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Microrelato: Humo en la afinada tempestad

Tabaco, único aroma que se respira en el lugar, el humo dejaba verse entre las luces rojas, cual si fuese un espectro. El escenario es muy chico, la música necesita espacios más grandes, mejor acústica para allegros y andantes. Se escuchaba Love for sale, al terminar se confundieron aplausos y lluvia. Todo el mes llueve, desde las cinco de la tarde hasta el amanecer. “¿Cannonball, por qué? Es mucho mejor Parker. La paga es lo único que lo compensa”.
-Buen talento te dieron los dioses, pretty boy. Lástima que no se aprecie tanto, ¿ya te vas? Quédate, la lluvia no se detendrá para que salgas.
Respira hondo, respira tabaco antes de salir. “¿Qué no se aprecia mi talento? Claro, si tocáramos algo más que Cannonball, tal vez…”. Sus pasos entre charcos levantan las gotas caídas, su chaqueta lo cubre hasta las rodillas, mas acaba de descubrir que sus zapatos nuevos no son buena opción para este clima. Sus pies lo condujeron hasta la parada, ahí el diestro siempre firme, y el zurdo marcando un be-bop, su mejor percusión siempre fue su pie. “Creo no habrá taxis, Tu es là, mon amour et je n’ai lieu qu’en toi, alguna vez he escuchado eso, estoy seguro. Pies húmedos, sin embargo esto es mejor que quedarme en el bar”. Las gotas llegan, se estrellan en la banqueta y se funden con los charcos formando una sociedad de gotas. A los lejos corre y se acerca una dama, corre pero no rápido, caminar sería más veloz que eso.
-¡Hola! La lluvia no cesa, y mis lentes se empañan mucho. ¿También espera taxi? No habrá hoy, yo lo esperaba, pero me han dicho que no trabajarán porque es peligroso conducir así.
-Ça me fait chier!
-¿Perdón?
-No dije nada, ¿vive lejos? Puedo acompañarla, parece sofocada.
-Gracias joven, se lo agradeceré mucho. Pensaba quedarme en un café-bar aquí cerca, pero apestaba a tabaco.
A su diestra lleva su estuche de soprano, con su zurda cubre a la dama con su chaqueta. “¿Qué haces? Ni la conoces, igual y te roba. No, es cegatona y su voz parece de un tono Fa, quizá cante o algo así”. La calle les pertenece, son los únicos que están ahí, entre un ca-mi-nar y un tro-tar. “Además, ella es la que debía preocuparse, encontrar un sujeto con agua en los zapatos, Tu es là, mon amour et je n’ai lieu qu’en toi, ¿dónde lo leí?”.
-¿Es músico? Lo digo por su estuche y su vestir.
-¿Eh? Sí.
Ella intenta hacer plática, una conversación donde ella habla y él responde con movimientos de cabeza o palabras monosílabas. Llegan a un edificio de clase-media-baja, avanzan veinticinco escalones más, con la gran habilidad y delicadeza de poner un pie después de otro en cada peldaño.
-Le agradezco mucho, le invitaré un cafecito para… ¿mis llaves? Agg… las olvidé. Lo siento mucho por lo del café, pero dormiré en el pasillo, suele pasar cada que las olvido.
-No puedo dejarla aquí. Mi casa es muy lejos, pero puedo llevarla a un hotel aquí cerca, ma chérie! No me vea así, yo pago.
Afuera seguía el unísono y nada desafinado caer de las gotas, sin relámpagos, ni viento, sólo gotas formando charcos. El hombre bajó lo más rápido que pudo, ella había empezado un discurso de moralidad y de cómo se han perdido las viejas costumbres. Huía con una herida en su mejilla, (lo habían abofeteado), no había taxis, la dama mal-entendió las palabras “hotel”, “yo pago”. En la ciudad llueve, todo el mes llueve desde las cinco de la tarde hasta el amanecer, y en la calle un hombre busca donde refugiarse, donde sanar su sangrar de la mejilla y donde sacarse el agua de sus zapatos nuevos.
-Pretty boy! Regresaste, todo mojado. ¿Te pasó algo en la cara?
Tabaco, único aroma del lugar, humo que deja verse entre luces rojas de un escenario pequeño para la música. “Quedarme en el bar, esto es mejor que tener pies húmedos. Jazzología, ¿jazzología? Seguro la leí en un libro de Cortázar, Tu es là…”. Un pie izquierdo marca un be-bop al mismo compás del agua que cae de las nubes, mientras A night in Tunisia ambienta el lugar.


Escrito de Luis Roberto Calderón García en Impresionesvivas. 
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Una historia de terror en las montañas, el bucle eterno.

Dos geologos atrapados


"El sabio no vacilará en ir a la muerte con paso seguro"
Lucio Anneo Séneca
-La soga no aguanta ya
-Sólo cinco metros más, muchacho

Maestro y alumno caen diez metros en el interior de una montaña. Son dos geólogos exploradores, perdidos, intentando regresar al exterior. Han olvidado la cuenta de los días desorientados. Su misión era rodear la gruta en busca de nuevos minerales. Los dos han caído sobre rocas cubiertas de hielo.

-Despierta, ¿cuánto tiempo llevamos? Será mejor movernos o la hipotermia nos abrigará.
-Le dije que la cuerda no soportaría el peso, y además… ¿qué es eso?
-¿Qué?
Aire corre por el lugar y el sudor baña la frente del estudiante, mientras el profesor, con más años procura estar sereno. Los dos observan admirados el nuevo hallazgo. La incredulidad se desvanece, lo que ven termina por despertarlos del golpe recibido. Frente a ellos están dos cuerpos idénticos.

-¿Somos nosotros? ¡Somos nosotros, cómo!
-Estupideces, ese no soy yo. Estoy aquí, ¡no lo ves! Eso que vemos debe de ser un espejismo o una ilusión, eso debe ser. Llevamos días bebiendo y comiendo poco, son alucinaciones.
-Pero, no entiendo. ¿Por qué están ahí? No son visiones, las visiones no se pueden tocar. Se ven golpeados. Tal vez, tal vez estamos muertos y…
-¿Y qué? Eso no es posible, yo estoy vivo, y tú también. Estamos aquí hablando, y eso que vemos, debe de ser un sueño.
-¡Un sueño es eso, sueño! Esto es real

Dos cuerpos, simetría exacta, pero sin movimiento. El profesor busca la lógica, ayuda en la razón para tener una explicación. Mientras el alumno, se guía más por la imaginación y un poco de sentido común. Los cuerpos están ahí, no pueden negarlo. El frío a resecado su piel, el cabello se ha erizado y los labios faltos de hidratación. Ambos de pie frente al hallazgo de su vida, sin explicaciones, se ven y vuelven la vista a los cuerpos. Pensaban encontrar nuevas rocas, sólo descubrieron la duplica de ellos.

-¿Por qué busca respuestas? -dice el estudiante- ¿Acaso no lo ve? Es sencillo profesor, hemos muerto al intentar escalar. La soga se rompió, caímos muchos metros y morimos. Pero eso no lo acepta su razón, busca una explicación matemática a todo, ¡no todo funciona así! Quizá, lo mejor sea quedarnos o buscar otra solución.
-¡No, porque moriríamos! Seguro deben de ser los gases de la montaña, el frío, el hambre, qué se yo. Sé que no soy un espíritu errante, eso es la única certeza que tengo. Pero siempre hay una explicación, y ahora intentaremos subir otra vez, y si caemos, volveremos a intentar una vez y otra vez, y mil veces más – sentenció el profesor y comenzaron a subir por la misma pendiente.

-La soga no aguanta ya
-Sólo cinco metros más, muchacho – responde el profesor con su voz de mando y necedad. Se oye su voz perdida, lejana desde el interior de una montaña. Y después de eso un golpe entre rocas cubiertas de hielo se escucha, han vuelto a caer una vez más, y lo volverán a hacer hasta entender que han vagado en ese lugar desde hace muchos años y estarán hay por muchos más. Se oye su conversación eterna y sin sentido, repitiéndose una y otra vez en aquel lugar, porque la estupidez no acepta la muerte.

Escrito - Una historia de terror: En las montañas 
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Microrrelato: Ella me vigila.

Desde la ventana del departamento me vigila. No lo veo pero sé que está ahí, sabe mi hora de llegada, suelo ser puntal, mis pasos son como cronómetro. También él sabe que sé que me observa. Se esconde tras la cortina, siento su mirar. Llego y como siempre lee el periódico, como si no notara que he entrado.

- No noté que entraste. ¿Vienes a verla? No ha llegado, ¿no sabes dónde está?
¿No ha llegado? Bueno, da igual, suelo esperar. Sarcasmo en sus palabras, pude haberlo dicho mejor yo, suelo tener mejor ironía en mi hablar. Es curioso que este tipo que tengo enfrente sepa bien a que vengo y por qué, y aun así finja todo lo que pasa. No, sabe lo que pasa, seguro planea asfixiarme con la almohada. No hay ni un libro, ni lápiz que no esté en su lugar, este sujeto me enferma con su orden. Aunque creo suelo ser ordenado también. ¿Lleva treinta minutos de retraso? Mejor saco el tabaco. Me encanta el cuadro de los dos en la pared, un toque familiar a la sala. La foto la puso él sin duda, para recordar quién posee lo que el otro desea, da igual.

- ¿Ella te coquetea?
Ni si quiera me dejó encender el cigarro. Ahora me ve fijo, ¿quiere que le responda? Sabe que no lo haré, mi indiferencia es suficiente.
- Tal vez esté por llegar, la esperaré en las escaleras.
- Yo voy, esta es tu casa. Espera aquí.

¿Ahora se va él? No tardará mucho en regresar, seguro tiene miedo a que le desarregle el escritorio o manche su ropa. Tal vez piensa arrojar un balde de gasolina por la ventana. Total, pierde su periódico y gana la muerte de su archí-enemigo. O quizá no sea tan perverso. Es decir, tenemos gustos iguales, y si creo que volverá con la policía bajo una falsa demanda, es porque yo lo haría. No lo culpo, si yo fuera él. Si yo fuera él y un sujeto llegará a buscarla… Quizá no sea tan malo, deberíamos ser los mejores amigos. Es decir, tenemos gustos iguales, orden, cigarros, libros, café, periódico, y ella, lo más importante.

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Microrrelato: Encantos de Mago en el bosque.

En el centro de un bosque habita un hombre que la gente llama Mago. A él acuden todos aquellos que quieren olvidar el ser hombre, los que no quieren ser más un humano. Pues todo aquel que lo visita es transformado en alimaña. Reyes lo han visitado, terminan como cerdos; ladrones se vuelven buitres o cuervos; los sacerdotes en arañas. El Mago, como buen mago, no cuenta su secreto. Cuando alguien lo visita, le dicen “Tú, gran sabio, ¡ayúdame que la vida es absurda!”, entonces los encamina a su cueva y no salen de ahí hasta el siguiente día, uno transformado el otro siempre igual. A veces tarda más de un día la metamorfosis, eso depende de cómo se escuche el silencio. El único que ha entrado a la cueva y salido sin cambio es el Mago, por eso la gente lo ha llamado así, como sinónimo de sabio-místico. ¿Quieres visitar al Mago? ¿O acaso has descubierto ya su secreto? Es sencillo y se los diré, su fórmula mágica se llama Soledad, con ella florece la bestia que somos por dentro. No hay trucos, ni ilusiones, sólo es mudar la esencia de un cuerpo a otro.



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Microrrelato: Alejandra, la incertidumbre de volverla a ver.

¿Volvería a ver a Alejandra? Tantas veces la tuve a mi lado. Muchas veces bastaba venir aquí, y asomarme para verla. Ahí, sentada en la escalera, donde nos conocimos, pero no ha llegado. Creo que no vendrá, o no se aparecerá. Sólo una vez nos hemos citado, mas no ha sido una la vez que nos hemos visto. ¿Cómo es posible eso? No lo sé, y la posible respuesta no quisiera saberla. Prefiero seguir la idea que tenemos Ale y yo acerca de nuestras reuniones: pensar en uno. Por ejemplo, ella (me ha dicho), piensa en mis palabras. Piensa en mi voz. Piensa en lo que siente cuando está a mi lado. Y por extrañas circunstancias: le llamo. Siempre le llamo en los momentos que más me necesita (me lo ha confesado). “Como si el viento te hubiese traído”, me dice cuando nos encontramos hablando por teléfono o nos encontramos en un pasillo, una escalera, una calle, una puerta, un árbol, un cuarto.

En mi caso, yo pienso en ella, en su mirada y su sonrisa. Por curiosidades de la vida, aparece su rostro frente al mío, como si la hubiese invocado. Aparece en las situaciones menos extrañas y pensadas. Como la vez que la encontré debajo del puente. Alejandra arrojaba piedras al agua. Yo no nunca había ido a ese lugar, pero ese día (no sé por qué) decidí ir ahí, y ella estaba presente, en el mismo lugar, en el mismo instante. Pero esta vez no está. Ha fallado a nuestra reunión, aunque no era una cita formal. Nunca hay citas formales. Hoy las escaleras están vacías.

¿Cómo hemos llegado a crear un cariño tan grande? Nadie nos presentó (como suele pasar con muchas parejas). Sólo un día apareció, ¿o yo aparecí? Alejandra bajaba mientras yo ascendía esas escaleras. Los dos quedamos parados uno enfrente del otro, nos quedamos callados, y reímos. ¿Cómo surgió la plática? No lo recuerdo, pero desde ese día ha crecido nuestro querer. Ha llegado a mí sin saberlo.
No he sabido de ella en tres días. La última vez que estuvimos juntos fue en un abrazo, a una cuadra de su casa, para que su padre no nos vea. Como he dejado claro, un encuentro ocasional era lo menos ocasional en nuestras vidas. Nuestras vidas son como una contradicción, porque caminábamos sin buscarnos, pero sabíamos que caminábamos para encontrarnos. Eso es lo que en verdad nos fascina a los dos, nuestra espontaneidad de encuentros. La última vez me dijo que tenía un poco de fiebre. Pero me advirtió que no me preocupara, que siempre está bien y nos volveríamos a ver. Aun así me preocupa el bienestar de Alejandra. Será mejor que le llame.

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Micrrorelato: Cuadros y miradas.

Mi casa está llena de cuadros, dibujos e imágenes que he creado o capturado. Pero los retratos tienen algo en común, y la gente siempre se alarma por ese detalle y me dice que sufro delirio de persecución o paranoia o esas cosas. Cada vez que llega alguien a mi casa y ve mis trazos pregunta: “¿Por qué los retratos tienen los ojos tapados, borrados o arrancados?” Y me causa risa que me lo cuestionen. Yo sólo les contesto: Porque así como la música cobra vida al ser interpretada, mis ilustraciones cobran vida al ser plasmadas. Mis cuadros tienen vida, tienen ojos, los ojos ven, y yo no quiero sentirme observado.



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Microrelato: El hombre y su sombra.

El hombre lleva siete horas sentado, pensando como terminar su mal. Se levanta, camina hacia los extremos del cuarto y vuelve a sentarse. Vive en desesperación por una entidad que parece fuera de su alcance. Lleva meses grises por un ser que lo sigue, y no lo deja jamás. A veces al dormir, está con él y gobierna su vida, ya al amanecer descubre platos rotos, libros en el suelo y manchas de pintura en la pared. Trata de buscar pistas de cómo ha pasado todo, pero es imposible, ni si quiera recuerda haber escuchado ruido en la noche. Tampoco recuerda en qué momento se volvió un problema. Y se atormenta por su acompañante, se ha vuelto delirio y pesadilla. Quien está con él es su sombra. Ella es sigilosa y delgada, como una silueta, y puede estar con nosotros sin que nos demos cuenta. Sigue sentado y medita, cómo acabar con la sombra. Entonces, sabe que no queda otra opción. Va al espejo y confirma su sospecha, la sombra, era él mismo. Esa sombra que nos acompaña siempre y no queremos voltear a ver. La misma que crece con nosotros y la ignoramos confundiéndola en la oscuridad. Acabar con la sombra, es terminar con parte de nosotros, en algunos casos, todo lo que somos.



                       

Lo siento, microrelato de Luis Roberto Calderón García

¿No dices nada? ¿Por qué tan callado? Ya te dije que lo siento, ¿me escuchas? Siento haberte gritado, haberte golpeado así, perdón. Estás muy frío, casi helado: como muerto. Sabes que soy un poco celosa, es difícil imaginar una vida sin ti. Me han traicionado tanto. Pero tú, sólo tú te has mostrado cariñoso y fiel conmigo, por eso te quiero bastante. Dime algo, por favor. Sé que soy muy impulsiva, y eso no te agrada; soy un poco nerviosa; exaltada, un poco; lo siento. Soy un poco violenta (me lo has dicho), pero siempre recapacito minutos después, ya me conoces. No debí haberte insultado, no debí haberte maltratado de esa manera. En todo caso, tú tienes un poco de culpa: no debiste amenazarme con irte de aquí. Te quiero, tú lo sabes, y no hubiera dejado que salieras por esa puerta con tu maleta. Creo has cambiado de decisión, te has quedado ahí, como si durmieras un poco. Pero ya levántate, ya te perdí perdón varias veces. Muévete, dame tu gélida mano para saber que me escuchas y saber que me perdonas, por favor. Estás muy frío: como muerto.



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