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Kierkegard sobre la inocencia

El concepto filosófico de inocencia de Kierkegaard, que describe su naturaleza ética vinculada a la culpa, como se analiza en "El concepto de angustia", ilustra la inocencia no solo como un estado fugaz sino como algo profundamente ligado al despertar moral y la transición de la ignorancia al conocimiento.


Kierkegaard muestra la naturaleza ética y filosófica de la inocencia, pues defiende que su pérdida no es un mero proceso natural o lógico, sino un acto profundamente ético vinculado a la culpa. La inocencia, a menudo vista como una cualidad fugaz que solo existe por falta de saberes, se relaciona con la culpa desde el relato de Adán hasta la experiencia humana universal, criticando las interpretaciones que simplifican o mitifican este proceso. La obra sostiene que la inocencia es esencialmente ignorancia, y su supresión es un acto trascendental que marca el ingreso del individuo en el conocimiento y la moralidad, subrayando que este tránsito no es una imperfección, sino un aspecto intrínseco y deseable de la condición humana.


Kierkegaard Sobre el concepto de Inocencia, en "El concepto de angustia".


Ahora bien; no es ético decir que la inocencia ha de ser anulada, pues aunque fuese anulada en el momento en que es nombrada, la Ética nos prohíbe olvidar que la inocencia solo puede ser suprimida por una culpa. Por eso cuando se habla de la inocencia como de una cosa inmediata, y con lógica resolución se hace desaparecer justamente esta, la más fugaz de las cosas, con estética sensibilidad se prorrumpe en lamentaciones sobre lo que ha sido y sobre su desaparición, se revela ciertamente ingenio, pero se olvida la punta que hay en todo ello. 

Lo mismo, pues, que Adán perdió la inocencia por medio de la culpa, así la pierde también todo hombre. Si no fue por medio de la culpa como la perdió, tampoco fue la inocencia lo que perdió, y si no era inocente antes de tornarse culpable, no tornó nunca culpable.

 Por lo que toda cuestión toca a la inocencia de Adán, no han faltado todo tipo de fantásticas representaciones, siendo indiferente a este respecto que se les otorgue una dignidad simbólica o que se les considere sólo como sospechosas invenciones de la poesía. Cuando más fantásticamente se adornaba con buenas prendas a Adán, tanto más inexplicable resultaba que pudiese pecar, tanto más terrible resultaba su pecado. Sin embargo, se había jugado de una vez para siempre toda su gloria, y por ello se le tomaba, según la época y la ocasión, de un modo sentimental o chistoso, grave o frívolo, históricamente contrito o fantásticamente jovial; pero no se entendía éticamente la punta del asunto.

 Porque si toca a la inocencia de los hombres posteriores, de todos los seres humanos, exceptuados Adán y Eva, teníase de ella escasas representaciones. El rigorismo ético pasaba por alto los límites de lo ético y era bastante bondadoso para creer que los hombres no utilizarían la ocasión de separarse subrepticiamente del todo, a pesar de haberse hecho tan fáciles las escapadas; en cuanto a la ligereza de ésta no veía absolutamente nada. 

Pero sólo por medio de la culpa se pierde la inocencia; todo hombre la pierde esencialmente del mismo modo que Adán, y ni la Ética tiene interés en hacer de todos, menos Adán, espectadores interesados y afligidos de la culpa, pero no culpables, ni la Dogmática tiene interés en hacer de todos espectadores interesados y conmovidos de la reconciliación, pero no reconciliados. El derroche que con tanta frecuencia se ha hecho del tiempo de la Dogmática y de la Ética, y del tiempo de uno mismo, considerando lo que hubiese sucedido si Adán no hubiese pecado, sólo revela que se experimentaba un sentimiento erróneo y que se poseía, por ende, un concepto también erróneo. El inocente no puede tener nunca la ocurrencia de hacer semejante pregunta, y si el culpable la hace, peca; pues en su estética avidez de novedades quiere ignorar que él mismo ha traído la culpa al mundo, que él mismo ha perdido la inocencia por medio de la culpa. 

La inocencia no es, por tanto, como lo inmediato, algo que debe ser necesariamente anulado, algo cuyo destino es ser anulado; no empieza por no existir, para llegar a la existencia sólo es siendo suprimida y sólo como aquello que era antes de haber sido suprimido, y está ahora suprimido. La inmediación no es suprimida por la mediación; antes bien, al surgir la mediación, ha suprimido en el mismo momento a la inmediación. La supresión de la inmediación es, por ende, un movimiento inmanente, dentro de la inmediación, o es un movimiento inmanente, de dirección opuesta, dentro de la mediación, por medio del cual éste supone la inmediación. 

La inocencia es algo que es suprimido por una trascendencia porque justamente la inocencia es algo (mientras que la expresión más justa para la inmediación es aquella que usa Hegel para el puro ser: no es nada); por eso nace también de ella algo heterogéneo, cuando es suprimida por la trascendencia, mientras que la mediación es justamente la inmediación. La inocencia es una cualidad, es un estado, que muy bien puede existir; y por eso no debe significar nada la prisa de la Lógica por suprimirla, mientras que ella debería apresurarse en la Lógica algo más, pues, por prisa que se dé, llega siempre demasiado tarde. La inocencia no es una perfección que deba echarse de menos: pues tan pronto como se la desea, se ha perdido, y entonces hay una nueva culpa: perder el tiempo en deseos. La inocencia no es una imperfección en la cual se pueda permanecer: pues siempre está satisfecha de sí misma y aquel que la ha perdido (del único modo en que puede ser perdida, es decir, por medio de una culpa, no como él quisiera acaso haberla perdido) no tendrá la ocurrencia de encomiar la perfección adquirida a costa de la inocencia. La narración del Génesis da, pues, también la justa explicación de la inocencia. 

Inocencia es ignorancia. No es en modo alguno el puro ser de lo inmediato, porque es ignorancia. Verdadera, la ignorancia, superficialmente considerada, está destinada a convertirse en saber. Es algo que no conviene en absoluto a la ignorancia. Es evidente que esta interpretación no se hace culpable de ningún pelagianismo. La especie tiene su historia; en ésta tiene la pecaminosidad su determinación continua, cuantitativa; pero la inocencia se pierde exclusivamente por medio del salto cualitativo del individuo. Es cierto que esta pecaminosidad, que constituye el progreso de la especie, puede revelarse como una disposición mayor o menor en el individuo que participa en ella por medio de su acto, pero esto es un más o menos, una determinación cuantitativa, que no constituye el concepto de la culpa.

¿Qué es la desesperación para Kierkegaard?

Cuadro que resume el texto de Kierkegaard sobre la desesperación del Tratado sobre la desesperación, Capítulo II

Lectura de Kierkegaard en Tratado de la desesperación.
Capítulo II. DESESPERACIÓN VIRTUAL Y DESESPERACIÓN REAL

¿Es la desesperación una ventaja o un defecto? Una y otra cosa en dialéctica pura. No reteniendo más que la idea abstracta de ella, sin pensar en casos determinados, debería tomársela como una ventaja enorme. Ser pasible de este mal, nos coloca por encima de la bestia, progreso que nos diferencia mucho mejor que la marcha vertical, signo de nuestra verticalidad infinita, o de lo sublime de nuestra espiritualidad. La superioridad del hombre sobre el animal, está pues en ser pasible de ese mal; la del cristiano sobre el hombre natural, en tener conciencia de la enfermedad, así como su beatitud está en poder ser curado de ella.

De este modo es una ventaja infinita poder desesperar y, sin embargo, la desesperación no es solo la peor de las miserias, sino, también, nuestra perdición. Generalmente la relación de lo posible con lo real se presenta de otra manera, pues si es una ventaja, por ejemplo poder ser lo que se desea, es una ventaja todavía mayor serlo, es decir, que el pasaje de lo visible a lo real es un progreso, una elevación. Por el contrario, con la desesperación se cae de lo virtual a lo real, y el margen infinito de costumbre entre lo virtual y lo real mide aquí la caída. Por lo tanto, es elevarse no estar desesperado. Pero nuestra definición es aún equívoca. Aquí la negación no es la misma que la de no ser cojo, no ser ciego, etc... Pues si no desesperar equivale a la falta absoluta de desesperación, entonces lo progresivo consiste en desesperar.

No estar desesperado debe significar la destrucción de la 1)aptitud para estarlo: para que verdaderamente un hombre no lo está, es preciso que a cada instante aniquile en él la posibilidad de desesperar. En general, la relación de lo virtual con lo real es otra. Dicen bien los filósofos cuando afirman que lo real es lo virtual destruido: sin plena precisión, sin embargo, pues es lo virtual colmado, lo virtual actuante. Aquí, por el contrario, lo real (no estar desesperado), una negación por consecuencia, es lo virtual impotente y destruido, de ordinario lo real confirma lo posible, mientras que aquí le niega.
La desesperación es la discordancia interna de una síntesis, cuya relación se refiere a sí misma. Pero la síntesis no es la discordancia, no es más que lo posible, o también, ella lo implica. Sino, no habría traza de desesperación, y desesperar no sería más que un rasgo humano, inherente a nuestra naturaleza, es decir, que no habría desesperación, sino que sería un accidente para el hombre, un sufrimiento, como una enfermedad que contrae, o como la muerte, nuestro lote común. La desesperación, pues, está en nosotros; pero si no fuéramos una síntesis, no podríamos desesperar, y si esta síntesis al nacer no hubiera recibido de 2)Dios su justeza tampoco podríamos desesperar.


¿De dónde viene, pues, la desesperación? De la relación en la cual la síntesis se refiere a sí misma, pues Dios, haciendo del hombre esa relación, le deja como escapar de su mano, es decir que, desde entonces, la relación tiene que dirigirse. Esta relación es el espíritu, el yo, y allí yace la responsabilidad, de la cual depende siempre toda desesperación, en tanto que existe; por lo tanto depende, a pesar de los discursos y del ingenio de los desesperados para engañarse y engañar a los demás tomándola por una desgracia... como en el caso del vértigo, que la desesperación recuerda en más de un aspecto, aunque siendo diferente de naturaleza, ya que el vértigo es al alma como la desesperación al 3)espíritu , y está lleno de analogías con ella.

Luego, cuando la discordancia, cuando la desesperación está presente, ¿dedúcese sin más que persiste? Absolutamente no; la duración de la discordancia no viene de la discordancia, sino de la relación que se refiere a sí misma. O dicho de otra forma: cada vez que se manifiesta una discordancia, y en tanto que ella existe, es necesario remontarse a la relación. Se dice, por ejemplo, que alguien contrae una enfermedad, pongamos por imprudencia. Luego se declara el mal y, desde ese momento, es una realidad cuyo origen es cada vez más pasado. Sería cruel y monstruoso reprocharle continuamente al enfermo que está a punto de contraer la enfermedad, como teniendo el propósito de disolver de continuo la realidad del mal en su posible. Bien, sí; la ha contraído por su culpa, pero sólo una vez ha sido culpa suya. La persistencia del mal no es más que una simple consecuencia de la única vez que lo ha contraído, a la cual no se puede, en todo instante, reducir su progreso; el enfermo ha contraído el mal, pero no se puede decir que todavía lo contrae. Las cosas suceden de otro modo en la desesperación; cada uno de sus instantes reales puede relacionarse con su posibilidad, en cada momento que se desespera se contrae la desesperación; siempre el presente se esfuma en pasado real, a cada instante real de la desesperación, el desesperado lleva todo lo posible pasado como un presente. Esto proviene de que la desesperación es una categoría del espíritu y en el hombre se aplica a su eternidad. Pero esta eternidad no podemos hacerla a un lado por toda la eternidad, ni sobre todo, rechazarla de un solo golpe; a cada instante que estamos sin ella, la hemos rechazado o la rechazamos, pero ella retorna, es decir, que a cada instante que desesperamos, contraemos la desesperación. Pues la desesperación no es una continuación de la discordancia, sino relación orientada hacia sí misma. Y refiriéndose a sí mismo, el hombre ya no puede ser abandonado más que por su yo, lo que, por lo demás, no es más que el hecho, puesto que el yo es el retorno de la relación sí misma.

Notas: 
1) Por aptitud se puede entender una relación interna que capacita al individuo hacia un acto concreto, es decir, hacia la actitud.
2) Kierkegaard veía en Dios una "fuerza existencial", activa, viva, cambiante...
3) Aquí el alma es un estado de cosas actual y presente mientras que al espíritu le acompaña un sentido de eternidad.



Qué son los mercenarios.

Persona como mercancía



“Grita ¡Devastación!, y suelta a los perros de la guerra”

                                    William Shakespeare, Julio César


 En los tiempos de la fértil fantasía concreta, de la que hablaba Vico, y de la cual se nutrió la civilización de la antigua Roma, el acucioso dios Mercurio llegó a ocupar un puesto de honor en el panteón consagrado a las deidades, a pesar de ser más joven que Júpiter, Marte o Jano, dadas sus cualidades de raudo mensajero, mediador con el más allá y patrono de las artes y el comercio. De esta último atributo proviene su fama de taimado y, por supuesto, de una cierta desvergüenza, pues, según afirman las malas lenguas, detrás de todo comerciante se puede llegar a ocultar un ladino embaucador, un especulador y, no pocas veces, un falaz y malsonante timador. Con todo, sus majestades celestiales, habitantes del espacio infinito, ocuparon durante siglos, y a la vista de todos, un lugar bien definido en el firmamento. Lugar al que, más tarde, la ciencia designaría con el nombre de planetas, término que, por cierto, viene del griego “vagabundo”.

 A lo lejos, cerca del sol, se encuentra Mercurio, cuya órbita, no por caso, es la más rápida, la que más trepidantemente cambia de posición en el cielo, lo que es propio de todo mensajero, más si se trata, nada menos, que del mensajero de los dioses. Su premura es, además, un imprescindible en la mesa del taller de los alquimistas. Es el hydragyros, el agua plateada o la plata líquida, el azogue, de donde proviene su vertiginosa capacidad de hacer líquido lo metálico, de generar ingente fortuna -la “liquidez monetaria”-, transformando sus vástagos -las mercancías- en un torrente, en un creciente flujo de plata. La elevación de Mercurius a los cielos es el resultado, la confirmación, de la presencia, en el escenario de la historia humana, de las merx o mercis, es decir, de las mercancías y, con ellas, no sólo de los co-merci-antes sino también de los merc-ados y de los merc-aderes. Y así como se acostumbraba hacer el mercado los días consagrados a Mercurio -los mercurii dies, o sea, los miércoles-, por el mismo motivo los mercaderes debían mantener sus mercados abastecidos de mercancías, mercancías que debían transportarse desde distancias muy grandes y no pocas veces recónditas, a través de caminos llenos de peligrosos asaltantes. Por lo cual, las mercancías debían ser protegidas por los mer-cenarios, gentes que, dadas sus necesidades y por su propia dinámica social, en sí y para sí mismos, se asumieron también como mercancía al mejor postor. Lo de “su merced”-o “vuestra merced”, de donde deriva el “v.d.” o “usted”-, tan usado aún en ciertas regiones, apunta no tanto a un título nobiliario como al hecho de estar sometido, de mantener una deuda con alguien o de hallarse bajo la sujeción de una relación sustentada sobre una indefinida transacción comercial. Así las cosas, el ser mercenario puede llegar a transformarse en un modo de existir o de subsistir, y no solo para un determinado grupo social sino para toda una sociedad. En este caso, se trata de la reducción del ser y de la conciencia sociales a mercancías, a la cruda compra y venta humana. Es el triunfo del fracaso espiritual de la civilidad, la pobreza de espíritu trastocada, vendida y celebrada, como riqueza material y progreso.

 Decía Maquiavelo que los buenos cimientos de un Estado son el resultado de la paciente construcción de “buenas leyes y buenas tropas”, pero que “no existen buenas tropas si no existen buenas leyes”. En este punto, es evidente que cuando un Estado pierde sus fundamentos conceptuales se precipitan sus “buenas leyes” y sus “buenas tropas”, aquellas que el autor de El Príncipe denomina las “propias”, cabe decir, las que están dispuestas a entregar su vida por las ideas y valores sustantivos de su patria sin pedir ningún tipo de retribución a cambio. Por eso es tan importante la filosofía, porque es de ella que pueden surgir la autoconsciencia y el sistema de una determinada sociedad. Baste un ejemplo: el Acta de Independencia de Venezuela fue redactada por el filósofo Juan Germán Roscio y refrendada por 21 académicos de la UCV, en su mayoría, filósofos, teólogos y juristas, mientras que la Constitución de 1999, mejor conocida como “la bicha”, fue redactada -grosso modo- por un tipo como Germán Escarrá y refendada nada menos que por Luis Miquilena, Isaías Rodríguez y Aristóbulo Istúriz.

 Cuando un país pone su defensa y seguridad en manos de mercenarios lo está poniendo en manos de gente “desunida, ambiciosa y desleal”, gente que se muestra “valiente entre los amigos pero cobarde cuando se encuentra frente a los enemigos”. Gente sin convicciones que, en tiempos de paz, despojan y saquean al Estado y, en tiempos de guerra, son los primeros en rendirse, porque “no tienen otro motivo que los lleve a una batalla más que la paga. Quieren ser soldados mientras el príncipe no hace la guerra, pero en cuanto la guerra sobreviene, huyen o piden la baja”. En suma -advierte Maquiavelo-, “las armas mercenarias sólo acarrean daños, esclavitud y deshonra”. Piénsese ahora en el destino de un territorio que ha sido tomado por un grupo de delincuentes que, para poder mantenerse en el poder, decidieron partir en pedazos la columna vertebral de su institución armada, sustituyéndola por un mercenariato cuya única ideología es el lucro. Siempre prestos a asesinar, como reza el título del viejo western, “por un puñado de dólares”, al final, huyeron despavoridos en Apure, como bien se sabe.

 Decía Marx que “un ser sólo puede ser independiente en cuanto es dueño de sí, y sólo es dueño de sí en cuanto se debe a sí mismo. Un hombre que vive por gracia de otro se considera a sí mismo un ser dependiente. Vivo totalmente por gracia de otro cuando le debo no sólo el mantenimiento de mi vida, sino que él, además, ha creado mi vida, es la fuente de mi vida; y mi vida tiene necesariamente fuera de ella el fundamento cuando no es mi propia creación”. Esta pareciera ser la confirmación del sometimiento servil de una sociedad ante un grupo de señores que no sólo la han secuestrado sino que la han reducido a mercancía, trastocando las relaciones interpersonales en relaciones mediadas por el mercurio de la supervivencia cotidiana. El viernes -de Venus- ha sido cambiado por el miércoles de cenizas. Entre tanto, ladran los perros de la guerra, causando, como diría Kierkegaard, temor y temblor. ”El que no vota no come”, advierte el gorilita. El gansterato ha resultado ser la mayor negación de la política, la mejor expresión de una vida mercenaria, en la que la compra y venta de los individuos ratifica los costes de la pobreza espiritual -de la cual ya el lenguaje comienza a dejar registro- y anuncia el gran esfuerzo -y por ende, el gran compromiso- que significará para todos la reconstrucción orgánica de la vida de los venezolanos.

José Rafael Herrera

@jrherreraucv

Diario de un seductor. Soren Kierkegaard


Diario de un seductor en Colección Microfilosofía.
Conoce a Soren Kierkegaard en su libro: Diario de un seductor. Libro que te enseña a pensar en formaciones románticas, religiosas y sobre todo, de seducción.

Kierkegaard le dedicó al Estadio Estético ocho ensayos. Diario de Un seductor conforma el octavo ensayo de Kierkegaard y constituye, junto con su comentario del don Juan de Mozart, uno de los capítulos centrales de su Aut- Aut (O lo uno o lo otro).

A su vez, para el lector no interesado por la filosofía, el libro es alusivo y contundente cuando enseña formaciones románticas, impregnadas de antigua cultura danesa, de ritos cristianos y dogmas invisibles. El lector descuidado seguro aprenderá todas las formas del amor romántico, bien detalladas y conceptualizadas por Soren Kierkegaard.

Mientras, en el desarrollo de su filosofía existencial se dignifica una filosofía de elección entre posibilidades de vida, los dos momentos primeros se superan por el influjo de la melancolía y el hastío, para desembocar en el estadio religioso, que según Kierkegaard es muestra de su vocación dominante y única de escritor religioso. Y no por esto, no por falta de afecto deja de dominar en todo tipo de conflictos persuasivos, como muestra en Diario de un Seductor, la seducción intelectual con todas sus morbosas alquimias se despliega como núcleo central del escrito. Se trata de Juan, astuto seductor, que valiéndose de ardides conduce al desconcierto y la confusión a Cordelia, quien a sus 17 años muere de amor por él. La causa de la naturaleza contemplativa y reflexiva de Juan, es estar dispuesto a efectuar toda clase de experimentos psicológicos con el fin de lograr el punto de turbación en que Cordelia pierde su equilibrio -y se disponga a cualquier sacrificio. Como se verá, en este juego el que cambia las tácticas y alterna desahogos y rigideces, despliega a su vez una clase de egoísmo refinado que según Kierkegaard, pretende el máximo de placer sin ningún compromiso.

Fuente:  Diario de un seductor / Soren Kierkegaard .

Del amor celoso hacia amor amigo en Soren Kierkegaard

Joven buscando su alma gemela en un paisaje de símbolos de poder y ego, representando la búsqueda de una conexión verdadera en el amor


 
Soren Kierkegaard. Diario de un seductor.

Cuando una muchacha no despierta en nosotros desde la primera mirada una impresión tan viva que cree una imagen ideal de sí misma, generalmente no es digna de que nos tomemos el trabajo de buscarla en la realidad. 

Pero si despierta en nosotros esa imagen, pese a nuestra experiencia, nos sentimos dominados y vencidos por una desconocida fuerza.


Ahora bien, yo aconsejo a quien no tiene segura ni la mano ni los ojos y, como consecuencia, la victoria, que intente sus maniobras amorosas en el primer estadio de la pasión, pues entonces, a la par que está dominado por fuerzas sobrenaturales, también las posee dentro de sí mismo y este dominio nace de una singular mezcla de simpatía y egoísmo.

Pero en tal estado, le faltará un goce: el goce de la situación, pues el mismo resulta sometido, se sumerge y se oculta en ella.


Obtener lo más hermoso es siempre difícil; lograr lo interesante, en cambio, es sencillo. Pero siempre es conveniente acercarse lo más posible; ese es el verdadero deleite y no llego a comprender que goce buscan los otros en su lugar. La simple posesión es algo vulgar y resultan mezquinos los recuerdos de que se sirven esos enamorados: no vacilan en emplear el dinero, el poder, la influencia ajena y aun los narcóticos. ¿Qué placer puede brindar a un amor si no contiene en sí mismo el abandono absoluto de una de las partes? 

Siempre es preciso el espíritu y el espíritu falta comúnmente a esa clase de enamorados.

El falso amor en Kierkegar y Nietzsche. Comentario

Un comentario sobre dos impresiones, de Kierkegard y de Nietzsche, la primera sacada de un escrito titulado Diario de un seductor y la segunda de Así hablo Zaratustra, donde habla del amor al projimo.


Relata Kierkegard el encuentro de algunas hojas revueltas sobresaliendo de un cajón abierto, en un acto poco respetuoso, cuenta que se abalanzó a la lectura de algunas líneas quedando sorprendido en la temática, escritos privados sobre impresiones con una muchacha, realizados por algún selecto seductor que hablaba con su alma a solas.
Recopiló Kierkegaard estos escritos otorgándole un orden, al que después tituló Diario de un seductor.

Más tarde de la entrada anterior, al leer algunas páginas de este diario, se relata el primer encuentro con esta señorita, sobrecogen con más fuerza unas cuantas líneas (pegadas a continuación), con recuerdos de un viejo Nietzsche en Así habló Zaratustra, forjan una comparación bastante fácil entre las cualidades de un espejo (relatadas por el autor del diario) y una gran crítica Nietzscheana sobre el amor al prójimo.

 Comparación en unas lineas de unión .
Un espejo como todos sabemos, ama al prójimo más que cualquier ente viviente jamás podría, pobre de el, más aún, pues no puede saberlo, que es incapaz de guardar imagen alguna sobre cualquier cosa, sobrecogido el reclama todo lo que da y que no le devuelven, solo mujeres guapas con prisa o sin ella lo utilizan de imagen para adornar sus cuerpos, un espejo complaciente.
Decidido a hacerse notar, este vidrio noble refleja todo lo sublime nítidamente, menos los fantasmas, esos que tienen poder de cambio animoso, que huyen de el pues no reciben compañía y saben que no podrían alcanzar amistad alguna.
Aspiras a ser mendigo de imágenes, ¿el que seduce a su dueña para conseguir poder?, ya no seas más espejo, si puedes.


Texto de Kierkegard - Diario de un seductor
Aún no me ha visto, aunque me encuentro al otro extremo del mostrador; en la pared de enfrente cuelga un espejo. ¡Desgraciado espejo que puedes reflejar su imagen pero no a ella misma! Y ni siquiera puedes adueñarte de esa imagen, espejo desdichado y ocultarla al mundo, sino que la traicionas a todos, como ahora a mí...
¡Qué tormento, aunque el hombre así hubiera sido creado! Hay hombres, sin embargo, que sólo comienzan a gozar de aquello que poseen cuando pueden mostrarlo a los demás: hombres sólo capaces de concebir las apariencias y no la esencia, y que todo lo pierden cuando el ser interior se muestra, así como este espejo perdería su imagen, si ella se traicionara ante él un solo instante...
¡Pero qué hermosa es, a pesar de todo! ¡Pobre espejo, qué tormento!


Audiolibro – Así habló Zaratustra


 

Deseo, erotismo, fuerza

El deseo como algo innato, inmanente, ese deseo arrasa todo a su favor, muestra tu fuerza, tu ánimo, coge lo que quieres, convierte el momento en poesía, disfruta, haz disfrutar, guarda el instante…

Filosofía y desafío: Representación visual de un individuo sumido en la contemplación de Kierkegaard, danzando con la bayadera en un escenario etéreo, simbolizando el deseo innato y el anhelo por el azar.


Lectura de Søren Kierkegaard.


¡Maldito azar! Jamás te maldije cuando te mostrabas, y ahora te maldigo porque no te muestras. ¿O se trata de una nueva invención tuya, ser inconcebible, origen estéril de todo, único superviviente- de aquel tiempo en que la necesidad parió la libertad, y la libertad fue tan loca que volvió al seno materno? ¡Maldito azar! ¡Tu único cómplice, único ser al que siempre consideré digno de mi alianza y de mi hostilidad, siempre semejante a ti mismo en la desemejanza, siempre incomprensible, eternamente enigmático! Tú, al que amo con toda la pasión de mi alma y con cuya imagen me modelo a mí mismo,¿por qué no te muestras? Yo no te estoy mendigando, no te estoy suplicando humildemente que te muestres en alguna parte; una plegaria así sería una verdadera idolatría, y no te gusta. Yo te desafío a una pelea.¿Por qué no te muestras? ¿O es que se ha aplacado la inquietud del universo y se resolvió tu enigma, y tú también te has precipitado en el mar de la eternidad? ¡Terrible pensamiento! En tal caso el mundo se detendría por el aburrimiento. ¡Te espero, maldito azar! ¡No quiero vencerte con principios, ni con los tontos llamarían carácter, no yo quiero elevarte a poesía! No quiero ser poeta para otros. ¡Muéstrate y te poetizaré! Me alimento de la poesía, es mi única comida. ¿O no me consideras digno? Así como la bayadera danza en honor de un dios, yo me he consagrado a tu servicio; ligero, con poca ropa, ágil, desarmado, renuncio a todo. Nada poseo y nada deseo poseer. No amo nada y nada tengo que perder, pero no por esto me hice más digno de ti, de ti, que desde hace mucho tiempo estás cansado de arrancar a los hombres lo que ellos aman, cansado de sus cobardes suspiros, de sus cobardes súplicas. Sorpréndeme, estoy preparado. Ninguna apuesta, pelearemos por honor. Muéstrame a ella, muéstrame una posibilidad que tenga todo la apariencia de una imposibilidad, muéstramela incluso entre las sombras del infierno e iré a buscarla. Deja que ella me odie, me desprecie, me muestre indiferencia, ame a otro. Yo no tengo miedo; pero mueve las aguas, rompe la calma. Dejarme morir de esta forma de inanición es algo miserable, no digno de tí, que imaginas ser más fuerte que yo.

Soren Kierkegard -Diario de un seductor


El hombre tiene que hablar, y por este motivo tiene que estar en posesión de alguna de esas facultades que constituyen la verdadera fascinación de Venus:conversación y adulación, es decir, el arte de insinuar.
De esto no se debe deducir que Eros sea mudo y que tenga que ser eróticamente errado conversar, sino que la conversación tiene que ser erótica, sin perderse en reflexiones ejemplares sobre los aspectos de la vida y cosas por el estilo, y que la conversación se considera como un descanso entre una acción erótica y otra, un pasatiempo y no de los mejores. Tal charla,tal confabulatio, tiene una naturaleza casi divina, y yo nunca me aburro conversando con una jovencita. Es decir, que puedo terminar aburriéndome de la jovencita, pero nunca de conversar con ella. Seria tan imposible como cansarme de respirar. Estas charlas tienen de particular que surge espontáneamente la conversación. El coloquio se mantiene muy pegado al suelo,no tiene un argumento,la casualidad es la ley de sus movimientos... pero son infinitas y muy afortunadas sus procreaciones.