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El malestar del positivismo con la teoría de la relatividad


El positivismo lógico fue un desarrollo filosófico de las décadas de 1920 y 1930 que necesitaba presentar la técnica de la ciencia y las matemáticas al razonamiento. Como componente de este deseo, el Círculo de Viena (Wiener Kreis) de positivistas lógicos intentó limpiar el razonamiento de misticismo, por lo que implicaban cualquier hipótesis que no pudiera probarse utilizando las técnicas de la ciencia experimental actual. Los miembros del Círculo de Viena, incluido su ostensible jefe Moritz Schlick, descubrieron que los casos especulativos de misticismo consuetudinario, especialmente aquellos relacionados con la religión, eran falsos, cuestionables o estériles. Para Rudolph Carnap, otro individuo convincente del Círculo, "las (pseudo)declaraciones del trascendentalismo no sirven para describir situaciones". Están, al igual que el verso y la música, "en el espacio de la obra y no en ese estado de ánimo de especulación" (de 'The End of Trascendentalism?' en Western Way of Thinking: A Compilation, modificado por John Cottingham). Carnap, sin dudarlo, transmitió que en el nuevo razonamiento realista de la ciencia del Círculo, "se logra un fin extremo de poder, que aún no era imaginable por parte del enemigo anterior de las posturas mágicas".


Para los positivistas, Einstein estaba equivocado



De hecho, los positivistas lógicos excusaron completamente todas las hipótesis no lógicas, no simplemente en la forma de pensar, exigiendo que todas las explicaciones y especulaciones sean en un sentido real triviales, excepto si pueden ser confirmadas o comprobadas legítimamente mediante un examen. Ésta es la supuesta regla de control. A grandes rasgos el positivismo lógico establece que cada recomendación innegable es significativa (sin embargo, podría ser obvia o engañosa), y cualquier caso indemostrable, ya sea sobre la ciencia, el poder o la presencia de Dios, es inútil. Las afirmaciones sobre la moral, dijo, son además misteriosas, por lo que su única importancia puede ser como articulaciones de nuestras mentalidades profundas. Según el verificacionismo, la importancia de cualquier afirmación radica en su técnica de confirmación.


Al poco tiempo, Karl Popper en su Rationale of Logical Revelation planteó una cuestión de confirmación: ninguna cantidad de percepciones que coincidan con una hipótesis puede validarla indiscutiblemente en algún momento. Un modelo ejemplar es el caso de que "todos los cisnes son blancos". No tanto un gran número de avistamientos de cisnes blancos validarán esto, pero incluso la localización solitaria de un cisne no blanco lo desacreditará (“tergiversará”). Sostuvo que una "hipótesis que no es refutable por ninguna ocasión posible no es lógica. La certeza no es una ética de una hipótesis (como la gente sospecha con frecuencia) sino un mal hábito... la regla del estado lógico de una hipótesis es su falsabilidad, refutación o comprobabilidad". Así pues, para Popper la falsabilidad, no la evidencia, es la prueba que distingue la ciencia certificable de lo que Popper llamó "pseudociencia" o "misticismo".


Parece ser que la sustitución de la ciencia física newtoniana por la hipótesis general de la relatividad de Albert Einstein afectó revolucionariamente al positivismo lógico. Como expresa John Earman, "una evaluación concisa de la historia genuina del positivismo lógico revela que una de sus motivaciones más claves es exactamente este malestar einsteiniano. Los primeros trabajos de los positivistas -de Schlick, Reichenbach y Carnap, específicamente- ponen el énfasis sobre la hipótesis de la relatividad, hipótesis cuyo efecto progresivo se percibe inequívocamente a lo largo de un cuestionamiento a sus antepasados filosóficos." (Deducción, Aclaración y Diferentes Insatisfacciones, p.85, 1992)


En cualquier caso, ¿el malestar en la ciencia física que Einstein inició en 1905 justifica realmente los estándares del positivismo lógico? Mi conflicto es que va en contra de la forma de pensar del Círculo de Viena, especialmente de su obligación casi exagerada con el enfoque empirista de David Hume, Ernst Mach y Bertrand Russell, así como el estándar de naturaleza innegable de Moritz Schlick. En particular, aunque una gran cantidad de pensamientos devastadores y profundamente extraordinarios engendraron los reemplazos lógicos de Einstein: por ejemplo, aberturas blancas, agujeros de gusano, materia oscura, energía opaca, cuerdas subatómicas, universos iguales, elementos ocultos del espacio-tiempo y gravitacional. O otros ejemplos de objetos que pueden aparecer en las condiciones numéricas y los cálculos de físicos hipotéticos, la mayor parte del tiempo no se ha demostrado o no han sido rastreados en el Universo reconocible para afirmar su realidad.


¿Forma de pensar sobrenatural o ciencia ficción?

Según el eminente físico Lee Smolin, principal partidario de la Fundación Edge de Canadá para la ciencia física hipotética, este actual alejamiento de la ciencia física de la experimentación al estilo del Círculo de Viena se debe a "la victoria de un enfoque específico para hacer ciencia que llegó a gobernar la ciencia física". durante la década de 1940. Este estilo... favorece el virtuosismo en la determinación sobre la reflexión sobre cuestiones duramente aplicadas" (The Issue with Physical science, 2006, pp.xxii). Como reflejo del compromiso de los positivistas lógicos con la inducción, Smolin se muestra excepcionalmente incrédulo ante este "enfoque específico de hacer ciencia". Ha provocado lo que él llama "la emergencia actual en la ciencia material":


"Se han planteado e investigado nuevas especulaciones, algunas exhaustivamente, pero ninguna ha sido confirmada tentativamente. Además, he aquí la esencia del asunto: en ciencia, para que una hipótesis sea aceptada, debe generar otra expectativa, no exactamente la misma que aquellos hechos por especulaciones pasadas - para un examen que aún no ha terminado. Para que la prueba sea significativa, debemos tener la opción de encontrar una solución que contradiga esa expectativa. Cuando esta es la situación, decimos que una hipótesis es falsable. -es decir, debe de demostrarse imposible que sea falso. La hipótesis también debe ser confirmable; debe ser factible verificar otro pronóstico que hace esta hipótesis. Justo cuando una hipótesis ha sido probada y los resultados coinciden con la hipótesis, avanzamos la hipótesis a las posiciones de especulaciones genuinas"

(El problema con la ciencia de los materiales p.xiii)


A la luz de esto, un gran número de especulaciones adoptadas hoy por los físicos hipotéticos parecen ser algo que Smolin llama "sueños sobrenaturales". Una de las más inequívocas es la posibilidad de varios universos, también llamada hipótesis de la "especulación de muchos universos" o del "multiverso". Se han elevado varias variantes del mismo como solución a acertijos en muchas partes de la ciencia física; fue el tema de un número completo de la revista New Researcher en 2011, y entre sus numerosos aliados lógicos se encontraba el fallecido Stephen Selling, quien lo abordó en su último artículo distribuido. Sea como fuere, a pesar de ello, la especulación sobre el multiverso sigue siendo una hipótesis simplemente especulativa por el sentimiento de no ser comprobable mediante percepción directa. De hecho, no tiene ninguna prueba exacta sustancial que lo respalde. No se puede demostrar utilizando la regla de estatus incuestionable de Schlick; ni podía en ningún momento ser adulterado observacionalmente en la forma en que Karl Popper aceptaba que debería serlo cualquier hipótesis genuinamente lógica. Como simple reliquia de hipótesis hipotéticas y de modelos numéricos, es más una forma de pensar y un poder que una ciencia experimental comprobable. Roza la ciencia ficción.


Otra hipótesis cuestionable ganó prominencia debido a las preocupaciones que rodean la teoría del origen del universo, sobre la dispersión generalmente uniforme de las cosas observadas en todo el Universo aparente. Este es el tipo de cosas que difícilmente se esperaría que resultaran de una colosal explosión de energía concentrada en un punto mucho más modesto que una partícula de unos 13,8 hace bastante tiempo. Sin embargo, nuestra primera "imagen infantil" radioastronómica de cómo se veía el Universo aproximadamente 380.000 años después de la Gran Explosión, muestra una distribución uniforme del problema en cada dirección. Para dar sentido a esta irregularidad, Alan Guth y otros cosmólogos propusieron la supuesta hipótesis de la "expansión", según la cual el Universo recientemente formado al principio se expandió a un ritmo mucho más rápido incluso que la velocidad de la luz durante una pequeña porción de un segundo. después de la enorme detonación. Sea como fuere, este cambio improvisado o 'apoyo hipotético' (para usar la hábil expresión de Thomas Kuhn) no logra dar sentido a la diseminación uniforme del material por todo el Universo, a la luz del hecho de que la basura de una detonación enorme como En cualquier caso, la explosión debería extenderse de manera un tanto desigual y tumultuosa, incluso si el Universo al principio se volvió increíblemente rápido. Además, la nueva hipótesis planteaba otros entrelazamientos, por ejemplo, once componentes del espacio-tiempo, innumerables Grandes Explosiones y, de nuevo, la presencia de diferentes duplicados de cada uno de nosotros poseedores de numerosos universos iguales. Eso es lo que comenta Smolin: "La hipótesis de la expansión generó expectativas que parecían cuestionables" (p.xi), y se quejó de que ésta no es realmente la materia de la que está hecha la ciencia popperiana:


"Este es un engaño hábil mediante el cual desean convertir una decepción informativa en un logro lógico. Si no tenemos la más mínima idea... de nuestro universo, simplemente asuma que nuestro universo es un individuo de un ///grupo ilimitado e indetectable de universos... Hay tanto mal en esto como especulación lógica... es difícil percibir cómo podría generar expectativas falsificables para posibles exámenes."

(citado por John Horgan en Logical American, 4 de enero de 2015)


Además, consideremos la que tal vez sea la hipótesis más famosa entre los físicos hipotéticos actuales: la hipótesis de las cuerdas. Como indica Smolin, la hipótesis de las cuerdas "recomienda que cada una de las partículas rudimentarias emerge de las vibraciones de una sustancia solitaria - una cuerda" que es tan pequeña que es indetectable incluso para los instrumentos superrefinados de la ciencia actual. En cualquier caso, Smolin rechaza el estatus lógico de la hipótesis de cuerdas ya que "no hace nuevos pronósticos que sean comprobables mediante pruebas actuales - o incluso posibles en este momento... Por lo tanto, independientemente de lo que muestren los ensayos, la hipótesis de cuerdas no puede ser refutada". Sin embargo, lo contrario también se cumple: ningún ensayo puede validarlo en ningún momento" (The Issue with Physical science, p.xiv). Smolin también ve otros defectos igualmente desastrosos en la hipótesis de cuerdas. " Una parte de la hipótesis de la cadena explicativa que no hace nuevos pronósticos es que parece llegar en un número ilimitado de versiones... todas y cada una de ellas no pueden evitar contradecir la información del ensayo actual" (en la misma página). Procede a desmitificar los casos mágicos de la hipótesis de cuerdas a pesar de su situación obviamente predominante en el ámbito de la ciencia material actual. "La hipótesis de las cuerdas... afirma que el mundo, en un sentido general, no es el mismo que el mundo que conocemos. Suponiendo que la hipótesis de las cuerdas sea correcta, el mundo tiene más aspectos y un número mucho mayor de partículas y poderes de los que hemos notado hasta ahora. Muchos estudiosos de las cuerdas hablan y componen como si la presencia de estos aspectos y partículas adicionales fuera una verdad garantizada, una verdad que ningún investigador decente puede cuestionar. Al menos una o dos veces, un estudioso de las cuerdas me ha dicho algo como: "¿Cómo quieres decir?" ¿Cree que es concebible que no haya aspectos adicionales? A decir verdad, ni la hipótesis ni el ensayo ofrecen prueba alguna de que existan aspectos adicionales". (p.xvi)


Se ha tomado la ciencia física importante como modelo de cómo deberían crear las ciencias restantes. Para empiristas comprometidos como Smolin, es una desgracia que "a pesar de nuestros serios intentos, lo que sabemos con seguridad sobre las regulaciones [físicas fundamentales] sea algo parecido a lo que sabíamos, si nos remontamos a los años 1970" (p.viii). Lo atribuye al "egoísmo" de una cantidad considerable de estudiosos de las cuerdas. (pág.269)


¿Está 'Todo en Matemáticas'?

Durante la completa sombra solar en el otoño de 1919, los astrofísicos ingleses encontraron evidencia de que la gravedad del Sol distorsiona la dirección de la luz de otras estrellas, afirmando una creencia crítica de la hipótesis general de la relatividad de Einstein. Un inteligente artículo de Richard Panek en la revista científica Find in Walk de 2008 describió cómo Einstein, un difícil, se entrometió en un estudiante para felicitarlo por este logro lógico, diciendo: "Sin embargo, me di cuenta de que la hipótesis es correcta". Pero ¿qué pasa, preguntó el suplente, si las percepciones hubieran ido en contra de sus estimaciones? Einstein respondió: "Entonces, en ese momento, me habría enfadado por el querido Maestro; la hipótesis es correcta". Es un rechazo autosuficiente de la regla positivista de naturaleza exacta e innegable. Einstein pronunció años después que "Nuestra experiencia hasta hace poco nos legitima para aceptar que la naturaleza es el reconocimiento de los pensamientos numéricos más sencillos posibles. Estoy convencido de que podemos encontrar a través de desarrollos absolutamente numéricos las ideas y las regulaciones que las interconectan entre sí". otro." Panek resume agradablemente las ramificaciones fundamentales del salto desde la técnica más convencional de percepción exacta a la confianza de Einstein en los estudios psicológicos y la "mente creativa numérica". " Durante milenios, los analistas se concentraron en el comportamiento del cielo y trataron de captarlo en términos numéricos. Einstein cambió la prueba: buscó la verdad en las condiciones y luego creyó que las investigaciones del cielo lo respaldarían. Prácticamente todos de la cosmología actual y de la ciencia material hipotética se deriva de ese acto de pura confianza - o salto, tal vez, de la razón."


Smolin no acepta tal "salto de la razón", excepto si está respaldado por pruebas experimentales sólidas: por percepciones y exámenes que demuestren o refuten cualquier especulación propuesta en estricta coherencia tanto con la forma de pensar de la ciencia del Círculo de Viena como con las experiencias de Popper. Afirma que "cuando razonas así, pierdes la capacidad de exponer tu hipótesis al tipo de prueba que el trasfondo histórico de la ciencia muestra una y otra vez que se espera que separe las especulaciones correctas de las especulaciones hermosas pero fuera de fundamento. Para hacer esto, una hipótesis debe crear pronósticos explícitos y exactos que puedan ser afirmados o desacreditados, pero en cambio existe un alto riesgo de desconfirmación, o "la afirmación cuenta una tonelada". Si no hay posibilidad de apostar por ninguna de las dos cosas, es prácticamente imposible seguir haciendo ciencia" (The Issue with Physical science, p.169).


Fines no lógicos.

Entonces, ¿la hipotética ciencia física adoptada por los actuales beneficiarios de Einstein es ciencia experimental comprobable, forma de pensar mística o ciencia ficción? Los principales beneficiarios de Einstein parecen haber ignorado las justas advertencias de Einstein en 1933: "La experiencia sigue siendo, obviamente, la única base de la utilidad real de un desarrollo numérico". Lee Smolin añade su propia advertencia: "La ciencia es nuestro instrumento más útil, sin embargo, la posibilidad de que deba ser profética ha causado muchísimo daño". (Americano lógico, 4 de enero de 2015)


El artículo de Panek en Find termina destacando las tremendas dificultades que enfrenta el perturbado campo de la cosmología, que actualmente está más determinada por hipótesis matemáticas y por la "excelencia numérica" que por una obstinada experimentación basada en la percepción. "Todas estas ideas más recientes existen perfectamente en la ciencia, sin embargo, hasta este momento los testigos presenciales no han reconocido ningún indicio de que sean reales... Cómo superar el compromiso subyugado con la experiencia podría haber sido el regalo más destacado de Einstein en los cien años veinte. El más Un método eficaz para llevar la mente creativa numérica a la tierra podría considerarse su prueba más notable para el día 21". En caso de que no se enfrente este desafío, entonces los logros futuros en la ciencia material principal -un campo que obviamente está "experimentando una saciación de mente creativa y una escasez de información" (Horgan)- pueden alejarse en cualquier punto de la percepción y pronóstico comprobable en dominios perpetuamente caprichosos de hipótesis de otro mundo. Considerando todo esto, ¿qué se puede pensar cuando el cosmólogo vivo más popular de Estados Unidos, el Dr. Neil deGrasse Tyson, siguiendo al lógico Scratch Bostrom, dice que la probabilidad de que el Universo sea una reproducción computarizada "podría ser extremadamente alta... Y suponiendo que esa sea la situación, me resulta sencillo imaginar que todo eso en nuestras vidas es la producción ideal de otra sustancia para su diversión." Sin duda, ¿esta especulación sobre la reproducción es en sí misma una hipótesis lógica o ciencia ficción pura?

Cosmovisiones varias, varias cosmovisiones.



 La otra noche antes de dormir estaba pensando en los diferentes paradigmas científicos y en como las diferentes concepciones del cosmos nos han marcado en cada época.

Los primeros filosóf@s se encontraron con un cosmos presocrático, donde de un modo metafísico querían encontrar el “arjé” de las cosas, es decir un elemento que fuera la esencia primordial del universo, para algunos era el agua, para otros el aire y para otros el “apeirón” (lo indeterminado). Por aquel entonces la filosofía era esencialmente cosmogonías varias que buscaban una explicación racional de aquello que tenían delante. Elucubraciones de cómo se creó el Universo, de si este es uno o es múltiple, que si cambia o no… Lo importante para mi es que todas esas bonitas teorías rozan la metafísica sin avergonzarse de ello. El ser humano se encontraba en los albores de la ciencia, en el inicio de la carrera, un momento en el que muchas cosas tenían cabida, el tiempo y las personas aún no habían descartado muchas teorías.

Más adelante se toparon con el modelo aristotélico-ptolemaico, donde el ser humano es el centro y medida del cosmos. Se trata de un antropocentrismo exacerbado, prisma des del cual podemos observar una realidad ordenada hasta la perfección, donde cada elemento forma parte de un todo y sigue su curso hacia una finalidad concreta y dirigida por Dios. Aquí el ser humano es poderoso porque tiene un arma que le permite conocer totalmente la realidad, esa arma es la razón.
Luego llega la revolución científica y la modernidad, ahora ya no somos el centro del mundo. Ohhhhhhh! Pasamos de un cosmos teleológico (con una finalidad determinada) y antropocéntrico a otro frío y mecanicista. Ahora lo que se lleva es decir que apartarnos a Dios de la investigación científica y desvelamos las leyes matemáticas del gran reloj que es el Universo. Eso si, Dios es el gran relojero. Aquello fue un shock, tu imagínate, un cosmos en el que el ser humano era la medida de todas las cosas y de repente llega un señor llamado Copérnico y lo pone todo patas arriba, ya no somos mini dioses en el medio de la creación sino que formamos parte de un Universo mucho más grande y descentralizado, sin finalidad alguna y con un frío relojero que no se ocupa de su máquina ya que esta es perfecta y no necesita revisión alguna. Nos quedamos semi-huérfanos con un complejo de abandono e inferioridad terrible, el mundo no era como creíamos y nuestra importancia es relativa, ¿Ahora qué? Desilusión y chasco.


Pero por suerte o por desgracia, la modernidad muere y con ella muere Dios abriendo paso a eso que vivimos y llamamos postmodernidad donde parece que no solo ha muerto dios como decía Nietzsche sino que también ha muerto el hombre como decía Foucault. Actualmente llevamos la marca de la teoría de la relatividad enfocada a un macrocosmos y la de la mecánica cuántica enfocada a un microcosmos. Alucina pepinillos, Einstein comunica que el espacio y el tiempo no son algo absoluto sino más bien algo relativo al observador, a su velocidad, su subjetividad y la fuerza gravitacional por la que se encuentra afectado, entre otras… (a la mierda la física clásica). Prestando atención a lo pequeño, esas diminutas partículas que llamamos átomos ya no nos sirven, ya que la materia parece que no se comporta como partículas sino también como ondas, cosa extraña ya que las características de una y de otra son incompatibles. Entonces ¿Cómo es la realidad?, ¿Podemos conocerla? Por no hablar del principio de incertidumbre que defiende que el observador siempre altera las características del objeto observado, además esta todo ese rollo del las diferentes realidades superpuestas que se dan o no de forma simultánea, es decir esta el yo que lee este post y a la vez (o no) el yo que ha decidido pasear. Parece una realidad fragmentada, una especie de “colash” relativo al sujeto. Como la postmodernidad misma donde no hay más verdad que la propia, sin aparente narrativa que sustente nuestras vidas. ¿Ahora qué? Fuerza y crítica.

Con el medio roto.

Con el medio roto (Mit gebrochene Mitte) por @Jrherreraucv

“La existencia objetiva del espíritu está condicionada por la separación de los extremos.

Cada uno de los lados se ha escindido en oposición rígida, y la unidad de ellos no puede aparecer y existir sino como su mediación extrañadora, como un término medio, excluido y distinto de la separada realidad de los lados”. G. W. F. Hegel

Un profundo abismo, de incalculables dimensiones, yace bajo los tambaleantes pies del ser social venezolano. La falla es –como ya se sabe– de origen. Pero solo durante los últimos tiempos los bloques rocosos de cada lado, de cada extremo polar, parecen haber iniciado el tremuloso rugir de su desplazamiento y, quizá, por primera vez, se han hecho visibles las puertas del infierno. Cuando la conciencia es sometida a determinadas circunstancias de crisis orgánica, como resultado de una larga travesía de severos resentimientos sociales y de agudos desencuentros históricos y culturales, esta –la conciencia– termina por desgarrarse en sí misma. Entonces, una vez escindida y desdoblada, no solo presupone la ficción de comportarse de diversa manera respecto de sí misma, sino que, precisamente por ello, va asumiendo las determinaciones inmanentes a la oposición absoluta. Se va haciendo cada vez más radical, cada vez más extrema, cada vez más intolerante y unilateral. Ya no se reconoce. La pauta de su antagonismo la dicta la inversión de su propio reflejo o, más bien, el reflejo de su propia inversión, concibiéndose a sí, respecto de la posición que asume en su duplicidad, como el “lado bueno” o el “lado malo”, el “lado noble” o el “lado vil”, extremando, al máximo, las abstracciones de su prejuicio. Este es el trueque de la conciencia desventurada, el destino trágico de la certeza puesta más allá de sus límites, la dolorosa pérdida de toda sustancialidad. Y, con el medio roto, las miserias de la vida se transforman en la vida de las miserias.

Desde sus primeras formulaciones, los problemas relativos al conocimiento del fenómeno de la oposición no han sido precisamente sencillos. Y es comprensible. Es costumbre de las obsesiones del entendimiento abstracto, de su profundo espíritu dogmático y disecador, la pretensión de querer atrapar el movimiento de la cosa misma, del devenir del ser, en una fotografía, a objeto de simplificarlo. Tal vez haya sido por eso que Max Weber exhortara a todo aquel que quisiera tener visiones a que se fuera al cine. Una noche, en una distinguida fiesta neoyorquina, una curiosa dama de la high society abordó a Herr Professor Albert Einstein. Le rogaba explicarle, de la manera más sencilla posible, su “famosa” y ciertamente innovadora teoría de la relatividad. Como todo un gentleman –¡que lo era!–, Einstein intentó, una y otra vez, explicar, del modo más sencillo, su teoría a la encumbrada dama sin poder lograrlo. Hizo sus mejores esfuerzos. Todo fue en vano. Ya por último, y ante la insistencia de la señora en cuestión, hizo un intento desesperado y, como todo lo desesperado, brevísimo. De pronto, a la señora se le iluminó la mirada: “Doktor Einstein, ¡qué maravilla!, al fin, ya le he entendido”. Einstein la miró sonriente y con algo de ternura paternal, le respondió: “Me complace mucho que haya entendido lo que acabo de explicarle. Pero lamento informarle que eso nada tiene que ver con la teoría de la relatividad”.

No era por mera casualidad que a Hegel le resultara tan lamentable lo de la manzana sobre la cabeza de Newton. No hay un polo bueno y un polo malo. Muy difícilmente, y después de Aristóteles, la tarea de la oposición, su propósito final, pueda consistir en la eliminación de uno de sus polos constitutivos, por el simple hecho de que, al eliminar uno de los polos, la oposición deja de ser. Y cabe agregar el hecho de que la historia de la humanidad es, ni más ni menos, el resultado de la continua confrontación de la dialéctica de las oposiciones. ¿Cómo hacer para que el cableado eléctrico elimine uno de los polos –digamos, el “negativo”– y siga funcionando la electricidad? Eso solo podría ocurrírsele a un “heredero inmarcesible” de la estirpe galáctica de las iguanas. Ni hay tres polos –v. g., el “término medio”–, como se figuran algunos, ávidos lectores de manuales y ediciones de bolsillo. No hay, en los términos de la oposición, ni tres polos ni “tesis, antítesis y síntesis”, particularmente si por “síntesis” se entiende “el término medio”, el tertium datur, la tibia, neutra y, muy en el fondo, cómoda posición intermedia, entre lo uno y lo otro a la que apelan los “centrados”, los fotogénicos de Weber, los snugs de Shakespeare, los muy distinguidos y exclusivos memberships de la farándula del entendimiento abstracto.

Se le podrá atribuir a Marx todo lo que se quiera. Se podrán dejar caer sobre él los peores denuestos. Pero nadie podrá decir que no intentó –¡Dios es testigo!– hacer que Proudhon comprendiera el movimiento real de las oposiciones. Pero el pobre señor Proudhon, al decir de Marx, “pese a todo su celo por escalar la cima” de las oposiciones, “no ha podido pasar de los dos primeros escalones, de la tesis y de la antítesis simples, y, además, les ha puesto el pie encima dos veces, y de estas dos veces, una ha caído boca arriba”. En efecto, monsieur Proudhon, “no tiene de la dialéctica de Hegel más que el lenguaje. A su juicio, el movimiento dialéctico es la distinción dogmática de lo bueno y de lo malo”. El pretender flotar en el medio de los términos de la oposición, empujando un poco aquí y allá para, desde su posición ecuatorial, ganar algo de “espacio”, es decir, para ir ganando adeptos menos radicalizados, conservando su lado bueno y eliminando el malo, es la novísima estrategia que, durante estos tiempos de extrema dificultad, han diseñado los amantes del diletantismo político, confundiendo la contradicción, la contrariedad y la correlatividad de los términos opuestos. Están convencidos de que la tarea consiste en “achatar los polos y abultar el ecuador”, haciendo de este último su zona predilecta de confort.

En realidad, y como afirma Hegel, el llamado término medio comporta en sí mismo la confirmación del lenguaje del desgarramiento en el que el espíritu es “esta absoluta y universal inversión y extrañamiento de la realidad y del pensamiento. Lo que se experimenta en este mundo es que carecen de verdad las esencias, lo bueno y lo malo, la conciencia noble y la conciencia vil, ya que todos estos momentos se invierten más bien el uno en el otro y cada uno es lo contrario de sí mismo”. Los dialogantes de Santo Domingo son representados con conciencia de villanos. Pero Trump puede dialogar con Kim Jong-il. Él tiene conciencia noble. Los extremos se invierten, giran de continuo. No se reconocen, pero piensan, hablan y actúan de idéntica manera. No hay medianías, o mejor: el medio es la cabal representación de la fractura de la conciencia de una sociedad que se haya escindida en sus cimientos, presa de su “mediación extrañadora”.

Antipolíticos en la prepolítica

Lo antipolítico como prepolítico por @jrherreraucv

En el campo de la filosofía en sentido estricto, se dice de todo materialismo –que se declara abiertamente antiespiritualista– y de todo espiritualismo –que se declara abiertamente antimaterialista– que se trata de posiciones recíprocamente aisladas, posiciones abstractas, recíprocamente gratas a los prejuicios propios del sentido común. Posiciones, en fin, provenientes de la cultura dieciochesca, anteriores a la síntesis a priori magistralmente enunciada por Kant en la Crítica de la razón pura, la síntesis o unidad diferenciada de sujeto y objeto, su “negación determinada”, como la denominara Hegel. En una palabra, a estos puntos de vista, se les llama prekantianos. “Cada extremo –apunta Marx– es su otro extremo. El espiritualismo abstracto es materialismo abstracto; el materialismo abstracto es espiritualismo abstracto de la materia”. La lógica del maniqueísmo es de cuidado, y conviene prestarle adecuada atención, si se quiere comprender –más que entender– el presente estado de cosas. Lo “anti”, siempre, es sospechoso: nadie más religioso que un ateo; nadie más anticomunista que un ex comunista; nadie más inmoral que un moralista tout court. De ahí que, y extendiendo los límites del ámbito de la ontología del ser social a los del pensamiento político –si es que los hay–, se pueda afirmar que toda posición antipolítica, sea esta de derechas o de izquierdas, liberal o socialista, progresista o reaccionaria, es, en realidad, una posición prepolítica.


Antipolíticos en la perpolítica

La antipolítica es, de hecho, una contraposición. Pero toda posición en-contra es, siempre, una posición que, para poder ser, necesita nutrirse continuamente de la otra posición que enfrenta con tanta vehemencia. Su fortaleza no depende de sí misma: depende de su término o-puesto. Como el materialismo o el espiritualismo, como el empirismo positivista o la teología filosofante postmoderna, ambos recíprocamente antagónicos, recíprocamente abstractos –cuyos respectivos postulados se autorrepresentan como “la única verdad”–, del mismo modo, la antipolítica se autoconcibe como la definitiva resolución de la política, la expresión más acabada, más noble, más honesta, más “pura”, de la res publica, o sea, del dominio de la vida de lo público. Diría Maquiavelo que, en el fondo, los representantes de la llamada antipolítica no son más que reediciones contemporáneas de los Savonarola de su tiempo. Y no se puede establecer con propiedad cuál de los extremos resultó ser más pericoloso: si Savonarola o Lorenzo de Medici, el antipolítico-político o el político-antipolítico. El promotor de la “hoguera de las vanidades”, predicador contra el lujo, la corrupción y la depravación de los poderosos o el gobernante de facto, el mecenas tanto de las artes y las ciencias como de las bacanales, banquero y promotor del sensual y reluciente esplendor fiorentino. Observa Hegel que una cosa es lo que se proponen llevar a cabo los grandes personajes de la historia y otra muy distinta la astucia que resulta de la propia inmanencia de sus propósitos.

Más allá –o más adentro– de la simple descalificación de la labor del otro, cada uno de los términos pretende reafirmar la exigencia por asumir, por apropiarse, aunque sin poder declararlo explícitamente, de la condición, del rol, del carácter protagónico, de su “enemigo”, ese perenne querer ocupar su posición, convencido de que, él sí, lo haría mejor, dado que, a su juicio, el otro no está a la altura de su dignidad y de su preparación. El otro, en consecuencia, debe ser aniquilado, destruido, anulado. En el intermezzo, la barbarie militarista sonríe. Y no se trata de considerar exclusivamente la anormalidad, el morbo, de la antipolítica con independencia del de la política, como si bajo la actual crisis orgánica que vive la sociedad del presente, el político ocupase “el lado correcto de la historia” y el antipolítico el incorrecto. Con mayor rigor y objetividad, conviene afirmar que todo relativismo es un fraude. La ya famosa cita de Einstein “todo es relativo”, en realidad, nada tiene que ver con la mediocridad del relativismo que se ha venido transformando en la sacra ideología de los tiempos. Cuando Einstein, quien siempre se declaró seguidor de Spinoza, afirmó que “todo es relativo” no se refería a la desaparición del absoluto: se refería a que todo se encuentra en relación con todo. Todo es correlato de todo, todo está íntimamente relacionado entre sí: ordo et conectio idearum idem est ac ordo et conectio rerum. Y cabe acotar el hecho de que la expresión “todo” ya es, de suyo, una afirmación a favor de lo absoluto, comprendido como relación –unidad diferenciada o síntesis a priori– de los términos de toda oposición.

Quienes desprecian el ámbito de lo político, alentados para ello por los promotores de la antipolítica, no imaginan cuán políticos son. Quienes, a su vez, desprecian la antipolítica, alentados por los políticos “de oficio”, por los “profesionales” de la política, no saben cuán antipolíticos pueden llegar a ser. Lo cierto es que, como consecuencia de semejantes puntos de vista, la llamada “unidad democrática” ha terminado por fracturarse irremediablemente, y mientras las sospechas crecen entre los unos y los otros, el militarismo entierra, cada vez con mayor profundidad, las huellas de la suela de sus botas en el lodazal de lo que va quedando de país. La ruin barbarie se ha convertido en el “santo y seña” de una sociedad agobiada, empobrecida, embrutecida y secuestrada, por una lumpencracia que no para de sembrar el temor –y la esperanza–, mientras reparte dádivas con criterio de escasez y hace que la multitud termine enajenando su dignidad para poder sobrevivir. Impone la cultura del “barrio adentro”, del cerro hostil. Habitúa a todos a que no haya luz, ni agua, ni gas, ni salud, ni alimentos, ni seguridad. Acostumbra, como si se tratara de algo normal, a que el modo de vida cotidiano de los más desposeídos sea el modelo de vida de toda la sociedad, y especialmente de la clase media, profesional y técnica, que cada vez más se reduce.

El año entrante será decisivo para los sectores que están dispuestos a poner fin a la canalla vil. Para ello será preciso superar los traumas y las intrigas del maniqueísmo, del sectarismo y la inútil mezquindad, los puntos de vista abstractos, el azote de la prepolítica devenida, doblemente, en antipolítica, premeditadamente sembrada –y disfrutada– por quienes durante los últimos 20 años han destrozado al país. Aufheben: superar y conservar. Y cabe decir que comprender esta artificiosa ausencia de reconocimiento quiere decir precisamente eso: superar.

Crisis, Acción, Contemplación, Filosofía y Pereza

Crisis, Acción, Contemplación, Filosofía y Pereza.
Este escrito plantea las reflexiones que despiertan las distintas posiciones defendidas por muchos filósofos de foro y red social como respuesta a la situación crítica –de crisis– en que se encuentra la sociedad actual, configurando un panorama, en opinión del autor, de lo más inconsistente e ineficaz.

«El mistiscimo tradicional ha sido contemplativo, ha tenido la convicción de lo irreal en el tiempo, es esencialmente una filosofía de la pereza. Un hombre entregado a la contemplación llega a descubrir que la contemplación es el verdadero fin de la vida y que el verdadero mundo está oculto para los que se entregan a las actividades de la vida».

Esta frase de Bertrand Russell, extraída de su ensayo "La filosofía en el siglo XX", en la que expresa su crítico punto de vista sobre la vida contemplativa, es la que ha representado el papel de catalizador en este escrito, incluido –quizá presuntuosamente– en la categoría de «pensamientos en filosofía». Pero, como todo catalizador, su papel no es sustantivo; es un elemento necesario pero no suficiente para el resultado final, el cual jamás podría obtenerse sin el resto de elementos de la fórmula, todos ellos bastante más importantes.

Crisis
En primer lugar, y el más importante, tenemos un elemento objetivo: la Crisis. Así, sin adjetivar y en mayúsculas. Podríamos referirnos a ella como «la madre de todas las crisis». Resultaría prolijo y altamente ineficiente dedicar parte de este escrito a identificar sus distintas caras y profundizar en ellas, esfuerzo estéril e inútil que solo conseguiría desviar la atención del tronco reflexivo principal y generar confusión. En cambio, la Crisis –en abstracto– es algo que todos reconocemos objetivamente como una losa que pende sobre nuestras cabezas y ejerce su influjo negativo en la práctica totalidad de órdenes de la vida, de los cuales –esto es opinión subjetiva– el económico es sólo un pequeño efecto colateral.

Acción
En segundo lugar entra en juego mi percepción, probablemente sesgada por los foros filosóficos a los que tengo acceso, de que arrecia la opinión de que es preciso «pasar a la acción», de que un filósofo que se precie no puede mostrar indiferencia frente a la situación en que se encuentra inmersa la sociedad y que debe «tomar partido». Así, florecen más y más publicaciones en este sentido, en lo que se interpreta como una «primavera filosófica», como una especie de Renacimiento llamado a ser un bálsamo de Fierabrás curalotodo, algo así como el eficiente Lobo, «resolvedor de problemas» de Pulp Fiction. Este elemento de la fórmula será asimismo considerado de forma genérica, desde muy arriba en la escalera, debido también a su carácter multiforme, en el que se da cabida a todas las tendencias, matices y sabores propios de la condición humana, diversa por naturaleza, diversidad que, más allá de su positividad, en este caso lastra y dificulta sobremanera una eventual unidad de acción.

Contemplación
Sorprende también que en los mismos foros y, frecuentemente, los mismos «filósofos» sean fervientes defensores de la abstracción reflexiva, de la búsqueda introspectiva del Yo como solución –ignoro si paralela o complementaria a la acción pura y dura– a los graves problemas de la humanidad, argumentando que a través de este encuentro con nosotros mismos se conseguirá la mejora del Ser colectivo, resultado que me parece de lo más peregrino si se basa exclusivamente, como parece, en mirar dentro de nosotros mismos o en mirarnos el ombligo, que viene a ser lo mismo. De nuevo, en este elemento nos quedaremos en lo genérico, en lo conceptual, sin entrar en los múltiples matices que caracterizan la filosofía contemplativa, normalmente inspirados en escuelas de pensamiento orientales muy alejadas de la filosofía y de la cultura occidental.

Filosofía y Pereza
Nos encontramos pues con una fórmula de tres elementos: la Crisis, la exigencia de Acción y la defensa de la Contemplación, a los que debemos sumar la frase de Russell, verdadero martillo pilón que, formando parte del mismo, pretende pulverizar el elemento «contemplativo». Y esta fórmula de elementos tan diversos, tan disonantes, tan antagónicos, es la que conduce inevitablemente a estos «pensamientos en filosofía». Incluso a pensar en «la» filosofía. Y la verdad es que sólo me genera preguntas sin respuesta, las cuales, por su enorme diversidad, también me abstendré de plantear. Me limitaré al cómodo papel del crítico improductivo que, emulando a estos filósofos de salón, se permite opinar sobre la inconsistencia de estos planteamientos. Sobre la incongruencia que representa la absurda defensa simultánea de dos planteamientos vitales absolutamente opuestos e incompatibles con la obtención de un resultado común, sea el que sea.

Me abstendré también de hacer juicios de valor sobre la indudable bondad conceptual de las soluciones propuestas consideradas por separado, lo que llevaría indefectiblemente a entrar en detalles que, no me importa reconocer, rebasan mi conocimiento y el alcance de este escrito, aunque no sería honesto ocultar mis preferencias por la Acción y mi simpatía por Russell y su opinión sobre la Contemplación y la filosofía de la Pereza.

Pero lo que resulta imposible es no poner en tela de juicio el objeto de la filosofía en la época que nos ha tocado vivir, con una sociedad tocada por todos los males, con un papel a jugar totalmente desdibujado y desorientado, sometida también a tensiones y agresiones de todo tipo y a su disolución –o simbiosis, según el opinador– en la ciencia. Y a encontrar este papel perdido no contribuyen precisamente los manifiestos de los que se atribuyen el papel de «filósofos» populares –próximos al pueblo– que, en definitiva, deberían ser capaces de generar y transmitir un mensaje coherente a la sociedad que pretenden mejorar.

Lo que parece evidente es que los efectos de esta Crisis sistémica han alcanzado a la esencia de la misma filosofía y que resulta necesaria una verdadera y profunda revolución del pensamiento colectivo que deberá también sobreponerse a otra de las numerosas cabezas de la hidra, la acusada crisis de liderazgo, condición necesaria –por su trascendencia sobre la sociedad–, pero no suficiente, como ha quedado demostrado con el escaso o nulo efecto causado por el mensaje de alta resonancia pública de reputados pacifistas como el propio Russell o Einstein –más allá de su posteriormente lamentado apoyo al proyecto Manhattan y de su errónea etiqueta de «padre de la bomba atómica»–, promotores del manifiesto antibelicista que tomó el nombre de ambos, firmado en Londres en julio de 1955. Convendrá también apuntar el profundo escepticismo que ambos declaraban abiertamente y que no nos hace ser, precisamente, optimistas respecto al futuro.

Esta es la cómoda reflexión desde fuera, realizada por un protofilósofo que no se moja, que no propone soluciones, que –a diferencia de muchos– no sabe «qué» hacer ni, consecuentemente, «cómo» hacerlo. Pero esto no impide ser sensible a esta peculiar situación y desear que la filosofía, a través de verdaderos filósofos, encuentre su camino. Un camino colectivo, de proyección social, no individual, no contemplativo, no exclusivamente introspectivo. Y práctico. Sobre todo, práctico. Alejado tanto de la filosofía de la Pereza como de la Pereza que da leer a algunos pretendidos «filósofos». Mientras tanto, pienso que no nos queda más que el ejemplo individual a nuestro entorno, con la probablemente ilusoria esperanza de que, a través de la Acción, no de la Contemplación, se extienda poco a poco la mancha. Este es mi «pensamiento en filosofía».