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¿Es justo lo que pasa?

 



La única ley que se cumple, es la que no se escribe...


La tortura ha sido un medio para escarmentar a las masas desde hace milenios, se tiene conocimiento que en Irán ya se usaba la crucifixión como castigo, pasando por los babilonios, asirios, persas, romanos, etc. Toda forma de tortura que sirviera como forma de terror y escarmiento ante un hecho peligroso para el imperio, que generara opinión pública en contra de la rebeldía, y una visión apocalíptica sobre el fin del ser humano como sujeto libre pensante en cualquier ámbito que amenazara al estadio de las cosas, servía como instrumento válido para ser usado. Si se considera el pulso de muerte, en conjunto con el pulso de vida, podemos llegar a estimar que en este terror que se ha impuesto desde antiguo nace también una resistencia al terror; es esta resistencia la que arguye, aunque sea inconcientemente, los propósitos que van en contra del imperio, los gérmenes que pueden hacer caer los grandes poderes del pasado (sí, en presente); por el mal manejo o desde la completa ignorancia de esta resistencia, ha surgido la negación de la negación en los rincones de la tierra en los que se sigue formando una especie de corriente autónoma, tendiente a la libertad. El proceso de nuestra historia ha sido consecuencia de resistir, una consecuencia de la mente consciente e inconsciente, la manera en que el ser humano, desde el terror absoluto impuesto por el control, llegara y seguirá llegando a un deseo de libertad irrefrenable.

Esta tradición, actualmente se ha transformado en un proceso casi oculto, empero, aún así existe una especie de romanticismo elocuente, popular, folclórico, con respecto al delincuente, que es digno de analizar. 

La búsqueda de la maquinaria ejecutora es amenazar desde la bondad, esto es, se amenaza al “buen ciudadano” con un miedo continuo a los hechos delictivos que ocurren de facto, pero que se hacen columna vital en la prioridad de información que se debe tener, como espectáculo, de miles de medios de información, dado que es el espectáculo, el término integral que ha cruzado por siglos, los conceptos dominantes desde una barbarie imperial y/o primitiva, hasta esta nueva barbarie civilizada, que llega a través de cientos de vehículos de información mucho más efectivos que el boca a boca de la edad media, aunque la edad media tenga otras intrigantes tan misteriosas como apasionantes. El espectador sigue participando con el morbo de la observación, con en el terror que esta cercanía le produce desde un ángulo completamente consumible, digestivo; por tanto, el terror en lugar de disminuir, se aísla, se vuelve manejable, maleable, hasta acercarse a lo placentero, pero el fin apocalíptico permanece amenazante. El ciudadano ya sabe lo que lo mete en problemas, ya sabe las causas; debe conocerlas, en último término, intuirlas, al fin y al cabo, ese es el objetivo. 

Como el mercado es abstraído, también es abstraído el sistema judicial penal, ambos pertenecen al poder del espectáculo desde tiempos inmemoriales, han sabido mezclarse para perpetuar los finos mecanismos que, de historia en historia, de hegemonía en hegemonía, sobrevivieron hasta nuestros días, mutando, indefinibles. Como la subcultura de antaño, la cultura de hoy y la subcultura de hoy, se mantienen tan multifacéticas que es prácticamente imposible identificar cómo se vinculan las verdades manifiestas de la justicia (debería haberlas), con los hechos evidentes de la tortura penal de mercado. No sabemos en qué posición está el ajusticiado por las leyes ordinarias en sentido epistemológico, por lo tanto, no sabemos en qué posición se encuentra su rebeldía, ni aquel rebelde utópico, tan parecido al necesario superyó en la sociedad. Cuando se imponen las reglas, de tal manera que no exista un automatismo voluntario en el individuo, terminará por confundir su yo con todo lo que se le imponga. Si no conocemos al rebelde, si se nos vende la idea de rebeldía, la verdad misma está en jaque, y con ello la justicia. Quién ejecuta la justicia no puede renunciar a su responsabilidad. 

La delincuencia como letra musical es un negocio, Reggaeton, Hip Hop, Salsa, se han utilizado para vender esa idea, claramente, puede vender otras. Así como es un negocio la constante amenaza de inseguridad a través de los medios oficiales. La población se encuentra en algún punto en el medio de estos dos extremos.  

Se asume en pleno siglo XXI que existe la fatalidad ante la violación de las leyes, en lugar de mostrar, a través de ellas, en qué momento se comete justicia, en qué momento se comete injusticia; educar verdaderamente; pero esto no importa, porque nunca ha sido el espíritu de la ley; pensar otra cosa es un acto inocente. Lo que se busca es, más bien, crear un relato que testifique la mayor cantidad de escenarios sobre los cuales nos presentamos y se presentan, ellos, los fatales, en alguna otra dimensión, sufriendo una justicia, la que sea. No se trata que no existan individuos que crean, con buenos fundamentos, que la vida es injusta, es más, que no exista la justicia real; se trata que el sistema que nos rige es problemático porque nos impone una justicia chamánica, arcaica, con intocables, con comunidad Dalit; que viven con la amenaza permanente de la violencia en sus vidas, tanto criminal como judicial; con la carga de no ser educados, tanto por el mundo criminal como por el mundo judicial; con condiciones de vida parecidas al esclavismo, impuestas desde su gobierno como desde las mafias. Usé a los Dalit de ejemplo, porque su posición en este tablero es universal desde los extremadamente terribles hechos que tienen que vivir. Son minoría, no tienen voz, son desplazados, son débiles, no pueden ejercer la política y, ni siquiera, elegir no ser usados por ella.

En el 2022, un joven Dalit en Rajasthan fue golpeado hasta la muerte por beber agua de un recipiente destinado a castas superiores. En 2016, cuatro hombres Dalits en Gujarat fueron azotados públicamente por “matar” una vaca. En 2021, una niña de 9 años fue violada y asesinada, generando protestas nacionales. El 2020, una joven fue violada, torturada y asesinada por hombres de castas superiores; su cuerpo fue incinerado por la policía sin un consentimiento familiar.

Segregación de espacios públicos, humillaciones rituales, boicot económico, negligencia policial, manipulación de leyes, intimidación judicial, acceso limitado a la educación y al empleo, despojo de tierras, crímenes de odio, trabajos forzados, esclavitud; los lugares donde viven son llenados de basura por sus propios vecinos. Son sistemas de acoso que no viven solamente los Dalits, que pueden extrapolarse a cientos de miles de casos en países en vías de desarrollo con millones de familias que viven en la desdicha. Paises en donde la muerte penal a comenzado a ser prohibida para demostrar, simbólicamente, que no se puede escapar de la justicia de ninguna forma; una obligación penal es una deuda, se rige como cualquier ley del mercado. Evidentemente muchos considerarán que el derecho a la vida (y a la muerte), es uno de los derechos más fundamentales de los seres humanos, no discrepo con ello; empero, hubiese esperado que la abolición de la pena de muerte tuviera éstas razones, sin camuflajes, humanamente. 

Es el alma la que se juzga, de ella nace lo réprobo y lo útil, la rebelión y la locura, el control y las palabras. Qué nazca la palabra. Cuando es el alma la culpable, no hay otros culpables, mientras la justicia se pierde en el enmarañado inimaginable de la sociedad, la ley puede hablar en ausencia del acusado, inteligentemente, dado que la ausencia según Hegel, torna a algo, la ausencia nunca es nada, siempre es ausencia de algo, quién sabrá dado que es la ley la que habla, quién habla. No alcanza, según la lógica utilitaria, con que los malos sean castigados justamente, de ser posible, que se juzguen y se condenen ellos mismos, por ello es conveniente la segregación; el impedimento y la imposición, no es otra cosa que culpar a todos sin lugar para romanticismos. Una obra de teatro en el que el personaje principal es el pueblo, cuya presencia real e inmediata es un requisito para su realización.

Jesús dijo una verdad al sufrir la tortura de la cruz en su momento aterrador, con el tiempo esta verdad mutó. Es necesario entonces para el poder, que se olviden las verdades de los procesos punitivos, que se interponga injusticia tras injusticia, para que ninguna verdad aterradora mute a otra rebelde; pero, si cambia, ¡que sea aterradora! 

Entendemos por punitivo al aparato legal e ilegal que interactúa precíprocamente para acosar a la ciudadanía. La labor de la filosofía es mutar las verdades, revelarse estéticamente. Deconstruir. Diría Jacques Derrida muy acertadamente, que no se debe destruir por destruir, más bien investigar cómo los procesos y las palabras fueron construidas. El término deconstrucción no viene de Derrida únicamente, nace de pensadores como Jean-Luc Nancy, Paul de Man, Hélène Cixous, Gayatri Spivak y Judith Butler; el cual busca la desestabilización de nuestras categorías. Pero, ¿No es el mismo abismo de deconstruir una acusación manifiesta a las leyes de nuestro tiempo? La critica a la metafísica de la presencia, debería tornarse e invertirse pulsativamente a la crítica de la metafísica de la ausencia, porque es así como se maneja el poder de las armas. Esta visión aparentemente equitativa y acertada, no puede coincidir con la forma en que se estructura el aparato legal, entendiéndolo mínimamente, como un lujo que no estamos dispuestos a asumir, y menos quienes nos gobiernan. Lo dijeron los estoicos, ser como promontorio contra el que sin cesar se estrellan las olas, las olas continúan, este mar inunda nuestra tierra.

Deshacer, descomponer, desedimentar estructuras […] no consistía en una operación negativa. Más que destruir era preciso asimismo comprender cómo se había construido un “conjunto” y, para ello, era preciso reconstruirlo” Jacques Derrida

Como dijo Michael Foucault: "El hecho de que la falta y el castigo se comuniquen entre sí y se unan en la forma de la atrocidad no era la consecuencia de una ley del talión oscuramente admitida. Era el efecto, en los ritos punitivos, de determinada mecánica del poder: de un poder que no sólo no disimula que se ejerce directamente sobre los cuerpos, sino que se exalta y se refuerza con sus manifestaciones físicas; de un poder que se afirma como poder armado, y cuyas funciones de orden, en todo caso, no están enteramente separadas de las funciones de guerra; de un poder que se vale de las reglas y las obligaciones como de vínculos personales cuya ruptura constituye una ofensa y pide una venganza; de un poder para el cual la desobediencia es un acto de hostilidad, un comienzo de sublevación que no se funda en un principio muy diferente al de la guerra civil; de un poder que no tiene que demostrar por qué aplica sus leyes, sino quiénes son sus enemigos y qué desencadenamiento de fuerza los amenaza; de un poder que, a falta de una vigilancia ininterrumpida, busca la renovación de su efecto en la resonancia de sus manifestaciones singulares; de un poder que cobra nuevo vigor al hacer que se manifieste ritualmente su realidad de sobre poder".