Spinoza y el Consumismo Moderno: Deseos Fugaces vs. Auténticos.
¿Alguna vez te has preguntado qué impulsa realmente nuestras acciones y deseos en un mundo saturado de consumismo y apetencias superficiales? En la filosofía de Baruch Spinoza, el deseo no es un capricho pasajero, sino la esencia misma del ser humano, un motor que conecta la naturaleza humana con una ética profunda y transformadora. En este artículo, exploramos “El Deseo en la Filosofía de Spinoza: Ética y Naturaleza Humana Explicadas”, analizando cómo su obra maestra, la Ética demostrada según el orden geométrico, nos invita a distinguir entre deseos auténticos y las ilusiones inducidas por la sociedad moderna. Sumérgete en esta reflexión para descubrir cómo los conceptos de Spinoza pueden ayudarnos a entender nuestra relación con el mundo y a navegar los desafíos del consumismo contemporáneo. |
---|
Contexto Histórico y Conceptual: Spinoza y el Deseo en su Época
Para comprender el deseo es esencial situarnos en el siglo XVII, una era de transformaciones intelectuales y religiosas en Europa. Baruch Spinoza, nacido en Ámsterdam en 1632 y fallecido en 1677, vivió en un momento de tensiones entre la ortodoxia religiosa, el auge del racionalismo y los primeros pasos de la Ilustración. Como pensador judío excomulgado por su comunidad y criticado por las autoridades cristianas, Spinoza desarrolló una filosofía radical que desafiaba las nociones tradicionales del deseo, la naturaleza humana y Dios, presentándolos como parte de una sola sustancia infinita, que llamó “Dios o Naturaleza”.En su obra cumbre, Ética demostrada según el orden geométrico (1677), Spinoza propone que el deseo (conatus) es la esencia misma del hombre, la fuerza que nos impulsa a perseverar en nuestra existencia y a buscar la alegría (beatitudo). A diferencia de los filósofos anteriores, como Descartes, o de las visiones cristianas que veían el deseo como pecaminoso, Spinoza lo concibe como algo natural y necesario, inseparable de la razón y los afectos. Este enfoque contrasta con el mundo moderno que describe el texto: una sociedad saturada de consumismo y deseos fugaces, donde las apetencias superficiales, impulsadas por la publicidad, opacan los deseos auténticos que Spinoza celebraba.
Este contexto histórico y conceptual nos permite entender por qué la filosofía de Spinoza sigue siendo relevante hoy. Su visión del deseo como un puente entre la naturaleza humana, la ética y el cosmos ofrece una crítica poderosa al vacío de los impulsos modernos, invitándonos a reflexionar sobre cómo recuperamos una relación más profunda y consciente con nuestros anhelos.
El deseo de Spinoza hoy
Así que pretendo hacer filosofía partiendo de uno de los conceptos más trillados de la historia de la filosofía, encuentren ustedes a un filósofo que se precie que no haya hablado del deseo y su interacción con el hombre y la naturaleza. Ya se pueden imaginar que es un concepto central al hombre, cuerpo autónomo e integrado en el hombre que participa de él como la sal al mar, el deseo es la parte consciente y procedimental de la naturaleza humana, y así como la naturaleza del desarrollo puede predecirse por sus genes y sustancias -por su determinación genética- la naturaleza del deseo humano puede intuirse por sus ideas y conceptos. No es poca cosa detenerse a pensar en ello: el deseo no solo nos atraviesa como un hilo que cose nuestra existencia, sino que también nos define en nuestra relación con el mundo, con los otros y con nosotros mismos. Es un motor silencioso, a veces imperceptible, que guía nuestras acciones incluso cuando creemos que somos dueños absolutos de nuestras decisiones.
El deseo que a mí me interesa es el de Spinoza, quien dice que este es la esencia del hombre, es decir, para Spinoza el deseo es lo que mueve al hombre en la dirección y forma en la que los hombres pueden formarse a sí mismos en cuanto a individuo o cuerpo social. Y no hay ejemplo más claro que su "Ética demostrada según el orden geométrico" como libro que define y ejemplifica esta descripción. Ya que es un libro de deseos, de esos libros que crecen sobre tu cabeza y hacen hijos a tus espaldas. Si un hombre quisiese aprender a desear intensamente no puede perderse este libro.
Es una obra que no se limita a describir el deseo, sino que lo despliega en un sistema riguroso, como si fuera una arquitectura del alma humana trazada con compás y regla. Spinoza no se conforma con observar el deseo desde lejos; lo disecciona, lo ordena y lo presenta como una fuerza viva que no solo nos empuja, sino que nos constituye. Ahora bien, los deseos de Spinoza son complejos y entrelazados, no son deseos fugaces como las apetencias que se muestran en televisión, ni deseos basados en "pulsiones" o instintos, como son la gula, la avaricia, la lujuria o el ansia de poder—-estos son deseos incompletos que siempre van acompañados de alguna tristeza, de un vacío que se cuela por las rendijas de la satisfacción momentánea. En Spinoza el deseo es uno, y al mismo tiempo infinito, capaz de descomponerse en una multiplicidad de deseos y afectos, como un prisma que refracta la luz en colores diversos sin perder su unidad esencial.
Pero, no pretendo aquí extenderme en la fuerza del deseo spinoziano —eso ya puede hacerlo quien quiera en su casa, con un café en la mano y la disposición de dejarse interpelar por sus páginas—, lo que vengo es a criticar, y a decir que los deseos que veo en la gente a diario, los deseos que anidan en ciertas cabezas llenas de pájaros, junto con otros de cabezas más instruidas e igualmente inutilizadas son, en su mayoría, deseos fugaces. Más que deseos son apetencias, o pequeños intereses inducidos. Apetencias de una chocolatina, de una fragancia, de una gominola, de un viaje a un lugar que en el fondo no importa tanto, de un utensilio no necesario que mañana quedará olvidado en un cajón. Son sombras de deseos, ecos de algo más profundo que ha sido reemplazado por un simulacro. Lo que ocurre es que los deseos que respiramos solo son producidos por el intelecto del hombre en su propio bien en una mínima parte; el resto son desechos de la publicidad, subproductos de un sistema que nos bombardea con imágenes, promesas y necesidades artificiales. Pensemos, por ejemplo, en el frenesí de las compras navideñas, en esos anuncios que nos dicen que la felicidad está a un clic de distancia, en un nuevo teléfono o en un perfume que nos hará inolvidables. ¿Cuánto de eso es deseo genuino y cuánto es sugestionado desde fuera?
¿A quién le interesa tener tanta cantidad de deseos inútiles en su cabeza?, eso no interesa a ningún individuo, solo es un concepto de pago con intereses lúdicos, una deuda que cargamos sin darnos cuenta, un juego en el que participamos sin haber elegido las reglas. ¿Por qué tenerlo en mi cabeza?, ¿Qué puedo hacer para defenderme de esto?, lo único que se puede hacer es hacerse consciente de los deseos propios. Y para esto solo conozco un remedio: Ética demostrada según el orden geométrico de Baruch de Spinoza. No es una solución fácil ni inmediata, claro está. Leer a Spinoza requiere paciencia, un esfuerzo casi matemático para seguir sus proposiciones, definiciones y escolios. Pero en ese esfuerzo está la clave: al comprender el deseo como una fuerza que nos atraviesa y nos forma, podemos empezar a distinguir entre lo que realmente nos pertenece y lo que nos ha sido impuesto. Es un ejercicio de autoconocimiento, una forma de limpiar la mente de escombros y quedarse con lo esencial. Porque si algo nos enseña Spinoza, es que el deseo verdadero, el que merece ese nombre, no se agota en la superficie de las cosas, sino que se dirige hacia lo eterno, hacia una alegría que no depende de lo pasajero. Y en un mundo saturado de apetencias triviales, ¿no es eso, acaso, una revolución silenciosa?