Mostrando entradas con la etiqueta Heráclito. Mostrar todas las entradas

¿Qué es “ser de oposición”?


“Dime con quién andas, y te diré quién eres”

                                      Del refranero hispano



Dos interrogaciones en oposición



 El logos, la palabra, es el principio de identidad del ser, pensar, hacer y decir. Según Heráclito, filósofo del movimiento incesante, no es en el mundo de la inmediatez, de lo aparente -o de lo que aparece-, sino en la comprensión del correcto significado de la palabra, donde reside la verdad: “No escuchándome a mí, sino a la palabra, será sabio confesar que todas las cosas son una”. No se puede separar el ser del pensar porque, como dice Parménides, “son una misma cosa”. Y sin esta identidad las palabras devienen flatus vocis, dejan de significar lo que las cosas son. Baste con figurarse la piel que recubre al cuerpo humano sin el sostén de sus osamentas. Sería la flacidez, la inconsistencia misma. Las palabras tienen, pues, significado. Si no significan nada no son nada. En suma, si una palabra no significa nada deja de cumplir con su objetivo esencial. La identidad del símbolo con el objeto que nombra es, en consecuencia, lo que necesariamente lo sustenta. De lo contrario, sería ininteligible. Y sin embargo, se sabe que de la utilización -y manipulación- de las palabras abstraídas de su significante, desde la sofística hasta la era de la hegemonía de la racionalidad instrumental, se ha hecho un hábito, un modo de vida. De hecho, en los tiempos que corren, ellas se usan -y abusan- sin que necesariamente se correspondan con su objeto preciso, específico. Es el imperio de la palabra envilecida, banalizada.

 Lo que sirve para todo no sirve para nada. Lo que mucho significa nada significa. Este es, por cierto, el caso de la palabra oposición, en estos tiempos de pensamiento débil, de culto a la levedad, una vez que ha sido despojada de su ser, para ser utilizada como una chapa de refresco pegada con un alfiler y exhibida en la solapa, más por ser lo que no es que por lo que es. Confiscada y descontextualizada, enajenada en sí misma, la palabra ha perdido sus determinaciones, es decir, se ha vuelto indeterminada, imprecisa, al punto de que puede llegar a significar cualquier otra cosa que lo que su logos indica y formar parte de la larga lista de los productos “tapa amarilla”, hasta alcanzar el cénit de su propia prostitución. En una sociedad en la que el reconocimiento termina en las confusiones, lo invertido y lo grotesco, el extrañamiento propiamente dicho tiene que ser representado como la mayor identidad, como lo que le resulta extraño al sí mismo. Este es el escenario perfecto -grotesco- para que el ignorante se disfrace de sabio y el mediocre se haga pasar, a punta de poses y gritos, por aquello que en sustancia no puede llegar a ser. La hiena puede reírse y el chimpancé trajearse de lino o seda sin saber de humor o tener distinción. “Lo que natura non da”, ¡ni la UCV!

 ¿Qué es ser de oposición? Es el establecimiento -precisamente la o-posición- de una relación de dos términos recíprocamente contradictorios, de carácter polar, en la que cada uno es en cuanto que el otro es. Cabe decir, si uno de los términos desaparece, con ello irremediablemente desaparece el otro. En este sentido, la oposición es correlatividad, porque cada término -o posición- es necesariamente relativo al otro. No puede existir una derecha sin una izquierda, ni a la inversa. Elimínese la derecha e ipso facto desaparecerá la izquierda, o al revés. ¿Puede existir un padre sin un hijo o un hijo sin un padre? ¿Puede haber un arriba sin un abajo o un abajo sin un arriba? ¿Qué es lo que hace que la izquierda sea izquierda? ¿Qué es lo que hace que la derecha sea derecha? No hay “mediadores” en estos dos términos. No caben. O ¿acaso se podría imaginar un tertium datur entre los términos de padre e hijo?

 El logos es, como podrá aprecirse, más que una frase hueca, apta para los caletres. El lenguaje no es una nube de entidades vacías. Y es por eso que las repúblicas avanzadas lo son, porque más allá de las circunstancias y de los conflictos propios del día a día, han llegado a comprender que sin oposición no hay república. Será otra cosa, pero no una república en el estricto sentido del término. Fue Aristóteles quien, en dos de sus grandes obras, Categorías y Metafísica, puso los puntos sobre las íes en lo que respecta a los diversos tipos o grados existentes de contradicción. Además de la oposición, el gran pensador distingue entre la contradicción formal y la contrariedad. La primera, es el fundamento de todas las operaciones posibles del entendimiento abstracto, su matrix, dado su grado de indeterminidad. Parte de la absoluta disyunción e incompatibilidad presente entre los términos: o 'llueve' o 'no llueve'. La segunda, en cambio, establece la posibilidad de las intermediaciones entre géneros como, por ejemplo, 'blanco' y 'negro', donde caben las tonalidades de los grises. Pero este tipo de contradicciones son, como ya se ha dicho, las menos determinadas y, por eso mismo, las menos relacionadas con el devenir histórico, político y social. Y no por caso, fue la lógica de la oposición la que dio fundamento al historicismo filosófico de Hegel.

 No obstante, fue durante los primeros años del siglo XX que Benedetto Croce -hegeliano de formación- expuso una importante contribución para el estudio de la lógica de la contradicción. Y es que si bien oposición sólo puede haber entre términos correlativos ('izquierda' y 'derecha'), conviene distinguir entre términos que no lo son, como política y crimen. En este caso, la política no puede tener como término de interacción al crimen, porque no se trata de términos opuestos, correlativos, sino de términos distintos. Un político de derecha se confronta con uno de izquierda, se contradicen, luchan, se repelen. Pero saben que cada uno depende del otro, lo cual garantiza el equilibrio de la sociedad. Un político de derecha o de izquierda no se opone a un delincuente, él no es su opositor, porque son términos distintos. El criminal se opondrá al policia y ambos establecerán las oposiciones de rigor. Pero que un sector incompatible, distinto -diría Croce- respecto de un puñado de criminales se deje calificar o -peor aún- se autocalifique de “oposición” no sólo es un absurdo, sino una aberración, que pone en evidencia las distancias entre lenguaje y realidad. ¿Será que es tan difícil comprender que la política sólo se puede hacer entre políticos y no entre políticos y gansters? ¿O será que los políticos han decidido renunciar e la política, rendirse y hacerse socios de la gansterilidad? Más de una revisión del logos parecieran exigir las aguas del río de los tiempos, el devenir de la crisis orgánica del presente.


José Rafael Herrera


@jrherreraucv


Heráclito volumen II: Los contrarios, el fuego y el alma.




Hoy seguimos con el apasionante e hipnótico presocrático del cambio: Heráclito de Efeso (VI a.c. – V a.c.). Este es el segundo artículo que dedico a su filosofía ya que su doctrina es como un poliedro de diversas caras que no se puede abarcar con un solo vistazo. 

Anteriormente vimos los apartados del cambio y del logos y ahora nos ocuparemos de la teoría de los contrarios, del fuego y del alma. Todo ello condimentado con algunos fragmentos que se conservan de su obra. Nada como acercarse a un autor de forma cercana y sencilla lejos de esnobismos a los que por desgracia tienden algunos escritos filosóficos. 
¡Sin más prolegómenos vamos al lío!

LA TEORÍA DE LOS CONTRARIOS


La unidad de los opuestos es un tema ya manoseado antes de la aparición de la filosofías en Grecia y es que por aquel entonces ya se coqueteaba con la idea de que los opuestos constituían el mundo. Heráclito sigue esta idea defendiendo que la fricción que genera dicha oposición desemboca en un acto dialéctico que les proporciona unidad y cambio (¡Toma!, ¡Toma!, ¡Qué la dialéctica existía antes de Hegel!). 

Entender la doctrina de los opuestos es clave para entender la filosofía de Heráclito y por ello no hemos de caer en el error de pensar que los opuestos son la misma cosa, es decir oscuridad y claridad no son lo mismo pero sí que son interdependientes, la noche no puede existir sin el día. La lucha entre los opuestos genera una harmonía cósmica reflejada en la naturaleza y por ende en los seres humanos. Como buen filósofo, Heráclito era un friki de conceptualizar y clasificar, por ello, nos da ejemplos claros de esta unión de los opuestos, agrupándolos de varias maneras:

1) Opuestos que se encuentran en una misma cosa.

Fragmento 33

“Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo”
En este fragmento vemos como los contrarios arriba y abajo dan lugar a un camino con dos direcciones. De la misma manera que el día y la noche conforman un mismo cielo.

2) Opuestos procedentes de los diferentes puntos de vista al observar un mismo elemento.

Fragmento 35 

“Mar: agua la más pura y la más impura: para los peces potable y salvadora; para los hombres impotable y mortal”
El  mundo está plagado de opuestos que se engendran por diferentes perspectivas. El mismo lodazal es sucio para las personas y un paraíso para los cerdos. Como decía mi abuelo: Para gustos colores.

3) Otro grupo de contrarios son aquellos que se transforman mutuamente el uno en el otro y el otro en el uno, como muerte-vida o despierto-dormido o joven-viejo. Son contrarios mutables, convertibles. Son capaces de cambiar su estado. Los transformes de la naturaleza.

Fragmento 44

“Como a una misma cosa se da en nosotros vivo y muerto, despierto y dormido, joven y viejo. Pues lo uno, convertido, es lo otro, y lo otro convertido, es lo uno a su vez”

Heráclito con su teoría de los contrarios da salida a un problema filosófico de gran calibre discutido en la antigüedad y es el problema de la unida y la multiplicidad. De cómo lo uno se puede transformar en muchos. En este caso lo uno está se mantiene tensionado por los opuestos (múltiples).

EL FUEGO


El fuego es un elemento interesantísimo y controvertido a más no poder en la filosofía del de Efeso. El fuego representa el orden material del mundo que siempre ha sido, es y será. Dicho fuego no es creación ni divina ni humana, es increado y no tiene ni principio ni fin, es eterno. Esta claro que ni hartas de vino podemos conocer que es eso de la eternidad, ya que des de nuestra finita vida, la concepción del tiempo que tenemos es lineal, con su principio y su fin.

Fragmento 51
“Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo Dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será; fuego siempre vivo, prendido según medida y apagado según medidas.”

Para captar el fuego de Heráclito nos hemos de imaginarnos una moneda con 2 caras: Por un lado está el fuego, que es el constituyente material del Universo y por el otro lado está el  Logos, que es el constituyente racional, algo así como las reglas del juego del Universo. Materia y razón, fuego y logos, en una misma moneda que es el Cosmos. Pero ¿Cómo el fuego que es un solo elemento da paso a la variedad de elementos que encontramos en el mundo? Heráclito nos dirá que este fuego fluctúa, se enciende y se apaga y así da lugar a diferentes transformaciones que se materializan en otros elementos. Siempre con la medida de la razón (las normas del juego ya comentadas).

Este fuego se ha interpretado y se puede interpretar de dos maneras distintas (me encantan las peleas filosóficas): Como arjé, como constitutivo físico del que están hechas todas las cosas. Por ejemplo para Tales de Mileto el arjé es el agua. O de una manera más simbólica, también se puede entender el fuego como la representación del cambio constante de lo sensible, representación de un cambio que nunca cesa. Por ejemplo nuestro cuerpo des de que nace hasta que muere no para de cambiar. 

EL ALMA


La doctrina del alma está estrechamente ligada a la doctrina del fuego. El alma es del fuego, proviene del fuego y como este sufre sus transformaciones. Al venir del fuego el alma se apaga con el elemento líquido, por ello se debilita con los placeres alcohólicos, ya que la humedece. Una alma fuerte es para Heráclito una alma seca. Vamos que para Heráclito una persona que se quiera dedicar a la filosofía mejor que no se dedique a hincar el codo, pero digo yo también que a veces una copilla con moderación te libera la mente y te suelta la lengua.

El alma seca es el alma sabia. Por ello imagino que debió ser muy pero que muy duro para Heráclito sufrir una enfermedad llamada hidropesía que se caracteriza por grandes retenciones de líquido asociadas a otras enfermedades en el aparato digestivo, o en los riñones, o en otros órganos. Imagino que el filósofo lo interpretaría como símbolo de una alma menos sabia. 
Por otro lado se puede interpretar por sus escritos que el alma sobrevivía a la muerte del cuerpo.

Fragmento 74

“A los hombres, tras la muerte, les esperan cosas que ni esperan ni imaginan”

Esta alma que fluctúa como el fuego la hemos de mantener seca y sabia con la esperanza de un más allá inimaginable.

En conclusión, tras ver varias caras de la filosofía heraclitiana (logos, cambio, contrarios, fuego y alma) me da hasta pena acabar el escrito. Para mí es uno de esos autores que revisionas a lo largo de los años y cuya concepción va variando. Su filosofía del cambio me ha servido a nivel personal para sofocar alguna encrucijada filosófica en la que me he encontrado y por ello le guardo especial cariño. No descarto que tras unos meses y otra relectura estos dos artículos se conviertan en trilogía, o quien sabe quizás una saga, solo el tiempo lo dirá.










  

HERÁCLITO VOLUMEN I : CAMBIO Y LOGOS

 



Este es el primer artículo de una serie de escritos que gira en torno a una figura que me ha estado obsesionando este verano. Hablo del presocrático Heráclito. Su pensamiento es como un prisma de múltiples caras, todas forman parte de una misma figura y es necesario verlas por separado para entender profundamente que forman parte de un todo.

 

Mi camino hacia su pensamiento se inició hace mucho y me gustaría poder compartir este comienzo tan personal. A la tierna edad de 5 años tuve una especie de encontronazo filosófico donde salí de mi zona de confort. Es algo así como cuando te quitan las rueditas de atrás de la bici.

Yo estaba sola en el baño de casa de mis abuelos jugando con un juguete muy básico que hoy en día siguen vendiendo en ferias y bazares. Se trata de un palo de colores flúor que en su extremo inferior se une con un cilindro perforado. Yo miraba como giraba y giraba de forma hipnótica, estaba totalmente atrapada por la forma y el movimiento. Algo tan simple despertó en mi el siguiente pensamiento:

“Gira y gira, parece que todo el rato es igual pero en realidad es diferente.”

La vedad que ese pensamiento me dejo un poco loca. No sabía muy bien como interpretar ese pensamiento, solo sentí que algo me removía por dentro. Eran pensamientos muy vagos y difíciles para una niña pequeña.

Al poco rato mi abuela me llamó, ya era la hora de comer (Os juro que mataría alguien ahora mismo por un plato de comida de mi yaya).


 

Para este proto pensamiento filosófico encontré alivio en 1º de Bachillerato cuando mi profesor nos habló Heráclito. Lo primerito que hay que saber es que a Heráclito lo apodaron “el oscuro” ya que escribía en formato de aforismo (sentencias breves que nos sirven como reglas). Como os podéis imaginar su estilo no facilita para nada el seguimiento posterior de su obra y además grandes filósofos como Platón o Aristóteles lo citan de mala gana y con poco rigor. Como un Chupa-Chups en el patio de un colegio, Heráclito es hartamente manoseado y su mensaje se ve deformado por montones de pensadores posteriores.

 

Hoy en día nos ha llegado la siguiente información, se ve que vivió entre el siglo VI a.c. y el siglo V a.c., en Efeso, una ciudad de Asia Menor y que escribió un libro titulado “Acerca de la naturaleza” dividido en tres partes: Una dedicada al Universo, otra a la política y otra a la teología. También sabemos que lo apodaron “el sin risas” ya que era un misántropo de mal carácter, soberbio (algo muy poco habitual en el mundo de la filosofía…ja  ja ja) y que despreciaba a figuras de 1ª línea como Pitágoras, acusándolo de poseer un conocimiento meramente acumulativo y no verdaderamente filosófico. Supongo que el no ser el chico más popular del instituto no le ayudó a que posteriormente lo citaran correctamente.

 

Ya entrando en materia os diré que Heráclito es famoso por la siguiente sentencia que quizás ya conocéis: “No nos podemos bañar dos veces en el mismo río” (como el girar del juguete, el agua del río fluye). Esta frase la escuché por 1ª vez cuando tenía 16 años y mi concepción de la filosofía heracitiana ha ido evolucionando. En un inicio interpreté su celebre frase como que todo fluye en el cosmos, que todo es devenir y cambio como el caudal del río que discurre sin pausa.

 

Pero luego pensé lo siguiente… ¡Cuidado que igual os va a explotar la cabeza! Que todo fluya no quiere decir que el cambio constituye lo real y que por ello no existe identidad debajo de los cambios. El flujo universal del cosmos es compatible con la permanencia en el cambio. A pesar de que parece complejo pero es muy sencillo si tomamos el siguiente ejemplo: Mi reflejo en el espejo va cambiando, soy mutable y caduca, pero para que este cambio se de ha de haber un sujeto que cambie, un sujeto que permanezca. Si amigas/os cambio y permanencia son compatibles. Todo esta en perpetuo cambio, vuestros cuerpos serranos también, pero necesitamos de un sujeto, un río o un juguete, que permanezcan para que dicho cambio se dé.

 

El cambio es un tema central en su filosofía y existen diferentes interpretaciones pero para entenderlo bien y crearnos una opinión propia hemos de ver porque reglas se rige. Las reglas del juego nos las da el logos, término filosófico más que polisémico. En las obras de la época se entiende como logos una especia de razón o de verbo entendido como habla, pero para Heráclito el logos abarca mucho más, es un patrón universal que rige el Universo. Son las normas que alumbran y determinan el juego aquí y en Pokón.

 

Según el filosofo podemos captar este logos, la razón, en la propia cotidianidad de la vida ya que todo sucede de acuerdo a esta “programación”. Pero la cosa no es tan sencilla ya que de momento los misterios de la vida siguen siendo eso, misterios. Ya en su tiempo Heráclito era consciente de ello y defendía que la gente corriente no era capaz de entender ni captar la estructura que estaba delante de sus ojos, por ello nos propone un método, una ayudita, que nos permita ver con más claridad. Nos propone descomponer las partes y examinarlas y asimilarlas por separado para luego observar la relación que hay entre ellas (huele a regla cartesiana). Aún así solo el verdadero/a filosofo/a será capaz de verlo. La normativa cósmica está estrechamente ligada con el cambio ya que el mundo que observamos está atado a la corrupción y al cambio y como prueba el nacimiento y muerte de todo ser. Es un ciclo sin fin como en El Rey León. Toda criatura, sin excepción, nace, vive y muere al margen de fantasías propias de Entrevista con el vampiro.

 


No solo del logos y cambio vive su filosofía, hay muchas más caras interconectadas en este poliedro que veremos más adelante.  Con estos escritos no solo quiero reivindicar la figura “del oscuro”, también quiero reivindicar el papel de la filosofía como elemento sanador en nuestra cotidianidad. Estoy más que harta de aquellas personas que la encierran en una torre de marfil y no permiten que sea accesible. Todas las personas tenemos encontronazos filosóficos desde la infancia y la filosofía nos puede acompañar.

 

CONTINUARÁ…

 

 

Adorno hoy

Adorno y barbarie.


Hace pocomás de un mes se cumplieron cincuenta años de la muerte de Theodor Wiesengrund Adorno, uno de los más importantes pensadores del siglo XX y, junto con Walter Benjamin, Max Horkheimer y Herbert Marcuse, una de las figuras emblemáticas de la llamada Escuela de Frankfurt, cuya teoría crítica de la sociedad –ese gran proyecto para la comprensión dialéctica e histórica de la cultura contemporánea– aún se sigue desarrollando. Y es que después de aquella primera generación de pensadores que desde 1931 conformaron el Institut für Sozialforschung –o Instituto para las Investigaciones Sociales–, han surgido dos generaciones más, herederas de su valiosa tradición, conducidas de la mano, primero, de Jürgen Habermas y, más recientemente, de Axel Honneth.

En todo caso, será necesario afirmar que entre todos sus distinguidos miembros Adorno ha sido, y sigue siendo, el más lúcido y profundo, y no pocas veces hasta la densidad abismal, pues si en algo coincide su modo de pensar con el de Heráclito y el de Hegel es, precisamente, en aquello que los identifica: el espesor de su densidad.

Más allá de “la mezquindad y el rencor” que caracterizan las abstracciones de un Schopenhauer –dice Adorno–, “en el terreno de la gran filosofía, Heráclito y Hegel son los únicos con quienes, de vez en cuando, no se sabe, ni se puede averiguar de forma concluyente, de qué se está hablando, y con los cuales no está garantizada la posibilidad de semejante averiguación”. Lo propio aplica para el autor de la Dialéctica Negativa.

En uno de sus ensayos, Adorno sostiene que la tarea más urgente de toda educación consiste en superar la barbarie. No obstante, se pregunta si en ella pueda ser cambiado algo decisivo mediante la educación actual, inmersa como está en la ratio instrumental. Como podrá observarse, se trata de la puesta en escena de la contraposición de dos tendencias fundamentales, alrededor de las cuales gira el problema central de la sociedad contemporánea. Dos tendencias que son, en realidad, dos presupuestos sobre los que aún hoy se debate el presente.

Paradójicamente, en el horizonte problemático de la civilización técnica, altamente desarrollada, los individuos parecen encontrarse ubicados por detrás de su condición civil, y no solo se trata de aquellos que aún no se hayan en sintonía con el avance técnico-científico alcanzado hasta ahora, y que pareciera ser natural para la llamada "millennials generation", sino de quienes, según Adorno, se encuentran “poseídos por una voluntad de agresión primitiva, por un odio primitivo o, como suele decirse, por un impulso destructivo que contribuye a aumentar todavía más el peligro de que toda esta civilización salte por los aires, algo a lo que, por lo demás, ya tiende por sí misma. Impedir esto me parece algo tan urgente que subordinaría a ello los restantes ideales específicos de la educación.

La cuestión de fondo que aquí pareciera plantearse consiste en si, en efecto, las personas que se consideran equilibradas y normales, moderadas y relativamente ilustradas en todos los sentidos que caben en las pautas de la vida cotidiana, es decir, las personas promedio, ajenas a la agresión e incapaces de cometer actos de barbarie, representan efectivamente un producto deseable para la sociedad actual. O, en otros términos, ¿hasta qué punto puede la voluntad consciente introducir acciones dentro del ámbito educativo capaces de producir o reproducir expresiones propias o constitutivas de la barbarie?

El humus propicio para el cultivo de la barbarie es la represión, la ausencia de promoción de las motivaciones autonómicas. Por eso, los regímenes que han hecho de la barbarie su “legado” le temen tanto a la autonomía y, antes bien, imponen un modelo de educación “controlada”, sometida a criterios regulatorios, ajenos al desarrollo de las más diversas manifestaciones de la iniciativa individual, en nombre de la autoridad y del poder establecidos. Los programas son cerrados, la inventiva está demás. Ajenos a toda creación espontánea, no existe ni orden ni conexión entre las ideas y las cosas. La memoria y el “caletre” se imponen como los padres putativos, los “tutores”, de las más diversas formas de conocimiento. Y así, lejos de contribuir a transmutar los instintos de agresión en inclinaciones productivas, las tiranías, al imponer sus criterios escolásticos cerrados, formales y represivos, concentran y potencian la agresión barbárica.

A la lucha contra la barbarie y su consecuente superación se corresponde un momento de indignación suprema, no sobre la base de la memoria sino del recuerdo reconstructivo del decurso histórico de la humanidad, o por lo menos de sus momentos estelares. Se trata de poder conducir los rasgos persistentes de barbarie contra el propio principio de la barbarie, contra la barbarie misma, en lugar de contenerla, evitando que sus potencialidades produzcan una nueva irrupción contra el desarrollo de la civilidad.

Existe barbarie ahí donde se constata una recaída en la fuerza física, bruta, primitiva, exaltada como símbolo mítico de grandeza revolucionaria, “al servicio de la humanidad”. Aquiles aparece aquí como un niño ingenuo frente al guardia nacional que compite por ser el más destacado torturador, el que mayor cantidad de ciudadanos lleva asesinados o el que más cantidad de civiles ha golpeado y humillado. En su opinión, el instinto de competencia comporta los signos de la barbarie, tanto para el vencedor como para el vencido.

El vencedor entra en la gloria del Walhalla de la patria, en el sagrado panteón de los “héroes”: se ha hecho merecedor de un bono salarial y una caja extra de alimentos. El vencido concentra sus resentimientos, que se traducen en la duplicación de sus potencialidades barbáricas. La competencia es un instinto y, por eso mismo, es contrario a la educación estética, por lo cual termina ahondando en las representaciones primitivas y en los más diversos modos de infantilismo barbárico. Competir –agrega Adorno– no es el mejor incentivo para el desarrollo de la vida civilizada. Hay que perder la costumbre de utilizar los codos. Los codazos son, sin duda, expresión de barbarie. “Lejos de ser una hermosa máxima, el fair play, hipostasiado y convertido en motivación sin concepto, encierra algo inhumano”, tan inhumano y barbárico como la actitud corderil que contempla lo abominable para inclinar la cabeza y cerrar los ojos.

Mucho tiene aún que decir Adorno hoy. Más allá de quienes consideran que la época de la ratio instrumental que enjuició es ahora un juego de niños, las premisas que sustentan el desarrollo tecnológico actual siguen siendo las mismas. El darwinismo social sigue intacto. La persistencia de la barbarie dentro y fuera del sistema educativo se sustenta en el autoritarismo, cuya última justificación para su predominio no apela a la razón sino la fuerza bruta. La tarea está pendiente. Por eso mismo, el pensamiento de Adorno sigue teniendo vigencia. No son pocos los muertos que, como él, gozan de excelente salud.

Lecturas en la penumbra.


José Rafael Herrera
Lecturas en la penumbra:
Hegel o la reivindicación heraclítea del devenir


La penumbra tiene la propiedad de no dejar percibir dónde termina la oscuridad y dónde comienza la luz. Su sombría presencia circular no permite precisar con exactitud el inicio de la una y el acabamiento de la otra. No sin cierto riesgo -que, llevado de la mano por la tentación de su belleza singular, bien se puede antojar divino, como casi todo riesgo- es posible leer en la penumbra. Salva al encantamiento del riesgo en cuestión el hecho de poder percibir cierta magia en los caracteres desdibujados que, de pronto, cobran vida y que permiten sorprender, para la mirada atrevida, y detrás de la letra muerta, nada menos que al Espíritu: al Logos re-cobrando realidad inmanente, ejercitando la pureza del fuego que es su ser y que, a la vez, no lo es. La filosofía propiamente dicha, es decir, la que comporta sentido enfático, sin duda vive entre luces y sombras por el bien de las ideas. Sólo quien ha penetrado en la más densa oscuridad puede conquistar la luz de la verdad: “en el círculo el principio y el fin coinciden”, observa, en la penumbra, el Éfeso oscuro.

Skoteinos es aquel ante el cual el prejuicio muestra la mayor intolerancia, justamente como expresión de su impotencia, porque, como dice Heráclito, “la mayoría de los hombres no reparan en las cosas con que topan, ni tampoco llegan a conocerlas al instruírselos, pero se lo imaginan”. La filosofía, entendida positivamente, esa que similar al día a día de los tribunales juzga a los hombres como si fuesen folios, gusta colocar diques a los ríos, sofocar el fuego del pensamiento y disecar lo vivo, confundiendo el saber con la fe. “El devenir de la esencia -dice Hegel- es el movimiento de la nada a la nada, y, por ello, a sí misma: el tránsito o devenir se deja en suspenso en su propio transitar, pues lo otro, lo que viene-de semejante tránsito no es el no ser de un ser, sino la nada de una nada; y esto, ser la negación de una nada, es lo que constituye el ser”: “A los que están entrando en los mismos ríos otras y otras aguas sobrefluyen” -acotaría el Éfeso, de haber leído la cita anterior del idealista alemán.
“No hay -advierte Hegel, en sus Lecciones sobre la historia de la filosofía- ninguna proposición de Heráclito que no esté recogida en mi Lógica”. La pregunta que conviene responder, a la luz y como resultado de esta afirmación hegeliana, es decir, que su Ciencia de la Lógica ha re-colectado, con-tenido y a-similado la totalidad de la formulación conceptual, de la especulación propiamente dicha, de Heráclito, cabe ser expresada de un modo simple, con ingenuidad y no sin cierta 'maravilla', o sea, cierto thauma o sorpresa aristotélica: la misma ingenuidad con la que -por cierto- el niño del cuento de Andersen -de nuevo- no sin sorpresa, exclama, frente a la muchedumbre velada por la pre-su-posición, que el Rey estaba desnudo. La pregunta, entonces, que viene-con la afirmación hecha por Hegel, es la siguiente: ¿Es verdad que en su Lógica -es decir, dentro de la arquitectura de su sistema filosófico, la quizá la obra más importante y representativa- Hegel recoge todas las proposiciones formuladas por Heráclito? O, más simplemente todavía: ¿Qué quiere decir para Hegel recoger todas las proposiciones de Heráclito?

El propósito de las líneas que siguen a continuación, consiste, precisamente, en mostrar, más allá de las muy conocidas relaciones, si se prefiere, estrechas, entre Heráclito y Hegel, quien por lo demás -y como ya se sabe- se declara abiertamente seguidor del filósofo de la antigüedad, algunas consideraciones acerca de la sustancial historicidad -crescit et concrescit- que se haya inmanentemente presente en su filosofía. Historicidad que da cuenta no sólo de la rica herencia especulativa que él -Hegel- ha sabido asimilar en relación con la filosofía heraclítea, sino, del mismo modo, del con-crecimiento de dicho saber, con base en la especulativa y siempre negativa modificación -precisamente, en virtud de su con-crecer- que van dejando las 'otras y otras aguas' de 'los mismos ríos'. En una expresión, se trata de reivindicar, a un tiempo, la tesis de la presencia y no, del peirón y del apeirón, del oscuro filósofo de la antigüedad clásica en el interior del tejido conceptual de la filosofía hegeliana en sentido enfático, esto es: de la Aufgehoben heraclítea, de su determinante conservación y, a la vez, de su necesaria superación.

Para responder esta pregunta, es menester no perder de vista el hecho de que Hegel, ya desde los primeros años de su formación, en el Stift tubingués, es un nostálgico de la antigüedad clásica, que no está dispuesto a perder las riquezas conquistadas por la “feliz totalidad”, como la llama. Una cultura que, a su juicio, y a pesar de la “enfermedad cristiana”, tiene que ser recuperada para la satisfacción del Espíritu. La tarea, entonces, consiste para Hegel -como también para Hölderlin- en re-descubrir la obra común que constituyó el secreto de la “bella eticidad” helena. La verdad está en el 'En Kai Pan' de los hombres que ofrendaban, orgullosos, su vida, de ser necesario, por la razón y la libertad de la Polis. El trabajo de su época consistía precisamente en eso: en la reconstitución de la totalidad que la oscura noche de la 'teología filosófica' -aún en su tiempo, palpitante- había esparcido a lo largo de la historia. Grecia, y especialmente la Grecia presocrática, no es solamente un momento del desarrollo de la historia, sino la referencia ineludible del absoluto, el punto de honor de la humanidad, la primera y grande encarnación del Espíritu en su verdad. Grecia representa para Hegel “el Espíritu verdadero” y el objetivo de su tiempo consistía en reconocerlo plenamente. Y esa, justamente, era la razón de por qué los griegos desconocían el “más allá”, porque el Espíritu no es trascendente: vive en el mundo. Como dice Hegel en la Fenomenología, el mundo griego es “un mundo inmaculado, al que no altera escisión alguna”. En dicho mundo encuentra su catarsis el drama del señorío y la servidumbre: los individuos son ciudadanos que actúan en un ambiente de reconocimiento. La Polis se manifiesta, por vez primera, como la verdad y la realidad concreta de la razón, es decir, aquella que para ser auténtica y verdadera razón tiene la necesidad de realizarse en un pueblo libre, en la presencia del “Espíritu viviente”.

El “Logos” vive, pues, en la ciudad democrática. La obra común, la acción de todos y cada uno en el interior de la vida orgánica de la ciudad libre es, nada menos, “la cosa misma” (die Sache selbs). Ese, y no otro, es el auténtico fluido, el fuego eterno del que todo está hecho, el ser en cuanto ser. Su recuerdo genera en Hegel nostalgia de objetividad. Su recuperación es una necesidad ante la desdicha creada por la sociedad 'cristiano-burguesa', una desdicha que tiene que ser superada. La felicidad griega nada tiene que ver con el eudemonismo, sino, como ya se ha dicho, en la unidad con el mundo, en el encuentro del sí mismo con el ser. “Nuestra fantasía -dice el joven Hegel- no se escandaliza con la mitología de los griegos... Sus dioses andan de aquí para allá por el cielo, deliberan, se hacen la guerra y se abandonan a sus humanas pasiones. La piedad de sus orantes y sacrificantes nos es sagrada... El republicano libre, que empleaba sus fuerzas en pro de la patria, que dedicaba a ella su vida, en el sentido del Espíritu de su pueblo, al hacerlo por deber no daba tanta importancia a su empeño como para poder exigir una indemnización, un desquite. Ha trabajado por su idea: ¿qué podría exigir a cambio? Habiendo sido valiente no espera otra cosa que vivir en compañía de los héroes en los Campos Elíseos... Vida que es más feliz nada más que porque está libre de las calamidades de la naturaleza humana necesitada”.

El mundo griego es la prueba viviente de la felicidad como resultado de la obra colectiva, del ser de la sustancia ética, del “Espíritu de pueblo” (Wolkgeist). Ha conquistado su propio destino y vive de él y para él, de su en sí (in sich) y de su para sí (für sich). Como dice Hegel en la Fenomenología: “únicamente en la vida de un pueblo encuentra su perfecta realidad el concepto de la razón consciente de sí”. En síntesis, la Polis fue el locus en el que la humanidad pudo conquistar aquello que las sucesivas formaciones sociales han anhelado, desde el República romana hasta la revolución francesa. Como se podrá apreciar, los intereses conceptuales, propiamente filosóficos, no se hallan distantes de los intereses morales, políticos y sociales. No para Hegel. Pensar y saber el ser es la premisa necesaria para realizar la libertad. Pensar y saber la libertad es la premisa, igualmente, necesaria para realizar el ser. No hay en Hegel, como en Kant, una “Razón pura” y una “Razón práctica”. Hasta en esto Hegel es fiel al espíritu griego: la verdad se identifica con el bien y la verdad y el bien con la belleza, lo mismo que ésta con aquellas: uno y todo: 'Εν' y 'Παντα'. Por eso los presocráticos le resultan atractivos. Y por eso, entre los presocráticos, Heráclito de Éfeso le resulta el más atractivo.

No obstante, y a diferencia de Hölderlin, para quien la Grecia antigua era poco más que “el paraíso perdido”, para Hegel poco a poco se fue haciendo claro que la condición nuclear, propia del mundo griego, era, tal y como se manifestó, una sustancia inédita e irremediablemente irrepetible. Parafraseando a Hegel, será prudente considerar el hecho de que resultaría cuando menos imposible que dentro de una bellota quepa y pueda respirar la completitud del árbol, pues si bien es cierto que potencialmente el entero árbol se encuentra en la bellota, no menos cierto es que aún no se ha desarrollado, no han crecido sus raíces, ni su tallo, ni su follaje. En suma, en la bellota está todo el árbol y, a la vez, no lo está. Es potencia, no acto. Como dice Heráclito: “las cosas enteras y las no- enteras, lo convergente y lo divergente, lo unísono y lo desentonado..., de cada cosa es posible formar una unidad, y de esta unidad todas las cosas consisten”.2 En una expresión, todo nace de la unidad y de la unidad nace de todas las cosas.
En un famoso ensayo de 1961, publicado en el primer volumen de los Estudios hegelianos -los Hegel-Studien-, titulado “Hegel y la dialéctica de los filósofos griegos”, Hans-Georg Gadamer ha dado cuenta del proceso de concrecimiento de la idea de 'Logos' heraclíteo en la filosofía de Hegel. Gadamer explica dicho proceso de la siguiente manera: “Se trata de una progresión inmanente, que no pretende partir de ninguna tesis impuesta, sino, más bien, seguir el automovimiento de los conceptos, y exponer, prescindiendo por entero de toda transición designada desde fuera, la consecuencia inmanente del pensamiento en continua progresión”.3

Es verdad que introducir la dialéctica, como expresión de aquello a lo que unas veces Heráclito llama Logos y otras Fuego es ya, de suyo, hacer dialéctica. A pesar de que el término viene a ser utilizado explícitamente por Platón, quien además lo pone en boca de Sócrates, y que la configuración que asume en los diálogos Filebo, Sofista y Parménides es de suprema importancia en el desarrollo de la dialéctica hegeliana, implícitamente el Logos, en Heráclito, ya comporta en su interior aquella 'fuerza de lo negativo' sin la cual la dialéctica se convierte en un simple y poco menos que útil artificio. En este sentido, conviene tener presente que Platón y, mediante él, el propio Sócrates, son herederos especulativos directos del pensamiento de Heráclito. Eso sí: siempre que por dialéctica no se comprenda un método preestablecido y ajeno a la cosa, o aplicable a cualquier cosa, es decir, un artilugio. Y, de hecho, lo que sucede en Heráclito con el Logos es que exige ese “puro mirar atentamente”, ese “quedarse” hasta que el objeto empiece a generar su propio, inmanente, movimiento. La dialéctica es, como dice Hegel frente a Goethe, “el espíritu de contradicción organizado”. Y es eso, justamente, lo que Hegel, en medio de la penumbra, sabe leer y recoger de las enseñanzas del Éfeso. Pero, además, es eso lo que convierte a Hegel en deudor de Heráclito y muy probablemente lo que le hace afirmar que no haya ninguna proposición de Heráclito que no esté contenida en su Lógica. De hecho, el Logos heraclíteo sustenta la idea de la Lógica hegeliana, cada vez que el Ser muestra, en medio de su continuo Devenir, la nudez de su Nada.
En este sentido, es necesario tener en cuenta el hecho de que la dialéctica no es un método, por lo menos no lo es con el significado con el que se le conoce en la actualidad. Sólo lo es si se analoga con el pensamiento concreto, con aquel pensamiento que Spinoza designaba como el “tercer grado de conocimiento”, el conocimiento que vuelve, retrospectivamente, “de los efectos a las causas¨, para reconstruir el proceso mismo de su decurso. Por eso mismo, ella -la dialéctica- intenta una y otra vez no permanecer, no quedarse detenida, fija, puesta, positiva. Ella es el movimiento mismo que anima a 'ese río que fluye'. Una y otra vez se corrige a sí misma, según la modificación continua que vaya experimentando la cosa. Porque ella -la dialéctica- es un pensar que no se conforma con el orden conceptual. Más bien, corrige el orden conceptual mediante el estudio del objeto al que, como ya se ha indicado, atentamente mira. Su nervio vital es, por ello, la contraposición. No consiste en un mero arte de operaciones formales, sino en el intento de superar, una y otra vez, a cada nuevo paso, la manipulación y el dominio que pretenden ejercer los conceptos sobre la objetividad. Su lucha es la lucha de Heráclito, una lucha que consiste en obligar al concepto a incorporar en él aquello que no es concepto: el intento de auto-reconstrucción del pensamiento a través de la cosa. Inagotable labor, en consecuencia y, no pocas veces, ingrata. Pues siempre de nuevo (Immerwieder) el pensamiento se ve confrontado con su opuesto, cabe decir: con su otreidad.

Con base en lo dicho hasta ahora, cabe advertir, con Gadamer, que no existe una dialéctica “pura” y “acabada”. No lo es la de Heráclito, ni la de Platón. Como tampoco lo es la de Hegel. Una dialéctica que presupone, construida con elementos previamente fijados, con supuestos y prejuicios, no es dialéctica. Menos se puede pretender derivar mecánicamente una dialéctica de otra, una suerte de 'cadena de montaje' dialéctico. Su auténtica continuidad es la discontinuidad. Su ser auténtico es la nada.

En el “Prólogo” a la Fenomenología del Espíritu Hegel escribe: “El tipo de estudio de los tiempos antiguos se distingue del de los tiempos modernos en que aquél era, en rigor, el proceso de formación plena de la conciencia natural. Este se remontaba hasta una universalidad corroborada por los hechos, al experimentarse especialmente en cada parte de su ser allí y al filosofar sobre todo el acaecer. Por el contrario, en la época moderna el individuo se encuentra con la forma abstracta ya preparada; el esfuerzo de captarla y apropiársela es más bien el brote no mediado de lo interior y la abreviatura de lo universal más bien que su emanación de lo concreto y de la múltiple verdad de la existencia. Hé aquí por qué ahora no se trata tanto de purificar al individuo de lo sensible inmediato y de convertirlo en sustancia pensada y pensante, sino más bien de lo contrario, es decir, de realizar y animar espiritualmente lo universal mediante la superación de los pensamientos fijos y determinados. Pero -concluye Hegel- es mucho más difícil hacer que los pensamientos fijos cobren fluidez que hacer fluida la existencia sensible”.4

La filosofía antigua -y especialmente la filosofía de los presocráticos, así como la de Platón y Aristóteles- es una lección de vida: nos enseña que lo especulativo propiamente dicho, es decir, lo productivo del pensamiento, consiste en que lo individual es purificado y elevado desde la inmediatez a condición universal, porque devela como una ilusión la certeza sensible y la opinión que la reifica, ubicando al pensamiento en condición de conocer la verdad de la cosa, sin la intromisión del prejuicio y de la dureza que caracterizan lo positivo.

Deudor de la antigüedad, amante de la antigüedad, Hegel ha sabido, no obstante, comprender que el tiempo no ha pasado en vano, y que la experiencia de la conciencia, si es que se quiere ser auténticamente fiel a las geniales intuiciones de Heráclito, más tarde desarrolladas por Platón y Aristóteles, con base en las necesarias y determinantes modificaciones sufridas por la objetividad, y con ella, por la Bildung, tienen que desplegarse, ser objeto de su negación y, a la vez, de su asimilación. El desarrollo hecho por el mundo heleno de la objetividad, de la no subjetividad, es un momento, sin duda espléndido, del proceso de desarrollo del pensamiento, pero no es el último. En tal sentido, se trata de una abstracción si no se concibe como parte del proceso subjetivo, de la no objetividad, que a su vez lo niega y que concibe la totalidad del mundo dentro de los límites de un sistema de categorías racionales. De igual modo, e inversamente, es una abstracción el momento de desarrollo dado por la subjetividad moderna, si ésta se escinde de las conquistas de la objetividad hechas por la cultura helena. La tarea de Hegel consiste, precisamente, en hacer concrecer este doble desarrollo, mostrando sus aciertos y sus límites a objeto de preparar el terreno para el recíproco reconocimiento, en pro de la verdad concreta.

La verdad del mundo heleno está en el mundo moderno. La verdad del mundo moderno está en el mundo heleno. Este es el 'otro del otro' que es 'sí mismo', la “razón de la locura” anunciada por Shakespeare. Un movimiento recíproco inmanente, heraclíteo si se quiere, pero en una dimensión superior. No, pues, la mecánica aplicación de un 'método' ajeno a su propio movimiento, sino el sorprendimiento del movimiento mismo en sus recíprocas ausencias. Y es en este automovimiento que el objeto ya no puede ser separado del sujeto ni el sujeto del objeto. Se trata de una reconstrucción de la antigua dialéctica. De hecho, la Lógica de Hegel es una reincorporación de la unidad propia de la filosofía helena a la ciencia especulativa. Incluso, por mucho que su pensamiento se encuentre condicionado por la filosofía moderna, especialmente por la Aufklärung y por Kant y Fichte, en virtud de lo cual el absoluto es voluntad, actividad espiritual, subjetividad, para Hegel, no es únicamente en la subjetividad autoconsciente donde se concibe el saber, sino en la racionalidad de lo real y en la realidad de lo racional. Su filosofía está, más allá de las distancias, en una línea de continuidad con el Logos, esta vez, desplegado, rico y concreto. Lo cual coloca a Hegel, como sugiere Gadamer, en el honroso sitial de ser, nada menos, que “el último de los griegos”, si es verdad, como en efecto lo es, que la grecidad no es una raza sino, más bien, una cultura, un modo de ser y de pensar.

Ocupándose de Zenón, Hegel afirma que “la razón por la cual la dialéctica se ocupa primero del movimiento es, precisamente, el hecho de que ella misma es movimiento”. O, dicho de otro modo, “el movimiento mismo es la dialéctica de todo ente”. En su intento por demostrar los argumentos de su maestro Parménides, refutador de Heráclito, Zenón no logra comprender que la contradicción del concepto de movimiento es la mejor confirmación del movimiento como tal, su más contundente admisión: “si algo se mueve -observa Hegel-, ello no es por estar aquí en este ahora y en otro ahora allí (allí donde esto está en algún tiempo dado, no está precisamente en movimiento sino en reposo), sino tan sólo por estar, en uno y el mismo ahora, aquí y no aquí, por estar y al mismo tiempo no estar en este aquí”. El movimiento, pues, no es un predicado de lo que es movido, ni es un estado en el que se encuentra un ente: es una determinación del ser. Y esa peculiar determinación pone de manifiesto que el movimiento es “el alma del mundo”, no como predicado, sino en sí mismo, como aquello que permanece en la desaparición: el sujeto como sustancia y la sustancia como sujeto.
De este modo, la rígida quietud del cosmos de las ideas no puede ser verdadera. El Logos al que están referidas las ideas, ése que piensa la relación misma de las ideas entre sí, es el movimiento inmanente al pensar y, al mismo tiempo, el movimiento de lo pensado. Todo fluye. La dialéctica del movimiento, el movimiento mismo, es la continua contradicción a la que conduce la labor de pensar el movimiento como ser y el ser como movimiento, lo que no puede impedir que el movimiento tenga por necesidad el ser en comunión con el no-ser.

El viejo Parménides declara su impotencia en el diálogo platónico. Heráclito, a través de diminutos hilos de agua que van fluyendo lentamente, llega a Hegel, quien recoge estas aguas para incorporarlas al río de fuego de la historia. Lo ha superado, sí, pero lo ha conservado. Ninguna bellota permanece si no llega a ser árbol. Ahora el resultado es lo mismo que el comienzo, porque el comienzo es el fin: “No nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros en un roble”.

Lo dialéctico, lo “negativo-racional”, es la superación de la determinación abstracta y el tránsito a la determinación que se le contrapone. El filósofo de la fluidez infinita ha sido, finalmente, reivindicado. Entre luces y sombras, en la abstracta circularidad de la penumbra, el propio fluir de la cosa ha manifestado su necesidad de romper el círculo para constituir un incesante movimiento circular, un círculo de círculos. Se encuentran los oscuros, los skoteinós. Es un encuentro en la lejanía.

1GWF Hegel, Escritos de juventud, 1978, México, FCE, p.39-43.
2Heraclitus, Texto griego y versión castellana (editio minor), a cargo de M.Marcovich, 1968,ULA, Merida, p43
3Cfr.: Hans-Georg Gadamer, La dialéctica de Hegel, Madrid, Cátedra, 1979, p12
4GWF Hegel, Fenomenología del Espíritu, 1978, México, FCE, p24