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Cervantes y la Filosofía Moderna: Reflexiones del Prólogo de Don Quijote sobre Creación y Libertad del Lector

Descubre el prólogo del Quijote de Cervantes, una joya literaria donde el autor reflexiona con humor y humildad sobre su obra maestra. En este análisis, exploramos cómo Miguel de Cervantes presenta la historia de Don Quijote de la Mancha, un caballero único nacido de un ingenio "estéril", y su lucha por superar las expectativas del lector renacentista. Sumérgete en el contexto del Siglo de Oro, la genialidad de Cervantes y la relevancia del Quijote en la literatura universal. ¡Conoce el prólogo que dio vida a una de las novelas más icónicas de todos los tiempos!

Contenido complementario: Conóce haciendo clic reflexiones sobre el prólogo del quijote actuales.


Escritor renacentista escribiendo el prólogo del Quijote en un escritorio con un teclado moderno, ilustración de Microflosofía


 Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.

Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.

Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura! No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes; bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.

Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa, me dijo:

Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo, en un abrir y cerrar de ojos, confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.

Decid —le repliqué yo, oyendo lo que me decía—: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?

A lo cual él dijo:

Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.

»En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscalle; como será poner, tratando de libertad y cautiverio:

Non bene pro toto libertas venditur auro.

Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la muerte, acudir luego con:

Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas,
Regumque turres.

Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios: Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico:

Donec eris felix, multos numerabis amicos,
tempora si fuerint nubila, solus eris.

Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy.

»En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según se cuenta en el Libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro.

»Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada; y quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y, cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo; que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y, pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo; pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero, pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas.

Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. Vale.



Si te apasiona la literatura del Siglo de Oro, no te pierdas este análisis profundo del prólogo del Quijote, donde Miguel de Cervantes revela con humor y genialidad los retos de crear a Don Quijote de la Mancha. Explora cómo esta obra maestra marcó un hito en la literatura universal y sigue inspirando a generaciones. Haz clic aquí para leer más sobre el prólogo del Quijote y su impacto.

Filosofía en el Prólogo de Don Quijote: 8 Citas que Conectan a Cervantes con Sartre, Foucault y Levinas

En la sección Microfilosofía extraemos citas filosóficas de textos originales, que nos inciten a pensar con contexto. Es una forma de conectar textos clásicos con problemas contemporáneos. 

En este artículo, desentrañamos el prólogo de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, un texto que, más allá de su contexto literario, encierra reflexiones atemporales sobre la creación, la autenticidad y la relación con el lector. A través de una selección de citas cuidadosamente analizadas, vinculamos las palabras de Cervantes con conceptos filosóficos modernos, desde la autenticidad existencial de Sartre y Heidegger hasta la ética de la comunicación de Levinas. Esta sección de citas no solo muestra las inquietudes de cervantes, sino que también nos invita a reflexionar sobre cómo sus ideas encuentran un espacio en nuestra comprensión actual del arte, la sociedad y la subjetividad. Acompáñanos en este viaje filosófico que une el Siglo de Oro con las corrientes de pensamiento más actuales.


1. Autenticidad en la Creación: Cómo la Naturaleza Moldea el Ingenio Según Sartre y Heidegger:

"Sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante."

Esta reflexión puede vincularse con el concepto de autenticidad en la filosofía existencialista, particularmente en Jean-Paul Sartre o Martin Heidegger. Cervantes reconoce los límites de su capacidad creativa como un reflejo de su propia naturaleza, sugiriendo que la obra es un producto inevitable de su ser, no una idealización artificial. Heidegger, en Ser y tiempo, podría ver aquí una aceptación del "arrojamiento" (Geworfenheit), la idea de que estamos condicionados por nuestra existencia y no podemos escapar completamente de ella para crear algo ajeno a nosotros mismos.


2. Resiliencia Creativa: El Poder de la Imaginación en la Cárcel, según Foucault:

"¿Qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?"

Esta imagen de la creatividad nacida en condiciones adversas resuena con la noción de resiliencia y creación desde el límite que aborda Michel Foucault en su análisis del poder y la subjetividad. Foucault podría interpretar la "cárcel" como una metáfora de las estructuras sociales y culturales que constriñen al sujeto, pero también como un espacio donde se generan resistencias y discursos nuevos. El "hijo seco y antojadizo" sería entonces una forma de subvertir esas limitaciones mediante la imaginación desbordada.


Hombre sentado en un paisaje natural con campos y río, inspirado en el prólogo de Don Quijote, evocando la belleza natural como musa según Schopenhauer en microfilosofia.com


3. La Belleza Natural como Musa: Schopenhauer y el Sosiego en la Inspiración Literaria:

"El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento."

Aquí se puede trazar un paralelismo con la filosofía de la estética de Arthur Schopenhauer, quien veía en la contemplación desinteresada de la belleza natural una vía para trascender la voluntad y alcanzar un estado de calma que favorece la creación artística. Cervantes sugiere que la inspiración requiere un entorno armónico, una idea que también podría conectarse con el concepto contemporáneo de mindfulness o atención plena como condición para la productividad creativa.

4. Deconstruyendo al Autor: Cervantes y Derrida Sobre la Libertad del Lector:

"Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres."

Esta actitud desafiante hacia las convenciones literarias y la relación autor-lector puede leerse desde la perspectiva de la deconstrucción de Jacques Derrida. Cervantes rechaza las normas establecidas (prólogos aduladores, súplicas al lector) y subvierte la autoridad tradicional del autor como "padre" omnipotente de su obra, presentándose como un "padrastro" que no busca justificar ni ocultar las imperfecciones. Esto refleja una crítica a las estructuras de significado fijas y una apertura a la interpretación libre del lector.


5. Libertad de Interpretación: Gadamer y el Poder del Lector en Don Quijote:

"Y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della."

Esta invitación a la libertad de juicio del lector se alinea con la filosofía hermenéutica de Hans-Georg Gadamer, quien sostiene que el significado de un texto no reside únicamente en la intención del autor, sino en el diálogo entre la obra y el intérprete. Cervantes anticipa aquí una postura moderna sobre la autonomía del lector y la pluralidad de interpretaciones, despojando al autor de control absoluto sobre su creación.


6. El Vulgo y la Opinión Pública: Habermas Frente a la Crítica de Cervantes:

"Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina?"

Esta preocupación por el juicio del "vulgo" puede relacionarse con la crítica a la opinión pública en Jürgen Habermas, quien analiza cómo la esfera pública puede convertirse en un espacio de conformismo y superficialidad. Cervantes teme que su obra, al no ajustarse a las expectativas eruditas o sensacionalistas de su tiempo, sea incomprendida por una masa que valora las apariencias sobre la sustancia, un tema que sigue siendo relevante en la era de las redes sociales y la cultura de masas.


7. Autonomía y Pereza: Kant y Rorty en la Autocrítica de Cervantes:

"En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos."

La autocrítica de Cervantes y su rechazo a depender de autoridades externas evocan el concepto de autonomía en Immanuel Kant, quien abogaba por el uso de la propia razón sin la guía de otros. Sin embargo, la confesión de pereza y limitación introduce un matiz humano que podría resonar con la filosofía pragmatista de Richard Rorty, quien valora la contingencia y la modestia en la construcción del conocimiento, alejándose de grandes sistemas universales.


8. Ética de la Comunicación: Levinas y el Equilibrio Emocional en Don Quijote:

"Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla."

Esta aspiración a un impacto universal y diverso en los lectores puede vincularse con la ética de la comunicación de Emmanuel Levinas, quien enfatiza la responsabilidad del hablante hacia el "otro". Cervantes busca un equilibrio ético-estético que respete la alteridad de cada lector, ofreciendo una obra que dialogue con diferentes sensibilidades sin imponer una única verdad, un eco de la pluralidad contemporánea.


La paz perpetua

Paz perpetua



“La afirmación de que cien táleros posibles son algo distinto a

cien táleros reales envuelve un pensamiento muy extendido, como 

el de que no es posible pasar del concepto al ser. Contra este algo 

falso, que pretende ser aquí lo absoluto y último, va dirigido el 

sano sentido común. Toda actividad es una representación que no es

aún, pero que es subjetivamente superada. Los cien táleros 

imaginarios se convierten en reales y los reales, a su vez, en imaginarios”.

                                                                                               G.W.F. Hegel


A la paz perpetua. Esta inscripción satírica que un hostelero holandés exhibía en un letrero de su casa, debajo de una pintura que representaba un cementerio, ¿estaba dedicada a todos los «hombres» en general, o especialmente a los gobernantes, o quizá a los filósofos, entretenidos en soñar el dulce sueño de la paz?”. Con estas elocuentes palabras, no exentas de una cierta ironía, comienza Zum ewigen Frieden, de 1795, uno de los ensayos de filosofía y política más celebrados de Immanuel Kant, el gran pensador alemán. 

En sus tratos esenciales, el ensayo kantiano se propone establecer un programa para la concertación de la paz, especialmente entre los países europeos, para lo cual propone una serie de acuerdos que deberían ser puestos en práctica a los efectos de su realización. Dicho ensayo está compuesto de seis artículos preliminares, tres artículos definitivos, dos suplementos y dos apéndices. Está inspirado en el Emilio de Rousseau, quien en dicha obra sintetiza y comenta el proyecto de confederación europea propuesto por el Abad de Saint Pierre, cuyo título es, precisamente, “La paz perpetua”. En sus artículos preliminares, el texto de Kant expone cuáles deben ser las condiciones necesarias para evitar una guerra entre naciones, como la formulación de cláusulas que pudieran provocar guerras a futuro, la desaparición de los ejércitos permanentes o la interferencia de un Estado en los asuntos internos de otro, especialmente de modo violento, a menos que dicho Estado se encuentre internamente dividido, envuelto en una profunda crisis, en la que cada parte se asume como el verdadero Estado, negándose a reconocer a la otra. En estos casos, dice Kant, si “un tercer Estado” pudiera prestar “ayuda a una de las partes no podría ser considerado como injerencia en la constitución de otro Estado, pues esta solo está en anarquía”. 

En sus “Tres artículos definitivos”, el texto examina las condiciones de posibilidad de la paz entre los pueblos. La paz, sostiene Kant, se basa en la formulación correcta de una constitución republicana, sustentada en la libertad, la dependencia en la legislación y en la igualdad ciudadana. La construcción de una sociedad mundial de repúblicas posibilitaría a la vez la creación de una ley de las naciones fundada en una federación de estados libres, así como de una ley de ciudadanía mundial y hospitalidad universal. Bajo tales principios, para poder entrar en una guerra, los Estados republicanos organizados tendrían necesariamente que consultar a sus respectivas ciudadanías, lo que dificultaría en grado sumo -según Kant- la definitiva llegada a una eventual confrontación.

El ensayo concluye con “Dos suplementos” y un “Anexo”. En el primer suplemento, su autor explica como las guerras han forzado a los hombres a dispersarse por todo el planeta, obligándolos a poblarlo y, en consecuencia, paradójicamente han contribuido a organizar los Estados. De modo que la guerra es un fenómeno que, sin proponérselo, ha terminado contribuyendo en la construcción de la paz. El segundo suplemento evoca la figura del rey-filósofo, desarrollada por Platón en República, según la cual los filósofos serían los más aptos para ejercer las funciones de gobierno. Pero dado el hecho de que, hasta el presente, el argumento platónico ha permanecido a medio camino entre las nubes del error y el cielo de la verdad, Kant exhorta a los gobernantes a consultar las opiniones de los filósofos sobre los temas y problemas relativos al Estado a objeto de que las mismas puedan ser tomadas en cuenta, llegado el momento de tomar las decisiones de rigor.

Finalmente, el “Anexo” se compone de dos apéndices, el primero de los cuales versa sobre los desacuerdos entre la moral y la política, mientras que el segundo versa sobre los acuerdos existentes entre ambos términos. Por su propia condición natural, la humanidad no puede prescindir de la moralidad, por lo que un eventual conflicto entre moral y política debe resolverse siempre en beneficio de la moral. En última instancia, la política es la aplicación de la doctrina del derecho y la moral es la teoría de esta doctrina. La paz perpetua solo será posible si la humanidad se aproxima al ideal de la moralidad y de la justicia. Esto, en sus tratos generales, conforma la estructura y el argumento principal del ensayo kantiano sobre la paz perpetua.

Decía Heráclito que “la guerra es padre de todas las cosas”. Por desgracia, el tiempo parece haberle dado la razón. Hoy la guerra se expande por doquier, cubierta por las más diversas figuras, desde las guerras abiertas y directas, pasando por las llamadas guerras asimétricas, hasta la conformación de regímenes que, cubiertos por el manto de la apariencia democrática, mantienen a sus pobladores sometidos a la violación de sus derechos elementales. El negocio del narcotráfico, que ha sido capaz de transmutar el crimen organizado en política de Estado, es una guerra silenciosa que va minando a la sociedad occidental. En fin, las recomendaciones hechas por Kant se exhiben como un monumental deber ser con el que se pretende ocultar la verdadera realidad del presente. El sano sentido común, que Hegel reclama, está cabalmente representado por el ingenioso hostelero holandés descrito por Kant al comienzo de su ensayo. Conviene trabajar en función de transformar los cien táleros imaginarios en táleros constantes y sonantes. No puede haber paz perpetua si no hay justicia y no puede haber justicia si se conculca la libertad. Pero la libertad es, ante todo, responsabilidad, madurez, como la llama el propio Kant, y esta no es posible si no se abandona el modelo educativo técnico, metódico-instrumental, por una formación cultural orgánica, una educación estética, la cual, por cierto, incluye la eticidad. No bastan las organizaciones mundiales, las buenas leyes, los tratados internacionales, las conferencias mundiales, los discursos de orden, los abrazos y los apretones de mano. En estos tiempos sombríos, de ocaso, si en algo sigue teniendo vigencia el ensayo de Kant es en la necesidad de que la filosofía tome la palabra.        

           

      



José Rafael Herrera

@jrherreraucv


         




Los fundamentos estoicos de la psicología.

Epicteto, la base de la psicología y las formas de ser
Busto de Epicteto


Vemos al estoicismo como la forma más segura y próxima de conocer y de ser. ¿Cuánto de seguro es el estoicismo, qué propone, en qué nos ayuda y cuáles son sus riegos hoy?.

La primera oración del manual de Epicteto dice así: "Algunas cosas dependen de nosotros y otras no", y esta frase se acopla totalmente a nuestra forma de vida, es una frase que a priori nos puede ayudar en el proceso de sobrevivir a los cientos de estímulos informativos que nos bombardean diariamente. Es simplemente una frase que nos recuerda que todo va a estar fuera de control la mayor parte del tiempo, pero mi propio carácter, mi dignidad y autoestima están bajo mi control y nadie me lo puede quitar.

Y es que el pensamiento estoico dice que si estás apegado a cosas externas más allá de tu control, inevitablemente serás condicionado por otros. 

Esta forma de pensar cobra mucho sentido hoy ante los riesgos gigantescos que nos acechan, principalmente en el campo de las relaciones sociales.

Para concretar de qué estoy hablando voy a recordar unas frases de Epicteto:

"El hombre libre no quiere nada y no está apegado a los demás, de lo contrario, seguramente se convertirá en esclavo" o esta otra "cualquier persona capaz de molestarte se convierte en tu maestro; alguien puede molestarte solo cuando te permites ser molestado por él"

Cómo voy diciendo, estas líneas podrían fácilmente sacarse de contexto y formar creencias y actitudes peligrosas cómo estas:

- Es bueno negarse a mostrar miedo a quien te hace daño: Esta creencia la podría formar una persona que ha sido víctima de "bulling" o de "ghosting", es decir, de una persona que ha sentido el acoso social contra su persona en forma de insultos o en forma de olvido, esta persona podría expresar esta creencia con estas frases: "Mis ojos no deben mostrar miedo, no deben mostrar culpa", "sus burlas no tienen sentido a menos que sienta miedo" o "si no me contesta esta semana debo aparentar que no me importa". Esta persona que digamos sufre acoso social se niega a mostrar que tuvo miedo de sus manipuladores, que tiene miedo a no ser valorado, porque si ven que lo tiene, entonces tendrán poder sobre él.

 - Quien me quiere hacer daño solo me hace más fuerte: Esta creencia la podría formar una persona resentida, una persona que ha sido engañada o utilizada, o simplemente una persona que no ha tenido la comunicación necesaria en una relación que ya acabó. La famosa y falsa frase atribuida a Nietzsche de "lo que no te mata te hace más fuerte" ya evidencia las ganas que tenemos de afirmar esta creencia, pues lo que Nietzsche dijo (en "El ocaso de los ídolos") fue "lo que no te mata te deja tan hecho polvo y dependiente que lo único que puedes pensar es que eres más fuerte". Esta frase la hemos resumido en algo contrario a lo dicho por su autor. 

Volviendo a la creencia anterior, y en la ficción de esa persona resentida que no quiere/puede aceptar el dolor que ha recibido por otro, esta persona diría: "Eso no está bien., tuviste una elección y lo hiciste, e igual que tú él puede hacer lo que quiera", "las dificultadas forman mi carácter y cuantas más dificultades encuentro más fuerte soy" o incluso "soy mejor si la vida es dura".

Estas creencias parecen una buena forma de conservar un sentido de autonomía y dignidad. Permiten un cierto modo de vivir en el que no sentirte abrumado por el miedo, por la vergüenza o la culpa. De negarse a inclinarse ante los observadores, de no desfilar frente a tus compañeros y mostrarles cómo te duelen y afectan las opiniones de otras personas. Es decir, podrían ser - en un sentido poco estoico - una buena forma de no aceptar que la libertad es una conquista personal difícil y rara hoy en día. 


El recuerdo en el arte de formar ideas.


Mientras enfrentamos la turbulenta situación en la que nos encontramos, debemos entender que la antigua filosofía griega se encuentra "de guardia". Las enseñanzas de los estoicos, epicúreos, cínicos y platónicos suelen ser aforismos breves y claros que son fáciles de recordar y que, se crearon para recordarlos en momentos cotidianos, en esos en los que estamos obligados a actuar con seguridad.

Muchas de estas máximas clasicas nos han llegado hoy: “Conócete a ti mismo”, "Escucha y serás sabio", "Solo sé que no sé nada", "Nadie puede hacerte daño sin tu permiso" o "El amigo de todo el mundo no es un amigo ", por ejemplo.

El propósito de un manual como el estoico de Epicuro es que el alumno memorice los proverbios, los registre en su diario, se los repita a sí mismo y los lleve consigo para tenerlos  "al alcance de la mano".

Las máximas se repiten hasta que, en palabras de Séneca (otro referente estoico, el más famoso y tardío), "mediante la meditación diaria llegamos al punto en el que estas sanas máximas emergen por sí solas". Las incorporamos a nuestro discurso interno y las transformamos en "partes de nosotros mismos". Las lecciones se vuelven parte de nuestro "cuerpo", mezclándose con nuestro "tejido y sangre". Tomamos la forma del Logos.


Plutarco explicaba como había que utilizar estos aforismos estoicos:


Debes comprender continuamente los fundamentos para que el Logos actúe como la voz del maestro, silenciando tus antojos, apetitos y miedos cada vez que surjan.

Tienes que reflexionar sobre el significado de estas palabras en la experiencia misma de tu vida quería decir Plutarco, porque parar a meditar apartando los afectos más inmediatos, como el miedo, te acerca a la ley universal y lógica, o Logos.

Estas máximas, principios y argumentos convincentes pueden invocarse en un instante, justo "a mano para emergencias" que decía Marco Aurelio.

Los epicúreos repetían estás frases como un mantra:

"No hay motivo para temer a Dios o preocuparse por la muerte".

"Tanto lo bueno como lo malo se alcanzan y soportan fácilmente".

Y los pitagóricos repetían otros con el fin de simplificar ideas complejas. Por ejemplo, repetían "no te comas el corazón", que quería decir que debían cuidarse de no ser autocompasivos, o el dicho "no te acerques el fuego con una espada", que significaba que había que tener cuidado de no provocar a una persona cabreada con más críticas.

Mucho después cervantes entendió esto muy claramente cuando se propuso acabar con los dichos clásicos, él le hace decir a Sancho Panza algunos dichos como estos: "Cada oveja con su pareja", "Cada uno es artífice de su ventura", "Donde no se piensa, salta la liebre" o "El asno sufre la carga, mas no la sobrecarga" entre otros muchísimos que repetía sancho panza aplicado este aprendizaje clásico a las mil maravillas. 

Y es que como tenemos por cierto hoy en día "Don Quijote" es el libro que marca el principio de la edad moderna, precisamente por dejar obsoletos los dichos y las formas de pensamiento y aprendizaje clásicas. En parte por abandonar y hacer burlar estás formas de ser, por hacerlas parecer insignificantes y desgastadas, pero sobre todo por dominarlas y comprenderlas hasta hacernos ver que necesitábamos otras más complejas.

Pues bien, aunque solo sea por mostrar la importancia de las formas clásicas de aprendizaje, y también de lo poco que sabemos usarlas aparece aquí Cervantes que con tanto ingenio las utilizó. 

Sigo ahora exponiendo la forma clásica de aprender por refranes.


Las formas de aprender con dichos.


El estudiante se rodea de estos dichos. Los documenta en cuadernos. En la pared, están tallados. Los escribe y adjunta en notas post-it en su PC. Están enmarcados y expuestos. Esto tiene que hacerlo con la frecuencia suficiente para que las enseñanzas se conviertan en parte de su conversación interna.

Las tradiciones religiosas funcionan con métodos de memorización y autosugestión, las religiones orientales por ejemplo emplean el mantra, que consiste en repetir oraciones durante horas hasta que el estudiante entra en estado de "trance". Los estudiantes repiten el mantra en un esfuerzo por introducir las ideas fundamentales de la religión en sus mentes.

Los Diez Mandamientos y el Libro de los Proverbios, que está lleno de proverbios pegadizos como "el hombre bondadoso se beneficia a sí mismo, mientras que el hombre cruel se daña a sí mismo" y "el hombre sin autocontrol es como una ciudad asaltada y dejada sin muros", también muestran cómo se usan frases cortas y fáciles de recordar en el judaísmo.

El(los) autor(es) de Proverbios le recuerdan al lector que debe prestar atención, escuchar y recuerdar para que las lecciones se graben permanentemente en su mente:

Guarda mis mandamientos cerca de tu corazón, hijo mío, y atesóralos;

Conserva mis lecciones como tu máxima prioridad y átalas a tus dedos.

En la tabla de tu corazón, anótalos.

Los primeros monjes cristianos emplearon métodos similares de memorización y repetición. Por ejemplo, Doroteo de Gaza aconseja a sus alumnos que reflexionen constantemente sobre estos dichos si quieren poseerlos en el momento adecuado


La catástrofe positiva sin aprendizaje.


El actual movimiento de autoayuda tiene un pasado muy conocido utilizando las antiguas formas griegas de repetición y autosugestión.

Emile Coué, un psicólogo francés activo a principios del siglo XX, "redescubrió" las prácticas antiguas.

Según Coué, "la mente tiene el poder de manifestar cualquier cosa que imagine. Puede imaginarse a sí mismo en un estado de salud, prosperidad y felicidad o en un estado de miseria y enfermedad simplemente repitiéndose ciertos pensamientos". Afirmó que los antiguos griegos habían aprendido este secreto:

"¿No es obvio que tenemos un control completo sobre nuestro ser físico a través del pensamiento y que, como demostraron los Antiguos hace miles de años, el pensamiento o la sugestión pueden causar enfermedades o curarlas?

La idea de la autosugestión fue algo que Pitágoras enseñó a sus alumnos. Los Antiguos eran plenamente conscientes del poder, a menudo del poder mortal contenido en una frase o fórmula que se repite de nuevo. De ese poder inconfundible que ejercían a través de los antiguos oráculos que se mantenía en secreto.

En consecuencia, para este precursor de la positividad sin límites todo lo que se necesita para ser feliz, saludable y rico es decirse repetidamente palabras de aliento. por ejemplo al levantarnos Coué nos aconsejó que nos digamos: "Cada día, y en todos los sentidos, estoy cada vez mejor".

Simplemente piensa y di afirmaciones exitosas para ti mismo si quieres tener éxito. 

Estos nuevos movimientos positivistas dentro del campo de la psicología - por ejemplo - toman prestadas las palabras de Coué, los hay más básicos y contradictorios, incluso sectarios que usan afirmaciones cómo estás: "Puedes convertirte o ser cualquier cosa que elijas ser" casi tan fácil como un "Di la frase secreta y se hará realidad". 

Pero hasta los más científicos mantienen el supuesto de que repetir frases positivas formarán sentimientos y acciones positivas, como aquel psicólogo mediático español que dice "ponerse las gafas de la felicidad".

Estos movimientos establecen que "un pensamiento produce la cosa que el pensamiento imagina". Por lo tanto, todo lo que se requiere para que algo suceda es decir repetidamente cosas como "Tengo éxito en todo lo que hago" o "Todo está mejorando cada día" hasta que uno realmente las crea. 

Estos movimientos y escuelas psicológicas realizan viejas prácticas que fueron creadas para conocer a Dios. Algo tan crudo como: "Debes meditar sobre esto hasta que quede grabado en tu memoria y se haya convertido en tu idea habitual". 

Continúe leyendo este credo, aprenda de memoria cada palabra y reflexione hasta que lo crea firmemente. Estos movimientos dan la impresión a la gente ingenua de que todo lo que se necesita para cambiar psicológicamente es pensar positivamente, es decir, no pensar sino repetir afirmaciones como si estuvieras consiguiendo lo que deseas.

En esta concepción de la realidad, el cosmos se transforma en un gran supermercado, y todo lo que tenemos que hacer es hacer nuestro pedido. En "El secreto" Rhonda Byrne lo expresa así:

Es comparable a tener el universo entero como catálogo. Mientras lo hojeas, podrías pensar: Me gustaría tener esta experiencia, esa cosa y una persona así. Estás ordenando el Universo de esta manera. Es realmente así de simple.


Recientemente la escuela psicológica positiva está siendo criticada ampliamente por su dudosa efectividad terapéutica. Y entre sus escasas especialidades se encuentra la de vender libros mágicos repletos de estas frases imitando a los manuales clásicos.

¿Consiste este pensamiento en el resultado de una sociedad que se ha vuelto adicta a la riqueza y que repele el esfuerzo de pensar?. ¿De una sociedad que cree que puede obtener lo que quiera sin restricciones?

 

Estoicismo y terapia cognitiva conductual.


Según Oliver James, un psicólogo británico, la Terapia cognitiva conductual (TCC) produce "burbujas teñidas de rosa de ilusiones agradables". Cree que al paciente de la TCC se le indica que se cuente una historia, una que sea siempre positiva, afirma.

Básicamente algunos psicólogos consideran a la TCC igual que la terapia positiva: superficial, consumista y una solución rápida. 

Desde la escuela psicoanalítica suele creerse que la TCC obliga a los enfermos mentales a afirmar repetidamente afirmaciones positivas hasta que se condicionan a la aceptación de su condición de hormigas, hasta que dejan de representar el inconsciente.

¿En qué consiste la TCC?

Es cierto que la TCC también hace uso de los antiguos ejercicios filosóficos de memorización, repetición y autosugestión para reemplazar comportamientos improductivos e irrazonables por comportamientos coherentes. 

Para ello promociona el uso de grabaciones portátiles, MP3 y manuales que uno lleva consigo para que los conceptos terapéuticos estén constantemente "a mano", junto con folletos, declaraciones de afrontamiento y frases poderosas.

Algunos psicólogos consideran que este tipo de repetición de frases y citas es un "lavado de cerebro" como el enfoque positivo. 

Pero está técnica de repetición de dichos tiene su origen en la filosofía clásica. Fue Marco Aurelio el primero en proponer que la repetición puede usarse para lavarnos el cerebro. Él dijo:


Tus pensamientos se comportarán de manera rutinaria porque el alma está manejada por los pensamientos que tiene. Absórbalo entonces en ideas como, "Cuando la vida es concebible, una vida correcta es posible", por ejemplo. 


Los estoicos sostenían que era inútil seguir repitiendo afirmaciones imaginarias o falsas. No sirve de nada lavarte el cerebro para que pienses que puedes hacer cualquier cosa. En realidad, los estoicos dejan bastante claro que tenemos un control limitado sobre los acontecimientos del mundo exterior. Todas nuestras iniciativas externas están sujetas al azar, y el azar es errático. Las personas fallecen. Se producen incendios domésticos. Las ciudades se erosionan. La vivienda se desprecia de valor. Las cosas pasan.

Lo único que controlamos por completo es cómo y qué pensamos. Interpretamos con eficacia lo que nos rodea debido a que no nos saboteamos formando creencias propias, aceptamos la responsabilidad de la idea, y así tenemos más posibilidades de éxito en el mundo exterior de las que tuvimos en el pasado.

 Así vivían y viven los estoicos, y eso no implica que de la noche a la mañana seremos famosos y ricos.

En cambio el positivismo más absurdo promueve la idea de que individuos como Platón, Sócrates, Séneca y otros tendrían que pensar que tienen un éxito externo increíble solo porque llegaron a conseguirlo. 

Si es así, ¿por qué Sócrates, Séneca o Cicerón tuvieron que suicidarse? ¿Cómo es que Jesús fue crucificado?, ¿Por qué el Dalai Lama se vio obligado a vivir en el exilio?, ¿Por qué Cervantes vivió en la pobreza y el desamor e incluso soportó la esclavitud?

Porque que a las personas inteligentes y virtuosas les pasan cosas malas - muy probablemente con mayor probabilidad.


Los fundamentos mentales de occidente 


Los estoicos sostenían que aunque el mundo es un lugar duro y violento donde la mayoría de las personas se encuentran desadaptadas y los malvados frecuentemente ocupan posiciones de poder, solo nosotros podemos hacernos daño de verdad, y que por eso podemos cuidarnos incluso frente a la adversidad. 

De ahí que recordar como poner en práctica las lecciones sea un punto importante del cambio humano. 

Los estoicos sostenían que el universo no es una mercado fácil, la vida muchas veces te entrega basura y te obliga a luchar. 

Y es que las circunstancias constantemente te ponen a prueba, como si te dijeran: "Si, ya sé, ¿crees que eres sabio y duro?, pues prueba esto", sucediéndoles muchas veces las peores cosas a las personas más curiosas y abiertas al aprendizaje.

Memorizar lecciones y tenerlas a mano para poder superar obstáculos no parece mala idea, porque ocurren cosas malas y no siempre puedes cambiarlas. Este "rito estoico" lo llevamos haciendo desde los comienzos de nuestra civilización y no es lo mismo que pensar en positivo.

Es imposible juntar la disciplina para enfrentar los aspectos más dolorosos de la realidad (como proponen los estoicos) con la confianza ingenua de que se va a tener el éxito sin esfuerzo de la psicología positiva.

Y es que los estoicos estaban muy lejos de los zombis dóciles; eran individuos extraordinariamente valientes y desafiantes que seguían una guía sólida y fiable para su integridad personal.

Los estoicos no pensaban la vida, pero seguían a los grandes pensadores a través de sus dichos, repetían sus reflexiones y alcanzaban éxitos sin pasar por la fragilidad de la duda. Ellos pensaron que había reglas impersonales por las que uno podía vivir. 

Se encuentra al "verdadero tú" - a Dios - siguiendo al Logos, que es lo pensado, lo sabido. Esta es la máxima del estoicismo y también de la terapia cognitivo conductual.

Y es que la efectividad de la TCC requiere que el consultante capte y acepte lógicamente las ideas detrás de los ejercicios y declaraciones de afrontamiento, y que las ponga en práctica. Nunca puede forzar el enfoque estoico o la TCC a los demás, nunca puede "lavarles el cerebro". . No tendrán mucho impacto si no comprendes los fundamentos de las afirmaciones y no crees que son genuinamente realistas. Tienen que ser una guía fiable a las que les permites ser el timón de tu vida.


La TCC como base de las terapias psicológicas actuales.


¿Quién puede esperar cambiar las creencias de los hombres, sin cambiar las consecuencias de esas creencias?, ¿Qué consigue quien inunda de contradicciones a una persona sino sumisión resentida y falso asentimiento? 

Los clientes en psicoterapia, de hecho, se perturban emocionalmente principalmente como resultado de su propio pensamiento negativo o autosugestión, lo que explica por qué, ocasionalmente, cuando se les anima a involucrarse en pensamientos positivos o leen un libro de psicología positiva (como "El secreto"), sus depresiones y ansiedades a veces pasan rápidamente, aunque sólo sea momentáneamente.

Pero centrarse en lo positivo es un sistema de creencias defectuoso en sí mismo porque no existe una base científica para las afirmaciones de que "día a día, en todos los aspectos, estoy creciendo cada vez mejor". En realidad, esta marca de positivismo puede ser tan dañina como las profecías autocumplidas que hacen que los clientes desarrollen trastornos neuróticos.

Para decirlo de otra manera, la TCC y el estoicismo no abogan por el uso exclusivo de autosugestión o declaraciones de afrontamiento para lidiar con problemas emocionales. En su lugar, aconsejan usar afirmaciones de afrontamiento que tengan sentido para el paciente, que debe entender y aceptar la teoría que las sustenta, y que luego debe poner a prueba sus nuevas creencias mediante trabajo de campo o ejercicios conductuales.

Por ejemplo la TCC podría aconsejar a los niños que repitan frases de afrontamiento como: "Es bueno lograrlo, pero puedo aceptarme completamente como persona incluso cuando fallo", como una forma de afrontar el fracaso. Alternativamente, "está bien si no le gusto a alguien; no cambiará el mundo". Y esto lo hace, siendo el psicólogo terapeuta quien guía al paciente en la formación de las oraciones y en los ejercicios de repetición.


¿Consiste la TCC en una base segura para las terapias psicológicas actuales?


La TCC tiene como objetivo desarrollar un núcleo interno que resista incluso cuando las cosas no salen como queremos.

Este núcleo se forma con la guía directa del psicólogo que elige las frases y comportamientos a reforzar, en cambio la terapia humanista (la otra gran escuela junto a la psicoanalítica) pretende no centrarse en guiar al paciente sino acompañarlo en la reflexión interna para que sea este quien encuentre sus propias afirmaciones y cambie su comportamiento a partir de ellas.

Pero esta diferencia es mínima, es sólo una cuestión de grados o de reglas, pues como reconoce el estoicismo "solo puede ser guiado quien acepta a alguien como su guía".

Si la TCC pretende afianzar la guía del psicólogo y la disminución de la reflexión interna del cliente;  La terapia humanista pretende no guiar al paciente ("no quitarle nada" que decía Carl Rogers") y aumentar así su reflexión interna. 

Pero esto como se ve, no depende del psicólogo terapeuta, sino principalmente del paciente. Pues como decía Epicteto al principio de este artículo "Algunas cosas dependen de nosotros y otras no dependen de nosotros".

Así la mayor o menor guía del psicoterapeuta durante la terapia depende de los gustos del consultante, y no consiste en algo que debamos discutir los psicólogos como si su efectividad fuera demostrable. Pues ambas vienen heredadas de las formas estoicas de vida occidentales.


Mis certezas como psicólogo terapeuta 


Pero yo, como todos los psicólogos que ejercen en consulta, voy formando un modo de estar en terapia, que creo bueno mostrarlo abiertamente pues consiste en una forma de ayudar que me permite sentirme cómodo y contento.

Y este modo tiene de base una formación cognitivo conductual, que me permite comprender las variables experimentales en el aprendizaje animal, pero aún así durante la práctica he encontrado que como más ayudo a otras personas a cambiar psicológicamente es no guiando a mi paciente.

Creo que es algo muy nuestro, muy estoico, y es que esta forma de ayudar puede resumirse en la siguiente frase de Séneca, ese gran representante estoico cordobés: 

Nada, a mi modo de ver, es una mejor prueba de una mente bien ordenada que la capacidad de un hombre de detenerse justo donde está y pasar algún tiempo en su propia compañía.


Así como veis en mi consulta online de psicología prefiero no centrarme en guiar al paciente.

Prefiero ayudarlo a que encuentre en su propia reflexión el orden y coherencia que le permita cambiar psicológicamente de una forma duradera.

¿Qué es lo barroco?


Pesebre barroco



“Cuanto más imposible se muestra la penetración en esta doctrina, 

en la que influye la teoría de la purificación conseguida a través de los 

misterios, tanto más libre margen ha tenido la interpretación, que es 

tan pobre en contenido intelectual como contundente en la distorsión de 

lo que fue la intención antigua”. 

Walter Benjamin, El origen del drama barroco alemán 


Como sucede con toda forma de representación doctrinaria, el aristotelismo no le ha sido muy fiel a Aristóteles. Su historia es, por un lado, la de la consagración del gran pensador de Estagira y, por el otro, la de su condena dentro de los estrechos esquemas que la teología filosofante terminó por imponerle. Los brazos del entendimiento abstracto son tan largos como anchos, y su sombra se proyecta de tal modo sobre la realidad que la hace desvanecerse entre la penumbra. Después de viejo, cuando ya se hablaba de él como si se tratara de un santón, Marx tuvo la necesidad de afirmar, no sin énfasis, que si todo lo que sus seguidores e intérpretes -teólogos filosofantes, a fin de cuentas- afirmaban sobre su pensamiento era cierto, entonces tendría que verse en la obligación de declarar el hecho de no ser marxista. Y no se diga de Spinoza o de Hegel. El primero, estigmatizado como ateo y materialista. El segundo, como idealista -en su versión más pedestre e inauténtica-, ferviente defensor del prusianismo y, por extensión, de todo Estado totalitario.


Se trata de los rígidos criterios de demarcación, de las estrechas fijaciones -tan escasamente históricas, por cierto- trazadas por quienes, llevados de la mano de la ratio instrumental, siempre de apresto impecable, con sus batas imaginarias bien almidonadas y planchadas, o con su imprescindible cinta métrica virtual en la mano, se afanan por establecer sólidos bloques de concreto armado, a los cuales denominan períodos de la historia de la cultura. Pues bien, el barroco es uno de esos períodos al cual, con la pedante y precisa pomposidad de rigor que los tipifica, los expertos ubican en el Seicento, es decir, a principios del siglo XVII, aunque sus modalidades -advierten- se extendieron incluso más allá, o sea, a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Y es por eso, con base en su amplio espectro, que se han visto en la obligación de subdividirlo, a su vez, por lo menos en tres períodos, con el objetivo de distinguirlo del barroquismo posterior: primitivo (de 1580 a 1630), pleno (de 1630 a 1680) y tardío (de 1680 a 1750). Pero el barroco es considerado, además -para todo indigestado seguidor de manuales y anti-manuales-, como sinónimo de recargamiento y exageración, no exento de engaños y caprichos. De tal modo que se puede hablar de barroco en sentido sustantivo o en sentido adjetivo. Si se habla de él en términos sustantivos, se habla de un determinado período de la cultura. Pero si se habla de él en sentido adjetivo, entonces se está hablando de un estilo recargado -sinuoso, rebuscado y oscuro- de escribir, de pintar, de componer, en fin, de crear. Todo lo contrario a la 'claridad y distinción' que exige el Discours de la méthode de Descartes, quien por cierto, paradójicamente, se inscribe en el período señalado por los pulcros expertos como barroco, en sentido sustantivo. Lo simple, instantáneo e inmediato no son “clasicistas”. Son las pestes de la superficialidad del presente.


Por diversos caminos, el historicismo filosófico ha manifestado su desacuerdo con este tipo de criterios definitorios de caracter instrumental. Benedetto Croce, Walter Benjamin y Eugenio d'Ors, han insistido en consideraciones hermenéuticas que ponen en evidencia las sentenciosas y limitadas formalizaciones que presumen los momificadores de oficio de la historia de la cultura. No obstante, la transhistoricidad no es, a pesar de lo que pueda presuponerse, un transcategorial, como tampoco se pueden abstraer las formas estéticas de su contexto específico. Y vale la pena, una vez más, volver a citar a Vico: verdad y hecho se identifican. A pesar de su contraposición, lo clásico y lo barroco no son contradictorios, sino términos opuestos complementarios, inmanentes al movimiento continuo del quehacer humano. Apelar al silogismo medieval, en nombre de Aristóteles, para sustantivar lo “baroco” como una ambigüedad que habitúa confundir lo verdadero con lo falso, mostrándolo como el “superlativo de bizarro” o como el “exceso del ridículo” es, cuando menos, desconocer la condición histórica específica y -justamente por eso- universal de artistas como Bach o Vivaldi, Velásquez, el Greco o Rembrandt. La anacrónica ideologización, propia del entendimieto abstracto, no tiene límites. Apelar a Aristóteles para denunciar “el exceso de ridículo” de Cervantes o de Shakespeare es el más estrafalario de los excesos de ridículo. Como lo es el no reconocer la extraordinaria importancia del barroco en la conformación histórico-cultural de la América Latina.


Decía d'Ors que si lo clásico es tendencialmente apolíneo y masculino lo barroco es tendencialmente dionisíaco y femenino. Pero, en todo caso, resultaría imposible que lo uno y lo otro no se atrajeran recíprocamente, manifestando la condición sublime de lo bellamente humano, su inacabable e infinita Nativitas o Navidad. Nada más barroco que un nacimiento o pesebre; o que una hallaca, que es, en esencia, la manifiesta conformación de un nacimiento. Lo indica el propio significado de la palabra, según los estudios efectuados por dos insignes ucevistas, Adolfo Ernst y Angel Rosemblat: el aborígen Halla -o Aya- traduce 'mezcla', y el sufijo español aca indica 'relación con': un paquete de mezclas relacionadas. Verdad y certeza, universalidad y particularidad. El barroco devenido lo barroco. Es, en el fondo, el misterio inspirador de las composiciones de Vicente Emilio Sojo o de la Onda Nueva de Aldemaro Romero; las espléndidas construcciones de Carlos Raúl Villanueva; las magistrales piezas de Antonio Lauro o el virtuosismo de Alirio Díaz; el contraste de luces y sombras en la obra de José Ignacio Cabrujas; la voz, camino de Santiago, urdida en Alma Mater caraqueña de Soledad Bravo; el desafío de la luz devenida color en movimiento de Carlos Cruz Diez y Jesús Soto; o la incandescencia de las flexiones y reflexiones de Juan David García Bacca. Los tonos crepusculares de Jacobo Borges y la aurora en los poemas de Ramos Sucre. Y, como ellos, tantos y cuántos más. ¿Cómo se puede olvidar que las transmisiones de la Emisora Cultural de Caracas iniciaban con el movimiento allegro del tercero de los Brandemburger Konzerte de Bach?. 


           Lo barroco traspasó desde su fundación los límites del ser social venezolano, llevado de la mano -guste o no- de los jesuitas. La prueba de su permanencia ha sido la fuerza unificadora, reminiscente, que ha sabido invocar en los momentos más difíciles de su historia, esos en los que la Doña Bárbara -plásticamente descrita por Rómulo Gallegos- ha pretendido imponer por la fuerza la rigidez y el aplastamiento que tanto repudia la sensibilidad y la inteligencia de su Volksgeist. Virtud y honor de pueblo barroco.      


Por José Rafael Herrera

@jrherreraucv



La mirada de Minerva




    José Rafael Herrera

    El búho de Minerva inicia su vuelo cuando irrumpe el ocaso
    G.W.F. Hegel


    América Latina diversa.

    Mirar cómo Borges.


    noctua, diosa del cielo y de la tierra. Bajo las tinieblas, en la obscuridad de la noche, resulta difícil poder ver. Y sin embargo, los penetrantes ojos de Minerva son capaces de traspasar la lobreguez, de rasgar con su mirada el señorío de la noche, la dureza que se oculta, como sólida roca, recubierta por el velo de las tinieblas. Se sabe que ver es el efecto del percibir las cosas mediante la recepción de los ojos, como resultado de la acción de la luz, en tanto que el mirar es la acción de aguzar la vista sobre los objetos. Ver, pues, implica la manifestación de un medium pasivo. Mirar, en cambio, constituye un actus de suyo. Jorge Luís Borges es, en este sentido, una referencia ineludible. Era invidente: ¡pero sí que miraba! Prueba de ello es la penetración de la que fue capaz para vencer las sombras que, por años, nos han impedido –a nosotros, los latinoamericanos- con-templar y com-prender, y más aún, contemplarnos y comprendernos, en este lugar y en este tiempo que contiene todos los lugares y todos los tiempos. Más de una vez, nuestro particular Homero pudo traspasar, precisamente, el señorío de la noche, dentro del cual nos hemos habituado a vivir. Y es que, al igual que Homero, Borges tenía un don, portaba el signo de los dioses: lo asistía la mirada de Minerva.


    El propósito de estas breves líneas consiste en exhortar a los lectores a mirar, y no simplemente a ver, la obra “poética” de Borges como punto de partida de una concepción del mundo que le es propia, y que tal vez sea la base de esta una y múltiple, universal y particular, pura y mestiza, filosofía. Filosofía pues, de la mirada barroca.


    ¿Barroca?



    El lector se preguntará, no sin razón: pero, ¿por qué barroca? Bastará, a modo de respuesta, señalar algunas consideraciones que, quizá, permitan comprender el significado de semejante afirmación.


    Lo que hace interesante el estudio de las configuraciones filosóficas sufridas por la historia no es su linealidad escolástica, o el estrecho criterio de su exposición en el museo de cera de la repetibilidad fidedigna, técnica, que habitúa separar los conceptos de sus fenómenos y circunstancias: es, como decía Lezama-Lima, en el 'saboreo' de sus sinuosas espirales, que tejen y destejen el mismo espíritu y el mismo saber, en sus más variadas -e incluso extravagantes- manifestaciones, donde reside la fuerza verdadera de su atracción. Un caso admirable, y que podría contribuir a la confirmación de este argumento, lo constituye, precisamente, “el período” barroco. En efecto, ¿Es posible pensar en la linealidad barroca? ¿Puede suponerse una separación -por más analíticamente encaminada que ésta pueda estar- entre las relaciones políticas y sociales existentes en aquél período de la historia humana y la expresión artística que en él se produjo? O, en otros términos: si puede hablarse de música barroca o de pintura barroca, ¿sería imposible hablar de una medicina barroca y de un derecho barroco, o de una política y de una economía barrocas?, cabe decir, ¿de una cultura barroca en general?. Pero, más aún: ¿está confinada dicha cultura barroca a un tiempo y a un espacio irrecuperables y, en consecuencia, irrepetibles?. Con relación a ello, conviene recordar una anécdota, a manera de emblema definitorio o elípticamente problemática: en la Alemania de 1800, el maestro Dionisio Weber, fundador y director del museo de Praga, prohibía a sus discípulos leer o interpretar a otros compositores que no fuesen barrocos. Un día, uno de sus discípulos, escuchó hablar de un compositor que había sido capaz de elaborar una música barroca opuesta a todas las reglas del barroco, y decidió penetrar la obra de aquél extraño e irreverente compositor, para quedar prendado de él por el resto de sus días. El extraño compositor atendía al nombre de Ludwig Van Beethoven. El joven discípulo de Weber se llamaba Moscheles. Después de haber probado, una y otra vez, la fruta prohibida, el propio Moscheles escribió: “en ella encontré un consuelo y un placer que ningún otro compositor me había proporcionado antes”.


    Relación entre Borges, América y Minerva.


    Pero, ¿qué relación guarda esto con Borges, con su invidencia; qué relaciona al barroco con Minerva y, más aún, con la América Latina?


    En realidad, el barroco es una constelación de ideas y valores, o, más bien, una de las figuras recurrentes y constitutivas de la experiencia de la conciencia social. Más aún, desde el momento en que la América dejó de ser naturaleza para devenir cultura de la crisis utópica, es decir, una vez que –al decir de Carlos Fuentes- devino cronotopía, la expresión barroca se hizo carne y sangre de la nueva civilización. El barroco, en efecto, es uno de los pilares esenciales y determinantes del desarrollo espiritual que le es inmanente al continente americano, dado que es el concreto armado, integral, con el cual aún se sigue fraguando la ancha base que sustenta el mestizaje de su cultura.
    No resulta improbable, en consecuencia, que al tener la necesidad de definir en una palabra el movimiento barroco, el ensayista sienta el enfático deseo de sugerir la expresión curiosidad. El estilo excesivo que surgiere, en pleno siglo XVII, plenado de rizadas orlas gongóricas, de formas múltiples y plurales -y sólo en apariencia insustanciales-, dos siglos después terminará por convertirse en la referencia más importante de una racionalidad diversa, aunque siempre estéticamente encaminada. Los ejemplos se desbordan por sí mismos: “aparte de Cervantes, Quevedo y Sor Juana; aparte de Kondori, Alejaindinho y del propio Boturini, discípulo de Vico, los ejercicios loyolistas, la pintura de Rembrandt y el Greco, las fiestas de Rubens y el ascetismo de Felipe de Champagne, la fuga bachiana, un barroco frío y un barroco bullente, la matemática de Leibniz, la ética de Spinoza, y hasta algún critico excediéndose en la generalización afirmaba que la tierra era clásica y el mar barroco” (Cfr.:Lezama-Lima).


    Pero arar en el mar –Bolívar dixit- es, por cierto, para la América Latina, el mayor de sus desafíos, y quizá su santo y seña. Cuando, en su hora, Hume alertaba sobre la uniformidad e invariabilidad de las facultades humanas, en ese preciso instante convocaba, acaso sin sospecharlo, las fuerzas de la otredad que le son inmanentes, opuestas a semejante argumento. Convocaba, precisamente allende el mar, nada menos que al spinozismo de la sustancia, inescindiblemente unido al viquianismo de un mundo diverso y culturalmente múltiple, cuya sola presencia estética e intelectiva transformaría en fragmentos la razón de su tiempo, devenida, ahora, deseo y utopía, verbo e imagen, frontera entre la razón y el sueño, dentro del poliedro del ciego vidente, de Homero a Borges. Verbo e imagen, el uno y la otra, capaces de apropiarse de todas las tradiciones culturales, a fin de mostrar, en el borgiano espejo de los laberintos -o en el laberinto de los espejos- el reflejo fiel de un ser social hechizado; reflejo, por demás, metafísico, que sin embargo siempre se niega a degenerar en sistema de sí mismo.


    Imaginar y mirar después.



    La imaginación -decía Cecilio Acosta, en 1879- tiene sus sueños, que no son menos que su manera de concebir las cosas: si las otras facultades del alma labran con ideas, ella labra con colores, y sus creaciones son cuadros... es como la luz, llevando delante reflejos y dejando detrás tintas hermosas. Pero, a veces, las cuadraturas de su creación rondan sin cesar, delineando los incesantes giros de un laberinto circular.


    En su intento por sintetizar las culturas fundacionales del Nuevo Mundo, la imaginación, presente en la flexión de la lengua hispana, permite a Jorge Luís Borges apropiarse legítimamente de tal herencia intelectual y moral -indígena e hispana, musulmana y judía, africana y asiática- a fin de construir el espejo de una historia siempre recurrente y siempre original, que comporta, de modo esencial, el hilo de la memoria y el entramado del deseo.


    Memoria y deseo son, pues, los términos dentro de los cuales, en la obra de Borges, se va gestando la crítica de las formas propias de la concepción moderna del absoluto, para hacer surgir la Imaginatio de un paisaje barroco, caracterizado por su diversidad -como dice Fuentes- policultural y multirracial. El mentor metafísico de semejante empresa hermenéutica es, no por mera casualidad, Giambattista Vico.


    Así, pues, Imaginación y Diversidad: la aguda mirada –a todas luces, filosófica- de Borges da cuenta de una formación cultural plenada por la ausencia, y que, no obstante, se hace abundante y rica en determinaciones, casi siempre, rigurosamente barrocas, en virtud de las cuales se pone de manifiesto la huella indeleble, y no siempre disonante, de todos los lugares y de todos los tiempos en un solo lugar y en un solo tiempo.


    Qué es América Latina.



    La América Latina es, por un lado, un mundo ficticio, el fantástico mundo de la imaginación, el lugar del no lugar, la U-topía deseada; pero, por otro lado, y al mismo tiempo, es un continente real, el continente de la necesidad y de los encuentros, el lugar de los lugares, la topía concreta, el laberinto de La Biblioteca de Babel descrito por Borges. Indo-afro-ibero-América es, pues, un espejo, en el que sus actores no se ven, pero se miran. Más precisamente, es aquél lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. En breve fórmula, es una inversión especular en la cual una cierta caleidoscopía puede llegar a percibir, en un mismo rostro, al griego, al romano, al judío, al negro, al asiático y al indio. Eso sí: para asir semejante inversión, resulta indispensable la obscuridad, la inmovilidad y la acomodación ocular, en fin, el contraste de luces y sombras, a objeto de fijar la mirada en la empinada escalera -espiral- de la historia. Acaso, la mejor definición de latinoamérica esté contenida en la conocida metáfora borgiana presente en La muerte y la brújula, en la que las tardes desiertas se parecen a los amaneceres. O, lo que es igual, en la que los amaneceres poblados se parecen a las tardes.


    América en el mundo.



    Pero, precisamente, la entera historia de la humanidad, como ha dicho Borges, está situada entre el alba y la noche. Mas, en todo caso -y según Fuentes- la presencia bien puede ser un sueño, el sueño una ficción y la ficción una historia renovable a partir de la ausencia. La procesión va por dentro: la América Latina es el barroco microcosmos de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo. En consecuencia, espacios soñados y tiempos renovables. Tiempos renovables y espacios soñados. Espacios y Tiempos, Tiempos y Espacios. Imperio de lo divergente, lo convergente, lo paralelo; espacios y tiempos, tiempos y espacios, como los de El Jardín de los senderos que se bifurcan, o los de El Aleph, de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Es un hecho el que las repúblicas fundadas por nómadas ameriten –casi siempre- del indispensable concurso de forasteros para todo lo que sea albañilería...:

    ... apenas concluyeron los albañiles, se instaló en el centro del laberinto...No importa que el escritor argentino -lector de Croce y, en no pocos casos, cercano a su historicismo filosófico- no se refiera a temas directamente relacionados con las tradiciones culturales indígenas o africanas. Le ha correspondido a Asturias, a Gallegos o a Carpentier, esa importante labor. Sobre Borges ha recaído la responsabilidad de recrear -y conviene advertir que toda recreación es una nueva creación- dentro del espacio y del tiempo uno y múltiple de la América hispánica, toda la herencia de la cultura occidental, a fin de demostrar, por cierto, la ficción de su improbable univocidad y unidimensionalidad, y, por ello mismo, de su carácter lineal. En una expresión, Borges, por muchos y azulados desagües, heredero de Vico, ha aprendido -¡y ha enseñado!- que la América india, ibérica y africana no es la insípida réplica de una cultura monolíticamente occidental sino, más bien, su espejo, su otro correlativo, necesario e inescindible:


    Yo que sentí el horror de los espejos
    No sólo ante el cristal impenetrable
    Donde acaba y empieza, inhabitable,
    un imposible espacio de reflejos

    Sino ante el agua especular que imita
    El otro azul en su profundo cielo
    Que a veces raya el ilusorio vuelo
    Del ave inversa o que un temblor agita
    ...
    Hoy, al cabo de tantos y perplejos
    Años de errar bajo la varia luna,
    Me pregunto qué azar de la fortuna
    Hizo que yo temiera a los espejos.

    Espejos de metal, enmascarado
    Espejo de caoba que en la bruma
    De su rojo crepúsculo disfuma
    Ese rostro que mira y es mirado,

    Infinitos los veo, elementales
    Ejecutores de un antiguo pacto,
    Multiplicar el mundo como el acto
    Generativo, insomnes y fatales
    .


    “Los espejos -advierte Borges- Prolongan este vano mundo incierto/ En su vertiginosa telaraña;/ A veces en la tarde los empaña/ El hálito de un hombre que no ha muerto”. Tiempo de tiempos: las rectas galerías de la historia occidental han terminado por ceder su paso inevitable, perentorio, al surgimiento de curvaturas que, secretamente, han devenido círculos, hasta delinear la ruta espiral del laberinto Ideal y Eterno. Espacio de espacios: cíclicamente vuelven los astros y los hombres, en medio de una oscura rotación pitagórica que, noche a noche, arroja a los mismos hombres en un -después de todo- no tan remoto lugar del mundo. La eternidad se concreta entonces para cifrar su inmensidad en lo mínimo, y la contradicción del tiempo que pasa y de la identidad que perdura.., termina en el infinito diálogo de una substancia compartida. La historia se concentra entonces, para luego estallar, revelándose en un tropel de infinitos contrastes. Y, otra vez, la otredad se pone de manifiesto en su elemento diverso, hiriendo con su brusca luz la obscuridad de lo cristalizado impuesto, en medio del destierro y del olvido.


    Lo que trajo Borges.



    Como ha indicado Fuentes, a partir de Borges la narrativa hispanoamericana asume, conscientemente, la paradoja que forma y conforma el horizonte de su comprensión cultural, a fin de dar cuenta, precisamente, de su muy particular modo de construir la totalidad. Se trata de una visión universal que, por ello mismo, se expresa en toda su riqueza cronotópica: simultaneidad y secuencia, sincronicidad, tiempo progresivo y tiempo mítico, son elementos esenciales de composición, en grado diverso. Concepción -agrega Fuentes- inclusiva del tiempo, o más bien, de los tiempos “divergentes, convergentes y paralelos”, que comprende los lenguajes capaces de representar la variedad de los mismos. Diversos lenguajes que, a su vez, representan una pluralidad de tiempos.
    La mirada es la profundidad misma del saber, la filosofía misna, bajo la forma de su representación estética esencial. Al decir del joven Marx, de la cabeza de Zeus, padre de los dioses, surgió Pallas Atenea. La nueva diosa presenta, aun, la figura obscura del sino, de la luz pura o de la pura tiniebla. Fáltanle los colores del día. La dicha en tal desdicha resulta ser, pues, la forma subjetiva, la modalidad con que tal filosofía se comporta respecto de la realidad: “La filosofía echa a sus espaldas los ojos (la osamenta de su madre son lucientes ojos) cuando su corazón se entrega decididamente a la creación de un mundo”.


    Por encima de las ideologías, sendas que perdieron por el camino de los maniqueísmos caudillescos su talante filosófico, Borges está, hoy y para nosotros, más cerca de Spinoza, de Vico, de Hegel e, incluso, del joven Marx. Mucho más de lo que los disecadores de oficio se podrían imaginar.


    Dispongámonos, pues, a la creación de un mundo, miremos más profundamente en la obscuridad del presente. Es tiempo de vencer la escisión y el desgarramiento, a la luz de nuestra particular y, a la vez, universal filosofía.