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La utilidad de la filosofía en la era del consumismo: ¿Es necesaria hoy más que nunca?



¿Hacer filosofía es una utilidad?
Creo que la mayoría de la gente nunca entendió que es, y para qué sirve la filosofía, así, pretendo exponer la necesidad primaria constituida en el acto de hacer filosofía. Ya que parece aceptado: que los filósofos eran útiles hace dos mil años y no ahora, o hace 500 y no ahora. Cuando yo creo, desde mi pequeño y flexible punto de vista, que es esta la época donde más filosofía se hace y donde más se necesita de su acto.

Ilustración de una persona con una idea de bombilla iluminada en medio de una avalancha de conceptos comerciales, que simboliza la búsqueda de una auténtica comprensión filosófica en un mundo impulsado por el consumo.

Lo que pasa —martillo en mano— es que nuestras cabezas se parecen más a cajas de MCDonalds que a cuerpos sensibles palpitantes y acechantes. La idea siempre ha sido dominio del hombre individual y la sociedad el refugio de conceptos débiles y demás personas sin ambición o identidad. Ya que, solo tras el paso de cientos de años ideas de grandes hombres que dominaban circunstancias y lugares, pasaron a dominio “del pueblo” —o de esa densidad de personas guiadas- ya debilitadas, carentes de fuerza y solo relevantes como reducto histórico. En este sentido, lo actual nunca a sido dominio de muchos. Y ahora, en nuestra época vivimos más sociales que nunca, la información social es muy abundante y nos llega por todos lados, ya está en la televisión, radio, internet, prensa, etc. Todo está mediatizado con las primeras marcas, los conceptos principales a entender —esos que están en todas partes— forman parte del marketing de un nuevo móvil, un coche, una idea de negocio, y, ¿dónde queda el concepto que activa al hombre y lo sube sobre sus hombros?. Este es el concepto que interesa y el más difícil de encontrar. Son todo productos a la venta. Conceptos a la venta. Y necesidades inventadas para generar ventas sobre un producto.

No amigo, es solo una apariencia poderosa, pero no es alguna. ¿Sabes que todos los conceptos que llegan a ti por canales mercantiles son conceptos de pago?, esos conceptos llegan a ti porque alguien ha pagado para que entren en tu cabeza, en este sentido, hay un interés en que pienses eso que quieren que pienses. Por otra parte, un interés tan notable como cualquier otro. Pero de pago, eso sí.

El concepto útil nunca fue fácil de encontrar, Maquiavelo no regaló su libro “el Príncipe”, ni expuso públicamente alguna idea contenida en él, hasta el día en que fue apresado por objeto de traición a la orden de Lorenzo de Medici, en Florencia. Fue entonces cuando desveló su secreto al Gobernante, solo a la espera de cierta gratitud que le valiese para escapar de tal mazmorra. Se ha de tener en cuenta que el libro de Maquiavelo cambio una época. Así como los libros de Sade, de la clase rica y “pudiente” de esta época tan cristiana, asentada en los altos placeres de la sociedad, y sabedores de la impenitencia del Cristianismo, que guardaron su secreto celosamente. O Spinoza, que no desveló su secreto hasta después de muerto, este si, sabedor de que podía ser perseguido por todas las religiones pudientes de Ámsterdam, y quizás también, de que su libro no iba a ser comprendido hasta cientos de años después de su muerte.

Hubo épocas donde la filosofía de los grandes nombres brotaba como publicidad verdadera para el autodominio y el saber. Pero estos eran años en los que los filósofos gozaban de buena salud: Deleuze, Foucault, Heidegger, Wittgenstein, Schopenhauer, Kant, etc. ¿Quién había más famosos que ellos?, ni un futbolista, ni un tertuliano, ni un “famosillo de su casa” como los de ahora. Pero aun en esta época no se conocían en profundidad las ideas de estos grandes filósofos tanto como sus nombres, salían en las noticias, los dictadores de uno y otro bando hablaban y apoyaban a unos u otros, en el diario se decía del orgullo que ofrecía tal pensador para el pueblo que fuere, etc. ¿Y la idea?, en realidad pocos accedían a ella. Siempre ha sido trabajo de pocos.

Ahora, que decir de nuestra época, ¿se hace filosofía?, más que nunca. La filosofía está en todos lados, el hombre que piensa por sí mismo, el que inventa su idea en su concepto como una tela de araña, hace filosofía. Y el gran pensador existe, no muy conocido por su nombre, pero no cesa. Y ya no es ese catedrático de filosofía, ni el profesor de universidad, y si lo es, no lo es por su labor en el aula. Si no por su labor de inventar la idea, la forma, y el acoplamiento.

Parece que el hombre que piensa y descubre tiene una especie de colchón invisible que ahuyenta el ruido mediático y el concepto de pago.

Arqueología del Discurso del Amor en la Era del Consumo: Psicología, Psicoanálisis y Estética

Análisis de la influencia de la psicología, psicoanálisis y cosmética en la subjetividad y el amor moderno




   Las formaciones históricas están conformadas por diferentes estratos. Los estratos están regidos por reglas que conforman subjetividades de manera indirecta, es decir implícita pero no ocultos,  por lo cual para poder determinar el estrato sobre los que operan es necesario determinar qué enunciados producen. Por lo tanto debemos determinar a qué familia pertenece nuestro enunciado a extraer y su umbral. En el caso presente nuestro umbral corresponde a: psicología, psicoanálisis, industria cosmética y estética en el marco de la una cultura de consumo, lo que implica una dimensión económica. Todas estas singularidades aisladas constituyen nuestro corpus de trabajo a través del registro de archivo. El mismo ese compone de bibliografía o de páginas webs que dan cuenta de cada uno de estos registros particulares. El corpus es el modo por el cual una época agrupa el lenguaje, lo que Foucault denomina como hay lenguaje.  Nuestra formación histórica está orientada a la búsqueda de los polos productores de enunciados y su condición de posibilidad. El problema sería cómo hacer una ontología sobre las condiciones de posibilidad de los discursos científicos contemporáneos del amor considerados verdaderos. Como ya se mencionó, nos ocuparemos de las singularidades como sistemas de producción de discursos considerados verdaderos y las prácticas que se derivan constituyendo la realidad. También se considerará a las prácticas sociales como productoras de subjetividad. Entonces, la arqueología nos permitirá descubrir lo que subyace a las prácticas, es decir lo objetivado. El siguiente gráfico intentará dar cuenta de lo expuesto hasta el momento:




    La determinación de nuestro corpus nos permite realizar la pregunta sobre la formación histórica que se pretende trabajar: la condición de posibilidad del discurso científico contemporáneo sobre el amor. Ahora bien, la definición de nuestro corpus, nuestro recorte, nos ha entregado los enunciados sobre los cuales habremos de trabajar.


    En la presente cultura de consumo, las relaciones entre lo sujetos adquieren matices inéditos en relación con tiempos pretéritos, sin embargo, la industria cosmética-estética no es una característica exclusiva de los tiempos presentes. Es decir, criterios estéticos normativos siempre hubo, pero lo que señala la actual ruptura con cualquier momento anterior son las reglas  y juegos que determinan un campo en el que se despliegan discursos legitimadores de prácticas sociales que reivindican para sí el carácter científico de sus enunciados. Siguiendo el modelo cosmético-estético, el mismo establece parámetros de aceptación que se traducen en modelos de salud, modelos de pareja, criterios sobre sexualidad que se ven amplificados al concatenarse con otros elementos culturales: discurso psicológico, medios de comunicación- por ejemplo del tipo de films comedias románticas- libros de autoayuda y revistas femeninas. El denominador común es la sexualidad, en el marco de la actual sociedad de consumo, cuyo fundamento lo encontramos en el discurso psicoanalítico y psicológico. La identidad de los sujetos se desprende de la calidad de sus relaciones sexuales, es decir, que el sujeto y la sexualidad determinan representaciones sociales que se traducen en bienestar personal por medio del ejercicio de una buena vida sexual. El imperativo tácito: la sexualidad es un fin en sí mismo, teleología sexual: gozar. Gozar imperativamente. Así la noción de identidad supone cierto esencialismo: el sujeto adulto posee una sexualidad plena o atrofiada dependiendo de cómo se desarrolló su historia personal entorno a la sexualidad infantil.  De esta manera, la sexualidad deviene un fin en sí mismo independiente de otros fines, como por ejemplo los reproductivos. De este modo, la industria cosmética, pese a sus anuncios engañosos que pueden verse en los comerciales, no estimula la singularidad y la afirmación de la multiplicidades, sino por el contrario, determina modelos homogéneos e imágenes estandarizadas de belleza y atractivo sexual.

   Así, los enunciados estéticos producen discursos en los que la sexualidad es redefinida como un valor social cuyas visibilidades podemos advertir en los criterios de elección, en el marco de una dinámica en la que las condiciones de elección han sido pre-definidas, pero no por los agentes, sino por criterios externos fijados por sectores cuyos intereses responden a cuestiones mercantiles. Los enunciados del tipo: valor, autoestima, calidad de vida, seguridad personal, dan cuenta de los elementos que hacen a los discursos del tipo mencionado. 


   Por otro lado, los regímenes de best seller que se aprecian en la literatura del tipo autoayuda como también en los libros de psicología de divulgación y las revistas de tipo femeninas, postulan la preponderancia del yo y la necesidad de sentirse bien con uno mismo para poder establecer vínculos sanos en contraposición con los sentimientos de inseguridad que pondrían de relieve cierta estructura de ese yo defectuosa o no-sana. Porque lo que se valora en este tipo de discursos es la interacción social en relación necesaria con la autoestima. Es decir que, en este modelo, los enunciados dan cuenta de discursos que sostienen que el valor propio es consecuencia de la interacción entre personas cuyas prácticas sociales se traducen en el reconocimiento de los sujetos, que se proyecta en prototipos culturales que tienen como base la industria cosmética estética. Los mismos encuentran su fundamento tanto en la psicología como en el psicoanálisis- o al menos en su versión de divulgación, un ejemplo: los libros de la locutora devenida experta en temas de pareja María Isabel Sánchez- y los estereotipos del tipo publicitario. Así, en el psicoanálisis, el amor está pre-definido por los vínculos de apego con las primeras figuras parentales. Por lo tanto, nuestras relaciones están determinadas,  porque la causa del amor o su fracaso, en este tipo de discurso, se explica en relación con la historia psíquica del sujeto, y por tanto, fuera de su control. En la psicología, las relaciones dependen de configuraciones de compatibilidad entre personalidades, así serán más fructíferas aquellas relaciones cuyas personalidades sean más afines, es decir, compatibles. Ahora bien, ¿qué subyace por debajo de esta formación histórica? ¿Cuál es el estrato que sin omitir las particularidades de los enunciados descriptos los atraviesa a todos ellos? Pero antes de intentar ensayar una respuestas veamos cómo el psicoanálisis explica la homosexualidad desde el conflicto entre la pasividad y la actividad, a través de la historia psíquica del sujeto:


¨Naturalmente, si intentamos seguir el destino de estas reacciones pasivas en el varón, debemos hacerlo así a partir de los comienzos de su vida; debemos seguir las tendencias pasivas en la dependencia del niño con respecto a la madre en la fase oral, y posteriormente el poderoso fortalecimiento de estas tendencias durante la fase anal, en cuyo transcurso el niño depende de la madre en forma pasiva, y casi dolorosa¨[i]  

Y más adelante:

¨Por otra parte, todos nos encontramos en el tratamiento analítico con esos homosexuales pasivos que aparentemente han aceptado su pasividad y en la expresión manifiesta de su sexualidad buscan una pareja masculina activa que los trate como si fuesen mujeres pasivas (…) Muy a menudo evitan totalmente entrar en tratamiento o, cuando lo hacen, no expresan el deseo de ser curados de su homosexualidad.¨[ii]



    No importa considerar aquí si el psicoanálisis  define a la homosexualidad como una enfermedad o no. No es éste el tema. La arqueología, según Foucault, se limita a la descripción objetiva, sin ningún tipo de interpretación. De lo que se trata es de dar cuenta de cómo para el discurso psicoanalítico las relaciones están pre-figuradas por las relaciones parentales del sujeto en la primera infancia, es decir, que se traza una línea histórica de la psiquis del sujeto que va desde ese momento primero hasta su vida de adulto. Opera una reactualización de esas secuencias primeras. Así el amor y los vínculos devienen objeto de investigación, y el sujeto se constituye en sujeto de conocimiento, a través de la figura del analista, y objeto de auto-conocimiento por medio de procesos de introspección, autoanálisis, etc. Aquí hemos intentado dar cuenta de cómo los discursos descriptos se autoerigen como discursos verdaderos en tanto intentan dar cuenta de fenómenos desde cierta racionalidad: en el caso presente, desde el estatuto de ciencias, o, en el caso de los medios de comunicación, desde estrategias de marketing, estudio y técnicas cuantitativas que dan cuenta un sistema racional orientado al mercado de consumo y a la constitución de subjetividades que definen las prácticas sociales. Así, el discurso sobre el amor, las relaciones de pareja, las elecciones, los discursos sobre la sexualidad, se producen desde las prácticas que transforman la realidad. Por ej: el concepto de autoestima no comenzó a instrumentarse hasta que ciertas prácticas discursivas- enunciado: autoayuda, psicológico, industria cosmética-estética- y no discursivas- terapias alternativas, psicoterapias, tips de belleza- se tradujeron en prácticas sociales que producen objetividades. La arqueología debería permitirnos encontrar qué sostiene lo objetivado.



   Las formaciones discursivas responden a reglas de formación. Hemos visto cómo cada uno de estos enunciados se limita a un discurso particular que responde a reglas de formación porque instituyen, es decir, que se despliegan en el marco de instituciones que definen modos de enunciación, o sea,  funciones, prácticas sociales y relaciones. Pero ¿cuál es el estrato que subyace a nuestra formación histórica? Pues bien: el modelo de salud mental, en el marco de una economía de consumo. Conceptos como autoestima, independencia, felicidad, bienestar, madurez emocional y calidad de vida dan cuenta del modelo que los hace posible, el de salud mental. La noción de salud mental debe entenderse como la posibilidad de hacer visibles los fenómenos que constituyen el amor  en tanto el mismo puede ser explicado desde la psicología, el psicoanálisis y libros de autoayuda. Pero el campo en el cual se entrelazan los enunciados con las visibilidades es un escenario de confrontación donde la industria de la moda-estética, los medios de comunicación y los estereotipos ponen de relieve que el campo de las relaciones es conflictivo: de conquista y competencia, de pérdidas y ganancias, en el que los agentes despliegan estrategias de seducción en pos de esas conquistas articulados por una cultura de consumo que las fomenta y estimula por medio de imperativo tácitos: autoestima, independencia, desapego emocional, modelos estéticos, etc; obstaculizando así las relaciones interpersonales, en lugar de allanarlas. Por lo cual las relaciones están vinculadas con factores económicos que se traducen en estos imperativos tácitos. Creo que quien mejor ha plasmado la sensación de vacío que produce el quedar excluido de este modelo de salud mental y por ende del mercado matrimonial es el novelista francés Houellebecq en su novela: Ampliación del campo de batalla. La misma da cuentas del tipo de subjetividad constituida en la contemporaneidad cuando las relaciones no encuentran un punto de anclaje como ocurría en tiempos pretéritos, por ej. a través de la institución del matrimonio, sea ésta civil o religiosa. La novela merece un análisis aparte. Me limito a un pequeño párrafo que ilustra frente a qué tipo de subjetividad hemos referido:

¨Me interno un poco más en el bosque. Detrás de esta colina, según el mapa, están las fuentes del Ardèche. Ya no me interesa; aun así, sigo. Y ya ni siquiera sé dónde están las fuentes; ahora todo se parece. El paisaje es cada vez más dulce, más amable, más alegre; me duele la piel. Estoy en el ojo del huracán. Siento la piel como una frontera, y el mundo exterior como un aplastamiento. La sensación de separación es total; desde ahora estoy prisionero en mí mismo. No habrá fusión sublime, he fallado el blanco de la vida. Son las dos de la tarde.¨[iii]










[i] FREUD, Anna, Estudios psicoanalíticos. Bs As, Paidos, 1978, p.46
[ii] FREUD, Anna, Estudios psicoanalíticos. op. cit., p47             
[iii] HOUELLEBECQ, Michel, Ampliación del campo de batalla. Bs As, Anagrama,p174















Conceptos de política, teoría e ideología

Relación de los conceptos de política, teoría e ideología
Desde mis épocas de bachillerato, me acuerdo que me gustaba leer en espacios abiertos, donde podía sentir el viento correr, las voces que fluían como una polifonía incesante de voces, como en una constelación peninsular de cometas… Me gusta que mi experiencia de lector se choque con lo incierto de lo inmanente, devenir heterogéneo de la existencia. Una experiencia con lo caótico y múltiple de la realidad, en mi opinión, es mil y una veces preferible a lo muerto, fijo y estéril de la unidad de las abstracciones conceptuales, que son necesarias, pero como incesante fluir de lo asombroso, no como una estática de las fuerzas creativas y activas del conocer.

Conceptos de política, teoría e ideología, que representa a un lector en un espacio abierto, con el viento y las voces fluyendo, contrastando la realidad caótica con abstracciones estáticas, incluyendo citas y metáforas volcánicas.



“Necesitamos ilusiones que nos permitan soportar la dureza de la vida. Las ideologías cumplen entonces una importante función vital, pues son intentos de dar sentido a los accidentes de la vida y a los aspectos más penosos de la existencia humana. Las ideologías son ilusiones necesarias para la supervivencia” (J.P. Ricoeur, Ideología y utopía)

¿Para qué serviría de lo contrario?, seguramente si se prefiere esta estática abstracción, valdría lo mismo salir como el Quijote al asalto de molinos conceptuales, pasados por feroces y crueles gigantes, no menos fantásticos por su naturaleza ficcional e inexistente… Ofrecerle a una utopía, como lo diría Ricoeur, “La magia del pensamiento” (Ricoeur, 2001:318), dándole la posibilidad de tener que responder a un juego de fuerzas inmanentes, y no menos poderosas cual feroz lava de un volcán, auténtico desafío del pensar.

Construid vuestras ciudades al pie del Vesubio”, nos recordaría Nietzsche en su Gaya ciencia, como metáfora e invitación para aceptar la alegría de la fatalidad, la inocencia del devenir, el peligro de lo múltiple, porque es ahí donde nace realmente lo grande… Esto es lo que re-presenta para mí el arte de las relaciones, de los flujos, lenguajes que pasan y dejan su huella en dichas relaciones, géneros que se entrecruzan, conceptos que danzan, que se deforman hasta hacerse casi irreconocibles, dotando de movilidad y dinámica a un lenguaje anquilosado, enterrado en una quietud fantasmagórica y espeluznante.

Este lenguaje quieto e inerte, en el que ha caído la teorética academicista, que ha convertido a una sinfonía de oídos, en una polifonía de reacios y poco dispuestos a resonar entre sí. Es, en ese orden de ideas, el motivo y la razón por la cual quiero escribir y enfatizar este ensayo.

Al articular conceptos como Ideología, Teoría y Política, mi pretensión o hipótesis de lectura es la de mostrar la resonancia y movilidad que estos tres conceptos, (añadiría el de lo político), adquieren dentro de un campo simbólico que llamamos sociedad u orden social1, como nociones que se encuentran de una manera permanente dentro de las distintas formas “De concebir lo político como un modo de interacción entre colectivos humanos” (Arditi, 2005:220). Con la aparición de la noción de lo político, se puede entrar a la diferencia en que, por ejemplo, autores como C. Schmitt entablaban entre la política y lo político “El concepto de Estado supone el de lo político” (Schmitt; 1991:49), diferencia que, lejos de estar enmarcada por el cambio de género en los artículos y sustantivos, señalaban dos momentos diversos de estática o dinámica social:
Concibo “lo político” como la dimensión de antagonismo que considero constitutiva de las sociedades humanas, mientras que entiendo a “la política” como el conjunto de prácticas e instituciones a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de lo político.  (Mouffe, 1999:16).

En este orden de ideas, lo político se caracteriza y se diferencia de la política, por su carácter dinámico y fluctuante que, como criterio teleológico, tendría la institución del orden social propio de la política “Lo político indica el modo de institucionalización de una sociedad, la puesta en forma del todo, el proceso mediante el cual la sociedad se unifica a pesar de sus divisiones” (Arditi, 2005, 220). Estas concepciones y visiones de mundo, siempre están en contexto, nunca se encuentran desligadas ni de un espacio o un tiempo concreto e inmanente, enmarcado bajo algo que Foucault denominaría “epistemes”; es decir, organización de un conjunto de reglas y procedimientos de exclusión que facilitan la emergencia de discursos en una época particular y que rigen las relaciones entre diferentes dominios del saber (Castro-gomez, 2011:165).

Dicho conjunto de reglas y procedimientos de exclusión dento del cual existe una continua pugna entre diferentes dominios del saber, hacen las veces de aquellas pequeñas ventanas que tenemos para poder visualizar en mundo.
Estas visiones de mundo, no son dadas directamente, sino que están mediadas por aquellas re-presentaciones, afecciones o pre-juicios que tenemos a la hora de observar un fenómeno de la realidad.

Juan Villoro, en su libro El concepto de ideología y otros ensayos, postula que referente a una definición únicamente gnoseológica se pueden dar dos tipos de explicación de una misma creencia. 
 
Si se pregunta ¿Por qué A cree que B?, (“B” está en lugar de cualquier enunciado), pueden existir dos clases de respuestas: 1) Señalar las razones (en el sentido de fundamentos, justificaciones racionales), que tiene A para aceptar o aseverar B, 2) Señalar las causas o motivos que indujeron a “A” a aceptar “B”.  (Villoro: 1985, 24).

Por ejemplo, si se pregunta ¿Por qué creía Platón en la inmortalidad del alma?, se puede dar dos respuestas: 1) Mencionar los argumentos filosóficos del Fedón para probar la inmortalidad del alma, los cuales funcionan como razones en las que se funda el enunciado “el alma es inmortal”. 2) Indagar, en la educación recibida por Platón, en su psicología o en las influencias sociales que tuvo para creer y argumentar la existencia de un alma inmortal” (Villoro: 1985,25).
Siguiendo la argumentación de Villoro, dicho aspecto gnoseológico abarca tanto la creencia como el saber, pensamientos de orden epistemológico que recuerdan la distinción entre ideas y creencias señalada por Ortega y Gasset: “Las creencias y las ideas son vivencias que pertenecen al mismo género: no son sentimientos, ni voliciones, pertenecen a la esfera cognoscitiva de nuestro yo, son pensamientos” (Ortega y Gasset: 1940, 27).

Que un pensamiento sea creencia o idea depende del papel que tenga en la vida del sujeto; por lo tanto, la diferencia entre uno y otro tipo de pensamiento es relativa, relativa a su significación en la vida de cada persona, al arraigo que dicho pensamiento tiene en su mente. “El mismo pensamiento puede ser creencia o idea: las primeras noticias científicas que de la Luna tiene un niño las vive como ideas, con el tiempo, con el vivir en sociedad, estas ideas se instalarán en su mente en la forma de creencias.” (Ortega y Gasset: 1940, 25).

Este componente cognitivo y social que caracteriza a la noción de ideología en tanto conjunto de creencias socialmente compartidas hace que dicha noción no se agote ni limite únicamente en un aspecto gnoseológico. Es por esta razón que se puede inferir el carácter ambiguo de, por ejemplo, la noción que tenía sobre ideología, el pensador Karl Marx “En Marx, la crítica de la ideología deriva de la idea de que la filosofía invirtió la sucesión verdadera de las cosas, invirtió el orden genético real, de manera que lo que corresponde hacer es poner de nuevo las cosas en su orden real” (Ricoeur, 2001, 49).

Para Marx, la noción de ideología, es a la vez un concepto gnoseológico (la falsa conciencia”), y un concepto sociológico (la “superestructura dominante”). “El hombre en sociedad se ve como criatura de sus propias ideas, fantasías y creencias; en ambas doctrinas se oculta la condición real del hombre bajo una idea abstracta” (Marx, Enggels: 1966, 35).

Una ideología, no necesariamente es falsa por su contenido. Puede ser cierta para quienes trabajan o viven cotidianamente aspectos no menos ideológicos, que dependen del modo como este contenido se relaciona con la posición subjetiva expuesta como falsa o verdadera. Como La organización simbólica de un aula de clase, las conductas que socialmente debemos compartir para tener una cotidianidad agradable, las creencias que continuamente alimentan nuestro desarrollo y función dentro del espacio social que se cree y se crea como tal, etc. “Aprender a reconocerla en su dimensión aterradora, y después, con base en este reconocimiento fundamental, tratar de articular un modus vivendi con ello” (Zizek:2010, 27). Un ejemplo concreto y cotidiano puede ser el comportamiento que algunas personas tienen frente a la materialidad del dinero: Ellos saben muy bien que el dinero, como todos los demás objetos materiales, sufre los efectos del uso, que su consistencia material cambia con el tiempo, pero en la efectividad social de mercado, a pesar de todo, tratan o tratamos las monedas y al papel moneda como si consistieran en una especie de sustancia inmutable, una sustancia sobre la que el tiempo no tiene poder y que está desproporcional a cualquier materia de la naturaleza. ( Zizek, 2010: 25)

Lo anterior es la dimensión fundamental de la ideología, ya que ésta no es simplemente una “falsa conciencia”, una representación ilusoria de la realidad, sino que es aquello que facilita la comprensión de la realidad misma. Para Ricoeur, la ideología tiene un fuerte aspecto Nietzscheano “La ideología es irremplazable porque los hombres necesitan dar algún sentido a sus vidas” (Rioeur, 2001: 56).

Tal vez, cuando salía al aire libre para leer, necesitaba encontrar algún sentido a mi gusto por la lectura en esos espacios abiertos, donde existe la movilidad, el flujo constante de ideas. Y no lo inerte, cerrado y acabado de las nociones mono-lógicas de aquellas estructuras abstractas en las que se quiere encasillar aquella riqueza de la realidad caótica y que se encuentra en inocente devenir…
…”Construid vuestras ciudades al pie del Vesubio” (F. Nietzsche).

Bibliografía:
  • Arditi, Benjamín, 2005 “¿Democracia post-liberal?, el espacio político de las asociaciones”. Editorial Anthropos, Barcelona.
  • Castro-Gomez, Santiago, 2011. “Crítica a la filosofía latinoamericana” Ed. Pontificia universidad Javeriana.
  • Marx, Karl y Friedrich Engels, 1966 “la ideología alemana” ed. nuestra América, Barcelona,
  • Mouffe, Chantal  1999. El retorno de lo político. PaidosOrtega y Gasset, José. 1940. Ideas y Creencias. Editorial Alianza. España.Ricoeur, paul, 2001 “ideología y utopía” ed. gedisa, Barcelona,
  • Villoro, luís, 1985. “el concepto de ideología y otros ensayos”, ed. fondo de cultura económica, México,
  • Zizek, slavoj 2010 “el sublime objeto de la ideología”, ed. s. xxi, méxico,

1 La noción de campo simbólico puede visualizarse desde los trabajos de Bourdieu, como espacio donde interactúan cumplimientos tácitos de unas reglas de juego que definen quiénes se hallan adentro y quiénes fuera de él (Bourdieu: 1999:44). O también, lo que Laclau denomina como “el momento del antagonismo” a través de las relaciones de poder que constituye el campo de “lo político” (Laclau, 1993:52).

En "Las palabras y las cosas" de Foucault: Economía y Población en la Dinámica del Poder



Lectura de Michael Foucault en Las palabras y las cosas.
El escritor francés desliza esquemas de posibilidad e imposibilidad de distintas formas políticas en materia económica, en última instancia la problemática estriba en la institución del símbolo monetario y la forma moderna de obtener riqueza.

Desarrollo económico y crecimiento de la población en países ricos y pobres, mostrando la relación entre la industria, la agricultura y la circulación de riqueza.

Suponiendo que hubiera un Estado capaz de vivir por sí solo, la cantidad de moneda que tendría que poner en circulación depende de muchas variables: la cantidad de mercancías que entra en el sistema de cambios; la parte de estas mercancías que, al no ser distribuida ni retribuida por el sistema de trueque, debe estar representada, en un momento cualquiera de su curso, por la moneda; la cantidad de metal que puede ser sustituida por el papel escrito; por último, el ritmo al que deben efectuarse los pagos: no es indiferente, como señaló Cantillon, que los obreros sean pagados por semana o por jornada, que las rentas se paguen al término de un año o, más bien, según es costumbre, al fin de cada trimestre. Una vez definidos los valores de estas cuatro variables con respecto a un país dado, se puede definir la cantidad óptima de especies metálicas. Para hacer un cálculo de este tipo, Cantillon parte de la producción de la tierra, de la que surgen directa o indirectamente todas las riquezas de la tierra. Esta producción se divide en tres rentas en las manos del campesino: la renta que se paga al propietario; la que se utiliza para el mantenimiento del campesino, de sus hombres y sus caballos; y por último “una tercera que debe quedar a fin de hacer productiva su empresa”.  Ahora bien, solo la primera renta y más o menos la mitad de la tercera deben pagarse en especies; las otras pueden pagarse en la forma de cambios directos. Si se tiene en cuenta el hecho de que la mitad de la población reside en ciudades y tiene gastos de mantenimiento más elevados que los de los campesinos, se ve que la masa monetaria en circulación debería ser casi igual a los 2/3 de la producción. Sí, cuando menos, todos los pagos se hiciesen una vez al año... pero, de hecho, la renta de la tierra se paga cada trimestre; así pues, basta con una cantidad de especies que equivalga a 1/6 de la producción. Por lo demás, muchos pagos se hacen por jornada o por semana; la cantidad de moneda requerida es, pues, del orden de la novena parte de la producción —es decir, 1/3 de la renta de los propietarios. Pero este cálculo solo resulta exacto a condición de imaginar una nación aislada. Ahora bien, la mayor parte de los Estados sostienen unos con otros un comercio cuyos únicos medios de pago son el trueque, el metal estimado de acuerdo con su peso (y no las especies con su valor nominal) y, en ocasiones, los efectos bancarios. En este caso, se puede calcular también la cantidad relativa de moneda que se necesita poner en circulación; sin embargo, esta estimación no debe tomar como referencia la producción de la tierra, sino una cierta relación entre los salarios y los precios con los usuales en los países extranjeros. En efecto, en una comarca en la que los precios son relativamente poco elevados (por razón de una débil cantidad de moneda), el dinero extranjero es atraído por las amplias posibilidades de compra: la cantidad de metal crece. El Estado, según se dice, se hace “rico y poderoso”; puede mantener una flota y un ejército, lograr conquistas, enriquecerse aún más. La cantidad de especies en circulación hace subir los precios, proporcionando a los particulares la facultad de comprar en el extranjero, en donde los precios son inferiores; poco a poco desaparece el metal y el Estado empobrece de nuevo. Tal es el ciclo descrito por Cantillon, quien lo formula en un principio general: “La mayor abundancia de dinero que hace, mientras dura, el poderío de los Estados los rechaza insensible y naturalmente a la indigencia”. Desde luego, no sería posible evitar estas oscilaciones si no existiera en el orden de las cosas una tendencia inversa que agrava sin cesar la miseria de las naciones ya pobres y, por el contrario, aumenta la prosperidad de los Estados ricos. Se trata de que los movimientos de la población tienen un sentido opuesto al del numerario. Este va de los Estados prósperos a las regiones de precios bajos; los hombres, en cambio, son atraídos por los salarios elevados y, en consecuencia, van hacia los países que disponen de un numerario abundante.

Así, pues, los países pobres tienen la tendencia a despoblarse; la agricultura y la industria se deterioran y la miseria aumenta. Por el contrario, en los países ricos, la afluencia de mano de obra permite explotar nuevas riquezas, cuya venta aumenta en proporción la cantidad de metal que circula. En consecuencia, la política debe tratar de armonizar estos dos movimientos inversos de la población y del numerario. Es necesario que el número de los habitantes crezca poco a poco, pero sin detención, para que las manufacturas puedan encontrar siempre una mano de obra abundante; entonces los salarios no aumentarán más de prisa que las riquezas, ni los precios con ellos; y la balanza comercial podrá seguir siendo favorable: se reconoce aquí el fundamento de las tesis populacionistas. Pero, por otra parte, se necesita también que la cantidad de numerario tenga siempre un ligero aumento: es el único medio para que los productos de la tierra o de la industria sean bien retribuidos, para que los salarios sean suficientes, para que la población no sea miserable en medio de las riquezas que hace nacer: de allí todas las medidas para favorecer el comercio exterior y mantener una balanza positiva.

Lo que asegura el equilibrio e impide las profundas oscilaciones entre la riqueza y la pobreza no es, pues, un cierto estatuto definitivamente adquirido, sino una composición —a la vez natural y concertada— de dos movimientos. Hay prosperidad en un Estado no cuando las especies son numerosas en él o los precios elevados, sino cuando las especies están en ese estadio de aumento —que es necesario prolongar indefinidamente— que permite sostener los salarios sin aumentar también los precios: entonces la población crece regularmente, su trabajo produce siempre de sobra y el aumento consecutivo de las especies, al repartirse (de acuerdo con la ley de representatividad) entre las riquezas poco numerosas, hace que los precios no aumenten con relación a los usuales en el extranjero. Solo “con el aumento de la cantidad de oro y el alza de los precios resulta favorable a la industria el aumento de la cantidad de oro y plata. Una nación cuyo numerario está en vías de disminución es, en el momento de hacer la comparación, más débil y más miserable que otra que no posee más, pero cuyo numerario está en vías de crecimiento”. Así se explica el desastre español: la posesión de minas había aumentado en efecto el numerario en forma tremenda —y, como consecuencia, los precios— sin que la industria, la agricultura y la población hubieran tenido tiempo, entre la causa y el efecto, de desarrollarse en proporción: era fatal que el oro americano se derramara por Europa, comprara mercaderías, hiciese crecer las manufacturas, enriquédese la agricultura, dejando a España más miserable de lo que antes fuera. En cambio, Inglaterra, al atraer el metal, lo hizo siempre para hacer progresar el trabajo y no solo el lujo de sus habitantes, es decir, para aumentar, antes de cualquier alza de precios, el número de sus obreros y la cantidad de sus productos.” Tales análisis son importantes porque introducen la noción de progreso en el orden de la actividad humana. Pero más aún porque afectan el juego de signos y de representaciones de un índice temporal que define la condición de posibilidad del progreso, índice que no se encuentra en ninguna otra región de la teoría del orden. En efecto, la moneda, tal como la concibe el pensamiento clásico, no puede representar la riqueza sin que este poder no se encuentre modificado, desde el interior, por el tiempo —sea que un ciclo espontáneo aumente, después de haberla disminuido, su capacidad de representar las riquezas, sea que un político mantenga, a base de esfuerzos concertados, la constancia de su representatividad. En el orden de la historia natural, los caracteres (los haces de identidades elegidas para representar y distinguir muchas especies o muchos géneros) se alojan en el interior del espacio continuo de la naturaleza que recortan en un cuadro taxinómico; el tiempo sólo interviene desde el exterior, para trastornar la continuidad de las diferencias más pequeñas y dispersarlas de acuerdo con los lugares desmenuzados de la geografía. Aquí, por el contrario, el tiempo pertenece a la ley interior de las representaciones, forma un cuerpo con ella; sigue y altera sin interrupción el poder que detentan las riquezas de representarse a sí mismas y de analizarse en un sistema monetario. Allí donde la historia natural descubre niveles de identidades separadas por diferencias, el análisis de las riquezas descubre “diferenciales” —tendencias al crecimiento y a la disminución.

Era necesario que esta función del tiempo en la riqueza apareciese desde el momento (a fines del siglo XVII) en que la moneda fue definida como prenda y asimilada al crédito: era muy necesario que la duración del crédito, la rapidez con la que vencía, el número de manos por las que pasaba durante un tiempo dado, se convirtieran en variables características de su poder representativo. Pero todo esto no era más que la consecuencia de una forma de reflexión que colocaba el signo monetario, con relación a la riqueza, en una postura de representación en el pleno sentido del término.

¿Cómo funciona el mecanismo de poder? Foucault

Texto de La Voluntad de Saber (Historia de la Sexualidad)

Representación abstracta del concepto de "poder" como una red compleja de fuerzas, no una entidad centralizada, con elementos de lucha, resistencia e interacción estratégica, representados en un estilo artístico dinámico y fluido.

La palabra "poder" amenaza introducir varios malentendidos. Malentendidos acerca de su identidad, su forma, su unidad. Por poder no quiero decir "el Poder", como conjunto de instituciones y aparatos que garantizan la sujeción de los ciudadanos en un Estado determinado. Tampoco indico un modo de sujeción que, por oposición a la violencia, tendría la forma de la regla. Finalmente, no entiendo por poder un sistema general de dominación ejercida por un elemento o un grupo sobre otro, y cuyos efectos, merced a sucesivas derivaciones, atravesarían el cuerpo social entero. El análisis en términos de poder no debe postular, como datos iniciales, la soberanía del Estado, la forma de la ley o la unidad global de una dominación; éstas son más bien formas terminales. Me parece que por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las trasforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario, los corrimientos a las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales.




La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite volver inteligible su ejercicio (hasta en sus efectos más "esféricos" y que también permite utilizar sus mecanismos como cifra de inteligibilidad del campo social), no debe ser buscado en la existencia mera de un punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y descendientes; son los pedestales móviles de las relaciones de fuerzas los que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de Poder -pero siempre locales e inestables. Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino se esta produciendo a cada instante, en porque todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder esta en todas partes; no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes. Y "el" poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de autorreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja a partir de todas esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata de fijarlas. Hay que ser nominalista, sin duda: el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada.



¿Cabe, entonces, invertir la fórmula y decir que la política es la continuación de la guerra por otros medios? Quizá , si aún se quiere mantener una distancia entre guerra y política, se debería adelantar más bien que esa multiplicidad de las relaciones de fuerza puede ser cifrada -en parte y nunca totalmente- ya sea en forma de "guerra", ya en forma de "política"; constituirían dos estrategias diferentes (pero prontas a caer la una en la otra) para integrar las relaciones de fuerza desequilibradas, heterogéneas, inestables, tensas. Siguiendo esa línea, se podrían adelantar cierto número de proposiciones: que el poder no es algo que se adquiera, arranque o comparta, algo que se conserve o se deje escapar; el poder se ejerce a partir de innumerables puntos, y en el juego de relaciones móviles y no igualitarias; que las relaciones de poder no estan en posición de exterioridad respecto de otros tipos de relaciones (procesos económicos, -relaciones de conocimiento, relaciones sexuales), sino que son inmanentes; constituyen los efectos inmediatos de las particiones, desigualdades y desequilibrados que se producen, y, recíprocamente, son las condiciones internas de tales diferenciaciones; las -relaciones de poder no se hallan en posición de superestructura, con un simple papel de prohibición o reconducción; desempeñan, allí en donde actúan, un papel directamente productor.



El que el poder viene de abajo; es decir, que no hay, en el principio de las relaciones de poder, y como matriz general, una oposición binaria y global entre dominadores y dominados, reflejándose esa dualidad de arriba abajo y en grupos cada vez más restringidos, hasta las profundidades del cuerpo social. Más bien hay que suponer que las relaciones de fuerza múltiples que se forman y actúan en los aparatos de producción, las familias, los grupos restringidos y las instituciones, sirven de soporte a amplios efectos de escisión que recorren el conjunto del cuerpo social. Estos forman entonces una línea de fuerza general que atraviesa los enfrentamientos locales y los vincula; de rechazo, por supuesto, estos últimos proceden sobre aquéllos a redistribuciones, alineamientos, homogeneizaciones, arreglos de serie, establecimientos de convergencia. "los grandes dominaciones son los efectos hegemónicos sostenidos continuamente por la intensidad de todos esos enfrentamientos; el que las relaciones de poder son a la vez intencionales y no subjetivas. Si, de hecho, son inteligibles, no se debe a que sean el efecto, en términos de causalidad, de una instancia distinta que las explicaría", sino a que estan atravesadas de parte a parte por un cálculo: no hay poder que se ejerza sin una serie de miras y objetivos. Pero ello no significa que resulte de la opción o decisión de un sujeto individual; no busquemos el estado mayor que gobierna su racionalidad; ni la casta que gobierna, ni los grupos que controlan los aparatos del Estado, ni los que toman las decisiones económicas más importantes administran el conjunto de la red de poder que funciona en una sociedad (y que la hace funcionar) ; la racionalidad del poder es la de las tácticas a menudo muy explícitas en el nivel en que se inscriben -cinismo local del poder-, que encadenándose unas con otras solicitándose mutuamente y propasándose, encontrando en otras partes sus apoyos y su condición, dibujan finalmente dispositivos de conjunto: ahí, la lógica es aún perfectamente clara, las miras descifrables, y, sin embargo, sucede que no hay nadie para concebirlas y muy pocos para formularlas: carácter implícito de las grandes estrategias anónimas,casi mudas, que coordinan tácticas locuaces cuyos "inventores" o responsables frecuentemente carecen de hipocresía; que donde hay poder hay resistencia, y no obstante (o mejor: por lo mismo), ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder.

Hay que decir que se esta necesariamente "en" el poder, que no es posible "escapar" de lo que no hay, en relación con el exterior absoluto, puesto que se estaría infaltablemente sometido a la ley. "O que, siendo la historia la astucia de la razón, el poder sería la astucia de la historia del que siempre gana". Eso sería desconocer el carácter estrictamente relacionar de las relaciones de poder. No pueden existir más que en función de una multiplicidad de puntos de resistencia