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Dialéctica de la anti-política.

Dialéctica de la anti-política por José Rafaél Herrera @JRHerreraucv


Más que a la lógica formal –la lógica del entendimiento abstracto–, es a la dialéctica a quien compete dar cuenta de los procesos inmanentes al ser y a la conciencia sociales, en virtud del hecho de que lo uno y lo otro son, de suyo, los términos que la constituyen. No hay modo de comprender la correlación de las oposiciones –como las denomina Aristóteles– “en sentido amplio” sino en virtud de su continuo movimiento dialéctico. Se ha dicho comprender, no entender. Y es que, a diferencia del entendimiento, cuya naturaleza restrictiva y excluyente se inclina por las distinciones o fijaciones –y, como consecuencia de ello, por las posiciones cosificadas de los términos–, comprender, al decir de Hegel, significa superar (Aufheben).

Frase de Aristóteles.

La lógica del entendimiento convierte “el bosque en leña, las figuras en cosas que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, y como los ideales no pueden ser tomados en la realidad completa, plena de troncos y piedras como la concibe, se les convierten en ficciones, y toda relación con ellos aparece como un juego insustancial o como dependencia de ellos, como superstición”. Sí: el entendimiento es profundamente dogmático, positivamente religioso y sectario. Por eso no comprende. Y cuando llega a comprender –¡oh, tragedia!– es porque ya ha dejado de ser simple entendimiento.

Ha sido por cierto la lógica del entendimiento abstracto la que ha guiado la fijación del término “antipolítica”, no solo para establecer una posición recíprocamente exclusiva, indiferente y distintiva entre política y antipolítica, sino que, aplicando mecánicamente a los asuntos del ser social las formas convencionales de la lógica formal, las ha hecho, en unos casos, contradictorias y, en otros, contrarias. En efecto, y para seguir utilizando la rigurosa terminología aristotélica, expuesta por el gran filósofo de la antigüedad clásica tanto en Metafísica como en Analíticos, conviene puntualizar, en primer lugar, que según Aristóteles, toda contradicción es una oposición entre un determinado contenido y su negación absoluta. Así, ser y no-ser, Dios y no-Dios, hombre y no-hombre, son ejemplos de opuestos contradictorios. No obstante, existen otros tipos o formas específicas de contradicción: la contrariedad, por ejemplo, se produce entre un contenido y su negación determinada, es decir, entre blanco y negro, vida y muerte, inteligente y tonto. Mientras que la contradicción en sentido fuerte se presenta entre “llueve o no llueve”, la contrariedad admite la presencia de un término medio, un “gris” entre lo blanco y lo negro. Y es en ella, como apuntaba Marx, siguiendo las genialidades de Shakespeare, donde pululan los Snugs, quienes acostumbran ocultar sus extremismos tras las “medias tintas”, en el rosé, entre el tinto y el blanco. Son los que imaginan que quienes no piensan como ellos entran en la nómina de los “radicales”, sin llegar siquiera a percatarse de su propia extrema radicalidad.

Pero existe un tercer tipo de contradicción, que supera y conserva las abstracciones de la reflexión externa, propias de las anteriores. En ella, la contradicción está internamente referida a un otro –su otro– y subordinada a un constante proceso de integración con él. Ya no se trata de la exclusión del “llueve o no-llueve” ni de las medianías tibias, aunque ocultas detrás de la ira extremista, que caracteriza a los llamados “matices” o las “tonalidades”. Se trata de la contradicción propia de las experiencias del ser social e histórico. Se trata de la oposición correlativa o por co-relación polar, la cual no atiende a la exclusión sino a la inclusión, toda vez que sus términos resultan ser absolutamente necesarios y determinantes el uno para el otro. Sujeto y Objeto.

No existe política sin antipolítica. Históricamente, nunca ha existido semejante esquematismo, abstracto, reflexivo, propio del entendimiento. Solo en los manuales que leen una y otra vez quienes han terminado por transmutar la ciencia política en un acto de fe y, por ello mismo, suelen excitar sus sentidos enrostrándole las expiaciones de sus reiterados fracasos “analíticos” a quienes exigen coherencia y virtud, puede presentarse un “modelo” social con semejantes exclusiones. ¡Ni en la Polis! Y es que, como decía Cervantes, de tanto leerlos y de poco dormir, parece habérseles secado el cerebro: “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera que mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”. No basta con decir “son ellos los culpables” cuando quienes han de asumir el oficio no lo han hecho y cuando lo han hecho han demostrado no asumir competentemente el oficio. Pareciera que no se llega a comprender el hecho de que la antipolítica no solo es la negación determinada, delimitada y polar, de la política sino que, precisamente por ello, es el término opuesto contradictorio y correlativo de la política. La antipolítica es, con razón o no, el otro de ese otro llamado política.

No hay un “polo Norte” sin que exista un “polo Sur”. De hecho, lo que hace posible, lo que determina, lo que le da consistencia y sustancialidad a uno de los polos es el otro polo. Es lo que es en virtud del otro. Si el otro polo dejara de existir con ello terminaría, llegaría a su fin, la polaridad del uno y del otro. De nuevo, Sujeto y Objeto. No es posible llamarse “padre” sin tener, por lo menos, un “hijo”, como tampoco puede haber, desde el punto de vista estrictamente conceptual, un hijo sin un padre. En este caso, y valga la metáfora, el padre de la antipolítica es la política, por lo que debería asumir sus consecuencias. No ha surgido de la nada la antipolítica. Como fenómeno, ella obliga, exige, una revisión de los factores que la han hecho una experiencia concreta de la conciencia.

Reconocer los propios errores, confrontarlos, asumir las responsabilidades que se tengan que asumir, ponerse “en los zapatos del otro”, dejando de lado los esquematismos trasnochados y las poses de arrogancia y superioridad, significa comprender –o sea, superar–, a objeto de conquistar un movimiento lo suficientemente coherente y efectivo que permita abandonar tanto los huecos del avestruz como las medianías “tibias” de los Snugs, a fin de terminar con esta locura miserable y gansteril. Fue eso lo que hizo grande, por ejemplo, al Pacto de Punto Fijo y especialmente a ese gran dialéctico de la praxis política llamado Rómulo Betancourt. Pero esto ya es otra historia.

La nueva España y el nacionalismo Catalán.

Aceptar lo nuevo de entre lo viejo.

El nacionalismo es, según dicta nuestro diccionario, una doctrina y movimiento político que reivindica el derecho de una nacionalidad a la reafirmación de su propia personalidad mediante la autodeterminación política.


"En la Monarquía de España, donde las Provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir".
Baltasar Gracián, 1640

La nueva y vieja España y Cataluña.

Empiezo, digamos que la existencia de una nación consta de un principio que es superior a los ciudadanos, digamos que tiene una "razón" histórica, puede ser la lengua, la raza, una serie de acontecimientos históricos relatados, incluso envueltos religiosamente, también, un pasado sentido de opresión donde la independencia fue cercenada. Toda esta actividad ocurre en toda Europa tras las guerras napoleónicas, los viejos afectos hacia lo divino y religioso cesan, los individuos comienzan a identificarse con características políticas, es decir, atienden a ideas que son producidas por otros individuos, y, suelen ser más llamativas para sí mismos las que comparten un "algo" común, como el origen étnico, el idioma y la tradición.

Hay que esperar hasta el siglo XIX, para que Prat de la Riba diera voz a varios sentimientos nacionalistas catalanes, expresaba este la infelicidad con Castilla, o con la nueva España - no aceptada esta como nación - como estado que los gobernaba, así se sentían los catalanes, entre dos grandes potencias opresoras, una Francia, la gran potencia medieval y posteriormente el gran imperio burgués napoleónico y por el otro, la nueva España - despectivamente Castilla - potencia nueva desde su unificación y el descubrimiento de América, lo nuevo burgués aplastado frente a lo viejo católico, y al mismo tiempo la vieja potencia medieval aplastada frente a la nueva potencia imperial. Y entre medias un nacionalismo creciente, el nacionalismo es reflejo como se puede percibir de lo ante dicho de la ausencia del "algo" común, y este algo, como la "cosa" de Spinoza es siempre el encuentro entre dos pasiones, es decir, es el acto mismo del encuentro lo que falta, el hecho concreto mismo. Un escritor anterior a Gracián llamado Miguel de Cervantes introdujo con astucia el problema del nacionalismo catalán mucho antes de la llegada de este vocablo, en la segunda parte de su famosa novela viaja a través de los montes aragoneses en busca de los delincuentes y humanos, ya que él mismo se denomina así los encuentra robando y cobrando comisiones por cruzar dichos montes - en esto casi como ahora, pero no es casualidad - así como yo lo entiendo - y si no la novela puedes leer - que el ingenioso hidalgo recobrase la cordura tras este amable viaje, al encontrarse - en los afectos se entiende - con personas alejadas de lo común, incapaces de aceptar lo nuevo de entre lo viejo, en ambos lados y hacia ambas fronteras.

No hay más que lo que se ve, la nostalgia de un pasado inexistente - solo aupado por delincuentes huidos de la ley escondidos entre montañas - e imaginadas glorias de cultura que Cataluña en realidad nunca poseyó. La cultura que Cataluña posee está tan unida a España como la del resto de territorios adheridos o quizá más, y quizá solo por mala suerte no re-descubriese la república griega o la lógica como hicieran los andaluces musulmanes, ni destronaran a la aristocracia como la Francia napoleónica, sino que, se adherieron al catolicismo más rígido como la nueva España inquistorial con la creación de la iglesia Catalana o Renaixença, afirmó también al gran escritor español, antes dicho, Miguel de Cervantes, que según la mitología catalanista se llama Joan Miquel, y que escribió El Quixot, libro secuestrado por la nueva España y aniquilado el origen de su escritor así como su escritura en catalán, solo conservando la traducción castellana. Se puede tratar de la mayor injusticia jamas realizada hacia la cultura y tradición de un pueblo, o puede ser la mayor de las diferencias fingidas entre dos territorios semejantes.

Hay que estar dispuesto a decir la verdad sobre el pasado para hacerlo en el presente, y esta verdad difusa tiene pocos concretos, siendo uno que es la corrupción de las clases más adineradas y poderosas quienes promulgan el nacionalismo Catalán, la otra, que es seguro tierra bien admirada de España por todos los españoles.


Molinos de viento de Don Quijote.

Don quijote ve gigantes por molinos.

Lectura de Don Quijote de la mancha, capítulo 8, de Miguel de Cervantes Saavedra.

El capitulo más famoso de la ingeniosa historia de Don Quijote de la mancha, del que Foucault afirma ser el libro que destruye toda la filosofía de la semejanza y el signo, del que filósofos como Nietzsche hicieron su bandera (copiando las máximas de su Zaratustra como se muestra en "El quijote morisco"), un libro escrito bajo las afirmaciones de un loco, que alumbró más verdades que cien sabios de su época. Este corto capítulo es quizá con partes de el Hamlet de Shakespeare el paso más "hondo" dado por un hombre dentro del conocimiento concreto, en sentido opuesto al conocimiento religioso basado en la semejanza.

Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación


En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

-¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza.

-Aquéllos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

-Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquéllos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

-Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquéllos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas:

-Non fuyades, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete.

Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:

-Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Y diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.

Don Quijote embista el aspa de un molino.


-¡Válame Dios! -dijo Sancho-. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

-Calla, amigo Sancho -respondió don Quijote-; que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

-Dios lo haga como puede -respondió Sancho Panza.

Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero, sino que iba muy pesaroso, por haberle faltado la lanza; y diciéndoselo a su escudero, le dijo:

-Yo me acuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus decendientes se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y Machuca. Hete dicho esto porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquél que me imagino; y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vella, y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.

-A la mano de Dios -dijo Sancho-; yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco; que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.

-Así es la verdad -respondió don Quijote-; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.

-Si eso es así, no tengo yo qué replicar -respondió Sancho-; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.

No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero; y así, le declaró que podía muy bien quejarse como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. Y en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen.

En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus señoras. No la pasó ansí Sancho Panza; que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda, y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban. Al levantarse dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes, y afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día le descubrieron.

-Aquí -dijo en viéndole don Quijote- podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta los
codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero.

-Por cierto, señor -respondió Sancho-, que vuestra merced sea muy bien obedecido en esto; y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias; bien es verdad que en lo que tocare a defender mi persona no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.
-No digo yo menos -respondió don Quijote-; pero en esto de ayudarme contra caballeros has de tener a raya tus naturales ímpetus.

-Digo que así lo haré -respondió Sancho- y que guardaré ese preceto tan bien como el día del domingo.

Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios; que no eran más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y dos mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su escudero:

-O yo me engaño, o ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto; porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser, y son, sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío.
-Peor será esto que los molinos de viento -dijo Sancho-. Mire, señor, que aquéllos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe.

-Ya te he dicho, Sancho -respondió don Quijote-, que sabes poco de achaque de aventuras; lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás.

Y diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo:
-Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras.
Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron:

-Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas.
-Para conmigo no hay palabras blandas; que ya yo os conozco, fementida canalla -dijo don Quijote.
Y, sin esperar más respuesta, picó a Rocinante y, la lanza baja, arremetió contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo que, si el fraile no se dejara caer de la mula, él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun mal ferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenzó a correr por aquella campaña, más ligero que el mesmo viento.

Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno, arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él legítimamente, como despojos de la batalla que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo, y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido; y, sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto, y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas.

Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole:

-La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y porque no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso; y en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho.
Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno, el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaína, desta manera:

-Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno.

Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió:

-Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura.

A lo cual replicó el vizcaíno:

-¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa.

-Ahora lo veredes, dijo Agrajes -respondió don Quijote.

Y arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno, con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada, que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente quisiera ponerlos en paz; mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote, encima de un hombro, por encima de la rodela, que, a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo:

-¡Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla!

El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un golpe solo.

El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, y determinó de hacer lo mesmo que don Quijote; y así, le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un paso. Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, por que Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban. Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.

Lenguaje, historia y realidad.

Lenguaje y objetividad por @jrherreraucv

Pensar que el uso complejo del lenguaje es un intento vano y sin sentido, una mera pose intelectual, un querer complicar inútilmente las cosas “sin necesidad”, mientras que lo auténticamente correcto, lo natural, consistiría en escribir “fácil” y “sencillo” –¡tal como lo hicieran Shakespeare o Cervantes!–, oculta la presencia de una predeterminada –tácita o sobreentendida, aunque probablemente inconsciente– weltanschauung. Si los caminos de Dios son, como dicen las Escrituras, inescrutables, últimamente los del entendimiento abstracto se han vuelto, cuando menos, insondables, y se esparcen como venenosos gérmenes por el torrente de la razón pensante, hasta que llegue el momento crucial: el de provocar su completa esclerosis. No obstante ello, conviene insistir en el hecho de que la simplicidad y “el orden” que el entendimiento habitúa “poner” sobre la objetividad de las cosas no pertenece a las cosas: es un “orden” impuesto.

Historia, lenguaje y realidad.


Clara et distincta perceptio. No hay ninguna necesidad de acudir a esos rebuscados y estrafalarios lenguajes –¿ropajes?– filosóficos domingueros, tan poco humildes, tan sordos, con tan pocos deseos de querer comunicarse “efectivamente” con el común de los mortales. Se exhorta, con ello, a “reflejar las vidas de las gentes de calle”, a poner “en prosa y poesía los quehaceres y andanzas de las personas”, tal como lo hicieran los grandes escritores de todos los tiempos. La lengua ni debe ser turbia ni complicada. Por el contrario, debe ser simple y sencilla, muy a pesar de quienes no logran comprender que “cualquiera escribe difícil”. Esta es, más o menos, la opinión de quienes –con una pequeña ayuda del amigo Descartes– centran la importancia del arte del lenguaje, representado como un instrumento de comunicación eficaz, en la sencillez de la palabra. Después de todo, los niños aprenden a leer conociendo y memorizando las vocales y el abecedario, que vendrían a ser lo más sencillo, lo más simple, dentro del cosmos infinito del lenguaje, al cual solo se le exige modesta transparencia.

¿Cómo se puede interpretar la complejidad de una crisis orgánica de la sociedad asistidos por el uso de un lenguaje simple, carente de toda complejidad? ¿Qué diría García Márquez de “rabo ‘e cochino’ y sus herederos? Quizá convenga preguntarse si el lenguaje sea algo más que un instrumento, una herramienta o un método. De hecho, no es –y no puede ser– tan solo una simple herramienta para los efectos de la comunicación, toda vez que es el nombre de la cosa y, en consecuencia, la cosa misma nombrada. Así, lo que es “mentado” es aquello que ha sido asimilado por la mente. Lo “maldito” es aquello que se dice mal, que está mal-dicho, lo male-detto. En los diálogos socráticos abunda la expresión “dices bella, buena y verdaderamente”, porque decir algo de un modo adecuado quiere decir que comporta belleza, bondad y verdad. Quiere decir que se le ha dado mente al ser. El lenguaje es, en consecuencia, la más fiel y nítida expresión de la realidad objetiva, y sin ella –despojado de sus determinaciones– la propia realidad se desvanece, se hace fatua e inconsistente, para dejar de ser lo que es. Por eso mismo, la riqueza o la pobreza presente en el lenguaje da cuenta de la riqueza o pobreza que puede llegar a tener el espíritu de un pueblo bajo ciertas circunstancias.

La aparente simpleza y sencillez de las vocales o del abecedario es el resultado de las mayores complejidades de la historia de la humanidad, de las luchas de Occidente por ser, pensar y decir según su Ethos, según sus propias ideas y valores. Al mentar –al tener en mente– el “abc”, no se pronuncian simples signos vaciados de contenido: se tiene en mente, precisamente, el resultado completo de toda la historia de la cultura occidental en su continua lucha por la libertad y contra la imposición de las autocracias de las civilizaciones orientales. El “abc” es, sin duda, el punto de partida para que un niño aprenda a leer y a escribir. Pero, retrospectivamente, para la cultura occidental, es el resultado concreto –el haber crecido con– de su historia de lucha por la razón y la libertad. El lenguaje es la más fina y compleja de las joyas talladas por ese orfebre que recibe el nombre de “el Espíritu del mundo”.


Transformado en mecánico instrumento, en salvaguarda de la simplicidad y la abstracción, el lenguaje es puesto como un vacío reflejo de lo real, como una forma sin contenido, una inversión reflexiva. Es, en suma, un otro puesto respecto de la realidad de verdad, que termina siendo otredad, escisión, desgarramiento. Es como un guardia nacional que no guarda –es decir, que no cuida– a la nación, como si lo que se dice en la expresión “guardia nacional” adoleciera por completo del objeto al que pretende re-presentar. De nuevo, una forma vaciada de contenido, para la cual la nación real, los hombres y mujeres que la guardia en cuestión ha jurado proteger, aparecen como sus enemigos, ya que ellos no son “la” nación, sino “hombres y mujeres”. Cuenta Hegel que un médico le recomendó a un paciente consumir fruta para poder salir de sus dolencias. Al llegar a casa, le sirvieron un plato con peras, manzanas y uvas; pero el paciente se negó a probarlas, porque el médico no le había recomendado peras, manzanas o uvas, sino solo “fruta”. Lo mismo sucede con una guardia nacional que no guarda de los estudiantes, los médicos, los periodistas, los profesores, etc., porque, a su juicio, ellos no son “la nación”.

El problema con el lenguaje, en el presente venezolano, no consiste en que haya cambiado. Por el contrario, el cambio continuo es propio del lenguaje, porque si el lenguaje es resultado de la historia concreta –o sea, que con-crece– no es posible pretender que, como la historia, no cambie. En realidad, cuando el lenguaje deja de coincidir con la realidad es porque se ha convertido en una nómina, en un simplísimo y sencillo manual de instrucciones que sirve para todo. Pero, como se sabe, lo que sirve para todo no sirve para nada. El haber elevado la cotidianidad –el día a día de las pasiones humanas– a lenguaje universal-concreto fue la labor de Dante, de Cervantes o de Shakespeare. Eso no hace que el lenguaje baje la complejidad del ser social y lo reduzca a la sencillez. Más bien, hace que la sencillez se eleve a la complejidad del ser social. “Por la boca muere el pez”, dice un adagio popular. Un lenguaje pobre, simple, abstracto es un lenguaje de sumo cuidado: pone de relieve –reguetón mediante– la preocupante pobreza espiritual que un país entero puede llegar a padecer.

http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/lenguaje-objetividad_186490

¨El enigma de Shakespeare¨





Hace un tiempo pude ver en YouTube un documental de la BBC sobre Shakespeare, el mismo lleva por nombre ¨el enigma de Shakespeare¨. A los estudiosos en temas de identidades les cuesta entender cómo un joven pobre y sin estudios universitarios sea uno de los autores más grande de las letras de occidente. Comparto la afirmación: sin dudas es el más grande escritor que haya pisado este mundo. Bueno, no seamos exagerados. Es uno de los más grande junto a unos pocos más. El primer libro que leí de Shakespeare fueron sus sonetos en una cara y erudita edición bilingüe que nunca compré, lo leí hace muchos años cuando trabajé temporalmente en una librería. Ahí, en mi lugar de trabajo, tuve mi primer encuentro con Shakespeare. Luego a través de la biblioteca de mi hermana leí mis primeras dos tragedias: Hamlet y Macbeth. Luego de bibliotecas públicas sumé: Romeo y Julieta, El rey Lear, Medida por Medida, El mercader de Venecia y no recuerdo mucho más. No tengo un solo libro de Shakespeare en mi biblioteca. Pero dejando de lado mis referencias de lectura: ¿qué es Shakespeare? Es un poeta operando bajo el registro de un dramaturgo porque la base de la escritura shakesperiana es la poesía. 


Recientemente alguien me consultó sobre la existencia de Sócrates. Su identidad. ¿Personaje conceptual del platonismo? De modo análogo hay varias hipótesis sobre la identidad del autor de las obras de Shakespeare, el documental que mencioné más arriba deja entrever que el autor es Christopher Marlowe quien prestó servicios como espía a la corte isabelina,  frente a la posibilidad de un atentado tuvo que fingir su muerte y vivir en el extranjero el resto de su vida. Sorprende la enorme imaginación de estos investigadores para quienes el asunto de la identidad del autor es un asunto de primera importancia. Según todos conocemos, Marlowe murió asesinado de un cuchillazo en el ojo en una taberna en medio de una discusión de borrachos. Pero para los estudiosos esto no es tan así y buscan explicaciones en sus intrincadas reflexiones no carentes de imaginación e intrigas ocultas. Según esta versión, la muerte en la taberna fue una simulación, una puesta en escena, para salvar la vida del espía-poeta. 


De hecho, hay una película reciente que trata este asunto desde una perspectiva pseudohistórica, ¨Anonymus¨. La trama sostiene que el autor de las obras de Shakespeare es Edward de Vere, Conde de Oxford, quien mantiene un amorío con Isabel I y hasta ronda la posibilidad del incesto. De este modo, nuestro autor es un posible hijo bastardo más de la reina inglesa. La película no es mala pero no deja de expresar cuán importante sigue siendo para muchos estudiosos el problema de la identidad de Shakespeare y cómo el problema genera ficciones entorno a la identidad desconocida. ¿Quién es? No podemos responderlo. Es muy posible que esta noche mire Hamlet de  Kenneth Branagh, la película dura casi cuatro horas y cuenta con un enorme elenco de actores. Sin embargo, salvo unas pocas excepciones, el cine suele presentar adaptaciones recortadas. Sustituye a las imágenes mentales por efectos visuales, no siempre logrando estar a la altura de la versión original. Kundera presentó en ¨La inmortalidad¨ una imagen con mayor contenido simbólico que cualquier otro registro cinematográfico, escribió: ¨...el Templo de la Fama, y alrededor de él todos los grandes autores teatrales de todas las épocas. Por la zona central que quedaba libre entre ellos, sin prestarles atención, se encaminaba directamente hacia el templo un hombre con una chaqueta ligera; se le veía desde atrás y no había en él nada de particular. Debía de ser Shakespeare, quien, sin tener predecesores y sin preocuparse por seguir modelos, avanzar por su cuenta hacia la inmortalidad¨

A Kundera poco le importa el problema de la identidad y asume que el autor no es otro más que el mismo Shakespeare. Sólo un nombre. Tampoco me importa conocer la identidad del poeta, asumo que es Shakespeare como también asumo la existencia de Sócrates sin importarme si es una figura literaria del genio de Platón o un señor que vivió en las Atenas del siglo V a.C. ¿No es real Don Quijote, tanto o más que el mismo Cervantes?  Ayer leí que para algunos la identidad nos la da el cuerpo a través de la objetivación que los otros hacen de nosotros: ser negro por ejemplo o pobre es una identidad que se impone desde afuera objetivando al sujeto desde lo contingente. Nadie elige nacer negro o pobre o blanco o amarillo o verde o rosado. Contingencias. Lo esencial es que no hay nada esencial. Así, lo esencial en Shakespeare es su obra. El autor detrás de las mismas, si asumimos el misterio de su identidad, ¿no corremos el riesgo de perdernos en hipótesis trasnochadas y pasar por alto el placer estético? Sin embargo reconozco que el planteo primero no implica necesariamente lo segundo pero como problema me parece estéril. ¿Es necesario ir más allá del texto? ¿Qué hizo? ¿Cómo vivió? ¿Con quiénes se acostó? ¿Quién es Shakesperare? 

Siempre encontré tensiones en la obra del poeta entre lo universal y lo particular, exponer la psicología más profunda del alma humana a través de situaciones particulares presentes en el desarrollo de los conflictos de los distintos personajes pero que escapan a ese micro-universo del texto para hacer presente pasiones universales: el amor, la traición, el romance juvenil, la impotencia de la ancianidad, la virilidad de la juventud, la miseria y la avaricia como también la fidelidad y la amistad, lo mágico y sobrenatural y el mundo de las rencillas palaciegas, tantas expresiones que se me escapan. Un sentimiento inefable. Nunca se me ocurriría escribir un ¨análisis¨ de algunas de sus obras y hasta hay aberraciones psicoanalíticas que ven por ejemplo en Hamlet un conflicto de Edipo y no sé cuántas interpretaciones más por el estilo. Frente al misterio, la belleza y el suspiro: el silencio y el placer en el cuerpo ante la prosa meditada, el trabajo artesanal de ir tejiendo con palabras, trabajo manual de elaboración del texto. El cuerpo puesto en las palabras.  

Ayer leía ciertos pasajes de Macbeth y Hamlet dejándome caer en la más absoluta perplejidad. Perplejidad es el término correcto. Me preguntaba cómo es posible el objeto terminado. La perfección en el estilo, la sonoridad de las palabras como una música con ritmos que siguen acentos distintos conformando una melodía poética. Violenta por momentos, con estados de desasosiego, la duda y la certeza, la lectura en voz alta: ¨Ser o no ser, esa es la cuestión ... Si es o no esta nobleza del pensamiento para sufrir los tiros y flechas de la desdichada fortuna, o para tornar las armas contra un mar de problemas, y darles fin con firmeza. Morir ... Es dormir ... No más. Y con un sueño decimos el final. Los dolores del corazón y las miles de aflicciones naturales que nuestra carne hereda, se acaban. Este momento sería deseado devotamente. Morir, es dormir ... Y dormir, tal vez soñar. Sí, aquí está el obstáculo; porque ese sueño de muerte que soñamos puede llegar, cuando hayamos abandonado este despojo mortal. Debemos darnos una pausa ... Ahí está el respeto que imponen las calamidades de una larga vida. ¿Para qué desafiar los azotes y desprecios del tiempo, los errores opresores, el orgullo ofensivo del hombre, las angustias de un mal pagado amor, los quebrantos de la ley, la insolencia de los oficiales y los desdenes de los soberbios, cuando uno mismo podría procurarse la quietud con una daga? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando y gimiendo bajo el peso de una vida agotadora, si no fuera por el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte: el desconocido país, de cuyos límites ningún viajero regresa, que nos llena de dudas y nos hace sufrir esos males que tenemos, antes de ir a buscar otros que no conocemos? De este modo la conciencia nos hace a todos cobardes; así la tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; y las empresas de gran importancia, por esta sola consideración, toman otro camino y se reducen a designios vanos. Pero ... ¡qué veo! ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, espero que mis pecados no sean olvidados en tus oraciones.¨

La cita pertenece al tercer acto y la tomé de una página de internet porque no tengo el libro aquí conmigo. Sería bueno después de todo dejarnos arrastrar por el problema identitario y jugar un poco con el problema. Tengo una hipótesis. Un joven poeta de familia humilde de Stratford-upon-Avon decide dejar a su esposa e hijos para buscar suerte en Londres. La figura del joven Marlowe acapara toda la escena, después de todo el recién llegado es un provinciano con ambiciones literarias, espera su momento pero no deja de trabajar en sus escritos. La fortuna, esa diosa caprichosa y huidiza, le acaricia la cara, lo besa y se acuesta con él pero para asegurar el éxito de su empresa su identidad debe ser un misterio. Nunca nadie conocerá al personaje detrás de las palabras, no hay autor, sólo rumores y especulaciones, también envidias, nunca nadie conocerá el rostro del bardo. Debe adoptar un medio por el cual conectar sus obras al público, un rostro mediador con un nombre bajo el cual asegurar que nunca se descubra la identidad del autor de las palabras. ¿Y si afuera ella, una mujer de una sensibilidad extrema, de una mirada profunda y soñadora capaz de ver las profundidades del alma la dueña de las palabras del poeta? Una mujer, Shakespeare es mujer. Suficiente. Decir Shakespeare es evocar a las tres brujas que danzan entorno a Macbeth, a toda la poesía de mundo contenida en pequeños libros superiores a cualquier retrato del hombre presente en los libros de psicología. Nadie más supo expresar el delirio del mundo, el caos interno que corroe a los hombres, ponderar las pasiones y los sentimientos bajo un juego de máscaras. Un juego de máscaras en el teatro. En un costado, en las sombras, la silueta de lo que bien puede ser un hombre o una mujer. Sólo un nombre: Shakespeare. 

Cervantes filósofo secreto.

José Antonio Lopez Calle: El pensamiento moral de Cervantes

Cervantes, el gran literato español y filósofo en secreto.

Cervantes siempre rabiaba con el injusto trato a moriscos (por las razones expuestas en "El quijote morisco"), no es necesario entrar en polémica sobre si su certificado de cristiano viejo era falso o no, pero entremos; cuenta la historia secreta que era falso, a raíz de un abuelo, que, cosas de la vida, venía de descendencia judía y era al mismo tiempo juez inquistoriál, lo que seguramente le produciría "rojeces en el alma" al juzgar y perseguir judíos y cristianos nuevos por no profesar la religión cristiana.


El caso es que este abuelo paterno abandonó su trabajo y familia en una huida a las américas, y fue quizá la primera de las desgracias económicas de la familia Cervantes, pero al menos Miguel mantuvo un apellido con un certificado de cristiano viejo, más que sea falso, servía. Entrando más en el apellido: surgió este del Castillo de San Servando de Toledo, que al ser tomado por los Moros, lo adoptó para sí por primera vez la familia Gonzalo de Cervanto o Cervantes en torno al siglo XII, posteriormente fue usado este apellido por su significación cristiana, para tapar los apellidos de antiguos Judíos conversos, haciendo aparentar que tenían descendencia antigua y claramente cristiana a quienes lo portaban, claro que no todos podían elegir apellido, más, el abuelo de Miguel, juez de la inquisición, con descendencia judía, y primer portador del apellido Cervantes que se conoce de la familia de Miguel de Cervantes; no muy difícilmente, podría.

Así pues, como aceptan muchos estudiosos de la figura de Miguel de Cervantes Saavedra - y más concretamente  Eisenberg, este tenía descendencia judía. pero, ¿qué tiene que ver esto con el islamismo andalusie?.

Las procesiones cristianas con imágenes datan del siglo XIII en la península, imitaban el dolor de cristo, la naturaleza del dolor, la imágen era una forma de imitar a la naturaleza para estos proto-católicos cristianos, dentro de la cultura visigoda.


Después tras la contrareforma, en tiempos de Cervantes, la procesión era principalmente teatro y arma inquistoriál de vigilancia a marranos y moriscos, esta nació de la imitación de la naturaleza para pasar a ser una forma obligada del buen cristiano.

Don Quijote en su primer acto de coherencia atisba la burla que sufrieron aquellos primeros católicos convivientes con sus hermanos judaicos, en la semejanza de un pueblo con otro, unos imitaron a la naturaleza, rebuznando con estruendo el HII-HOO-HI-HOO del asno, de uno que se perdió y tras que fueran a buscar, y no encotrár, se confundían dos vecinos con sendas imitaciones del rebuzno, tanto que les pareciose que este estuviera vivo, e hicieron de ello una costumbre. Esto que fue costumbre en el pueblo - describe Cervantes - igual fue tomado a burla por el pueblo vecino, tanto que llegaron a las armas, con irascible venganza en sus gentes, y estando Don Quijote y Sancho en medio del campo de batalla, calla Don Quijote por reconocer la ira y sin razón en esas gentes, y Sancho, les advierte a estos del sin sentido de lo que hacen, recibiendo por ello una tremenda paliza de ambos pueblerinos. Ya, tras huir por primera vez dice Quijote a Sancho que no se ha de pronunciar el signo de la discordia en casos de peleas irascibles, ni en las razones para dejar las armas, pues se cae en las más triste de las pasiones.

Los Musulmanes y Judios desde el siglo trece más o menos, se avergüenzan de los cristianos por salir en procesión, antes, hasta medidados del siglo XI Judios y Musulmanes presentaban una estrecha relación e intentaban atraér al pueblo cristiano hacia la cultura y leyes musulmanas. Pero tras la matanza de los judios en Granada en el año 1066, cambiaron demasiadas suposiciones.  Acto seguido se convierte Granada en capital del reino Andaluz - cae el el reino de Taifa Cordovés, la resistencia de Jaén - y se da forma a la Granada de guerra -  bajo la dinastía de los ziríes, se amplían las construcciones de la Alhambra tras la caída de Córdoba y Jaén, los Almohades fueron muy criticados por ciertos sectores ortodoxos del Islam, a lo que ocuparon su lugar los almorávides.

Volviendo a la heterodoxia, el problema de las disputas medievales entre musulmanes, Abentofail y Averroes fueron los pensadores de la discordia

Averrores pensaba lo privado de cada individuo como unido entre los hombres por sus ideas, y en eso quedó su intelecto agente. Quedó en la unión de los cuerpos vivos en Dios, en la incapacidad de un alma sin cuerpo, en que las almas de los muertos ya no influyen en la sociedad actual, o sea se, que Dios solo incumbe a los vivos, algo que hoy aceptamos en las sociedades modernas y que antes fué la más extrema idea.

Lo privado de cada uno - Averroes y Spinoza - son por igual el objeto y la idea del objeto:


La heterodoxia ve en lo privado del individuo la conexión de todos los individuos entre sí, siendo imposible obligar a tal cosa por escasas razones como la que se sabe de: Dios aprieta pero no ahoga, terminó al fin por morir la sociedad basada en Dios medieval, y llegar la concepción social de nuestras sociedades modernas.  Leyendo a Spinoza o Cervantes cabe sospechar un si a la heterodoxia hispano-musulmana con insistencia - pero fuera de nuestra actualidad, es importante seguir por el siglo de Cervantes, que fue el del endurecimiento de las políticas frente a marranos y moriscos. Ya Daniel Eisenberg en su discurso; La actitud de Cervantes ante sus antepasados Judaicos dice:"sabemos hoy que hubo mucho más judaísmo secreto en el siglo XVI, y en fechas más tardías, de lo que se pensaba hace medio siglo. A través del siglo XVI, hubo una serie de leyes, medidas y prácticas para identificar a los que todavía intentaban practicar el judaísmo, medidas como obligar a dejar abiertas las puertas de las casas en los días de fiesta judíos, y obligarles al consumo de cerdo, carne ante la cual los cristianos genuinos no experimentarían ningún asco."

De esta historia de las obligaciones a seguir los pensamientos dominantes, no mucho se puede decir, solo sé, que hasta hoy, no es posible obligar a nadie a que se haga filósofo, pues la rabia le produciría asco hacia el pensar, ni obligarlo a que no piense, pues la frustación le picaría la curiosidad; así, es de suponer que los que se llaman filósofos no llevan consigo estereotipos sobre sus viejos colegas, ni diferenciados por clases, ni conocidos solo por dichos, y que saben que todos pueden unirse en una especulación abierta como decía Averroes: El pensamiento tiene alas y es imposible de detener.

El Quijote morisco.

El Quijote moro.

Cide Hamete Benengeli


Don Quijote y Cervantes junto a los hispano musulmanes moriscos.

Desde el capítulo nueve Cervantes afirma a través de sus personajes del Quijote que Cide Hamete Benengeli es el verdadero autor del Quijote, y no él, por supuesto se trata de un nombre ficticio, de un supuesto aragonés arábico, es decir, morisco.  Hizo Cervantes escribir los epitafios de sus amigos sobre la tumba de Don Quijote, escribe Benengeli :
"¡Tate, tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada,
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada"


"¿Qué mi amo debe estar loco?, ¿debe?, mi amo no debe nada a nadie" Sancho Panza escudero de Don Quijote.

Curiosas señas de aceptación de un desafio el "Tate, Tate" de Cervantes al fin de su libro, como si quisiera decir, este libro no es solo literatura, que hay más.

Recuerdo de pequeño leer una biblia preocupado por no saber cosas, y bajaba - de la habitación a la sala de estar - a leer el Quijote  - donde estaba - para contrastarlo. Lo que ocurría mientras no daba para más averiguaciones, la "investigación" fracasaba, después solo daba saltos y tropiezos en las imágenes, hacia una imagen "Dulcineana", o hacia aquella representación "divina" que, no solía tener ninguna gracia por no encontrar lo que buscaba, menos mal, que se conforma un niño rápido, imaginando que en los años por venir todo se sabrá.

¡Seremos inocentes los niños!, de escuchar que de los libros todo se sabe, y al encontrar dos libros de los más famosos y anchos de cuantos se han escrito, ya faltaba tiempo para buscar la razón a las imágenes. Cosa, por otra parte, que es la misma de la que versan sendos libros, de encontrar razones en milagros o encantamientos, sean en unos casos de un Dios verdadero y en el otro de los encantadores que seguían a Don Quijote,

Don quijote de la mancha es la historia que transformó la novela moderna, en él, la trama literaria se transforma en el diagnóstico de las intenciones y emociones de los protagonistas, es la primera novela moderna, la novela más vendida del mundo, y el segundo libro más vendido - tras la biblia - en todos los géneros. No, el Quijote no es solo una novela, es un libro pedagógico de filosofía hispánica, continuista con Abentofail, el médico y filósofo Granadino que escribió: Hai-ben-Jokdam (El viviente hijo del vigilante) que se tradujo como; El filósofo autodidacto - traducida al Holandés por Spinoza, ¿quién sabe si pudo llegar a manos de Cervantes?, lo que si sabemos es de la conexión de Cervantes con los libros plúmbeos moriscos, y la casi segura con Cide Hamete Bejarano, autor y traductor granadino de muchos de ellos, se supone el nombre real del anterior Berengeli ficticio. En cambio no se conoce el tal Quijote árabe anterior al de Cervantes, que bien pudiera ser el autodidacto del que se trata, u, otra historia derivada del famoso libro de Abentofail. Entonces, digo continuista por la intención del cuento y no por conocimiento fidedigno, la intención de Cervantes y de Abentofail en sus historias es encontrar a través de la razón el encuentro sensible con la inteleción agente - dígase Dios, o Alah -, como hizo el autodidacto por sí mismo, que en el libro de Cervantes, primero ha de encontrar su razón fuera de encantamientos - como diría el Quijote, o lo que es lo mismo, dejar de afectarse de imágenes de lo que no conoce.

Don Quijote se refiere continuamete a los moriscos muy cariñosamente en toda su aventura, se llama Cervantes, a través de su personaje - cuando el mayoral carrasco le cuenta al Quijote que hay libro escrito de su primera parte de aventuras - "sabio y moro", y hace consciente de cuantos amigos y conocidos moriscos habían por España en esa época, nos los muestra como parte de nuestra cultura en el mismo Quijote; "llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y, puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír". Aquí la multiplicidad de los individuos de la España ya inquistorial, que estaba presta a morir en parte.

Los moriscos mandados expulsar en 1606, bien los presenta Cervantes como una cultura bella y cierta de heterodoxia islámica, producto y recuerdo de la inteligencia múltiple Andalusie de Averroes - en filosofía - y de Abentofail - en novela.

El Hidalgo, como he dicho, es un hombre que se puede llamar loco, pero que lo único que le pasa es que es un caballero, que cree a pies juntillas lo que nombra, viviendo en una época de las más siniestras de la historia de la humanidad, y más en España; se autodenomina primero, "de la triste figura", luego "de los leones", y por último, de los "delincuentes y humanos", así podemos partir el libro en tres partes bien diferenciadas, en cada autodenominación del Quijote la relación comunicativa con otros personajes es distinta. El de la triste figura no hace más que expulsar apresuradamente cuanto siente y percibe, el de los leones se enfrenta con todo lo que siente, fuerza la acción para que le demuestre y corrobore lo que percibe, y el de los delincuentes y humanos, se relaciona aceptando los sentimientos y percepciones de cuantos conoce con más satisfacción y alegría que los suyos propios. Tras todo esto el caballero acaba influenciándose ya cuando vuelve a su pueblo, por unos niños, piensa que "Dulcinea nunca volverá", fue en días después que vuelve en sí el andante, sale de su locura, recupera sus afectos y, al tiempo que concreta, se muere. Con afectos sanos pero sin conceptos, Don Quijano el bueno se siente infeliz habiendo malgastado tantos años leyendo libros de caballerías, y conociendo que muere, lamenta no haber leído otro tipo de libros.

De esta historia el filósofo Nietzsche dice que Cervantes es un cobarde anunciador de la muerte española, dice que prefiere crear una broma del hecho, antes de enfrentarse a la inquisición. Y lo que ocurre es que Nietzsche se copia de los estados afectivos del caballero andante, que saca del ingenioso hidalgo y su autor la más famosa de las sentencias de su Zaratustra, "su" camello, león y niño.

No solo Nietzsche se vio influenciado de una filosofía hispana, muy ligada a los afectos y a su definición, en fin, al encuentro con los individuos por sus emociones y afectos, también Spinoza, o Deleuze, que tienen orígenes conceptuales Andalusies y Averroistas, también ellos. Salió, la Heterodoxia salió de España y alumbró el mundo, pues aquí no podía bajo pena de horca, quedamos los españoles sin conocer a nuestros pensadores, ni saber nuestras raíces.

Acaba aquí esta entrada, más o menos en la mitad, y queda la otra mitad para la próxima semana, que expondrá como Spinoza, Deleuze, Nietzsche, Cervantes, se unen a Averroes y Aristóteles.

Relación entre lenguaje y realidad en Cervantes.

Cervantes escritor y filósofo.

Persiles y Sigismunda obra renacentista.

En este 2016 son ya cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra, escritor español conocido por sus novelas, sobre todo por Don quijote de la mancha, novela que cambió la forma de entender la novela, la transformación de las imágenes de su protagonista en contraposición a las imágenes claras observadas por su compañero - Sancho Panza - generan la duda del percepto observado durante toda la historia, y es, el comienzo de un cambio de dogma, que se produce al mismo tiempo en la novela con Cervantes y en el ensayo con Spinoza - ¿Y Descartes? - siendo la lectura a mostrar hoy, una de Persiles y Sigismunda, escrita tras el Quijote y al momento de llegarle la muerte al escritor, se publicó inconclusa. La trama trata de unos viajes que hacen dos protagonistas enamorados con una visión muy aristotélica de sus experiencias y por supuesto atea - razón quizá de no cuajar.



Lectura de capitulo 2 de Los Trabajos de Persiles y Sigismunda.

Dejaron los ministros de la nave al mancebo, en cumplimiento de lo que su señor les había mandado. Pero, como le acosaban varios y tristes pensamientos, no podía el sueño tomar posesión de sus sentidos, ni menos lo consintieron unos congojosos suspiros y unas angustiadas lamentaciones que a sus oídos llegaron, a su parecer, salidos de entre unas tablas de otro apartamiento que junto al suyo estaba. Y, poniéndose con grande atención a escucharlas, oyó que decían:

—¡En triste y menguado signo mis padres me engendraron, y en no benigna estrella mi madre me arrojó a la luz del mundo! Y bien digo arrojó, porque nacimiento como el mío, antes se puede decir arrojar que nacer. Libre pensé yo que gozara de la luz del sol en esta vida, pero engañome mi pensamiento, pues me veo a pique de ser vendida por esclava: desventura a quien ninguna puede compararse.

—¡Oh tú, quienquiera que seas! —dijo a esta sazón el mancebo—. Si es, como decirse suele, que las desgracias y trabajos cuando se comunican suelen aliviarse, llégate aquí y, por entre los espacios descubiertos destas tablas, cuéntame los tuyos; que si en mí no hallares alivio, hallarás quien dellos se compadezca.

—Escucha, pues —le fue respondido—; que en las más breves razones te contaré las sinrazones que la Fortuna me ha hecho. Pero querría saber primero a quién las cuento. Dime si eres, por ventura, un mancebo que poco ha hallaron medio muerto en unos maderos que dicen sirven de barcos a unos bárbaros que están en esta isla donde habemos dado fondo reparándonos de la borrasca que se ha levantado.

—El mismo soy —respondió el mancebo.

—Pues ¿quién eres? —preguntó la persona que hablaba.

—Dijératelo, si no quisiera que primero me obligaras con contarme tu vida; que por las palabras que poco ha que te oí decir, imagino que no debe de ser tan buena como quisieras. A lo que le respondieron:

—Escucha, que en cifra te diré mis males: El capitán y señor deste navío se llama Arnaldo, es hijo heredero del rey de Dinamarca, a cuyo poder vino por diferentes y estraños acontecimientos una principal doncella a quien yo tuve por señora, a mi parecer, de tanta hermosura que entre las que hoy viven en el mundo y entre aquellas que puede pintar en la imaginación el más agudo entendimiento, puede llevar la ventaja. Su discreción iguala a su belleza, y sus desdichas a su discreción y a su hermosura. Su nombre es Auristela. Sus padres, de linaje de reyes y de riquísimo estado. Ésta, pues, a quien todas estas alabanzas vienen cortas, se vio vendida, y comprada de Arnaldo; y con tanto ahínco y con tantas veras la amó y la ama, que mil veces de esclava la quiso hacer su señora admitiéndola por su legítima esposa; y esto con voluntad del rey, padre de Arnaldo, que juzgó que las raras virtudes y gentileza de Auristela mucho más que ser reina merecían. Pero ella se defendía diciendo no ser posible romper un voto que tenía hecho de guardar virginidad toda su vida, y que no pensaba quebrarle en ninguna manera, si bien la solicitasen promesas o la amenazasen muertes. Pero no por esto ha dejado Arnaldo de entretener sus esperanzas con dudosas imaginaciones, arrimándolas a la variación de los tiempos y a la mudable condición de las mujeres, hasta que sucedió que, andando mi señora Auristela por la ribera del mar, solazándose, no como esclava, sino como reina, llegaron unos bajeles de cosarios, y la robaron y llevaron no se sabe adónde.

El príncipe Arnaldo, imaginando que estos cosarios eran los mismos que la primera vez se la vendieron… Los cuales cosarios andan por todos estos mares, ínsulas y riberas, robando o comprando las más hermosas doncellas que hallan, para traellas por granjería a vender a esta ínsula donde dicen que estamos, la cual es habitada de unos bárbaros, gente indómita y cruel, los cuales tienen entre sí por cosa inviolable y cierta, persuadidos, o ya del Demonio o ya de un antiguo hechicero a quien ellos tienen por sapientísimo varón, que de entre ellos ha de salir un rey que conquiste y gane gran parte del mundo. Este rey que esperan no saben quién ha de ser, y para saberlo, aquel hechicero les dio esta orden: que sacrificasen todos los hombres que a su ínsula llegasen, de cuyos corazones, digo de cada uno de por sí, hiciesen polvos y los diesen a beber a los bárbaros más principales de la ínsula, con expresa orden que el que los pasase sin torcer el rostro ni dar muestras de que le sabía mal le alzasen por su rey; pero no ha de ser éste el que conquiste el mundo, sino un hijo suyo. También les mandó que tuviesen en la isla todas las doncellas que pudiesen o comprar o robar, y que la más hermosa dellas se la entregasen luego al bárbaro, cuya sucesión valerosa prometía la bebida de los polvos. Estas doncellas compradas o robadas son bien tratadas de ellos, que sólo en esto muestran no ser bárbaros, y las que compran son a subidísimos precios, que los pagan en pedazos de oro sin cuño y en preciosísimas perlas de que los mares de las riberas destas islas abundan: y a esta causa, llevados deste interés y ganancia, muchos se han hecho cosarios y mercaderes.

Arnaldo, pues, que, como te he dicho, ha imaginado que en esta isla podría ser que estuviese Auristela, mitad de su alma sin la cual no puede vivir, ha ordenado, para certificarse desta duda, de venderme a mí a los bárbaros, por que quedando yo entre ellos sirva de espía de saber lo que desea, y no espera otra cosa sino que el mar se amanse para hacer escala y concluir su venta.

Mira, pues, si con razón me quejo, pues la ventura que me aguarda es venir a vivir entre bárbaros que de mi hermosura no me puedo prometer venir a ser reina, especialmente si la corta suerte hubiese traído a esta tierra a mi señora, la sin par Auristela. De esta causa nacieron los suspiros que me has oído, y destos temores las quejas que me atormentan.

Calló, en diciendo esto, y al mancebo se le atravesó un ñudo en la garganta; pegó la boca con las tablas, que humedeció con copiosas lágrimas, y al cabo de un pequeño espacio le preguntó si, por ventura, tenía algunos barruntos de que Arnaldo hubiese gozado de Auristela, o ya de que Auristela, por estar en otra parte prendada, desdeñase a Arnaldo y no admitiese tan gran dádiva como la de un reino, porque a él le parecía que tal vez las leyes del gusto humano tienen más fuerza que las de la religión.

Respondiole que, aunque ella imaginaba que el tiempo había podido dar a Auristela ocasión de querer bien a un tal Periandro que la había sacado de su patria, caballero generoso, dotado de todas las partes que le podían hacer amable de todos aquellos que le conociesen, nunca se le había oído nombrar en las continuas quejas que de sus desgracias daba al Cielo, ni en otro modo alguno. Preguntole si conocía ella a aquel Periandro que decía. Díjole que no, sino que por relación sabía ser el que llevó a su señora, a cuyo servicio ella había venido después que Periandro, por un estraño acontecimiento, la había dejado.

En esto estaban, cuando de arriba llamaron a Taurisa —que éste era el nombre de la que sus desgracias había contado—, la cual oyéndose llamar, dijo:

—Sin duda alguna el mar está manso y la borrasca quieta, pues me llaman para hacer de mí la desdichada entrega. A Dios te queda, quienquiera que seas, y los Cielos te libren de ser entregado para que los polvos de tu abrasado corazón testifiquen esta vanidad e impertinente profecía; que también estos insolentes moradores desta ínsula buscan corazones que abrasar, como doncellas que guardar para lo que procuran. Apartáronse. Subió Taurisa a la cubierta. Quedó el mancebo pensativo, y pidió que le diesen de vestir, que quería levantarse. Trujéronle un vestido de damasco verde cortado al modo del que él había traído de lienzo. Subió arriba. Recibiole Arnaldo con agradable semblante. Sentole junto a sí. Vistieron a Taurisa rica y gallardamente, al modo que suelen vestirse las ninfas de las aguas, o las amadríades de los montes. En tanto que esto se hacía con admiración del mozo, Arnaldo le contó todos sus amores y sus intentos, y aun le pidió consejo de lo que haría, y le preguntó si los medios que ponía para saber de Auristela iban bien encaminados.

El mozo, que del razonamiento que había tenido con Taurisa y de lo que Arnaldo le contaba tenía el alma llena de mil imaginaciones y sospechas, discurriendo con velocísimo curso del entendimiento lo que podría suceder si acaso Auristela entre aquellos bárbaros se hallase, le respondió: —Señor, yo no tengo edad para saberte aconsejar, pero tengo voluntad que me mueve a servirte; que la vida que me has dado con el recibimiento y mercedes que me has hecho me obligan a emplearla en tu servicio. Mi nombre es Periandro, de nobilísimos padres nacido, y al par de mi nobleza corre mi desventura y mis desgracias, las cuales por ser tantas no conceden ahora lugar para contártelas. Esa Auristela que buscas es una hermana mía que también yo ando buscando, que, por varios acontecimientos, ha un año que nos perdimos. Por el nombre y por la hermosura que me encareces conozco sin duda que es mi perdida hermana, que daría por hallarla no sólo la vida que poseo, sino el contento que espero recebir de haberla hallado, que es lo más que puedo encarecer. Y así, como tan interesado en este hallazgo, voy escogiendo, entre otros muchos medios que en la imaginación fabrico, éste, que, aunque venga a ser con más peligro de mi vida, será más cierto y más breve. Tú, señor Arnaldo, estás determinado de vender esta doncella a estos bárbaros, para que estando en su poder vea si está en el suyo Auristela, de que te podrás informar volviendo otra vez a vender otra doncella a los mismos bárbaros, y a Taurisa no le faltará modo, o dará señales si está o no Auristela con las demás que para el efeto que se sabe los bárbaros guardan y con tanta solicitud compran.

—Así es la verdad —dijo Arnaldo—, y he escogido antes a Taurisa que a otra, de cuatro que van en el navío para el mismo efeto, porque Taurisa la conoce, que ha sido su doncella.

—Todo eso está muy bien pensado —dijo Periandro—, pero yo soy de parecer que ninguna persona hará esa diligencia tan bien como yo, pues mi edad, mi rostro, el interés que se me sigue, juntamente con el conocimiento que tengo de Auristela, me está incitando a aconsejarme que tome sobre mis hombros esta empresa. Mira, señor, si vienes en este parecer, y no lo dilates, que en los casos arduos y dificultosos en un mismo punto han de andar el consejo y la obra.

Cuadráronle a Arnaldo las razones de Periandro, y, sin reparar en algunos inconvenientes que se le ofrecían, las puso en obra, y de muchos y ricos vestidos de que venía proveído por si hallaba a Auristela, vistió a Periandro, que quedó, al parecer, la más gallarda y hermosa mujer que hasta entonces los ojos humanos habían visto, pues si no era la hermosura de Auristela, ninguna otra podía igualársele. Los del navío quedaron admirados, Taurisa, atónita, el príncipe, confuso; el cual, a no pensar que era hermano de Auristela, el considerar que era varón le traspasara el alma con la dura lanza de los celos, cuya punta se atreve a entrar por las del más agudo diamante: quiero decir que los celos rompen toda seguridad y recato, aunque dél se armen los pechos enamorados. Finalmente, hecho el metamorfosis de Periandro, se hicieron un poco a la mar, para que de todo en todo de los bárbaros fuesen descubiertos.

Relación entre Marx y Hegel.

Hegel barbudo y Marx lampiño en la filosofía de 1968.
Un Hegel barbudo y Marx lampiño en la filosofía entendida de 1968.

Prefacio de Diferencia y repetición. La solución de Deleuze a la guerra Hegel - Marx

En la atmósfera del tiempo en que Deleuze escribe Diferencia y repetición, 1968, Hegel era para la mayor parte del pensamiento humano un idealista contrario a Marx, Y Marx ejercía de materialista, la fractura entre las dos partes de una misma filosofía llevaba décadas rota con dos guerras mundiales entre medias, en la sociedad quien podía pensar (por que no era analfabeto ni tenía que temer por su susbsistencia) debía también callar, el "idealismo" del maestro Hegel que construyó una filosofía de opuestos dialécticos, que era la teoría para enfrentar las razones contrarias que los hombres encontraran, se descalificó como inútil en una época (siglo 19) en la que los hombres no podían compartir su realidad por una razón material, por vivir unos con otros dentro de una estructura feudal, donde el trabajo asalariado que existía (que ya iba diferenciándose) se parecía aún mucho al feudalismo esclavo, lastre de relación entre personas incapaz de cumplir la implícita realidad compartida de la filosofía de Hegel. La patada de la historia en los testículos del pensamiento humano nunca fue tan dolorosa ni estúpida, como en la diferenciación entre una izquierda marxista y una derecha conservadora-prusiana, por supuesto fue algo completamente inventado y falso, caer en el idealismo de Hegel, y en el monísmo de Marx, es caer en la perfección ideal de unas ideas (que se asignaban los hegelo-prusianos furiosos y llenos de sinrazón) o en el monísmo contrario, los que se autodenominaban comunistas, que aseguraban haber superado todos los afectos materiales del ser humano y estar preparados para vivir en una sociedad en la cual el dinero y el poder material ya no importa a nadie, donde lo mio y lo tuyo no importa ni debe de tener dueño (algo a lo que verdaderamente no estaban preparados muchos de los que lo afirmaban) en sociedades "perfectas" ideadas por la furia y llenas de sinrazón.


En prefacio de Diferencia y repetición / Deleuze Gilles 1968:


Las debilidades de un libro son a menudo la contrapartida de intenciones vacías que no se han sabido cumplir. En tal sentido, una declaración de intenciones es prueba de una real modestia con respecto al libro ideal. Suele afirmarse que los prefacios no solo deben ser leídos al final. A la inversa, las conclusiones deben ser leídas al comienzo; esto es valido para nuestro libro, en el que la conclusión podría volver inútil la lectura del resto.

El tema aquí tratado se encuentra, sin duda alguna, en la atmósfera de nuestro tiempo. Sus signos pueden ser detectados: la orientación cada vez más acentuada de Heidegger hacia una filosofía de la Diferencia ontológica; el ejercicio del estructuralismo, basado en una distribución de caracteres diferenciales en un espacio de coexistencia; el arte de la novela contemporánea, que gira en torno de la diferencia y de la repetición, no solo en su reflexión mas abstracta sino también en sus técnicas efectivas; el descubrimiento, en toda clase de campos, de un poder propio de repetición, que sería tanto la del ineonsciente como la del lenguaje y del arte. Todos estos signos pueden ser atribuidos a un anti-hegelianismo generalizado: la diferencia y la repetición ocuparon el lugar de lo idéntico y de lo negativo, de la identidad y de la contradicción. Pues la diferencia no implica lo negativo, y no admite ser llevada hasta la contradicción más que en la medida en que se continúe subordinándola a lo idéntico. El primado de la identidad, en cualquiera sea la forma en que esta sea concebida; define el mundo de la representación. Pero el pensamiento moderno nace del fracaso de la representación, de la perdida de las identidades y del descubrimiento de todas las fuerzas que actúan bajo la representación de lo idéntico. El mundo moderno es el de los simulacros. Un mundo en el que el hombre no sobrevive a Dios, ni la identidad del sujeto sobrevive a la de la sustancia. Todas las identidades solo son simuladas, producidas como un «efecto» óptico, por un juego mas profundo que es el de la diferencia y de la repetición. Queremos pensar la diferencia en sí misma, así como la relación entre lo diferente y lo diferente, con prescindencia de las formas de la representación que las encauzan hacia lo mismo y las hacen pasar por lo negativo.

La índole de nuestra vida moderna es tal que, cuando nos encontramos frente a las repeticiones más mecánicas, más estereotipadas, fuera y dentro de nosotros, no dejamos de extraer de ellas pequeñas diferencias, variantes y modificaciones. A la inversa, repeticiones secretas, disfrazadas y ocultas, animadas por el perpetuo desplazamiento de una diferencia, restituyen dentro y fuera de nosotros repeticiones puras; mecánicas y estereotipadas. En el simulacro, la repetición se refiere ya a repeticiones, y la diferencia, a diferencias. Lo que se repite son repeticiones y lo que se diferencia es el diferenciante. La tarea de la vida consiste en hacer coexistir todas las repeticiones en un espacio donde se distribuye la diferencia. En el origen de este libro hay dos direcciones de investigación: la primera atañe a un concepto de la diferencia sin negación, precisamente porque la diferencia, no estando subordinada a lo idéntico, no llegaría o «no tendría por que llegar» hasta la oposición y la contradicción; la segunda se refiere a un concepto de la repetición, que, como las repeticiones físicas, mecánicas o puras (repetición de lo Mismo), encontrarían su razón en las estructuras más profundas de una repetición oculta en la que se disfraza y se desplaza un «diferencial». Ambas investigaciones se han unido espontáneamente, porque estos conceptos de una diferencia pura y de una repetición compleja parecían reunirse y confundirse en todos los casos. A la diferencia y el descentramiento perpetuos de la diferencia, corresponden estrechamente un desplazamiento y un disfraz en la repetición.

Existen muchos peligros que podrían invocarse con relación a las diferencias puras, liberadas de lo idéntico, independizadas de lo negativo. El mayor consiste en caer en las representaciones del alma bella: nada más que diferencias, conciliables y confederables, lejos de las luchas sangrientas. El alma bella dice: somos diferentes, pero no opuestos. .. Y la noción de problema, que —según veremos— se encuentra ligada a la de diferencia, parece nutrir también los estados de un alma bella: solo interesan los problemas y las preguntas... Sin embargo, creemos que los problemas, cuando alcanzan el grado de positividad que les es propio, y cuando la diferencia se convierte en el objeto de una afirmación correspondiente, liberan una potencia de agresión y de selección que destruye al alma bella, destituyéndola de su identidad misma y quebrantando su buena voluntad. Lo problemático y lo diferencial determinan luchas o destrucciones con respecto a las cuales las de lo negativo no son más que apariencias, y los deseos del alma bella, más que otras tantas mistificaciones tomadas de la apariencia. No es tarea del simulacro ser una copia, sino dar por tierra con todas las copias, haciendo lo mismo también con los modelos: todo pensamiento se convierte en una agresión.

Un libro de filosofía debe ser, por un lado, una especie muy particular de novela policial, y por otro, una suerte de ciencia ficción. Con novela policial queremos decir que los conceptos deben intervenir, con una zona de presencia, para resolver una situación local. Ellos mismos cambian con los problemas. Tienen esferas de influencia, donde actúan, lo veremos, en relación con «dramas» y por intermedio de una cierta «crueldad». Deben poseer, entre si, una coherencia, pero esta coherencia no debe provenir de ellos: deben recibirla desde otra parte.

Tal es el secreto del empirismo. El empirismo no es, en absoluto, una reacción contra los conceptos, ni un simple 11amado a la experiencia vivida. Intenta, por el contrario, la más alocada creación de conceptos a la que jamás se haya asistido. El empirismo es el misticísmo del concepto y, al mismo tiempo, su matematísmo. Pero, precisamente, trata el concepto como objeto de un encuentro, como un aqui-ahora, o más bien como un Erewhon del cual brotan, inagotables, los «aquí» y los «ahora», siempre nuevos, con otra forma de distribución. Solo el empirista puede decir: los conceptos son las cosas mismas, pero las cosas en estado libre y salvaje, mas allá de los «predicados antropológicos». Hago, rehago y deshago mis conceptos a partir de un horizonte móvil, de un centro siempre descentrado, de una periferia siempre desplazada que los repite y diferencia. Corresponde a la filosofía moderna superar la alternativa temporal-intemporal, historico-eterno, particular-universal. Después de Nietzsche descubrímos lo intempestivo como más profundo que el tiempo y la etemidad: la filosofía no es ni filosofía de la historia ni filosofía de lo etemo, sino intempestiva, siempre y exclusivamente intempestiva, es decir, «en contra de este tiempo, a favor, lo espero, de un tiempo por venir». Despues de Samuel Butler, descubrimos el Erewhon, como significando al mismo tiempo del «en ninguna parte» originario y el «aqui-ahora» desplazado, modificado, disfrazado, recreado siempre. Ni particularidades empíricas, ni universal abstractor Cogito para un yo disuelto. Creemos en un mundo donde las individuaciones son impersonates, y las singularidades, preindividuales: el esplendor del «SE». De allí el aspecto de ciencia ficción que deriva necesariamente de ese Erewhon. Lo que este libro hubiera debido mostrar es, entonces, la aproximación de una coherencia que no es ni la nuestra, la del hombre, ni la de Dios o del mundo. En este sentido hubiera debido ser un libro apocalíptico (el tercer tiempo en la serie del tiempo).

Ciencia ficción también en otro sentido, en el que las debilidades resaltan. ¿Cómo hacer para escribir si no es sobre lo que no se sabe, o lo que se sabe mal? Es acerca de esto, necesariamente, que imaginamos tener algo que decir. Sólo escribimos en la extremidad de nuestro saber, en ese punto extremo que separa nuestro saber y nuestra ignorancia, y que hace pasar el uno dentro de la otra. Solo así nos decidimos a escribir. Colmar la ignorancia es postergar la escritura hasta mañana, o más bien volverla imposible. Tal vez la escritura mantenga con el silencio una relación mucho más amenazante que la que se dice mantiene con la muerte. Hemos hablado de ciencia en una forma que, bien lo sentimos, por desdicha no es científica.

No esta lejos el día en que ya no será posible escribir un libro de filosofía como es usual desde hace tanto tiempo: «¡Ah! el viejo estilo...». La búsqueda de nuevos medios de expresión filosófica fue inaugurada por Nietzsche, y debe ser proseguida hoy relacionandola con la renovación de algunas otras artes, como el teatro o el cine. En este sentido, podemos desde ahora plantear el interrogante de la utilización de la historia de la filosofía. Nos parece que la historia de la filosofía debe desempeñar un papel bastante análogo al de un collage en una pintura. La historia de la filosofía es la reproducción de la filosofía misma. Sería necesario que la exposición, en historia de la filosofía, actúe como un verdadero doble y contenga la modificación máxima propia del doble. (Imaginamos un Hegel fiosoficamente barbudo, un Marx filosoficamente lampiño con las mismas razones que una Gioconda bigotuda.) Habría que llegar a redactar un libro real de la filosofía pasada como si fuese un libro imaginario y fingido. Es bien sabido que Borges descuella en el comentario de libros imaginarios. Pero va mas allá cuando considera un libro real, por ejemplo Don Quijote, como si fuera un libro imaginario, reproducido por un autor imaginario, Pierre Menard, a quien a su vez considera real. Entonces, la repetición más exacta, la mas estricta, tiene como correlato el máximo de diferencia («El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente identicos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. ..»). Las exposiciones de historia de la filosofía deben representar una suerte de cámara lenta, de cristalización o de inmovilización del texto: no solo del texto al cual se refieren, sino también del texto en el cual se insertan. De este modo, tienen una existencia doble y, como doble ideal, la pura repetición del texto antiguo y del texto actual el uno dentro del otro. Tal el motivo por el cual hemos tenido, a veces, que integrar las notas históricas en nuestro texto mismo, para poder, así, acercamos a esta doble existencia.

El imperio de los espejismos.

Cuenta Jorge Luis Borges que, después de hondas disquisiciones, envuelto en reflexiones metafísicas y poético-literarias, cierto simbolista francés de dudosa reputación, un tal Pierre Menard, tomó la audaz decisión de escribir –en realidad, de re-escribir literalmente– El Quijote. Fue aquella una empresa compleja: se trataba del intento de reflejar, ni más ni menos, la imagen de una imagen compuesta de infinitas imágenes. No había absurdo en la empresa. Su logos era impecable y, por demás, coincidía con el de El Quijote: un juego interminable de múltiples espejos –o, si se quiere, de incontables ficciones contadas– en el cual quien mira es, a la vez, mirado ad infinitum. El libro de los libros, el una y otra vez escrito, el siempre escribible. El discurso de las armas y las letras. En última instancia: la dialéctica de ficción y realidad. El artificio, la labor de continua creación humana, permite recrear toda visión de espacio y tiempo cristalizados y, por ello, la de la propia realidad de verdad. La mayor de las obras de Cervantes –como se sabe, el autor del original, el auténtico “padre de la criatura”– es, efectivamente, una novela de novelas, en cuya trama su autor emprende la tarea de reescribir –no sin una cierta ironía– toda la tradición literaria de su tiempo; por cierto, tal y como se lo propuso Menard con el suyo. Se trata, en consecuencia, de un espejismo de espejismos, del reflejo invertido de una inversión reflexiva. De modo que, para sorpresa de quienes conciben la labor de Menard como un plagio absurdo o, en todo caso, como un esfuerzo inútil, el propio Cervantes lo habría justificado de plano como labor reconstructiva de metaficciones. Porque el de Menard era un espejo más en el interior de la ardua labor de labrar y pulir los infinitos espejos de una época. Un espejo más, se ha dicho. Aunque no resulta improbable que Menard, después de todo, llegara a tener acceso al Argumentum Ornithologicum borgiano, en el que la numeración resulta, finalmente, indefinida.
Cuestiones, sin duda, propias de la ontología, no de los abstractos malabarismos de la techné. Hay en la segunda parte de El Quijote de la Mancha un personaje de no poca monta, llamado, por cierto, el Caballero de los Espejos, quien afirma haber vencido a Don Quijote. En realidad, se trata de un ardid de Sansón Carrasco, tramado con la ayuda del barbero y del cura, para vencer al hidalgo caballero y obligarlo a retirarse de sus andanzas, a objeto de curarlo de su –aparente– locura. Al reclamar la victoria, Carrasco exige al Quijote no sólo reconocer que Casilda es más bella que Dulcinea, sino que, al vencerlo, con él ha vencido a todos los caballeros del mundo, “porque el tal Don Quijote que digo los ha vencido a todos, y habiéndole yo vencido a él, su gloria, su fama y su honra se ha transferido y pasado a mi persona”.
En días recientes, Moisés Naím escribió un artículo de opinión titulado “Brexit y Trump: cuando los hechos no importan”. El tema de fondo que plantea es la actual condición “bipolar” de la sociedad mundial. El autor del artículo sostiene que en los actuales tiempos, y en medio de un mundo que tiende cada vez más a la desconfianza, para no decir que al escepticismo tout court, sorprende que “la confianza de la gente en ciertos líderes se manifiesta a pesar de su comprobada propensión a tergiversar la realidad, adulterar estadísticas, hacer promesas a todas luces incumplibles, lanzar acusaciones infundadas o, simplemente, mentir”. Creer en los que mienten se ha hecho habitual. Los hechos no importan, tampoco los datos: lo uno y lo otro han quedado “para los expertos”. Es el “mundo post factual”. Curiosamente, en el momento de mayor desarrollo de la tecnología, de la “revolución de la información”, de los “Big data”, las pasiones y las intuiciones, como la brujería en otros tiempos, están haciendo vibrar a millones de personas.
Así, pues, entre la razón sustentada en los “hechos”, exclusivos para “expertos”, y el desbordamiento de la sin razón, plagado de ciega fe y de febriles apasionamientos. Entre el entendimiento abstracto y la sensibilidad, diría Hegel. El espejo de Pierre Menard, esa suerte de plagio invertido, es apenas un mosaico más –un fractal– en medio de una inmensa galería, constituida por proyecciones de espejismos infinitos, similares a la Matrix. De nuevo enfrentados en dramático duelo, de un lado, Don Quijote y, del otro, el Caballero de los Espejos; de nuevo, la dialéctica de ficción y realidad. Estos son los términos de la oposición. Y en ella no caben ni el cura, ni el barbero ni Sancho, sub specie aeternitatis de la que Rodríguez Zapatero viene a formar parte, en nuestra particular trama bipolar: apenas un reflejo del imponente reflejo del 'universo y sus mundos', para decirlo con Bruno. Separar –escindir– es la fuerza motora, la labor obsesiva del entendimiento abstracto, su pathos autista. No es que, para sorpresa del mundo, la “sin-razón” haya ido ganando terreno espontáneamente, por obra y gracia de las “fuerzas oscuras”, inspiradas por el abominable y repugnante espectro de Lord Voldemort quien, a su vez, viene promoviendo el amenazante giro hacia el fascismo de los últimos tiempos. Tampoco la causa está en Darth Vader, ni en el Imperio que re-contra-ataca.
Más bien, conviene pensar, por una vez, en la posibilidad de que el origen de semejante post-factualidad sea, precisamente, la propia factualidad, convertida en ideología. La modificación de los hechos depende de la modificación de sus modelos de interpretación. Verum et factum convertuntur, dice Vico. El no reconocimiento, la no compenetración de lo uno y de lo otro, el querer presentar al entendimiento abstracto como la “Razón Pura”, o la 'racionalidad fáctica', carente de vida y fuerza, ha producido los tumores del presente, tumores que se expresan cual “reliquias de la muerte” –piense el lector en “el fin de la historia” o en “la muerte de las ideologías”–, y que han ido despertando los cadáveres que hoy conforman la llamada post-factualidad. La vida del espíritu, como la llama Hegel, no es la vida que se asusta ante la muerte, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella: “El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento”. Cuando se subestima al adversario, con ello se está admitiendo, dialécticamente, que éste ha devenido superior y que mantiene a su opuesto subyugado. Hoy casi nadie recuerda los vítores y la palabrería de El Caballero de los Espejos, ufanándose del hidalgo. @jrherreraucv