Al idiota
desconocido
Como nunca antes en la historia de la humanidad, la cultura del tiempo presente ha sido capaz de promover un modo de pensar que se caracteriza por la más pura y absoluta abstracción. La mayor parte de los inadvertidos supone que pensar abstractamente es una cuestión muy profunda y, como suele decirse, precisamente, “muy abstracta”. En realidad, abstraer quiere decir escindir, separar, aislar, desconectar, distinguir algo, en sentido fuerte, respecto del resto de las partes que lo conforman. De hecho, siempre se ha abstraído, porque la abstracción es una de las operaciones constitutivas del pensamiento. No obstante, sólo ha sido en el presente que la abstracción se ha transformado en la piedra angular, en el fundamento mismo, de toda posible forma de representación y de toda posible labor, al punto de haberse institucionalizado como la forma propiamente dicha, auténtica, del ser que va siendo. A lo que sin duda ha contribuido, en gran medida, la cada vez mayor presencia de la llamada “realidad virtual”: la informatización, la automatización y la digitalización, puntas de lanza de la gran industria de este período histórico, que brinda tanto culto a lo privado como al pensamiento débil. Un culto detrás del cual se oculta The big brother.
El hombre del presente
La sociedad
contemporánea no suele comprender. Sólo está capacitada para el entendimiento.
Entender significa analizar y, consecuentemente, analizar significa separar,
cortar. Analizar es, pues, un acto de abstracción. Se vive una era que parece
haber perdido el juicio y, con él, la
idea de totalidad en sentido orgánico, concreto. El “todo” ha sido extrañado e
invertido. Es una imagen de la reflexión que aparece como un inmutable mayor,
el telón de fondo sobre el cual actúa la infiniud de las partes. Una
emblemática pieza musical de 1969, de la agrupación británica King Crimson,
lo preanunciaba: 21st Century Schizoid Man, “El hombre
esquizofrénico del siglo 21”: “La sangre rasga el alambre de púas / la hoguera
del funeral de los políticos / los inocentes violados con el fuego de napalm /
La semilla de muerte que ciega el anhelo del hombre / los poetas hambrientos
que sangran a los niños / realmente nada de lo que tiene necesita el hombre
esquizofrénico del siglo 21”. ¿Será necesario recordar que el esquizofrénico es
un ser enajenado, fuera de sí, un sujeto sin voluntad consciente, que ha
devenido cosa?
En el fondo,
subyace la convicción de que la realidad está hecha de partes aisladas
-abstractas, precisamente-, independientes las unas respecto de las otras, que
le sirven de fundamento a toda posible distinción conceptual. La representación
que se tiene de la idea de “totalidad” consiste en un compuesto de partes
mutuamente inconexas, recíprocamente externas, carentes de articulación o de
relación. Además, como si se tratara de un inmenso rompecabezas, las partes se
suponen previas, anteriores y exteriores, a su eventual “encaje” y posible
movimieno. Las cosas aparecen inermes, carentes de organicidad y, lo que es aún
más preocupante, ajenas al clinamen, despojadas de todo posible conatus.
Ahora onforman una articulación puramente mecánica, una cadena de montaje, un
“dinamismo” que no altera ni la quietud ni la constancia de lo existente. ¡Vaya
mundo de pernos virtuales!
En el Ensayo
Filosófico sobre las Probabilidades, de 1819, Simón Laplace vislumbraba el
propósito de lo que hoy se ha transformado en la realidad efectiva: “Deberíamos
considerar el presente estado del Universo como el efecto de un estado
anterior, y la causa de la que seguirá. Supongamos una inteligencia que pudiera
conocer todas las fuerzas que animan la naturaleza, y los estados, en un
instante, de todos los objetos que la componen: nada podría ser incierto, y el
futuro, como el pasado, sería presente a sus ojos”. Es el anhelo de poseer una
sola ciencia: la ciencia de las particularidades elementales que permiten
explicarlo “todo”. Una sola ciencia y un solo método: la ciencia del estudio de
los átomos -la física- y de las moléculas -la química- que es también la de las
moléculas que se asocian para formar moléculas orgánicas, proteína, grasa, etc.
En una palabra, células. En este sentido, la biología es una química más
complicada, tal como la química es una física más complicada. Y, por ende, la
psicología es una biología más complicada, porque estudia la biología de las
neuronas. A su vez, la sociología sería una psicología un poco más complicada
todavía, dado que es la psicología de la sociedad. Y así, hasta llegar a la
historia, que no sería más que “una variación en el tiempo de una sociología
fundamental”. Pero, en todo caso, sólo se trata de lo mismo, porque siempre se
trata del gran mecanismo de los átomos. La “gran cadena del ser” que sostiene
al mundo contemporáneo no es más que una cadena de montaje. El fordismo -sí, el
de Henry Ford- inspira la hegemonía de la era digital.
Y así, desde el
reduccionismo establecido por Laplace, mejor conocido como reduccionismo
“clásico”, pasando por el reduccionismo “por analogías”, se llega al
reduccionismo de los “arquetipos”, es decir, al compuesto de estructuras o
formas envasadas al vacío en el que en cada nivel de complicación se pueden
reconocer las formas comunes que posibilitan la conformación de esta “ciencia
universal”, el lienzo que compendia el recorrido de las ciencias particulares.
Es la “teoría general de sistemas”, la “meta-teoría” del estudio de los
principios aplicables a los sistemas de cualquier nivel en todos los campos de
la investigación, entendiendo por “sistema” aquella “entidad con límites y con
partes interrelacionadas e interdependientes, cuya suma es mayor a la suma de
sus partes”. El rompecabezas está terminado: átomos, moléculas, células,
neuronas, individuos, sociedades, imágenes, estructuras, realidades virtuales.
En el fondo, siempre se trata de partes, de átomos, porque ellos son -según
esta forma mecánica de concebir el mundo- la base simple y originaria de las
subsiguientes estaciones de la cadena. Al cambiar una parte del “sistema”
cambia, automáticamente, el sistema completo, de modo tal que se puede predecir
el comportamiento de todo el resto del mecanismo. Decía Marx que el
materialismo abstracto es un idealismo abstracto de la materia. A partir de
tales presupuestos, la palabra “libertad” queda reducida justo a eso: a una
palabra. Por eso mismo, cuando se dice que las tiranías y los regímenes
gansteriles han surgido indefectiblemente de las formas de racionalización
instrumental, propias del conocimiento, cabe decir, de la reflexión del
entendimiento abstracto, se hace menester la revisión integral de todo el
proceso educativo de la sociedad. Recuperar el derecho a pensar para poder
comprender, quizá sea la tarea más importante del presente y la única garantía
de reconquistar la libertad.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv