Santi di Tito fue uno de los pintores italianos más importantes del llamado período protobarroco, también conocido como contramaneirismo. Nacido en la Florencia republicana en 1536, en la población de San Michele Visdomini, se formó en el taller de Sebastiano Da Montecarlo, donde entró en contacto con Agnolo Bronzino y Baccio Bandinelli. No obstante, fue con su estancia en Roma, entre 1558 y 1564, donde pudo acercarse al estilo clásico de Rafael di Sanzio, a través de la educación que recibió de sus continuadores, principalmente de su maestro, Federico Zuccari, cuyo eclecticismo se puede apreciar en La conquista de Túnez, La caída de Satanás, La adoración de los magos o La expulsión del templo, entre otras grandes obras. A su regreso a Florencia, di Tito fue recibido por los Medici, quienes gestionaron su incorporación a la Academia de San Lucas y le asignaron la realización de los frescos del Templo de Salomón, en la capilla de la compañía de la Santissima Annunziata. Pronto el pintor encontraría su particular estilo, deslizándose desde las influencias aprendidas en Roma hacia un tipo de creación caracterizado por la sobriedad y la elegante simplicidad, características que tuvieron una decisiva influencia en la pintura florentina de su tiempo, por lo menos hasta el arribo a la bella ciudad del pintor y arquitecto barroco Pietro Cortona.
Fue Santi di Tito quien pintó el archiconocido, y probablemente icónico, retrato de Nicolás Maquiavelo que, a través del tiempo, se ha ido convirtiendo en la imagen oficial del gran pensador florentino. Y, en efecto, esa es la imagen de Maquiavelo que frecuentemente acompaña no pocas historias de la filosofía política, las antologías, las enciclopedias, los manuales y, por supuesto, las múltiples ediciones de sus libros, especialmente las de El Príncipe. Se trata de un retrato en el que il secondo segretario de la Cancillería florentina no porta los coloridos atuendos de un funcionario al servicio de los Medici. Más bien, su traje combina el negro sacerdotal de los Savonarola con el rosso púrpura de los Borgia. Maquiavelo está de pie, contra la pared. Su rostro es opaco, huesudo e inexpresivo. Los rasgos combinan las facciones de la fuerza del león con los de la astucia de la zorra. Su mirada es fría y esquiva, pero sobre todo indescifrable. Su delgada boca parece anunciar una felonía. Las orejas son casi punteagudas y el mentón parece ocultar la presencia de una sierpe. Su mano derecha porta un libro, no muy grueso, cuyo título, deliberadamente, no puede leerse. En la izquierda empuña unos guantes tan firmes, tan rígidos, que dan la impresión de encubrir un puñal. Hay, en fin, un algo siniestro en el lienzo, un algo que transmuta el pensamiento, en sentido enfático, en espectro sórdido y maligno. La sombría semblanza de quien posa parece anunciar la inescindible alianza de la política con la sospecha, cuando no con la abierta perversión. Como afirma Michel Onfray, en esa estupenda obra suya El cocodrilo de Aristóteles, al final, di Tito no ha pintado a Nicolás Maquiavelo. Más bien, ha pintado al maquiavelismo con el cual, muy probablemente, los Medici quisieron dejar constancia eterna de su recuerdo.
Conviene, sin embargo, tener presente un hecho de no poca importancia, a los efectos de convalidar el argumento de Onfray: di Tito no pudo haber pintado directamente a Maquiavelo. El pintor nació nueve años después del fallecimiento del autor de Il Principe y de Los Discursi, ocurrido en 1527. Por lo menos, un cuarto de siglo separa sus vidas y, con ellas, sus circunstancias históricas. Su retrato no es, pues, el resultado de una experiencia directa, la consecuencia del haber captado y representado la imagen viva del Secretario en funciones. La suya es una imagen aprehendida de la imaginación. Más precisamente, se trata de lo que Spinoza define como “el conocimiento de oídas”, o “por vaga experiencia”, es decir, la consecuencia de una pre-suposición o un pre-juicio, el pruducto de determinadas circunstancias y creencias que, no obstante, aparecen como una verdad inconmovible. En una expresión, se trata de la función de la ideología. El lector comprenderá, por ejemplo, que la imagen, creada por la ideología de la gansterilidad, del Libertador Simón Bolívar, la misma que ha vendido durante los últimos años como “la más fiel y auténtica” representación del padre de la patria, carece absolutamente de ingenuidad. Se manipula, se tergiversa, se tuerce, con un objetivo muy bien definido. Valga el ejemplo para demostrar el deliberado propósito de los Medici para presentar a Maquiavelo -y con él, de su concepción de la praxis política- como la encarnación del mal.
En realidad, el maquiavelismo nada tiene que ver con Maquiavelo, a no ser la distorsión que -sistemáticamente- se ha promovido de su figura y pensamiento. Poco se dice de su brillante labor como político y diplomático al servicio de la república de Florencia, desde donde pudo observar como el naciente espíritu de la modernidad se iba nutiendo de intrigas y mezquindades, de intereses y artimañas que, al final, causaron la caída de la república y mantuvieron a Italia escindida durante tres siglos. Sorprendió a los poderosos haciendo lo que no decían y diciendo lo que no hacían y tuvo la valentía de denunciarlos. Fue un fervoroso republicano durante toda su vida. Su mayores esfuerzos fueron por la construcción de una Italia unida. Y porque pudo observar de cerca los hilos del autoritarismo absoluto, tomó partido por el pueblo y no por los tiranos. Sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio son el mejor testimonio de su concepción política: la creación de una federación de repúblicas independientes en la unidad de Estado capaz de no dejarse humillar por las potencias extranjeras. Al final, los Medici terminaron derrocando la república florentina. Y mientras mayores eran sus beneficios, mayor era su esfuerzo por demonizar al príncipe de la libertad.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
Estudiar filosofía es un dilema no ya individual, sino social. | ||||
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Me gustaría plantear un dilema social que aparece -como no- en un libro magnífico, Antimanual de filosofía, de Michel Onfray. |
La filosofía como la corte de los milagros
Por supuesto, os deseo que no sufráis durante todo el año a un espécimen del tipo funcionario de la filosofía. Consideraos unos afortunados si no se cruza en vuestro camino y tenéis la suerte de pasar nueve meses (el tiempo de gestación del curso, ai menos para los que no se queden rezagados...) con un maestro socrático. Sabed, sin embargo, que raramente esas dos figuras aparecen separadas en las aulas y que las obligaciones escolares de enseñar un método de la disertación y de comentario de texto, la necesidad (lamentable para vosotros tanto como para vuestro profesor) de mandar deberes, corregir ejercicios, poner notas, la perspectiva de la Selectividad, todo eso obliga a cada profesor a componérselas, a dar bandazos entre la administración y la práctica de la filosofía.
De modo que, independientemente de vuestra mala suerte si sufrís a uno o de vuestra fortuna si encontráis al otro, debéis disociar al mediador de la disciplina de la disciplina misma. Con independencia de quien la enseña, la filosofía tiene tras sí casi treinta siglos de pensamiento y pensadores, en la India, en China (un mundo que no se enseña en Francia, puesto que tradicionalmente hacemos comenzar la filosofía, sin razón, en Grecia en el siglo vil antes de Jesucristo con los presocráticos, aquellos que enseñaban antes que Sócrates: Parménides, Heráclito, Demócrito, entre muchos otros), e igualmente en Grecia, en Roma y en Europa. Esos sistemas de pensamiento, esas ideas, esos hombres proponen suficientes preguntas y respuestas como para que saquéis provecho de un libro, un texto, de unas páginas o una figura cimera de ese universo singular.
En los programas oficiales se transmiten valores seguros, clásicos. La mayoría de las veces alteran poco el orden social, moral y espiritual, cuando no lo fortalecen claramente. Pero también existen, y en cantidad muy onsiderable, filósofos marginales, subversivos, raros, que saben vivir, reír, comer y beber, a los que les gusta el amor, la amistad, la vida en todas sus formas -Aristipo de Cirene (hacia el 435-366 a. de C.) y los filósofos de su escuela, los cirenaicos, Diógenes de Sínope (s. v. a. de C), y los cínicos, Gassendi (1592-1655) y los libertinos, La Mettrie (1709-1751), Diderot (1713- 1784), Helvecio (1715-1771) y los materialistas, Charles Fourier (1772-1837) y los utopistas, Raoul Vaneigem (nacido en 1934) y los situacionistas, etc.
No imaginéis, porque se os presenten prioritariamente pensadores poco excitantes -o porque el profesor que os los transmita tampoco parezca excitante-, que toda la filosofía se reduce a siniestros personajes o tristes individuos tanto más dotados para pensar como para ser torpes en la vida y desfasados en la existencia. La filosofía es un continente lleno de gente, de personas, de ideas, de pensamientos contradictorios, diversos, útiles para el éxito de vuestra existencia, a fin de que podáis regocijaros continuamente en vuestra vida y construirla día tras día. A vuestro profesor le corresponde proporcionaros el mapa y la brújula, a vosotros trazar vuestro camino en esta geografía farragosa, pero apasionante. Buen viaje...
Cita: Antimanual de filosofía (Michel Onfray)
Hay cosas que no pueden morir aunque intenten hacerlo | ||||
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Como un reflejo de la moderna filosofía naciente, nuestro contemporáneo Michel Onfray mostró en el Tratado de ateología una idea básica, que hay materias que no pueden morir, no esta en el cuerpo de su disciplina la capacidad de no ser. Siempre hay una necesidad -por individualizada que esta sea. que escapa a la muerte en materias como Filosofía, Arte, Novela, etc. |
¿Dios ha muerto? Está por verse... Tan buena noticia habría producido efectos solares de los que esperamos siempre, aunque en vano, la menor prueba. En lugar de que dicha desaparición haya dejado al descubierto un campo fecundo, más bien percibimos el nihilismo, el culto a lo fútil, la pasión por la nada, el gusto malsano por lo sombrío propio del fin de las civilizaciones, la fascinación por los abismos y los agujeros sin fondo donde perdemos el alma, el cuerpo, la identidad, el ser y el interés por todo. Cuadro siniestro, apocalipsis deprimente...
La muerte de Dios fue un dispositivo ontológico, la falsa grandilocuencia propia del siglo XX que veía la muerte por todas partes: muerte del arte, muerte de la filosofía, muerte de la metafísica, muerte de la novela, muerte de la tonalidad, muerte de la política... ¡Decretemos hoy la muerte de esas muertes ficticias! Esas falsas noticias servían en otras épocas para montar la escenografía de las paradojas antes del cambio de chaqueta metafísica. La muerte de la filosofía autorizaba libros de filosofía; la muerte de la novela generaba novelas; la muerte del arte, obras de arte, etc. La muerte de Dios produjo lo sagrado, lo divino, lo religioso a cual mejor.
Escrito de Esteban Higueras Galán: ¿Qué es lo que ha muerto, si es que ha muerto algo? | ||||
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Lectura de Michel Onfray en Teoría de un cuerpo enamorado por una erótica solar | ||||
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Michel Onfray en el prefacio del libro: Se ocupa en mostrar la fragilidad del hábito humano, la preocupación esta, en todo caso, pronunciada ya por Nietzsche en el discurso del "Eterno retorno", en ese tiempo, un Nietzsche neurótico no encontró forma más alegre de hablar de esta reacción circular, que la expresada por Onfray en esta ocasión: La feliz voluptuosidad de las libidos gozosas. |
En el principio se oyen los murmullos del líquido amniótico.En esos momentos mi pequeño cuerpo está nadando en aguas tibias, moviéndose con la lentitud propia de un alma impulsada por alientos muy leves. La carne gira lentamente en el elemento acuático como un planeta que evoluciona en un cosmos lejano, casi inmóvil, o como una medusa flácida en la oscuridad de los fondos submarinos, casi hierática. Sólo se ve turbada por la marca que traza en mis órganos el flujo de energías vitales. En el confinamiento de este universo salado, como pez de los orígenes o virtud marina encarnada, obedezco enteramente a los afectos, pulsiones, emociones y otros instintos de mi madre. Su sangre, su aliento, su ritmo obligan a mi sangre, a mi ritmo, a mi aliento. Evidencia de perogrullo; todos los cuerpos, masculinos y femeninos, proceden de esta inmersión primitiva en un vientre de mujer. Hipótesis; todos los cuerpos, masculinos y femeninos, aspiran según un principio de modalidades confusas a los reencuentros con estas voluptuosidades primitivas, a esos momentos en los que la vida despunta, y triunfa exclusivamente la fuerza de las potencias vitales. Siento las presiones del interior de la carne materna contra mi espalda, mis ríñones, mi nuca, mis nalgas de niño llevado y suspendido en el agua; tengo memoria del limbo en mi fibra informada por la linfa, los nervios, los músculos; hay luces de camafeos rojas, rosas, naranjas, semejantes a los fuegos de las eclosiones planetarias o a las hogueras de las explosiones estelares; hay perfumes volátiles y fragancias infinitesimales, inscritos en la materia placentaria como esos olores marítimos que abisman felizmente el aire y el éter de las geografías costeras; se oyen ruidos sordos, graves, repetidos, dulces, ronroneos espesos de muy baja frecuencia; hay sonidos exteriores y movimientos interiores, está el oleaje de la fisiología materna y el rumor del mundo: entorno los párpados, vacilo con una lentitud extrema, modifico mi postura -y conozco mi primera erección-. Es el principio de una larga historia desarrollada bajo el signo del eterno retorno.
En Prefacio de Teoria del cuerpo enamorado por una erótica solar.
Lectura de Michel Onfray en Teoría de un cuerpo enamorado por una erótica solar |
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