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Mirada de la ceguera

                         Mirada de la ceguera
Resumen: la intención del breve relato " Memoria del espejo", publicado en el blog "Eterno recomienzo" ( oscaroural.blogspot.com ), fue perfilar, desde la ficción, la intensidad que promueve la frase de Nietzsche "yo soy todos los nombres de la historia". Ahora bien, el debate que suscitó, derivó, rizomaticamente, en reflexiones sobre lo especular, la mirada y su ausencia que resultaron en "Mirada de la ceguera"

                                            

Quién haya leído "Memoria del espejo", publicado en el blog "Eterno recomienzo" ( oscaroural.blogspot.com ), tal vez reconozca, en ese corto relato, lo que intentó ser una tangencial e imperfecta referencia a la frase de Nietzsche: “yo soy todos los nombres de la historia”, frase, en mi opinión, de una singular potencia representativa del pensamiento del filósofo y que, en mi caso, funciona como un permanente estímulo para indagar en las innumerables perspectivas que nos ofrece la filosofía de la inmanencia y sus temporalidades. Ese debate, que no me abandona, requiere de un espacio y un tiempo que no es el de un breve escrito, además de que se podrá recurrir a autores que han dedicado importantes ejercicios, más valiosos que los míos, a pensar desde la multiplicidad a la que invita la palabra nietzscheana.
 Ahora bien, el relato despertó, felizmente, la curiosidad e íntimos debates de y con amigos, que  supusieron ideas obsesivas  en relación a lo especular o la mirada y sus derivaciones. No digo que se equivoquen, pues quizás sea una de las tantas obsesiones de las que soy gozante. Tampoco negarán que hay motivos suficientes para hacerse preguntas al respecto.
 Desde la introducción de lo escópico como "momento" integrador del sujeto, sostenido por Lacan en el estadío del espejo, algo así como " yo soy yo", hasta la siniestra sensación desintegradora que suele producir la súbita e inesperada aparición de nuestra imagen en una superficie con función especular, el asunto parece dar motivos, al menos en mí, para la reflexión (palabrita que ostenta familiaridad con lo que tratamos).
 Pensemos en Lewis Carrol y su Alicia a través del espejo, la sala de los espejos en El lobo estepario (Hesse), Borges y los suyos. Pienso también en frases o escritos evocadores como Borges y yo (Borges), El hombre duplicado (Saramago) o el "yo soy otro" de Rimbaud, aunque aquí la supuesta identidad especular es referida a la innegable presencia constitutiva de la inefable diferencia.
 En este ejercicio cada uno podrá aportar experiencias e ideas propias contributivas a la cuestión. En todo caso siempre estaremos en el ámbito de la mirada, en la acción y efecto de mirar y en las variadas pero, intuyo, finitas posibilidades del régimen escópico dominante o molar. La reciente lectura consecutiva de tres novelas de Sábato (El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abbadón, el Exterminador) y la consideración de la ceguera que se hace en ellas, se constituyó en estímulo para el planteo de varias cuestiones vinculadas a ese estado en el que la mirada parece, a priori, estar ausente. Creo oportuno decir aquí que no me refiero a las otras, varias, acepciones de esa palabra.
 No me parece considerar la constitución yoica del ciego porque, absurdo decir otra cosa, ese yo existe y la función simbólica tiene suficiente entidad como para hacer sujeto y, otros sentidos contribuirán, para dotarlo de integridad imaginaria, desde la presencia del otro.
 Todo lo que sigue son solamente preguntas. ¿Es el sujeto ciego un sujeto sin mirada? La ausencia de visión ¿transforma en desierto ese campo pulsional? ¿Es posible que el objeto de esa "ausencia de mirada" sea la propia ceguera, algo como el mirar-mirarse en el vidente? No se trata de una propuesta, ni siquiera de un planteo teórico, sólo es un ejercicio, pero me gusta pensar en la infinita posibilidad de  miradas, creatio ex-nihilo, en el ciego, virtuales miradas que, no por no producirse en el acto biológico de ver dejan de acceder al estatuto de la realidad. Oscar H. Oural.

El otro y yo o yo soy el otro

                                             
                
El otro y yo o yo soy el otro

Creo que poner en discusión el hecho que la razón, a través de la palabra, se constituyó en la hacedora de todo nuestro mundo conceptual, incluyendo la noción de hombre, es innecesario. Convirtiéndose en el fundamento dominante de nuestra evolución, produjo las mejores y las peores cosas, y lo ambiguo de su instrumentación estableció reglas, códigos, normas y leyes, que, como presuntas guías civilizatorias, dieron origen a modos de comportamiento témporo-espaciales diversos, pero que apuntaban, especialmente en tiempos recientes, a distintas formas de seguridad, y que consecuentemente, no hicieron otra cosa que poner límites a la libertad de la naturaleza humana. Ésta, marcada por concepciones tan distintas como las expresadas, por ejemplo, por Hobbes y Rousseau, fue considerada y regulada en consecuencia. A estas ambigüedades no escapó la moral. No pretendo hacer aquí un abordaje genealógico, sino plantear la cuestión, a debatir, de alguna derivación moral de esta codificación ética que, como tal, suele tender a la universalización de sus propósitos. De ninguna manera es la idea presentar lo conveniente de un mundo desregulado. Sí pretendo señalar que el arbitrio del sujeto en la selección de sus actos respecto del otro, se diluye en la heteronomía de esos códigos, sin excluir de esto la producción cultural de lo que llamamos mandatos superyoico. El apego, casi incondicional, a esas normativas, nos desplaza de la perspectiva de ese otro en su versión más singular.
Surgió, entonces, la reflexión sobre la cuestión  de cuál es la manera como pensamos nuestra relación con él. Zygmunt Bauman nos propone la existencia de un yo responsable por sí mismo., con autonomía previa y fundante en el campo moral, y la natural existencia del otro. O sea el otro y yo, una ecuación conjunta y no disyunta. Nuestra existencia y la de quién no siendo yo, es más que nuestro semejante o prójimo, es parte de mí, o más aún, yo soy el otro. Ecuación sin apropiación ni exigencia de reciprocidad. Un movimiento dialéctico que no persigue ninguna síntesis yoica que clausure singularidades sino, todo lo contrario, que acepta y alienta las diferencias que nos sustentan como individuos. Esta reflexión, que podría ser origen de un debate ontológico que no voy a promover ahora, también puede, ya en un terreno más óntico, convocarnos a pensar en nuestras personales actitudes solidarias o egoístas, generosas o mezquinas, en fin,  cómo nos reconocemos en el vínculo con ese otro, del que somos inexcusables protagonistas. Oscar H. Oural



Buscando el sentido del Ser

        
                                                   
                                            

No estaría mal comenzar esta reflexión analizando la propuesta desde el propio enunciado: buscando el sentido del Ser. Está claro o parece estarlo, que la primer palabra alude a una intención o inquietud indagatoria en un tiempo de verbo que no excluye, precisamente, temporalidad alguna, al menos en un rápido vistazo cronológico.Y esto parece ser así, para el hombre, desde épocas inmemoriales, las preguntas no lo dejaron nunca en paz y pienso que es bueno, natural e inevitable que así sea. El advenimiento de un registro simbólico en el homo que haya sido, lo condenó a la interrogación sempiterna y fundante de la filosofía, pero que es patrimonio del hombre en general.¿Qué es?, ¿qué es Ser?, ¿que soy? o cualquiera de las formas en que se quiera presentar la pregunta por el Ser. Las respuestas fueron muchas o tal vez no tantas pero enunciadas de manera diversa. Con ellas se crearon doctrinas y se establecieron dogmas, se recurrió a formas trascendentes que generaron disputas varias, ex-sistencias que condescendieron en religiones, ciencias, políticas, culturas y formas de vida humana hoy vigentes.
Se pensó, también, el Ser como inmanente, más próximo a la physis presocrática, en la que el fundamento o arqué que lo constituye se encuentra en nosotros, entre nosotros como los dioses de Tales o Heráclito, un tipo de sacralidad que no necesita de ningún más allá. Este pensamiento pervivió durante siglos,"extraoficialmente", a espaldas de nuestra formación monoteísta(monotonoteísta al decir de Nietzsche), al impulso de pensadores como Escoto, Bruno, Espinoza y otros, a pesar de inquisiciones, hogueras y toda forma de persecución. Finalmente florece en Nietzsche y se prolonga luego de él en contemporáneos como Deleuze y tantos otros que piensan no en nombre de, sino desde la inmanencia, la univocidad, la repetición y la diferencia. Estos últimos ponen el protagónico en el tiempo, su devenir, la eterna repetición de lo mismo que sólo es de la diferencia, temporalidad que no es Kronos sino Aión, tiempo del acontecimiento, Kayrós. Círculo vicioso en el que ese tiempo, repetición y diferencia parecen convertirse en la problemática "noción" de Ser.
 Siguiendo con el análisis de la propuesta, es válido pensar en un sentido del Ser en su carácter trascendente. Parece haber ahí una teleología, la disposición hacia una meta, digamos, prescrita. Pero ¿dónde buscar un sentido en el Ser pura multiplicidad, repetición de la diferencia? No, seguramente, en una profundidad metafísica, ésta no es considerada en ese pensar. Sí, tal vez, en la superficie deviniente de la vida misma, simulacro y perspectiva, sentido nunca uno, siempre en fuga y nosotros con él o en él, eterna (y aquí me desdigo de la sempiternidad de la interrogación) pregunta de lo neutro sobre lo neutro, interrogación sometida a la ilegalidad de la interpretación de la interpretación de la interpretación...y así eternamente.
Oscar H. Oural.