Mostrando entradas con la etiqueta Luis Natera Tibari. Mostrar todas las entradas

¿Para qué estudiar historia de la filosofía?

  

Estudiar histooria de la filosofía

Coexisten palabras poderosas, capaces por si solas de hacer cuestionamientos sorprendentes y hasta reveladores, pero como la palabra “para qué”, no creo que pueda existir otro de igual poder en la gramática española; pues es idónea para desnudar el alma, las intenciones e inclusive los más grandes secretos que puedan alojarse en el deposito polvoriento más grande y ruidoso del mundo, la mente humana. Pues, no es casualidad que los individuos que han sido más notables en cada una de sus correspondientes épocas, sea a la vez personas diferentes al rebaño, con características poco común entre la mayoría que los rodeaban, siendo vistos por algunos de psiques geométricamente cuadradas como ovejas negras, descarriadas; cuando en realidad, los mal llamados inadaptados solo hicieron algo poco usual, convirtieron su mente en antorchas de luz, en vez de meros vaso por llenar.

 

Entonces, que relación tiene la palabra para qué en el desarrollo de los individuos lúcidos pero incongruentes con la normalidad social, simple, está es la premisa de su curiosidad; ya que, le permite cuestionar de una manera lógica las proposiciones tomadas como dogmas, como inquebrantables y de formas irrefutables por la sociedad de su tiempo; dando lugar a nuevas teorías y descubrimientos, sin abandonar el razonamiento ni la capacidad de dudar de sus propias propuestas, manteniendo así, vivo el ciclo constante del conocimiento, de esa llama viva que es la conquista del saber, el cual es inagotable, eterno y para algunos una invariable búsqueda.

 

Tener presente la palabra para qué nos permite de forma consciente mantener aquello que ha sido faro para nuestros pasos, y, además, encabezar interrogantes imprescindibles en la evolución del pensamiento humano, la trascendencia de la reflexión, y de ese observar dos veces el mismo paisaje, circunstancia o duda. En virtud de esto, debemos tener como lámpara de aceite siempre encendida dicha incógnita. Lo cual me lleva a postular una pregunta, ¿Para qué estudiar la historia de la filosofía? 

 

Una pregunta formulada en tiempos donde la tecnología y todo aquello que se define como digital es lo que abarrota la palestra, tapiza las redes sociales e inunda las “necesidades” del individuo común, una interrogante que a simple lectura tendría una respuesta casi instantánea, escueta o hasta sin sabor, pues se creería desfasada en el espacio y momento, pero si la leen por segunda vez, sin la premura de los nuevos tiempos y con la certeza que algo dentro de nosotros grita por salir de aquel ático polvoriento, comienza a tener una preeminencia capital; dejando mudo por unos minutos aquel individuo que creía dar una contestación vertiginosa con tan solo una primera lectura de la pregunta.

 

En tal sentido, estudiar la filosofía y su historia es cardinal para conocer las raíces del pensamiento occidental, y así, iniciar el encendido de la lámpara de aceite del saber, y dejar de una vez por todas los pasillos de aquel laberinto cavernoso en el cual nos encontramos sumergido, puesto que, la ignorancia solo genera espejismos de certezas inexistentes, y la germinación de individuos “cultos” de lo conveniente, más no, de lo necesario.

 

Pues para muchos, el pasado es solo tinta seca, o como diría José Ortega y Gasset “una profecía al revés”; sin darse cuenta que la historia y todo lo que yace en ella nos hace más despiertos, y por ende, capaces de generar pensamientos críticos y no acoplados a modas o tendencias, porque nos facilita el recorrer las sendas de la reflexión humano, gracias a las interrogantes empedradas pero llenas de sapiencia, siempre como espectadores sigilosos, conociendo escenarios que a pesar de las distancias en el tiempo, guarda un legado para quien tiene la agudeza de detenerse a escuchar.     

 

La filosofía ha sido una constante dadora de razones para creer en grandes saberes, pero a su vez, en dudar de ellos, es un juego milimétricamente perfecto, donde la evolución del pensamiento se da gracias al entendimiento que se tiene de lo ocurrido, debido que, los avances son pasos llevados a cabo sobre los cimientos de la búsqueda de la verdad; y el estudio de la historia ayuda iluminando dichas travesías. Pues, no es imaginable un Platón que haya alcanzado su cima sin haber estudiado lo ofrecido por su maestro Sócrates, o un Aristóteles sin analizar la historia que residía entre los muros de la Academia.

 

Querer comprender un presente sin estudiar el pasado, es como pretender navegar por los mares sin brújula ni catalejo; estaríamos a merced de los vientos, de las corrientes y de los inesperados peñascos, en otras palabras, se estaría pretendiendo escribir sin tinta ni papel. Aquellos que se jactan de estar al corriente de los nuevos tiempos, pensando que lo que mora en el pasado es solo un olor a arrancio, están irremediablemente destinados a repetir los errores de otrora, serán como Sísifo pero en tiempos modernos.

 

El estudio de movimientos o corrientes distintas de la filosofía permite a quien busque encontrar un abanico de colores, ideas y tendencias sin igual, dando lugar a la posibilidad de degustar – por así decirlo – una cantidad considerable de maneras de pensar, sabiendo que cada una ofrecen algo enriquecedor para el crecimiento de la compresión del Ser y de su entorno. Es por tanto, primordial para un individuo que se considere culto el permitirse una travesía por las letras de la historia, detenerse en los párrafos de El Banquete de Platón, donde nos ubica a la mesa junto a Sócrates y un nutrido grupo de personalidades de las letras atenienses, que aprovechan la ocasión para analizar una de las mayores fuerzas que existen en el mundo como es el amor, o por la Ética a Nicómaco de Aristóteles, quien con destreza apuesta a la virtud y ese punto medio entre dos extremos para lograr vivir bien y alcanzar la felicidad; o simplemente, las Cartas de Epicuro, quien nos sumerge en un estudio pormenorizado y profundo sobre la felicidad con el placer.

 

El individuo que aborde la barca que navega la búsqueda de la verdad tendrá dos cosas seguras, la primera que siempre hallara un nuevo puerto donde llegar, con historias nuevas que aprender, que debatir y sobre todo con la posibilidad de hacer lo más perspicaz que puede llevar a cabo una persona como es desaprender; pues así podrá desocupar la azote de casa, dándole lugar a nuevas ideas, concebidas por el aprendizaje propio y con pinceladas de grandes maestros; la segunda es la eterna búsqueda, es una historia inagotable, incansable del saber, ya que la verdad siempre será puesta en cuestionamiento, será vista por instantes como salvadora y en otros como blasfema, y allí quien ama el arte de cultivarse seguirá desmenuzando la realidad, la cual siempre variara según los ojos que lo vean, la mente que lo analice y las emociones que la filtren. Será un viaje que te hará entender del David de Miguel Ángel algo que va más allá de un mármol blanco y un cuerpo cincelado por los dioses, serás capaz de observar lo intangible, la esencia, aquello que no tocas pero que si te toca, porque conquistaras lo que el alma ve, esa sustancia invalorable de la vida.

 

Las grandes obras de la literatura como del pensamiento universal han vencido la fecha de caducidad, son omnipresentes, debido que, están taciturnas por los rincones de nuestras vidas, listas para ser llamadas por nuestra inquietud, por nuestra curiosidad, sabiendo nuestro propio inconsciente que aunque el pergamino amarillento donde reposa su tinta sea viejo y deteriorado, su vigencia es irrebatible, porque quien puede negar que frases como “el peor mal del hombre es la irreflexión” adjudicada a Sófocles (poeta trágico griego) no está actual y apta para tenerlo presente en estos tiempos de globalización y postmodernismo.   

 

El saber nunca podría considerarse como un peso, y menos aún, como algo inútil en el bolso de la vida, pues todo aquello que aprendemos tiene un propósito final, nos permite evolucionar a una mejor versión sea de la idea o del individuo, así como decía Antoine Lavoisier “la materia ni se crea ni se destruye, solo se transforma”, así pudiéramos considerar el saber, porque no se destruye pero si puede transformarse, ya que, la interpretación de cada ser pensante le dará un valor agregado, siendo enriquecido; como ejemplo, el neoplatonismo, que floreció en distintas etapas de nuestra era, dejando en cada una de ellas notas de un brillo notable, muestra de esto es Agustín de Hipona, quien es para muchos uno de los emblemas más trascendentales de la corriente del pensamiento de la edad media, y quien a su vez obsequió a la humanidad una vista distinta no solo de la fe (en este caso Cristiana), sino de la razón y la verdad, teniendo presente el pensamiento de: “existirá la verdad aunque el mundo perezca”.      

 

Para la sociedad un individuo curtido en la búsqueda del saber es alguien provechoso, pues será más fácil sacar del mal camino a quien tenga una noción por lo menos leve del bien, que aquel que carezca por completo de dicha noción; en tal sentido, el que un individuo sea culto o no, deja de ser algo meramente individual y comienza hacer un factor de necesidad colectiva, porque es de entender, que una sociedad más culta, es una sociedad destinada a poder reflexionar, sabiendo que el error no es haber cometido una falta, sino el hecho de omitir su reconocimiento y no corregirlo .

Ahora bien, es de acotar, que no todos podrán estudiar o interpretar cada una de las escuelas de la filosofía que existen, en virtud que, dependerán de las características cognitivas, de sus ocupaciones, y sobre todo de aquello que le apasione, lo que inclinara la balanza para su estudio; porque es sabido, que el ser humano como un ser sensible a todo lo que le rodea, sea tangible o no, le dará mayor valor a lo que ama; estando dispuesto allí, en transitar callejones sin salida, con finales inesperados y riesgos con dimensiones paradójicas, ese es el atributo del estudio de la historia de la filosofía, que abriendo puerta tras puerta, logramos viajar a momentos que creímos anacrónicos, viendo que quienes estuvieron dilucidando nuevas ideas fueron como nosotros, buscadores del presente, del saber y la verdad, del cuestionamiento racional y de encender una luz que perdurara más que la creencia misma.

 

La filosofía es la obra más importante creada por la mente humana, que sin intercesión divina, camina descalza por el tiempo eterno, como bálsamo a nuevas doctrinas, renovándose, adaptándose y siendo disruptiva, es ese amigo honesto que no teme al decir lo que piensa, es aquel que no vacila en cuestionar algo presumiblemente evidente, es una necesidad cayada por el ruido diario de pequeñas voces que solo le interesa adormecer la inquietud innata del individuo para evitar así, el que nades contra la corriente. Asimilando a su vez, durante este viaje, que la historia de la filosofía es algo más que un cumulo de relatos o escritos, pues si esa sería la concepción ultima se habría sembrado en suelo pedregoso, porque el secreto de todo esto es, entender que a pesar de las diferencias existentes en el hecho de observar el mismo paisaje podemos cohabitar, o como diría Aristóteles “solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”; al mismo tiempo, de estar consciente que en instantes dicho estudio engendrará una inclinación mental al escepticismo, ya que esa rueda indetenible de la duda nos dará razones lógicas de cuestionarnos deliberadamente hasta de nuestras propias ideas, retomando otras o dando a luz nuevos enunciados, y el por qué será nuestro sempiterno lazarillo. Sin duda alguna, la “filosofía verdadera no ha de entenderse como si denotara un conjunto estático y complejo de principios y aplicaciones, no susceptibles de desarrollo ni modificables” (Copleston F. Historia de la Filosofía. Tomo I Grecia y Roma. Pág. 4), es decir, no se llegará a ser completa en ningún momento.

 

Al final de todo, no se desea convencer al otro a través de nuestra verdad, sino que quien busque, conquiste la suya. Per áspera ad astra.

El soliloquio de descartes

 

La mente humana es un laberinto de ideas, conceptos y saberes que abren constantes caminos a la aceptación de realidades, que sin más se convierten en axiomas, o en su defecto, en la duda mismas; siendo esta una acción llevada a cabo de manera caprichosa, o argumentativa, dependiendo de cómo este el firmamento de la psique, detallando paso a paso lo que debería ser la revelación de las pruebas que den como resultado una verdad, que sin importar el escenario donde esta se presente siempre salga airosa; dejando así, desvelada la posición de irreverencia de quien tuvo la osadía de cavilar.

 

Pues, a partir de nuestro primer soplo de vida, ya nuestra mente es colmada por “verdades” proveniente de las tradiciones, sean familiares, religiosas o sociales, donde en su mayoría son fundamentadas a través de la falacia de apelación a la autoridad, debido que, se afirma que estas son verdades irrefutables por el solo hecho de ser emitidas por tal o cual personalidad; dejando un espacio a la sombra y casi escondida para la opción, el discernir y la crítica.

 

Rene Descartes


Rene Descartes, quien no escapó de este bombardeo y además vivió la dureza de aquella época donde el solo hecho de poner en la palestra una idea contraria a la aceptada por las autoridades era prueba incuestionable para ser hallado culpable, y por lo tanto, ser sepultado en las catacumbas del olvido oficial, al mismo tiempo llevar esa letra de color escarlata de hereje en la solapa. Sin embargo, y a pesar de los vientos adversos que pudieran estar acariciando la polis donde Descartes transitaba, tomó la decisión libre de abrazar la soledad y murmullo del silencio, para así, escuchar lo que su mente gritaba, pero que por los momentos nadie más debiese escuchar.

 

He advertido hace ya algún tiempo que, desde mi más temprana edad, había admitido como verdades muchas opiniones falsas, y que lo edificado después sobre cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto; de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito y empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias.” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 17).

 

Descartes inicia así sus meditaciones, da el primer paso fuera del umbral de lo aceptado solo por usanza, comenzando, un viaje sin retorno, y teniendo como estandarte la frase “De las cosas que pueden ponerse en duda”; inaugurando la filosofía moderna en occidente.

 

“Así pues, ahora que mi espíritu está libre de todo cuidado, habiéndome procurado reposo seguro en una apacible soledad, me aplicaré seriamente y con libertad a destruir en general todas mis antiguas opiniones” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 17). Se nota claramente que es ya un hombre moderno, está solo y actúa con total libertad, es decir, esto lo hace porque quiere y no está sometido a las doctrinas escolásticas; desvelándose la importancia de la voluntad de querer hacer libremente, lo cual, será una característica de la filosofía que este grandioso pensador tendrá en el devenir de sus días.

 

Después de las dos aclaraciones trazadas, comienza propiamente el planteamiento de la duda metódica, ante la necesidad de una primera evidencia, y el poder alcanzar una verdad de que no se pueda de ninguna manera dudar, recurre pues, a situar todo a través de la duda. Entonces, se formula una cuestión, ¿de dónde procede todo nuestro conocimiento? ¡De los sentidos!, por tanto duda que el conocimiento que estos nos proporcionan sea totalmente cierto, desarrollando un juego de duda y contra-duda, comparando lo que captamos por los sentidos con las alucinaciones de los llamados “locos” y, con las imágenes que nos proyectamos en sueños; destacando lo siguiente: “pero, aun dado que los sentidos nos engañan a veces, tocante a cosas mal perceptibles o muy remotas, acaso hallemos otras muchas, de las que no podamos razonablemente dudar, aunque las conozcamos por su medio; como, por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata puesta y este papel en mis manos, o cosas por el estilo. Y ¿cómo negar que estas manos y este cuerpo sean míos, si no es poniéndome a la altura de esos insensatos, cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que aseguran constantemente ser reyes, siendo muy pobres, ir vestidos de oro y púrpura, estando desnudos, o que se imaginan ser cacharros, o tener el cuerpo de vidrio? Más los tales son locos, y yo no lo sería menos si me rigiera por su ejemplo”. (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 18).

 

Descartes, se encuentra seguro a esta altura de la meditación que aquello compuesto, es decir, los sentidos no son de fiar, ya que, nos pueden tener sumergidos en un engaño infinito, quedando a merced de la vulnerabilidad de estos, fáciles de manipular por factores externos al individuo, o en algunos casos, víctimas de galimatías de su propia existencia. Pero, entonces, de que no duda Rene, y la respuesta es de las cosas simples y universales, como las matemáticas, quedando en evidencia, en el hecho de que este construye su método basándose en ellas, asegurando que “pues, duerma yo o esté despierto, dos más tres serán siempre cinco, y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados; no pareciendo posible que verdades tan patentes puedan ser sospechosas de falsedad o incertidumbre alguna”. (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 19). Esto debido que, sin importar donde la persona se encontré, como se encuentre y cuando se encuentre, estas a través de su simplicidad serán siempre fiables, indubitables; pues, aunque los sentidos nos lleve a un mundo de cielos purpuras, aguas gobernadas por tritones y montañas de azúcar, las partes de un cuadrado serán cuatro y las sumas jamás restaran.

 

Ahora bien, ¿son las matemáticas una ciencia irrebatible en su fiabilidad? Es una interrogante que para Descartes era incuestionable, pero aun así, debía indagar la existía de alguna grieta aunque pequeña que fuera, que pudiera permear la luz del engaño sobre estas, a pesar de la certeza que ya habitaba en él. Para esto, Rene debió recurrir a Dios, pues solo Dios todopoderoso podría ser responsable que las matemáticas no fueran axiomáticas, yaciendo allí una contradicción “pues se dice de Él que es la suprema bondad…” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 20); dando lugar, a un nuevo desafío para la argumentación hasta ese momento esbozada por Descartes, debido que, ¿cómo un Dios de caridad pudiera apelar a tretas y engaños?

 

Para Descartes, “si el crearme de tal modo que yo siempre me engañase repugnaría a su bondad, también parecería del todo contrario a esa bondad el que permita que me engañe alguna vez, y esto último lo ha permitido sin duda.” Haciendo algo impensado para ese tiempo, que es titubear sobre la bondad de Dios, y asegurar en cierta forma que Él mueve los hilos de las circunstancias para tergiversar la realidad conocida por el hombre, echando por tierra fundamentos escolásticos defendidos por siglos.

 

Pero este, ¿sigue fundamentando la tesis de la contradicción de la bondad de Dios? No, puesto que, establece la hipótesis del genio maligno, al decir “así pues, supondré que hay, no un verdadero Dios – que es fuente suprema de verdad, - sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria para engañarme” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 21). Dejándonos hasta este momento un sabor de boca agridulce, porque ha duda de todo, incluso de las matemáticas, siendo esta hipótesis, el último recurso para convencernos de tal idea, pero que al final, es un mero recurso, pues ¿Por qué puede haber un genio maligno que pese a la omnipotencia de Dios tenga el poder de persuadir que 2 más 3 no son 5, siendo mentira?, la respuesta es No. Evidenciándose que no duda de todo, porque si las matemáticas no son verdaderas las ciencias serian imposible, llegando a ridiculizar la posibilidad de la existencia de un modelo matemático que funcione, y al mismo tiempo sea falso, de allí la creación de la figura risible que puede ser el genio maligno. Pero, entonces ¿Qué nos plantea como filósofo? ¿Para qué todo este juego de contradicciones?, Descartes formula este planteamiento para hacer la primera crítica del problema del conocimiento.

 

La segunda meditación comienza con un Descartes sumido en la duda, cuando por fin llega la primera evidencia que tanto andaba buscando, “pues no: si yo estoy persuadido de algo o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que yo soy; y, engáñeme cuando quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu”. (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 24). Pudiendo notar, que por una parte es imposible que el “engañador” risible lo burle cuando se piensa, y por otra, que al decir “yo soy, yo existo”, se refiere a un Ser como cosa que piensa. Asimismo, unas líneas más abajo nos aclara diciendo, “de los atributos del alma hay uno que me pertenece, siendo el único que no puede separarse de mí. Yo soy, yo existo; eso es cierto, pero ¿Cuánto tiempo? Todo el tiempo que estoy pensando” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 24), quedando a simple vista que el “cogito” o primera convicción es la vivencia del yo pensante y nada más, es decir, que la famosa frase de Descartes “pienso, luego existo” lo que significa es que él solo afirma con seguridad que existe cuando se nota pensar, y solo mientras está pensando; desde aquí el siguiente paso es averiguar que son las cosas corpóreas, porque hay que tener en cuenta que el “cogito” no es corpóreo, así que, de momento Descartes no tiene nada físico, nada relativo al mundo en el ámbito de sus certezas.

 

Ahora en la búsqueda de una segunda evidencia, que muestre verdades sobre el mundo corpóreo, Descartes menciona “tomemos, por ejemplo, este pedazo de cera que acaba de ser sacado de la colmena: aún no ha perdido su dulzura de la miel que contenía, conserva todavía algo del olor de las flores con que ha sido elaborado, su color, su figura, su magnitud son bien perceptibles, es duro, frio, fácilmente manejable y, si lo golpeáis, producirá un sonido. En fin, se encuentran en el todas las cosas que permiten conocer distintamente un cuerpo. Más he aquí que, mientras estoy hablando, es acercado al fuego. Lo que restaba de sabor se exhala, el olor se desvanece, el color cambia, la figura se pierde, la magnitud aumenta, se hace líquido, se calienta, apenas se le puede tocar y, si lo golpeamos, ya no producirá sonido alguno. Tras cambios tales, ¿permanece la misma cera? Hay que confesar que si: nadie lo negara (…) Ahora bien, ¿Qué quiere decir flexible y cambiante? ¿No será que imagino que esa cera, de una figura redonda puede pasar a otra cuadrada, y de esa a otra triangular? No: no es eso, puesto que la concibo capaz de sufrir una infinidad de cambios semejantes, y esa infinitud no podría ser recorrida por mi imaginación: por consiguiente, esa concepción que tengo de la cera no es obra de la facultad de imaginar (…) Debo pues, convenir en que yo no puedo concebir lo que es esa cera por medio de la imaginación y sí solo por medio del entendimiento…” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 28-29). En este fragmento se denota muy bien que Descartes no niega que el mundo exista, sino es incapaz de dejar de dudar de las perfecciones sensoriales que tenemos de él, puesto que son cambiantes, lo único que se puede conocer con certeza es la extensión, la cual se conoce solo por medio del pensamiento, una vez que descarta los sentidos y la imaginación cuando determina que hay algo que está haciendo analizado por su pensamiento, entonces si se deja de dudar.

 

Rene ha encontrado sus dos primeras sustancias, el alma (res cogitans) y la materia (res extensa); aunque en estas dos primeras meditación no está expuesta la tercera sustancia, se puede observar muy bien porque en la actualidad se habla del círculo vicioso de la filosofía de Descartes, pues, es evidente aquí, que sus sustancias y sus certezas siempre se refieren a lo mismo, pensamiento y matemáticas; ejemplo la definición de la tercera sustancia que es Dios, lo cual, a todas luces es matemático, debido que hasta el nombre que escoge lo muestra: “res infinita”, del mismo modo, la de “res extensa”, porque del mundo se quedó tan solo con la extensión, pues es lo medible del mismo; por eso se tiene la convicción que Descartes desde el principio de su filosofía está seguro de lo mismo, de su pensamiento y la capacidad de este para llegar a certezas matemáticas, por ello se le denomina circulo vicioso, porque en todo su camino en la duda metódica y sus meditaciones nunca sale de ese punto de partida que ya conocía, pero lo que hace de forma astuta es presentarlo de diferentes maneras, en las que no afirma explícitamente su creencia firme solo en aquello que se pueda matematizar. Sin duda alguna, sus meditaciones lo convirtieron en anfitrión de la modernidad del pensamiento, una “bisagra” por así decirlo, entre dos tiempos de la filosofía, pues como personas “abrigamos una multitud de prejuicios si no nos decidimos a dudar, alguna vez, de todas las cosas en que encontremos la menor sospecha de incertidumbre” (cita de Rene Descartes) seguiremos habitando “in sæcula sæculorum  las cavernas de Creta.  

 

Cogito ergo sum.   

POR: Luis Natera Tibari


En el umbral de la soledad


El sonido más ensordecedor es aquel que nace del silencio, de ese silencio que solo permite que el latido de tu corazón sea el que habite tus oídos. Como aquel hombre que vaga en los sombríos pasillos de una casa habitada por la nada y el vacío, sin luz, sin ecos, solo el resplandor de algún destello fantasmal creado por una centella que ha logrado colarse. 

Un hombre que al arribar a su lecho encuentra entre las tinieblas a alguien sentado en el viejo sillón a espaldas de él, teniendo visible tan solo su rancia mano derecha, marcada por los años y, que le invita a acercarse, quedando inmóvil, pero a su vez, con ese impulso involuntario que escapa de la razón, iniciando así, su breve pero palpitante andar hacia el desconocido, sintiendo como el frío le cobija a cada paso, hasta que, al quedar frente a ese ser arañado por el tiempo, capaz de congelar su mirada, se sumerge en la profundad de sus ojos, hallando el abismo que yacía en él, un hombre que solo refleja lo que ha ocultado para sí mismo, aquello que ha omitido al querer escapar de la soledad.

Pensando y siendo en la soledad


La mente humana se ha convertido en uno de los laberintos más solitarios y lúgubres en el cual puede transitar un individuo, siendo un espacio abrumado por un ruidoso silencio, una tempestad de pensamientos, y donde, su protagonista muchas veces se encuentra entre la bruma de las opiniones de terceros, quedando no más ese instinto de agitar sus manos en búsqueda de aquella compañía que le guie a la salida anhelada, pero que, por azares de lo inexplorado aún no toca el pica puerta de nuestro Ser taciturno, pues, alojarse en un laberinto no es una cuestión de fuerza ni resistencia, sino de voluntad.

Siendo para la minoría de quienes no caminan de forma inerte las sendas y los días, es un acto de gran atrevimiento apetecer el desprendimiento de lo que se es, e ir por lo que puede llegar a hacer, puesto que, es más fácil el sacudir las “alas” en sentido a la multitud famélica de sueños, que correr hacia la montaña del descubrimiento. 

Ya lo decía, Friedrich Nietzsche en su libro “Así hablo Zaratustra” que “he encontrado más peligro entre los hombres que entre los animales, peligrosos son los caminos que recorre Zaratustra. ¡Que mis animales me guíen!”, dejando claro que el peor consejero -muchas veces- para el hombre ha sido él hombre mismo, es decir, que el ruido de quienes vociferan conjugaciones verbales estériles, con la sola finalidad de sentirse jueces entre los condenados, conlleva a un cometido siniestro, como es el asesinar las ideas, sin pudor alguno, como inquisidores del pensamiento, vestidos de puritanas intenciones y mazos carmesí, siendo en verdad, un tumulto de incapaces que no logran pensar por sí mismos. 

Pero, ¿Por qué esto? Una interrogante incómoda para oídos rutinarios, debido que, el ser humano dentro de su fatigosa vida, llena de condiciones, creencias y dogmas, se encuentra enjaulado, con una posibilidad indivisible de escapatoria para los que aun temen al retiro, quedando reducido solo al poder de la voluntad, una voluntad que vaya deshaciendo los hilos invisibles de una moral social ajustada a los beneficios del carcelero, e ir, irremediablemente a los brazos de la incomprendida soledad; pues el mismo Nietzsche nos dice que “la valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar”.

Por tal motivo, la exploración introspectiva o el autodescubrimiento requieren de forma casi inevitable un periodo de soledad por parte del individuo en el que sus valores, convicciones y educación se puedan digerir, evaluar y transformar adecuadamente; en otras palabras, la tesis preliminar es que el hecho de estar apartado le otorga al individuo el suficiente espacio y tiempo como para reflexionar mediante la claridad mental y la sobriedad emocional, de la cual carecía en el núcleo social. Así pues, se presenta a todas luces la consideración de que la soledad no es un paraíso árido, tormentoso y tentador, sino como un estado de felicidad y tranquilidad en armonía con la naturaleza; y en caso que, la desesperanza invada nuestra mente, ten presente aquella premisa de Miguel de Unamuno, la cual reza “jamás desesperes aun estando en las sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante”.

Ahora bien, si es cierto que la psicología moderna demuestra que es sumamente importante tener un círculo social placentero para alcanzar el bienestar, también es conviene que te cuestiones en que aspectos me es favorable la soledad, Albert Camus dijo en una de sus frecuentes epifanías de soledad que “en lo más profundo del invierno sentí que había en mi un verano invencible”, entonces, ese sería el secreto para un novelista, filósofo y dramaturgo aparentemente destinado a buscar consuelo de su vacío interno, y que, con la escritura lograse describir el optimismo de lo que se creía inexistente.

La soledad es la receta de una brillante locura que da rienda suelta a la imaginación, la innovación, la productividad, la intimidad y la espiritualidad, pues su clarividencia puede ser un tanto incomprensible al principio, pero el valor que encierra el estar a solas con nuestra propia conciencia es imponderable, normalmente percibimos a la típica figura del genio incomprendido como un individuo sobresaliente en términos intelectuales más deficiente en materia emocional, tal es así, que no son pocas las veces en que este estereotipo se cumple en importantes figuras de las humanidades y ciencias universales, pudiendo citar a Arthur Schopenhauer, Issac Newton, Charles Darwin y Charles Dickens, quienes cosecharon desde la soledad dulces frutos, a pesar que consideraran en algunas etapas instantes de sufrimiento. Al mismo tiempo, hay ciertos genios que aunque se encontraran físicamente aislados no califican su soledad como algo perjudicial, sino como la mejor de las oportunidades para desarrollarse como individuos, ya que comprenden que no se aíslan, más bien se comunican de forma distinta, leen, escuchan, debaten, meditan, reflexionan, crean y sueñan. Existiendo un repertorio de pensadores que han tejido una red de conocimiento tan expensa que se hace incomprensible para los demás, para aquellos que están ajenos al arte de la introspección, y no es el simple hecho de que la soledad tenga el poder de hacerte resiliente, ingenioso, proactivo, eficaz, consciente, sabio, fuerte, es que cuando uno sabe apreciar la grandeza que la soledad encubre se condiciona a complacerse de ella, al punto que la compañía se demanda mucho menos. Friedrich Nietzsche se manifestó con contundencia al decir “mi soledad no está determinada por la presencia o la ausencia de gente, todo lo contrario, odio aquellos que fagocitan mi soledad si lo hacen que se aseguren por lo menos que su compañía merezca la pena”.

Luego de esto, podemos percibir que estar solo no es lo mismo que sentirse solo, uno puede sentirse solo incluso al estar rodeado de personas, el enunciado “mi soledad no ésta determinada por la presencia o la ausencia de gente” lo describe a la perfección, uno no tiene por qué sentir soledad estando solo ni sentir compañía al estar acompañado, la soledad se manifiesta cuando la calidad de nuestras relaciones sociales no es lo suficientemente reconfortante, de esta manera rechazar el acompañamiento nos conducirá a otro tipo de conexión totalmente distinta, sería un vínculo sosegado, místico, y placentero que se basa en la meditación, en la abstracción, el cataclismo metafísico, el considerar que esa sensación de que no eres nada y que no le importas a nadie desaparece, debido que al fijar un propósito comienzas a diseñar un plan para materializarlo, tomas acción reiteradas, disfrutas del camino, valoras el mundo, tus sentimientos de participación, de utilidad y pertenencia queda completamente restaurados, la trascendencia introspectiva cobra forma, puesto que, el deseo de estar con otros ha sido eclipsado por otro deseo de mayor fuerza, logras avanzar con pasos firmes hacia tu potencial humano, o como diría Arthur Schopenhauer “La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”.

Ciertamente, el confinamiento nos pone una suave pero letal venda en los ojos, ya que disfraza lo bueno de malo, lo abstracto de concreto, lo conveniente de escabroso; haciendo que la incertidumbre sea más común de lo deseado, pero, que a su vez, nos obsequia una circunstancia idónea para descubrirnos y crecer internamente, pues lo que vivimos en la actualidad -a pesar de lo áspero que parece ser- es una ocasión dorada para enfrentarse con el todo y con el ser de cada cosa, no en vano nos lo recuerda Schopenhauer al decir que “mañana, como hoy, será otro día que también llega una sola vez. Olvidamos que cada día es parte insustituible de la vida”, por ende no tienes que esperar a nada ni nadie para darte cuenta de que la oportunidad no está en los demás sino que se halla en ti, conociendo esto, busca cada vez más el equilibrio aristotélico, encárgate de construir relaciones de calidad, estas son esenciales para maximizar la aptitud el período en soledad; entretanto haz un buen uso de la única joya con que vale la pena ser codicioso como es el tiempo, disfruta de ti, y recuerda que “la soledad es a veces la mejor compañía, y un corto retiro trae un dulce retorno." (John Milton).

Per aspera ad astra.