En una era donde la comunicación digital y la sobreinformación dominan nuestras vidas, donde las redes sociales y la instantaneidad de la comunicación han transformado cómo interactuamos y pensamos, es necesario reflexionar sobre los orígenes y el poder del lenguaje. Hoy, inmersos en problemas como la polarización política, la crisis de la verdad, y la superficialidad en las interacciones humanas, es crucial recordar la profundidad y la capacidad transformadora del pensamiento simbólico, especialmente en su forma más pura: el logos.
Este no es simplemente un ejercicio académico, sino una vuelta a las raíces de cómo los antiguos modelaban su mundo, cómo la palabra hablada fue fundamental antes de la escrita, y cómo la escritura, al "congelar" el habla, ha permitido no solo la transmisión del conocimiento sino también el desarrollo de sistemas de pensamiento que moldean nuestras cosmovisiones. Nuestro legado lingüístico y simbólico puede ofrecernos herramientas para enfrentar y entender los desafíos contemporáneos de la comunicación, la educación y la construcción de identidades culturales en un mundo cada vez más interconectado pero, paradójicamente, más fragmentado.
La capacidad superior del pensamiento simbólico ligada al logos no es algo aburrido. Nunca lo fue. Reproducir la imagen de un jabalí en piedra para nuestro antepasado incurría en modelar el mundo real (y el simbólico), transformar el cuerpo comunicativo común de todo un grupo en una época prehistórica, y acompañado de historias, en noches de lluvia dentro de la cueva —frente a las pinturas— la charla del pre-filósofo inundaba las paredes y tejía a la par el imaginario colectivo. |
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La palabra hablada fue antes que la palabra escrita en todas las culturas, así lo reflejan lingüistas y antropólogos (también Google que solo ha encontrado el 2% de las lenguas que existen escritas en internet) que coinciden en proponer al profeta, o al filósofo del pueblo como aquel que dominaba la palabra hablada y las formas de hacérsela entender al hombre antiguo, con sus palabras de raíces enraizadas en pequeñas culturas de grupos, había que girar la palabra contra sí misma, gritarla bien alto y chocarla de frente contra la multitud para que esta gente pudiese entender algo de lo que encerraban estas. Estos profetas entendían realmente bien el poder de las palabras y los conceptos, frágiles por depender del entendimiento; si eran conceptualizadas por una multitud eran alzadas como estandarte, casi siempre significadoras de un gran número de aldeanos en grandes periodos de tiempo. Y este gran poder del profeta existía por lo lejano que aparecía para el aldeano de estas tierras antiguas la palabra escrita. Pocos que sabían leer. Pocos sabían descifrar. Y quienes pensaban que palabras eran cosa de dioses eran mayoría. De aquí el gran poder del profeta en esta época de profetas.
La escritura es un sistema gráfico de anotación del lenguaje que “congela” el habla y la convierte en duradera. Es el mayor placer del teórico, permite el orden, el sistema y la demostración. Así, ofrece algunas ventajas que no ofrece el habla en el discernimiento de las ideas y su acoplamiento en “el alma”, un cuerpo puede inventarse a sí mismo con mayor control, placer y suficiencia si los conceptos que lo componen se ordenan en palabras escritas, que si lo hacen en palabras habladas. Como un “corpus” spinoziano conectado por un millón de partes en un millón de sitios, formándose en un solo cuerpo demostrable y otros tantos cuerpos axiomáticos.
Obras gigantescas y placeres infinitos unidos en casos extraordinarios a las palabras escritas. El filósofo más útil es el que crea un sistema, con esto quiero decir que es el más útil para el lector con deseo de aprender, de comparar y discernir en una filosofía. También hay conceptos únicos que se incluyen en sistemas no muy grandes, o en sistemas abstractos (poco concretos) que hacen incomprensible al concepto que tiene valía (y estúpido al filósofo que se esconde en esta forma abstracta) y muy poco útil la teoría como conjunto. Un escrito tiene que hacerse entender, de otra forma no será muy diferente de un continuo de rayas y puntos en cualquier orden. El placer está en lo simple escrito de “un millón de formas”, cuanto más concreto mejor.