
dice. Con la distinción entre mostrar y decir, Wittgenstein responde de un modo
original a la cuestión de las relaciones internas y externas que Russell
sostenía.
El
lenguaje muestra la estructura lógica del mundo, figura el mundo de algún modo.
El autor del Tractatus dice que el
mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas. Es esencial al objeto ser
parte de un hecho atómico. Los hechos son complejos, relaciones de objetos.
Utiliza la metáfora de que están relacionados como los eslabones de una cadena,
hay objetos unidos entre sí, siendo lo único que hay. Si un objeto forma parte
de un hecho atómico, entonces la posibilidad del hecho está prefigurada en la
forma del objeto.
Podemos
apreciar que toma como modelo el lenguaje de los “Principia Mathematica”, que lo interpretará a su vez como
constituido en funciones veritativas. En la proposición 6 del Tractatus brinda la
forma general de la función veritativa. La idea es que el lenguaje de los
“Principia” refleja la estructura del mundo, que consta de proposiciones y está
compuesto de funciones veritativas.
La
forma general de la proposición es o bien una proposición elemental (que en la
base son funciones veritativas en sí mismas) o luego funciones veritativas que
se obtienen con el uso de las conectivas) que son funciones veritativas de
proposiciones elementales), o negación de cualquier función veritativa. Eso
agota todas las formas de las proposiciones posibles.
Claro
que si pensamos en el lenguaje de “Principia Mathemática”, no solamente aparece
negación y conjunción sino que también aparecen los cuantificadores (que en
principio no parecen ser funciones veritativas, aunque Wittgenstein los
interpreta de ese modo y eso traerá problemas, en el sentido de pensar que el
universo tiene un número finito de individuos y que todos ellos tengan nombre).
Las
proposiciones necesarias son las verdades lógicas, que no nos dicen nada acerca
del mundo, y lo mismo en el otro extremo (las contradicciones). Las
proposiciones compuestas y atómicas son las que tienen mayor nivel informativo,
cuyo valor de información va a disminuir en la medida en que aumente sus
posibilidades de verdad. Esto último se ve en el Tractatus en la proposición 4.46.
La
filosofía de Wittgenstein se trata de lógicas extensionales, no hay operadores
intensionales. La necesidad es la necesidad lógica, que carece de información y
por tanto carece de sentido. Toda información acerca del mundo vendrá
desperdigada en proposiciones elementales. Las proposiciones elementales tienen
como correlato a nivel del mundo, a los hechos atómicos.
En
el Tractatus tenemos por un lado la
teoría pictórica o figurativa (en la que el lenguaje “copia” de algún modo la
realidad), y otro de los temas que trata el Tractatus es la realidad (como
también trata qué es el lenguaje y la relación figurativa entre lenguaje y la
realidad). Si como fuera dicho ut-supra, en el lenguaje puedo construir
expresiones carentes de sentido, estoy mostrando que hay cosas que el lenguaje
no puede decir. Para poder pensar los límites del pensamiento tendría que poder
pensar lo que no se puede pensar, mientras que en lenguaje se puede creer que
se dice lo que no se puede decir. No se puede sin embargo creer que estoy
pensando en algo que en realidad no estoy pensando.
Casi
todo el Tractatus habla de lo que el
lenguaje muestra y no de lo que el lenguaje dice, y eso solo se puede demostrar
no se puede decir. El final del libro muestra que todas las proposiciones que
lo componen son un sinsentido, pero sólo a través de ellas se puede entenderlo. Sólo lo que está dentro de
los límites de lo decible, puede ser falso o verdadero. Lo místico está más
allá de los límites del lenguaje, ni siquiera se puede preguntar por lo místico.
Puedo decir cómo es el mundo, pero no qué es el mundo.
El
nombre para Wittgenstein posee sólo referencia, acercándose a la concepción de
Russell en ese tema. En la proposición es el nombre lo que sustituye el objeto
nombrado. El nombre posee una función designativa mientras que la proposición
posee una función descriptiva; mientras que la proposición puede ser negada, el
nombre no puede serlo. El nombre es simple, la proposición es un hecho (como
tal, esencialmente complejo).
Las
proposiciones elementales cuya verdad o falsedad depende de su correspondencia
o no con los hechos, son las que describen los hechos atómicos. Hay un criterio
correspondentista de la verdad. La unidad de base ontológica son los hechos.
Una cosa es el mundo y otra cosa es la realidad. El mundo es lo que acaece, y
lo que acaece son hechos. Los hechos están en un espacio lógico en tanto que la
totalidad de lo que ocurre determina la totalidad de lo que no ocurre. Las
cosas siempre se dan en los estados de cosas, no puede darse una cosa aislada.
La realidad incluye todos los posibles estados de cosas posibles.
Tendemos
a considerar la cosa con ciertas cualidades, que podrían ser diferentes y que
si cambiaran diríamos que la cosa sigue siendo la misma. Eso supone que la cosa
siempre se va a dar en algún estado de cosas, nunca podría darse fuera. Y la
forma de la cosa determina en qué estado la cosa puede ocurrir.
Los
hechos atómicos simples son independientes unos de otros. Yo no accedo
directamente a los objetos sino a los hechos, siendo un hecho posible un objeto con una propiedad. Los hechos se
descomponen en objetos, el objeto no puede ser descompuesto, es el límite del
análisis.
Cuando
el autor del Tractatus habla de que el
modo del lenguaje copia o refleja la realidad, habla de que los modos de
figuración pueden variar y que va a depender del modo de figuración cuál sea la
figura; no hay necesariamente un único modo de figuración de un hecho
determinado.
La
estructura es lo único que debe tener en común la figura con lo figurado. El
buscar lo que subyace a las propiedades es una de las trampas del lenguaje, eso
de que hay algo que es el sujeto de lo cual se predica y algo que se predica
del sujeto, podríamos decir de cierta manera que eso es una trampa lingüística.
Si
no hubiese sustancia entonces toda proposición sería como una descripción
definida impropia como sujeto; las proposiciones no denotarían nada y entonces
su verdad o falsedad no dependería de su correspondencia con el mundo ya que no
hay nada con lo que corresponderse. En ese caso
dependería de que otra proposición fuera verdadera.
Se
trata entonces de una concepción de alguna manera referencialista del
significado, porque las palabras refieren a las cosas y obviamente algo que no
refiera, carece de significado. Frecuentemente nos representamos las cosas, y
podemos decir que nuestro pensamiento y nuestro lenguaje poseen referencia y
sentido por ser figuras o representaciones de las cosas del mundo. A pesar de
que los elementos de la figura se corresponden con los objetos del hecho, no
significa que sean idénticos entre sí, sino que los primeros son modelos de los
segundos, combinándose entre sí de acuerdo a una forma de figuración.
Dice
el Tractatus “Al signo mediante el que
expresamos el pensamiento le llamo el signo proposicional. Y la proposición es
el signo proposicional en su relación proyectiva con el mundo” (3.12), lo que implica que puede llamársele
“signo proposicional” a la proposición entendía como figura. La proposición es presentación sensible de la
forma de figuración lógica, no se trata en ningún caso de un “retrato” de la
realidad, sino que la proposición figura el hecho.
Toda
figura es un hecho pero no todo hecho es una figura. Lo que hace de un hecho
una figura es que tenga en común la forma lógica, pero dos hechos que tienen la
misma forma lógica no necesariamente son uno figura del otro. En el lenguaje
cuando emito una oración, eso es un hecho. El acaecimiento de una proposición
es un hecho. Cada figura tiene un modo de representar la realidad, y en función
de la forma de representación expresará o reflejará diferentes aspectos de la
realidad. La forma de representación refleja la posibilidad de la existencia de
lo representado.
A
Wittgenstein le interesa la figura lingüística, pero no debemos olvidar que
cuando habla de formas de figuración habla de otras formas y otro tipo de
figuras. Toda figura tiene sentido (sentido que supone siempre una estructura),
y la figura no necesariamente es reconocible como figura si uno no conoce el
modo de figuración. La forma de figuración es lo que permite vincular la figura
con lo figurado y la relación de los objetos de la figura debe representar la
relación de los objetos en el hecho.
Una
proposición tiene elementos accidentales y también elementos esenciales; los
primeros dependen de formas concretas de cada lengua y no determinan el
significado, los segundos se descubren a través del análisis lógico de la
proposición. La proposición reproduce aspectos lógicos de la realidad. La forma
lógica es algo en común entre los hechos y las proposiciones.
El
espacio lógico es el conjunto de hechos lógicamente posible, y se encuentra
delimitado por las leyes que rigen la lógica. Por algo estar incluido en el
espacio lógico, no implica que ese algo sea real.
Inclusive
las proposiciones del lenguaje cotidiano son complejos en el sentido que hay
que establecer esa distinción entre proposiciones moleculares y proposiciones
elementales (eso en terminología de Wittgenstein, ya que Russell habla de
proposiciones atómicas).
Entonces
las proposiciones moleculares y también las proposiciones generalizadas, son
complejos y algunas pueden analizarse en otras proposiciones menos complejas,
hasta finalmente llegar a los átomos.
Los átomos son proposiciones que no tienen ninguna conectiva lógica, que
no son funciones de verdad de otras más básicas. En esas proposiciones
elementales que no tienen conectivas que son funciones de verdad, son
combinaciones de nombres.
Para
que nuestro lenguaje complejo constituido de proposiciones complejas pueda
representar el mundo, debe ser una figura lógica del mundo. Las figuras lógicas
del mundo que son proposiciones son de dos tipos: o bien son proposiciones
complejas (que tienen como constituyentes otras proposiciones adentro) que
nosotros podemos desmembrar y analizar, o bien son proposiciones elementales (en
Russell “atómicas”) que aparecen cuando llegamos al final del análisis. En este
último caso, lo que tenemos son objetos, que ya no se pueden analizar (por eso
Wittgenstein dice que son simples).
Russell
piensa que es cierto que los objetos físicos son complejos, hechos de elementos
menos complejos que son los sense data.
Entonces para Russell los objetos físicos están hechos de constituyentes
que son datos sensoriales nuestros. El mundo exterior está hecho de alguna
manera de datos privados, datos de sensaciones.
Wittgenstein
no lo piensa en términos de objetos privados, sino que simplemente dice que
para que el sentido del pensamiento esté completamente determinado, debemos
poder analizar las proposiciones en términos de proposiciones elementales.
Todas las proposiciones son funciones de verdad de proposiciones elementales y
el final del análisis de estas últimas, son combinaciones de nombres. Los
nombres pueden ser nombres de individuos, pueden ser propiedades o pueden ser
relaciones.
En
el Tractatus los objetos no son
objetos que conozcamos directamente como lo había pensado Russell, no son
objetos que tienen un status epistémico privilegiado para nosotros, sino que
son la condición de posibilidad para el conocimiento dentro de sus límites. Los
objetos simples son nombrados por las combinaciones de nombres, deben existir
para que el pensamiento esté completamente determinado, para que las
proposiciones puedan reflejar la forma lógica de la realidad. Los objetos del Tractatus son metafísicamente
necesarios, hay una necesidad metafísica de que haya objetos.
Del
lado del mundo, de la realidad, tenemos una totalidad de hechos. Del lado del
lenguaje tenemos una totalidad de proposiciones de los dos tipos mencionados.
Hay complejos a nivel del lenguaje pero también los hay a nivel de la realidad.
Tendríamos que tener algo así como hechos moleculares (Russell habla de hechos
generales) y por otro lado hechos atómicos o hechos elementales.
Lo
que queremos es que haya una especie de isomorfismo entre los elementos del
lenguaje (las proposiciones) y de la realidad (hechos). Russell pensaba que hay
hechos generales y hechos negativos, pero el autor del Tractatus piensa que no.
Como
fuera dicho en la Introducción del presente trabajo, muchas de estas cuestiones
planteadas en el Tractatus poseen
antecedentes interesantes en obras como la “Crítica de la Razón Pura”, en donde
Kant está pensando algo parecido a lo que piensa Wittgenstein. Kant estaba
criticando la metafísica dogmática, diciendo que lo que dice el dogmático no
tiene sentido, son absurdos, son contradicciones, son paralogismos, son
antinomias, etc. ¿Por qué se generan absurdos en la metafísica? Porque el
metafísico está intentando hablar sobre lo que no se puede hablar y pensar
sobre lo que no se puede pensar. A eso busca enfrentarse también en cierta
forma Wittgenstein.
La
idea de Wittgenstein y de Russell es tal vez comenzar con las proposiciones de
la ciencia, porque ellos están pensando en el uso aseverativo del lenguaje (las
proposiciones que dicen algo sobre el mundo). Hay proposiciones que no dicen
nada sobre el mundo, como es el caso de las proposiciones sobre la ética, que
expresan una actitud valorativa pero eso es diferente de afirmar o negar hechos
como hace la ciencia.
Son
usos diferentes del lenguaje en la ciencia y en la ética, ya que en uno de
ellos el lenguaje está siendo usado para afirmar o negar algo sobre el mundo
(hechos), mientras que en el caso de la ética no hay verdad y falsedad, sino
que simplemente se expresa una actitud.
Wittgenstein
en el Tractatus está pensando el
sentido de una proposición como sus condiciones de verdad. Cierto enunciado es
verdadero si solamente ocurre en la realidad, se da en el mundo eso que el enunciado
afirma. Por eso es que Wittgenstein entiende que el significado de una
proposición está dado por sus condiciones de verdad. La proposición afirma que
una cierta combinación de objetos es el caso, y si esa combinación ocurre,
entonces esa combinación es verdadera.
El
significado de una proposición, está dado por sus condiciones de verdad y
falsedad. Eso no ocurre con los nombres, ya que estos significan nombrando,
etiquetando los objetos. Proposiciones y
nombres funcionan de maneras diferentes, ya que las proposiciones pueden ser
falsas mientras que los nombres no.
El
hecho que hace a la proposición afirmativa verdadera es que hace a la
proposición negativa falsa. No
necesitamos realmente de hechos negativos, sino que necesitamos entender cómo
funciona la conectiva de la negación, que funciona invirtiendo el valor de
verdad de la proposición. Entonces la idea es que no necesitamos postular la
existencia de hechos negativos que corresponderían a una proposición negativa.
Las proposiciones no son etiquetas de hechos positivos o negativos, las
proposiciones no son nombres de hechos.
Lo
que hace la negación es invertir el sentido de la proposición negada. El mismo
hecho en algún sentido corresponde tanto a la proposición afirmada como a la
proposición negada.
El
sentido de la proposición está en la posibilidad de que lo que afirma la
proposición esté ocurriendo. Si el complejo está combinado en el mundo,
entonces la proposición es verdadera (el complejo ahí es el hecho). No es una
correspondencia en el sentido de una flecha que lleva de las proposiciones a
los hechos.
El
lenguaje tiene que ser completamente isomórfico con el mundo, con la totalidad.
Las proposiciones tienen que poder expresar todas las posibilidades de sentido,
el isomorfismo completo es necesario para poder trazar los límites del lenguaje
y el mundo. Si ese isomorfismo no existiera, entonces podríamos especular
acerca que la realidad fuera más compleja de lo que nuestro lenguaje es.
Wittgenstein presupone que el lenguaje es isomórfico.
En
el caso de las proposiciones elementales explicamos el sentido en términos de
una especie de correspondencia con hechos, no una correspondencia en el sentido
de los nombres pero un hecho atómico es lo que corresponde a la proposición si
es verdadera (si no, no se da).
Todas
las proposiciones hacen una partición del mundo (entendido como el espacio
lógico de las posibilidades), entre los mundos posibles con los cuales la
proposición está de acuerdo y con los cuales no está de acuerdo. Dice el autor
del Tractatus que hay dos casos
extremos de proposiciones lógicas, que son las tautologías y las
contradicciones. Estos casos son extremos ya que si vemos sus tablas de verdad,
no se hace en ellas ninguna partición del espacio de posibilidad. Este tipo de
proposiciones son compatibles con todos los mundos en el caso de las
tautologías, o excluyen todos los mundos en el caso de las
contradicciones.
Entonces
para Wittgenstein en el Tractatus,
las tautologías y las contradicciones no afirman nada, porque afirmar es
excluir posibilidades, separar dentro del espacio lógico de posibilidades,
hacer una partición. Son casos límite de representación, dirá el autor que las
tautologías están en el límite del mundo.
Las
tautologías no dicen nada, y en este punto es importante no olvidar la
importante diferencia que introduce el autor, entre el decir y el mostrar. Las
tautologías y las contradicciones muestran la forma lógica del lenguaje y del
mundo. Tienen un lugar fundamental en el Tractatus, porque ahí hay un caso más o
menos degenerado de las funciones de verdad, en el sentido de que si tomamos
las tablas de verdad vemos que no hacen la partición referida anteriormente.
Las
tautologías y las contradicciones tienen una función en el simbolismo, que
implica de alguna manera estar mostrando algo que no se pude decir sino
solamente mostrar. Eso que no se puede decir sino solamente mostrar, es la
forma. Decir siempre tiene que ser compatible con la verdad y la falsedad.
Para
poder decir la forma, tendríamos que poder decirla con falsedad, más eso no es
posible ya que la forma es necesaria. La forma es algo que la proposición y el
mundo tienen que tener para que uno pueda representar el otro. Cada proposición
tiene un sentido necesario de ella, sin el cual ella no podría ser la
proposición que es. La proposición tiene condiciones de verdad, su sentido está
asociado (es equivalente) a esas condiciones de verdad y falsedad, esa es su
forma y dice con qué mundos es compatible e incompatible.
Existen
reglas semánticas del lenguaje, reglas de significado, reglas que conectan
palabras con objetos, reglas que conectan proposiciones con situaciones en el
mundo que las haría verdaderas. Ese problema surgirá en las Investigaciones, pero las raíces de ese
problema ya están presentes en el Tractactus,
en donde Wittgenstein está intentando dar las reglas de un lenguaje que pudiera
representar el mundo.
En
su teoría de la representación, su teoría de la figura, nos está dando reglas semánticas que
tendrían que darse para que el lenguaje pudiera representar el mundo. Esas
reglas no se pueden decir, sólo se muestran. Sólo se muestran porque son
necesarias para expresar el sentido.
Si
decimos que “P cree que q”, estamos diciendo que un cierto sujeto tiene una
cierta creencia que tiene una proposición como su contenido, Russell cree que
ahí aparece una proposición mientras que Wittgenstein no.
La
relación de creencia es una relación entre un sujeto y una proposición. Si la
teoría de Russell del juicio de la creencia fuera correcta, tendríamos que
decir que tenemos ciertas proposiciones que no son funciones de verdad de
proposiciones elementales. En “P cree que q”, la proposición está afirmando una
relación entre un sujeto y una proposición, en ese sentido es molecular según
Russell.
Wittgenstein
dice en el 5.5.4.1, criticando a
Russell, que el análisis correcto de oraciones del tipo referido pasa por
eliminar el sujeto, sacarlo del mundo. El autor del Tractatus entiende que el sujeto no está en el mundo, no aparece
como representado en el mundo sino que más bien es el límite del mundo. De lo
que estamos hablando es acerca de la relación de un símbolo y lo que lo haría
verdadero, ahí desaparece el sujeto.
3- A modo de conclusión: algunas diferencias entre el Tractatus y las
Investigaciones.
Más
adelante en el tiempo, luego de la publicación del Tractatus, Wittgenstein manifestó haber encontrado errores en dicha
obra, que lo llevaron a repensar la filosofía y los problemas filosóficos.
Wittgenstein
comienza las “Investigaciones filosóficas”
citando a Agustín, lo que estaría representando la concepción sobre el lenguaje
que el propio Wittgenstein tenía en el Tractatus
(podemos relacionarlo con esa correspondencia entre nombres y objetos).
Es
que cuando uno está aprendiendo el lenguaje, intentando hacer las conexiones
entre las palabras y las cosas, una ostensión sirve para fijar el significado
(sirve para fijar dichas conexiones). Podríamos decir que algunas palabras,
algunos nombres, son complejos y por tanto aprendemos sus definiciones a través
de definiciones que remiten el significado a palabras menos complejas. Llegará
el momento en que llegando a palabras menos complejas, uno aprende su
significado de manera ostensiva.
Sobre
el nombrar, el autor va a realizar una crítica a esa idea, a esa tesis
filosófica de que las palabras se conectan a sus objetos respectivos por
definiciones ostensivas. Él cree que las definiciones ostensivas no son
suficientes para fijar el significado.
A
Wittgenstein no le interesa ser exegéticamente preciso en su crítica hacia
Agustín, sino que le interesa encontrar una manera de expresar una cierta
concepción sobre el lenguaje que él va a criticar. Entiende que es un punto
recurrente de la filosofía, pensar que las palabras son nombres de los objetos.
La
metodología que va a utilizar para criticar estas tesis, difiere mucho de la
que utilizó en el Tractatus. Pensaba
entonces que si el significado está determinado, entonces podemos ver la teoría
de la representación para mostrar que para que el significado esté completamente
determinado en cualquier lenguaje, tenemos que traducir las proposiciones de
ese lenguaje a proposiciones elementales, que son nombres que designan objetos
simples.
A
diferencia de lo que ocurre en el Tractatus,
en las Investigaciones el autor cree
que hay una analogía o semejanza muy interesante entre el lenguaje cotidiano y
los juegos. Los juegos que jugamos son
actividades regladas, es decir, actividades guiadas por reglas que los
jugadores conocen y siguen. De manera semejante, se verá ahora al lenguaje (a
diferencia de lo que creía en el Tractatus,
en donde el lenguaje era algo así como la expresión del pensamiento)
básicamente como una actividad.
En
su desarrollo de las Investigaciones,
entre numerosos ejemplos aparecen elementos como los colores, los términos
numéricos y también los deícticos. Entonces el autor complejiza el juego de
lenguaje, para mostrar que la tesis agustiana no funciona. Se propone pensar la
relación entre las palabras y las cosas, a través del imaginar situaciones del
lenguaje en donde hay juegos de lenguaje en donde sería forzado decir que todas
las palabras son nombres.
Como
fuera mencionado aquí, el significado en el Tractatus
era algo fijo, mientras que ahora depende de los juegos de lenguaje de las
proposiciones, que son funciones de verdad de proposiciones elementales. Dirá
que esa multiplicidad de usos de palabras, de juegos de lenguaje, no es algo
fijo y no está dado de una vez y para siempre.
El
término “juego de lenguaje” quiere traer a colación el hecho de que hablar un
lenguaje es parte de una actividad, parte de una forma de vida. Esa es la parte
importante de la analogía del lenguaje como juego. Las palabras, el lenguaje
como conjunto de proposiciones, tienen diversos usos.
Hay
una concepción agustiniana que regresa en el Tractatus, que es una concepción según la cual el pensamiento tiene
prioridad por sobre el lenguaje. En las Investigaciones
se invierte esa prioridad, pasando a ser el pensamiento algo que va a ser
atribuido al lenguaje.
En
el Tractatus, la relación básica de
las palabras es referencial (pueden referir a una acción, pueden referir a una
propiedad, pueden referir a un objeto, etc.), mientras que en las Investigaciones eso cambia, abandonando
la concepción referencialista.
Las
relaciones ostensivas solas no sirven para explicar la relación entre las
palabras y las cosas. No pueden los significados de manera aislada, ya que los
significados están en relaciones.
Se
puede pensar que las conexiones en las palabras y las cosas que supuestamente está
fijando la ostención, está siendo mediada por el pensamiento (ya tenemos
conceptos y lo que hacemos es conectar esa palabra). Wittgenstein en las Investigaciones querrá refutar esa idea,
ya que para él la conexión es más básica. El autor va a contrastar de alguna
manera esa concepción mentalista del significado, con su concepción según la
que el significado está dado por una actividad regular, intencional, etc.
En
esta obra, Wittgenstein también criticará esa idea (presente en el Tractatus y
perteneciente al atomismo lógico) según la cual los nombres genuinos significan
objetos simples, no analizables, que no tienen complejidad. El atomista lógico
estaría confundiendo el significado con el portador del nombre (es decir, con
la referencia). Esa distinción es importante y hay que hacerla, según el
Wittgenstein en las Investigaciones.
El
autor de las Investigaciones dirá que
lo que debe existir para que nosotros podamos describir el mundo, son ciertas
reglas semánticas para que podamos hablar y representar el mundo.
En
el Tractatus, Wittgenstein propone
que todas las proposiciones informativas del lenguaje cotidiano, deben poder
analizarse en términos del aparato que él propone en el Tractatus. Pero en las Investigaciones
dice que eso no es así.
Más
adelante en las Investigaciones,
plantea que los conceptos (a diferencia de lo que ocurría en el Tractatus) no deberían ser vistos como
teniendo sus fronteras precisas, sino que los conceptos del lenguaje cotidiano
son conceptos abiertas de fronteras nunca completamente determinadas.
En
el Tractatus, Wittgenstein pensaba
que el lenguaje tiene una única esencia, y todo lo que no se adecue a esa
esencia no es lenguaje (porque el lenguaje es eso). En las Investigaciones en cambio, el autor dirá que no hay realmente algo
así como una única esencia del lenguaje. El concepto de lenguaje es como el
concepto de juego (actividades realizadas por seres humanos que siguen reglas
de manera intencional), no hay una definición que abarque todos los casos sino
que hay “parecidos de familia”.
Es
entonces que algo clave en las Investigaciones,
es que manejar un lenguaje es en última instancia estar inmerso en una
actividad, en una práctica. Nuestro lenguaje por excelencia es el lenguaje
natural, que tiene sus fronteras más o menos vagas, pero eso no obsta para que
nos comuniquemos bien.
En
el Tractatus, el autor buscó una
semántica términos de condiciones de verdad, en términos del atomismo lógico,
en términos de teoría de la figura, que según él podría explicar el significado
de las palabras. Pero esa semántica es una semántica precisa, que tiene
conceptos precisos. En las Investigaciones
Wittgenstein cambia de perspectiva, expresando que uno presupone ciertas reglas
que el otro está utilizando pero realmente uno no sabe a ciencia cierta si
efectivamente el otro está utilizando esas reglas.
En
las Investigaciones, se plantea las preguntas: ¿Cómo sabemos que alguien habla
un lenguaje de acuerdo a cierto significado? ¿Cómo sabemos que alguien sigue
ciertas reglas de significado?
Según
el Tractatus, si alguien profiere un
enunciado y lo usa de manera significativa, entonces debe estar operando en un
cálculo con reglas fijas. Lo que hace el autor en el Tractatus es elucidar esas reglas, hacerlas explícitas.
Wittgenstein
en las Investigaciones reconsidera una idea que ya tenía en el Tractatus, de que la lógica es una
ciencia normativa. Esto es así en el sentido que cuando usamos las palabras en
el lenguaje cotidiano, con sentido para comunicarnos, el filósofo piensa si las
proposiciones de ese lenguaje tiene sentido.
Entonces
en el Tractatus entiende que debería
haber un lenguaje cristalino con reglas bien determinadas que expliquen en qué
sentido ese sentido está dado en el lenguaje cotidiano. El trabajo de la
filosofía sería encontrar las reglas o normas semánticas que explican el
sentido de las proposiciones del lenguaje o de un idioma.
Ahora,
en las Investigaciones él dice que
hay un cambio de perspectiva, y ahora interesa la pregunta sobre cuándo podemos
afirmar que alguien usa las palabras con determinado sentido, significado.
Mientras
que en el Tractatus está buscando una
semántica para el lenguaje, en las Investigaciones
piensa que cualquiera que sea la semántica que postulemos para el lenguaje,
cualquiera sea el conjunto de reglas que postulemos ¿cómo sabemos que eso que
estamos postulando como filósofos se aplica realmente?
En
suma, en esa oposición tan radical entre dos Wittgenstein diferentes, aparece
una riqueza filosófica indudable que nos brinda elementos para no dejar de
pensar estas cuestiones planteadas y tantas otras. Quizá lo razonable,
esperable y deseable, sería “tomar partido” por una postura determinada. Sin
embargo, más allá de que podamos estar más cerca de uno de estos Wittgenstein,
alimentar el debate existente entre ellos (ampliando al máximo posible incluso
la brecha que los separa) constituye algo mucho más potente e interesante. La
mejor “solución” a ese choque entre el autor del Tractatus y el de las
Investigaciones, acaso sea precisamente dejarla abierta, irresoluble.
BIBLIOGRAFÍA
CONSULTADA:
ASCOMBE, G. E. M. An
introduction to Wittgenstein’s Tractatus. New York. Harper Torchbooks,
1965.
WITTGENSTEIN, Ludwig. Philosophical Investigations. Oxford, Basil Blackwell, 1958.
WITTGENSTEIN, Ludwig. Tractatus Logico-Philosophicus, Madrid, Alianza, 1999.