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Filosofía antigua como modo de vida



LA FILOSOFÍA ANTIGUA Y SU ÉTICA COMO MODO DE VIDA.
La filosofía griega antigua se representa no sólo por la riqueza de los textos que ahora conocemos, sino sobre todo por un compromiso con la existencia concreta. La vida del filósofo estaba fuertemente imbuida del pensamiento y de la escuela filosófica a la que pertenecía, en muchos casos, como la escuela epicúrea, esta adscripción implicaba hasta una dieta alimenticia determinada.

Pierre Hadot nos refiere que la filosofía como discurso y la filosofía como modo de vida, eran para los antiguos griegos; sino una misma cosa, dos inseparables. Nos describe también el mismo Hadot que “La filosofía de Platón, y después de ella todas las filosofías de la Antigüedad, aun las más lejanas del platonismo, tendrán pues en común esta particularidad de vincular estrechamente en esta perspectiva, el discurso y el modo de vida filosófico.” (Hadot, 1998:67)

Después de esta afirmación, la cual planteamos desde ya como la hipótesis del trabajo, es preciso aclarar diversas cuestiones, siendo la primera; que partimos del hecho de que no hay “la filosofía” sino “las filosofías”, porque efectivamente no hay un concepto de filosofía que goce de unanimidad. Y a veces parece aporético, aún para los mismos filósofos, que una de las cuestiones relevantes de la labor filosófica, sea precisamente definir contundentemente qué es la filosofía.

Aún con el discernimiento de está dificultad que ha sido tal desde siempre, -pues el mismo Platón en los primeros albores de la filosofía, se planteaba ya la concepción correcta de la filosofía- no queremos ni de cerca ahondar en este tema, sino sólo para sugerir al amable lector, que es conveniente pensar a la filosofía como fenómeno histórico y no atenernos, al menos en lo que a este trabajo se refiere, a una concepción de la filosofía u otra, porque no pasaríamos al análisis central de nuestra hipótesis.

Junto con esta anterior, se asoma una segunda cuestión que aclarar, esto es; que si concebimos la filosofía como fenómeno histórico, podemos pensar como válida esta dicotomía inicial entre filosofía como discurso y filosofía como modo de vida. Porque en efecto, una cosa son todos los textos fruto de las reflexiones de los grandes y los no tan grandes filósofos, y otra cosa son las vidas mismas de los filósofos y las determinaciones de su propio pensamiento, mismo que modificó u orientó el derrotero de su existencia. González afirma que:

“Lo que ante todo permanece vivo en las filosofías es, junto con el empeño primordial del filósofo, el caudal de hechos en que éste recae, las realidades que le preocupan y los problemas que tales realidades le plantean: las preguntas que están motivando radicalmente su existencia” (González,1989: 97).

Es conveniente decir que la existencia de los filósofos, su vida misma, no es por lo regular centro de estudio de las asignaturas, porque se le concede más importancia a los textos, es decir, a la filosofía como discurso, cuestión que no es para nada despreciable sino al contrario imprescindible. Los detalles biográficos de los filósofos ocupan si a caso un espacio en la introducción del curso. Y aunque tratándose de algún seminario sobre un pensador específico se pueda ahondar un poco más en aspectos de esta índole, habrá que reconocer que no es sino para comprender mejor “la obra”. El texto es el centro de estudio de investigación ya que es lo único con lo que contamos. Sin embargo, esto no siempre fue así, sino que corresponde a una situación histórica muy bien ubicada, de la que más delante hablaremos.

Decíamos entonces, que la ocupación es sobre el discurso filosófico, y que “A los estudiantes de filosofía se les hacen conocer sobre todo las filosofías. Al lado de esta historia, hay lugar en realidad para un estudio de los comportamientos y vida de los filósofos” (Hadot, 1998: 11). Esta ocupación mayoritaria sobre el discurso filosófico que Hadot señala, podría entonces hacernos pensar, que no tiene nada que ver la filosofía como discurso y la filosofía como modo de vida, y que prefiriendo estudiar la una, dejamos de lado la otra.

Pero esta suposición es falsa, puesto que la filosofía como modo de vida, es decir; los aspectos biográficos e históricos de los filósofos no deben representarnos tan sólo una herramienta hermenéutica que nos ayude a interpretar un discurso filosófico, sino más que eso; estos aspectos gozan de la misma importancia que el texto en sí. Y no es necesario sostener esta afirmación con una especie de psicologismo. Para sostener que la filosofía como discurso y la filosofía como modo de vida son de la misma valía y que una no debe subordinarse a la otra, necesitamos retroceder y quizá reinterpretar nuestra propia comprensión de los filósofos antiguos, en especial de los griegos, puesto que posterior a la desintegración de sus estados, es que se da importancia primordial al estudio de los textos. Seguimos entonces la idea de Aristóteles “Para comprender las cosas hay que verlas desarrollarse, hay que tomarlas desde su nacimiento” (Aristóteles, 2007:131).

Así encontramos en el mismo Sócrates (la versión Platónica) que la vida humana a través de la reflexión racional se torna vida filosófica. Pues el examen de sí mismo y de los demás tal como lo muestra Platón en los diálogos que solemos llamar socráticos, da muestra de que la filosofía es una manera de vivir. Tan radical y apasionante en algunos pasajes, como aquellos en el Fedón donde se afirma que la filosofía es una preparación para la muerte, y que aquél que filosofa no debe temerla. No era entonces la filosofía para Sócrates una ocupación cualquiera, sino una manera de vivir.

“La filosofía es la forma de vida humana, el único camino que permite alcanzar la plena humanidad, obtener de su fondo, donde ellas se encuentran, todas las potencialidades que es un deber sacar a la luz. Esto se hace por medio de la razón y en esto consiste la virtud. El hombre es el ser filósofo. La filosofía en Sócrates es, pues, su vida” (Nicol en González, 1989:58)

Pero no es sólo en Sócrates en quien encontramos que la filosofía no es el mero discurso racional que nos da cuenta del mundo exterior, sino el mismo Epicuro nos dice en la Carta a Meneceo que la búsqueda de la felicidad y la filosofía son una misma cosa, y nos invita también a practicar y ejercer la filosofía, “Que ninguno por ser joven vacile en filosofar, ni por llegar a la vejez se canse de filosofar… El que dice que el tiempo de filosofar no le ha llegado o le ha pasado ya, es semejante al que dice que todavía no ha llegado o que ya ha pasado el tiempo para la felicidad” (Epicuro, 1985: 46)

Así para estos dos filósofos la filosofía es una reflexión volcada hacia el interior, sea su finalidad la preparación para la muerte, la autoconciencia, la virtud o la felicidad. En este sentido pensamiento y acción guardan identidad. No hay que tener reparo en reconocer que hasta el mismo Aristóteles concede que la felicidad es el bien supremo, y que la cuestión que aleja en este punto a Platón, Aristóteles y Epicuro entre otros, es que la felicidad consiste en una cosa para unos y en otra cosa para otros. Como por ejemplo, para Epicuro el placer es el medio de la felicidad, mientras que para Aristóteles el medio de alcanzar la felicidad no es el placer, sino la actividad racional.

El pensamiento filosófico en este contexto es entonces, algo que afecta la existencia individual, algo que determina el modo de vivir y que no deja inalterado al filósofo, éste no sólo examina la realidad externa a él; la naturaleza del mundo, sino que el examen se vuelca al individuo; “Un dios me dio por tarea el vivir filosofando, examinándome a mí mismo y examinando a los demás” (Platón, 2006: 126).

El interés por vincular el pensamiento y la vida, se da en diversos sentidos. Incluso es notorio como Platón y Epicuro divergen total