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Líneas de tendencia de la economía futura


 


El servicio se puede cargar, como transacción económica, solamente una vez de forma impositiva, dada su esencia, mientras que al producto se le sigue a través de todas o, como mínimo, en una cantidad legalmente aceptable de traspasos que puedan controlarse sobre él. Esta definición parece ser plausible a simple vista, porque existe una cantidad innumerable de servicios que pueden seguir haciéndose gozando de su intangibilidad, pero solamente en mutuo acuerdo, fuera del registro, siendo su rastreabilidad un proceso dificilísimo si la relación entre proveedor y consumidor se manifiesta libremente, tendiente a uno.


El producto, mientras tanto, es rastreable. Se puede fiscalizar su posesión, su venta ilegal, se puede moralizar y vandalizar en la opinión pública, se le puede geolocalizar y geomoralizar (Simmel).


Lo interesante de estos términos es que una relación de dos individuos libres, pasaría a ser una relación pecaminosa, una especie de orgía de mercado, una fiesta banal al servicio solamente de quienes tienen los medios para organizarla, planificarla, publicitarla y catalogarla.  El producto es Dionisiaco porque llega a fertilizar consecuentemente los mecanismos que regulan el mercado, crea hijos; el producto es un extranjero en la relación dual comerciante-cliente, ya que nunca tiene solamente una esencia, por el contrario, es la diferencia de esencias lo que se intercambia; es un actor que exacerba los sentimientos con respecto al intercambio; "sin preocupación" debe ser la especificación del producto para el correcto arrojamiento al abismo del consumo. Dionisio, fase nocturna del sol, es afectado por las fuerzas oscuras, es un deseo que se satisface en el acto, pero no un segundo después, dado su carácter material, es ya, desde muchos antes, una promesa que satisface para dejar la nada; involucra cierto caos que debe ser controlado por la máquina; el mismo caos que se detectó, históricamente, en el producto como resultado de las épocas de la martirización del cuerpo. El cuerpo de Cristo es un producto y no un servicio, en principio. Lutero lo ejemplificó perfectamente siglos después como algo inmaterial. El producto debe ser seguido igual que su medio de Intercambio, el cual es el punto medio más excelente entre producto y servicio que se ha inventado hasta ahora, su perfecto sincretismo: El Dinero.


El dinero es una evolución de Apolo a Dionisio y viceversa, es el más puro estudio de los ciclos. El dinero se ha perfeccionado quizás desde la época de los templarios sin detenciones, al santo servicio. Sin dejar de ser un producto por su condición absolutamente rastreable, es un servicio por su naturaleza irreconocible. Es bipartito. Digno de admiración para quién lo tenga, o de condena, eso no depende. Su arqueología existe desde lugares que podrían desaparecer, con ello hay que tener mucho cuidado, su reajuste no es casual. Es evidentemente necesaria una filosofía de la razón instrumental que pueda pensar en el futuro, las antiguas pistas de lo que jamás podremos confirmar con respecto al lado servicial de la economía del pasado pertenecen al lado oscuro. La filosofía instrumental, si le hay, permanece sólo como instrumento, jamás como amor. Si nuestro dios es el dinero deberíamos de ser necesariamente una civilización dualista.


Las triadas de Georg Simmel explican mucho mejor el concepto dionisiaco del dinero. El dinero es un foráneo en la relación simbólica, la cual es evidentemente diádica, pero desigual. La distancia entre las relaciones crea un valor subjetivo que incluye innumerables factores, pero que representan una interacción permanente entre lo extraño y lo extranjero. El individuo no quiere demasiado cerca al otro, empero, es este mismo individuo, al cual no tiene cerca, el que le brinda un producto o servicio,  y que se transforma en objeto; un objeto extraño, porque no se le reconoce, extranjero, porque jamás formará parte de uno mismo. Cualquier objeto extraño representa un dolor.


El dolor es tiempo. El dolor es trabajo, es dinero. Precisamente esta característica sensible presenta la dualidad entre dos dioses. Un encuentro particular, como entre Alejandro Magno y Diógenes de Sinope. Un regalo o una limosna. Pero, ¿Quién la da?


Pretendernos como iguales realza la desigualdad. El dinero es un facilitador de intercambios lineal, pero no igual, un acuerdo irresoluble, eternamente permanente. El dinero iguala al núcleo de nuestros átomos con el ritmo circadiano, con los ritmos de la falta, con cadencias a un vacío de entendimiento abismal; es un puente que desciende, un puente que cae, un puente que muere. El dinero es retroceso.


Antonio Gramsci predijo que la batalla sería cultural, porque es desde ahí donde pierde valor el intercambio impuesto para su propia caida, sin caída no hay progreso económico. La caída cultural y transaccional gana valor en el acercamiento a la persona, a su ser, desde su necesidad, desde su carencia, desde su tiempo, desde su dolor, desde su lucha, pero en la utilidad. Nadie ha dicho que la contracultura no es cultura, pero la contracultura o perdió su horizonte o se hizo el privilegio de unos pocos. Es imperativo, su regreso.

Lo irónico es que en la cultura no debería primar el valor del dinero, dado que la cultura es un bien en sí misma. No puede ser de otro modo, no hay otro camino. Los caminos que quedan ya están atrincherados por unos pocos que cuidan o que quitan. La falsedad pervive, conoce nuestra cultura y quiere dividendos.


El acercamiento a la verdad es un acercamiento desastroso, en harapos, con miedo, con miedos; es un acercamiento en éxtasis, ya sea por la agonía o por la pasión. No hay un acercamiento sincero desde el utilitarismo monetario. Es ahí el problema de lo dual del dinero; el problema de la síntesis del producto y del servicio. Se debe abolir está síntesis. Mas, no puede existir un otro sin un reflejo. 

En este intercambio que hay entre nosotros y el espejo, no existirían intermediarios externos que banalicen esta relación. Pero como diría Nietzsche, el superhombre debería ser como un danzante que se contornea al borde de los abismos, sin importarle caer en sus movimientos a los paraísos de la incertidumbre. 

El servicio pronto será regulado, como las plataformas de música, películas, redes sociales; amistad, entretenimiento. ¿Llegaremos a necesitar comer como un servicio? ¿Respirar como un servicio? Es decir, ¿que nos recuerden que deseamos comer? Ya no habrán productos sanos, sin polución. Lo mejor del servicio tomará lo pésimo del producto, mientras que lo mejor del producto tomará lo abominable del servicio.


Tal y como Freud dijo, el individuo y la masa tienen los complejos de la cultura y la devastación, la pulsión del Eros y del Tanatos; el individuo es atacado por la cultura (Gramsci) y al mismo tiempo por la orgia. La Alemania más culta fue llevada por su propia excelencia a la ignominia de la guerra, del racismo. Esto es porque el estado tomó el control, moralizó las normas, las economizó, con esto aumentó la libertad de la sociedad, pero no la del individuo (Jung)... El ser humano que responda al ideal colectivo ha hecho de su corazón un nido de asesinos. Ojo con ello, vivimos en la era de las máscaras, esto es, en la era de las personas. El funcionario no se ha marchado. La sociedad, al igual que el individuo, debería ser capaz de controlar su inconsciente impulsivo. ¿Utopía?


Ambos polos luchan por ser más excelentes en el individuo y en las masas, permaneciendo una guerra tetrarquica eterna e inevitable. El individuo, como nuevo Adán, como nueva Eva, no deben conocerlo todo, son las instituciones financieras las que rigen este conocimiento, y quienes imponen los frutos permitidos, pero también los prohibidos.


Las palabras cambian la realidad, esto no es “positivismo metafísico”, es el constructo que nos dejó la filosofía psicoanalítica cuanto menos. Si no se entiende que las palabras, el arte, las historias, son una herramienta, se pierde el potencial que se nos legó, por primera vez, cuando conocimos a nuestro dios, ese dios pagano, ese dios satánico, ese objeto idolátrico de valor subjetivo, que nos quitó el paraíso por haber descubierto otro paraíso, ya no estacional, sino en permanente cambio. El camino que nunca nos sacia fue la opción, siempre buena, de un ser que al parecer no puede morir.

Gansters, las zonas económicas especiales y la neolengua

 


Niño perverso económico y polimorfo

  

 

            Las consignas que avivaron al izquierdismo radical de los años sesenta, setenta y ochenta sonaban, por entonces, como el anhelo de la realización de la “utopía concreta”. La “liberación nacional” y “el socialismo” eran, en efecto, las grandes banderas de la lucha, el motivo de la exigencia de quienes, en medio de una época de “reacomodos geopolíticos” y en nombre de la “justicia social”, invocaban un cambio radical, la “vuelta de tortilla” que pusiera fin a las políticas neo-coloniales de los países desarrollados sobre los países sub-desarrollados o del “tercer mundo”, los oprimidos, los sometidos a la vorágine, la hojarasca que seguía detrás de los designios del “capital monopólista” que Sweezy y Barán habían magistralmente detallado, denunciado y puesto en evidencia.

            Era necesario, en consecuencia, poner fin a los negocios leoninos con las grandes empresas transnacionales, encargadas de extraer de los suelos de “la patria expoliada” y “mancillada” sus recursos naturales, para convertirlos en materia prima, obteniendo así ganancias exorbitantes y dejando tras de sí “la sangre, el sudor y las lágrimas” de la miseria y el sometimiento servil. “¡Ya basta ya!”, afirmaban. Era preferible hacer negocio con los camaradas chinos y rusos, porque ellos no tenían los mismos propósitos expoliadores que Norte América o Europa ¡No!, ellos representaban esa parte buena y sana de la humanidad que ya había logrado sobrepasar la última estación del tren de la prehistoria e iban, con “el viento del Este” a favor, rumbo a la Historia, o sea, construyendo el futuro, que “inevitablemente” -decían- sería “el socialismo”. Ellos, los “camaradas” chinos y rusos -junto a los pueblos musulmanes, que también se hallaban luchando por su “liberación”, eran “nuestros hermanos”, los pares de una América Latina sometida y humillada por el imperialismo, a excepción de Cuba, ese “bastión de la dignidad”, ese “territorio libre de América”.

            Después de tantos años de esfuerzos, de tantas luchas, de tanta épica y tantas capuchas, hélos ahí, en el poder, dando cumplimiento a la “utopía concreta”, negociando con los “camaradas”, nada menos que con “nuestros hermanos” chinos y -¿quién sabe?- “más tarde que temprano” con el resto de “la gran familia” de los pasajeros del “tren de la historia”, “los buenos”, que vienen a echarle una mano a Maduro, Padrino, Rodriguez, Maikel, Cabello, Elaissami y Saab, entre otros. En una expresión, vienen a “ayudar” al gang, a la pandilla, a subirse en “el tren”, a través de la escalera de las “zonas económicas especiales”. Un sueño hecho realidad. “El cielo tomado por asalto”. Finalmente, la “utopía realizada”.

            Si en algo tuvo Lenin sensatez -ese astuto volatinero, perspicaz transmutador del maniqueísmo en propaganda de guerra- fue en el hecho de denunciar al izquierdismo como una perniciosa enfermedad infantil, por cierto, identicamente adecuada al derechismo. Y es que, como observaba Doktor Freud, todo infante -todo niño- es “perverso y polimorfo”. Hay, en efecto, unos cuantos sexagenarios del presente que nunca lograron superar ni las perversiones ni los ataques de polimorfia crónica, sufridos desde el remoto pasado. Y mientras más sustancias tóxicas consumen, con las cuales intentan desesperadamente morigerar sus desequilibrios “estables”, mayores parecen ser las dolencias, la ira, los monstruos volcánicos que van surgiendo de las entrañas de su dogmático “sueño de la razón”. Y por “razón”, aquí, se debe comprender la ratio instrumental, el “brazo armado” del entendimiento abstracto, el mismo que hizo que, después de Auschwitz, se apoderara del mundo la barbarie y se hiciera imposible la existencia de la poesía como actividad sensitiva humana.

            Pero el realismo, tarde o temprano, se impone. Después de todo, hay que madurar. Los infantes izquierdistas finalmente abandonaron, en sentido litaral, las universidades, para ocuparse de los negocios. Crecieron. Cambiaron El libro rojo por las libretas bancarias, cambiaron las capuchas por las corbatas de seda y abandonaron el papel de los oprimidos para convertirse en los opresores. Después de todo, mejor Xi Jin Ping que Mao Tse Tung, mejor Putin que Brézhnev. Mejor el gansterato que el izquierdismo. Y hasta se podría decir -una vez más, parafraseándo a Lenin- que el gansterismo es la fase superior del izquierdismo. La zafra de caña o de arroz ya no es un negocio rentable, por lo menos no tanto como el de los narcóticos, sobre todo si el proceso de cultivo, producción y comercialización se transforman en un negocio con alcances acordes a los tiempos de un mundo cada vez más globalizado. Y, por si esto fuese poco, está “el arco minero”, la producción petrolera o el negocio del turismo, entre otros renglones disponibles. Este es el trasfondo real que justifica el discurso de la neolengua de las “zonas económicas especiales”, el cumplimiento real de los alcances de “las fuerzas del bien” y de “la luz” contra “las tinieblas” de las fuerzas “reaccionarias” y “anti-progresistas”, contra “la planta insolente del invasor” imperialista y de su “bloqueo económico”.

            Lo de 1984 de Orwell fue, a pesar de las pretensiones hermenéutico-literarias de unos cuantos opinadores de oficio -en realidad, franco-tiradores de profesión-, mucho más que “mera literatura”. Y en el caso de La granja, donde parece haber pintado las imágenes de los “Napoleones” y los “Bolas de Nieve” criollos, para no decir de los “perros” a su servicio, mucho más que un cuento infantil. El lenguaje correctamente empleado es flexible, hace fluir la adecuación de la realidad como realización continua. La neo-lengua cosifica y endurece: escinde la realidad y el discurso, los confunde e invierte.  La idea misma de la zonificación “especial” ya es, en sí misma, sospechosa, tanto como los límites de la neo-lengua sobre la cual se sustenta.  

                       

             

José Rafael Herrera

@jrherreraucv


                    

 

 

Herbert Marcuse, 122 años de una nueva sensibilidad


 "La razón exige por motivos transcendentales que haya una comunión del impulso formal con el material, esto es, que exista un impulso de juego, porque sólo la unidad de la realidad con la forma, de la contingencia con la necesidad, de la pasividad con la libertad, completa el concepto de humanidad."
Fedrerinch Schiller
(Cartas para la educacion estetica del hombre: XV, p.233, § 4). 


Marcuse ha planteado el estudio de las posibilidades objetivas y subjetivas de una praxis política emancipadora en medio de las crecientes tendencias  de «Unidimensionalización» de las sociedades industriales avanzadas. A través de  un pensamiento  que combina sociología y psicoanálisis, logró mostrar como la racionalidad instrumental, llevada por las instituciones sociales, penetra en la existencia individual (en la infraestructura libidinal), hasta reducir la realidad total a la dimensión única del hombre administrado.



Herbert Marcuse 



Nuestro «principio de actuación», forma histórica del «principio de realidad», es el principio de la opresión voluntaria, aquella que logra conjugar la explotación y el placer como mejores formas de dominación. Siguiendo la segunda tópica de Freud, el Yo entendido como una doble naturaleza de racionalidad y sensibilidad, es la síntesis del movimiento dialéctico de la psique psicoanalítica en tanto impulso de juego. No obstante, Marcuse muestra esta posibilidad negativa del Ello ya no como la mera sumisión a los mandatos y requerimientos del Superyó Ideológico Capitalista, expresados en la disposición de necesidad del yo, sino la vinculación de ambos principios (de placer y de realidad) como absoluta libertad del Ethos estético. El yo es para Marcuse, aquel vacío motor del devenir del aparato psíquico.

A través de un pensamiento que combina sociología y psicoanálisis, logra mostrar cómo la racionalidad instrumental, llevada por las instituciones sociales de la forma de vida capitalista, penetra en la existencia individual (en la infraestructura libidinal), hasta reducir la realidad total a la dimensión única del hombre administrado. Un recorrido por tres de las obras más importantes de Herbert Marcuse, El Hombre Unidimensional (1964), Eros y civilización (1955) y Un Ensayo sobre la Liberación (1969), en donde aparece formulada la tesis según la cual la Libido y la Sociedad están sumamente imbricadas la una y la otra, que se pierde de vista el claro hecho de que la articulación de los mecanismos de reproducción de la sociedad capitalista se enraízan en la estructura libidinal del individuo particular. El individuo dentro de sí posee todos los elementos constitutivos por medio de los cuales la sociedad se da vida en él; es decir, se debe considerar materialmente las posibilidades atrofiadas, tanto para la sociedad como para el individuo al examinar la filogénesis de la sociedad represiva y la ontogénesis del individuo reprimido; para luego mostrar la existencia de una negación inmanente de tales tendencias.Lo anterior, hace que tanto la sociología como el psicoanálisis, derriben cualquier frontera entre ambas. 

El desarrollo libidinal del aparato psíquico viene a recapitular el desarrollo de la sociedad y viceversa. Este argumento, mantiene en movimiento la dialéctica entre el individuo y la sociedad, teniendo a la libido – y su organización- como el punto mediador entre ambos. En la mirada de Marcuse el desarrollo histórico del proceso filogenético (paso de la horda primitiva a conglomerados humanos más complejos) se ha constituido, al ser la génesis de la conciencia moral, como el secreto de la esclavitud del hombre por el hombre. La concepción de Freud en el Malestar en la Cultura (1930) y aún más en Psicología de las Masas y Análisis del Yo (1921), suponía la constitución de una conciencia moral, de un «Súper Yo», como resultado de la lucha contra el padre (líder primordial de la horda), representante paradigmático del «principio de realidad». De esta manera, la aparición de esta conciencia moral, significó la subversión de las pulsiones mismas. 

Así, lo que llama Marcuse como «principio de actuación» es la forma histórica del principio de Realidad Freudiano, utilizando el concepto de «represión excedente» para mostrar que en el desarrollo histórico de la civilización humana surgen instituciones sociales específicas para la dominación. La «represión excedente», es la represión adicional o sobrante de la necesaria para la existencia humana; es decir, se eleva mucho más de la conservación de la organización del trabajo social para la preservación de la vida justificándose solamente en el dominio racionalizado. Las sociedades modernas funcionan bajo el principio de autonomía y libertad; salvaguardadas en el marco de la sociedad del control, de la sociedad unidimensional que hace de la libertad el mecanismo más eficaz para la dominación. Las normas son justas porque se reconoce en ellas el interés general y el crecimiento del conformismo de masas, fiel expresión de conducta política unidimensional en donde la vida administrada – producto del constante movimiento del Estado de bienestar y el Estado de Guerra- es la buena vida de los borregos manipulados conducidos inconscientemente a las puertas de su propia enajenación. Con la mayor satisfacción de las necesidades de la mayoría de la población, se reproduce con mayor contundencia el sistema de dominación. 

Ahora bien, la dialéctica del progreso (ilustrasión) impone ver su «negatividad», en la que la racionalización sobre la naturaleza, deviene en dominio sobre el ser humano mismo, relacionándose el progreso con el estado de no libertad fundado en la técnica. El método de concreto-abstracto-concreto en Herbert Marcuse se evidencia en tanto que su argumentación y formulaciones teóricas parten de la totalidad real, en la que a través de su desarrollo está produciendo su propia negación. Por ejemplo cuando considera el movimiento Estudiantil, dirá Marcuse en 1968 “Quizás tenga el poder de doblegar la política norteamericana. Pero no el propio sistema. El marco de la sociedad permanecerá igual” (12). Ahora bien, a través del movimiento estudiantil se demuestra que el concreto pensado proviene verazmente del concreto real. El concepto de nueva sensibilidad aparece como su desarrollo en las diferentes tendencias estructurales objetivas (aparición de un sujeto libre dentro del reino de la necesidad, alteraciones de las estructuras capitalistas que alteran las bases de la organización del sujeto histórico tradicional y el giro del énfasis objetivo al subjetivo en el propio proceso de producción) que permiten la esperanza de su realización y como tal esperanza, sigue siendo un concreto pensado.

La evidente contradicción de las fuerzas productivas (tecnología con la potencialidad de la liberación) y las relaciones de producción (lucha por la existencia) muestran que la nueva ilustración se expresa en el movimiento estudiantil en tanto este está revistiendo la forma de nuevo sujeto histórico en el ejercicio de su praxis que une tanto teoría e imaginación, tratar de traducir a la realidad las ideas y los valores más avanzados de la imaginación: “el aspecto más interesante de la “revolución de mayo”, la unión de Marx y André Breton. La imaginación en el poder, eso sí que es revolucionario” (Marcuse, 1968:14). El arte posibilita una «nueva experiencia de la conciencia», hace del hombre un animal reconciliado con la naturaleza y, de la libertad el ámbito pleno de la experiencia estética. 

La historia en tanto proyecto productivo y creativo en un ambiente de libertad, es parte activa de los proyectos de la imaginación; la sociedad toda sería mímesis de la forma de libertad. La consciencia liberada promueve que la técnica devenga en arte y que el arte construya la realidad. Es decir, el impulso Formal, como principio de realidad, así como el sensible, como el principio de placer, son autónomamente liberados a través del impulso de juego creativo, característico del arte, el cual se materializa en el Yo libre, la consciencia Autónoma, poseedora de la nueva sensibilidad que le permitirá desplegar una praxis política emancipadora. La nueva sensibilidad es la apertura instintiva para una “[…] realidad formada por la sensibilidad estética del hombre […]” (Marcuse, 1969, p. 27).

¿Cómo podemos imaginar un horizonte así? Marcurse (1995) es habilidoso con el discurso, pero sabe que detrás su dialéctica se esconde la determinación real del movimiento de la antropología crítica sobre el proceso civilizatorio: el intento de trazar un horizonte cultural más allá del propio «principio de actuación» es «irrazonable», en el sentido de que ya estamos en la jaula de la racionalidad, si razonamos, estaremos inmersos en sus propios artilugios (p. 151). Sólo la facultad de imaginar puede ir más allá de la razón; posee la posibilidad de construir puentes entre el placer y la restricción, en si misma la fantasía “[…] es cognoscitiva en tanto que preserva la verdad del Gran Rechazo, o, positivamente, en tanto que protege, contra toda razón, las aspiraciones de una realización integral […]” (ibíd.). Lo que Marcuse (1969) llama precisamente como una nueva manera de sentir, es una manera de rechazar, un existir en el rechazo constante del orden establecido, negarlo hasta sus ultimas consecuencias; producir las grietas en él a partir de agrietarnos a nosotros mismos, al rechazar nuestas propia manera de sentir el mundo, ya que de entrada sabemos que hemos sido atrofiados para la sensibilidad real y autonomía.

Marcuse (1995, p. 153 y p. 155) declara la necesidad de irse contra Prometeo, regresar al ocio, al juego y a la inutilidad de los placeres, reivindicar a Orfeo y a Narciso, como lo contrapuesto al imperio de esfuerzo, de la fatiga y el trabajo, de la supremacía del progreso y de la represión erótica. Debemos liberar el tiempo, volver a un encuentro con la naturaleza, jugar en el trabajo por la existencia y trabajar jugando; construir un orden sin connotación represiva, un eros libre. Es esta la «praxis política», una subversión en la infraestructura libidinal, una rebelión en la cultura como principal ámbito de subversión política. 

De igual manera en la Sociedad Industrial Avanzada la tecnocracia está desplazando al proletario como el en si de la revolución y el movimiento paulatino del proceso de producción muestra al estudiantado como el en sí y el para sí de la revolución. A hora bien, es concreto solo pensando, ya que el movimiento estudiantil no tiene la suficiente masa revolucionaria que le dé la suficiente fuerza como para destruir todo el sistema no obstante como la teoría marxista advierte, el concreto pensado es la verdad de la alternativa:
“Soy optimista, porque creo que jamás en la historia de la humanidad han existido, en tal grado, los recursos necesarios para la creación de una sociedad libre .Soy pesimista, porque creo que las sociedades establecidas, la sociedad capitalista en particular, están organizadas y movilizadas en su totalidad contra esta posibilidad” (Marcuse, 1968: 15).  
Pensar la actualidad del pensamiento crítico de H. Marcurse es pensar la necesidad de la formación de esa «nueva sensibilidad» en los movimiento sociales y políticos de latinoamerica, de Colombia y particularmente de la ciudad de Medellín, puesto que cada día más la formación de las subjetividades se encuentra sobre procesos de preconstrucción y administración, de tal forma que es muy difícil transparecér su autoformación autónoma. No es la obra de Marcurse quien nos interpela, sino nuestras circunstancias históricas que nos colocan en la obligación de cuestionarnos frente a los problemas que otrora formulará. No es una invitación de pensar a Marcuse, como exegetas, sino de pensar la praxis política cuestionando el hecho de que la sociedad carnívora, sobre la que dirigió su crítica, todavía tenga vigencia, todavía nos devora con sus experiencias placenteras. Cuál es el nivel de nuestro sentimiento de conformidad con la actual forma de vida, cómo nos sentimos y nos movilizamos con los actuales modos de sentido, qué tan placentero nos resulta nuestra propia alienación? Sólo así podemos dar un primer paso en la liberación definitiva de nuestros pueblos y de nosotros mismo ante la administración de la civilización del capital.


Referencias explicitas e implícitas:
Herbert, M. (1969). Un Ensayo Sobre La Liberación. Sevilla-España: Doble JJ.
_________. (1968). El Hombre Unidimensional. Barcelona: SEIX BARRAL.
_________. (1979). La Rebelión de los Instintos Vitales. Trad. Guillermo Hoyos Recuperado de http://www.bdigital.unal.edu.co/22694/1/19341-63583-1-PB.pdf 
_________. (1995). Eros y Civilización. Bogotá: Planeta-DeAgostini.

_________. (2007). La Dimensión Estética. Madrid: Biblioteca Nueva S. L.








Belial o el angel caído.

A la memoria de Yoli, mi hermana, víctima de la adversidad del tiempo y de la tristeza, esa pasión del alma hacia una menor perfección.

José Rafael Herrera / @jrherreraucv 

Puede que un angel material

Un ángel caído es aquel que ha sido expulsado del Edén por el hecho de haberse rebelado ante el poder de Dios. La decisión de enfrentarse al todopoderoso, el haber asumido la abierta determinación de oponérsele e intentar derrocarlo, lo ha transformado en un otro. Ya no es más Azael, el daimón brillante, portador de la luz celestial. Ahora ha pasado, desde las entrañas de la elevada figura del sumbalein (la unidad) a la del diabelein (la diferencia) y ha caído en las profundidades infernales de la tierra. Ahora es un Satán (“el que se opone”), el adversario acusador, el daimón caído, Belial o “el de las ganancias corruptas”, señor de la arrogancia y el orgullo.

Secular, reformada o contrarreformada, la fe religiosa parece haber cumplido un nuevo ciclo histórico. Fin de ciclo que acerca a los incautos a los totalitarismos religiosos orientales. Si las sociedades padecen de ricorsi y si la religión forma parte esencial de las sociedades, entonces la religión ha entrado, junto con el ser social, en un período de decadencia. Nadie podrá dudar que la fe, en el pórtico de este nuevo milenio, se encuentra inmersa en una profunda crisis. Espejo, proiectio especular, hecha a imagen y semejanza del mundo, ella es, como afirmaba Kant, sustancialmente conciencia moral. Pero cuando los pueblos han perdido sus valores fundamentales, la corrupción se apodera de ellos y va calando hasta el fondo de sus huesos. La imagen se empaña y, poco a poco, deja de reconocerse en el rostro que la mira y es mirado. El ser sometido, subyugado al peso de la cruenta vida que él mismo se ha fraguado, de una parte. El deber ser en su sentenciosa, inmaculada e irrealizable “zona de confort”, de la otra. Todas las opciones están sobre la mesa, se dice, pero fuera de ella no son más que la confirmación de la impotencia del deber que no se cumple. Y a ver cómo lo resuelven: ¡vayan con Dios! Cuando una sociedad es capaz de poner en venta la ayuda humanitaria -la caridad, habría que decir- que con mucho esfuerzo es enviada para aliviar los pesares de los más necesitados, es porque la religión -esa sub especie de filosofía, propia de las grandes mayorías- ha llegado a perder su rumbo. Se simula lo que no se es y se disimula lo que se es. Para desenmascarar de una vez la hipocresía, hay que decirlo con todas sus letras: desde hace ya bastante tiempo -quizá demasiado- los negocios van muy por delante de los llamados “principios”, para regocijo de las llamadas “buenas conciencias”. Y, como advertía Spinoza en su momento, la “ley divina”, cuando se cumple, es a causa del temor, pero no por juicio propio, no por convicción ni, mucho menos, por amor dei. La coerción por encima del consenso. Oriente por encima de Occidente.

Desde que el entendimiento abstracto -eso que los deconstructivistas han designado inexactamente como la modernidad- concentró sus esfuerzos en poner y fijar los límites del conocimiento respecto de los fundamentos de la fe, enajenando así la necesaria adecuación de lo uno y de lo otro, al tiempo de propiciar el ambiente requerido para el robustecimiento de la positividad y el desgarramiento religioso, las bases fundacionales sobre las cuales se sustentaba la moralidad se fueron resquebrajando hasta su desmoronamiento definitivo, dejando el terreno baldío y libre para el surgimiento de los rituales ciegos y las liturgias vacías. Con Copérnico el planeta dejó de ser el centro inmóvil del universo, la casa en la que habitan las criaturas de Dios, para convertirse apenas en un punto más entre los infinitos mundos del universo infinito. Con Darwin la criatura misma, el ser humano, dejó de ser la hechura a imagen y semejana de Dios, para devenir descendiente de un primate. Con Freud la consciencia humana, el hipocentro de la moralidad, se transforma en, apenas, la grieta de un volcán por el que fluye el magma del inconsciente. Si Maquiavelo llega a definir la condición del actor político como la de un centauro -mitad hombre mitad bestia-, Freud hace implotar los límites de la moral de su tiempo para dar cabida al pecaminoso fluido de los instintos, hasta entonces, ocultos bajo la custodia de la fe positiva. Y así las sociedades comienzan, cada vez más, a abandonar la figura del “trabajar para vivir” por la del “vivir para trabajar” en nombre del progreso, lo que hace que la conquista del derecho natural de gentes gire, dé una vuelta -una caída- en dirección hacia la barbarie del estado de naturaleza. El ángel ha caído, y con él los bucles y las paradojas posmodernas.

No extraña que, en una sociedad que ha hecho de la religión una poderosa corporación -y en honor a la verdad- mucho más dedicada al más acá que al más allá, puedan existir prelados más interesados en proteger las cuentas de ciertos déspotas en sus poderosas instituciones financieras que voltear la mirada para contemplar las miserias y los sufrimientos de toda una población que busca desesperadamente un Aleluya por la libertad. En su Galileo, Bertolt Brecht pone en boca del Cardenal Belarmino, presidente del tribunal inquisidor en el juicio abierto contra el astrónomo y físico italiano: “Debemos movernos con los tiempos. Si las nuevas cartas estelares basadas en una nueva hipótesis ayudan a nuestros marineros a navegar, entonces debemos hacer uso de ellas. Pero desaprobamos tales doctrinas como contrarias a las Escrituras”. La doble moral no es, definitivamente, moral. El ya popular y cotidiano “ese es el deber ser” oculta la mayor de las hipocresías existentes de una sociedad que se esfuerza por ocultar el desgarramiento que ha sufrido su espíritu. Es la carta marcada para el siempre conveniente laisser faire del mediocre funcionario, del vivaracho que se aprovecha del ingenuo o del necesitado.

Lo cierto es que el religare, la acción de reunir, de ligar la ciudadanía en función del bien común, no es el fuerte de este menesteroso presente. Quien a estas alturas llegue a pensar en el carácter “metodológico” o “epistemológico” de la ética, no sólo demuestra su ignorancia, sino que se hace cómplice de las perversiones del entendimiento abstracto, con independencia de sus inclinaciones políticas e ideológicas. Ya Spinoza lo advertía: “La confianza y la desesperación nunca surgen, a menos que la esperanza y el miedo (de donde derivan su ser) los hayan precedido”.

Política del Ecce Homo

Ecce Homo por José Rafaél Herrera @jrherreraucv

La frase tampoco es de Nietzsche, a pesar de que uno de sus textos más conocidos –y, valga decir, altamente recomendado por Freud– lo lleva por nombre. Se hizo famosa después de que, según Juan el evangelista, Poncio Pilato la pronunciara, al momento de presentar al prisionero Jesús de Nazaret ante el populacho enardecido, sediento de sangre: “Este es el hombre”. Con lo cual, sea dicho de paso, Pilato salvaba su responsabilidad, se lavaba las manos en el asunto, dejando que la perturbada muchedumbre tomara en las suyas la sumarial decisión. Es con tal expresión que tiene formalmente sus inicios El Espíritu del cristianismo y su destino, para citar el título de un ensayo juvenil de Hegel que expone, por cierto, el pasaje que va desde antes del trágico momento hasta el progresivo surgimiento de la positividad constitutiva de la fe cristiana.


Ecce Homo político.

Pero Ecce homo es, además, un modelo que, en el caso de la praxis política, ha servido –y sigue sirviendo– no tanto para la eventual crucifixión de quienes lo asumen, cuanto para convertirse en los llamados líderes que aspiran a posicionarse como los grandes condottieri de los gobiernos del orbe. Y, en efecto, en el ámbito de lo político, Ecce homo ha devenido: “¡Este es el hombre!”. Por lo general, las palabras –ese gigantesco caleidoscopio en el que la realidad suele mirarse a sí misma– pesan más de lo que el sensus comunis imagina y tal vez sea por eso que más de un “redentor” ungido haya terminado sus días de liderazgo “crucificado” por la misma muchedumbre que lo exaltó e impulsó a seguir el camino de la redención. Siguiendo a Maquiavelo, quien en El Príncipe establece una neta diferenciación histórica y cultural entre los tipos de gobierno que predominan en Oriente y en Occidente, se podría concluir que los términos del formato que tiene en mente este tipo de entusiasmados “líderes” sigue más los trazos dejados por “el Turco” –como llama Maquiavelo al todopoderoso rey Darío– que “al rey de Francia”. De hecho, Maquiavelo señala textualmente: “Toda la monarquía del Turco está gobernada por un señor, los otros son sus siervos. Pero el rey de Francia está puesto en medio de una antigua multitud de señores, reconocidos y amados por el pueblo, que tienen sus preeminencias, y el rey no puede quitárselas sin peligro”. El modo oriental de gobernar es la coerción; el occidental, es el consenso.

Los “hombres fuertes”, los “caudillos”, los “líderes carismáticos” e “iluminados”, en una expresión, los capi di tutti i capi, han devenido figuras de la conciencia oriental introducidas, diseminadas y puestas en la conciencia occidental, especialmente en la de un continente que todavía muestra las anchas cicatrices del caciquismo precolombino y del califato de la morisca hispana. Son los místicos hijos del sol, la luna y las estrellas, son los “galácticos”, los “legítimos” representantes de Dios –no importa el culto con tal de que sea efectivo– en la tierra, son, pues, “los rugidos del león, los graznidos del buitre, los silbidos de la sierpe”. En ellos no hay distinción entre política y religión, porque son los “taita”, los “padrecitos”, el Dios encarnado, la representación misma de la fe vivificada.

Es verdad que ha habido grandes conductores de pueblos que han hecho grandes y poderosas naciones, auténticos dirigentes de las luchas sociales y políticas, a lo largo y ancho de la gran historia de la humanidad. Pero detrás de Alejandro Magno estaba Aristóteles; detrás de Julio César, la memorable filosofía jurídico-política romana; detrás de Washington, Locke; de Napoleón, la Ilustración francesa; de Bolívar, Rousseau. ¿Quién está detrás de los llamados “líderes” o “dirigentes” del presente: la vanidad y la egolatría, el odio, la venganza y el resentimiento social? A propósito del destino de la América Latina, y con particular mención a Venezuela, Bolívar advertía que “este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos colores y razas”. No hay Aristóteles ni Rousseau tras ellos y, a partir de Castro, con la franquicia del “marxismo-leninismo” tuvo lugar la afirmación de Marx: “Todo lo que sube se desvanece en el aire”. Sin ideas adecuadas solo quedan “tiranuelos de turno” no “líderes”. Son, sin duda, los cientos de Ecce homo del presente, los inefables que aspiran a obtener la gracia de Dios y que afirman contar con el respaldo –¡nada menos!– del Espíritu Santo para asirse del poder del Estado y lucrarse de él.

Toda nueva centuria introduce cambios drásticos que estremecen con fuerza la cristalización de las formas y los contenidos tradicionales propios del pasado inmediato. En medio de sus corsi e ricorsi, la historia termina desplazando de su sitial de honor los símbolos, los códigos, las referencias que, hasta hace nada, eran concebidas como verdades infalibles y absolutas. Del corso oceánico recorrido por Pink Floyd se ha terminado en las charcas del ricorso de Bad Bunny. De Picasso y Dalí se ha pasado a la “estética” del Candy crush. El entendimiento reflexivo y abstracto tiene sus manos –mecanicistas y ensangrentadas– metidas en esto, sin duda. Es el destino –esta vez– no de Jesús, sino del Espíritu de los tiempos. Que los proyectos para un nuevo gobierno estén en manos de “especialistas” y “técnicos” no solo se traduce en el desplazamiento de los Aristóteles y los Rousseau por nerds y Robocops –consenso y coerción– sino que la fuerza de las ideas ha terminado siendo sustituida por estadísticas, proyecciones, encuestas, datos, becas, lavadoras y cajas de alimentos mexicanos.

Una pirueta en favor del desarrollo educativo nunca está de más. Kant exhortaba a dejar las muletas de los “padrecitos” del mundo para dedicarse a la propia formación cultural, con base en la cual es posible conquistar “la mayoría de edad” y, con ella, el más preciado de todos los dones: la autonomía. La dependencia, el creer que algo o alguien va a venir a ocuparse y, con la magia de su generosa dádiva, mitigar la caída, solo genera más dependencia y más caída. Hay –al decir de Pirandello– más de seis personajes en busca de autor. Momento de desechar las ilusiones, de abandonar la búsqueda del “líder”, de voltear la mirada hacia el espejo y descubrir, no sin sensatez, que en realidad el anhelado Ecce homo es el propio reflejo.

Barbarie infantil y polimorfa de un pueblo.

De barbarie y educación por @jrherreraucv

Bárbaro, para un griego del período clásico, era todo aquel que balbuceaba. De hecho, un “bárbaros” (βάρβαρος) era alguien que no hablaba correctamente el griego o el latín, o que simplemente no lo hablaba, y cuya lengua resonaba en los oídos helenos como un torpe y disonante balbuceo infantil, como un bar-bar –hoy se diría un bla-bla–, inadecuado en relación con la cosa nombrada y, por esa razón, como un modo de expresión incomprensible. 


Guerrero bárbaro.
Balbucear, en efecto, quiere decir hablar con dificultad, eliminando sonidos o cambiándolos de orden, tal como habitúan hacer los niños. Por eso mismo, la barbarie es una característica típicamente infantil. Decía Isócrates que un bárbaro no es un extranjero en el sentido de que pertenece a otra nación, sino alguien para quien la educación resulta ser extraña, ajena, por lo que carece de ella, con independencia de su lugar de origen. El bárbaro se encuentra, pues, en una condición infantil: entre lo salvaje y la civilización. Y, como todo infante, es, al decir de Freud, “perverso y polimorfo”. Perverso, por ser un transgresor –instintivo– de las determinaciones propias de su Ethos, de su civilidad, a causa de su ignorancia. Polimorfo, porque en él no hay aún una “pulsión dominante”, una clara y definida orientación de sus deseos o apetencias, capaz de proporcionarle el grado de satisfacción adecuado a un sano estado de madurez.

En la historia de la humanidad han existido, aún existen y sin duda alguna seguirán existiendo, pueblos perversos y polimorfos, pueblos, para decirlo de una vez, infantiles y, por ello, tendencialmente barbáricos. Pueblos de simbología infantil, afectos al balbuceo de quienes, garrote en mano y confundiendo la libertad con el libertinaje, ejercen la función de sus padres o representantes. Pueblos, en fin, de colores primarios y canciones de cuna, cuyos infantes rondan, polimórficamente, entre signos fálicos y marchas de cerrada –sospechosa– circularidad, siempre acompasados por el “eterno retorno”. Son pueblos en cuya experiencia de la conciencia figuran los Juan Primito, los Mujiquita, los Pernalete o los Lorenzo Barquero y los Balbino Paiba, frescos vivientes de un tiempo sin gracia, pleno de hambre y dolor, preñados de atropellos, violencia y fraude devenidos cosa “natural”. Es el bramido salvaje del toro amenazante, que no cesa de aturdir a la conciencia que, no sin paciencia, sigue aguardando la llegada del blanco vuelo de las garzas.

Todo depende del grado de desarrollo que pueda llegar a conquistar su formación cultural, su Bildung. El primer paso tiene que ser la definitiva superación del populismo. Porque el populismo se alimenta de la barbarie y, a su vez, alimenta la barbarie. De nuevo, se trata de una cuestión de simple circularidad, incesante, recurrente. En la medida en la cual una sociedad asume esta condición barbárica se hace fascista, dada la veneración del fascismo por la perversión y la polimorfia, términos que, por cierto, lo caracterizan. Se trata, esta vez, de una suerte de complejo de Peter Pan, con el que se intenta renegar la necesidad objetiva de crecer y desarrollarse, en función de conquistar la madurez. La ya trillada y ridícula caracterización del “joven rebelde” que sobrepasa los 50 años, y que ha llegado al desquicio de pretender idealizar la destrucción de bienes públicos, el asalto y la agresión en contra de ciudadanos como sus mayores aportes a la “lucha revolucionaria”, pone de relieve la pérdida de juicio de un país secuestrado por el crimen.

Entre 1803 y 1806, estando en Jena –una localidad asediada y a punto de ser invadida por el ejército napoleónico–, Hegel apuntó en un cuaderno de notas: “La libertad de la masa inculta deviene miseria y degradación. No porque estén vacías de fieles las iglesias, las calles de peregrinos, las tumbas de suplicantes. Es porque, con ella, hay un empeoramiento de las costumbres, una alegría maligna por el empobrecimiento de los envidiados ricos; difamación, ausencia de fidelidad y gratitud. La economía arruinada, el desenfreno de toda miseria, el más mezquino e indigente egoísmo. Con carencia de agricultura, con la ruina de los bosques, con el venirse a menos de la laboriosidad. Y, sin embargo, en medio del lujo”. Una educación –precisamente, una formación cultural– de mala calidad termina en un pueblo mal educado, y un pueblo mal educado termina en una “masa inculta”, presa de la barbarie, perversa y polimorfa. No se trata de haber ido a votar o no. Ni se trata de la cuenta de las actas de votación que “aún no nos han llegado”. Tampoco se trata del torpe bizantinismo de quien pretende diferenciar entre un plebiscito y una consulta popular, o entre un fraude y una trampa (¡!), o de quien encuentra en la abstención la causa primera de la derrota. El problema real, absolutamente concreto, no radica en los efectos sino en las causas: radica en la imperiosa necesidad de abocarse a la construcción de una sólida y madura sociedad civil, culta, con ideas y valores, lo suficientemente madura y capaz de superarse a sí misma, es decir, de salir de la pobreza espiritual, superando las infantiles trampas del facilismo populista.

La equidad sin calidad es, por definición, fraudulenta. Y es de ahí de donde se derivan, precisamente, los señalamientos hechos por Hegel. Una sociedad efectivamente equitativa no iguala a los ciudadanos “por abajo”. Más allá de los medios, el fin consiste en luchar por la conquista de un nivel superior, de una cada vez más exigente calidad de vida, capaz de propiciar la concreción de la civilidad frente a la barbarie, si es que se quiere conquistar una auténtica república de ciudadanos dignos y libres. La demagogia es, en sí misma, un estado de corrupción. Populismo y demagogia suelen alimentar falsas expectativas y crear ficciones que terminan en los peores desengaños. No importa la inclinación que se profese: hay una perversión y una polimorfia en toda forma posible de populismo y de demagogia. Bajo la apariencia de adultos, siguen siendo niños que le mienten a los niños y que terminan mintiéndose a sí mismos. Los niños que no crecen, que no hacen el esfuerzo inmanente de superarse a sí mismos, jamás podrán llegar a tiempo al banquete de la civilización, la libertad y el progreso. Es hora de romper el círculo vicioso, poner fin al bar-bar. Sin una auténtica política educativa y cultural, toda sociedad, por mayores riquezas naturales que pueda tener, seguirá siendo una sociedad de niños maleducados, de pequeños bárbaros, de potenciales tiranos.

http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/barbarie-educacion_208338