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De la Heteronomía: La Dominación del Ser en la Sociedad Contemporánea

Imagen conceptual de un pastor guiando a un rebaño de ovejas sobre una montaña, simbolizando la heteronomía y la sujeción en la filosofía social






A mi querida sobrina Jeli Herrera, violista,


concertista y amante de la libertad





“Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de uso racional -o más


bien de abuso-, son los grilletes de una permanente minoría de edad”


                                                    Immanuel Kant, ¿Qué es la Ilustración?





En el campo de la filosofía práctica, el fenómeno de la heteronomía se comprende como la experiencia de la conciencia de un sujeto dependiente, sometido a un poder que -se presupone- lo sobrepasa y lo abruma. Se trata de un poder que le ha sido impuesto desde afuera, ubicado por encima de la autenticidad de su ser social. Un poder que, abstractamente, le dicta conductas, normas o reglas que obligatoriamente debe cumplir y que le impiden desarrollarse como ser autónomo, libre, activo, racional, reduciéndolo a cosa o, en todo caso, a un ser genérico, subalterno e indeterminado. Heteronomía es, en consecuencia, la condición sine qua non que impone la voluntad de uno -o de algunos- sobre la libre iniciativa del resto de la ciudadanía. Al aceptar su dominio, el “yo quiero” queda sometido a una fuerza imperativa que le resulta impuesta, ajena y hostil, transmutándolo, como dice Marx, en la más nítida expresión del ser enajenado, extrañado de sí mismo.  


El presupuesto del cual surge la heteronomía tiene su punto de partida en la figuración de que los individuos que componen todo posible cuerpo social, en general, no son lo suficientemente maduros para tomar decisiones por cuenta propia, por lo que deben necesariamente ser guiados, orientados y conducidos por quienes se autoperciben como los más ladinos y osados, aunque no siempre sean los mejor preparados -pero sí los más fuertes- y afirmen saber más del discurrir moral, social y político que el resto de la población de “niños grandes”, de “enanos mentales”, de eternos “menores de edad”, incapaces de decidir y valerse por sí mismos. Son ellos, los muy “maduros”, los “robustos gigantes” descritos por Vico, los “guías materiales y espirituales” de aquellos que actúan como críos, carentes como son de adultez y, en consecuencia, de toda eventual responsabilidad. Son los “pastores” de un numeroso rebaño de ovejas que, sin ellos, quedarían descarriadas y sin rumbo. Son los profetas iluminados, las muletas de los inválidos, los llamados a canalizar las desbordadas pasiones de los menos formados y más inconscientes, a fin de que no se desvíen el camino recto, del orden establecido, y acepten el régimen de obediencia y sumisión que se les ha implantado. Porque el “orden” no puede ser otro que el que ellos han sancionado. Ellos, los padres de la manada, los caciques de la tribu, quienes sabiamente han definido y colocando, además, los controles de rigor. De ahí que las sociedades donde impera la heteronomía sean, justamente, sociedades caracterizadas por el imperio de los controles. 


Frente a la conocida expresión: el cielo es el límite, cuya sola idea exhorta al sujeto a llevar sus conquistas más allá de toda posibilidad, el promotor de la heteronomía responderá, no sin cierta -y siempre sentenciosa- solemnidad, que, más bien, el límite es el único cielo permitido. Cuestiones del poner, del fijar (Setzen). Una característica esencial de la mera 'reflexión del entendimiento abstracto', como la denominara Hegel. De este modo, los miembros de las sociedades heterónomas terminan atribuyéndole su propia institucionalidad, su ordenamiento social y hasta su propia existencia, a una incuestionable autoridad: el Comandante supremo, esté vivo o muerto, pero siempre ubicado por encima del resto del ser social. No importa el nombre que reciba este ser “superior”, tampoco el nombre que reciba, a lo largo de la historia, esa formación social. Los resultados siempre serán los mismos: el autoritarismo, la dependencia, la manipulación, la explotación, la degradación, la corrupción, la impotencia.


Las sociedades sometidas al imperio heterónomo son, pues, sociedades barbáricas. Los griegos empleaban la expresión “bárbaro” para definir a todo aquel que “balbucea” como un “menor de edad”, como un niño “mal educado”. Decía Aristóteles que bárbaro es el que se encuentra gobernado por tiranías o despotismos en sentido estricto, lo que lo convierte en un esclavo. De hecho, según Aristóteles, el bárbaro erige a sus gobernantes con el fin de cubrir sus necesidades básicas, a diferencia de las sociedades maduras, constituidas por ciudadanos libres, cuya meta es la de vivir en y para la autonomía y el consecuente desarrollo.


Es cuestión de vocación militarista la obsesiva promoción de la heteronomía. No hay un fenómeno más afín a los regímenes totalitarios o autocráticos que la institucionalización de la heteronomía. “No razones: adiéstrate”. Pronto las sociedades se transforman en inmensos cuarteles o en gigantescos campos de concentración en los cuales se “administran” o “controlan” la alimentación, la salud, la educación y la cultura, la vivienda, las finanzas y la industria, pero, sobre todo, la violencia, por un lado, y los medios informativos y comunicacionales, por el otro. En fin, todo tiene que ser controlado, siempre en función de garantizar  “el orden”, “la paz” y “el progreso” en sentido orwelliano. La humillación llega, de este modo, al máximo. La objeción, la duda, el juicio, el pensamiento en cuanto tal, el derecho a la diferencia o a la protesta, quedan fuera de la ley, están sancionados, y son concebidos como claras manifestaciones de “terrorismo” y alta “traición a la patria” y a los intereses del llamado “colectivo”, es decir, del cártel que sostiene los hilos del poder. 


La consigna y la etiqueta -o como dice Kant, los “principios y las fórmulas”- sustituyen al pensamiento para dar paso al servilismo, al ser pasivo y resignado que espera pacientemente el crucial momento de la llegada de la electricidad o del agua potable, de la leche, del papel higiénico o del aceite al centro debidamente “controlado” de suministros. La educación abandona los contenidos para dar paso a las formas vacías, a las búsquedas formales, a los “métodos” que trastocan la construcción de la verdad en banal instrumento de medición. El lenguaje se entumece. La salud deviene ejemplo de la más indigna de las miserias humanas. Las empresas no producen, porque lo importante no es producir -¡oh, contradicción!- sino obtener un ruin aumento salarial. Entre tanto, las calles se cubren de la más salvaje violencia en manos de las squadre o falanges o comités de defensa -es igual- de un 'proceso' que ni lo es ni puede llegar a serlo. El objetivo sigue siendo el mismo: mantenerse en el poder por el poder, única fuente posible para el triste y grotesco espectáculo del enriquecimiento ilícito. Entre tanto, la heteronomía se hace carne y sangre de las mayorías, pues “el modelo” comporta mecanismos para su reproducción continua: no se educa para la libertad y la autonomía, se “educa” para la vil sumisión.


Kant fue el primero de los filósofos modernos en advertir acerca de los perjuicios de una sociedad heterónoma, carente de autonomía: “Es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en naturaleza suya. Incluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse por su propio intelecto, porque nunca se le ha dejado hacer dicho ensayo. Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de uso racional -o más bien abuso- de sus dotes naturales, son los grilletes de una permanente minoría de edad”.


“¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!”, afirmaba el gran pensador de Königsberg en su tratado explicativo de la Ilustración. Para salir de la heteronomía Kant recomendaba tan sólo una exigencia: la libertad de hacer siempre y en todo lugar uso público de la propia razón.

La utilidad de la filosofía en la era del consumismo: ¿Es necesaria hoy más que nunca?



¿Hacer filosofía es una utilidad?
Creo que la mayoría de la gente nunca entendió que es, y para qué sirve la filosofía, así, pretendo exponer la necesidad primaria constituida en el acto de hacer filosofía. Ya que parece aceptado: que los filósofos eran útiles hace dos mil años y no ahora, o hace 500 y no ahora. Cuando yo creo, desde mi pequeño y flexible punto de vista, que es esta la época donde más filosofía se hace y donde más se necesita de su acto.

Ilustración de una persona con una idea de bombilla iluminada en medio de una avalancha de conceptos comerciales, que simboliza la búsqueda de una auténtica comprensión filosófica en un mundo impulsado por el consumo.

Lo que pasa —martillo en mano— es que nuestras cabezas se parecen más a cajas de MCDonalds que a cuerpos sensibles palpitantes y acechantes. La idea siempre ha sido dominio del hombre individual y la sociedad el refugio de conceptos débiles y demás personas sin ambición o identidad. Ya que, solo tras el paso de cientos de años ideas de grandes hombres que dominaban circunstancias y lugares, pasaron a dominio “del pueblo” —o de esa densidad de personas guiadas- ya debilitadas, carentes de fuerza y solo relevantes como reducto histórico. En este sentido, lo actual nunca a sido dominio de muchos. Y ahora, en nuestra época vivimos más sociales que nunca, la información social es muy abundante y nos llega por todos lados, ya está en la televisión, radio, internet, prensa, etc. Todo está mediatizado con las primeras marcas, los conceptos principales a entender —esos que están en todas partes— forman parte del marketing de un nuevo móvil, un coche, una idea de negocio, y, ¿dónde queda el concepto que activa al hombre y lo sube sobre sus hombros?. Este es el concepto que interesa y el más difícil de encontrar. Son todo productos a la venta. Conceptos a la venta. Y necesidades inventadas para generar ventas sobre un producto.

No amigo, es solo una apariencia poderosa, pero no es alguna. ¿Sabes que todos los conceptos que llegan a ti por canales mercantiles son conceptos de pago?, esos conceptos llegan a ti porque alguien ha pagado para que entren en tu cabeza, en este sentido, hay un interés en que pienses eso que quieren que pienses. Por otra parte, un interés tan notable como cualquier otro. Pero de pago, eso sí.

El concepto útil nunca fue fácil de encontrar, Maquiavelo no regaló su libro “el Príncipe”, ni expuso públicamente alguna idea contenida en él, hasta el día en que fue apresado por objeto de traición a la orden de Lorenzo de Medici, en Florencia. Fue entonces cuando desveló su secreto al Gobernante, solo a la espera de cierta gratitud que le valiese para escapar de tal mazmorra. Se ha de tener en cuenta que el libro de Maquiavelo cambio una época. Así como los libros de Sade, de la clase rica y “pudiente” de esta época tan cristiana, asentada en los altos placeres de la sociedad, y sabedores de la impenitencia del Cristianismo, que guardaron su secreto celosamente. O Spinoza, que no desveló su secreto hasta después de muerto, este si, sabedor de que podía ser perseguido por todas las religiones pudientes de Ámsterdam, y quizás también, de que su libro no iba a ser comprendido hasta cientos de años después de su muerte.

Hubo épocas donde la filosofía de los grandes nombres brotaba como publicidad verdadera para el autodominio y el saber. Pero estos eran años en los que los filósofos gozaban de buena salud: Deleuze, Foucault, Heidegger, Wittgenstein, Schopenhauer, Kant, etc. ¿Quién había más famosos que ellos?, ni un futbolista, ni un tertuliano, ni un “famosillo de su casa” como los de ahora. Pero aun en esta época no se conocían en profundidad las ideas de estos grandes filósofos tanto como sus nombres, salían en las noticias, los dictadores de uno y otro bando hablaban y apoyaban a unos u otros, en el diario se decía del orgullo que ofrecía tal pensador para el pueblo que fuere, etc. ¿Y la idea?, en realidad pocos accedían a ella. Siempre ha sido trabajo de pocos.

Ahora, que decir de nuestra época, ¿se hace filosofía?, más que nunca. La filosofía está en todos lados, el hombre que piensa por sí mismo, el que inventa su idea en su concepto como una tela de araña, hace filosofía. Y el gran pensador existe, no muy conocido por su nombre, pero no cesa. Y ya no es ese catedrático de filosofía, ni el profesor de universidad, y si lo es, no lo es por su labor en el aula. Si no por su labor de inventar la idea, la forma, y el acoplamiento.

Parece que el hombre que piensa y descubre tiene una especie de colchón invisible que ahuyenta el ruido mediático y el concepto de pago.

Microensayo sobre la filosofía del lenguaje de Saul Kripke


Microensayo sobre la filosofía del lenguaje de Saul Kripke

Microensayo sobre la filosofía del lenguaje de Saul Kripke
El presente microensayo tiene el objetivo de dilucidar, aclarar y comentar algunas cuestiones relativas a la filosofía del lenguaje de Saul Kripke.

El objetivo básico de Kripke es hacer una crítica de las teorías descriptivistas y del sentido de los nombres propios. Para el filósofo estadounidense, el significado de los nombres propios no va más allá de su referencia. En la Segunda Conferencia sobre “El nombrar y la necesidad”, del año 1970, Kripke formula seis tesis más una condición de no circularidad en las que cree recoger las ideas fundamentales de las teorías descriptivistas, para, tras toda una contra-argumentación abundante en ejemplos, proponer un esbozo de la “teoría de la referencia directa”. 

(1)   A cada nombre o expresión designadora “X”, le corresponde un cúmulo de propiedades, a saber, la familia de aquellas propiedades φ tales que A cree “φ X”.
(2)   A cree que una de las propiedades, o algunas tomadas conjuntamente, seleccionan únicamente a un individuo.
(3)   Si la mayor parte, o una mayoría ponderada, de las φs son satisfechas por un único objeto y, entonces y es el referente de “X”.
(4)    Si el voto no arroja un único objeto, “X” no refiere.
(5)    El enunciado “Si X existe, entonces X tiene la mayor parte de las φs” es conocido a priori por el hablante.
(6)   El enunciado “Si X existe, entonces X tiene la mayor parte de las φs” expresa una verdad necesaria (en el idiolecto del hablante).
(C) Para que una teoría tenga éxito, la explicación no ha de ser circular. Las propiedades usadas en la votación no deben suponer ellas mismas la noción de referencia del tal manera que ésta resulte en último término imposible de eliminar. 

En las primeras páginas del texto, Kripke se centrará en refutar la tesis 6. Aquí es donde el filósofo estadounidense introduce las nociones de “designador rígido” y de contingente a priori. En una posible división del texto podríamos decir que una parte, la primera y más extensa, es un desarrollo de estas nociones, y que otra parte, la segunda y última, versa sobre otra de las cuestiones fundamentales de la filosofía de Kripke, a saber, la necesidad de los enunciados de identidad.


Analicemos, pues, los argumentos que esgrime Kripke para defender estas tesis con el fin de aclarar su postura filosófica y, paralelamente, destapar los presupuestos en los que ésta se fundamenta.El autor nos dice que tomemos un nombre propio cualquiera, “Hitler”, por ejemplo. Una manera de referirnos a “Hitler” es remarcando una propiedad de peso que tenga mediante una descripción definida, como por ejemplo que fue quien mandó exterminar 6 millones de judíos. ¿Qué dice la tesis 6? Que el enunciado “Si X existe, entonces X tiene la mayor parte de las φs” expresa una verdad necesaria. Pero esto, dice nuestro filósofo, es falso. ¿Por qué? Porque en una situación contrafáctica, y aquí entra la noción de “posibilidad”, podría haber ocurrido que alguien más hubiese hecho eso mismo, a saber, mandar exterminar 6 millones de judíos. En este último caso, al decir el nombre de “Hitler” nos referimos a Hitler, y no a esa otra persona que tiene esa misma propiedad. Por otro lado, es posible también que todo lo que sepamos sobre Hitler sea falso, o que la persona que mandó exterminar 6 millones de judíos no fuese realmente Hitler, sino Goebbels o Bormann, lo cual no cambia absolutamente nada, pues seguimos refiriéndonos a Hitler. ¿Qué pretende Kripke con todo esto? Mostrarnos que cuando hacemos referencia a un individuo mediante un nombre propio, lo hacemos de manera “rígida”, es decir, no usamos una descripción definida. Un nombre propio es un “designador rígido” aquí y en todos los mundos posibles.


Cuando numerosos científicos del mundo se reunieron en París para establecer la unidad de medida “metro”, usaron una barra con unas dimensiones físicas concretas. Pues bien, si leemos una descripción definida de “metro” que diga “es esta barra que tiene tales características físicas de longitud” de re, entonces estamos diciendo “un metro es un metro”, lo cual es necesario y a priori, pero de este modo estamos violando la condición de no circularidad antes mencionada; pero si la leemos de dicto, entonces estamos usando una descripción definida para introducir un nombre propio, el nombre propio “metro”, que mediante una cadena causal lingüística se transmite por toda la comunidad de hablantes; y esto es contingente, dado que la barra podría haber tenido otras dimensiones físicas, pero es conocido a priori, porque antes de esa determinación del nombre propio no existía algo así como un “metro”.


Kripke utiliza varios ejemplos a lo largo del texto para seguir defendiendo la idea de contingente a priori. No vamos a repetirlos aquí. Así que nos centraremos ahora en explicar la segunda noción fundamental de su filosofía del lenguaje: la necesidad de los enunciados de identidad. ¿Qué dice el filósofo estadounidense acerca de los enunciados de identidad? La argumentación es muy sencilla: tomemos por ejemplo el nombre propio “Newton”, y digamos que fue “quien formuló la ley de la gravitación universal”. Supongamos ahora que descubrimos que “Newton”, el mismo físico que formuló la ley de la gravitación universal, fue también el líder de la francmasonería. ¿Qué ocurre aquí? Pues ocurre que tenemos un enunciado necesario y conocido a posteriori. El enunciado es necesario porque cada objeto es idéntico a sí mismo, es decir, la relación de identidad es una relación que cada cosa o cada individuo tiene consigo mismo. Y es a posteriori porque es un descubrimiento, porque no llegamos a conocer dicha relación de identidad hasta que tenemos experiencia de ello; podríamos no haber descubierto que Newton fue el líder de la francmasonería. De aquí deriva Kripke su concepción sobre la ciencia. La ciencia, operando de modo análogo al conocimiento de la identidad, puede descubrir verdades necesarias en el mundo.

¿Cuáles son los presupuestos que esconde la filosofía del lenguaje de Kripke? El presupuesto o supuesto básico en el que se fundamenta toda la filosofía del lenguaje de Kripke es una ontología realista-aristotélica contraria al idealismo kantiano. Según Kripke, Kant está confundiendo metafísica y epistemología. A priori y necesario no son lo mismo, como pretendió el filósofo alemán. La disparidad entre ambos filósofos tiene su raíz en una diferenciación metodológica. La metafísica de Kant es gnoseo-dependiente; esto significa que nuestra concepción de la realidad estará fuertemente condicionada por nuestro aparato cognoscitivo, cuya estructura conoceremos mediante una investigación trascendental. El resultado es un mundo espacio-temporal en el que las cosas están causalmente relacionadas. Para Kripke, sin embargo, realidad y lenguaje son dos cosas totalmente separadas. Las cosas tienen un modo de ser independiente del sujeto de conocimiento, y nuestro lenguaje tiene la capacidad de mostrarnos esa realidad. No voy a criticar aquí la metafísica de Kripke, pero baste con decir que es un punto más que discutible de su filosofía. En cualquier caso, Kripke supone toda una revolución en la clásica división de juicios o enunciados en filosofía.También hay un paralelismo, a mi juicio, entre la división sustancia/atributo y nombre propio/descripción definida. Aquí subyace Aristóteles. Mi planteamiento es el siguiente: para Aristóteles la sustancia es el soporte de los atributos, algo distinto que no puede identificarse con los atributos; para Kripke, análogamente, el nombre propio (designador rígido) es el soporte de las cualidades o propiedades (expresadas en la descripción definida). Si los atributos necesitan un sujeto de determinaciones, un soporte, la descripción definida necesita igualmente algo distinto de las cualidades o propiedades, algo de donde se predican dichas cualidades o propiedades.

La presencia virtual

Realidad e interpretación en las redes

Imagen resumen de: Realidad e interpretación en redes


El ciberespacio: ¿evasión de la realidad o más bien una nueva versión de lo real?

El hombre es un dios cuando sueña
y un mendigo cuando reflexiona.
F. Holderlin.

Tal vez esta vida ausente que llevamos, donde lo virtual le gana terreno a la realidad, no esté tan mal, en el fondo. Perdemos una dimensión, sí, pero ganamos otra. Quizá no estemos muy presentes en el lugar donde estamos, pero las fotos y los comentarios que colgamos sobre él construyen otro que se le parece. ¿No es eso, para bien o para mal, lo que hemos hecho siempre? Creamos nuestro propio mundo imaginario construido con nuestras percepciones, nuestras impresiones, nuestras expectativas… y nos desenvolvemos en él como si fuera real. En ese juego del “como si…” reside el sentido, que es completo en sí mismo, y nos queda más cerca que la siempre fragmentaria realidad.
Muchas veces, cuando voy de excursión, me descubro a mí mismo contemplando, en lugar de los bosques, los riscos o las flores, estampas para fotos interesantes. ¿Me aíslo del paisaje, o más bien lo estoy recreando? La pasión fotográfica limita, sí, mi presencia en la naturaleza, la recorta por los límites de un determinado encuadre. Pero, ¿no demostró Kant que es siempre así nuestra aproximación a las cosas?
¿Quién puede abarcar la infinitud de un lugar, de un solo instante? Vemos lo que queremos (o lo que no queremos) ver, vemos lo que sabemos ver. Con ese concepto (encuadre o marco, "frame"), es como algunos estudiosos denominan nuestra peculiar ordenación de las percepciones: todo nos llega a través de nuestros marcos personales. Es el modo de hacer las cosas nuestras, de adentrarnos en ellas, de incorporarlas a nuestra particular construcción del mundo. Un mundo al que accedemos haciéndolo propio, con la esperanza de que la versión de él que concibe nuestra mente no se aleje demasiado del modelo que suponemos existe “ahí fuera”. Los ignorantes y los locos, ¿son exiliados del mundo o de la visión que se admite convencionalmente sobre él?
¿Acaso no estamos todos un poco locos? ¿Acaso no somos todos ignorantes? Aprender es, quiere ser, afinar nuestra visión para que gane en fidelidad a lo real. “Alta fidelidad”: nuestras pantallas ganan en precisión, nuestros altavoces reproducen con exactitud los sonidos originales. La tecnología es un mundo que imita al mundo cada vez mejor. Pero la mente no imita: interpreta. Imprime significado. Lo que vemos en la pared de la caverna platónica no son sombras, sino proyecciones. 

Antes, los viajeros escribían cartas o postales, pintaban cuadros o se llevaban objetos de recuerdo para adornar sus salones. Bartolomé de las Casas retrató la crueldad de los conquistadores. Montaigne glosó sus viajes como ejemplo de la diversidad de modos de vida. Darwin siguió una larga tradición de expediciones científicas, y de sus notas y sus dibujos surgiría un giro copernicano para la biología. Montesquieu imitó el epistolario del viajero en sus Cartas persas, y Cadalso le imitó a él en sus Cartas marruecas. Los diarios de viaje integran un verdadero género literario, que no busca tanto retratar lo que se ve como las impresiones de uno ante lo que ve.
También hoy usamos los lugares que visitamos para encontrar en ellos algo de nosotros. Por eso les hacemos fotos, los grabamos en vídeo, los narramos por escrito, con la intención de apropiarnos de ellos, además de hacerlos perdurar en la memoria y atenuar así la insoportable levedad del ser. Pero lo que no se comunica es como si no existiera, es como si nos perteneciera menos. Nuestro mundo interior anhela verterse en el exterior. Por eso lo exponemos todo en ese gran escaparate de la vida (tal como la queremos enseñar) que es internet. Allí lo encontrarán, sin duda, muchas más personas que las que verían un álbum que guardamos en casa, y cientos, tal vez miles de “amigos” desconocidos conocerán nuestras impresiones en blogs o webs, en Twitter o en Facebook, y quizá nos dejen sus opiniones como estelas congeladas de su paso…
Porque en internet todo queda (y quizá más tiempo que nosotros). Es cierto que, a la vez, todo pasa, arrastrado bajo el imparable aluvión de la permanente novedad, pero, ¿no fue siempre así? Lo único que ha hecho la tecnología ha sido intensificar lo que ya sucedía: acelera el tiempo (nuestro testimonio es inmediato, y a la vez se disipa casi al instante), multiplica la cantidad al infinito (y comunicamos más y a más, pero al mismo tiempo nuestros mensajes se arrumban en el gigantesco depósito de remotos almacenes de información). Si todo eso desborda nuestra medida es porque ha alcanzado la medida de nuestra imaginación: el Big Data es ya una monstruosa avalancha de información que nos engulle si pretendemos abarcarla.

Confieso que a mí Facebook no me gusta. Me incomoda ir dejando cada día huellas de mi rastro vital, y estar pendiente de lo que hacen los otros. Quizá simplemente me aburra, o no me guste porque soy un solitario (también cibernético), y en tal caso no puedo reprocharle nada. Pero de entrada me parece que consume buena parte del tiempo libre, y se lo escatima a la presencia.
Sin embargo, a veces me pregunto si no se tratará, más bien, de otro tipo de presencia. Porque no deja de ser un modo de acompañarnos, de saber unos de otros, de escabullirnos un poco del aislamiento que nos impone la sociedad de la producción. Mejor Facebook, supongo, que ver la televisión, aunque a veces parezca que es como una televisión que habla de gente conocida. Mejor Facebook, a veces, que estar solo, aunque estemos solos cuando entramos en él, aunque consista en una vida postiza. Porque hay presencias que parecen virtuales, y virtualidades que quizá tengan más solidez que algunas presencias. Claro que nada podrá sustituir al gesto, a la mirada, al contacto físico, pero es evidente que no se trata de sustituir, sino de complementar, incluso de interpretar, como las cartas y los libros, como las fotos y los diarios.
Siempre hemos vivido en un mundo paralelo: el de nuestras fantasías, nuestros temores y nuestras esperanzas. Ahora lo hemos hecho más rápido y más grande. Si eso acaba arrastrando nuestra vida, y convirtiéndola en “líquida”, como reflexiona Zygmunt Bauman, tal vez sea porque no queremos estar en ella, porque no nos atrevemos a quedarnos y preferimos correr y correr, ciberesfera adentro… La vida ya era ilusión, a veces feliz y otras terrible. Allá donde vayamos (también en internet) no encontraremos más que nuestros ángeles y nuestros demonios. Esos son nuestros testimonios de viaje. Ni más ni menos.

Ética demostrada de Spinoza: Prefacio por Alain - Razón y Espíritu

Prefacio a Ética Demostrada de Spinoza por Émile-Auguste Chartier, conocido como Alain

La filosofía, la razón y la sabiduría como un fuego, con la vida y las ideas como combustible.



La filosofía es, en efecto, una gran cosa; puede hacerse todo lo que se quiera con ella, excepto algo chato. Sucede lo mismo con la Razón y con la Sabiduría, que consisten sobre todo en un fuego cuya eficacia es importante conservar; pues nada se pierde con mayor facilidad que la vida y la fuerza de las ideas.

Comienzo, pues. Es preciso partir de Descartes y llevar esta admirable doctrina hasta Spinoza. Éste es el medio para no caer en la filosofía escolar y para despertar al hombre en el lector. Así pues, dejaos penetrar por el espíritu de las Meditaciones, atendiendo sobre todo a lo que pudo asustar al propio Descartes y devolverlo a las Matemáticas, cien veces más fáciles, donde igual que en la guerra el coraje es suficiente.
 
Consideraré primero la presencia de Dios, tan evidente en las Meditaciones. Imaginad que Descartes se sumerge en un retiro para estar solo, cultivar su propio espíritu y reencontrar el mundo entero y todo el Ser. En primer lugar, Dios, o el Espíritu, es indivisible: lo cual hace que, si descubrimos una parte de Él en nosotros, necesariamente debemos encontrarlo todo; de manera que la actividad de rezar, o de meditar, nos retira de los hombres y de las cosas y nos pone en posesión de nuestra libertad, que es Dios mismo. Semejante conclusión, que Descartes no desarrolló, debía asustarle, como todo lo que brinda al hombre un gran poder.

La posición del rey inspira naturalmente mucha desconfianza. En cada cual está el Espíritu absoluto, el Gran Juez, juez de todos los valores, juez de la opinión, de la majestad, juez de las ceremonias. Un poder semejante invita enérgicamente al hombre a fundar una religión: “¡Vaya -se dice a sí mismo-, otra más!”. Esta reflexión sobre sí fue la que animó a Rousseau, y no podía ser de otro modo. Estoy convencido de que Rousseau nunca pudo olvidar el capítulo de El Contrato social titulado “El derecho del más fuerte”, y de que jamás se lo perdonó. Exactamente, del mismo modo, también la moral de Kant, que hacía inútiles tantos razonamientos metafísicos, dio miedo a esta gran filósofo, que rechazó esta grandeza.

El penetrante ojo de Descartes había percibido todas estas dificultades. Además, aconsejado por Mersenne, el gran jesuita, debió arrepentirse de su puesto de soldado, bastante temible ya por sí mismo, y llegar a la Modestia absoluta de la que he encontrado ejemplos en Lagneau y en Lachelier.

He aquí que ya hemos avanzado bastante en nuestro camino, al conocer gracias a Descartes que el Espíritu es uno. Ahora bien, también Spinoza leyó a Descartes. Bajo el título de Cogitata Metaphysica había presentado a Descartes en proposiciones matemáticas. Pero Spinoza, por su parte, no tenía el menor miedo de su Espíritu y se entregó a él por completo, con la admirable ingenuidad de un lector de la Biblia.

Si leéis la Biblia no podréis evitar pensar que la única religión es ésa, y que ése es el único Dios y la única verdad política. A menudo dije, y lo repito aquí, que quienes han mamado desde pequeños la Biblia tienen una inmensa ventaja sobre sus contemporáneos; saben adorar y despreciar; ello explica la persecución continua que, al separarlos de los hombres, los ha obligado a formar la Humanidad. Y también explica el odio que aún persiste y que sólo puede cesar mediante el desarrollo de la inmensa idea hebraica, un odio que no puede permanecer, que reclama un resultado y una infinidad de Mesías. ¡Cuántos peligros entraña aún esta gloria! Spinoza aceptó este papel de impío y de paria, porque puso en la balanza los placeres de la amistad y los placeres del amor a Dios, y tomó partido por la felicidad, como se observa en la quinta parte de la Ética.

Si habéis leído la Biblia, sabéis que allí está el verdadero Dios y la única religión que se ha conocido; de ahí su desprecio por todas las demás religiones; y de ahí también los odios, como advertí; y ese espantoso aislamiento que se debe a no querer nada, a no amar nada más que el Pensamiento, que nos permite mantenernos en comunicación con Dios. Por eso las piedras lanzadas contra Spinoza vuelven a caer sobre nosotros. Tal es el monasterio moderno. Están claras, pues, las razones para hacerse spinozista; pues también eso está prohibido. El movimiento de mezclarse con el pueblo es el movimiento propio de todo Espíritu. Pero el movimiento de retirarse en uno mismo, de negarse, es aún más fuerte. Tal es la situación de un espíritu moderno ante la Política, tan detestada como inevitable.

Al leer el Tratado político de derecho natural de Spinoza, así como el Tratado teológico-político, encontraréis sin duda todas las condiciones de la República, y sin duda me perdonaréis también que haya considerado a Spinoza como el radical puro. Es asombroso que tanto el jacobino puro como el monje puro se dieran en la persona de Spinoza, tantas veces, y tan en vano, maldita. Queda claro, pues, para qué puede usarse a Spinoza.

No cabe duda que el poder de este resumen tan sabio, que constituye el contenido de la presente pequeña obra, resulta asombroso. Sí, ¿pero qué hay del alma? Encontramos más alma en los perseguidores, en los guerreros, en todos los individuos Gloriosos de la Historia, que en el judío estudioso que, sin embargo, acabará llevando por las calles el letrero que Spinoza llevaba para denunciar a todos los tiranos.

La cuestión está, pues, claramente planteada. Pues hay que preferir la justicia y vengar al inocente. Me resulta imposible no sorprenderme al comprobar cómo la imponente masa de los sacerdotes y de los fieles, en fin, de toda la Iglesia, hace tan a menudo lo contrario y suscribe el esclavismo universal. En alguna ocasión he dicho que la filosofía resultaba muy peligrosa. Por eso ningún hombre fue más refutado que Spinoza. Ningún sistema fue más maldito que ese detestable panteísmo. Falta saber lo que sea tal cosa. Puesto que Dios es uno e indivisible, Dios está presente por todas partes; por lo demás, eso es lo que se enseña. Pero pobre de quien lo enseña. Y el jesuita eterno nos recuerda que no hay que decirlo. Cuando hayáis considerado lo suficiente todas estas contradicciones, que libran una guerra en nuestro interior, entonces copiaréis la Ética de cabo a rabo, puesto que es así como debe empezarse si se quiere sentir esta belleza bíblica, modelo de toda grandeza.

Después de esto, las muy sabias Proposiciones y los muy prudentes Escolios de la Ética os parecerán grandes y bellos versículos de la nueva religión. Convenceos de que la Gran Reconciliación se hará de este modo y de ningún otro; por el culto de la Humanidad recobrada y por lo que debe llamarse el gozoso fanatismo de la Razón. Pensad en el número de hombres indignados al ver que es la sinrazón la que reina. Porque en último término es preciso oponerse a ella. No tenemos derecho a abandonar la Razón y la Justicia. A estos abandonos se debe lo que vemos en el presente.

Así pues, cada vez que regreséis a Spinoza, perdido todo vuestro coraje y sin ver ya nada en él, refugiaos, como Descartes, en ese vasto mundo e interrogad al Espíritu uno e indivisible. Entonces, inevitablemente, recobraréis el espíritu, y las fórmulas spinozistas recuperarán su sentido, tanto si os consagráis a la Política, a la Moral o al placer. Entonces os reencontraréis en la Biblia, ante Jehová y ante una sabiduría tan antigua como el mundo.

Tal es, pues, el sentido del spinozismo, sentido muy positivo y muy fácil de comprender, siempre que estemos persuadidos de encontrarnos en presencia del Espíritu Universal. Esta convicción os hará soportable el pensamiento, y de repente os reconoceréis como hombres, siempre a la luz del axioma: El hombre es un dios para el hombre, que es la clave de la futura República y de la igualdad del 48. He dicho igualdad porque no es posible que el hombre carezca de pasiones y porque todo afecto deja de ser una pasión en cuanto nos formamos una idea adecuada de él. He aquí el secreto de la Paz, que en cualquier caso es la Paz del alma, verdad muy ignorada. Por este motivo aprenderéis a tomar partido por Spinoza, un partido que evitaréis calificar de judío, pero que no por ello lo será menos. Entonces, sin combate, el nazismo, el fascismo y toda suerte de despotismos serán vencidos, y la maldad enteramente impotente, tal como efectivamente es (pues no es nada). Este es el porvenir inminente que encierra este pequeño libro. 

Puedes leer el libro completo aquí.

Bestimmung

 

Determinación de un joven


A mi Dora Lisa


La nostalgia siempre impone la necesidad de pensar en sentido reconstructivo, desde el presente hacia el pasado, y, desde el pasado, de nuevo al presente. En ese instante de dolorosa invocación, el sujeto se hace objeto de sí mismo, la parte se hace todo y lo finito se hace infinito. Y sin embargo, sólo en virtud de semejante itinerario, se puede constatar el desgarramiento ante lo que se fue y ya no se es. Quizá haya sido por eso que Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, mejor conocido por el pseudónimo de Novalis, afirmara que la filosofía se identifica con el sentimiento de «nostalgia de objetividad», ese deseo inquebrantable por querer volver a casa. De ser así -como no sin extraordinaria perspicacia ha observado Daniel Innerarity-, la filosofía es, en el fondo, una gran inmobiliaria que ofrece sus servicios al héroe desarraigado que todo individuo lleva por dentro, sin tener que condenarlo a soportar una existencia ab extra. La realización de la libertad no parte de un mapa preconcebido, a la espera de su mediocre prosecución. Una vez más, al decir de Hegel, la conciencia sabe lo que no dice y dice lo que no sabe. Se conoce cuando se hace y se hace cuando se van superando los obstáculos que va fijando el destino.

Las palabras, después de todo, no son tan inocentes como pudiese llegar a creerse. Como tampoco lo son las cosas, las cuales, en su conjunto, van formando y conformando esa «segunda naturaleza» que es la sociedad, sus instituciones jurídico-políticas y su «reino animal del Espíritu», el cual, por cierto, hoy en día se sostiene firmemente sobre el poderoso corpus de las redes sociales, la máxima potenciación expresiva de los mass media. Así, por ejemplo, la palabra Bestimmung (determinación) es utilizada con mucha frecuencia por los principales representantes de la filosofía clásica alemana con el propósito de hacer referencia a una forma ciertamente innovadora y más concreta de comprender el destino (Schicksal), es decir, no como el inevitable fatum (la fortuna) -ese temible sino cuyo corazón aún podía sentirse latiendo en la obra de Maquiavelo-, sino como un determinado factum (lo hecho), cabe decir, como el resultado objetivo de una acción de la cual el sujeto, directa o indirectamente, es responsable. A partir de entonces, queda despejado el camino para una labor hermenéutica que permite comprender a cabalidad no sólo la incompatibilidad presente entre los grandes teóricos del socialismo y su ulterior torción y desplazamiento hacia el despotismo asiático, sino el hecho de que ya con dicha torción habían sido sembradas -puestas- las premisas del inevitable destino (la Bestimmung) del cartel criminal en el que finalmente ha devenido la estatolatría totalitarista.

A partir de Kant y de Fichte, pero especialmente de Novalis, el destino, entendido como sometimiento y ausencia de libertad, como la pavorosa evocación de la impotencia frente a fuerzas misteriosas, superiores e independientes, ante las cuales sólo queda la resignación, viene a ser comprendido como el resultado del hacer del sujeto, porque es él quien determina, precisamente, el rumbo que tarde o temprano se pondrá de manifiesto, se revelará, se hará presencia objetiva. En una expresión, se recoge lo que se cosecha. Si se cosechan vientos se recogen tempestades. No se trata de que una cosa sean los buenos deseos y otra muy distinta la efectividad de su puesta práctica, o que una cosa sea el deber y otra el ser, como instintivamente suele afirmarse en estos tiempos rotos, hipócritas. Se trata de que lo que se ha sembrado coincida con lo que se ha querido sembrar. En este sentido, el hacer la historia, a su imagen y semejanza, es el destino de la humanidad. Pero con ello, además, la praxis política se transforma en la fuente inagotable, en el manantial infinito, del que brota el propio destino. Siempre que exista un obstáculo, una frontera, un límite para la libre voluntad del sujeto, habrá política.

No obstante, conviene preguntarse si este registro de lectura del destino como Bestimmung no contenga, todavía, los elementos propios de una interpretación unilateral acerca de la libertad -y, en consecuencia, de la política- que terminan remitiendo a su propia contradicción. Porque un destino  entendido como determinación, es decir, que se erige por encima de todo y de todos, y que niega toda posible determinación de sí mismo, no es una determinación sino, más bien, una indeterminación que abre el camino de retorno desde el factum hasta el fatum. El sujeto de la libre voluntad moderna no parece llegar a comprender que los vientos sembrados bajo los auspicios de su comprensión del destino se objetivan, adquieren vida propia, una vida independiente de la de su creador, y que, a su vez, son capaces de crear y recrear un mundo de nuevas determinaciones. Como afirmara Hegel, «política, religión, necesidad, virtud, poder, razón, astucia y todos los poderes que mueven al género humano, ponen en marcha su juego aparentemente violento y caótico en el amplio campo de batalla que les está permitido. Cada uno se conduce como un poder absolutamente libre y autosuficiente, sin darse cuenta de que todos ellos son instrumentos en las manos del destino originario y del tiempo que todo lo vence».

Tal vez, estas consideraciones acerca del destino, bien como fatum o como factum, o como el necesario reconocimiento de lo uno y de lo otro, permitan sorprender la verdad del destino del socialismo soviético de ayer en el gansterato de hoy, porque el modelo stalinista de representarse el poder siempre dejó abierto el camino para su asociación con el crimen, desde el momento mismo en el cual el Estado es definido como un arma, un instrumento de sojuzgamiento, de coerción y terror. Queda en pie la premisa: el gansterato es el ineluctable destino del modelo socialista impuesto por la -no tan extinta, después de todo- Unión Soviética.   

      

   


José Rafael Herrera

@jrherreraucv


                          

          

 

 

       

De la pura identidad vacía (la sombra de Kant en la sociedad contemporánea)

Identidad vacía.




“El entendimiento sin la razón es algo”

                                          G.W.F. Hegel


“Todo se ha derrumbado, incluso Nietzsche, y solamente Hegel permanece en pié”

                                                                 Martin Heidegger a Hans-Georg Gadamer








Cuanto más confianza hay en el mundo -cuanto más tiempo se coloca la sordina sobre la vida y se le obvia- tanto más se aspira a transformar el pensamiento en experiencia primigenia, en hacer del “ser en cuanto ser” un puro y abstracto pensar. En esos momentos, la vida pierde corporeidad, desaparece en la lejanía infinita. Y cuando más se cree responder por el mundo, las respuestas van perdiendo su vivacidad y colorido, porque se pierde el sentido en el momento de resonar la primera palabra de la pregunta: el gran ser de otros tiempos yace deforme y sin contenido, aún envuelto en una imagen iluminada por el remoto reflejo del más allá. La filosofía  que logra rasgar el velo impuesto a la vida y traspasarlo conquista, retrospectivamente, la visión de su propia historia y retorna a casa -¡a Grecia!- para descubrir, orgullosa de su origen, cómo, desde los alabados “presocráticos”, su papel ha sido siempre el de la crítica..  

No por caso dice Hegel que “la escisión es la fuente de la necesidad de la filosofía, y, como cultura de una época, el aspecto condicionado, dado por la figura”. Como nunca antes en la historia, la sociedad contemporánea padece de un profundo y doloroso desgarramiento. Una escisión medular atraviesa la vida de las formas y las formas de la vida del ser y de la conciencia del corpus social contemporáneo. Todo se ha duplicado en sí mismo; todo se ha desdoblado para devenir in-diferencia recíproca de los términos opuestos. La reflexión del entendimiento abstracto, hija legítima de la filosofía kantiana, lo ha penetrado todo y todo lo ha fijado. La sombra de su formalismo se proyecta sobre las relaciones sociales del presente. El desquicio, lo esquizoide, ha devenido la pandemia que caracteriza el horizonte problemático del aquí y ahora. Jekyll y Hyde son el santo y seña de la sociedad contemporánea. En estos tiempos signados por el “deber ser” -que se traduce en la pérdida del quicio y en la “pecaminosidad consumada”-, la tarea del historicismo filosófico consiste en el esfuerzo de reconstitución de aquel movimiento del pensamiento a partir del cual se pueda irisar la realidad, determinando la manifiesta flacidez de su actual complexión. Se trata del obstinado empeño dialéctico en virtud del cual el conocimiento específico y particular -la ratio instrumental- llega a reconocer sus limitaciones y logra reconquistar la necesaria compenetración inmanente con la totalidad concreta, a objeto de superar la barbarie totalitaria. En este sentido, cual Ave Fénix, la filosofía de Hegel irrumpe de sus propias cenizas, a fin de exhortar al pensamiento a emprender la tarea de sorprender la escisión de sujeto y objeto, de denunciarla y superarla, sin por ello perder el recuerdo de su calvario. La filosofía de Hegel se ha vuelto imprescindible. Negar su actualidad es negar el “aspecto condicionado” dado por la figura del presente.

Es verdad que la filosofía de Kant representa un punto importante en el desarrollo de la filosofía del idealismo alemán. Prueba de ello es el diálogo constante que tienen las filosofías de Fichte, Schelling y Hegel con el criticismo kantiano. Hegel no duda en calificar al pensador de Königsberg de “verdadero idealista”, ya que, para el autor de la Fenomenología del Espíritu, cada filosofía, en sentido enfático, es “esencialmente un idealismo, o por lo menos, lo tiene como un principio, y el problema consiste sólo (en reconocer) en qué medida ese idealismo se halla efectivamente realizado”. De ahí que encuentre en Kant el principio que constituye el punto arquimédico de todo “idealismo verdadero”: la síntesis originaria de sujeto y objeto. Tal es, para Hegel -y lo será para Heidegger- el espíritu de la Crítica de la razón pura. En efecto, la “revolución copernicana” de Kant consiste, según sus propios términos, en esto: “Si podemos probar que nuestras intuiciones a priori, aún las más puras, no producen conocimiento alguno a no ser que contengan un enlace de los elementos diversos que haga posible una síntesis permanente de la reproducción, quedará entonces fundamentada esta síntesis de la imaginación en principio a priori, anterior a toda experiencia”.

En uno de sus primeros ensayos publicados, Hegel muestra su interés y, a la vez, su preocupación por aquél descubrimiento kantiano que, sin embargo, parece pasar inadvertido, ya que la tesis posteriormente desarrollada por el propio Kant llega a concebir el conocimiento como conocimiento limitado al mundo fenoménico y al objeto como algo inalcanzable para el entendimiento humano. Así, la filosofía que hizo del criticismo su templo, una vez reconocido el principio supremo de la correlación del sujeto con el mundo, lo abandona en aras de la dualidad, introduciendo, en su lugar, la doctrina del esquematismo,como intento de solución de la objetividad, perdiendo con ello de vista su propio origen y entrando en clara y abierta contradicción con su propio punto de partida. 

Con Kant, pero más allá de Kant, Hegel recupera la dimensión de la imaginación trascendental con el firme propósito de crear un ambiente propicio para la unidad de pensamiento y ser, de sujeto y  objeto. En medio de lo que considera como “la superficialidad de las categorías”, Hegel logra mostrar la idea “más especulativa y profunda” de la arquitectura conceptual kantiana. Si la síntesis originaria posibilita la resolución de la unidad del sujeto y del objeto  -y con ella la irrupción de la diferencia de lo uno y de lo otro-, entonces, cabe señalar que el sujeto no es menos producido que el objeto por la escisión de dicha unidad, toda vez que los términos en cuestión son sorprendidos cabe-sí en su verdad.

De este modo, hombre y mundo se descubren en su -como dice Marcuse- “imaginarse-en-sí-multiplicidad-en-unidad, ser y saberse productor y producto de lo uno y de lo múltiple: fuerza productiva, como diría Marx. O como señala Lukács, “no se trata de una refutación externa del idealismo de Kant, sino de su superación “mediante el despliegue de sus contradicciones internas”.

Mediada por la paciencia del concepto, la “crítica de la crítica” hecha por Hegel a Kant se revela como el programa conceptual más importante del presente. En palabras de Horkheimer, “si por ilustración comprendemos la liberación del hombre de creencias y  poderes malignos, de demonios y hadas, de la fatalidad ciega, es decir, de la emancipación de la angustia, entonces la denuncia de aquello que actualmente se llama razón constituye el servicio máximo que puede prestar la razón”.

Mucho del empirismo clásico inglés, sobre cuyas bases se construyó el edificio del llamado empirismo lógico contemporáneo, está presente en la filosofía de Kant. Denunciar esas lúgubres sombras presentes en su filosofía es, via dialéctica, el mayor homenaje que se le pueda rendir al cumplirse trescientos años de su nacimiento. 

    



1-  H. Marcase, Op. Cit., p.35.





José Rafael Herrera

@jrherreraucv