“La eticidad es el concepto de la libertad que ha devenido
mundo existente y naturaleza de la conciencia.”
G.W.F. Hegel
John Rawls es un nombre que, para muchos teóricos valiosos de las llamadas ciencias humanas o para importantes sectores del quehacer político contemporáneo, dice mucho. De hecho, representa una institución en sí mismo. Se le considera como uno de los más importantes -si no el más importante- de los continuadores de la filosofía ético-política de Kant y, en esa misma dirección, como el constructor de una concepción del liberalismo sustantada sobre los fundamentos conceptuales de la razón y de la justicia diseñadas por la modernidad, pero que, al mismo tiempo, fue capaz de trascender las meras representaciones formalistas trazadas por sus antecesores, los más conspicuos filósofos contractualistas o del Derecho Natural.
Hasta Rawls, la filosofía norteamericana parecía girar en torno a los clásicos del pragmatismo, la filosofía de la ciencia, del lenguaje o, más recientemente, de la mente. Todas ellas, variaciones hechas sobre un mismo tema: Locke, Hume y el empirismo lógico-analítico en su más amplio espectro, siempre bajo la dirección de la batuta hegemónica del entendimiento abstracto. Incluso, más allá de las huellas -mucho más profundas de lo que suele pensarse- dejadas tras su estancia en los Estados Unidos por la Escuela de Frankfurt -especialmente por parte de Fromm y Marcuse- y de las consecuentes aportaciones y ampliaciones para el desarrollo de la teoría crítica de la sociedad, es sólo con Rawls que se produce un salto cualitativo que bien vale ser tomado en cuenta, a la hora de examinar las visiones parciales, distorcionadas o simplistas -todas ellas, tendencialmente cargadas de fanatismo- que, en nombre del liberalismo, dicen representar su “doctrina filosófica”. Como si, además, semejante contradictio in terminis fuese posible. Porque, desde el momento en el cual una filosofía es trastocada en doctrina, en ese preciso instante deja de ser una filosofía.
Rawls es un pensador neo-kantiano que ha sabido superar y conservar, simultáneamente, la pesada carga de la tradición cultural empirista y contractualista. Su fascinación por la navegación de veleros caracteriza su disposición por querer conducir los vientos y las astucias del mar, ese “elemento líquido” que parece someterse pacíficamente a todo, que se acomoda a todas las formas y que, sin embargo, puede ser causa de mortal destrucción. Después de todo, Hegel concebía la vida en el mar como una fiel representación de lo ilimitado e infinito, en la que los hombres se animan a trascender lo limitado y a fomentar la valentía, la inteligencia, y, por ello mismo, la conciencia de la libertad. Rawls, de hecho, no inclinó sus estudios hacia la dura facticidad de lo fenoménico sino, más bien, en dirección a la liquidez de lo nouménico, a través de las amplias ondulaciones -the ripples- de su blandura. Y quizá sea esta la razón que permita comprender su obra como una muestra de valor y astucia a la vez, ya que, no pocas veces, debió enfrentarse con “el elemento más astuto, más inseguro y mendaz” de todos. Hay sociedades “líquidas”, que han sido construidas a imagen y semejanza del mar.
Y, como buen neo-kantiano -a fin de cuentas, como buen navegante-, Rawls debió necesariamente ir más allá de los límites trazados por el gigante, esta vez, no de Rodas sino de Köninsgberg. Y será conveniente advertir que todo neo-kantismo, tarde o temprano, tiene que vérselas con Hegel. Por esa razón, su liberalismo no le cuadra del todo ni a los liberales tout court ni, mucho menos, a los neo-liberales del presente, hijos legítimos -o ilegítimos- del desgarramiento. Es verdad que su ensayo más divulgado y mejor conocido es la Teoría de la Justicia, de 1971, texto en el cual su autor rechaza algunos de los planteamientos formulados por Hegel en la Filosofía del Derecho. No obstante, a partir de Kantian Constructivism in Moral Theory, de 1980 y, más tarde, tanto en su Political Liberalism, de 1993, como en sus Lectures on the History of Moral Philosophy, publicadas póstumamente, Rawls va comprendiendo sus afinidades con el pensamiento hegeliano. Por ejemplo, en sus Lectures sostiene: “Interpreto a Hegel como un liberal de mente reformista y moderadamente progresista, y considero su liberalismo como un importante ejemplar en la historia de la filosofía moral y política del liberalismo de la libertad. Otros ejemplares son Kant y, en menor grado, J.S. Mill. (Mi Teoría de la Justicia también se inscribe en el liberalismo de la libertad y es mucho lo que toma de ellos)”. Claro que por el hecho de que Hegel vaya ocupando progresivamente en su pensamiento una consideración de mayor importancia no implica que, en él, Kant desaparezca. La “buena voluntad” kantiana es el fundamento de su concepción de la “bondad como racionalidad”, lo mismo que su formulación de la idea de contrato.
Dice Rawls que no se debe caer en el viejo error de interpretar la Filosofía del Derecho de Hegel como un intento de justificar el Estado prusiano, sino como la propiciadora de un Estado moderno constitucional. Que Hegel rechace la formulación del contrato, por considerar que no es posible concebir las relaciones ciudadanas como transacciones comerciales, se debe al hecho de que el llamado “contrato original” nunca sucedió históricamente y al hecho de que el Estado no es una institución que tenga por finalidad atender las necesidades de los individuos existentes con antelación al Estado. Por el contrario, los individuos son el resultado histórico de la conformación del Estado. “Un Estado -observa Rawls- no es más que un pueblo que vive dentro de un marco establecido de instituciones políticas y sociales y que toma sus decisiones políticas mediante los órganos de su libre gobierno constitucional. Hegel quiere que comprendamos al Estado como una totalidad concreta, una totalidad articulada en sus grupos particulares. El miembro de un Estado es miembro de dichos grupos; y cuando hablamos de Estado, los miembros del mismo se consideran bajo esta definición”. Nada parecido con la actual realidad venezolana, por cierto.
La mitología de la propaganda del extremismo liberal, según la cual Rawls es uno de sus “profetas” predilectos, se desvanece después de leer los argumentos dados por el propio autor. Tanto como los mitos de un izquierdismo fanático y trasnochado -socialismos de fritangas- que, amanecido en las riberas de su extremo opusto, todavía cree ver en Hegel al “promotor del totalitarismo”, según la tosca disposición maniqueísta del “enemigo de clase”.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv