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Zelenski y la guerra glocalizada

 

Guerra glocalizada y Zelenski

I

Explicito el lugar epistemológico, mi caja de herramientas, desde el cual realizo el análisis, en clave de twitter. (1) Desde la tradición de la filosofía política inaugurada por Maquiavelo, llamada realismo político. (2) Desde la reinterpretación de Maquiavelo realizada por Nietzsche en el Crepúsculo de los ídolos, en la sección titulada Lo que le debo a los antiguos, a propósito de dos vocablos: libertad y belleza. El primero definido en el fragmento 38 de Incursiones de un intempestivo, a saber: “¿Qué es la libertad? Tener voluntad de autorresponsabilidad” y el segundo, en el fragmento 47: “Regla suprema: es preciso no dejarse ir ni siquiera delante de sí mismo.” (3) Desde la reinterpretación de Nietzsche que realiza Foucault; pero, sobre todo, su mirada de lo social como mallas de poder; como lo expresó en sus lecciones publicadas con el nombre El gobierno de los vivos, “(…) no hay ningún poder que no se apoye en la contingencia y la fragilidad de una historia…” (Foucault, 2012/2014 pág. 99) y otra idea fundamental en uno de sus artículos recogidos en el libro Estética, ética y hermenéutica: las “(…) formas de poder son heterogéneas. Así pues, no debemos hablar del poder si queremos hacer un análisis del poder; sino que debemos hablar de poderes e intentar localizarlos en su especificidad histórica y geográfica.” (Foucault, 1994/1999 pág. 239).

II

Utilizo el vocablo glocalizada, en el sentido contemporáneo de la sociología, la guerra es local, es decir, geográficamente delimitada, Ucrania, pero que tiene efectos globales y viceversa; pero, además, hay un nivel de guerra global en el campo económico. Es decir, afecta al planeta, a todos los países, económicamente, en distintas dimensiones y de forma diversa. La Guerra glocalizada es una novedad de nuestra época.

La guerra glocalizada que estamos presenciando tiene unas características novedosas con relación a la palabra guerra, a propósito de los criterios para discernir el éxito o el fracaso de un ataque. Cuando se decía guerra en la época moderna, se entendía que era una confrontación, donde atacar era una acción que realizaba uno de los actores con la finalidad de dañar de forma inmediata al enemigo en el corto, mediano y largo plazo. Era exitoso el ataque si el atacante permanecía igual o mejor que antes del ataque, con relación a sus costos. Se consideraba que el ataque era un fracaso, si el resultado tenía más costos que beneficios para el atacante.  

Una imagen de la globalización ha sido McDonald´s. La trasnacional tomó la decisión de cerrar todos sus establecimientos en Rusia. Esa decisión se considera como un ataque económico a Rusia.  En el corto, el mediano y en el largo plazo (de mantener la medida), esa decisión tiene más costos para McDonald´s que para Rusia. Para Rusia es mínimo porque es social (su población no podrá disfrutar de un tipo de comida) y quedarán una cantidad de trabajadores sin empleo (pero eso mínimo, considerando la población del país) y para Mc Donald´s, el costo es máximo porque no obtiene ningún beneficio y asume solo costos económicos. Es decir, se encuentra en peor posición que antes de atacar. Pero lo que sucede con la trasnacional, es similar en otros campos económicos con relación al efecto, en el campo económico, que llamo boomerang.

Al ser una guerra planteada globalmente en el campo económico, hasta el momento, toda decisión de la OTAN tiene un efecto boomerang, es decir, algún país de la alianza sufre los costos de la decisión sin ningún beneficio o con muy pocos beneficios. Es por ello que el mayor ataque, bloquear el suministro de energía a Rusia, tenía el efecto boomerang contra el estado alemán; por lo tanto, tuvieron que derogar esa decisión.  Al tener el efecto boomerang, cualquier medida económica, en el corto, mediano y largo plazo, tendrá efectos negativos en los distintos países de la OTAN de forma inmediata, mediata o a largo plazo y el efecto es expansivo globalmente.

Por ahora, las poblaciones de todos los países de la OTAN, pueden asumir los costos de las decisiones de sus gobiernos, a propósito de los acuerdos de la alianza; pero, de prolongarse la guerra, el panorama se transforma.  Imaginemos a la población de Canadá, Alemania, Italia o Francia, por ejemplo, si permanece la guerra empezarán a sufrir las consecuencias económicas; y la oposición política en cada uno de sus países capitalizará el descontento y quienes estén tomando esas decisiones, actualmente, correrán el riesgo de perder el poder político en sus estados, localmente, por una decisión global…  Porque localmente, la población expresará su descontento a su gobierno porque el primer deber es tomar decisiones que minimicen los costos y maximicen los beneficios para el país.  De allí que los decisores tienen que acordar medidas comunes, pero tienen un límite, los intereses de su país; porque si pierden de vista sus intereses locales, tanto los decisores como sus partidos que ejercen el gobierno, actualmente, arriesgan su capital político.

Si la guerra se mantiene en el plano económico. Rusia solo tiene que resistir, no tendrá beneficios en el aspecto económico, tendrá altísimos costos, pero tendrá menos costos tanto económicos y como políticos que sus oponentes. A menos que sean tantos los costos económicos para Rusia, que se le genere un problema interno y se desestabilice su gobierno. Pero si le causan un máximo daño económico, como tiene un efecto boomerang, esa medida, será proporcional o peor para la alianza. De allí que este escenario es improbable.

Si la OTAN toma una decisión distinta, más allá de enviar armas, apoyo económico, técnico, tecnológico, la guerra deja de ser local y sería global. Esto significa que los espacios de confrontación se realizarían en sus países, con una gran probabilidad que utilicen armas nucleares. En ese caso, todos pierden. Tal escenario es el resultado es suma cero, para utilizar el vocablo de la teoría de juegos. 

De allí que lo más racional, desde la perspectiva económica para la OTAN, era acordar con Rusia, lo más rápido posible después de su invasión.  Rusia alcanzaría unos territorios, pero se le hubiesen aplicado medidas paras paralizar se crecimiento como imperio, aunque tuviese un efecto boomerang en los países más débiles dentro de la alianza y Estados Unidos, dentro de la OTAN, hubiese acrecentado su poder. 

Pero no fue así por la contingencia Zelenski. Es contingencia porque las dos decisiones fueron de carácter ético. Afrontar la situación, decidir liderar la guerra y no asilarse cuando se lo ofrecieron. La consecuencia práctica de ambas decisiones es que cada día, se le está complicando más la forma de jugar a la OTAN con respecto a Rusia. La ventaja que ha tenido Zelenski, como jugador dentro del escenario local y global, se debe a una condición epocal, las redes sociales. Zelenski logra el apoyo y la asesoría del hombre más millonario del mundo, especialista en comunicación, Elon Musk, con un twitter donde lo confrontó directamente, indicándole que estaba invirtiendo dinero para llegar al planeta Marte y no estaba preocupado por la tierra.  Ese mensaje directo, le generó un arma, más poderosa, en los tiempos actuales que un misil, tener a su disposición una plataforma de comunicación con el mundo. Y tener a un asesor, con extraordinaria pericia, en el manejo de las comunicaciones.

Pero, además, sin tener poder económico ni militar, se transformó en el general de su guerra local, con el apoyo de la alianza alrededor de la OTAN. Apoyo que logra porque logró comunicar su decisión globalmente, diciendo que estaba en desacuerdo con la forma que la OTAN planteaba cómo confrontar con Rusia, por eso dijo, “nos quedamos solos”, pero iremos a la guerra. Logra su condición de general por la decisión de no asilarse. Pero esa decisión no la expresó solo localmente, sino que la hizo global, le dijo al mundo que Francia y Estados Unidos le estaban ofreciendo asilo y lo que él necesitaba eran armas.  Desde ese instante, no antes, Zelenski adquiere la condición de un general, un líder, que le habla y exige a las potencias aliadas.

Un buen decisor, un buen general lo es, no por las alianzas poderosas ni por los brillantes asesores, sino porque sabe decidir. Estoy resumiendo en términos contemporáneos lo que explica Maquiavelo con sumo detalle a propósito de los príncipes exitosos. Si tiene una alianza con poderosos y sus decisiones son las que indican los poderosos, dejar de ser príncipe, porque los otros deciden por él y se transforma en un esclavo de sus aliados. Si tiene buenos asesores y no sabe decidir, los asesores asumen el lugar del príncipe. Si tiene buenos asesores y tienen opiniones contrarias, no podrá tomar la decisión, sino piensa por sí mismo. Un buen príncipe es quien tiene alianza con poderosos, pero les exige que colaboren en lo que él necesita y de la manera cómo lo necesita. Y es capaz de tomar decisiones y establecer, según su perspectiva, cuál es el mejor curso de acción con independencia de las miradas contrarias de los asesores. Es decir, sabe discernir.

Ahora veamos ejemplos recientes. Es una novedad que un presidente de un país sin recursos económicos ni militares, se dirija a las grandes potencias, quienes lo están financiando militar, económica, técnica, y tecnológicamente y les llame débiles, indicándoles que están desunidos, que no saben tomar decisiones; adjetivaciones realizadas cuando aprobaron toneladas de gasolina, pero rechazaron la propuesta de Zelenski, de cerrar el espacio aéreo. Discursivamente, retóricamente, se colocó por encima de todos los mandatarios de la alianza, como si fuesen subordinados a él. Pero no solo les dijo eso, sino que lo que acontece en su localidad no solo era responsabilidad de Rusia sino de la OTAN por su falta de acción; retóricamente, le expresó una sentencia moral y política. 

Esa condición de general se debe en primer lugar a la coherencia entre sus decisiones y sus acciones, a saber, asumir la guerra y no asilarse. En segundo lugar, a la valentía para hablarle a la OTAN diciendo lo que piensa, sin medias tintas y con sentido de oportunidad, lo que llamaban los romanos parresia. En tercer lugar, porque tiene conciencia que se lo puede decir, porque tiene una comunicación global, sin esa comunicación global, hubiese tenido las dos condiciones anteriores, pero nunca se sabría de él y solo de las acciones de la OTAN; en ese escenario, la ausencia de las redes sociales, transformaría las reglas del juego y la forma de afrontarlo para Zelenski.   

La estatura de general de guerra mundial, simbólicamente, sucedió cuando le habló al parlamento inglés. En primer lugar, tal como lo han reseñado los medios, es la primera vez que un mandatario se dirige al parlamento en un año antes que la reina. Eso marca un hecho histórico en el pueblo inglés. Quien conoce de protocolos y de la importancia para los ingleses del cuidado de las formas, porque son una monarquía constitucional, el haber permitido que hablase Zelenski es un dato simbólico extraordinariamente relevante, para él como actor político en el escenario global. Ahora bien, él como decisor, no solo narró cómo había enfrentado la guerra, sino que, da un paso osado, con sentido de oportunidad, les exige compromisos y le hace solicitudes concretas al parlamento, como declarar que Rusia es un estado terrorista. Los ingleses que, protocolarmente, no suelen ser efusivos, le dieron un aplauso de pie, antes y después del discurso. La prensa internacional y local, reseñó el acto como un momento estelar que no se había tenido, en ese parlamento, desde Winston Churchill.  Aplausos y alabanzas, incluso admiración, pero que para Inglaterra y para todos los de la OTAN, dichas solicitudes pueden generarles costos inimaginables, de allí que los coloca en un serio problema para acompañarle.

Además, al utilizar de forma magistral los medios de comunicación para coaccionar, discursivamente, a la OTAN y dar ejemplo que está liderando la guerra (tanto local como globalmente), muestra por video de su residencia y las calles de la ciudad donde está ubicado. Tales acciones de Zelenski, para él, tiene un extraordinario beneficio, porque cada día que pasa se hace más complejo para la OTAN permitir su muerte; porque la opinión pública local y global se manifestará en cada país contra los líderes que la permitieron; es decir, tiene un costo político en la localidad de cada país de la OTAN y con seguridad, de llegar suceder eso, los partidos opositores en todos los países, se lo cobrarán a quienes dirigen. Es decir, tiene un alto costo político en lo local y en lo global no apoyarlo. Así que para la OTAN las tomas de decisiones, se les ha complicado, muchísimo más que para Rusia, paradójicamente. De allí que la OTAN tendrá que presionar a Zelenski para negociar y también le conviene a Rusia negociar con Zelenski. Pero él ha mostrado que es un decisor. Para utilizar una sinonimia, era un juego de ajedrez donde Zeneski era un peón y, de pronto, la pieza tuvo metamorfosis y se volvió un jugador. Las reglas del juego se trastocaron. A los tres jugadores les conviene acordar; aunque políticamente, en este momento, Rusia puede darse el chance de mantener un poco más la ofensiva, porque tiene más beneficios que costos; por la complejidad para la OTAN de construir decisiones cooperativas que tengan un efecto boomerang mínimo y maximicen el ataque a Rusia.

Y quien piense que era mejor para el mundo que Zelenski se hubiese asilado, porque tal decisión tendría menos costos y más beneficios económicos y políticos, global y localmente, estaría sosteniendo como valor moral que es preferible ser esclavo, no pensar por sí mismo y está en contra del principio jurídico de la autodeterminación de los pueblos. En otras palabras, es mejor que las grandes potencias decidan el destino de los pueblos que no tienen poder.

En términos personales Zelenski gana. Si muere será un héroe cuyas decisiones complicaron las relaciones globales y si sobrevive, sin duda alguna, tendrá la estatura de un estadista con independencia de sus prácticas como gobernante localmente; pero, sobre todo, será un mensaje para los países pequeños, que no tienen poder económico ni militar, cómo se manejan las relacionales con las potencias en el mundo contemporáneo, en un mundo globalizado.   

El análisis realizado es independiente del pensamiento de Zelenski. Él puede pensar como ultra derecha, derecha, centro, izquierda, ultra izquierda y el razonamiento sobre su práctica, desde nuestra perspectiva permanece inalterable.

La clase de Aristóteles

Por Jonatan Alzuru Aponte.

Aristóteles director de cine.


Estaba en su oficina, ubicada en el segundo piso, justo al finalizar las escaleras, de aquel pequeño edificio que transformaron hace treinta años. Antes era una residencia para las señoritas chilenas que estudiaban en la UACh. Su escritorio estaba a un lado de un ventanal. Desde allí observaba la entrada al jardín botánico de la Universidad.

Eran las diez de la mañana y el invierno volvía como un eterno retorno de lo mismo. No quería trabajar ese día. Movía con el cursor de la computadora uno y otro archivo. Cerraba uno, abría el otro, sin leer nada. Las páginas de las redes sociales las visitaba y sin leer, las cerraba. A nadie le comentaba lo que le sucedía. Días antes recibió un golpe emocional, uno más… su esposa tardaría unos días, quizás unas semanas en llegar a Valdivia, pero todo amor es desesperado, aunque la conociese desde su niñez, la deseaba. Habían pasado cuatro días y no había podido recuperar ni las lecturas de aquella frígida maestría en guion de cine, ni la apasionante aventura de internarse en los textos que era una novedad para él ni siquiera la alegría de las películas lo atraían. La rutina del trabajo le parecía una cárcel y él vestido de negro parecía que fuese a un funeral.  De pronto, se le ocurrió, para levantar su ánimo, imaginarse que dictaría una clase sobre guiones. 
Entonces, decidió ir a la biblioteca. Se levantó de aquella silla negra, ajustada perfectamente a su espalda y casi sin pensar, empezó a caminar rápido. Bajó las escaleras, aún más de prisa. Recorrió los dos largos pasillos alfombrados con un desgastado color vino tinto y cuyas paredes siempre le recordaban al Aula Magna de su Alma Mater, porque son de una madera preciosa; pero ese día no posaba su mirada en ninguna parte, iba acelerado, al trote, pero como un autómata, como un drogadicto en busca de su droga o como quien corre a buscar una medicina que posiblemente salvaría a su madre de una muerte inminente.

Llegó al bello edificio de cristal donde reposan centenares de libros. Sin saludar, corrió al estante de Filosofía, buscó la poética de Aristóteles. Olió sus hojas y un torbellino de imágenes le cruzaron en segundos; la biblioteca de su casa, la sala de lectura del Centro de Investigaciones donde pasó horas, meses, años, leyendo, conversando, disfrutando la pasión por esos conocimientos antiguos y modernos; la Universidad, sus amigos.
La bella edición de Gredos estaba un poco maltratada, quizás por el uso de tantos lectores. Abrió y cerró el libro. Decidió solicitarlo. Se dirigió de forma pausada, como si el motor de su cuerpo hubiese adquirido otra revolución. Fue al despacho del bibliotecario que se encontraba ubicado como el home, la base donde los beisbolistas batean, porque la estructura de la sala abarrotada de saberes, parecía un campo de béisbol. Entregó su carnet de funcionario, así le llaman a quienes no son académicos, a los que tienen una profesión, pero están incapacitados para dictar clase. En aquella lámina verde que tenía su foto y le daba la identidad de sus funciones, le recordaba que la vida le había cambiado; él era un apasionado del aula. Años atrás, cuando todavía ejercía como docente, escribía sus clases. Eso lo aprendió leyendo la biografía de Teodoro Adorno, porque decidió emularlo y la imitación, según los antiguos, era la primera experiencia para aprender; pero la nostalgia aquel día no se apoderó de él. Empezó a leer aquella joya magistral del conocimiento, de la estética, mientras hacía el camino de vuelta.  Al llegar a su oficina, lo leyó con frenesí. Él sabía que allí debía estar la esencia del guion contemporáneo, tenía esa intuición, aunque los pocos autores que había leído lo colocaban como una referencia lejana.
Tomaba apuntes de forma rigurosa, colocando alguna anotación para darle coherencia a las citas:
Lo más importante de estas partes es el entramado de los hechos; pues la tragedia no imita a los hombres, sino una acción, la vida, la felicidad o la desgracia; ahora bien, la felicidad o la desgracia están en la acción y la finalidad de una vida es un obrar; no una manera de ser. Y en función de su carácter son los hombres de tal o cual manera, pero es en función de sus acciones como son felices o infortunados. Por consiguiente, los personajes no obran imitando sus caracteres, sino que sus caracteres quedan involucrados por sus acciones. De manera que los hechos y la fábula son el fin de la tragedia y el fin es en todas las cosas lo primario (Aristóteles, 6; 1450ª)

Aristóteles define de la siguiente manera (…) llamo fábula al entramado de cosas sucedidas; llamo carácter a aquello que nos hace decir de los personajes que posee tal y cuales cualidades; llamo manera de pensar a todo lo que los personajes dicen para demostrar alguna cosa o para explicar lo que deciden.” (Aristóteles, 6; 1449b)
Continúa afirmando Aristóteles: Añadamos que la principal fuente de placer para el alma del espectador está en las partes de la fábula, es decir, en las perspicacias y los reconocimientos. (Aristóteles, 6; 1450ª)

Define Aristóteles qué es perspicacia y reconocimiento, de la siguiente forma:
Perspicacia es un giro de la acción en un sentido contrario al que venía siguiendo… y esto, una vez más, según la verosimilitud o la necesidad (Arist, 11; 1452ª)

El reconocimiento, como ya el mismo nombre lo indica, es una transición de la ignorancia al conocimiento, llevando consigo un paso de odio a la amistad o de la amistad al odio, en los personajes destinados a la felicidad o al infortunio. El más bello reconocimiento es el que va acompañado de perspicacia. (Arist. 11; 1452ª-1452b)

Además, de la perspicacia y el reconocimiento, Aristóteles considera otra característica para hacer la fábula bella, el hecho patético:
(…) es una acción que hace sufrir, por ejemplo, las agonías representadas en una escena, los dolores agudos, las heridas y otros hechos del mismo tipo. (Arist. 11; 1452b)

Pasó la mañana, absorto en el trabajo autoimpuesto. Al terminar la lectura con todos sus apuntes. Estaba como transportado. Sonreía, se sobaba la cabeza con ambas manos, respiraba hondo, quería gritárselo al primero que entrase: “¡Eureka! Los teóricos del guion lo que han hecho es ampliar y utilizar el lenguaje contemporáneo para expresar lo que estaba en Aristóteles. ¡Carajo! ¡Cómo es posible que le llamen estructura hollywoodense, a los tres actos con final cerrado! ¡Esa vaina es Aristóteles! ¡Cómo es posible que cuando describen que el personaje es acción, no citen al maestro Aristóteles! ¿Por qué carajo, no empiezan un curso de guion con la Poética de Aristóteles, si allí está condensado todo, estrictamente todo?

Se levantó. Bajó a fumarse un cigarro. Caminaba sin dirección por aquellos jardines. ¿Por qué repiten errores? ¿Acaso será porque Syd Field y Robert Mackee, estadounidense, escribieron los libros más vendidos sobre guiones y son considerados los gurú del guion y le atribuyen entonces, la definición a ellos y no a  Aristóteles? ¿Cómo es posible que le llamen paradigma de Syd Field  o la Arquitrama de Mckee, a la estructura de los tres actos?
Como solía hacer desde muy joven se aprendió la cita de memoria, como si fuese a debatir con sus compañeros en el Centro de Investigaciones o fuese a dar la clase; era una táctica que siempre le daba resultado y performativamente, disminuía a su interlocutor, citar de memoria, incluyendo capítulo, página y editorial. Se repetía, capítulo siete de la poética, 1450b-1451ª, titulado “Extensión de la acción”, editorial Gredos, página 85;  lo inicia Aristóteles diciendo: “Hemos sentado que la tragedia es la imitación de una acción completa y entera, dotada de cierta extensión, ya que una cosa puede ser entera pero no tener una cierta extensión. Es completo lo que tiene comienzo, medio y fin”  y al final del capítulo establece qué es extensión: “(…) y para sentar una regla general, decimos que la extensión que permite a una secuencia de acontecimientos, que suceden según la verosimilitud o la necesidad, hacer pasar al héroe de la desgracia a la felicidad o de la dicha al infortunio, constituye un límite suficiente”

¡Carajo! Es exacto a la definición de Syd Fiel o de Mckee, a lo que llaman cine hollywoodense, Casablanca, El Padrino, Rocky, La Bella y la Bestia o la versión realizada por Guillermo del Toro, La Forma del Agua, tienen esa estructura… Gesticulaba, movía sus manos como si estuviese discutiendo con alguien; se veía, exactamente, como esos dementes que deambulan por la calle que discuten con fantasmas; así paseaba sin rumbo en los jardines universitarios, en ese trance, para él el clima le era indiferente, aunque lloviznaba y la neblina se apoderaba del lugar. La multitud de jóvenes empezaban a salir de sus clases en grupos con algarabía rumbo a los comedores, pero él no los veía; estaba en aquella polémica imaginaria. De pronto se detuvo. Se quedó paralizado con la mirada fija, pero sin observar nada, su respiración se hizo, delicadamente, pausada. Cabizbajo movió la cabeza como un péndulo. No puedo escribir la clase, alguien, algún teórico tiene que haber realizado un trabajo mostrando que cada capítulo de la poética, puede leerse en clave cinematográfica.  Abstraído en aquel pensamiento, decidió internarse en la selva de libros, hasta conseguir, aunque fuese un autor que hiciera la relación, su perspicacia como investigador, lo conducía esa conclusión.


Pasó horas, haciendo el ritual, tomar un libro del estante, revisar índice y devolverlo a su lugar, en orden, fila por fila. Había en aquellos estantes de caoba, como unos doscientos libros sobre cine. Estaba seguro que alguien tenía que haber reparado en aquella falla que se repite y repite de un libro a otro. Abrió un libro que lo hubiese descartado por el título sino fuese por el ritual que emprendió, Taller de escritura para cine, compilado por Lorenzo Vilches. El Capítulo tercero estaba escrito por un académico de la Universidad de Barcelona, Pere Luís Cano, nombre extraño pensó Pere, parece que le faltase la zeta, se dijo así mismo. El título era “Las fuentes clásicas del guion”, abrió el libro en la página 73, tal como lo señalaba el índice. Allí leyó: “En las próximas líneas se intenta resumir aquellas partes del texto aristotélico que los guionistas siguen usando hoy día, conscientemente o sin saberlo.”  Reclinó su cabeza en la columna, disfrutando su hallazgo y pensó, otro día escribo la clase, debo ir a la oficina a trabajar. 

Por Jonatan Alzuru, contáctame por email: jonatan.alzuru@uach.cl

Universidad y cultura

En defensa de la universidad.


Crucé la ciudad universitaria, casi al trote. Desde la Facultad de Ciencia a la Facultad de Humanidades. El corazón acompasaba el ritmo de mi respiración entusiasmada. El sol estaba vencido, pero no importaba. Porque corría entre ráfagas de luces. Vestía con blue jean desgastado, sandalias de cuero, simulando los guaraches mexicanos y camisón blanco al estilo de Ernesto Cardenal, quien era uno de mis ídolos preferidos.

Llegué a tiempo. Las puertas del auditorio estaban cerradas. Me acomodé en uno de los bancos que estaban dispuesto perpendicularmente tanto del cafetín como de la entrada, donde estaba ubicado el auditorio. Del bolso, fabricado con cabuyas, que solía usar desde mi adolescencia, extraje el libro propicio para la ocasión: El Castillo de Kafka. Novela digna del ambiente. La práctica camaleónica se aprende en la juventud, quería reflejarme en aquel espejo donde habitaba el intelecto. No había leído ni siquiera las primeras líneas, cuando una voz ronca invitaba al acto.

Me senté en las últimas butacas del auditorio. No era timidez, era una estrategia para ocultar mis sentimientos porque suelen desbordarse en mis ojos, en mi lengua y cualquier desprevenido lo nota de inmediato. No se trataba de una película de Disney. Lloré con Bambi de principio a fin. Siempre lloro o río a carcajadas en el cine. Por eso prefería los últimos puestos. Pero quién sabe si me pasaba lo mismo, por prudencia lo hice. No tuve formación inglesa. Ellos saben razonar y llorar sin que nadie note nada. Tal vez, de eso trataba la filosofía que nadie note nada, aunque lo diga todo. No lo sabía.

Alexis, uno de los mayores, quien al parecer estaba ligado con un tal Nietzsche, solía afirmar que el asunto era pensar problemas. Si era eso, estaba bien. Yo los tenía y de sobra. Quería ser poeta como Rimbaud, físico como Einstein, religioso como San Francisco, quería experimentar todas las formas de la lujuria como las narraba Sade y filosofar como… ¡No! No tenía claro como quién filosofar… ¿Cuál sería el camino de mi vida? Ése era mi asunto filosófico. Y por eso estaba allí, justo allí, donde se encendería el fuego, temblando de emoción y agazapado en la última butaca, con la misma sensación que tuve a mis diez años, llorando con Bambi.

En casa, los domingos era un mar de periódicos. Los mayores solían leer a Cabrujas y a Juan Nuño; a veces pienso que debí estudiar teatro, porque los imitaba. Me sentaba en las poltronas de la sala, lanzando las comiquitas a un lado y con estoicismo leía al dramaturgo y al filósofo. No entendía nada o muy poco, pero me sentía que era del club de los mayores, mi juego era emularlos, era mi estrategia para pertenecerles. Y claro, sentando en la última fila del auditorio, ocultaba una emoción adicional, Juan Nuño era uno de los ponentes. Me lo imaginaba más alto, más delgado, con una cara más intelectual… ¿Cómo será esa cara? Pues no lo sé, pero al parecer existe un prototipo… yo quería tenerla, quizás por eso la montura de mis lentes eran al estilo de Lennon.

Subió a la tarima, donde estaba un largo mesón de madera recién pulido, un señor delgado, de pelo desajustado y plateado; llevaba, como sin querer, una chaqueta marrón de pana con bolsillos anchos, una corbata beige a desgano, con el nudo a medio pecho y un maletín de cuero que combinaba perfectamente con los zapatos a medio lustrar. Se sentó, estiró el brazo derecho a lo largo del ancho del mesón y sin ningún pudor, reclinó su cabeza usando su brazo como almohada. Y, al otro extremo, estaba el ídolo de mis domingos familiares, sin la cara de intelectual que imaginaba. Más bien, parecía un detective. Sus ojos escudriñaban a su oponente con la sagacidad de quien sabe quién es el culpable y está presto a revelarlo.

El auditorio estaba a reventar. Se trataba de un espectáculo diseñado para celebrar los años de la Facultad o del Instituto fundado por García Bacca o, tal vez, la adaptación contemporánea, venezolana, de alguna escena de los diálogos platónicos como alimento para los párvulos que se iniciaban en el antiguo arte. ¿La verdad? No recuerdo cuál era el motivo del evento. Lo cierto es que aquél día recibí mi primera lección, de qué trata pensar. Fue el pórtico a la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela.

Se trataba de un diálogo entre Luis Castro Leiva y Juan Nuño. No comprendí nada de lo que hablaban, pero fue un momento erótico; como a quien se le expresa el deseo y te dice que no, levanta una barrera; pero, pícara y seductoramente, desliza una posibilidad que se desplaza en el tiempo; configurando una lucha agónica para satisfacer lo imposible que solo termina con la muerte, la travesía de los amantes.

Aquella tarde, en la última butaca del auditorio, quería reír o molestarme, como el viejo que estaba a unos metros de mi butaca; quien se parecía a un extra de una película de Ingmar Bergman; años después, fue mi profesor. Me ofreció una lectura de texto, todo un semestre, leyendo una página de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, Ezra Heyman.

La escena de mi juventud fue una fiesta de la cultura. Fue una celebración de la vida orgánica de un país. Fue una puesta en escena de la práctica universitaria por excelencia, del argumento riguroso y de la diferencia como manifestación sustancial del ejercicio del pensar.

La Universidad Central de Venezuela, las universidades, son un síntoma de la cultura. La reducción de la discusión pública a las prácticas procedimentales establecida por el orden despótico y el debate sobre la posibilidad o no de participar en dicho bodrio, manifiestan el grado de descomposición de nuestro orden socio cultural y la fragilidad del pensamiento político de nuestra comunidad.

La universidad es la última trinchera institucional de la cultura. Ceder un milímetro, es acelerar el sistema de opresión. Defenderla, sin ambigüedad, es la punta de lanza, el detonante fundamental, para la transformación de Venezuela. Como dice el Apocalipsis: Dios vomita a los tibios.

Enviado por Jonatan Alzuru Aponte.