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Searle y Kripke: superando el descriptivismo.

Apuntes de base para leer a Searle y Kripke

Searle y Kripke
Searle y Kripke

John Searle busca realizar una crítica profunda a las teorías descriptivistas de Frege y Russell, para ello elabora su denominada "teoría del cúmulo". Saul Kripke por su parte, no concuerda con Searle en buena parte de sus planteos.


PARTE PRIMERA: SEARLE ¿EN QUÉ CONSISTE LA TEORÍA DEL CÚMULO Y QUÉ PROBLEMA SE PROPONE RESOLVER?

John Searle propone una versión descriptivista que suele llamarse “teoría del racimo” o “teoría del cúmulo”, en respuesta a las posturas tradicionales en teoría de la referencia. Searle comienza en “Nombres propios y descripciones”, haciendo un muy buen compendio de las teorías de Frege y Russell, que sirven de base para el planteo de los problemas que el autor pretende abordar.

Más allá de la facilidad con la que una teoría descriptivista logra dar cuenta del significado de los enunciados de identidad así como de los enunciados existenciales, parece poco plausible establecer una equivalencia entre descripciones definidas y nombres propios, ya que eso implicaría el considerar como necesarias ciertas propiedades contingentes sobre el portador del nombre. Para este autor, la utilización de un nombre en diferentes situaciones implica que en todas ellas se trata del mismo objeto que es pasible de ser reconocido como tal; de este modo quien habla debe poder identificar el portador del nombre. Searle señala la importancia del uso y la enseñanza del uso de los nombres propios, sugiriendo un estrecho vínculo entre el uso de un nombre y el conocimiento de las características del objeto que se nombra y que lo distingan de otros objetos. El conjunto de descripciones es lo que hace posible el uso y la enseñanza del nombre, de modo que si bien es posible negar alguna de las descripciones del cúmulo, no tiene sentido negarlas a todas.

El nombre está vinculado analíticamente no con una sola descripción sino con la disyunción identificadora de descripciones del objeto. No obstante, Searle dirá que más allá de ser analítico, ese vínculo también es laxo, en virtud de que pese a asumir que lo nombres propios poseen un sentido, ese sentido es no obstante no del todo preciso, ya que las características que constituyen las identidad del objeto que porta el nombre no se encuentran totalmente especificadas. Esa calidad laxa referida, implica que es posible usar un nombre propio sin establecer propiedades del portador del nombre.

Como argumentos a favor de la teoría del “no-sentido”, se expresa que los nombres propios no son equivalentes a las descripciones definidas porque llamar a un objeto por su nombre no es un modo de describirlo. Nombrar es una preparación para describir y no un modo de hacerlo. A partir del nombrar puedo predicar de ese objeto, determinadas propiedades. El nombre no es verdadero o falso, como sí es el caso de una descripción.

 Uno de los problemas de esta teoría, es la paradoja de la identidad que se plantea en Frege. Plantea además otras objeciones a la teoría del no-sentido: poder dar cuenta de la diferencia informativa de a = a y a = b, y luego los enunciados existenciales (ya sean afirmativos o negativos).  En “El actual rey de Francia existe” parece que no hay modo de decir que la existencia se está predicando de un concepto. Hay que tener presente que en Frege, un enunciado del tipo  “Luis XIV es el actual Rey de Francia” es un enunciado de identidad, es decir, de tipo a = b. Russell dirá que no es de identidad sino de predicación, ya que toda descripción definida es predicativa.

Si pongo la descripción en lugar del sujeto transformando de ese modo el nombre en un concepto, el asunto se complica y termina teniendo razón Russell. Lo que Searle plantea es que si el sentido del nombre es una descripción, entonces ese sentido podría ser un concepto y yo podría decir de ese concepto que es vacío, y eso complica la situación con los enunciados existenciales.

El nombre tenía contenido descriptivo para Frege, y ese contenido no podría ser otra cosa que el sentido del nombre propio. Hay un sentido, pero no sólo la afirmación de que los nombres tienen un contenido descriptivo sino el resto de la teoría que sustenta esto, se vuelve inconsistente.

Parece excesivo (o algo “tramposo”) el argumento que plantea que la identificación entre el significado del nombre y el objeto, implique a que si desaparece el objeto desaparece también el significado. Los que defienden la teoría del no-sentido dicen que se fija el significado señalando el objeto al que se le pone el nombre, pero si el objeto desaparece no quiere decir que el nombre se quede sin significado. 

Si una palabra es un nombre propio entonces es necesario que exista el objeto al que nombra, pero eso no quiere decir como plantea Searle, que necesariamente el objeto sea necesario. No se sigue que haya objetos necesarios. Claro está que si acepto un nombre propio genuino, estoy aceptando que el objeto existe.

En lo que refiere al planteo de Searle para dar respuesta a sí los nombres propios tienen sentido (que plantea de más de una manera), ensaya una respuesta de versión fuerte y otra débil. Por ejemplo, si pensamos en el caso de “Aristóteles fue el discípulo de Platón”, la versión débil sería que dado que Aristóteles tiene ese sentido entonces el enunciado es analítico; la versión fuerte exigiría no simplemente que la proposición contuviera algún predicado que forme parte del sentido “Aristóteles” sino que contuviera una descripción que definiera únicamente a Aristóteles. La versión débil exige solamente que el enunciado sea analítico, porque el predicado que se predica en el enunciado forma parte del sentido del nombre pero ese predicado no tiene por qué definir únicamente al portador del nombre. La versión fuerte implica que los enunciados analíticos que interesan son aquellos en los cuales el predicado contiene una descripción definida que solo es verdadera sólo en ese caso.  

Si consideramos “Aristóteles era un hombre”, parece que el concepto “Aristóteles” incluye de algún el concepto “ser humano” pero en sentido débil porque “ser humano” no define a “Aristóteles” sino que se aplica también a cualquier otro individuo, no siendo suficiente para definir al sujeto de la proposición.

Dice que la ostención conecta el nombre al objeto en virtud de especificar características del objeto para distinguirlo de otros objetos. Si eso es así, si yo señalo el objeto y lo nombro para que alguien aprenda el nombre del objeto ¿qué estoy señalando exactamente cuando señalo un objeto? Necesito múltiples ostenciones para poder fijar realmente lo que quiero señalar. Puede pensarse entonces que también las ostención de algún modo presenta de alguna forma el objeto.

Es cierto que cuando hacemos una ostención a veces es necesario de algún modo darle algún rasgo para distinguir el objeto que estamos señalando (por ejemplo: el color rojo, pero eso no es una descripción definida, por lo que estamos en la versión débil). No es claro que la determinación de algún rasgo de una persona implique que uno maneje una descripción definida de esa persona. Por ejemplo uno puede definir a una persona por propiedades que no son las que siempre caracterizan a esa persona.

Menciona las pre-condiciones para usar el nombre, suponiendo que algunas de esas descripciones son verdaderas. Si no es así, entonces no estábamos usando el nombre.

PARTE SEGUNDA: CRÍTICA A LA PROPUESTA DESCRIPTIVISTA DEL NOMBRE ¿EN QUÉ CONSISTE LA PROPUESTA DE KRIPKE RESPECTO AL NOMBRE Y LA CRÍTICA A LA TEORÍA DESCRIPTIVISTA?

En “El nombrar y la necesidad”, Saúl Kripke realiza una crítica a las llamadas “teorías del racimo” o “teorías del cúmulo”, entre las que se cuentan las teorías de Searle. En sus conferencias, Kripke introduce el término de “designador rígido”, que refiere a una entidad  que es la misma en todos los mundos posibles en los que ella existe, mientras que no designa nada en los mundos en los que dicha entidad no existe. Son designadores rígidos los nombres propios, las descripciones definidas, las sensaciones (como “placer”), así como las clases naturales. Estos designadores aparecen como contrapuestos a los designadores no rígidos o débiles, que designarán diferentes entidades en diversos mundos posibles. Hay que mencionar también a los designadores rígidos llamados “obstinados”, que según algunos autores y comentaristas, son designadores rígidos que refieren a la misma entidad aún en aquellos mundos posibles en los que dicha entidad no existe. 

Lo que Kripke va a criticar en principio acerca de las teorías de Frege y Russell (reconociendo que son diferentes en lo que refiere a los nombres propios genuinos), es que plantean que el único modo de fijar la referencia es a través de una descripción. Según Kripke, la referencia de un nombre no se fija por una descripción, ni hay una descripción que sea el sentido de un nombre, aunque hay algunas descripciones que son designadores rígidos (aunque la mayoría no lo son). El nombre se fija por medio del acto bautismal, es decir, un acto en el cual se nombra un objeto con un nombre determinado. El objeto no se describe, sino que en el acto de bautismo el objeto está presente (Russell diría que hay conocimiento directo del objeto al que nombra). En casos como por ejemplo Aristóteles, al no tener nosotros conocimiento directo, Kripke dirá más adelante que existe una cadena causal que se va trasmitiendo de generación en generación desde aquél acto original. Claro que podemos llegar a identificar a Aristóteles a través de descripciones, pero no es esa descripción la que fija el significado de Aristóteles. 

Si uno se toma en serio la idea de que el significado de un nombre propio es sinónimo de una descripción identificadora, entonces se podría sustituir un nombre propio corriente (como por ejemplo: Aristóteles) por la descripción del objeto (por ejemplo, si uno cree que la propiedad identificadora de Aristóteles es “el más famoso discípulo de Platón”). Si efectivamente el contenido de un nombre propio fuese sinónimo de una descripción, surge un problema al decir que “Aristóteles fue el discípulo más famoso de Platón” ya que sería tautológico.  Kripke entiende que algunos descriptivistas ya notaron ese problema, modificando lo referente a la única propiedad verificadora por una especie de familia de definiciones, una especie de disyunción (en el ejemplo de “Aristóteles”, sería “el discípulo más famoso de Platón” o “el Maestro de Alejandro Magno” o “el autor del Organon”). Lo que se necesitaría es que la mayoría de esas propiedades (o una mayoría ponderada) sea verdadera para ser competentes en el uso del nombre, pero no se necesita que todas lo sean. Da la sensación que esta solución no se enfoca  realmente en el problema.

Kripke reconoce el atractivo que posee el descriptivismo, pero tiene razones para pensar que existen razones fuertes para concluir que las teorías descriptivistas son falsas. Advierte sobre una versión fuerte y una versión más débil del descriptivismo; en esta última uno no puede sustituir el nombre por una descripción. Esta versión débil no tiene el poder explicativo de la versión fuerte.

Como se dijo líneas atrás, la referencia de un nombre depende de la cadena de comunicación que enlaza a los hablantes que usan el nombre referido. Hay un bautismo inicial o acto bautismal y luego una sucesión de eslabones mediante el que se trasmite el uso del nombre. Kripke no realiza una caracterización exhaustiva sobre las condiciones que debe cumplir esa cadena para fijar la referencia de un nombre. Los bautismos iniciales pueden darse ya sea por ostensión o también por descripción.

 La cuestión que tiene que ver con la esencia y con propiedades esenciales de la que Kripke hablará, no es independiente de los criterios de identificación. La idea de mundo posible podría generar la idea de otro mundo paralelo observable, pero no se trata de eso, sino que la idea de “mundo posible” tiene la finalidad de trabajar desde el punto de vista contra-factico (contrarios a los hechos en efecto regresivo).

Decir, como dice Kripke, que hay un mundo posible en el que Nixon no ganó las elecciones, implica decir que el mundo actual podría no haber sido así. Pero en lo que refiere a la identificación, eso no se plantea como problema por parte del autor. Cuando digo “Nixon” me refiero a “Nixon” en el mundo actual, podría no haber sido Presidente, pero el fijar la referencia se da en el mundo actual. Al describir en el contra-factico una posibilidad alternativa es que se daría la idea de “mundo posible”, pero no implica de ninguna manera la existencia de mundos paralelos.

Tarski desarrolla en la teoría de modelos una semántica de lenguaje extensional de la lógica, para la interpretación de un sistema lógico uno puede asignar referentes a distintos objetos, a términos singulares, a predicados, clases; la interpretación es una función que va del lenguaje-objeto a un mundo definido. Cuando ese mundo definido hace verdaderos a todos los enunciados de la teoría, se dice que es un modelo de la teoría. Esa es una teoría de modelos que se aplica únicamente a los lenguajes extensionales y no a los lenguajes que contienen operadores modales. Entonces Kripke (en otros trabajos), construye una teoría de modelos para los lenguajes intensionales y en esa semántica es donde introduce un mundo determinado (actual) y un mundo posible; entonces yo puedo definir “necesario” como verdadero en todo mundo posible o posible como verdadero en algún mundo posible. Esa teoría de modelos kripkeana podría generar la idea de múltiples mundos que coexisten simultáneamente, pero eso no es lo que el autor pretende.

Si bien hablará de propiedades esenciales (en los seres humanos, en algún otro trabajo menciona el ADN) y las reconocerá, pero no es necesario que las haya para reconocer a través de los mundos. Kripke dice que no es necesario que yo conozca esas propiedades esenciales cuando fijo la referencia. Basta con saber que el nombre se aplica a la persona, porque el nombre es un designador rígido. Siempre referirá a esa persona en todo mundo posible. Y la referencia se fijó con un acto bautismal que une el nombre al objeto.

No son las cualidades las que determinan la referencia, porque la referencia sería la misma aún cuando el sujeto o el portador del nombre tuviese otras cualidades. El problema de la identificación no tiene que ver con la cuestión de las propiedades esenciales.
Todo esto es crucial para la teoría del nombre y también para su teoría de los designadores rígidos que le va a permitir explicar los enunciados contra-fácticos.

Una descripción definida no puede dar el significado del nombre, ya que son hechos contingentes. Si fueran las definiciones las que fijan el significado entonces por ejemplo “Aristóteles fue discípulo del Platón” sería necesario, pero es contingente. En este punto parece muy razonable lo que plantea Kripke.  

Respecto de los cúmulos de propiedades, “X” refiere si satisface un determinado conjunto de disyuntos. Kripke plantea el problema de si esos disyuntos tienen el mismo peso o si por el contrario hay que establecer alguna ponderación entre propiedades triviales y las cruciales. El autor se posiciona cercano a esta última opción. Si más de un objeto satisface una disyunción, entonces no refiere, porque la condición es que haya un único objeto para que refiera.

Kripke analiza la teoría del cúmulo de los nombres, que se propone para que no sea sólo una descripción la que defina, sino que haya una disyunción. Ahora bien, aún para la teoría de cúmulo, para que pudiéramos decir que es necesaria “p” o “q” o “r”, debe haber por lo menos una de ellas que sea necesaria.  La historia bíblica no nos da propiedades necesarias sobre “Moisés”. Si ningún individuo cumple con todas las descripciones que aparecen en todos los textos bíblicos, deberíamos concluir que Moisés no existió. Pero si consideramos que esas descripciones sirven para fijar la referencia pero no para fijar el significado del nombre, entonces simplemente decimos que existió alguien llamado “Moisés” pero todo lo que se dice él es falso. Si yo considero la teoría de cúmulo como una teoría del significado, entonces yo puedo decir a priori que Moisés no existió, en caso de que ningún individuo cumpla con las descripciones. La teoría del cúmulo no sirve como teoría del significado.

En lo que refiere a la cadena causal, es posible porque nosotros tenemos la intención de usar el nombre del modo en que fue usado cuando lo recibimos. En algún momento la referencia “Papá Noel” fue utilizada por alguien de un modo diferente a como fue utilizada por quien la trasmitió. Eso sirve incluso para explicar desviaciones del lenguaje. En lugar de tener que dar una descripción identificatoria es necesario en cambio para hacer referencia a un nombre propio, el tener la misma intención que tenía su predecesor en la cadena, de referirse al objeto.

No se fija referencia mediante propiedades que sean únicamente de ese referente. Uno puede conocer un nombre y no conocer nada respecto a una propiedad o conjunto de propiedades que delimiten el objeto. Kripke dice que la teoría descripcionista se equivoca en eso.
  Incluso alguien puede (“siendo hablante de una comunidad”, dice el autor) tener una creencia independiente a la referencia y el nombre, y estar equivocado.



DESCRIPCIONES DEFINIDAS EN FREGE Y RUSSELL

Un ineludible análisis comparativo.

Las teorías de las descripciones definidas son a las claras una parte medular de la filosofía del lenguaje. Para entender el lugar que desde la filosofía contemporánea damos al lenguaje, es imprescindible abordar la cuestión de las descripciones definidas en el pensamiento de Gottlob Frege y Bertrand Russell. Esa tarea intenta plantearse esquemáticamente en el presente trabajo.

 1- Presentación de la teoría de Gottlob Frege.

Para Frege, un signo va ligado no solamente al objeto al que refiere sino también al sentido, caracterizado este último al decir que en el mismo se encuentra el modo de presentación del objeto. De este modo se toma en cuenta el carácter informativo de los enunciados (no es lo mismo a = a que es trivial y no agrega información, que a = b que sí lo hace). El autor explica que dos términos con la misma referencia no pueden intercambiarse sin alterar el significado del enunciado. Un signo expresa un sentido y un sentido determina su referente.

Frege dirá que todo signo connota o tiene sentido, no existiendo signo puramente denotativo sino que todo signo tiene sentido aunque algunos tengan denotación y otros no. Allí podemos ver la distinción entre sentido y denotación asociada a un significado. Frege establece esa distinción y la hace explícita de dos formas: una de ellas es la nota al pie sobre Aristóteles, y la otra es a través de casos de contextos indirectos, dónde la expresión denota lo que es un sentido habitual.

Dijimos que para Frege un signo tendrá sentido y referencia (denotación). El sentido es lo que se halla contenido en el modo de darse de la denotación, pero es un concepto que Frege no especifica en profundidad qué es. No es el modo de darse la denotación, sino que lo contiene. En lo que tiene que ver con la referencia, es el objeto al cual el signo se aplica (puede ser a nombres propios, a conceptos o a expresiones abiertas). Vemos entonces que el sentido no pertenece al lenguaje sino al objeto, perteneciéndole o no a la denotación por cómo la denotación es. Vemos también que son los sentidos de los elementos y no las referencias, lo que compone el significado de la oración.

Según Frege, existen dos tipos de referencia: la habitual y la indirecta. En el uso cotidiano que se les da a las palabras se utiliza una referencia directa, mientras que cuando hablamos de las palabras o del sentido de las mismas, se trata de referencia indirecta. Frege piensa que el error en la pretensión de sustitución términos co-referenciales en contextos opacos no es tal, ya que se pasa por alto que en la sustitución la referencia puede cambiar de directa a indirecta. En lo que refiere a los existenciales negativos, no serían un problema para Frege ya que como se mencionó puede haber sentido sin referencia.

El autor establece que cuando referimos (pone el ejemplo de la luna), no lo hacemos sobre la imagen que tenemos del objeto ni tampoco sobre uno de los sentidos del mismo, sino que presuponemos la denotación, eso será distinto en Russell.

Si analizamos la proposición “el actual Rey de Francia es calvo”, decimos que no tiene referencia, y la proposición como un todo no tiene valor de verdad. La ley del tercero excluido no constituye un problema para el autor.

En lo que refiere a los modos de presentarse,  la descripción es distinta al nombre propio porque tiene sentido, presenta al objeto, da información. Frege usa la denominación de “objeto” para cualquier descripción.

Mencionando brevemente la cuestión del juicio, decir que tiene que ver con atribuir una referencia Verdadera a un pensamiento, es decir que se trata de agregarle “algo” al pensamiento, ya que si me quedo en el pensamiento y no paso a la referencia, no hago juicio. Pasar del Pensamiento al Juicio es pasar del sentido a la denotación. Asimismo Frege entiende lo verdadero y lo falso, como objetos.

2- Presentación de la teoría de Bertrand Russell.

Russell estaba interesado en la distinción entre conocimiento directo y conocimiento por descripción, que es muy importante para sus teorías filosóficas. Es la distinción entre las cosas que se nos presentan y las cosas a las que llegamos a través de las frases denotativas; en este punto podemos ver la importancia que atribuye Russell a estas últimas, ya que si no fuese por ellas no podríamos conocer sino aquello que se nos presenta.

En la percepción tenemos conocimiento directo de los objetos de la percepción, en el pensamiento tenemos conocimiento directo de objetos de un carácter lógico más abstracto. El conocimiento está constituido por frases cuyo significado conocemos de forma directa, pudiendo llegar con esa base a tener conocimiento por descripción.  Aún las partes de una frase denotativa, son conocidas en alguna instancia por conocimiento directo, que es el conocimiento para el que se constituye todo el conocimiento.

La frase denotativa es un tipo de frase que entra dentro de lo que se llama descripciones definidas. No tienen significado por sí mismas, pero las proposiciones de las que forman parte sí lo tienen (Russell discrepa con Frege en este punto).

“Todo”, “nada” y “algo” no tienen significado por sí mismo, no son términos singulares, no denotan un objeto, pero sí contribuyen al significado en las proposición en la que figuran; esto es lo que Russell llama términos incompletos.

Una frase que parece referirse a un objeto mediante la indicación de alguna de sus características exclusivas, es una descripción. “Estas frases se caracterizan por la presencia de los artículos definidos ‘él’ o ‘la’ y por ello se denominan, más particularmente, ‘descripciones definidas’, distinguiéndose así de las frases de la forma ‘un tal y tal’ conocidas como descripciones ‘indefinidas’” (Simpson, Thomás Moro; Formas lógicas, realidad y significado”, pág. 65)

Con su teoría de las descripciones va a preguntarse sobre expresiones como “El actual Rey de Francia”. Enumera las frases denotativas en función de lo que entiende por cada uno de esos tipos de frases, en esa enumeración incluye “El actual Rey de Inglaterra”, “El actual Rey de Francia” o “el centro de masa del sistema solar en el primer instante del siglo XX” entre otras. Muchas ya habían sido analizadas utilizando la cuantificación, y en ese sentido Russell no agrega nada nuevo, pero otras  no habían sido analizadas a través de la teoría de la cuantificación que Frege introdujo.

Para Russell una frase es denotativa solamente en virtud de su forma lógica, y no porque denote o no denote, de hecho una frase puede ser denotativa y no denotar nada (“el actual Rey de Francia”), puede denotar un objeto definido (“el actual Rey de Inglaterra”) o puede denotar ambiguamente (“un hombre”).
El autor entiende que la descripción definida contiene una afirmación de existencia y una afirmación de unicidad. Para analizar las descripicones definidas, debe hacerse a través de tres enunciados de cuantificación:
(    1)  Existe al menos un tal y tal
(    2)  Existe a lo sumo un tal y tal
(    3)  Cualquiera que sea tal y tal es X

El análisis russelliano de las descripciones definidas permite un lenguaje sin nombres propios (que para el autor son en realidad descripciones abreviadas), en dónde todo lo que puede decirse es en base a cuantificadores, predicados y variables de individuo. Las únicas constantes de un lenguaje, las únicas expresiones que tienen significado por sí mismas, serían los predicados.

Para Russell, las dificultades para denotar son producto de un análisis equivocado de las proposiciones cuyas expresiones verbales contienen frases denotativas. “Encontré un hombre” significa: encontré X y X es humano no es siempre falso. Lo que pretende mostrar el autor, es que la expresión “un hombre” desapareció, el término denotativo queda disuelto en el análisis dentro de la expresión total, en el predicado “X es humano”.

Russell busca eliminar la expresión “todos los hombres”, “ningún hombre”, “algunos hombres” o “cada hombre” como frases denotativas, ya que esas frases por sí mismas no tienen ningún significado.

Como se dijo, los nombres propios son descripciones definidas para Russell, y un nombre propio es nombre propio si se utiliza para nombrar algo que existe, si no existe no se puede darle nombre. Existen pocos nombres propios lógicos genuinos como por ejemplo “esto” o “eso”.

Para Russell, el significado de una expresión es de algún modo la cosa a la que la expresión se refiere, aunque esa cosa puede ser un universal (como un color, por ejemplo) del que nosotros tenemos conocimiento directo.

Tenemos términos generales (que designan propiedades o conceptos) y términos singulares que son los que designan un individuo. Si algo es un término singular (es decir, que designa un individuo), tiene significado si denota, y si no denota no tiene significado.

Existen predicados que sirven para determinar el sujeto, y otros predicados que tienen la noción de predicar del sujeto. No siempre queda claro cuáles son los predicados que estoy utilizando en uno y otro caso. Esa es una observación que se ha realizado a la teoría de las descripciones de Russell, que el autor no habría tenido en cuenta. 

Algo a  considerar sobre el punto expuesto precedentemente, es que una descripción definida puede no ser verdadera y sin embargo identificar el individuo exitosamente, es decir, puede funcionar para ubicar al sujeto identificándolo, aunque falle.

Existen descripciones propias e impropias. “El autor de ‘Pincipia Matemática’ es británico” es una descripción impropia, puesto que no está cumpliendo en este caso con el principio de unicidad. 
Para Russell las proposiciones son tales que están compuestas por los elementos que son la referencia o el significado de las palabras que uso en el enunciado. Por eso una no-entidad no puede ser nunca componente genuino de ninguna proposición (“el actual rey de Francia es calvo” no es componente genuino, aunque de los componentes de esa frase puedo tener conocimiento directo), aunque el nombre de una no-entidad puede ser componente de una oración. Una oración con componentes no genuinos no sería una proposición.

Cuando Russell dice que “el actual Rey de Francia” no es un componente genuino de la proposición, quiere decir que el individuo que supuestamente denota esa frase no forma parte de la proposición, porque no existe en la realidad. Si falta el objeto no hay proposición, y por tanto no habría tampoco significado, aunque en definitiva lo tiene porque es falso.
Para Russell deben considerarse tres cuestiones: identidad y contextos opacos, términos singulares no denotativos y enunciados de existencia negativos.


3- Análisis comparativo entre ambas teorías.

Lo primero que hay que mencionar es que Russell no realiza diferencia entre sentido y referencia; apela a la eliminación de los términos singulares en lo que refiere a la cuestión de los contextos opacos y la identidad.

Si pensamos nuevamente en “el actual Rey de Francia”, para Frege simplemente no denota, no tiene valor de verdad, tiene significado pero no referencia. Frege da lugar a que no existan juicios existenciales negativos verdaderos.

Las teorías de Frege daban lugar a enunciados que no eran verdaderos ni falsos, introduce una solución ad-hoc para resolverlo (consistía en atribuir un mismo individuo definido arbitrariamente a todas las descripciones definidas que ameritara, para evitar lo que se conoce como “huecos de verdad”), y funcionaba formalmente bien. Russell sin embargo piensa que su solución es mejor porque no es ad-hoc.

La teoría de Russell en cambio, permite tratar con juicios existenciales negativos verdaderos sin postular ninguna entidad como sí lo hacía Meinong con los objetos ideales y como Frege no podía hacer. Russell logra dar cuenta de los enunciados existenciales negativos, pero se genera la discusión de si efectivamente quien afirma que “el padre de Carlos II fue ejecutado” afirma eso que Russell dice que afirma, dice que eso implica suponer que existió un individuo con tales características (hay quienes dicen que Russell no afirma sino que supone esa cuestión).

Frege propone que las frases denotativas son términos singulares. Russell propone tratar las frases denotativas no como términos singulares sino como parafraseables por medio de la teoría de la cuantificación.

Es el significado de “El monte blanco” y no la montaña real, lo que es un componente de la proposición “El monte blanco mide más de mil metros de altura”. Lo que es un componente de la proposición para Frege es el sentido de “el monte blanco” (por distinguir sentido y denotación), para Russell es la montaña real.

En Frege, lo que llamamos “proposición” es el pensamiento que un enunciado expresa, y su denotación es el valor de verdad. Al eliminar Russell la dicotomía sentido-denotación, entonces tener significado es de algún modo tener denotación.

En las tres paradojas que plantea Russell (“Sobre el denotar”, pág. 38) sobre el denotar (que su teoría por cierto resuelve), podemos apreciar diferencias entre su teoría y la de Frege, así como algunos puntos en común. La primera paradoja “si a es idéntico a b”, todo lo que es verdadero de uno es verdadero del otro, y cualquiera de ellos puede sustituir al otro…”, es algo que también la teoría fregeana salva ya que opera el contexto indirecto (que establece que a y b deberían tener además el mismo sentido). La segunda paradoja que plantea Russell, acerca de que “A es B” o bien “A no es B” (con el ejemplo de que “el actual Rey de Francia es calvo” o bien “el actual Rey de Francia no es calvo” debería ser verdadera); por lo visto, la teoría de Frege no resuelve esa paradoja, mientras que Russell propone trasladar la negación desde un lugar secundario a un lugar primario.

La tercera paradoja será resuelta por Russell a través de la posibilidad de la construcción de juicios existenciales negativos verdaderos, mientras que para Frege se trataría de una carencia de valor de verdad.

Frege diría que la frase denota la denotación, mientras que Russell dice que es el significado el que denota la denotación, entendiendo que la relación entre significado y denotación no pasa simplemente por su relación con la frase.

En Frege, de cierto modo el sentido de los nombres son descripciones, es decir, un tipo de frase denotativa. En ese sentido, Frege estaría probablemente de acuerdo con lo planteado por Russell en el denominado “pasaje oscuro” del texto trabajado “Sobre el denotar”, que plantea como problema que “no podemos comprender el significado si no es por medio de frases denotativas” (Pág. 40)

De algo que podemos darnos cuenta después de leer a Russell, es que en Frege sólo podemos acceder a significado por medio de frases denotativas. El ejemplo que aparece en nota al pie en el artículo de Frege (ejemplo sobre Aristóteles), nos lleva a interpretar o bien que el sentido y la denotación son la misma cosa, o bien a que el sentido no lo puedo comprender totalmente. Frege sólo da ejemplos de sentido de nombres comunes.
Frege diría que todo nombre tiene sentido (puede no tener denotación) y Russell diría si no tiene denotación no puede ser un nombre.


BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS
:

Acero, Juan José; Bustos, Eduardo; Quesada, Daniel: Introducción a la filosofía del lenguaje, Ediciones Cátedra, 2001.

Simpson, Thomás Moro (comp.): "Sobre el sentido y la denotación", en Semántica filosófica: problemas y discusiones, Siglo XXI, Bs. As.,1970.

Blackburn, Simón y Code, Alan: “El poder de la crítica de Russell a Frege: On denoting”, Artículo proporcionado por el Prof. Carlos Enrique Caorsi.

Simpson, Thomás Moro: “Formas lógicas, realidad y significado”, Editorial Universitaria de Buenos Aires.


Russell, Bertrand: “Sobre el denotar”, Teorema, 2005.

Bertrand Russell: sobre la denotación

Bertrand Russell, al igual que Frege, era inicialmente matemático, desde niño se sintió atraído por ella. Eso explica por qué siempre usan símbolos matemáticos para explicar temas de razonamiento lógico. Inclusive, Russell y Whitehead son los autores de la obra de lógica más importante de nuestro tiempo, Principia Mathematica la cual consistió en demostrar que la matemática era reducible al cálculo lógico, esto se le llama, logicismo.
                
        En la actualidad, se considera a Bertrand Russell como uno de los pensadores que más ha contribuido en el desarrollo de la Filosofía del Lenguaje, sobre todo, por su teoría de las descripciones que expone –magistralmente- en un ensayo llamado On Denoting [Sobre la Denotación], publicado por primera vez, en el año 1905 en el Journal of Mind Philosophy.

Ahora bien, las descripciones son expresiones que él llama «expresiones denotativas». Distingue tres tipos de casos, ejemplo, 1.- una expresión puede ser denotativa y no denotar una cosa alguna y, entonces coloca el famoso ejemplo «el actual rey de Francia», pero como es sabido, Francia no tiene Rey. 2.- Una oración puede denotar un objeto determinado, ejemplo en On Dentonig «la actual reina de Inglaterra», este caso, si existe una mujer determinada que es reina de ese país. 3.- una expresión puede denotar algo con cierto margen de vaguedad, ejemplo, «un hombre», esta expresión no tiene sentido de manera aislada. Sabido esto, debemos considerar que Russell se interesa por el problema epistemológico, por lo que se debe preguntar cuál de estos tres tipos de denotaciones dicen realmente algo, qué aporta al conocimiento, y si podemos llegar a través de alguna de ellas formular argumentos lógicos o científicos.

Va a distinguir entonces que hay dos tipos de conocimientos, a) el conocimiento directo que proviene de los datos sensoriales  y de los cuales tenemos una representación visual, ejemplo, un árbol y b) el conocimiento [acerca de…], esto quiere decir, de aquellas cosas de las que cobramos noticia por medio de expresiones denotativas. He aquí, la cuestión por la que Bertrand Russell se interesa, por las expresiones [acerca de...], debido a la dificultades que estas pueden presentar en la argumentación. Nuestro autor piensa que las expresiones denotativas nunca poseen un significado en sí misma, pero que toda proposición en cuya expresión verbal intervienen aquellas, entonces posee significado. Estas tienen sentido en la proposición. Entiéndase por proposición aquellas expresiones de las cuales podemos juzgar si son verdaderas o falsas de manera inequívoca. Sin embargo, hay algunas expresiones lingüísticas que entre mezclan en un discurso y resultan repugnante a la lógica y a la ciencia, por lo que debemos cuidarnos de ella, la ciencia trata de cuestiones fundamentalmente objetivas.

Russell coloca como ejemplo de estas repugnancias las teorías referencialitas de Meinong y Frege. Analicemos la de Meinong, según éste, toda expresión denotativa gramaticalmente correcta representa un objeto, por ejemplo, «el actual rey de Francia» o «el cuadrado redondo», Para Russell esto viola el «principio de contradicción» porque es imposible que algo sea al mismo tiempo y en el mismo modo, es decir, se pretende que el actual rey de Francia existe y que, al mismo tiempo, no existe, y que, el «cuadrado redondo», es redondo y, a la vez, no redondo. Estos elementos son [no-ente], por lo que se infiere que no pueden ser sujeto de una proposición. Ni siquiera cumple con el principio del «tercero excluso», es decir,  en principio, todo tiene que ser o n ser,  ejemplo (A) es (B) o (A) no es (B), no habrá una tercera posibilidad.

Esta ley se representa en lógica simbólica como sigue: (A V ¬ A), se lee: la disyunción de una proposición y de su negación es siempre verdadera. Un ejemplo en el lenguaje natural sería: es verdad que «es de día o no es de día», pero nunca ambas cosas al mismo tiempo. Es decir, ambas cosas son posibles, pero no a la misma vez. En la teoría referencialista de Meinong, la expresión «el actual rey de Francia» el rey no puede existir y no existir a la vez, tampoco el «el cuadrado redondo». Meinnog afirma que el «actual rey de Francia» refiere a un objetito inexistente pero que subsiste.
                
       Frege diría que la expresión lingüística «el actual rey de Francia» tiene sentido, pero no referencia y dado que tiene sentido, tiene significado, la falta de referente no implica la falta de significado, pues el significado es el sentido. Russell difiere de esta postura, pues, cómo puede tener significado (A) si no existe (A). Una expresión denotativa forma, por naturaleza parte de una oración y carece, como la gran mayoría de las palabras aisladas de significado por cuenta propia. Para Bertrand Russell, las expresiones denotativas son difíciles de evitar  en el lenguaje ordinario, pero se tornaran inofensivas si nos sabemos prevenir contra ellas, la lógica simbólica consigue evitarlas. Concluyo citando a Russell: «cuando se trate de una cosa de la que no tengamos conocimiento directo, sino tan solo una definición por medio de expresiones denotativas, las proposiciones en las que dicha cosa se introduzca mediante una expresión denotativa no contendrán realmente a dicha cosa como elemento constitutivo, sino tan sólo, en su lugar, a los elementos constitutivos expresados por las diversas palabras de la formula denotativa en cuestión»
                 

La vida no es un asunto tan personal

De causas ciegas y azares indiferentes

El Big Bang no soñaba con las estrellas. Epicuro estaba convencido de que, si había dioses, los insignificantes asuntos humanos les traerían sin cuidado. Nos gustaría creer que el universo tiene planes para nosotros, y esperamos que escuche nuestros deseos; pero los planes y los deseos son cosa humana, demasiado humana. 

El Big Bang no soñó con estrellas por causas ciegas y casualidades indiferentes. Epicuro estaba convencido de que si hubiera dioses, los insignificantes asuntos humanos no les importarían. Nos gustaría creer que el universo tiene planes para nosotros y esperamos que escuche nuestros deseos; pero los planes y los deseos son humanos, demasiado humanos.


Nos tomamos la vida como algo demasiado personal. Todavía estamos contaminados por ese egocentrismo infantil que nos convencía de que todo el mundo gira alrededor de nosotros. Pero la vida sencillamente sucede, el universo se expande por su cuenta, sin ninguna finalidad, y menos la de nuestra pequeñez. Nosotros no hemos hecho más que caer aquí, como vino a decir Heidegger, fruto del sucederse ciego de las generaciones y la criba en el cedazo de la evolución. Somos la confluencia fortuita de muchas causas que no nos buscaban y muchos azares que nada sabían de nosotros. Somos una flor de primavera que agosta el verano, o una seta de otoño que congela el invierno. El sentido es un capricho de nuestra mente. Un empeño que, al no sernos concedido, nos hace sufrir.
En realidad no hemos venido aquí: somos esto tat twam asi, dicen los hindúes, en un lugar y un tiempo concretos. Mañana seremos otra cosa dentro de un conjunto que será también diferente. Somos una ola en un mar en perpetuo movimiento. No nos marcharemos porque jamás vinimos. Lo que se perderá con nuestra desaparición no es más que un remolino en el río del acontecer. Nuestro drama es que hemos cobrado conciencia de nosotros mismos y hemos llegado a creer que esa idea se correspondía con algo real. Pero lo único real es el fluir constante de la materia y la energía a través del tiempo, el sucederse de formas que cambian sin cesar. A la forma le gustaría perpetuarse, pero las mismas fuerzas que la configuraron la van deshaciendo poco a poco, como las montañas que se elevan y se erosionan en su escala de tiempo de gigantes.

Tal vez lo más coherente sea vivir nuestra aventura con una sonrisa y sin grandes pretensiones. Seamos lo que somos, porque es bello y valioso; pero sin dejar de tener en cuenta que al final tendremos que entregarlo y el viento se lo llevará. Esculpamos castillos con arena, puesto que nos hace felices; pero no nos amarguemos porque al final suba la marea y los derribe. Ni la arena ha sido creada frágil para que se derrumben nuestros castillos, ni las olas la remueven con el propósito de que no quede nada nuestro. Lo nuestro solo nos concierne a nosotros, y si fuésemos un poco más sabios ni siquiera a nosotros nos importaría. Tal vez entonces podríamos recitar con Bertrand Russell: “Lo que hacemos no es tan importante como tendemos a suponer; nuestros éxitos y fracasos, a fin de cuentas, no importan gran cosa... El ego de una persona es una parte insignificante del mundo.”
Creemos que el universo tiene intenciones porque proyectamos en él las nuestras. Pero Darwin ya nos enseñó que la vida se despliega sin teleología, es una fuerza ciega que no busca nada. No hay ninguna pena esperándonos para caer sobre nosotros; tampoco se nos ha reservado ninguna alegría. Es un gozo ser amado, pero nadie ha sido puesto ahí con la misión de amarnos: sencillamente, las personas se cruzan y a veces se aman; lo cual es una suerte solo para ellas. Un día sucede que dejan de amarnos, y, como se interrumpe lo que esperábamos, nos angustiamos o nos enojamos. Deberíamos sentirnos agradecidos por el pecio que las olas trajeron a nuestra orilla, en lugar de reprocharles que se lo lleven.
Con las aversiones pasa lo mismo: el que haya quien nos odie, o nos parezca odioso, tampoco es algo tan personal, como no lo son los aerolitos que caen sobre la superficie de los planetas, llenándolos de heridas y cicatrices. Las personas se cruzan y a veces se chocan. Es normal que duela, pero, ¿qué culpa tienen los meteoritos de ir a la deriva por el cosmos y un buen día ser atrapados por un planeta? ¿Qué culpa tienen los planetas de que exista la gravedad? Y la gravedad, que es solo un rostro de la materia, ¿tiene alguna culpa? Incluso cuando una persona nos hace daño deliberadamente, ¿sabe realmente por qué lo hace? ¿Tiene una idea cabal de quién es ese a quien se lo hace? ¿Acaso ha inventado ella el odio? Cierto que eligió ensañarse con nosotros, pero lo que le empujó fue un impulso ciego, sin trascendencia, algo dentro de ella de lo cual tal vez ni siquiera sabría dar cuenta cabal. En cualquier caso y esto es lo más extraordinario no es a nosotros a quienes dirige su ataque, sino a un concepto de su imaginación que se parece vagamente a nosotros. En definitiva, su inquina es algo exclusivamente suyo, que acontece dentro del teatro de su mente, y que se proyecta en el mundo a través de una imagen. ¿Qué tiene que ver con ella nuestra realidad?

Así que el mundo gira por su cuenta, y si nosotros lo hacemos con él es por puro accidente. Nada, ni lo bueno ni lo malo, suele ser concebido pensando en nosotros: bastante tiene cada ser con pensar en sí mismo, con esforzarse en perseverar, como enunciaba Spinoza. Se dirá que de todos modos nos afecta, y que eso es lo que cuenta. Sin duda. Si estamos en el camino de una bala, la bala atravesará nuestro cuerpo; si alguien nos lanza un puñetazo, nos dolerá lo mismo aunque sepamos que aquel a quien pega no somos nosotros, sino una fantasía en la mente del agresor. Pero para la mayoría de los conflictos cotidianos, cuando no llega la sangre al río, ser capaz de no tomarlos como algo demasiado personal nos libra de muchos sufrimientos inútiles: los de la susceptibilidad, los de la humillación, los de la frustración y el rencor. Las ofensas pierden casi todo su poder, ya que apenas nos implican; el bálsamo de la compasión y el perdón nos queda más a mano para aquietar el alma. Podemos pedir sin que la negativa nos frustre demasiado: al fin y al cabo, nadie nos debe nada, y no es a nosotros a quienes rechaza, sino al mundo, a esa parte del mundo que le reclama, quizá, demasiado. Podemos liberarnos de nuestra propia fantasía de egocentrismo, salir de sus estrechos muros, minimizar nuestros apegos y mirar el universo, al fin, con ojos limpios. Y cuando somos capaces de hacer eso, estamos en condiciones de exclamar, como el protagonista de American Beauty: “¡Hay tanta belleza!”

La filosofía y el status cognitivo de la ciencia moderna

La reflexión filosófica en el siglo XXI no ha cambiado su papel, su tarea es la misma desde sus orígenes, trastocar toda la realidad humana, al menos, eso nos dice la historia del pensamiento humano. La filosofía influye en nuestras actividades de la vida cotidiana aunque en ocasiones las sepas o la ignores. Permea en toda la cultura y el conocimiento humano.  La actividad filosófica consiste es someter a la reflexión y análisis no sólo a la filosofía misma, sino también a la ciencia y al arte en general.

La filosofía contemporánea sigue debatiendo temas científicos casi con el mismo objeto que lo hicieron los llamados filósofos de la naturaleza. Aunque la física clásica no se entiende en los mismos términos en que la entendemos hoy, pues Aristóteles sigue siendo quien sentó las bases para su expansión. Los filósofos de la fisis son los modernos cosmólogos quienes cambiaron la perspectiva que el ser humano tradicionalmente tenían del mundo, las investigaciones de Albert Einstein sobre la relatividad general, las obras de Carl Sagan y de Stephen Hawking siguen expandiendo las fronteras y los límites del conocimiento humano. Entender este fenómeno es una de las tareas actual filósofo de la fisis.

Por otro lado, la historiografía de la investigación científica ha mostrado cómo el conocimiento científico ha cambiado nuestra percepción del mundo. Desde la filosofía de ciencia se realizan críticas exhaustivas en torno a los criterios de validez que se usan para acreditar, por así decirlo, las pretensiones conocimiento científico, analiza cuál es la estructura de la ciencia, cómo se construyen y cómo evolucionan. Las obras más importantes sobre este tema las han escrito autores como Thomas Kuhn, Karl Popper, Inre Lakatos y Paul Feyerabend. El progreso de las ciencias físicas es incuestionable. Quizás el debate actual y de importancia significativa se encuentra en la lucha por legitimar el conocimiento proveniente del estudio de las llamadas ciencias humanas, entiéndase como el conjunto de ciencias que tiene como objeto de estudio el ser humano, sus acciones y su relación con el mundo. En el siglo XX, la filosofía anglosajona trajo a la palestra el debate de la legitimación de estas ciencias de la mano de la filosofía analítica iniciada por Bertrand Russell, George Edward Moore y el austriaco Ludwig Wittgenstein.

El debate sobre la superioridad las ciencias naturales sobre las ciencias humanas, o lo que Wilhelm Dilthey y luego Hans-Georg Gadamer llamaron Geisterwissenschaften [ciencias del espíritu]. El problema parece surgir por la forma en que concibe el «método» en el quehacer científico y la absoluta incomprensión del mismo. Desde esta perspectiva, pareciera que el problema del «método» agota o pone límites a la racionalidad humana, tal como lo cuestiona Hilary Putnam en su texto Reason, Truth and History: « ¿por qué hemos de mantener una concepción de racionalidad tan estrecha?, ¿por qué ha de valorarse la racionalidad por sus aplicaciones?», según el autor, la ciencia no debe limitarse a responder a las necesidades exclusivamente prácticas para satisfacer los criterios del instrumentalismo (medio-fines). Para Putnam el conocimiento de hechos presupone el conocimiento de valores como: coherencia, plausibilidad, razonabilidad y simplicidad, idea con la presagia el desplome de la dicotomía hecho-valor en los presupuestos científicos. Para Feyerabend, por ejemplo, «las ciencias se encuentran mas cerca de las artes (y/o de las humanidades) de lo que se afirma en nuestras teorías del conocimiento favoritas».  Actualmente, autores como Richard Rorty, Jüger Hebermas y Hilary Putnam nos dan luces para comprender y brindar las salidas a este conflicto actual de las ciencias. 

     Es muy probable que las ciencias en los próximos siglos traigan consigo cambios más rápidos hasta lograr un nuevo sistema o equilibrio en el mundo, su influencia en el pensamiento del ser humano será, cada vez, más significativo y creará nuevas formas de sociedad humana que hasta ahora, transcienden los limites de nuestros conocimientos y nos empujará a lugares distantes que aún desconocemos. El progreso científico debe estar acompañado de la virtud de la sabiduría para que este pueda garantizar la preservación de la civilización humana en el tiempo. 

Las 6 claves de la Comunicación Oral

Las 6 claves de la Comunicación Oral.
El propósito de este escrito es proponer un método simple para abordar –que no solucionar– el complejo tema de la eficacia de la comunicación oral, entendiendo la comunicación como un proceso y la eficacia como el ajuste de sus resultados a los objetivos, que no son otros que conseguir que lo recibido se corresponda fielmente con lo emitido, en el supuesto —lo que en ocasiones es mucho suponer— de que el propio emisor se comprenda a sí mismo.

Empezaremos con una selección de reflexiones que nos servirán de soporte para el desarrollo de este artículo, a las que iremos haciendo referencia en cada una de las seis fases del proceso:

a) «Las enseñanzas orales deben acomodarse a los hábitos de los oyentes.» (Aristóteles)
b) «El lenguaje es pobre para expresar las ideas. Sólo podemos utilizar las palabras que conocemos.» (Spencer Tracy, de la película “La herencia del viento”)
c) «Es imposible hablar de tal manera que no se pueda ser malinterpretado.» (Karl Popper)
d) «Si un hombre nunca se contradice, será porque nunca dice nada.» (Miguel de Unamuno, tomado de una conversación en ¿Qué es la vida? de Erwin Schrödinger)
e) «Lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar.» (Ludwig Wittgenstein)
f) «Los límites de mi lenguaje significan los limites de mi mundo.» (Ludwig Wittgenstein)
g) «El significado de una proposición está determinado tan pronto como se conozca el significado de las palabras que la componen.» (Bertrand Russell, en su introducción al Tractatus)
h) «Las personas creen que hablan de las mismas cosas cuando están utilizando las mismas palabras, cuando de hecho pueden estar discutiendo sobre temas muy diferentes y, lo que es más, puede que lo estén haciendo de maneras totalmente diferentes.» (Martin Cohen, El escarabajo de Wittgenstein)
i) «Por mucho que te esfuerces, si no te pueden entender no te entenderán y si no quieren, tampoco.» (el autor, espero)

En primer lugar me gustaría concretar, dentro del alcance de este artículo, el significado del término «comunicación», además de restringirlo a sólo dos personas. Y lo haré sin recurrir a diccionarios ni referencias externas, mediante una definición de cosecha propia: «contacto voluntariamente provocado por el emisor y reconocido conscientemente por el receptor». Esto excluye tanto el "uno a muchos" (broadcast) como todos los contactos involuntarios e inconscientes, que los hay.
Ciclo, Emisor y Receptor
Hablar
Si no hablas, dado que no te pueden oír, no existe comunicación oral (1). Podrá existir comunicación basada en los otros cuatro sentidos, postural, guiños, olor corporal, sabor o tacto, en todos los casos agradable o desagradable, pero no oral (2). Y para hablar se deben cumplir una serie de premisas físicas (un medio de transmisión adecuado y un interlocutor), biológicas (tener una cierta edad), educacionales (haber aprendido), funcionales (cuerdas vocales operativas, no afonía, etc.) y psíquicas (tener ganas o creer tener algo que decir), sin olvidar la segunda parte de la reflexión e) de Wittgenstein, es decir, que consideres que, aún con toda la funcionalidad garantizada, estás ante algo —normalmente, lo piensas— de lo que «no se puede hablar», y esto es tan personal e intransferible que supera el alcance del escrito. Pero sigamos..., supongamos que hablas.

Decir
Se trata de "decir algo", que es exactamente lo contrario a hablar y "decir nada" (3). A pesar del riesgo de entrar en contradicción del que nos advierte Unamuno en d), riesgo que minimizaremos diciéndolo «claramente» según nos recomienda Wittgenstein en e), procurando acomodarnos a los hábitos y nivel cultural del interlocutor, según no enseña el maestro Aristóteles en a) y teniendo siempre en cuenta la más que segura malinterpretación de lo que digamos, como también nos advierte Popper en c) y con la espada de Damocles de la "pobreza del lenguaje" sobre nuestras cabezas, perfectamente expresada por Spencer Tracy en b). Pues bien, lo dicho, dicho está. Ahora vamos a pasar el examen.
   
Oír
Segunda obviedad: si no oyes, no existe comunicación oral. Se rompe la cadena. Del mismo modo que hablar, oír lo que te dicen está supeditado a varias premisas, que dividiremos en voluntarias e involuntarias. Entre las voluntarias podemos citar los tapones en los oídos (no de cera) o la escucha de música a alto volumen con auriculares cerrados y entre las involuntarias, la discapacidad funcional congénita o adquirida, ya sea temporal o permanente, que impida la reacción del órgano a las ondas de presión sonora. O sea, estamos en que "oyes ese algo que te dice quien habla". Pero aún no es suficiente...  

Escuchar
Frecuentemente oímos pero no escuchamos o, lo que es lo mismo, no prestamos atención. Poco hay que añadir a esta fase del ciclo. Escuchar es una condición necesaria, aunque no suficiente, para acceder a la siguiente fase, para "entender" lo que "oyes", que es lo que te ha "dicho" el que "habla". Por lo tanto, debemos escuchar atentamente, incluso, si es necesario, volviendo a la fase anterior para "afinar" el oído. Porque escuchar significa aislarte del omnipresente ruido ambiente y esforzarte en percibir con claridad lo que te dicen. Sintonizar correctamente con la emisora y ajustar el volumen y el tono de forma óptima. Poco importa aquí el propio mensaje, su decodificación viene después. Hablando en términos técnicos, lo que importa es la relación señal/ruido. Felicítate: ya "escuchas lo que oyes te dice quien habla".

Entender
La primera y principal premisa es hablar en el mismo idioma (real o cultural). Difícilmente te podrás entender con un japonés si no hablas su idioma y con un ingeniero si tú no lo eres y él no se esfuerza en adecuar su discurso a tu nivel. Aquí es de aplicación la reflexión propia i): puede existir una imposibilidad física de entendimiento (4). Incluso puedes rechazar voluntariamente el entendimiento, con argumentos o no. En cualquier caso, sin entendimiento es imposible terminar el ciclo. Por ejemplo: «K tngas 1 wn da» además de impronunciable, resulta innentendible casi incluso en un SMS, y «Sólo lo espiritual es lo real; es la esencia y el ser en sí lo que se mantiene y lo determinado —el ser otro y el ser para sí— y lo que permanece en sí mismo es esa determinabilidad o en su ser fuera de sí o es en y para sí. Pero este ser en y para sí es primeramente para nosotros o en sí, es la sustancia espiritual» (5) se entiende, pero... ¿se comprende?

Comprender
Llegamos al objetivo final: la comprensión (4) del mensaje. Y conviene resaltar aquí y ahora, que lo importante no es tanto la fidelidad respecto a las pretensiones del emisor, sino el hecho mismo de haber comprendido algo. De haber extraído conclusiones del mismo. Porque esa eficacia cuenta con una legión de enemigos prácticamente imbatibles. Empecemos con Wittgenstein en f): «Los límites de mi lenguaje significan los limites de mi mundo» y con Russell en g) «El significado de una proposición está determinado tan pronto como se conozca el significado de las palabras que la componen». Atendiendo a estas importantes reflexiones, debemos concluir que la limitación de nuestro lenguaje y de nuestro vocabulario es una verdadera cárcel que nos limita la comprensión. A todo ello viene a sumarse Popper con su c): «Es imposible hablar de tal manera que no se pueda ser malinterpretado» y la "pobreza del lenguaje" (o pobreza del espíritu de Hegel) de Spencer Tracy en b), potentes enemigos que ya han actuado sobre el emisor al "decir" su mensaje.

Conclusión:
¿Ecuación imposible? ¿Se puede conseguir eficacia en el ciclo Hablar-Comprender? Creo que es relativo y que hay que abordar el problema desde una perspectiva posibilista. No podemos conseguir eficacia al 100%, pero sí una eficacia razonablemente alta, siguiendo secuencialmente las seis fases del ciclo. Recordemos:

Emisor: hablar y decir algo. Receptor: oír, escuchar lo dicho, entender lo escuchado y comprender lo entendido.

En cualquier caso, dado que una vez finalizado el ciclo, emisor y receptor intercambian sus papeles y se vuelve a empezar, para no llamarnos a engaño, conviene terminar prestando atención a la única reflexión no citada: la h)

«Las personas creen que hablan de las mismas cosas cuando están utilizando las mismas palabras, cuando de hecho pueden estar discutiendo sobre temas muy diferentes y, lo que es más, puede que lo estén haciendo de maneras totalmente diferentes» (Martin Cohen, El escarabajo de Wittgenstein).

Imagínate lo que puede suceder cuando emisor y receptor utilizan palabras distintas.

Ejercicio final: Relectura de las reflexiones iniciales.

Notas:
  1. No será la única obviedad que se encuentre. Pido paciencia, porque la inclusión de obviedades responde al pretendido rigor analítico que preside el escrito y al hecho de que, con más frecuencia de la que cabría esperar, lo obvio es lo primero que se olvida.
  2. El sexo oral, forma indudable de comunicación bipersonal, queda excluído de esta categoría. Se puede adscribir a cualquiera de las otras cuatro, incluso a todas ellas, pero no lo consideraremos comunicación oral.
  3. "Decir nada" es la forma lógica de afirmar la negación. Porque "no decir nada" (doble negación) es "decir algo" (permítaseme la esperpéntica boutade, pero, aunque sea con calzador, creo entra en el alcance. Pretende aleccionar sobre la necesidad de pensar lo que decimos.
  4. En este enlace se trata en detalle el binomio Entendimiento-Comprensión.
  5. Inentendible e incomprensible —para mí— frase de Hegel que, aún cuando pertenece a la categoría de comunicación escrita, ilustra convenientemente el tema. Más información en Hegel ¿lata o sardinas?

Crisis, Acción, Contemplación, Filosofía y Pereza

Crisis, Acción, Contemplación, Filosofía y Pereza.
Este escrito plantea las reflexiones que despiertan las distintas posiciones defendidas por muchos filósofos de foro y red social como respuesta a la situación crítica –de crisis– en que se encuentra la sociedad actual, configurando un panorama, en opinión del autor, de lo más inconsistente e ineficaz.

«El mistiscimo tradicional ha sido contemplativo, ha tenido la convicción de lo irreal en el tiempo, es esencialmente una filosofía de la pereza. Un hombre entregado a la contemplación llega a descubrir que la contemplación es el verdadero fin de la vida y que el verdadero mundo está oculto para los que se entregan a las actividades de la vida».

Esta frase de Bertrand Russell, extraída de su ensayo "La filosofía en el siglo XX", en la que expresa su crítico punto de vista sobre la vida contemplativa, es la que ha representado el papel de catalizador en este escrito, incluido –quizá presuntuosamente– en la categoría de «pensamientos en filosofía». Pero, como todo catalizador, su papel no es sustantivo; es un elemento necesario pero no suficiente para el resultado final, el cual jamás podría obtenerse sin el resto de elementos de la fórmula, todos ellos bastante más importantes.

Crisis
En primer lugar, y el más importante, tenemos un elemento objetivo: la Crisis. Así, sin adjetivar y en mayúsculas. Podríamos referirnos a ella como «la madre de todas las crisis». Resultaría prolijo y altamente ineficiente dedicar parte de este escrito a identificar sus distintas caras y profundizar en ellas, esfuerzo estéril e inútil que solo conseguiría desviar la atención del tronco reflexivo principal y generar confusión. En cambio, la Crisis –en abstracto– es algo que todos reconocemos objetivamente como una losa que pende sobre nuestras cabezas y ejerce su influjo negativo en la práctica totalidad de órdenes de la vida, de los cuales –esto es opinión subjetiva– el económico es sólo un pequeño efecto colateral.

Acción
En segundo lugar entra en juego mi percepción, probablemente sesgada por los foros filosóficos a los que tengo acceso, de que arrecia la opinión de que es preciso «pasar a la acción», de que un filósofo que se precie no puede mostrar indiferencia frente a la situación en que se encuentra inmersa la sociedad y que debe «tomar partido». Así, florecen más y más publicaciones en este sentido, en lo que se interpreta como una «primavera filosófica», como una especie de Renacimiento llamado a ser un bálsamo de Fierabrás curalotodo, algo así como el eficiente Lobo, «resolvedor de problemas» de Pulp Fiction. Este elemento de la fórmula será asimismo considerado de forma genérica, desde muy arriba en la escalera, debido también a su carácter multiforme, en el que se da cabida a todas las tendencias, matices y sabores propios de la condición humana, diversa por naturaleza, diversidad que, más allá de su positividad, en este caso lastra y dificulta sobremanera una eventual unidad de acción.

Contemplación
Sorprende también que en los mismos foros y, frecuentemente, los mismos «filósofos» sean fervientes defensores de la abstracción reflexiva, de la búsqueda introspectiva del Yo como solución –ignoro si paralela o complementaria a la acción pura y dura– a los graves problemas de la humanidad, argumentando que a través de este encuentro con nosotros mismos se conseguirá la mejora del Ser colectivo, resultado que me parece de lo más peregrino si se basa exclusivamente, como parece, en mirar dentro de nosotros mismos o en mirarnos el ombligo, que viene a ser lo mismo. De nuevo, en este elemento nos quedaremos en lo genérico, en lo conceptual, sin entrar en los múltiples matices que caracterizan la filosofía contemplativa, normalmente inspirados en escuelas de pensamiento orientales muy alejadas de la filosofía y de la cultura occidental.

Filosofía y Pereza
Nos encontramos pues con una fórmula de tres elementos: la Crisis, la exigencia de Acción y la defensa de la Contemplación, a los que debemos sumar la frase de Russell, verdadero martillo pilón que, formando parte del mismo, pretende pulverizar el elemento «contemplativo». Y esta fórmula de elementos tan diversos, tan disonantes, tan antagónicos, es la que conduce inevitablemente a estos «pensamientos en filosofía». Incluso a pensar en «la» filosofía. Y la verdad es que sólo me genera preguntas sin respuesta, las cuales, por su enorme diversidad, también me abstendré de plantear. Me limitaré al cómodo papel del crítico improductivo que, emulando a estos filósofos de salón, se permite opinar sobre la inconsistencia de estos planteamientos. Sobre la incongruencia que representa la absurda defensa simultánea de dos planteamientos vitales absolutamente opuestos e incompatibles con la obtención de un resultado común, sea el que sea.

Me abstendré también de hacer juicios de valor sobre la indudable bondad conceptual de las soluciones propuestas consideradas por separado, lo que llevaría indefectiblemente a entrar en detalles que, no me importa reconocer, rebasan mi conocimiento y el alcance de este escrito, aunque no sería honesto ocultar mis preferencias por la Acción y mi simpatía por Russell y su opinión sobre la Contemplación y la filosofía de la Pereza.

Pero lo que resulta imposible es no poner en tela de juicio el objeto de la filosofía en la época que nos ha tocado vivir, con una sociedad tocada por todos los males, con un papel a jugar totalmente desdibujado y desorientado, sometida también a tensiones y agresiones de todo tipo y a su disolución –o simbiosis, según el opinador– en la ciencia. Y a encontrar este papel perdido no contribuyen precisamente los manifiestos de los que se atribuyen el papel de «filósofos» populares –próximos al pueblo– que, en definitiva, deberían ser capaces de generar y transmitir un mensaje coherente a la sociedad que pretenden mejorar.

Lo que parece evidente es que los efectos de esta Crisis sistémica han alcanzado a la esencia de la misma filosofía y que resulta necesaria una verdadera y profunda revolución del pensamiento colectivo que deberá también sobreponerse a otra de las numerosas cabezas de la hidra, la acusada crisis de liderazgo, condición necesaria –por su trascendencia sobre la sociedad–, pero no suficiente, como ha quedado demostrado con el escaso o nulo efecto causado por el mensaje de alta resonancia pública de reputados pacifistas como el propio Russell o Einstein –más allá de su posteriormente lamentado apoyo al proyecto Manhattan y de su errónea etiqueta de «padre de la bomba atómica»–, promotores del manifiesto antibelicista que tomó el nombre de ambos, firmado en Londres en julio de 1955. Convendrá también apuntar el profundo escepticismo que ambos declaraban abiertamente y que no nos hace ser, precisamente, optimistas respecto al futuro.

Esta es la cómoda reflexión desde fuera, realizada por un protofilósofo que no se moja, que no propone soluciones, que –a diferencia de muchos– no sabe «qué» hacer ni, consecuentemente, «cómo» hacerlo. Pero esto no impide ser sensible a esta peculiar situación y desear que la filosofía, a través de verdaderos filósofos, encuentre su camino. Un camino colectivo, de proyección social, no individual, no contemplativo, no exclusivamente introspectivo. Y práctico. Sobre todo, práctico. Alejado tanto de la filosofía de la Pereza como de la Pereza que da leer a algunos pretendidos «filósofos». Mientras tanto, pienso que no nos queda más que el ejemplo individual a nuestro entorno, con la probablemente ilusoria esperanza de que, a través de la Acción, no de la Contemplación, se extienda poco a poco la mancha. Este es mi «pensamiento en filosofía».