La
crítica del pensamiento identificador de Theodor W. Adorno como un nuevo
trabajo sobre el lenguaje, se produce de la profundización de la dialéctica de
la cultura como testimonio de la historia social constituida en la modernidad
como Tragedia. En ningún momento quiere recoger la idea de Cultura en una
definición única, que agrupe la esencia en el concepto mismo; por el
contrario, lo que busca es mostrarla en su Constelación.
Los análisis sociológicos hechos por Theodor W. Adorno sobre la cultura, señalan que esta no ha devenido, en su proceso histórico de constitución, como camino hacia una humanidad, sino todo lo contrario, la cultura para él, es una Regresión del Espíritu, un asomo de la barbarie. Con esto no se entienda que para Adorno, la Cultura es un mal para el ser humano; ella en cuanto tal, no es ni buena ni mala, antes bien, se puede presentar de ambas maneras, pero, su ser está definido por “ eso a cuyos servicios se encuentre” [i]. Y La cultura moderna, está al servicio de aquello mismo que dice dejar, es el fracaso de lo que promete. Por ello es una tragedia. La cultura como el mundo resultante del despliegue del Espiritu humano (Hegel), es un esfuerzo por liberarse de la naturaleza, no obstante, es una ilusión creer que la cultura ignora las condiciones naturales donde se desarrolla. Así, hay una dialéctica interna en el concepto mismo de cultura, que muestra que la cultura es creada a partir de la praxis, pero al mismo tiempo es el alejamiento de ella. La naturalidad de la existencia humana, ha llevado al ser humano a tener una organización sustentada en el intercambio económico, y el espíritu que promete la libertad y autonomía, al liberarse de la «mera naturalidad»> de la experiencia humana del mundo, termina siendo aquello que no quería ser: mera «Historia Natural».
El individuo que parecia haber conquistado la total
autonomia y libertad en la esfera del Espiritu (objetivo), en su Cultivo
[Kultur] , sustraido de la mera produccion material de la extencia,
queda sometido a esas condiciones naturales de
existencia. El sentido trágico de esta
dialéctica, es que aquellas fuerzas contrapuestas son auto-
antagónicas y autodestructivas, pues , aquello mismo que
imposibilita el cultivo del ser humano, es la cultura misma que ha construido
para ese cultivo, que ha olvidado desde el principio su origen natural. La
ilustracion, se auto destruye porque desde su origen se consolidó como dominio
de la naturaleza. Aquel sujeto y su lógica implacable de dominio,
queda subsumido en el proceso de dominio mismo, reducido a mero dato sustrato
de ese dominio. El sometimiento de la naturaleza al dominio producto
del despliegue del Espiritu humano, se
revela como sometimiento de la naturaleza interna, como
retorno a la antigua servidumbre hacia la naturaleza. Como el propio Adorno lo
enuncia ,
“El Aislamiento del Espiritu respecto de la producción Material eleva sin dudas su cotización, pero al mismo tiempo hace de él, en la conciencia general, el chivo espiatorio de todo lo cometido por la práctica…”[ii]
Porque la cultura está sometida al dominio de la economía de
intercambio, y naturalizando las condiciones materiales de
existencia se orienta a Formar [Bildung] protectoramente al ser humano,
constituyéndose en un Engaño de masas; ha
devenido reificación y cosificación, una “segunda Naturaleza”. El
sentido trágico de esta dialéctica, es que la ilustración se auto
destruye porque desde su origen se consolidó como dominio de la
naturaleza.
Estas apreciaciones sociolológicas de Adorno sobre
la cultura no son muy bien interpretadas muchas veces. Se tiende a perder de
vista que no muestra el cómo salir de este resultado del Espíritu, no viendo
con ello, que lo que mayormente intenta demostrar es por qué es necesario salir de la realidad existente. Así, es preciso describir detalladamente
la Dialéctica de la Cultura en Adorno, para no caer en
aquellos "enredos de detalle".
La aparición de
la identidad como operación mental e instrumento de poder y dominio,
es la condición previa para la civilización en todo su
complejo desarrollo, de este modo, la historia es tan natural como el
pensamiento identificador; ambos son constelaciones del
fracaso de la humanidad. La historia se hace natural, porque cada
momento histórico es la manifestación del proyecto de
humanidad, es decir, cada episodio de la historia de la humanidad es
la muestra del autoconocimiento del ser humano en el despliegue de sus facultades
(Racionales) hasta llegar al Saber Absoluto. La Cultura del mundo
es un constante movimiento y experiencia de sí mismo, un
autoreflejarse en lo otro de sí; esto indica que la formación [Bildung] es un
Desgarramiento producto de experimentar el dolor de lo negativo. La formación que enuncia Hegel, y que representa
la forma más elevada de cultura burguesa, es más que mera enseñanza
o educación, su idea implica autoformación,
un autodesarrollo, que parte de la pura inmediatez
(Certeza sensible), muestra de lo más particular, pero que siempre se da a
partir de los conocimientos universales:
“La tarea de llevar al individuo de su estado de no-formación hasta el saber, había que tomarla en un sentido general o universal, y por tanto había que considerar en su proceso de formación al individuo universal, es decir, el Espiritu Humano” [iii]
La dialéctica
de la cultura de Hegel, es la verdad de un mundo
falso. Tanto más son reducidos los individuos concretos
por la totalidad social, más se encarga la cultura de elevar al sujeto como lo
constitutivo. El Espíritu hace conmensurable lo inconmensurable, convierte lo
contingente en necesario, desvinculándose con la naturaleza, se impone
sobre ella a través de la abstracción propia del pensamiento,
sometiendo lo disperso a la unidad del concepto. El
particular se totaliza para poder considerarse como cultura (Espiritu) y
dominar el mundo, pero esa misma totalización hace que el individuo particular
termine siendo una mera pieza de su despliegue. El espíritu olvida su origen
particular y somete a eso mismo particular a su dominio, porque en su interior odia
la naturaleza y por ello no tolera lo particular. La cultura y la Razón se han
vuelto contra el sujeto pensante, pues, al convertirse la razón en herramienta
de dominio de la naturaleza, nada escapa a su control, ni siquiera
la subjetividad particular, todo debe funcionar según su dictamen.
Así, cada vez que el sujeto se levanta como el Absoluto señor del mundo, se
hace más evidente que el sujeto empírico viviente, se hace un mero apéndice de
la maquinaria social. Adorno rechaza en esa medida, el espíritu universal
de Hegel porque está por encima de las particularidades concretas y la historia
no tiene un sujeto universal, sino sujetos particulares. Si la Fenomenología
fuese lo que dice ser, ciencia de la experiencia de la consciencia, entonces el
pensamiento no pudiese liquidar la experiencia individual de lo universal, que
se impone como algo irreconciliadamente malo, ni erigirse en
apologeta del poder desde su puesto presuntamente superior. Lo que puede ser
una “Tragedia de la cultura”, aparece en Adorno, cuando enuncia que aquel
sujeto totalizado en un Espíritu Absoluto, termina por consumir y mutilar la
particularidad de la que nació. Este hecho hace que el mito sea ya
ilustración; y la ilustración recaiga en mitología[iv]
La enfermedad
de la razón encuentra sus orígenes en la primera sospecha de la
razón misma; el pensamiento desde el inicio reviste una forma de identidad, ya
que pensar es esencialmente dominar la naturaleza[v]
.De esta manera, si desde el principio fue el dominio, el mito es ya
ilustración. La Razón es el arma con la que el ser humano enfrenta el miedo a lo
desconocido; desencantando el mundo lo somete a su
dominio, de ese modo, el ser humano conoce el mundo porque puede
someterlo y dominarlo. Este dominio ya está presente en el mito,
pues, al querer narrar el origen del mundo ya lo está explicando, desencantando
y como tal racionalizando. En consecuencia, en el mito ya hay ilustración porque el
mito es ilustración. Siguiendo esta dialéctica, la naturaleza se
venga del espíritu porque se ha olvidado de ella. El sujeto que era
el completo dominador, queda sometido a la mera naturalización, su meta está
determinada por la auto-conservación. La ilustración recae en mitología
porque cae víctima de su propia lógica, a la necesidad y coacción de la que
pretendía liberar a los seres humanos. De esta manera, si la razón funciona
bajo los principios de autoconcervación y dominio de la naturaleza, sucede una
autodestrucción de la Razón misma, toda vez que la historia del espíritu, es al
mismo tiempo derrumbe del espíritu y regreso al mito.
El pensamiento identificador o equivalencial, es el núcleo de la articulación entre el dominio y la autoconservación que sostiene el despliegue de la civilización occidental, por esto, la cultura se convierte en algo que meramente existe, se entrega al dominio natural del mercado, creando una falsa identidad entre el particular y el universal, y en su totalidad termina constituyéndose en el moderno “opio del pueblo”. La experiencia concreta del sujeto es homogenizada en una producción en masa del espíritu, que antes de alejarse de los burdos imperios de la práctica natural, es tan natural como la práctica del proceso productivo mismo, por ello, lo que se tiene como su degeneración de la cultura es su puro llegar a sí misma. Al hacerse mera mercancía cultural, el dominio se introduce en el Geist [espíritu], pues, éste se limita simplemente a reproducir el orden dado, imponiendo lo objetivo a lo subjetivo, mutilando la experiencia del individuo particu-lar por la civilidad del todo social. La cultura que se autodefine como industria, funciona con base a la racionalidad técnica del dominio, y en la medida en que el proceso de producción cultural está determinado por la forma de producción para el intercambio, se modifica también la infraestructura del ser humano, teniendo como resultado la pobrezadel espíritu, ya que, los medios técnicos con los que se produce tienen una uniformidad recíproca, que determinan un correcta producción en serie de los sentidos del mundo. El individuo media todo su sensibilidad por los productos homogéneos que la industria le provee, y la sesudo- individualidad creada como afirmación de la libertad en el acto de consumo, es una ilusión subjetiva creada objetivamente, pues solo por medio de la autoconservación individual funciona el todo. La tarea del sujeto de realizar la síntesis de la multiplicidad sensible (Kant), le es quitada por la industria cultural, así, el sujeto tiene que clasificar lo ya clasificado: “el mundo entero es construido por el filtro de la industria cultural”. La cultura es hoy ideología. Aquel sujeto y su lógica impacable de dominio, queda subsumido en el proceso de dominio mismo, reducido y eliminado en su autonomía.
El
pensamiento crítico de Theodor Adorno, vislumbra así mismo una dialéctica inmanente
en la propia Crítica cultural. Inmersos en una exorbitante masificación de la
conciencia, la propia crítica cultural es producto de la manipulación; el
crítico mismo, se mide por su éxito en el mercado, siendo él mismo y su
crítica, productos del mercado de la sociedad de masas. La vanidad del crítico
cultural, se suma a la vanidad de la cultura. Una dialéctica de la
Crítica cultural, es desde el principio conciente de la
propia mediacion cultural de la crítica misma; desde el principio enfrenta la
contradicción flagante según la cual, el crítico
cultural que parece elevarse sobre la cultura que critica, en una
especie de estadiao superior, y sin embargo, participa de la
entidad de la que se cree superior, siendo en realidad el último nível de eso mismo que crítica. Como el propio Adorno dice:
“Cuanto más total es la sociedad, tanto mas cosificado esta el Espíritu, y tanto más paradójico es su intento de liberarse por sí mismo de la cosificación… La dialéctica cultural se encuntra frente al último escalon de la dialéctica de la cultura y barbarie…” [vi]
Adorno ve que el Geist [epíritu] al
librarse de las condiciones materiales de existencia del feudalismo, se
somete a la «aglomeración», a la extrema
socialización de las relaciones sociales, aún cuando dice poseer libertad
representada en la libertad de opinión y de expresión de
la sociedad burguesa; libertad que además es la base de la propia crítica de la
cultura, y por lo que ésta también posee su propia dialéctica. Al
hacerse mera mercancía cultural, el dominio se introduce en el Geist,
pues, se limita a reproducir el orden dado, imponiendo lo objetivo a
lo subjetivo, mutilando al individuo particular a la civilidad del
todo social. El reflejo de esto en el crítico cultural, es que él
vuelve a objetivar la misma cultura que crítica al convertirla en su objeto,
dejando la realidad tal cual la encontró. El crítico
cultural se autosatisface con su contemplación, es
como la melodía que armoniza un campo de
concentración. Su privilegio es producto de la injusticia sobre la
que se levanta la cultura, el sometimiento de unos para el
privilegio de otros; la antigua escisión entre trabajo físico y trabajo
intelectual, es la ceguera en común del crítico y su objeto.
No obstante, se hace necesario una dialéctica de la crítica de la cultura, pues,
“si la teoría dialéctica se desinteresa de la cultura como mero epifenómeno, contribuye a la difusión de la falsedad cultural, y por tanto, a la reproducción del mal…” [vii]
Así, el pensamiento crítico de Adorno, se protege del peligro
de la mercantilizacion que ya esta presente en la critica y su culto al
Espíritu, como tambien, de la hostilidad completa a la
cultura. El proyecto de Dialéctica de la Ilustración,
quizá el libro más leído de la escuela critica de Frankfurt, buscaba revelar
las contradicciones del proceso de civilización, para darle una posibilidad a
una sociedad verdaderamente ilustrada. Adorno y en general toda
la teoría crítica, al auscultar las contradicciones inmanentes al
Espíritu, buscan una experiencia del mundo capaz de
sentir el sufrimiento y el dolor. La dialéctica como una autorreflexión critica
de las posibilidades del pensar, como un cuestionamiento por la completa
identidad entre pensamiento y ser, abre la posibilidad de un pensamiento no
Reificado, a través de una Dialéctica Negativa, posibilidad de una
nueva cultura: “Propio de la Dialéctica, no es reforzar opiniones,
sino, por el contrario, liquidar la opinión, volver a pensar lo previamente
pensado”[viii]
La
dialéctica de la cultura, como hemos visto, muestra que
la modernidad se ha consolidado como tragedia, toda vez que, el
conflicto entre el individuo y la sociedad, ha terminado por instrumentalizar
al individuo frente a la totalidad social, postulando a esta como la
gran vencedora. Por otro lado, y esto en términos muy
materialistas, Adorno ve que el contenido de la cultura no está
determinado en sí misma, sino también por su relación con
su reverso, es decir, la vida natural, el proceso de construcción
material del mundo.
Notas:
[i] Cultura y Administración, 1960
[ii] Crítica Cultural y Sociedad , 1984/1965, p. 230 [Prismas]
[iii] HEGEL, G. W. FENOMENOLOGIA DEL ESPIRITU. Mexico: Fondo de Cultura Economica. 1807/1996, 132-136).
[iv] Horkheimer, Max, Adorno, Theodor. Dialéctica de la Ilustración. Buenos Aires: Trota, 1966, p. 56
[v] ibíd. p. 129
[vi] Crítica Cultural y Sociedad 1984, p. 248[Prismas]
[vii] Crítica Cultural y Sociedad 1984, p. 238 [Prismas]
[viii] Cultura y Administración, 1960. [Edición AKAL]
“Velando las semillas, la novia acecha una flor revelada..
perdida en el pensamiento en busca de la visión,
como la luna eclipsó al sol, dando los mismos pasos
vislumbrando su propio destino, por venir a derretirse
en el vacío del sueño del que nunca puede huir..
las lágrimas llenan las fuentes rompiendo su promesa
de sanar, ondulando las aguas que reflejan un ideal terminado,
pensamiento profundo despojado de la visión,
como la luna eclipsó al sol”.
Steve Hackett, La sombra del Hierofante
Decía Hegel que lo inanimado y el moho contentan a los muertos eternos, “¡los muy sobrios.., en balde..”. Y sin embargo, el alma de los hechos es “el alto pensamiento, la fe sincera, de que una Deidad, aunque todo se hunda, nunca se desmorona”. El pensar es, de suyo, un hacer, tanto como el hacer es un pensar. Después del esfuerzo por redimir la condición ciudadana, todo apunta a la llegada de la aurora en un nuevo amanecer, que va dejando tras de sí la tenebrosa y pesada noche del siniestro abismo. La cruel barbarie ritornata va llegando lentamente a su fin, se viene, bajo el inexorable mandato de Deméter -“la tierra madre”- y de su hija, Perséfone -“la que avienta el grano”-, celebrando el culmen de la era de Hades, de los muertos y sus horrores.
Hierofante es la representación de la señal, quien hace posible que lo sagrado aparezca (erscheinen). Pero todo aparecimiento ante la luz, todo develamiento, solo puede surgir de la sombra. Cuando aparece ante él, la figura del Hierofante amplía tras de sí lo que antes tuvo enfrente. Y su labor, ahora, consiste en la confirmación de la llegada de la luz, pero a condición de no poder evitar el recuerdo presente del oscuro abismo. En la Grecia clásica, el Hierofante ocupaba un rango de distinción entre los sacerdotes del culto de Eleusis, siendo el responsable de interpretar sus sagradosmisterios y de instruir a los iniciados. Miembro del antiguo linaje de los eumólpidas, el Hierofante vestía una larga túnica púrpura con bordados dorados y calzaba botas tracias. Su cabeza estaba adornaba con una cinta de estroncio, blanca, irradiante. El culto eleusino que presidía estaba vinculado con la diosa Deméter y con su hija Perséfone, secuestrada por Hades y obligada a desposarse con él. En efecto, Kore la de níveos brazos -como también se le conoce-, hija de la diosa de la vida y la fertilidad, fue llevada al inframundo para convertirse en la eterna acompañante del dios de las tinieblas. Desesperada y deprimida, sin conocer su paradero, su madre se dedicó a buscarla, descuidando sus labores en la tierra. Al poco tiempo, todo se congeló, por lo que Zeus obligó a Hades a devolvérsela, enviando a Hermes por ella. Pero Hades, le había dado de comer seis semillas de granada, lo que indefectiblemente la obligaba a volver cada seis meses al inframundo. Los primeros seis meses corresponden a la primavera y al verano. Los otros seis al otoño y al invierno. Por eso, cuando Deméter y Perséfone están juntas la vegetación florece en la tierra, pero cuando Perséfone vuelve con Hades al inframundo la tierra se congela y se vuelve estéril.
Fue justo durante su viaje al reino de las sombras que Deméter reveló los misterios eleusinos, cuyo objetivo principal se centra en el cultivo. De hecho, la diosa enseñó a Triptólemo, hijo de Céleo, los secretos del arte del cultivo y, a través de él, al resto de la población griega. Triptólemo cruzaba el país entero en un carro alado, mientras las diosas lo protegían y ayudaban a completar su misión de educar a toda la sociedad. No es casual que los únicos requisitos para poder participar en los misterios eleusinos consistieran en carecer de “culpas de sangre” -es decir, de no haber cometido asesinato alguno- y de no ser un bárbaro. La Paideia griega -los elementos fundamentales para la formación que hacían de un individuo una persona apta para el ejercicio de los deberes cívicos- tiene sus orígenes en estas enseñanzas míticas que llegaron a trascender con creces los límites de la inmediatez -con la siembra de cereales- para devenir constructo objetivo de ciudadanos educados en la virtud, mediación inmanente -praxis- de y para el cultivo del Espíritu de un pueblo. Los ritos eran celebrados dos veces al año. Se pasaba de los misterios menores a los mayores. Una marcha inmensa por la vía sagrada, desde Atenas hasta Eleusis, era animada por la recreación del renacimiento de Perséfone.
Las Cosas hechas, las cosas mostradas y las cosas dichas: estas eran las tres partes en las que consistían los mysteria. Lo cierto es que quienes participaban en aquellos rituales sagrados terminaban cambiando para bien y para siempre, y nunca más le temían a los muertos. Como encargado de hacer aparecer (erscheinen) -o de hacer evidente- lo auténticamente sagrado y, en consecuencia, como mediador de lo divino y de lo humano, la figura del Hierofante comporta la rectitud ética y -más allá del conocimiento- el compromiso por el re-conocimiento, porque son estos los cimientos sobre los cuales surgen las sociedades libres. La negación de lo que ha sido impuesto es la primera determinación del ser social. Solo ella suscita la objetivación de la lucha por los valores del Espíritu.
Y nada es más auténticamente sagrado que la lucha por libertad. La mediación - cosa muy distinta a las mezquindades de la medianía-, es el elemento esencial del desarrollo del pensamiento dialéctico. Durante el llamado “período de Frankfurt”, Hegel logró -gracias a su entrañable amigo Hölderlin- salir de la peor crisis existencial y conceptual que sufriera durante su vida. Terminada esa época, que él mismo calificó como la de una “manía de hipocondría” o como el “punto nocturno de la contradicción”, logró exponer, avant la lettre, su concepción de la dialéctica en un ensayo, no siempre bien interpretado, que Dilthey-Nohl titularon como el Systemfragment de 1800. Poco tiempo antes, Hegel había escrito un poema dedicado a Hölderlin, cuyo título es, precisamente, Eleusis. La profanidad -ese moho que tanto contenta a los muertos eternos- debe ser definitivamente superada. La sombra del Hierofante proyecta el re-velado camino de su consagración.
A mi hija Grecia, médico ucevista,
heredera de las glorias de Razetti.
La expresión “normal” proviene del latín normalis, que, en sus orígenes, daba cuenta de “lo hecho según la escuadra del carpintero”, es decir, “conforme a la regla”. No obstante, su significado, como suele suceder, ha sufrido importantes modificaciones que, si bien han podido conservar su núcleo original, lo han ido ampliado, adaptándolo a las exigencias inherentes a cada época. Así, por ejemplo, para la propia lengua latina tardía la palabra asume un significado más general, llegando a ser usada como sinónimo de “regla”, “patrón” o “modelo”. Durante el siglo XVII, lo normal pasa a ser una expresión equivalente a lo “perpendicular”. Más tarde, a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, se emplea para definir “lo que es conforme a los estándares comunes o al orden o uso establecido, lo regular, lo habitual”. La Normal School será el título que, a partir de 1835, recibirán los colegios para la formación de profesores, dado el carácter de su reglamentación estándar. Ya para 1890, lo normal se usará para definir a las “personas o cosas que se ajustan a las normas”. Durante los inicios del siglo XX, lo normal fue homologado con lo “heterosexual” y, bajo los auspicios de la sociología positivista, las llamadas ciencias sociales y las ciencias de la salud -entre cuyos límites contiguos se encuentra la psicología social- terminaron definiendo lo normal (A) como el término expresamente contradictorio de lo anormal (-A). Con ello, se sentaban las bases para que el entendimiento abstracto terminara poniendo (setz), fijando y reduciendo, la norma -y en consecuencia, la normalidad- como un fenómeno estrictamente natural, a pesar de que la propia historia del concepto lo desmiente.
Y sin embargo, a pesar de las pretensiones abiertamente ideológicas y abyectamente maniqueas -impuestas por una larga tradición que tiene sus inicios en Durkheim, Parson, Merton y la Escuela de Chicago-, las normas son, en efecto, un cuerpo de convenciones, prescripciones y determinaciones de carácter axiológico que tienen su origen en las costumbres, en las mores, es decir, en la “formación de casa”: nada menos que en el Ethos. En ellas -y con ellas-, las sociedades se reconocen, se identifican y se cohesionan, al punto de constituir un fundamento valorativo -claro que, no pocas veces, con pretensiones esencialistas o universalistas, como ya se ha indicado-, de lo que le da corporeidad a la “normalidad”, al “ser normal”, que es, en realidad, una auto-representación o imagen especular, autoproyectada, que se corresponde con una determinada época de la historia. Y es que conviene afirmarlo, no sin énfasis, de una buena vez: la supuesta condición natural -o sustancial- de las normas es -incluso, ella misma- de factura histórica, porque es el resultado del obrar humano, de su praxis, del conjunto -complejo y contradictorio- de sus relaciones sociales. Las circunstancias hacen a los hombres sólo en la misma medida en que los hombres hacen a las circunstancias.
Una línea imaginaria, compuesta en lo esencial por los caracteres específicos -puestos o impuestos- que norman una época en particular, configura el contenido -de nuevo, las determinaciones- de lo que socialmente se acepta o no por normal, dependiendo del más lejano o más cercano apego que se tenga de las normas. Los estudiosos de la psique, especialistas en la indagación del comportamiento cerebral humano, suelen trazarla -incluso sin tener la más remota conciencia de su trazado- y, sobre ella, proyectan las ondulaciones, los vaivenes del comportamiento de sus pacientes, a los efectos de confirmar la normalidad de sus acciones individuales, como si las conductas -por más individuales que sean- pudieran abstraerse y examinarse con absoluta independencia de las afecciones que, día a día, propalan las circunstancias del tejido económico, social, político e ideológico -o al revés, como si los procesos histórico-culturales pudiesen comprenderse con absoluta independencia de la labor cotidiana de los individuos. La verdad, como dice Spinoza, es “norma de sí misma y de lo falso”. La aplicación mecánica de la “distribución normal” o “Campana de Gauss”, a los fines de “modelar” fenómenos naturales, sociales, políticos, psicológicos, etc., solo confirma, por una parte, el profundo carácter positivo -esa obsesión por fijarlo y congelarlo todo- del entendimiento abstracto, el sacerdocio de su temor por el movimiento, por el indetenible Panta rei inmanente de la historia. Por la otra, lo pone en evidencia, porque su estructura es, en sí misma, un artificio, una convención, una creación humana, que delata su manía de pretender observar los procesos históricos “por cuadros”, en cámara lenta.
Ethos es una palabra griega que significa costumbre, norma, como práctica reiterada y asumida por la mayoría de los que participan en la vida social y política, formando un pueblo. Sittlichkeit es el término que utiliza Hegel, siguiendo a Aristóteles, para definir la eticidad o -como acertadamente sugiere José Gaos- la civilidad. Viene de Sitte, que traduce costumbre, porque es en las costumbres donde se produce la personalidad, el carácter, la conducta de los ciudadanos que van conformando el Espíritu de un Pueblo, su Volksgeist. Es, como diría Vico, el fundamento poético de la vida en sociedad, y poco -o casi nada- tiene que ver con esquemas preconcebidos -líneas, barras, cuadros o “campanas”- que pretenden frisar -o fijar- el quehacer humano. Las normas no son estáticas. El país que dejó el exiliado, a su retorno, ya no es el de las antiguas costumbres dejadas tras su partida. Y las que imperan en el presente ni son “universales” ni son “naturales” ni son “matemáticas”. Unos cuantos positivistas afirmarán -envueltos por las profundidades de sus sentencias de segundo escalón- que “el daño antropológico” es irreversible. No obstante, hay noticias: así como se hacen las normas se deshacen y se rehacen. La “anormalidad” de van Gogh, su extraordinaria representación del mundo, fue el fundamento para una nueva concepción de la realidad. Claro que siempre serán normas, sin duda. Pero la diferencia es que es posible su superación y conservación, su Aufgehoben. Por eso mismo, como dice Hegel, “la Ética es la Idea de la Libertad”, el “Bien viviente que tiene en la conciencia en sí su saber y su querer y, por medio de su obrar, su realidad”. Es, ni más ni menos que “el concepto de la libertad convertido en mundo existente y la naturaleza de la conciencia de sí misma”.
Materialismo y Antropología en Karl Marx | ||||
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Para celebrar un aniversario filosófico, 200 años de pensamiento, queremos rendir homenaje a K. Marx (1818-1883) quien construyó una antropología sobre una visión materialista que configuró como premisa moral fundamental: la filosofía debía realizarse en la medida que se supera a sí misma. Su perspectiva sobre la filosofía fue fundamentalmente práctica, porque no se trataba de poner al hombre sobre los cielos, sobre la "esencia ideal", sino de poner a Dios en lo mundano del hombre; de realizar la existencia divina del hombre en la tierra. La autorreflexión del pensamiento crítico, es la necesidad de su superación en tanto realización de su propia filosofía, de su propio discurso.La relación entre antropología y materialismo en el pensamiento del filósofo aleman, es un proyecto «Normativo» que busca la superación de la filosofía en tanto realización práctica de la libertad humana. |
«[…] En las configuraciones examinadas anteriormente y que se diferencian en general conciencia, autoconciencia, Razón y Espíritu, se ha presentado también, ciertamente, en general, la Religión, como consciencia de la esencia absoluta, pero solamente desde el punto de vista de la conciencia, consciente de la esencia absoluta en y para sí misma, no se ha manifestado la autoconsciencia de espíritu [..]»
En la religión, el espíritu se sabe lo real, pero no es autoconsciente de sí mismo como lo real. Dios precisa de ser encarnado en un sujeto conceptual para ser real. Las diferentes figuras de la religión, por la necesidad de la superación, terminan en la «Religión revelada», puesto que esta tiene como determinación esencial al intelecto puro (Hegel, 1993). La filosofía especulativa viene a ser este momento en el que el espíritu se hace «En» y «Para sí» absolutizándose por completo. Los conceptos de la filosofía hegelina de libertad, sujeto, vida, espíritu, etc., se contienen entonces en su idea de «Razón» (Bonilla & Martínez, 2011).
[…] Con la misma Economía Política, con sus mismas palabras, hemos demostrado que el trabajador queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías; que la miseria del obrero está en razón inversa de la potencia y magnitud de su producción […]
«[…] La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas […] Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto: el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es su objetivación. Esta realización del trabajo aparece en el estadio de la economía política como desrealización del trabajador, la objetivación como pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropiación como extrañamiento, como enajenación […]». (Marx K. , Manuscritos de Economía y Filosofía, 2001).