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Conceptos de política, teoría e ideología

Relación de los conceptos de política, teoría e ideología
Desde mis épocas de bachillerato, me acuerdo que me gustaba leer en espacios abiertos, donde podía sentir el viento correr, las voces que fluían como una polifonía incesante de voces, como en una constelación peninsular de cometas… Me gusta que mi experiencia de lector se choque con lo incierto de lo inmanente, devenir heterogéneo de la existencia. Una experiencia con lo caótico y múltiple de la realidad, en mi opinión, es mil y una veces preferible a lo muerto, fijo y estéril de la unidad de las abstracciones conceptuales, que son necesarias, pero como incesante fluir de lo asombroso, no como una estática de las fuerzas creativas y activas del conocer.

Conceptos de política, teoría e ideología, que representa a un lector en un espacio abierto, con el viento y las voces fluyendo, contrastando la realidad caótica con abstracciones estáticas, incluyendo citas y metáforas volcánicas.



“Necesitamos ilusiones que nos permitan soportar la dureza de la vida. Las ideologías cumplen entonces una importante función vital, pues son intentos de dar sentido a los accidentes de la vida y a los aspectos más penosos de la existencia humana. Las ideologías son ilusiones necesarias para la supervivencia” (J.P. Ricoeur, Ideología y utopía)

¿Para qué serviría de lo contrario?, seguramente si se prefiere esta estática abstracción, valdría lo mismo salir como el Quijote al asalto de molinos conceptuales, pasados por feroces y crueles gigantes, no menos fantásticos por su naturaleza ficcional e inexistente… Ofrecerle a una utopía, como lo diría Ricoeur, “La magia del pensamiento” (Ricoeur, 2001:318), dándole la posibilidad de tener que responder a un juego de fuerzas inmanentes, y no menos poderosas cual feroz lava de un volcán, auténtico desafío del pensar.

Construid vuestras ciudades al pie del Vesubio”, nos recordaría Nietzsche en su Gaya ciencia, como metáfora e invitación para aceptar la alegría de la fatalidad, la inocencia del devenir, el peligro de lo múltiple, porque es ahí donde nace realmente lo grande… Esto es lo que re-presenta para mí el arte de las relaciones, de los flujos, lenguajes que pasan y dejan su huella en dichas relaciones, géneros que se entrecruzan, conceptos que danzan, que se deforman hasta hacerse casi irreconocibles, dotando de movilidad y dinámica a un lenguaje anquilosado, enterrado en una quietud fantasmagórica y espeluznante.

Este lenguaje quieto e inerte, en el que ha caído la teorética academicista, que ha convertido a una sinfonía de oídos, en una polifonía de reacios y poco dispuestos a resonar entre sí. Es, en ese orden de ideas, el motivo y la razón por la cual quiero escribir y enfatizar este ensayo.

Al articular conceptos como Ideología, Teoría y Política, mi pretensión o hipótesis de lectura es la de mostrar la resonancia y movilidad que estos tres conceptos, (añadiría el de lo político), adquieren dentro de un campo simbólico que llamamos sociedad u orden social1, como nociones que se encuentran de una manera permanente dentro de las distintas formas “De concebir lo político como un modo de interacción entre colectivos humanos” (Arditi, 2005:220). Con la aparición de la noción de lo político, se puede entrar a la diferencia en que, por ejemplo, autores como C. Schmitt entablaban entre la política y lo político “El concepto de Estado supone el de lo político” (Schmitt; 1991:49), diferencia que, lejos de estar enmarcada por el cambio de género en los artículos y sustantivos, señalaban dos momentos diversos de estática o dinámica social:
Concibo “lo político” como la dimensión de antagonismo que considero constitutiva de las sociedades humanas, mientras que entiendo a “la política” como el conjunto de prácticas e instituciones a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de lo político.  (Mouffe, 1999:16).

En este orden de ideas, lo político se caracteriza y se diferencia de la política, por su carácter dinámico y fluctuante que, como criterio teleológico, tendría la institución del orden social propio de la política “Lo político indica el modo de institucionalización de una sociedad, la puesta en forma del todo, el proceso mediante el cual la sociedad se unifica a pesar de sus divisiones” (Arditi, 2005, 220). Estas concepciones y visiones de mundo, siempre están en contexto, nunca se encuentran desligadas ni de un espacio o un tiempo concreto e inmanente, enmarcado bajo algo que Foucault denominaría “epistemes”; es decir, organización de un conjunto de reglas y procedimientos de exclusión que facilitan la emergencia de discursos en una época particular y que rigen las relaciones entre diferentes dominios del saber (Castro-gomez, 2011:165).

Dicho conjunto de reglas y procedimientos de exclusión dento del cual existe una continua pugna entre diferentes dominios del saber, hacen las veces de aquellas pequeñas ventanas que tenemos para poder visualizar en mundo.
Estas visiones de mundo, no son dadas directamente, sino que están mediadas por aquellas re-presentaciones, afecciones o pre-juicios que tenemos a la hora de observar un fenómeno de la realidad.

Juan Villoro, en su libro El concepto de ideología y otros ensayos, postula que referente a una definición únicamente gnoseológica se pueden dar dos tipos de explicación de una misma creencia. 
 
Si se pregunta ¿Por qué A cree que B?, (“B” está en lugar de cualquier enunciado), pueden existir dos clases de respuestas: 1) Señalar las razones (en el sentido de fundamentos, justificaciones racionales), que tiene A para aceptar o aseverar B, 2) Señalar las causas o motivos que indujeron a “A” a aceptar “B”.  (Villoro: 1985, 24).

Por ejemplo, si se pregunta ¿Por qué creía Platón en la inmortalidad del alma?, se puede dar dos respuestas: 1) Mencionar los argumentos filosóficos del Fedón para probar la inmortalidad del alma, los cuales funcionan como razones en las que se funda el enunciado “el alma es inmortal”. 2) Indagar, en la educación recibida por Platón, en su psicología o en las influencias sociales que tuvo para creer y argumentar la existencia de un alma inmortal” (Villoro: 1985,25).
Siguiendo la argumentación de Villoro, dicho aspecto gnoseológico abarca tanto la creencia como el saber, pensamientos de orden epistemológico que recuerdan la distinción entre ideas y creencias señalada por Ortega y Gasset: “Las creencias y las ideas son vivencias que pertenecen al mismo género: no son sentimientos, ni voliciones, pertenecen a la esfera cognoscitiva de nuestro yo, son pensamientos” (Ortega y Gasset: 1940, 27).

Que un pensamiento sea creencia o idea depende del papel que tenga en la vida del sujeto; por lo tanto, la diferencia entre uno y otro tipo de pensamiento es relativa, relativa a su significación en la vida de cada persona, al arraigo que dicho pensamiento tiene en su mente. “El mismo pensamiento puede ser creencia o idea: las primeras noticias científicas que de la Luna tiene un niño las vive como ideas, con el tiempo, con el vivir en sociedad, estas ideas se instalarán en su mente en la forma de creencias.” (Ortega y Gasset: 1940, 25).

Este componente cognitivo y social que caracteriza a la noción de ideología en tanto conjunto de creencias socialmente compartidas hace que dicha noción no se agote ni limite únicamente en un aspecto gnoseológico. Es por esta razón que se puede inferir el carácter ambiguo de, por ejemplo, la noción que tenía sobre ideología, el pensador Karl Marx “En Marx, la crítica de la ideología deriva de la idea de que la filosofía invirtió la sucesión verdadera de las cosas, invirtió el orden genético real, de manera que lo que corresponde hacer es poner de nuevo las cosas en su orden real” (Ricoeur, 2001, 49).

Para Marx, la noción de ideología, es a la vez un concepto gnoseológico (la falsa conciencia”), y un concepto sociológico (la “superestructura dominante”). “El hombre en sociedad se ve como criatura de sus propias ideas, fantasías y creencias; en ambas doctrinas se oculta la condición real del hombre bajo una idea abstracta” (Marx, Enggels: 1966, 35).

Una ideología, no necesariamente es falsa por su contenido. Puede ser cierta para quienes trabajan o viven cotidianamente aspectos no menos ideológicos, que dependen del modo como este contenido se relaciona con la posición subjetiva expuesta como falsa o verdadera. Como La organización simbólica de un aula de clase, las conductas que socialmente debemos compartir para tener una cotidianidad agradable, las creencias que continuamente alimentan nuestro desarrollo y función dentro del espacio social que se cree y se crea como tal, etc. “Aprender a reconocerla en su dimensión aterradora, y después, con base en este reconocimiento fundamental, tratar de articular un modus vivendi con ello” (Zizek:2010, 27). Un ejemplo concreto y cotidiano puede ser el comportamiento que algunas personas tienen frente a la materialidad del dinero: Ellos saben muy bien que el dinero, como todos los demás objetos materiales, sufre los efectos del uso, que su consistencia material cambia con el tiempo, pero en la efectividad social de mercado, a pesar de todo, tratan o tratamos las monedas y al papel moneda como si consistieran en una especie de sustancia inmutable, una sustancia sobre la que el tiempo no tiene poder y que está desproporcional a cualquier materia de la naturaleza. ( Zizek, 2010: 25)

Lo anterior es la dimensión fundamental de la ideología, ya que ésta no es simplemente una “falsa conciencia”, una representación ilusoria de la realidad, sino que es aquello que facilita la comprensión de la realidad misma. Para Ricoeur, la ideología tiene un fuerte aspecto Nietzscheano “La ideología es irremplazable porque los hombres necesitan dar algún sentido a sus vidas” (Rioeur, 2001: 56).

Tal vez, cuando salía al aire libre para leer, necesitaba encontrar algún sentido a mi gusto por la lectura en esos espacios abiertos, donde existe la movilidad, el flujo constante de ideas. Y no lo inerte, cerrado y acabado de las nociones mono-lógicas de aquellas estructuras abstractas en las que se quiere encasillar aquella riqueza de la realidad caótica y que se encuentra en inocente devenir…
…”Construid vuestras ciudades al pie del Vesubio” (F. Nietzsche).

Bibliografía:
  • Arditi, Benjamín, 2005 “¿Democracia post-liberal?, el espacio político de las asociaciones”. Editorial Anthropos, Barcelona.
  • Castro-Gomez, Santiago, 2011. “Crítica a la filosofía latinoamericana” Ed. Pontificia universidad Javeriana.
  • Marx, Karl y Friedrich Engels, 1966 “la ideología alemana” ed. nuestra América, Barcelona,
  • Mouffe, Chantal  1999. El retorno de lo político. PaidosOrtega y Gasset, José. 1940. Ideas y Creencias. Editorial Alianza. España.Ricoeur, paul, 2001 “ideología y utopía” ed. gedisa, Barcelona,
  • Villoro, luís, 1985. “el concepto de ideología y otros ensayos”, ed. fondo de cultura económica, México,
  • Zizek, slavoj 2010 “el sublime objeto de la ideología”, ed. s. xxi, méxico,

1 La noción de campo simbólico puede visualizarse desde los trabajos de Bourdieu, como espacio donde interactúan cumplimientos tácitos de unas reglas de juego que definen quiénes se hallan adentro y quiénes fuera de él (Bourdieu: 1999:44). O también, lo que Laclau denomina como “el momento del antagonismo” a través de las relaciones de poder que constituye el campo de “lo político” (Laclau, 1993:52).

¿Cómo funciona el mecanismo de poder? Foucault

Texto de La Voluntad de Saber (Historia de la Sexualidad)

Representación abstracta del concepto de "poder" como una red compleja de fuerzas, no una entidad centralizada, con elementos de lucha, resistencia e interacción estratégica, representados en un estilo artístico dinámico y fluido.

La palabra "poder" amenaza introducir varios malentendidos. Malentendidos acerca de su identidad, su forma, su unidad. Por poder no quiero decir "el Poder", como conjunto de instituciones y aparatos que garantizan la sujeción de los ciudadanos en un Estado determinado. Tampoco indico un modo de sujeción que, por oposición a la violencia, tendría la forma de la regla. Finalmente, no entiendo por poder un sistema general de dominación ejercida por un elemento o un grupo sobre otro, y cuyos efectos, merced a sucesivas derivaciones, atravesarían el cuerpo social entero. El análisis en términos de poder no debe postular, como datos iniciales, la soberanía del Estado, la forma de la ley o la unidad global de una dominación; éstas son más bien formas terminales. Me parece que por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las trasforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario, los corrimientos a las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales.




La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite volver inteligible su ejercicio (hasta en sus efectos más "esféricos" y que también permite utilizar sus mecanismos como cifra de inteligibilidad del campo social), no debe ser buscado en la existencia mera de un punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y descendientes; son los pedestales móviles de las relaciones de fuerzas los que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de Poder -pero siempre locales e inestables. Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino se esta produciendo a cada instante, en porque todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder esta en todas partes; no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes. Y "el" poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de autorreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja a partir de todas esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata de fijarlas. Hay que ser nominalista, sin duda: el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada.



¿Cabe, entonces, invertir la fórmula y decir que la política es la continuación de la guerra por otros medios? Quizá , si aún se quiere mantener una distancia entre guerra y política, se debería adelantar más bien que esa multiplicidad de las relaciones de fuerza puede ser cifrada -en parte y nunca totalmente- ya sea en forma de "guerra", ya en forma de "política"; constituirían dos estrategias diferentes (pero prontas a caer la una en la otra) para integrar las relaciones de fuerza desequilibradas, heterogéneas, inestables, tensas. Siguiendo esa línea, se podrían adelantar cierto número de proposiciones: que el poder no es algo que se adquiera, arranque o comparta, algo que se conserve o se deje escapar; el poder se ejerce a partir de innumerables puntos, y en el juego de relaciones móviles y no igualitarias; que las relaciones de poder no estan en posición de exterioridad respecto de otros tipos de relaciones (procesos económicos, -relaciones de conocimiento, relaciones sexuales), sino que son inmanentes; constituyen los efectos inmediatos de las particiones, desigualdades y desequilibrados que se producen, y, recíprocamente, son las condiciones internas de tales diferenciaciones; las -relaciones de poder no se hallan en posición de superestructura, con un simple papel de prohibición o reconducción; desempeñan, allí en donde actúan, un papel directamente productor.



El que el poder viene de abajo; es decir, que no hay, en el principio de las relaciones de poder, y como matriz general, una oposición binaria y global entre dominadores y dominados, reflejándose esa dualidad de arriba abajo y en grupos cada vez más restringidos, hasta las profundidades del cuerpo social. Más bien hay que suponer que las relaciones de fuerza múltiples que se forman y actúan en los aparatos de producción, las familias, los grupos restringidos y las instituciones, sirven de soporte a amplios efectos de escisión que recorren el conjunto del cuerpo social. Estos forman entonces una línea de fuerza general que atraviesa los enfrentamientos locales y los vincula; de rechazo, por supuesto, estos últimos proceden sobre aquéllos a redistribuciones, alineamientos, homogeneizaciones, arreglos de serie, establecimientos de convergencia. "los grandes dominaciones son los efectos hegemónicos sostenidos continuamente por la intensidad de todos esos enfrentamientos; el que las relaciones de poder son a la vez intencionales y no subjetivas. Si, de hecho, son inteligibles, no se debe a que sean el efecto, en términos de causalidad, de una instancia distinta que las explicaría", sino a que estan atravesadas de parte a parte por un cálculo: no hay poder que se ejerza sin una serie de miras y objetivos. Pero ello no significa que resulte de la opción o decisión de un sujeto individual; no busquemos el estado mayor que gobierna su racionalidad; ni la casta que gobierna, ni los grupos que controlan los aparatos del Estado, ni los que toman las decisiones económicas más importantes administran el conjunto de la red de poder que funciona en una sociedad (y que la hace funcionar) ; la racionalidad del poder es la de las tácticas a menudo muy explícitas en el nivel en que se inscriben -cinismo local del poder-, que encadenándose unas con otras solicitándose mutuamente y propasándose, encontrando en otras partes sus apoyos y su condición, dibujan finalmente dispositivos de conjunto: ahí, la lógica es aún perfectamente clara, las miras descifrables, y, sin embargo, sucede que no hay nadie para concebirlas y muy pocos para formularlas: carácter implícito de las grandes estrategias anónimas,casi mudas, que coordinan tácticas locuaces cuyos "inventores" o responsables frecuentemente carecen de hipocresía; que donde hay poder hay resistencia, y no obstante (o mejor: por lo mismo), ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder.

Hay que decir que se esta necesariamente "en" el poder, que no es posible "escapar" de lo que no hay, en relación con el exterior absoluto, puesto que se estaría infaltablemente sometido a la ley. "O que, siendo la historia la astucia de la razón, el poder sería la astucia de la historia del que siempre gana". Eso sería desconocer el carácter estrictamente relacionar de las relaciones de poder. No pueden existir más que en función de una multiplicidad de puntos de resistencia

La poca etiqueta de los escritores de filosofía

 





Mi comienzo en la filosofía no fue un comienzo claro. De niño era bastante introvertido como hijo único que pertenecía a una rara conformación familiar. Ojalá hubiese imaginado que esas obligaciones de ir a la escuela (Prisión), someterme a la disciplina de adultos y de subgrupos, ser evaluado, era una forma que necesariamente no requería para llegar a ser un buen hijo, una buena persona o un ser integral, ni siquiera un buen ciudadano. He llegado a pensar que me perjudicó en bastantes sentidos los cuales no son buenos de nombrar en su totalidad, dado el hecho que este ensayo tomaría un rumbo distinto del que le quiero dar. Aunque, por sólo dar un ejemplo, nunca pude superar mi Glosofobia, es más, el colegio la acrecentó por muchas malas practicas que no tenían un freno en normativas claras que veo hoy por hoy para los aciertos en casos de estudiantes con impedimentos de estructuras fenotípicas.

Comencé a vender libros a los doce años en la calle, incluso antes de haber leído ni siquiera alguno. Supongo que las personas detectaban en mi labor cierta honradez, por lo que a veces vendía y tenía la suerte de poder comer y ayudar a mi familia. Cuando leí por primera vez un libro lo leí por "humillación", porque me ofuscó que un adulto se riera de mi ante el hecho de notar que no tenía ningún tipo de formación. Ingresé a la universidad, a la carrera de ingeniería civil industrial sin saber sumar fracciones, a pesar de llevar a cuestas unos cuantos libros leídos. Obviamente, no hubiese podido ingresar a la universidad sin haber pasado toda la colegiatura en su integridad, proceso comprensible dada la cadena histórica que estás mismas escuelas están diseñadas para enseñar; porque toda enseñanza es una disciplina. Evidentemente, no ingresé a una buena universidad, aunque tuve la suerte de tener buenos profesores que se esmeraban en hacer entender a nuestro grupo la calidad de materia que se venía. La universidad se reservaba y se reserva los derechos de admisión, así como también los derechos sobre las características que deben tener los estudiantes que ingresan y que egresan para la misión que espera la institución que deban cumplir, y que son, sin ánimos de hacer juicios de ningún tipo, acordes a los sistemas que mueven las redes y embrollos del poder. Esto no es una teoría, es un hecho.  

Este poder tiene bastante siglos aquí. No es raro que se atribuya el nacimiento de la universidad en Italia, la misma Italia de los papados, la misma Italia de Nicolás Maquiavelo, quien sufrió en su propia vida los aspectos facticos de la política, mientras anunciaba cómo debía ser un gobernante eficiente... Quizás, este deseo de gobernarme a mí mismo fue el precursor de mis primeras ansias filosóficas; el avistamiento de mi sombra y la reacción de mi ego ante mi propia ignorancia, iban a ser partícipes de una forma de entender la vida que atravesaría conmigo innumerables consecuencias, innumerables causas y efectos, o como diría Jean Baudrillard, innumerables efectos-efectos.

Sentía que sabía tan poco, que concluí que las novelas no debían quitarme el tiempo (Aristóteles, Ética a Nicomaco). A veces entendía a uno que otro filosofo o creía entenderlo, y el placer involucraba sensaciones que aún me hacen diagnosticar que asumir "el valor intrínseco monista" sin desconsiderar el conocimiento como fuente de placer es axiología pura, sin debate; entendiendo que el placer no es placer aquí, como tratando de encontrar sus matices a través de las huellas (Deleuze) de esta palabra; el placer del conocimiento no debería tener huellas que se diferencien por analogía a él, debe ser un camino sobre el que aún no descubrimos ni el por qué ni el cómo ¿Desde cuándo tuvimos la enorme fortuna de llegar a mitificarle? Quizás el conocimiento sea la única palabra imposible de deconstruir, sencillamente lo involucra todo.

No terminé la carrera de ingeniería por razones que ya mencioné, pero que no quiero volver a repetir, aunque creo haber tenido una vida afortunada a pesar de ello. He tratado de llegar a cavilaciones que jamás hubiese imaginado, y las maravillosas estructuras que me regalan día a día las mentes de tantos gigantes, cuando las descubro, hacen que sienta que algo valió la pena en este pequeño paso de tiempo entre la nada y la nada. Y, tal como ocurrió con la historia de la humanidad, el castigo dejó poco a poco de ser teatro.

Homero y Sócrates me enseñaron que la literatura y la filosofía debían ser tan cercanamente humanas como posiblemente inexistentes. ¿Quién conocerá de nuestra existencia en diez años? ¿Quién conocerá de nuestra existencia en 50 años? Los personajes que creamos podrían ser perfectamente más reales que nosotros, más influyentes, mas vigorosos, más inmortales. Moisés y Hesíodo me mostraron el infinito arte de la creación y del logos; de cómo Dios creó al hombre, y el hombre crea a sus dioses; puede que Dios no esté solo de hombres sino solo de otros dioses, como un filosofo.

Antes de conocer las ciencias, tuve la suerte de conocer las matemáticas. Aprendí a integrar con cierta dificultad, y quizás si me lo permite Cronos, podría seguir por otros abstractos útiles sin llegar a conocer si quiera para qué sirven, pero la vida se abrirá a lo que tenga que abrirse con la misma fuerza que me ha dado el todo de los hechos. Sé muy bien que este tipo de conocimiento sin toques de humanidad nos pueden llevar a desastres colosales como los ocurridos en el siglo XX, o a obtenciones de control tan precisos como los de las prisiones en conjunto con los aparatos de justicia, diseñados de palabra, grandiosamente para eso, para hacer justicia, pero que en el fondo sólo tratan de preservar a la semilla como semilla, a la flor como flor; amparados por la fuerza de las armas y de las mentes, los propósitos de quienes ellos mismos eligen, a través de las universidades, instituciones militares, para ser alumnos y administradores de lo justo. “Hay una justicia moderna, y en aquellos que la administran, una vergüenza de castigar que no siempre excluye el celo y crece sin cesar: sobre esta herida, el psicólogo pulula como un modesto funcionario de la ortopedia moral” (Foucault).

A la política nunca llegué, ella me buscó y me sigue buscando como si fuera objeto de deseo de algún bien infinito o de algún mal infinito. Las luchas obreras de hace siglos y décadas atrás intentan hacerme pensar que soy afortunado, que alguien murió por mí, por mis derechos, que soy una especie de bendecido por pertenecer a mi país, por haber recibido su educación, sus escuelas, su justicia, su marketing, sus noticias rojas y rosas, su cultura. Debo agradecer haber sido criado en sociedad y que esta me reprendiera, me enseñara, me boicoteara o me agradeciera llegado el caso. Lo importante es recordar que una persona que es feliz no actúa, porque ya no desea nada (Ludwig von Mises).

Para mí es difícil hacer filosofía fuera del alcance del reduccionismo, supongo que sigue perteneciendo al medio que me permitió la subsistencia en un mundo hostil. Hacer filosofía es creer en el amor en medio de viajes no siempre limpios, ahogado, desesperado, atormentado, en problemas, ya sea por la poca fortuna o por su abundancia. Sólo hay que recordar la parábola del hombre más feliz del mundo para considerar lo difícil de su empresa. A veces imagino a ese hombre, que soy yo mismo, por delante de mí, apartando la maleza, orientándose ofensivamente con las únicas armas (herramientas) que nos han regalado los dioses y diosas del combate y del trabajo: la voluntad y el miedo.

Los consejos del rodaballo, la biblia, Foucault, cuestiones de género yotros asuntos pertinentes.

                                            


Si queréis conocer a un hombre, revestidle de un gran poder.

Pitaco de Mitilene

 

Resumen: El presente trabajo tiene por objeto generar aportes para el diálogo acerca de la temática del poder y cuestiones de género. Para ello, el autor se apoyará en algunos postulados de Michel Foucault, haciendo referencia a algunas voces no del todo armónicas ni disidentes entre sí. No se trata este escrito, por cierto, de un abordaje científica o filosóficamente riguroso; consiste, más bien, en aproximarse a este río imaginario que es la temática aquí tratada y lanzar el mediomundo, viendo y dando cuenta de lo que aflore a la superficie.

 

SOBRE EL PODER EN GENERAL

            Si reflexionamos un momento en la sociedad en la que vivimos, podemos identificar, inmediatamente, que en el vínculo que nos une a las personas y a las cosas, desde el punto de vista social, algunos ejercen poder sobre otros. Así, Dios ejerce poder sobre el ser humano, pero el ser humano ejerce poder sobre todo lo que lo rodea. También puede decirse, salvo excepciones, que el hemisferio norte del mundo ejerce poder sobre el hemisferio sur; el occidente ejerce poder sobre el oriente; el rico ejerce poder sobre el pobre; el blanco ejerce poder sobre el no blanco; el gentil ejerce poder sobre el judío; el padre ejerce poder sobre el hijo; el hermano mayor ejerce poder sobre el menor; el inteligente ejerce poder sobre el tonto; la mano derecha ejerce poder sobre la izquierda; y por supuesto, el hombre ejerce poder sobre la mujer.

            Así, sin pensarlo demasiado, si jugamos a construir al más poderoso, un posible ser superior entre los hombres sería un occidental, hombre, gentil, blanco, inteligente, rico.

            Sin embargo, al intentar medir cuali y cuantitativamente el poder social (recurriendo a la estadística, la sociología, la matemática, etc.), podría ocurrirnos como en el experimento de la hendija: quizás ese poder se comporta de determinada manera mientras nadie se acerque a medirlo, pero si esto último ocurre, la verdad podría escurrirse a las profundidades sulfurosas de su guarida.

            Por otro lado, si atendemos a lo estrictamente genérico, en lo que tiene de fácilmente comprobable la naturaleza en su conjunto, en las otras especies, vemos que no siempre predomina el macho. Piénsese en las abejas, las hormigas, los elefantes[1] Entonces, ¿qué determina esa diferencia? Y ahora bien, entre nosotros, ¿cómo llegó la humanidad a determinar que el hombre se posicione en un lugar de privilegio, socialmente hablando, respecto de la mujer?

 


SOBRE EL PODER SEGÚN FOUCAULT Y CUESTIONES DE GÉNERO

           En un artículo de María José González (2020), titulado “Análisis sobre la constitución del sujeto a partir de la imbricación entre anatomo-política del cuerpo e identidad de género”, en donde se analiza el vínculo entre la disciplina y la noción de género, en función del significado de poder desarrollado por Foucault, se afirma que “sostener que el poder se desarrolla o ejerce a través de técnicas o procedimientos equivale a sostener que en cuanto procedimientos han sido inventados, perfeccionados y que se desarrollan sin cesar” (p. 15). En suma, la autora parece afirmar que el poder es creación, y en cuanto tal, supone la aplicación de distintas técnicas que el filósofo, al decir de González, reúne en dos categorías: la disciplina o anatomopolítica del cuerpo humano y la denominada biopolítica de la población (González, 2020, p. 15). En su artículo, hace referencia a la técnica de “distribución de los cuerpos en un espacio analítico” que supone que “en la división, en la separación o, más precisamente, cuadriculación, se alcanza la mayor individualización posible: el uno (...) Así, cada uno tiene que vérselas sólo consigo mismo en relación con las exigencias y control del capataz, del maestro o de Dios” (González, 2020, p. 16).

            En estos tiempos casi-post-pandémicos-pero-aún-pandémicos, se potenció la cuadriculación de la que habla la autora. Como peces en un estanque, nos hemos visto encuarentenados sin más compañía que un teléfono móvil, y así, hemos ido empachando de nosotros mismos, no sin gusto, al leviatán-traga-datos que habita en nuestros pérfidos dispositivos electrónicos. Hemos diseñado una sociedad en la que el individuo, con dos dedos de frente, experimenta profunda desconfianza acerca del tratamiento que se le dará a la información almacenada sobre uno, pero infaustamente, se sabe impotente ante esas fuerzas ocultas que lo gobiernan.

Pero volviendo a la cuestión de género, relacionado con la ideas de Foucault, en otro artículo en la misma línea de González, Amigot y Pujal (2009) afirman que “Foucault reconoció que las nuevas luchas políticas articuladas en torno y después del 68 le permitieron ‘ver la cara concreta del poder’ y darse cuenta de lo que había permanecido hasta entonces fuera del análisis político” y agregan que “Es en ese momento cuando la cuestión del poder adquiere gran intensidad; cuando formula un nuevo paradigma, el estratégico, frente al paradigma jurídico desde el que habitualmente se pensaba (y se piensa) el poder” (p. 121).

¿Qué pasó en el 68? Lo que haya sido, por lo visto, provocó un cambio en el filósofo, y le permitió desarrollar “un complejo y amplio trabajo que permite pensar de otra manera: subraya el carácter productivo del poder e insiste en el vínculo saber-poder y en la economía política de la verdad; confiere nuevos usos a conceptos como disciplina y norma; o inventa términos, como biopoder; con sus dos vertientes, anatomopolítica y biopolítica, o gubernamentalidad. Toda una malla conceptual y analítica será desplegada para brindar inteligibilidad y visibilidad a las heterogéneas relaciones de poder” (Amigot y Pujal, 2009, p. 122).

            Así, cuestiones tales como poder como estrategia, saber-poder, atribuidos a Foucault, se pueden vincular perfectamente con lo que se decía antes, de una-sociedad-de-la-información-que-crea-una-sociedad-de-la-desconfianza y lo de alimentar al leviatán-traga-datos, quien, a esta altura, nos conoce mejor que nosotros mismos. ¿Eso es poder?, ¿eso es estrategia?

¿Y qué es estrategia? Podemos asociarlo, intuitivamente, con algunos otros conceptos: diseño, premeditación, Napoleón, vida militar, vida consumista. El poder, en tanto artificial, en tanto creación humana, estratégicamente, está también en nosotros, nos habita (y por eso, seguramente, se perpetúa), y lo que es peor, nos despoja de algo importante, que está en nuestra esencia, aunque no sabemos muy bien qué es.

            Pero volviendo, ahora sí, a la cuestión de género, sostienen las autoras citadas: “Pensamos que el género como dispositivo de poder realiza dos operaciones fundamentales e interrelacionadas; por un lado, la producción de la propia dicotomía del sexo y de las subjetividades vinculadas a ella y, por otro, la producción y regulación de las relaciones de poder entre varones y mujeres” (Amigot y Pujal, 2009, p. 122).

            No está del todo claro… casi parecería ser que la biología, en tanto instrumento de poder, ¿es estratégica? Que las diferencias entre hombres y mujeres, despojadas del programa de perpetuación del poder, ¿no serían tales? Que las subjetividades, no serían ya producto de la psiquis de la persona, ¿sino diseño humano? ¿Puede interpretarse todo eso en los dichos del Foucault-post-68?

            Podemos afirmar, como ya se hizo, que el poder nos despoja de algo que no tenemos del todo claro que es, ¿pero podemos ponerle nombre y apellido y bautizarlo como verdad? ¿no formará, acaso, parte de los misterios inconfesables de la vida? Como en este pasaje de Fausto: 

WAGNER: ¡Sólo una palabra! Hasta hoy tuve que avergonzarme, pues los viejos y los jóvenes me atormentaban con problemas. Por ejemplo, nadie ha podido entender cómo el alma y el cuerpo, compenetrándose tan bien y estando tan estrechamente unidos que al parecer nadie puede separarlos, estén siempre amargándose mutuamente la vida. Además...

MEFISTÓFELES: ¡Alto ahí! Yo preferiría preguntar: ¿por qué el marido y la mujer se llevan tan mal? Esto, amigo mío, nunca llegarás a aclararlo. (Goethe, s.f.)

 

Y AHORA, ESCUCHEMOS AL RODABALLO

            Se trata de una novela escrita en 1977, por el alemán Günter Grass, titulada como el pez, que narra la historia de un rodaballo parlante que aparece en la desembocadura del Vístula, ante un pescador neolítico (el cual representa a todos los varones), que comienza una labor de asesoramiento, revelandole al hombre algunas verdades medulares acerca del sistema social matriarcal en el que vive, procurando despertar en el pescador (y en todos los de su género) un espíritu de emancipación del yugo femenino. Ese matriarcado está apoyado fuertemente en la superstición, y es liderado por Aya, cuya leyenda cuenta que subió a las alturas y se acostó con el Lobo del Cielo, y cuando este se hubo dormido ella le robó el fuego y lo trajo a la tierra, lo que le valió a la mujer una reputación rayana en divinidad.

            Así, en palabras del pez: 

La realidad, hijo, es que el rodaballo es uno de los peces nobles. Más adelante, cuando vosotros, hombres menores de edad y seniles desde la infancia, os liberéis por fin del pecho materno, acuñando monedas, fechando la Historia e imponiendo el patriarcado, cuando -¡por fin! - os hayáis emancipado de una tutela femenina de seis mil años, estofaréis en vino blanco a mis semejantes, los rodearéis de gelatina, los disfrazaréis sabrosamente con salsa y los serviréis en porcelana de Sajonia (Grass, 1982).

 

            Ese rodaballo, que fue pescado en el neolítico, será pescado por segunda vez en los tiempos modernos, pero ahora por un grupo de feministas, que lo interpelan en un juicio delirante, desarrollado en un teatro.

            Esta historia nos sumerge en una realidad, que cuenta con respaldo histórico: la mujer no siempre estuvo subordinada al varón. Entonces, ¿cuál es esa clase de orden divino, que ha hecho que un sector del mundo (el norte) subordinara al sur, que ha hecho que el blanco estuviera por encima del no blanco, y que ha hecho que el hombre, desde el punto de vista del poder social, se emancipara, desde la prehistoria, del yugo femenino? 

LOS SERVIRÉIS EN PORCELANA DE SAJONIA

Podría ser pertinente, en este punto de la exposición, considerar como insumo crítico algunas ideas extraídas de la Santa Biblia, que pueden ser de gran utilidad para el abordaje de la temática poder-género, aún para aquellos que no comparten la fe cristiana. Esto último se justificaría, por ejemplo, por la fuerte raigambre de tipo judeo-cristiano que está presente en nuestra cultura, sobre todo en la sociedad occidental. Los preceptos bíblicos, que hoy muchas veces  se presentan como un atraso social, se impusieron en la historia como un paradigma revolucionario ante una civilización supersticiosa, politeísta, poligámica, amoral y desordenada en infinidad de aspectos. Así, considerar el Evangelio con un enfoque científico o filosófico, aún por aquellos que no lo profesan, puede contribuir a romper ciertos prejuicios y limitantes que nos impiden, en la generalidad de las veces, acercarnos más a la verdad.

En ese sentido, podemos citar a Efesios 5:21, que dice: “Someteos los unos a los otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia; y él es el salvador del cuerpo” (Reina y Valera, 1991). Entonces, con esas impopulares palabras al tiempo de hoy, Pablo lo señala claramente. Pero no refiere a un sometimiento de la mujer al tirano que tiene por esposo. Ese esposo debe, a su vez, someterse a Dios. ¿Se somete la mujer moderna al esposo? Pues bien, ¿se somete el hombre moderno a Dios? Estar sujeto, en un sentido bíblico, es obedecer y confiar (en Dios, en el esposo, en la esposa), lo cual, en el tiempo de empoderamientos y desconfianzas que es nuestra cultura de hoy, es muy difícil.

Parecería, además, estar inscripto en el alma de algunos varones una especie de derecho de propiedad natural sobre la mujer, sin que recapaciten en que ese orden natural solo se desarrolla en armonía cuando el hombre reconoce el derecho de propiedad que tiene Dios sobre él. Por eso, no todos podrán comer peces en porcelana de Sajonia; algunos, como el neolítico, deberán comer en vasijas de barro o hueso, o con las manos. 

CONCLUSIÓN

            Lo anteriormente expuesto, como se dijo al principio, no es un abordaje profundo acerca de la temática del género en las relaciones de poder. En base a las citas de Foucault y el rodaballo, confiesa interrogantes más que certezas. Sin embargo, se deja una Biblia abierta para más o menos visualizar el norte hacia el que apunta la verdad.

En opinión del autor, si el ser humano se reconociera creación más que accidente, entonces, quizás, podría reinar cierto orden en medio del caos de las relaciones humanas. Porque el orden divino es, de alguna manera, como el océano: podemos aprovecharlo, explorarlo, explotarlo. Podemos hacer poesía sobre su bravura, o escribir de la paz que infunde cuando está en calma. Podemos, si se quiere, contenerlo e intentar gobernarlo. Pero al final del día, mal que nos pese, siempre hará su voluntad, y seguirá sus propias reglas.

 

BIBLIOGRAFÍA 

Amigot, P., & Pujal, M. (2009). Una lectura del género como dispositivo de poder. SOCIOLÓGICA, 70 (24). http://www.sociologicamexico.azc.uam.mx/index.php/Sociologica/article/view/145

 

Gargantilla, P. (2020, 17 octubre). Cuando ellas mandan: las especies lideradas por hembras. ABC CIENCIA. https://www.abc.es/ciencia/abci-cuando-ellas-mandan-especies-lideradas-hembras-202010170103_noticia.html

 

Goethe, J. ( s.f.) Fausto.

 

González, M. (2020). Análisis sobre la constitución del sujeto a partir de la imbricación entre anatomo-política del cuerpo e identidad de género. ARIEL, (26).

 

Grass, G., 1981. El rodaballo. Sudamericana.

 

Rclassenlayouts. (s. f.). Pecera con un pez de colores solitario en el fondo blanco [Foto de archivo]. 123RF. https://es.123rf.com/photo_38286306_pecera-con-un-pez-de-colores-solitario-en-el-fondo-blanco.html

 

Reina, C. & Valera, C. (1991). Santa Biblia. Sociedades Bíblicas Unidas.



[1] En este artículo se puede acceder a un breve listado de especies lideradas por las hembras: https://www.abc.es/ciencia/abci-cuando-ellas-mandan-especies-lideradas-hembras-202010170103_noticia.html

APROXIMACIÓN AL GÉNERO PRIMERA PARTE



genero y sexo.
El género es uno de los grandes temas de la Filosofía actual. Empezamos a sufrir esta construcción social el primer día que nuestro cuerpo es dado a luz. Dependiendo del sexo se nos asigna un género y dependiendo de este género se nos asigna una orientación sexual. Vamos a empezar a deconstruir la película por el cuerpo y luego ver una primera aproximación al concepto “género”.  



Hace días que el tema del género planea sobre mi cabeza. A bote pronto lo primer que un@ piensa es que se trata de una representación cultural pero ¿Cuáles son esas representaciones? ¿Qué agentes entrelaza? ¿Cómo leemos las diferentes representaciones?

Nos adentramos al bosque poco a poco y con cautela. Empezamos a desentrañar el sistema sexo/género. Por lo que hace a la norma (que genera normatividad y a su vez exclusión), la sociedad nos asigna en función de nuestros órganos genitales el sexo, macho o hembra, y aquí empieza la fiesta. De entrada las personas que nacen con una ambigüedad sexual ya quedan excluidas. Pero si tienes la “fortuna” de que se te asigne un sexo no ambiguo, acto seguido sigue la fiesta y se te asigna un género masculino o femenino, y aquí topamos con la siguiente exclusión, fuera de la norma quedan las identidades trans y las no binarias. Por ahora hemos visto que a cada cuerpo se le asigna un género, pero además a cada género se le asigna una orientación sexual que viene normativizada por un código heterosexual y heterosexista. Excluid@s quedan, l@s gays, l@s bi…y determinadas prácticas sexuales no normativas.

Al nacer ya nos encontramos con este pastel. El drama reside en empezar la articulación de dicha construcción social en el cuerpo, lugar desde donde nacen todas estas nociones de las que estamos hablando. Porque al ser el cuerpo la 1ª ficha de dominó al caer, perece que todo lo que vinculamos a esta tenga sus mismas características, es decir, de esta forma parece que el género y las identidades sexuales sean algo “natural y biológico”. Cuando en realidad una de las tareas de la sociedad es regular nuestros cuerpos, géneros y sexualidades. Este es el punto más enfermo, el de justificar desigualdades sociales como si provinieran de la naturaleza.

Coincido con Foucault que es desde el cuerpo donde hemos de comenzar a deconstruir todo este circo. Cabe preguntarse ¿Cuántos sexos existen? ¿El sistema sexo/género se ha guiado siempre por un modelo donde existen el sexo masculino y el sexo femenino?
Empieza la batería de respuestas: Thomás Laquer nos comenta que el modelo por el que nos regimos hoy, es totalmente histórico. Ya que hasta el s.XVII, el modelo que regia era el masculino. Ya que la representación del sexo femenino sería un penis interno ergo el modelo que consideramos “natural”  ha ido variando. Sigo por las narrativas de la intersexualidad donde me quedaré un rato. La intersexualidad lejos de verse como una condición corporal por la institución médica, se vincula con la patología, la enfermedad, la anomalía, el síndrome, la disfunción o la insuficiencia, que muchas veces terminan en cirugías “normalizadoras o correctora”. Todo esto por asignar un sexo unívoco al bebé (masculino o femenino). 

La intersexualidad, trata de multiplicidad de estadios intermedios o de combinaciones de rasgos físicos que de forma habitual se emplean para asignar el sexo hombre o mujer. Y que comprende desde el ADN hasta los rasgos sexuales secundarios. Mientras que para asignar hombre o mujer solo hacen falta estas dos combinaciones cromosómicas posibles XX o XY, en realidad existen más de 75 variantes que comprendes una concepción del  género mucho más grande y rica de lo que la sociedad nos presenta. Es aquí, desde la desarticulación de las arquitecturas del género a partir del cuerpo, donde debemos reivindicar que las lecturas e interpretaciones de los cuerpos deben ser otras donde lo “excluido” sea integrado.

Todo ello y ya para acabar me lleva a una primera aproximación (sigo trabajando en ello) al concepto de género. Concibo el concepto de género como un conjunto variable donde se incluyen y relacionan los siguientes elementos que a su vez son también variables: intersexual, transexual, hembra, macho, transgénero, no binario, femenino, masculino, homosexual, bisexual, heterosexual, asexual… y un@ deviene y transita en una determinada identidad de género que se va actualizando gracias a su naturaleza de devenir constante. De momento entiendo el género como un espectro modificable que transita y deviene a través de dichos conceptos.


Continuará….



Cosmovisiones varias, varias cosmovisiones.



 La otra noche antes de dormir estaba pensando en los diferentes paradigmas científicos y en como las diferentes concepciones del cosmos nos han marcado en cada época.

Los primeros filosóf@s se encontraron con un cosmos presocrático, donde de un modo metafísico querían encontrar el “arjé” de las cosas, es decir un elemento que fuera la esencia primordial del universo, para algunos era el agua, para otros el aire y para otros el “apeirón” (lo indeterminado). Por aquel entonces la filosofía era esencialmente cosmogonías varias que buscaban una explicación racional de aquello que tenían delante. Elucubraciones de cómo se creó el Universo, de si este es uno o es múltiple, que si cambia o no… Lo importante para mi es que todas esas bonitas teorías rozan la metafísica sin avergonzarse de ello. El ser humano se encontraba en los albores de la ciencia, en el inicio de la carrera, un momento en el que muchas cosas tenían cabida, el tiempo y las personas aún no habían descartado muchas teorías.

Más adelante se toparon con el modelo aristotélico-ptolemaico, donde el ser humano es el centro y medida del cosmos. Se trata de un antropocentrismo exacerbado, prisma des del cual podemos observar una realidad ordenada hasta la perfección, donde cada elemento forma parte de un todo y sigue su curso hacia una finalidad concreta y dirigida por Dios. Aquí el ser humano es poderoso porque tiene un arma que le permite conocer totalmente la realidad, esa arma es la razón.
Luego llega la revolución científica y la modernidad, ahora ya no somos el centro del mundo. Ohhhhhhh! Pasamos de un cosmos teleológico (con una finalidad determinada) y antropocéntrico a otro frío y mecanicista. Ahora lo que se lleva es decir que apartarnos a Dios de la investigación científica y desvelamos las leyes matemáticas del gran reloj que es el Universo. Eso si, Dios es el gran relojero. Aquello fue un shock, tu imagínate, un cosmos en el que el ser humano era la medida de todas las cosas y de repente llega un señor llamado Copérnico y lo pone todo patas arriba, ya no somos mini dioses en el medio de la creación sino que formamos parte de un Universo mucho más grande y descentralizado, sin finalidad alguna y con un frío relojero que no se ocupa de su máquina ya que esta es perfecta y no necesita revisión alguna. Nos quedamos semi-huérfanos con un complejo de abandono e inferioridad terrible, el mundo no era como creíamos y nuestra importancia es relativa, ¿Ahora qué? Desilusión y chasco.


Pero por suerte o por desgracia, la modernidad muere y con ella muere Dios abriendo paso a eso que vivimos y llamamos postmodernidad donde parece que no solo ha muerto dios como decía Nietzsche sino que también ha muerto el hombre como decía Foucault. Actualmente llevamos la marca de la teoría de la relatividad enfocada a un macrocosmos y la de la mecánica cuántica enfocada a un microcosmos. Alucina pepinillos, Einstein comunica que el espacio y el tiempo no son algo absoluto sino más bien algo relativo al observador, a su velocidad, su subjetividad y la fuerza gravitacional por la que se encuentra afectado, entre otras… (a la mierda la física clásica). Prestando atención a lo pequeño, esas diminutas partículas que llamamos átomos ya no nos sirven, ya que la materia parece que no se comporta como partículas sino también como ondas, cosa extraña ya que las características de una y de otra son incompatibles. Entonces ¿Cómo es la realidad?, ¿Podemos conocerla? Por no hablar del principio de incertidumbre que defiende que el observador siempre altera las características del objeto observado, además esta todo ese rollo del las diferentes realidades superpuestas que se dan o no de forma simultánea, es decir esta el yo que lee este post y a la vez (o no) el yo que ha decidido pasear. Parece una realidad fragmentada, una especie de “colash” relativo al sujeto. Como la postmodernidad misma donde no hay más verdad que la propia, sin aparente narrativa que sustente nuestras vidas. ¿Ahora qué? Fuerza y crítica.

Desaprender

Elogio y crítica de la deconstrucción

Aprender es, demasiado a menudo, repetir. La incertidumbre nos hace conservadores. Hay que reconocerle a la posmodernidad el mérito de atreverse a cuestionar las convicciones aparentemente más firmes. Ya nada es intocable. El aire fresco de esa relatividad, sin embargo, nos deja ateridos y a la merced de los vientos que soplen con más fuerza. Tras los escombros de la deconstrucción hay que atreverse a construir otra vez. Desaprender para aprender.


Ortega y Gasset hablaba de nuestra “ilimitada capacidad de aprender”, y cifraba en ella la esperanza de progreso, tanto personal como colectivo. Nuestra extraordinaria predisposición al aprendizaje nos hace más adaptables y menos rígidos que la mayoría de nuestros primos animales. Los seres humanos inventamos instrumentos, materiales e imaginarios; los compartimos, los imitamos, los perfeccionamos, y su conjunto configura la cultura. Transmitida y remodelada de generación en generación, la cultura es el dispositivo colectivo que nos mantiene relativamente al margen de la presión evolutiva.
La cultura es el acervo de aprendizajes heredados y actualizados con el que organizamos, de manera más o menos eficaz, nuestra actividad, que es siempre social. Es una amalgama de recursos, mecanismos, recetas y convicciones que hemos ido consolidando entre todos a lo largo del tiempo, y que configuran el marco en el que convivimos y luchamos, sobrevivimos y morimos, sacamos partido de la naturaleza y nos vinculamos a ella. El individuo se engarza al colectivo mediante la cultura; todo lo que concibe de sí mismo se basa en ella. Luego la cultura es nuestra principal fuente de identidad: ensancha el minúsculo territorio individual y, a la vez, perfila sus fronteras.
Lo magnífico de la cultura, por consiguiente, es su versatilidad y su capacidad para poner en nuestras manos herramientas forjadas por la cadena vertiginosa de nuestros antepasados. Pero, precisamente porque se transmite de modos estereotipados, porque representa la persistencia frente al cambio, la cultura plantea sus propias rigideces, sus resistencias a cambiar. Y aquí la educación juega un papel clave.
La educación es de esencia conservadora, tiende a reproducir las cosas tal como le han sido dadas, y a presentarlas como válidas por sí mismas, por el mero hecho de proceder “del que sabe”, es decir, del que llegó primero. Lo que se consideró útil una vez, y por tanto fue asumido como tal, se resiste a ser revisado, por el mero hecho de que fue tomado como válido. Incluso cuando no se sostiene o a alguien se le ocurre algo mejor, incluso cuando muestra un evidente desajuste con unas circunstancias que han cambiado. Como el borracho del chiste, buscamos las llaves donde hay luz, no donde se nos cayeron.
Nuestra capacidad de aprender quizá no sea tan ilimitada como quería Ortega. Aferrarse a lo que creíamos saber y cerrar los ojos a aquello que lo contradice es humano, demasiado humano. Las costumbres reducen la inseguridad natural del flujo de la vida, atenúan la incertidumbre, instauran la ilusión de que las cosas pueden mantenerse fijas y previsibles. Nos resistimos a la renovación porque tememos perdernos en ella. Incluso mientras sobrenadamos nuestro mundo líquido, sin tocar pie, o quizá por ello, echamos mano de los pocos agarraderos que parecen quedarnos como herencia de nuestros antepasados. Pero la naturaleza de las cosas también de las humanas es cambiar.

La misma aversión innata a la incertidumbre que consolida las culturas nos impulsa, individualmente, a darnos la razón a nosotros mismos. Si estamos o no en lo cierto es secundario: se trata de evitar a toda costa lo que cuestione nuestras convicciones sobre el mundo, y especialmente sobre nuestra propia identidad. Más que una coherencia racional, nos interesa una coherencia emocional, o más bien existencial. Si parto de la base de que yo soy bueno y necesito partir de esa base, o se tambalearían todos los cimientos de mi autoestima, y correría peligro mi estatus entre los demás, cualquiera que colisione conmigo tiene que ser a mis ojos, necesariamente, malo. Necesito creerlo, y, puesto que se trata de una convicción frágil y en el fondo arbitraria, debo apuntalarlo constantemente con nuevos argumentos. La percepción selectiva, esa que pone todos los focos sobre lo que nos reafirma y deja de lado lo que nos cuestiona, destacará una y otra vez el comportamiento funesto de aquel a quien no queremos perdonar, hasta que no nos quepa duda de que es imperdonable. Y la disonancia cognitiva se encargará de reinterpretarlo todo a favor de nuestra convicción, considerando insignificante o tendencioso cualquier hecho que la contradiga.
Es más: empujaremos al otro, conscientemente o no, a ir encajándose cada vez más en el nicho que necesitamos que ocupe. Le reprocharemos que no nos salude, sin admitir que nosotros tampoco le hemos saludado previamente. Descubriremos en cada uno de sus actos malas intenciones, sin reparar en cuántas veces estamos contemplando una proyección de las nuestras: ¿cuántas veces “me odia” es una componenda de “le odio”, mucho más aceptable para nuestro endeble ego? Redoblaremos nuestra indignación al comprobar que decepciona las oportunidades que le damos, sin reconocer que esas oportunidades estaban envenenadas, que obedecían solo a nuestros intereses sin tener en cuenta los suyos. Obligaremos al cónyuge a acompañarnos a un acto social en el que sabemos que se sentirá incómodo “si no vienes es que no me quieres”, y luego le reprocharemos que sea un aguafiestas o que ni siquiera sea capaz de hacer ese pequeño esfuerzo por nosotros. En cambio, cuando lo haga, a menudo no sabremos valorarlo, o desconfiaremos de él: “Algún interés tendrá”.

Así que aprender tiene sus límites. Unos límites que, en buena parte, obedecen a nuestra naturaleza innata. Para empezar a aprender de verdad hay que mirar con nuevos ojos lo conocido; hay que ponerlo en duda, analizarlo críticamente, y estar dispuesto al difícil a menudo doloroso ejercicio de admitir que nuestras convicciones sobre ello sean falaces. Como ya señaló el psicólogo francés Jean Piaget, cada nuevo conocimiento nos interpela, nos obliga a revisar el edificio, construido a rachas, de lo que ya sabíamos, o creíamos saber; o más bien cabría hablar de lo que creíamos, porque la mayor parte de lo que consideramos conocimientos son, en realidad, creencias: transmitidas por la tradición, compartidas con los que nos rodean, consolidadas firmemente por nuestros esquemas de comportamiento, a menudo sin ningún análisis previo.
De ahí que, como nos recomendó Descartes, todo nuevo saber empiece por una duda; y la duda tiene siempre algo de inquietante. La duda hace tambalearse nuestro edificio mental, que nos parecía tan sólido y del que estábamos tan orgullosos; es comprensible que nos disguste su aparición. Pero si tras la duda asoma la sospecha, el temor fundado de que algo está mal, tal vez peligren los cimientos del edificio entero, y eso puede resultarnos más angustioso de lo que podemos tolerar. No siempre nos sentimos preparados para mirar a la cara a la verdad, cuando esta nos contradice.
La tarea descrita requiere un esfuerzo, y nunca nos esforzamos sin motivación: este es el otro factor, clave y difícil, del trabajo de conocer. La curiosidad o la ambición son buenos acicates, pero su alcance es superficial: rara vez intentamos aprender algo realmente nuevo si no nos vemos obligados por el naufragio de lo viejo. La mayoría de la gente está convencida de que las personas no cambian, y probablemente tienen bastante razón, pero habría que matizar: no cambian fácilmente; y añadir: no cambian si no se ven obligados a hacerlo. Los budistas ya lo han señalado repetidamente: nos instalamos cómodamente en nuestra ignorancia hasta que el dolor nos obliga a buscar el conocimiento. Esta economía del conocimiento tiene su sentido práctico: la vida es demasiado complicada, y si podemos sobrellevarla con lo que tenemos mejor no buscarle tres pies al gato. Solo cuando el gato tropieza a menudo hay que empezar a preguntarse si no deberá aprender a caminar de otra manera.

En definitiva, la motivación que nos impulsa al aprendizaje es un componente emocional: salir de la angustia o sentirnos mejor. Con el cambio de siglo se nos ha desvelado la importancia de la inteligencia emocional, y hoy la convicción ya está tan consolidada que cuesta creer que valga la pena una inteligencia que no lo sea. Sin embargo, las emociones, sin el temple de la razón, presentan sus propios peligros: tanto pueden impulsarnos hacia lo nuevo como aferrarnos a una defensa irracional de lo viejo. El resquebrajamiento de las certezas ha impulsado a mucha gente a refugiarse ávidamente en el cálido abrazo de las tradiciones, y ahí tenemos, alcanzando a veces lo grotesco, las olas de nueva espiritualidad, el renacer de los nacionalismos y la estremecedora plaga de los fanatismos neoplatónicos. Erosionada la promesa de la razón, se apela de nuevo a instancias esotéricas, como la religión o las naciones, que tal vez alimenten más nuestras emociones que la simple, austera, quizás un poco fría razón.
A esa desconfianza en la razón han contribuido intensamente los pensadores posmodernos, desde Foucault a Derrida, desde Lyotard a Vattimo… Su trabajo de relativización de los valores y de deconstrucción de los grandes relatos resulta una iniciativa valiosa, imprescindible: se atrevió a instaurar la duda allá donde la convicción se había convertido en una mecánica repetición de divisas simplistas que muchos ya no comprendían, o no se paraban a comprender.
Había que revisar la Ilustración, cuyas luces pueden acabar calcinando al hombre si pretenden arder por encima de él, como denunciaron Adorno y Horkheimer; la lógica estricta, sin el matiz de los afectos, puede convertir al hombre en un autómata al servicio de ideales abstractos que acaban por aplastar a las personas: en última instancia, puede conducirnos a Auschwitz. Incluso el marxismo y cualquier otro ideal de justicia se desvirtúan si piensan en el hombre como masa y lo someten como individuo, si no admiten dentro de sus rígidos dogmas la sinuosidad de la naturaleza humana.
Pero con su deconstrucción, los posmodernos (que quizá no hayan hecho más que consagrar una tendencia colectiva) han dejado al mundo a merced del relativismo, de la sospecha permanente, desorientado en su incapacidad de proponerse nuevas metas. No basta con demoler, hay que hacerlo siempre con el horizonte de qué construiremos después; de lo contrario, el hombre se queda solo, con la presión de la incertidumbre, y frente a ella recurre a lo primitivo: el instinto, la fantasía, el mito y la batalla; y queda a merced de los oportunistas, que lo someten a su manipulación, aprovechando la renuncia a limitarlos. Los ciudadanos del siglo XXI vagamos entre sombras, nos peleamos, deslumbrados, por baratijas, y a veces nos quedamos hipnotizados frente a los prestidigitadores. Añoramos valores como la solidaridad y el entusiasmo, pero no sabemos muy bien qué hacer con ellos. Tenemos que volver a pensar, volver a aprender.

Sobre el aprendizaje, los posmodernos nos han recordado algo esencial de lo que aún no hemos extraído todas las consecuencias: del mismo modo que para construir hace falta deconstruir, para aprender también hay que desaprender, es decir, des-prenderse de lo inadecuado, de lo que lastra nuestra conciencia y le impide contemplar lo nuevo con mirada clara. Ahora también se habla bastante de la necesidad de desaprender, que alude, en definitiva, a una actitud crítica y valiente, insobornable y rigurosa. Sabidurías milenarias ya lo habían descubierto, pero hemos tenido que dar una larga vuelta para recuperarlo: “Cuando el ojo está limpio, el resultado es la visión”.

Hay, pues, que limpiar los ojos; hay que echar a un lado los mitos y los dogmas y atreverse al difícil ejercicio de pensar por uno mismo. Hay que evitar el recurso fácil de reanimar viejos prejuicios, y, si de revolver entre los trastos del desván se trata, dirigir nuestra atención a aquellos griegos fundadores del logos que nos enseñaron a pensar, que no estaban dispuestos a comulgar con ruedas de molino, por tradicionales o socialmente establecidas que estuvieran, o por provocadoramente novedosas que pareciesen. Aprender es inventar, ejercer la libertad desde la observación y la reflexión, pero antes hay que estar dispuesto a poner en cuestión lo que nos parece inamovible (que a menudo es lo que le parece indiscutible a la mayoría). Nada se puede dar por sentado. El peligro mayor es el prejuicio. Dialoguemos: hablemos, escuchemos, fundemos sin cesar nuevos puntos de encuentro. Desaprendamos, pues, para aprender; con lucidez; con persistencia; apasionadamente.