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Búsqueda de la razón en una partida de ajedrez

partida de ajedrez junto a un río con un pastor, ovejas, perro, y dos jugadores, Gabriel y Emmanuel, al atardecer

Relato: La partida de ajedrez



A lo ancho del río cruza un pato solitario las aguas intranquilas, de orilla a orilla, mientras una nutria tímida lo observa escondida entre unos juncos. El Sol parece perezoso y quiere brindar a la escena un rato más de luz primaveral, estorbando, rojizo, a los ojos de un pastor de ovejas que recoge a su rebaño. El hombre se coloca la mano en la frente para evitar los reflejos de la luz y va contando de dos en dos; con la otra mano ase una larga vara de caminante, quizás de roble o de haya. Lo acompaña, o lo escuda, un perro parduzco que ladra descontrolado a algunas ovejas descarriadas. Observando desde el otro lado del río, es difícil saber quién manda más, si el pastor hombre o el pastor perro. Precisamente en la otra orilla, un par de figuras juegan en la hierba con figuras de madera una partida de ajedrez, y escuchan muy levemente los ladridos caninos: el viento juguetón hace de las suyas y ahoga levemente tales sonidos, pues mece los juncos junto al río componiendo una melodía traviesa y grave. La brisa siega en cortas ráfagas un cañaveral sin llegar a cortar las cañas, y de su interior hueco sale la música a borbotones. Las cabezas de los juncos chocan como si quisieran trasladar la armonía, como recordando aquellos narcisos ingleses que bailan en multitud. Los juncos del río en primavera son el mejor instrumento de viento que se pueda escuchar. La partida de ajedrez está avanzada y ningún jugador parece tener ninguna prisa en acabarla, quizás la misma prisa que tiene el Sol en su ocaso. Mueven las piezas dos muchachos, en turnos de muchos segundos. El que va a mover es Gabriel, y mira al tablero y piensa, a veces sonriendo y otras veces con el semblante serio y el puño apoyado en el mentón; el que espera el movimiento de su rival, Emmanuel, es más joven, y observa cómo la sombra se ha ido extendiendo a lo largo del río y queda a poca distancia de ellos mismos, o se tumba sobre la hierba y contempla el cielo raso y azul cielo. Emmanuel le dice al otro muchacho:

-Amigo, aquél pastor seguro es dueño del perro, que a su vez parece dueño y señor de las ovejas. Sin embargo, es el pastor quien las esquila, quien rentabiliza su lana, su leche y su carne. El perro, por el contrario, no parece muy interesado en aprovecharse de ellas, en todo caso, de protegerlas y de guiarlas. Luego en casa, se conformará con un plato de huesos y con las caricias del pastor. Pero, ¿quién es amo del pastor?

Gabriel mueve un alfil negro tres casillas en diagonal, y sonríe:

-Jaque al rey. Por lo pronto, yo me estoy haciendo amo de esta partida. En cuanto al pastor, amigo mío, no es el más amo de todos, ni la cúspide de la pirámide, ni dueño casi que ni de él mismo. Más bien es la punta del iceberg, de ese iceberg que algunos llaman “Humanidad”. Desde que el hombre es humano, y no creo que fuera antes, todo lo demás queda bajo las aguas, como aquellos juncos que nacen en el río y asoman sólo la cabeza para conocer al viento. Y desde arriba, lo que queda sumergido no se ve igual, se desdibuja, se tuerce igual que una cuchara metida en un vaso de agua. Tendemos a ver a las ovejas deformes, como si dependieran plenamente del pastor, cuando bien podría decirse al contrario. La importancia del hombre sólo la conoce el hombre, por eso deja de ser importante.
 El más joven ya ha movido rápido una torre blanca, y se para a reflexionar, deleitándose ante la música natural.

 -Todo parece un juego, Gabriel.
Gabriel, que a la vista se antoja mayor que su amigo, hace un movimiento y deja de mirar al tablero, observa a Emmanuel y le dice:

 -Todo es un juego, y todos jugamos, o queremos jugar. El problema viene cuando sólo el hombre quiere jugar con el resto, con los animales, con los arbustos, con las aguas, con las rocas de montaña. Piensa el humano que es su juego y el de nadie más…Jaque al rey, de nuevo.

Emmanuel hace caso omiso del jaque al rey, que ya esperaba, y medita con los oídos puestos en la sinfonía chaikovskiana que envuelve el atardecer. Con los ojos apretados y la cabeza hacia atrás, acaricia la hierba con la palma de sus manos y respira profundamente. La música es también cosquillas frescas y dulce perfume de río. Habla:
-Dime, Gabriel, por qué, si todo es un juego, existen guerras napoleónicas y civiles, guerras de los cien años y cabos de Trafalgar, las dos rosas y los Balcanes? ¿Por qué hay independencias y secesión, Guerras Púnicas y del Peloponeso, Sagunto y Numancia?
Tras la pregunta, Emmanuel levanta un peón entorpeciendo el jaque, y alza la mirada hacia su amigo, que sin mirarlo, pues tiene los ojos detenidos en el tablero, le contesta:
-El hombre, Emmanuel, no cree en sociedad, ni en poblados ni en familias; el hombre sólo cree en el individuo como medio de importarse, de algún modo, a él mismo. El hombre ha inventado algo nuevo, algo que nada tiene que ver con las leyes del Universo, ha inventado la razón. Y para no aburrirse, juega a la guerra.

Al decir esto, retira el alfil atacante y lo reserva en la retaguardia. Emmanuel echa un vistazo a la partida y enseguida vuelve la mirada al otro lado del río. No queda rastro del pastor, ni del perro, ni de las ovejas. La tarde sigue componiendo músicas para él. La sombra ya casi ha alcanzado a los dos muchachos y los primeros grillos se unen a la orquesta con una coda aguda y penetrante. Los juncos y cañas siguen sonando, aunque cada vez más suave, como preparándose para una eclosión final. Le pregunta a su amigo:
 -Y dime, Gabriel, por qué juegas al ajedrez conmigo cada tarde, si cada vez que nos sentamos junto al río, cara a cara y frente al tablero, rememoramos las más vívidas estrategias de guerra.

 Gabriel lo mira, ahora sí, a la cara, y contesta:

-No creo en las guerras. El ajedrez supone mi forma de expresión, mis emociones, mi forma de ver el mundo. Juego para expresar, no para matar. Son las emociones frente a la razón, de lo que firmemente rehuyo. Me aparto de toda esa condición humana que nos destruye a todos y que muy poco tiene que ver con lo que en el origen del mundo fuimos. Dime si no, por qué cantan los juncos ante el soplo del viento, por qué bailan sus cabezas como narcisos ingleses en multitud, por qué saltan los grillos y ladra el perro a las ovejas, por qué gruñe la nutria entre maleza del río y chapotea el pato cuando cruza el cauce de lado a lado, por qué, sino para expresarse. Dime entonces por qué hoy, y sólo hoy, parece el Sol más perezoso y rojizo que nunca, y la hierba huele a hierba y miel. Y por qué tenemos manos y dedos, labios y pelo, lengua y corazón, por qué, sino para que los podamos sentir.
Emmanuel parece atónito ante lo que escucha de boca de su amigo, a la que ha clavado sus ojos. No acierta a distinguir ninguna dualidad; como si todo lo que ha percibido esa tarde realmente tuviera una razón. Los dos parecen petrificados uno frente a otro, como dos efigies egipcias que nunca parpadean. Al fin, el amigo más joven, Emmanuel, se decide a contestar, moviendo con dos dedos un caballo blanco hacia una casilla negra, ocupada hasta ahora, por una dama negra y señorial, que abandona el tablero al ser cogida con dos dedos de la otra mano por la corona:
-Jaque y mate, Gabriel.

Emmanuel ha vuelto a ganar la partida de ajedrez, como cada tarde, justo en el momento en que una esquina del tablero queda en sombra. Los dos muchachos recogen las piezas, que colocan en una bolsa de cuero, y limpian el tablero. Comienzan a caminar paralelos al río en la dirección de la Estrella Polar. El viento vuelve a sonar con fuerza, conocedor del efecto embriagador de la luna que lo calmará hasta el día siguiente. La noche dará paso a un concierto de zorros, búhos y lobos.

Relato: La partida de ajedrez

La técnica de las técnicas


 


La libertad de hablar se está perdiendo. Antes era evidente que las personas que mantenían una conversación se interesaban por su interlocutor, pero eso ha sido hoy sustituido por la pregunta por el precio de sus zapatos o de su paraguas. En toda conversación se va infiltrando el tema que plantea las condiciones de vida, el del dinero. (…) Es como si estuviéramos atrapados dentro de un teatro y tuviéramos que presenciar la obra que se representa en el escenario, lo queramos a no, convirtiéndola, una y otra vez, en objeto del pensamiento y la conversación (Walter Benjamin).

El castigo ha dejado poco a poco de ser teatro (Foucault), quizás porque el teatro comenzó, desde algún momento en más, a formar parte de la cotidianeidad que necesitaba "el nuevo hombre" que estaba naciendo. El acceso a las artes debe venir desde medios controlados, ojalá desde las pantallas, nunca más desde la espontaneidad. Los pueblos tienen un vigor especial, son las parteras del arte, alimentarlas, avivarlas, es traer las llamas del Olimpo a los sedientos esclavos (Hegel). Lo que sobrepasó por completo al teatro griego como ornamentación educativa para las polis, fue la tortura europea del siglo XVII. Así como cualquier tipo de ostracismo de antaño, sigue permaneciendo vigente en la cultura popular como susurraciones, los implantes que se quieren instalar con lo ausente, con lo falto; así se cambia lo ornamental para alterar lo fundamental.

La evidente reacción de los actores en cada una de las piezas de este "Espectáculo de los reyes" (Debord), precedió a gran parte de las teorías filosóficas continentales y analíticas del siglo XX. Al traspasar el poder de castigar se traspasa la maldad, al anonimato. 

Los actores de un reino ejecutaban sus papeles con pasión porque eran la obra, eran su llama, su calor, su razón, quienes estaban en la última escala para la creación del lenguaje (ciencia) y la cultura (literatura). El verdugo sabía que sus manos y sus herramientas representaban el poder del rey, éste jamás podría quedar mal, de lo contrario, el escarnio sería mayor. Hipotéticamente, es otro el que castiga desde las sombras, pero no participa en el castigo dada su bondad intrínseca nombrada por Dios. La gracia es no saber quién castiga, vemos un acto y ejecutores a sueldo que siguen ordenes (Nuremberg), la gracia, es la oportunidad de ser algún día perdonados por un agente que puede estar a un metro o a miles de kilómetros de distancia, omnipresente, siendo el mismo el que nos condenó, el mismo quién nos salvó, un aparato, una logística. El supliciado era la encarnación del cuerpo del Cristo, era uno con su sufrimiento, quién murió y seguirá muriendo por todos nuestros pecados, reprimidos (cínicos(filosofía)), en una liturgia sonora-visual que demuestra las consecuencias de ser masa, pero no las comprende (siglo XX). Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.

El público forma parte de un juicio, es jurado, una propaganda nacida por ellos mismos, para ellos mismos, desde sus pobres techos, desde sus humildes moradas; reaccionan al evento avivándolo, o en contados casos, pidiendo compasión, pero siempre reaccionando. Ni la democracia fue tan políticamente participativa como una obra de teatro. Hay muchos casos documentados en que los verdugos debieron huir de sus propios puestos ante la ira del pueblo por piedad o por gracia.

Es entonces el teatro una forma antigua de conocimiento de la opinión pública (un voto), una elección sin registros estadísticos, que opina del poder de sus políticos y de sus violadores, un juicio estético reservado más para definir el mal y el bien. Es subjetividad misma, lo que Immanuel Kant quiso ahuyentar con sus críticas terminó por reforzar la subsección a la razón. 

El teatro es la política de los infiernos... corazonadas, ritmos, pautas manipuladas, aunque sin un resultado predecible; lo predecible es que se mostrará una cultura que de una u otra manera sobrevivirá. El teatro es el único medio en donde la humanidad se enfrenta a sí misma (Miller). La esencia literal del averno de Sartre. Los círculos de Dante no son más que una representación.

Es la imagen que causa el teatro una opinión de cada tiempo, una manifestación culta. Si el teatro es paupérrimo, hablamos de una sociedad paupérrima; cada cosa que se insinúa, se dice, se hace, habla sobre emperadores e imperios. 

El cine habla de muchas cosas, entre ellas de dinero, de espacios de tiempos, de limbos; el teatro es presente puro, el mas natural de los actos como regalo, aunque regalo siempre para una Troya. Un engaño para una guerra, para un descanso, para una fiesta, para una masacre... mas no todo esto es polar...

Masacrar a un pueblo, en estos ámbitos, es disminuir su capacidad de sentir, hacer guerra con un pueblo es coartar y tomar su cultura, extasiarlo para que se sienta angustiado, devastado, exhausto.  

El teatro no nació como accidente aunque sea uno, como una cosa que nunca sabremos si en realidad fue o si volverá a ser. Es innato. Puede ser cualquiera, nacer cualquiera. No podemos identificarlo con alguna civilización, aunque la creencia esté. Es un acto de fe. 

 El teatro es tentador, tentación, tentativo, tensión. Un universal. El creador de los proyectos binarios tuvo que haber conocido el teatro, así como la guerra, así como la política, así como el ritual. Todo acto político es teatral. 

Recibe el reconocimiento a través y sólo a través de su iniciativa. Es la intención más acertada de las simulaciones, pues miente con la verdad.

El poder es mentiroso, de ahí el posmodernismo. La máxima que acusa es esta: las verdades establecidas, los hechos, las causas exactas, las moralidades. El arte de mentir debe separarse del castigo en la plaza pública, el castigo verdadero debe ser en las sombras. El falso castigo, así como las falsas caricias, son a plena luz del día. La mentira, como arte, como verdad danzante tiene esta corriente: el actor tiene la responsabilidad de ser el rey de su papel el tiempo que sea necesario, tan excelentemente como para que nadie se le iguale, y tan cruelmente para que nadie se le acerque.

Conócete a ti mismo y conocerás al mundo. El teatro se atreve a gritar esto en la cara de su público. Es una caracterización de valientes, de memorizadores coloniales de algún tipo de psicología, de guión; perseguidos día y noche por su imposible pizarra limpia. El actor en general, si no tiene público, tiene lentes. El actor en particular, tiene tablas, respiros, murmullos, susurros, silencios, respetos, aplausos. Es su propia vida un accidente. 

La vida de un actor no se rige por la verdad, sino por el mito, por una confusión profesional sobre quién es verdaderamente. La más santificada ambigüedad en algún tipo de persona; después el loco, después el villano, después el comediante, ninguna tan necesaria, tan anhelada, tan maestra.

¿Quién sabe lo que se puede hacer con una bomba? ¿Un rey? ¿Un poder? ¿Un pueblo? ¿Un actor? ¿Un espectador? ¿Un ejército? ¿Un coro? ¿Un director? ¿Quién vendrá a salvarnos con otra obra artística que sobrepase, que trascienda nuestra alienación? Invirtamos los términos. ¿Volverá algún Vietnam? ¿Es el teatro la más evolucionada de las técnicas de las tinieblas? ¿De la llegada de un mesías, de nuestra historia, de nuestra vida, de nuestra especie?

El presente, para ser tiempo, debe viajar al pasado (San Agustín). Mil demonios acechan la frontera de las nobles verdades. Mis manos quizás actúen la posición de sus dedos. De todas formas, jamás lo sabremos.  


"El tiempo corre. Gracias a él, primero vivimos, lo cual quiere decir que ya hemos sido acusados y juzgados por la gente. Luego morimos y permanecemos aún unos años entre los que nos han conocido, pero muy pronto se produce otro cambio: los muertos pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo real, pasan a ser marionetas" (Milan Kundera)

Líneas de tendencia de la economía futura


 


El servicio se puede cargar, como transacción económica, solamente una vez de forma impositiva, dada su esencia, mientras que al producto se le sigue a través de todas o, como mínimo, en una cantidad legalmente aceptable de traspasos que puedan controlarse sobre él. Esta definición parece ser plausible a simple vista, porque existe una cantidad innumerable de servicios que pueden seguir haciéndose gozando de su intangibilidad, pero solamente en mutuo acuerdo, fuera del registro, siendo su rastreabilidad un proceso dificilísimo si la relación entre proveedor y consumidor se manifiesta libremente, tendiente a uno.


El producto, mientras tanto, es rastreable. Se puede fiscalizar su posesión, su venta ilegal, se puede moralizar y vandalizar en la opinión pública, se le puede geolocalizar y geomoralizar (Simmel).


Lo interesante de estos términos es que una relación de dos individuos libres, pasaría a ser una relación pecaminosa, una especie de orgía de mercado, una fiesta banal al servicio solamente de quienes tienen los medios para organizarla, planificarla, publicitarla y catalogarla.  El producto es Dionisiaco porque llega a fertilizar consecuentemente los mecanismos que regulan el mercado, crea hijos; el producto es un extranjero en la relación dual comerciante-cliente, ya que nunca tiene solamente una esencia, por el contrario, es la diferencia de esencias lo que se intercambia; es un actor que exacerba los sentimientos con respecto al intercambio; "sin preocupación" debe ser la especificación del producto para el correcto arrojamiento al abismo del consumo. Dionisio, fase nocturna del sol, es afectado por las fuerzas oscuras, es un deseo que se satisface en el acto, pero no un segundo después, dado su carácter material, es ya, desde muchos antes, una promesa que satisface para dejar la nada; involucra cierto caos que debe ser controlado por la máquina; el mismo caos que se detectó, históricamente, en el producto como resultado de las épocas de la martirización del cuerpo. El cuerpo de Cristo es un producto y no un servicio, en principio. Lutero lo ejemplificó perfectamente siglos después como algo inmaterial. El producto debe ser seguido igual que su medio de Intercambio, el cual es el punto medio más excelente entre producto y servicio que se ha inventado hasta ahora, su perfecto sincretismo: El Dinero.


El dinero es una evolución de Apolo a Dionisio y viceversa, es el más puro estudio de los ciclos. El dinero se ha perfeccionado quizás desde la época de los templarios sin detenciones, al santo servicio. Sin dejar de ser un producto por su condición absolutamente rastreable, es un servicio por su naturaleza irreconocible. Es bipartito. Digno de admiración para quién lo tenga, o de condena, eso no depende. Su arqueología existe desde lugares que podrían desaparecer, con ello hay que tener mucho cuidado, su reajuste no es casual. Es evidentemente necesaria una filosofía de la razón instrumental que pueda pensar en el futuro, las antiguas pistas de lo que jamás podremos confirmar con respecto al lado servicial de la economía del pasado pertenecen al lado oscuro. La filosofía instrumental, si le hay, permanece sólo como instrumento, jamás como amor. Si nuestro dios es el dinero deberíamos de ser necesariamente una civilización dualista.


Las triadas de Georg Simmel explican mucho mejor el concepto dionisiaco del dinero. El dinero es un foráneo en la relación simbólica, la cual es evidentemente diádica, pero desigual. La distancia entre las relaciones crea un valor subjetivo que incluye innumerables factores, pero que representan una interacción permanente entre lo extraño y lo extranjero. El individuo no quiere demasiado cerca al otro, empero, es este mismo individuo, al cual no tiene cerca, el que le brinda un producto o servicio,  y que se transforma en objeto; un objeto extraño, porque no se le reconoce, extranjero, porque jamás formará parte de uno mismo. Cualquier objeto extraño representa un dolor.


El dolor es tiempo. El dolor es trabajo, es dinero. Precisamente esta característica sensible presenta la dualidad entre dos dioses. Un encuentro particular, como entre Alejandro Magno y Diógenes de Sinope. Un regalo o una limosna. Pero, ¿Quién la da?


Pretendernos como iguales realza la desigualdad. El dinero es un facilitador de intercambios lineal, pero no igual, un acuerdo irresoluble, eternamente permanente. El dinero iguala al núcleo de nuestros átomos con el ritmo circadiano, con los ritmos de la falta, con cadencias a un vacío de entendimiento abismal; es un puente que desciende, un puente que cae, un puente que muere. El dinero es retroceso.


Antonio Gramsci predijo que la batalla sería cultural, porque es desde ahí donde pierde valor el intercambio impuesto para su propia caida, sin caída no hay progreso económico. La caída cultural y transaccional gana valor en el acercamiento a la persona, a su ser, desde su necesidad, desde su carencia, desde su tiempo, desde su dolor, desde su lucha, pero en la utilidad. Nadie ha dicho que la contracultura no es cultura, pero la contracultura o perdió su horizonte o se hizo el privilegio de unos pocos. Es imperativo, su regreso.

Lo irónico es que en la cultura no debería primar el valor del dinero, dado que la cultura es un bien en sí misma. No puede ser de otro modo, no hay otro camino. Los caminos que quedan ya están atrincherados por unos pocos que cuidan o que quitan. La falsedad pervive, conoce nuestra cultura y quiere dividendos.


El acercamiento a la verdad es un acercamiento desastroso, en harapos, con miedo, con miedos; es un acercamiento en éxtasis, ya sea por la agonía o por la pasión. No hay un acercamiento sincero desde el utilitarismo monetario. Es ahí el problema de lo dual del dinero; el problema de la síntesis del producto y del servicio. Se debe abolir está síntesis. Mas, no puede existir un otro sin un reflejo. 

En este intercambio que hay entre nosotros y el espejo, no existirían intermediarios externos que banalicen esta relación. Pero como diría Nietzsche, el superhombre debería ser como un danzante que se contornea al borde de los abismos, sin importarle caer en sus movimientos a los paraísos de la incertidumbre. 

El servicio pronto será regulado, como las plataformas de música, películas, redes sociales; amistad, entretenimiento. ¿Llegaremos a necesitar comer como un servicio? ¿Respirar como un servicio? Es decir, ¿que nos recuerden que deseamos comer? Ya no habrán productos sanos, sin polución. Lo mejor del servicio tomará lo pésimo del producto, mientras que lo mejor del producto tomará lo abominable del servicio.


Tal y como Freud dijo, el individuo y la masa tienen los complejos de la cultura y la devastación, la pulsión del Eros y del Tanatos; el individuo es atacado por la cultura (Gramsci) y al mismo tiempo por la orgia. La Alemania más culta fue llevada por su propia excelencia a la ignominia de la guerra, del racismo. Esto es porque el estado tomó el control, moralizó las normas, las economizó, con esto aumentó la libertad de la sociedad, pero no la del individuo (Jung)... El ser humano que responda al ideal colectivo ha hecho de su corazón un nido de asesinos. Ojo con ello, vivimos en la era de las máscaras, esto es, en la era de las personas. El funcionario no se ha marchado. La sociedad, al igual que el individuo, debería ser capaz de controlar su inconsciente impulsivo. ¿Utopía?


Ambos polos luchan por ser más excelentes en el individuo y en las masas, permaneciendo una guerra tetrarquica eterna e inevitable. El individuo, como nuevo Adán, como nueva Eva, no deben conocerlo todo, son las instituciones financieras las que rigen este conocimiento, y quienes imponen los frutos permitidos, pero también los prohibidos.


Las palabras cambian la realidad, esto no es “positivismo metafísico”, es el constructo que nos dejó la filosofía psicoanalítica cuanto menos. Si no se entiende que las palabras, el arte, las historias, son una herramienta, se pierde el potencial que se nos legó, por primera vez, cuando conocimos a nuestro dios, ese dios pagano, ese dios satánico, ese objeto idolátrico de valor subjetivo, que nos quitó el paraíso por haber descubierto otro paraíso, ya no estacional, sino en permanente cambio. El camino que nunca nos sacia fue la opción, siempre buena, de un ser que al parecer no puede morir.

Lo calculado del arte

 




Como desarrollo dialectico, en el arte, las cosas se someten al sujeto y a la sustancia. El sujeto al principio es uno (artista), una especie de dios que siente, que cree, que desea, que se involucra con su obra, que se conecta con su esencia para formar lo que él quiere que sea sustancia; mas, empíricamente, jamás se sabrá si se crea una sustancia realmente, o cuál es la sustancia que permanece de la obra, cuál muere, cuál jamás existió. 


¿Parte la obra desde otra sustancia? ¿O quizás sea la conexión de una esencia con una sustancia? Solamente en el caso de Dios, y por definición, se puede hablar de una conexión de sustancia con sustancia, es decir, hablar de conexión sería una pérdida de tiempo. ¿En qué medida analizar esto no es una pérdida de tiempo en el humano? En la medida en que nos separa de lo divino. 


¿Tan separado está el artista de la naturaleza, de la belleza, de lo sublime? Si su obra no llena ese vacío, esa necesidad no de ser dios (ni Satán), sino de encontrar lo sublime, la vida del artista es vana; una vida sin sustancia, creo, es una historia muy triste en la dialéctica creador-espectador. Luego, es el arte una forma de conexión no ya del que crea solamente, sino que interconecta a los posibles admiradores de las obras con dos posibles; todos los demás seres, subjetivos también, que tratan de entender cómo se manifestó dicha conexión, o desde dónde y en qué medida se está desconectado de estas realidades que parecieran llegar a la subjetividad, parecen advertir que es algo que siempre estuvo ahí. El arte, como la ciencia, solamente pueden existir a través de lo que tenemos en común, aunque, a diferencia de la ciencia, el arte usa un lenguaje que trasciende lo que se puede simbolizar, o que se explica mejor a través del no lenguaje. Suponemos que el arte tiende a lo eterno, y así pareciera serlo, pero sólo depende de lo eterno en cuanto al presente (Benjamin), pensar todo lo demás no tiene sentido.


Pero, ¿Qué es lo que intenta comunicarse, la sustancia o el sujeto? Atendiendo a que nosotros mismos, inmiscuidos en el lenguaje, no venimos a ser más que objetos, lo artístico nos salva; otra de las importancias del arte, es que cartografía el mar del sujeto y no el del objeto; analizar el arte es analizar los motivos del porqué seguimos siendo individuos libres, subjetivos, de valor, y no meramente objetos destinados a ser aparatos con voz, pero sin voz, con voto, pero sin voto. El arte es, por tanto, la santificación más correcta de lo pagano.


Descubre tu valor y escóndelo. Un tesoro merece eso, esconderse, y brillar de vez en cuando en los momentos en que la tierra seca necesite lluvia. Nadie quiere subjetividad por siempre, aunque ella sea la esencia del valor humano.


Si bien Hegel mantuvo su apego por el romanticismo al hablar de espíritu absoluto, su racionalismo no quedo atrás. Su famosa frase: “No importa que tan excelentemente pintados estén el Cristo o la Virgen, o que tan exquisitamente hayan sido esculpidos los dioses griegos. ¡Ya no nos arrodillaremos más!”, representa su radicalización y las razones por las que pensadores como Marx le comenzaran a seguir. Pero detrás de esta irreverencia, la cita invita a una introspección, al reconocimiento de que el espíritu absoluto no simplemente esta ahí afuera; dentro de nosotros hay una sustancia, que desconocemos, pero que permanece. Esto pareciera ser una forma de abolir el arte, ya que el arte lo vemos siempre desde algún otro, hay cosas que ningún lenguaje puede comunicar sin un otro, hay poco subjetivismo que descubrir sin un Otro. La intención no es descubrir el subjetivismo de los demás de manera directa, lo cual sería imposible; de manera indirecta, incluso, a través de los objetos, se podría ver el subjetivismo del mismísimo Dios. Como Hegel lo diría, el arte depende de su tiempo, no se puede hablar de arte llanamente, sino de historicismo; el arte, como noción metafísica, necesita dividirse para comprenderse. Una ciencia más desde el estudio, un silencio para el que admira, un grito para el artista.


Y el arte se industrializó (sin ánimos de juzgar si esto está bien o mal), a la vez que se destruyó la idea que el arte era irreproducible (¿lo es?). Las nociones del arte se pierden con la evolución humana, o cómo la humanidad, al hacerse aún más objeto, luchan por seguir subjetivatizándose. A pesar de las fuerzas adversas, de la mano invisible, de la burocracia, de los horrores de la técnica, de la fabricación en serie, algo salvaje o muy humano pareciera no morir. Lo maravilloso es que esto sería indemostrable sin la presencia del arte.


El marketing a tratado de hacerse Sustancia para encontrar el lugar común que acoja a la mayor cantidad de personas según edad, sexo, actividades y características, cada vez más especificas para el especifico consumo. Caracterizarnos es una obra de mercado. Tener cara de que nos gusta tal cosa, tal música, tal arte, es la concreción de una lógica que nació mucho antes de Altamira. La reproducción en serie de “obras de arte” involucra la reproducción en serie de su público. No debemos encontrar nada subjetivo que no sea controlado, nada espiritual ni carnal que ya no esté en boca de todos. "La sustancia" se reinventa, deja por definición de ser sustancia, pero se vende como sustancia. 


El mercado amenaza con cosas que creemos sustancia, pero que no conocemos del todo ni siquiera cómo es su verdadera esencia: la Muerte, la Felicidad, el Terrorismo, son sustanciales para llevar desde ahí al camino pavimentado de las ortopedias impuestas. Estar lisiado es la condición del hombre del siglo XXI. Ya lejos de la definición de Nietzsche del hombre de su tiempo (Rio), y del superhombre (Océano), se trata de hacer al individuo una re-presa, res-presa. Temen a la fluidez de las aguas de nuestro espíritu porque ellas pueden conectar con lo que no pueden definir, reconectar con lo sublime y encontrar el camino de su propia naturaleza hacia la sustancia, desde la esencia.


La sustancia no cede ante la repetición, aunque sea la repetición la pista para encontrar la sustancia. Todo el industrialismo del mundo y la fabricación en serie han cedido a la idea de que pueden existir dos cosas iguales; pero iguales ¿en qué sentido? ¿Desde su tiempo? Las personas que las realizan, las maquinas, la logística, los materiales, el diseño, han cambiado, y Hegel, que tomaba el arte como una forma de ver la historia, vería hoy en día al producto aún más historicista que ningún otro. Es la historia del producto un historicismo, es la historia del consumidor un historicismo, al igual que lo son la historia de la estética y del espectador. Aunque la sustancia tras el arte, aquello de lo que no podemos hablar, sea eterna.


¿Es este un argumento para decir que el producto es arte? Claramente no. El producto es una farsa, el arte es verdadero, aunque no quiere decir que el producto no sea útil o que el arte sea inútil, como intentando contrapesar las cosas desde la limitada lógica de lo conveniente. El producto es una farsa porque rellena una necesidad que puede ser llenada por otra cosa, ya sea por su copia o por algún sustituto complementario; al igual que el servicio, al igual que el consumidor. El estadio del espejo permanece durante toda nuestra vida a través de una pantalla.

 Las empresas se desmoronaran si ven demasiado al abismo. 


La razón instrumental plantea lo dual. La dialéctica, convenientemente, relata estos hechos. Por ello Hegel es un unificador de estas dos fuerzas, el mito romántico de la belleza y la estrategia fría de la técnica. Es su propio espíritu el que intenta relatar el Espíritu, pero solamente explica el estado de las cosas de su tiempo, de lo que entendió del pasado, y lo que entendería del futuro. 

Qué lucido fue Goethe cuando dijo: "Quien posee ciencia y arte, tiene también religión; y quien no posee aquellos dos, ¡Pues que tenga religión!"

Introducción a Guattari y Deleuze

 

El árbol de Porfirio fue la base para pensar la realidad según Gilles Deleuze y Felix Guattari, por su esquematismo, aunque sirva para contradecir lo que ellos proponen justo contrariamente, que la realidad carece de un centro, por lo tanto es caótica y cualquier libro que quisiere abordarla debe tener señas y contener signos caóticos. 




Por esto, se adoptó el concepto filosófico de Rizoma, para explicar mejor aún la estructura de la realidad, y a la vez, la estructura teórica de estos dos filósofos, los cuales también añadían que una estructura rizomática del conocimiento servía para poner resistencia a los modelos jerárquicos que son estructura de un modelo social opresivo.

Por esto, es digno mencionar que a Deleuze es muy difícil encasillarlo, y por su propio pensamiento, casi imposible de esquematizar, porque creía que el esquema era precisamente contra lo que había que luchar. Por ello no se podría ordenar su obra según una lógica establecida, sólo se puede contar su historia, para que cada quien la ordene de acuerdo a lo que su razonamiento requiera.

Primero, y esto es sumamente conocido, Deleuze y Guattari, eran profundamente inmanentes, porque creían que la trascendencia equiparaba la verdad a algo inalcanzable, y por lo tanto, ipso facto, jerarquizable. Con esto buscaron que todas sus propuestas no salieran más que solamente, del interior del razonamiento humano, permaneciendo tan a la a mano como un artesano pueda permitirse, moldeable, fabricable, y lo más importante, sin alguien que norme desde arriba. Creían mucho en la filosofía de Spinoza, porque éste abordaba la realidad como una mónada, esto es, la realidad es una, nada escapa de ella. Hume también fue muy valorado en su filosofía, argumentando que su propuesta contundente es evidentemente resistente a la opresión: “El hombre no es más que una suma de impresiones”. Pero su filosofo base por excelencia fue el mismo Friedrich Nietzsche, quien propuso que la verdad es relativa, sujeta al poder, y por sobre todo a la moral; quién fuera capaz de superar esta verdad se transformaría en el superhombre, el superartesano y el creador de la reacción a esas impresiones, el creador de su caracter.

Hay dos conceptos fundamentales para Deleuze, la repetición y la diferencia. La repetición forma y establece un concepto importante en una era capitalista, manufacturada e industrialista, incluso en nuestros tiempos sigue permaneciendo vigente con la entrada de la inteligencia artificial que se cree innovadora, pero que sólo repite de alguna manera los inputs que alguna vez supuso. La repetición vendría a ser lo que puede cazar el lenguaje, las mesetas, y es aquí donde podemos analizar la verdadera grandeza de la realidad según estás proporciones, ya que lo que no se repite apenas puede ser cazado, o nombrado. Aunque no hay ninguna repetición igual a otra,  y aunque esta misma proposición sea en sí una contradicción, se puede notar dónde radica la estructura del pensamiento, sus movimientos y sus analogías. Por lo que es esta diferencia entre una cosa y otra lo que vendría a ser el movimiento real y no el aparente. Es por lo tanto la diferencia la partera de la innovación, en donde se pueden descubrir los conceptos que ahuyentan y reprimen el contacto del humano con la idea. La repetición por tanto vendría a encubrir algo, sería la máscara que oculta algo más allá de lo conceptual, su esencia es poner en evidencia la insuficiencia del concepto y sus límites, con lo que ya se puede ver aún más claro la importancia de Nietzsche en esta mirada con su filosofía del eterno retorno.   

En este caso el eterno retorno es mucho más complejo de lo que pareciera ser a simple vista, porque en esa repetición de vida y de presentes eternos enmascara la diferencia, las vulnerabilidades de la realidad, de la vida, ya que anuncia las ideas que nacerán próximamente, anuncia la innovación, lo nuevo, y más aún, lo trascendente bajo cierto resguardo. Encontrar estas aberturas en la realidad son punto de mezcolanza, de ideas, verdades, resistencias a la contingencia misma, pudiendo ser interpretada de diferentes formas y reclamando nuevas palabras y estructuras.

Con esta escasa presentación se puede abordar ya la historia de las obras de Félix Guattari y de Gilles Deleuze, tanto individuales como en conjunto, y tratar de abordarlas para esquematizar con la amenaza de que no puede ser esquematizada, ni debe. Su discurso rizomático no tiene un punto de partida. Abordemos ahora los seis principios del modelo para entenderle un poco mejor:

1- Conexión: Cualquier punto de un rizoma puede ser conectado con otro punto. La realidad puede ser tomada y fabricar realidad.

2- Heterogeneidad: Aglutinador de actos diversos que evoluciona pudiendo ser cualquiera de las partes. La dicotomía de la contrastación o el pensamiento analógico serían solo una pequeña parte de una limitación

3- Multiplicidad: No deja reducirse a uno ni a un conjunto, está hecho de dimensiones asignificantes, asubjetivas, con direcciones quebradas. La realidad no es mas ni menos, aunque se separara, se dividiera, se sumase o multiplicase, tendría la misma potencialidad.

4- Rupturas asignificantes: Un rizoma está sujeto a líneas de segmentaridad y de fuga, que siempre apuntan a direcciones nuevas, que pueden ser rotas, interrumpidas en cualquier parte, en cualquier momento y resurgir nuevamente con nuevas alianzas. Con una fuerte conexión con la idea de creatividad, el agujero de las posibles inteligencias artificiales posteriores sería encontrar diferencias potenciando y desafiando al ser humano.

5- Cartografía: Mapa fundamentalmente abierto y susceptible a tener modificaciones constantemente, puede ser alterado según necesidades. Posee una historia que puede ser reescrita incontables veces, desde muchas aristas, hacia muchas interpretaciones, desafiándose constantemente con el modelo de verdad y de poder.

6- Calcomanía: La lógica es el calco y la reproducción, por ello es un modelo reproductivo y experimental. La realidad puede ser “atrapada” por el humano de una forma inmanente, sin “mirar demasiado afuera”, categorizándose de acuerdo a la contingencia y al diagrama que la circunstancia presente.

Con esto claro, ya se pueden introducir de lleno conceptos como máquina, deseo, devenir, cuerpo sin órganos, esquizoanálisis, etc. Para llegar a conclusiones que marcaron los nuevos pensamientos revolucionarios de la segunda mitad del siglo XX y de nuestro siglo, porque germinaron en la política, las ciencias y la filosofía como nuevos bloques de conocimiento y en el arte como bloques de sensaciones que fructificarían nuevamente en interminables giros, quiebres y uniones que no concluirían jamás. Es esta potencialidad lo que destruiría la hegemonía, distribuiría los actos de poder, descentralizaría los pensamientos como los sentimientos, y podrían garantizarnos, quizás, una mayor comprensión de la libertad y sus ilimitaciones en el poder de actuar, de hacer o decir algo, rayar muros, derribarlos incluso, tanto físicamente como estéticamente.

Podemos entonces comparar aunque no con las mismas herramientas, las obras de Deleuze y Derrida, quienes trataron de decir que el lenguaje debía ser desafiante respecto a sí mismo. Y sí, se propone una nueva era de industrialismo, de fabricación, aunque no tanto de repetición, sino un poco más cerca del artesanado, un industrialismo del lenguaje, donde se creen nuevas proposiciones, nuevas palabras, nuevas formas de poder, pero aún más importante, nuevas formas de revoluciones.  

El lugar de las palabras.


EL LUGAR DE LAS PALABRAS.

La escritura es el abismamiento, la inmersión [...]
Cuanto más se está perdido, más se es empujado hacia la raíz, la profundidad”


José Ángel Valente

Hay que detenerse en el lugar de las palabras, sobre ese límite sin propiedad: sobre el trazarse de la escritura en la página. Justamente algo se origina desde la perspectiva de una donación, de un trayecto que se presenta como huella y se constituye también como huella de otro y huella para los otros.
En consecuencia lo convocado, se borra en sus márgenes, pero a la vez se incorpora en ellos: trazo sobre trazo en tanto que tránsito carnal de las palabras que “nos desengendran / para hacernos nacer” 1.
Y el alumbramiento se hace cuerpo 2, en los huecos del silencio, donde su peso es la metáfora que parece resistir a la retirada. Sin embargo, lo que queda es el gesto 3 extendido de los signos que asumen nuestras posiciones.
En eso, lo que reaparece con cada tecleo, se orienta en el silencio, y se reconoce en él, para asediar (lo) otro que se reinventa en sus propias diferencias. Es ahí, aquí, que quien escribe acontece en el ritmo de lo por venir, en el tono de la destinación, en la experiencia de lo abisal que es el horizonte recobrado en la promesa.
En esa medida, las palabras, que estallan en la noche oscura, rodean constantemente la página, para devenir el corazón del afuera. Su apertura, articulada en la interrupción del pensamiento, en la fuga que no tiene localización, no es más que el interior y el exterior de todas las realidades.
Así la escritura se expone y está expuesta cuando lo que muestra en sí es un fondo de espectralidad: espectro furtivo de lo escrito que arriba, y se pone en obra, siendo la obra la propia escritura cuya voz, que es el mar, crea una porosidad entre aliento y latido, que se asocia con el decir, el exceso, la vida.

En esta ‘expeausition’ o ‘expielsición’ 4, la mano abierta exterioriza su presentación en un desborde de secretos, en el que las palabras son el ser-expuesto del lenguaje, mientras que escribir es ser (en el) mundo en la vuelta y en el reverso de lo que se nombra.
Es por eso que lo escrito remite a la memoria ya que es en la tensión de la semejanza que el sentido descubre la claridad que señala. Y es que

Hay que acoger el fulgor de la ausencia,
reflejar
el don de lo que no está
en cada cosa que creamos. 5


Lo anterior permite pensar que lo indecible en la escritura se traduce desde la hospitalidad y la revelación que son la verdad que habita los espacios entre las letras como animales invisibles que siempre retornan al origen de toda iluminación.

NOTAS
1 Fragmento del poema “Segunda oda a la soledad” de José Ángel Valente.
2 “Quizás cuerpo es la palabra sin empleo por antonomasia. Quizás es, de todo lenguaje, la palabra de más.” NANCY, Jean-Luc. Corpus. Madrid, Arena Libros, 2003. p. 19.

3 "El autor señala el punto en el cual una vida se juega en la obra. Jugada, no expresada; jugada, no concedida. Por esto el autor no puede sino permanecer, en la obra, incumplido y no dicho. Él es lo ilegible que hace posible la lectura, el vacío legendario del cual proceden la escritura y el discurso. El gesto del autor se atestigua en la obra a la cual acaso, da vida como una presencia incongruente y extraña, exactamente como, según los teóricos de la comedia del arte, la burla del Arlequín interrumpe de manera incesante las vicisitudes que se desarrollan en la escena y obstinadamente deshace la trama. Sin embargo, así como -según los propios teóricos-la bufonada debe su nombre al hecho de que, como un lazo, ella vuelve siempre a reanudar el hilo que ha desatado y aflojado, de igual manera el gesto del autor garantiza la vida de la obra sólo a través de la presencia irreductible de un borde inexpresivo. Como el mimo en su mutismo, como el Arlequín en su burla, el autor vuelve incansablemente a cerrarse en lo abierto que él ha creado. Y como en algunos viejos libros que reproducen, aliado de la portadilla, el retrato o la fotografía del autor, en cuyos rasgos enigmáticos intentamos en vano descifrar las razones y el sentido de la obra, así el gesto del autor vacila en el umbral de la obra como el exergo intratable, que pretende irónicamente poseer e! inconfesable secreto." AGAMBEN, Giorgio. Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2005, pp. 90-91.
4 “Cuerpo expuesto: esto no significa la puesta a la vista de lo que, ante todo, había estado ocultado, encerrado. Aquí la exposición es el ser mismo y esto se llama: el existir. Expielsición: firma directamente en la piel, como la piel del ser. La existencia es su propio tatuaje”. NANCY, Jean-Luc. El sentido del mundo. Anthropos: Madrid, 2006. p.98.
5  Fragmento del poema “El anuncio” de Hugo Mujica.  


RELATO: AHORA NO, AHORA SÍ

AHORA NO, AHORA SÍ
¿De qué dependen nuestras constantes vitales? ¿Quién observa y quién es observado? ¿Quién decide si "Ahora sí" o "Ahora no"? ¿Quién es dueño de su propia luz?

La calle ha quedado oscura. Tan sólo una intermitente luz, tenue, parece decir: ahora no, ahora sí, como el faro que vela el puerto y guía al tardío marinero en su vuelta a tierra. El cielo ruge con estruendo y comienza a llover. Desde una ventana, un gato aburrido bosteza, acurrucado y caliente, y observa la escena con mirada fría. Un golpe de viento apaga la farola durante un momento: ahora no, ahora no…, ahora sí, y continúa delirando al paso de la tormenta.
Al final de la calle tuerce la esquina un carro de metal, cuyas ruedas rozan chirriantes en la acera mojada, rompiendo el copioso ritmo del concierto. En el carro hay dos mantas dobladas, unos pantalones, una camisa, un plato de hojalata y un cuchillo con robín. Junto al carro tuerce también la esquina un perro grande y parduzco. Su collar está atado al carro por una cuerda rancia y desfilachada. Tiene el hocico levantado y cierra los ojos ante la intensidad de la lluvia. Agacha las orejas cuando el cielo vuelve a rugir. Sujetando fuerte el carro y conduciéndolo bajo la tormenta aparece, al fin, Nicholas. Camina muy despacio, sin prisa ni ilusión: sabe que no tiene a nadie que le espere, ni brazos que lo abracen, ni besos que lo besen, ni lar que lo caliente. Tiene el pelo largo sin recoger y la nariz afila su rostro enjuto. Sus ojos pardos denotan cansancio tras un día duro, tras una vida dura. Las piernas le tiemblan, también los brazos y manos; le tiembla el corazón, el alma. Avanza unos metros y se detiene. Del bolsillo de su chaqueta terregosa saca un  viejo pañuelo de tela, mojado, y se suena tan fuerte como puede. El perro ladra nervioso y él lo calma con una palmada cariñosa en el lomo al tiempo que le sisea. Prosiguen el camino por medio de la oscura calle, el agua se cuela violentamente por los agujeros de sus botas que levanta con gran esfuerzo a cada paso que da. La delgadez se concentra en su cuello marcado y en los dedos largos de las manos. Al paso por la farola Nicholas suelta el carro y se detiene a observar el discontinuo parpadeo descompasado. Su corazón late fuerte al ritmo de la luz: ahora sí, ahora no. Llueve intensamente y el cielo ruge que ruge. Ahora no, ahora sí. La luz se vuelve cada vez más débil y el hombre cae de rodillas con sus manos en el pecho, agarrándose la camisa. El perro ladra que ladra y su dueño mira la farola, con esperanza, con dolor, con lágrimas saladas mezcladas con el agua salada de la tormenta que le entra por las orejas y comisuras de la boca. Ahora sí, ahora no. Un trueno eterno rompe el cielo y tambalea la farola. Ahora no,…ahora no… ahora no.

Desde una ventana un gato aburrido bosteza, acurrucado y caliente, y observa la escena con mirada fría: un extraño hombre yace tendido, inmóvil, bajo la densa lluvia y un perro parduzco lo vela; ladra en la oscuridad plena atado a un carro chirriante.

Minirelato: Are you ready?

Are you ready?
Minirrelato minimalista que trata de indagar, por un lado, en cuán pequeñas o grandes son las cosas que nos hacen esbozar una pequeña sonrisa, y por otro, en cuán preparados estamos ante los retos, pequeños o grandes, que se nos plantean.


          Mi mano sujeta una copa de cava; quizás es vino, ya da igual. Me acompaña en el sofá una chica conocida, también sujeta una bebida entre las manos. En otro sofá dialoga una pareja, tranquila. Intento entender lo que dicen, pero me resulta complicado. No creo que hablen el mismo idioma que yo.  O puede que la culpa sea de un barbudo, que sentado al otro lado del salón, trata de calentar el ambiente con discos de música reggae. Sonríe al tiempo en que otro barbudo, más joven, le pasa algo que parece una colilla interminable. Fuman marihuana, distingo el olor. De vez en cuando alguien dice algo y todos nos miramos y tratamos de comunicarnos, pero pronto se rompe el hilo.  Y suena una canción, Are you ready to feel my love? Are you ready to give your love? Entonces miro a la chica y le canto el mismo estribillo al oído. Me mira y sonríe. Estrecha mi mano. 

Una mente atormentada… PARRESÍA


Una mente atormentada… PARRESÍA
Y aunque a veces paseo por esta vida, sin nada interesante que observar, ésta misma indiferencia me dice que... nada ha de pasar si sigo pensando así, mientras estoy despierto artificialmente, puesto que este maldito café me tiene suspendido en mi paupérrima realidad y no concibo muchas sensaciones, solo aquellas que me amargan el ser. A veces me gusta flotar en este infinito vacío, aquí siento, que muchas veces no existe el tiempo, lugares, personas; creo que esto me sienta muy bien, así pienso que deben sentirse los adictos..

El escribir todo esto, que clama salir de una u otra manera, me calma como cuando tienes sexo “ya lo tuviste y estas calmo”, pues en mi penumbra siento cómo mis demonios, se van soltando a veces uno por uno; a veces como jaurías sin que nada pueda hacer, todo esto me está afectando, sin embargo no caigo en cuenta y cuando tomo conciencia, se han escapado, se que me pueden acarrear problemas, pero… son más fuertes que yo y peor aún… son más listos que yo y soltarlos, sería solo un placebo, una forma de desahogo, algo que no sentía hasta ahora, no sé cuántos de ellos halla, solo sé, que se deslizan yéndose como en un río, eso me hace sentir triste, pero no por sentirme triste o vacío, significa para mí estar muerto, creo que ésta condición es lo contrario, por que solo las criaturas muertas no sienten nada; ni tristeza, ni calor, ni frió o miedo por lo inerte de su corazón, yo siento todo esto, aunque esto signifique tristeza. Tengo un conflicto y se acerca, vivo esta condición, sin embargo, conforme se acerca la hora, mi corazón se apaga como preparándose, es como un sabor amargo en mi boca, es la que me avisa que los próximos días, serán nublados en mi cielo azul.
Estoy en pleno conflicto, ¡mi día llegó! y como no hay plazo que no se cumpla...“¡¡Mi infierno... aquí estoy!!, soy aquel Fausto, pero me aisló, estoy refugiado en mí, soy mi fortaleza y no quiero ni pienso salir. Ésta última refriega, la he tratado de superar, pero creo que no salí bien librado, me siento mal y tampoco creo que me componga o sane rápido. En este mi infierno infinito, los pesados fuegos de mis problemas me queman, me asan, queriendo extraer ese jugo mío llamado “paciencia”.
Por eso a veces lloro por mí, pues soy el único que me consuela, que me aconseja y me corrige y a veces también me insulta, es ese llorar, esas lágrimas que están llenas de pésima amargura así que pienso que lo peor de mí, es un buen método para expulsar estas sensaciones, por ello me gusta dormir cansado, pues es la única manera en que mis demonios también duermen. En ocasiones cuando estoy semitranquilo, extraño ese estado de tristeza y melancolía y sin darme cuenta es ese mismo extrañar el puente que me conecta a estos estados de gracia, aún tengo miedo de mí… y no sé en qué momento empecé a tener conciencia de mí o en que momento me volví autocrítico y destructor propio… Me pregunto ¿Que cuando me detendré? No lo sé todavía, porque ya tomé conciencia y me será difícil perderla, el solo pensar que regresaran esos viejos fantasmas que me atormentan me llena de frustración, facilitaría mucho el que me ausente mentalmente un tiempo, pero quizás… sean más poderosos, las ansias me carcomen por esa necesidad de desahogo neurótico y procuro calmarme, sin embargo… tengo que dominar mis demonios.
A veces me pregunto… ¿Cómo poder alcanzar la felicidad?, si no me siento completo, y finalmente, todos tenemos un neurótico dentro. Pero…hoy me siento algo bien, como ansioso, será que mis monstruos fueron aplastados por mis problemas, o quizás mi manto de optimismo los hundió cual barco era destinado a capitular, no lo sé aún, presiento que ellos emergerán como un gigantesco submarino o saldrán como hormigas bajo pesadas rocas dispuestas a atacar todo lo que se les atraviese, me cuesta trabajo luchar contra mis monstruos internos en mi pensar muchas veces gozo con esta lucha neurótica y también creo que tardare en acabarla sé que tengo la solución en mis manos para el fin de esta contienda, pero también pienso que no quiero que la batalla acabe. No importa cual rápido vaya la vida, porque sé que en algún tiempo, ésta llegara a su destino fuere cual fuere, entonces bifurco mi vida entre la tristeza y la alegría, a veces creo que mezclarlas y revolverlas evitaría que no sean tan amargas y sin pensarlo pueda diferenciarlas cuando me toca tristeza o alegría, esto me demuestra que por más alegrías o tristezas que tenga estas nunca serán mezclables, por eso el romper un sentimiento o la confianza, ya sea propio o ajeno y decir que puede sanar completamente es falacia, pues este quedara como un vidrio roto mal pegado que no aguantara golpes quedos, pues estará sentido. Los problemas nacen, crecen y se reproducen dentro de mí, no mueren, siguen creciendo, lo siento en mi pecho, se inflan tanto que me hacen reventar y sigo teniendo el mismo ciclo de problemas, siempre el miedo me ha mantenido despierto y alerta, tan despierto y alerta que si diéramos medida de tiempo a esto, diría seguramente que hace años que no duermo. Me pregunto ¿Que si tengo miedo a caer en algún vicio?.... ¡No¡ no lo creo, mis problemas internos son superiores, ¿Tristeza y melancolía?...... si alguien quisiera conocerla en persona, búsquenme ¡aquí estoy yo! Lo mejor de estar solo, es que te muestras presto a aflorar cualquier sentimiento sin necesidad de caretas o máscaras. En este momento, tengo una calma comparada solo con la mar; y no sé en qué momento se desatará la tormenta. No le temo a la tormenta en sí, a lo que le temo es ahogarme en ella, tengo sueño, mucho sueño, y no quiero dormir, mis demonios vuelven a pelear y no hace falta decir quién ganará, siento mi cuerpo pesado, muy pesado, me cuesta levantarme, caminar, como si fuese yo un gigantesco imán de demonios y a todos los cargo yo, me cuesta aceptar mi condición anímica actual, debo ser sincero, al decir verdad, no sé si tenga tal.
Me gusta dormir cuando puedo, que fantástico y que bien se siente dormir y entrar en un mundo en donde el “yo” no existe. No sé en qué momento empecé a caer en esta vorágine, no sé dónde voy a caer, siento que caigo y caigo, lo único que sé es que no quiero que nadie se vaya conmigo.
Me siento tan mal, que ya ni el café me reanima como lo hacía antes, y por mas que intento levantarme, no lo consigo, en mí está lograrlo, pero ya no sé si quiero, creo que al volver por aquellos lares mentales me enferman, los recuerdos me atacan rápidamente como diabólicas pirañas con carne fresca, y huyo donde sea, me voy enfermando, infectando como leproso sin detenerme, eso me recuerda que cuando empiezas a probar el dolor en cuestiones de amor, de alguna manera te empiezas a volver adicto a él, lo buscas, lo encuentras, lloras, gritas, maldices visceralmente vomitas en él, y al fin y al cabo, te reconfortas, vuelves a buscarlo como cualquier vicioso busca su droga, en mi miserable condición, ya no importa nada, lo que es peor, ya no sé como reanimarme; y no sé cuánto tiempo tendré la fuerza suficiente para seguir intentándolo antes de darme por vencido. Estoy conociendo sentidos en mi propio desánimo, que nunca había experimentado, sin embargo como dije antes estoy consciente, estoy viviendo cada día, como cuando cargas algo muy pesado, soportable, y aumentando peso cada vez, sabiendo que llegara el día en que no aguante más. No quiero hacerle daño a nadie, creo que lo mejor será irme… pues no sé si tiene sentido esta situación…y no sé si todo el ánimo y las fuerzas que tenía volverán… porque me estoy haciendo tanto daño…que aun muerto sufriría…

Relato: El extraño invitado

El extraño invitado
En el momento en que creemos que todo es extraño ante nuestros ojos, nos convertimos nosotros mismos en extraños. ¿Cómo puede alguien volver a la tierra donde nació y no sentirse parte de ella? ¿Qué es lo que queda en nosotros cuando olvidamos? ¿Qué encierra nuestra memoria? El protagonista de este relato vuelve a su tierra a descubrirse.

          Cuando llegó al pueblo le invadió una pena inmensa que recorrió sus piernas y brazos y sintió que jamás lo volvería a abandonar. Muchos eran los años que habían pasado desde la última vez que hizo la visita para cobrar la herencia que sus padres le habían dejado, y malvenderla. Hubo de llegar en autobús y kilómetros antes pudo darse cuenta de que algo raro ocurría, nada estaba como entonces, que las peñas de roca dura que indican que entras en zona montañosa parecían ahora de arena blanda, dispersa por la ventisca de los idus de octubre, los ríos y valles de su infancia parecían menguados y sedientos, los almendros resistidores de otro tiempo se torcían ahora moribundos hacia la tierra. Entrar en el pueblo supuso el sentirse un extraño entre tanta gente desconocida y notar que nada se mantenía como lo recordaba, las calles habían sido empedradas de impoluto adoquín, frente al barro sucio que de niño habían gozado sus pantalones, en los balcones no colgaban las tristes yedras amarillas que una vez pudo ver, seguramente fueron redrojos de las flores nuevas carmesí, el párroco no fruncía ahora el ceño enfadado ante los balonazos en su portal sino que reía y contaba historias de Cristo a niños bien peinados, y con zapatos relucientes sin rotos en los exteriores. En la plaza del pueblo había una fuente donde antaño hubo un ciprés, es el ayer frente al hoy. Paseó por el pueblo y no pudo sino saludar a gente extraña, se apretó la corbata y se abrochó la americana, y recorrió lo que antes fueron las casas de sus vecinos, no reconociendo forma ni estructura alguna, mucho más modernas que hacía años, y la gente lo miraba y veía cómo se tapaban la boca, que acercaban a la oreja de algún otro extraño para comentarle acerca de aquel hombre barbudo que paseaba desorientado. El barbero no era barbero, sino una chica que se hacía llamar esteticista y no afeitaba a cuchilla, sino a láser. Hasta los perros eran otros, ninguno caminaba solitario ni ladraba despavorido, todos llevaban su collar con alegres colores y levantaban la cabeza al cruzarse con otra gente, gente extraña con lentillas y bolsas de la compra en lugar de cestas o carritos, con calefacción en sus casas que no deja exhalar el humo contaminante de los hogares, pues ya no era necesario. Llegó al parque y los niños disfrutaban con sus padres, que jugaban con ellos; antes, nunca fue tal, los jóvenes no llevaban relojes ni compañías adultas en sus juegos. Lo que hubo de ser la antigua casa donde se crió se había convertido en local de copas y bailes, con sus luces apagadas que aguardaban al atardecer para iluminar la entrada. Había llegado él al pueblo en pleno otoño como pregonero invitado en la inauguración de una feria tecnológica, sabiendo alguien en el consistorio que alguna vez él mismo perteneció a aquellas tierras, y conociendo, mal que bien, los propios avances del susodicho pregonero en el campo de las nuevas tecnologías. Todo el pueblo fue a verle hablar, con la curiosidad de quien quiere examinar lo desconocido. Desde el balcón del consistorio pudo ver el pregonero el extraño pueblo y a su gente, abarrotada extrañamente para recibir a un extraño, a un extranjero. El pregonero invitado sintió la angustia de quien no reconoce elemento alguno, el sudor le resbaló por la frente y se le nubló la mirada. El alcalde, que lo acompañaba, le ayudó a tumbarse dentro del salón y la gente empezó a zumbar en rumores bajo el balcón. En qué nos hemos convertido, pensó el invitado, y cayó su cogote crujiendo la madera del piso. Murió sin más. Pero antes hubo algo que lo alivió: desde el suelo y con la mirada borrosa observó a través del balcón el torreón de la iglesia, que seguía igual que entonces, con su piedra lastrada por los siglos, y sobre el campanario, un nido de cigüeñas que peregrinaban, y escalaban en el mismo techo de pizarra negra cada año, igual que entonces. Y se dio cuenta en el último momento que, sobre todo, lo que nunca había cambiado, era el frío helado que irrumpe en otoño. El frío.

RELATO: DE NIEVE Y PANOJAS

De nieve y panojas

Este relato supone una escena cotidiana en muchos pueblos de sierra. Además, nos pregunta, ¿Cómo es posible que se disfrute algo que se olvida, pero que al mismo tiempo, se desea con ahínco que vuelva y vuelva a ocurrir? Sin él saberlo, algo similar es lo que le sucede a Pepote.





El invierno de aquel año era el más frío de los que se recordaban en el pueblo y la noche se había encargado de borrar el cemento de las calles blindando de nieve entrada y salida del lugar. Las chimeneas exhalaban, desde primera hora de la mañana, el humo espeso de quien achica frío desde una estufa y de quien hierve la leche o el café en un trípode férreo. La madre de Pepote despertó a su hijo antes de hora y deslizó de corrido una cortina de tela suave, hay nieve, hay nieve!, gritó con una sonrisa mal disimulada, sin saber muy bien si le agradaba o le disgustaba la presencia del puro invierno. Pepote, como no habría hecho desde la vuelta al colegio en septiembre, abrió los ojos envalentonado, lanzó las mantas a los pies de la cama y se levantó como un resorte, y con una gran zancada alcanzó su cara el frío cristal de la ventana, hoy no hay cole, no hay cole, se apresuró a decir, y el vaho de su boca empañó el vidrio, vaho de ilusión, vaho helado como la propia nieve. Desde allí vio cómo el olivar se había tornado espumoso, cómo las tejas de arcilla de los tejados bajos eran ahora de roca lunada, cómo las chimeneas luchaban por lanzar sus nubes negruzcas lo más lejos posible de la límpida estampa blanca, y vio un gorrión indefenso sobre un cable de la luz, encogido sobre sus débiles patas. Era el día del año más ansiado por Pepote. 
Cuando estuvo preparado, y casi desoyendo advertencias de su madre, salió a la calle, guantes de lana por encima de las mangas de un abrigo voluminoso, bien abrochado hasta la boca, gorro también de lana calado por debajo de cejas y orejas, y pantalón de pana con unas botas katiuskas por encima y hasta las rodillas. El crujido de la nieve bajo sus botas era nuevo cada invierno para él, tanto que seguro agradecía tener tiempo durante el año para volverlo a olvidar. Ningún coche se había atrevido aún a crear las marcas necesarias para otros vehículos y tan sólo se apreciaban las huellas diminutas de ida y vuelta de alguna vieja que había ido ya en busca de pan. Al pasar por la puerta de su amigo el gitano tocó en ella con insistencia hasta que apareció su padre Don León, con el rostro enjuto, mucho más arriba que el mío y la nuez marcada, bigote espeso y casi cano, apoyada una mano en el filo de la puerta, la otra en una vara de acacia, y mirada hibernal, casi dormida. Está el gitano, Don Léon, le preguntó Pepote. Don León le guiñó un ojo con aprobación y le dijo, pasa, que se escapa el gato, y cerró la puerta tras el niño. La lumbre caldeaba todo el salón y sentados mirando al fuego estaban él y su madre, hola, gitano, que hoy no hay colegio. Don León y Pepote se sentaron también junto a la chimenea en sillas bajas de madera de pino y asiento de rancia anea. El gitano vestía un pijama color aceituna, diríase del tono de su piel, y descansaba sus pies desnudos en las chambranas de su silla, evitando el contacto con el suelo de las baldosas pequeñas y uniformes, y frías. A su lado, la madre retiró una panoja de la lumbre y se la ofreció a Pepote entre pañuelos de papel, almuerzos de panizo para el frío advenedizo, dijo ella, y ofreció otra panoja asada a su hijo, y otra a Don León, que recitó con cierta alegría, frío en invierno y calor en verano, eso es lo sano. El placer que sintió Pepote al desgranar el maíz era comparable al crujir de la nieve virgen cuando se pisa. Salada y dulce le quedaba la boca, y no cesaba en su empeño hasta llegar a la raspa; entonces continuaba rodeando la mazorca con los dientes y guiando su aventura con la nariz, tiznada de limpiar granos tostados, saboreando el calor del hogar que calentaba su cara y sus manos de niño, y también secaba la lumbre el pequeño charco bajo sus pies que había formado la nieve incrustada en la suela de sus botas katiuskas. Ese día, ese invierno, Pepote no lo quería olvidar.