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Aprender a Aprender: Filosofía y Metacognición

Técnicas prácticas y reflexiones filosóficas para perfeccionar el aprendizaje autónomo


En un mundo donde la información fluye sin cesar, aprender a aprender se convierte en una habilidad esencial para navegar con éxito el conocimiento moderno. Este artículo explora cómo desarrollar la autonomía en el aprendizaje a través de la metacognición, una herramienta poderosa que nos permite reflexionar sobre nuestros propios procesos mentales. Inspirados en las ideas de filósofos como Spinoza y Vygotsky, y en teorías como el constructivismo social de Bruner, descubriremos estrategias de aprendizaje que combinan la filosofía del aprendizaje con prácticas efectivas. Bienvenido a una inmersión en el arte de aprender a aprender, donde la biblioteca clásica y la era digital se fusionan para inspirar un crecimiento intelectual continuo.


Acuarela de una biblioteca clásica con un estudiante leyendo, simbolizando aprender a aprender, metacognición y filosofía, inspirado en Spinoza y Vygotsky.

Contexto histórico, por qué es importante "aprender  aprender" hoy.

El concepto de "aprender a aprender" no es nuevo, pero ha ganado relevancia en la era moderna, donde el acceso masivo a la información exige habilidades para gestionarla de manera autónoma y eficaz. Sus raíces se remontan a las reflexiones filosóficas y psicológicas de los siglos XIX y XX, cuando pensadores como Lev S. Vygotsky y Jean Piaget comenzaron a explorar cómo los individuos construyen conocimiento. Vygotsky, con su idea de la "zona de desarrollo próximo", destacó la importancia del contexto social y la mediación en el aprendizaje, mientras que Piaget enfatizó el desarrollo cognitivo a través de la asimilación y la acomodación. En los años 60, Jerome Bruner, inspirado por Piaget, introdujo el constructivismo social, subrayando que el aprendizaje es un proceso activo donde el estudiante no solo absorbe información, sino que la transforma y la aplica en diferentes contextos.

Paralelamente, la filosofía ha aportado una dimensión profunda a este concepto. Baruch Spinoza, en el siglo XVII, con su método geométrico en la Ética, mostró cómo el conocimiento puede construirse de manera lógica y estructurada, un principio que resuena con la metacognición moderna: la capacidad de reflexionar sobre el propio pensamiento. En el siglo XX, Reuven Feuerstein complementó estas ideas con su programa de enriquecimiento instrumental, diseñado para enseñar a pensar y aprender de forma autónoma. Este artículo se sitúa en la intersección de estas corrientes: la psicología del aprendizaje, la filosofía del conocimiento y la pedagogía contemporánea, que hoy en día valora el papel activo del estudiante en su proceso educativo. En un mundo saturado de datos, donde la tecnología y la tradición coexisten —como en una biblioteca clásica que abraza herramientas digitales—, aprender a aprender se convierte en un puente entre el pasado intelectual y el futuro del crecimiento personal.

Cómo aprender a aprender por uno mismo

El concepto de "aprender a aprender" no es nuevo, pero ha ganado relevancia en la era moderna, donde el acceso masivo a la información exige habilidades para gestionarla de manera autónoma y eficaz. Sus raíces se remontan a las reflexiones filosóficas y psicológicas de los siglos XIX y XX, cuando pensadores como Lev S. Vygotsky y Jean Piaget comenzaron a explorar cómo los individuos construyen conocimiento. Vygotsky, con su idea de la "zona de desarrollo próximo", destacó la importancia del contexto social y la mediación en el aprendizaje, mientras que Piaget enfatizó el desarrollo cognitivo a través de la asimilación y la acomodación. En los años 60, Jerome Bruner, inspirado por Piaget, introdujo el constructivismo social, subrayando que el aprendizaje es un proceso activo donde el estudiante no solo absorbe información, sino que la transforma y la aplica en diferentes contextos.
Paralelamente, la filosofía ha aportado una dimensión profunda a este concepto. Baruch Spinoza, en el siglo XVII, con su método geométrico en la Ética, mostró cómo el conocimiento puede construirse de manera lógica y estructurada, un principio que resuena con la metacognición moderna: la capacidad de reflexionar sobre el propio pensamiento. En el siglo XX, Reuven Feuerstein complementó estas ideas con su programa de enriquecimiento instrumental, diseñado para enseñar a pensar y aprender de forma autónoma. Este artículo se sitúa en la intersección de estas corrientes: la psicología del aprendizaje, la filosofía del conocimiento y la pedagogía contemporánea, que hoy en día valora el papel activo del estudiante en su proceso educativo. En un mundo saturado de datos, donde la tecnología y la tradición coexisten —como en una biblioteca clásica que abraza herramientas digitales—, aprender a aprender se convierte en un puente entre el pasado intelectual y el futuro del crecimiento personal. Si te apasiona esta reflexión, descubre más en Filosofía Autodidacta: Aprende a Pensar por Ti Mismo, un libro que te guiará en este viaje de autodescubrimiento intelectual.
1. Observar y analizar el proceso de "aprender a aprender"
Las disciplinas de la psicología y la filosofía han mostrado un interés profundo y sostenido en definir las complejas relaciones entre saber y aprender, por un lado, y entre enseñanza y aprendizaje, por el otro. El aprendizaje se concibe como un proceso dinámico y complejo en cuya construcción participa activamente el aprendiente, aportando sus experiencias, conocimientos previos y perspectivas únicas. Este rol activo del individuo solo es posible si se es consciente del propio proceso de aprendizaje y si se pueden identificar, evaluar y ajustar las estrategias que se emplean en él. Por ejemplo, un estudiante que lee un texto difícil podría detenerse a reflexionar sobre si su método de subrayado y resumen es efectivo o si necesita cambiarlo por una técnica como la elaboración de preguntas para profundizar en su comprensión.
Teóricos destacados han abordado este aspecto desde diferentes ángulos. Jerome Bruner (1960), quien desarrolló las ideas de Jean Piaget, construyó un puente esencial entre la psicología cognitiva y la pedagogía. Bruner afirmó que en el aprendizaje son tan importantes los procesos como los productos finales. Para él, el objetivo primordial de la educación no es solo acumular datos o información factual, sino fomentar el desarrollo de la comprensión conceptual, que está íntimamente ligada al lenguaje, al cuerpo pensante y a las destrezas cognitivas. Su teoría, conocida como constructivismo social, sostiene que la educación debe involucrar a la totalidad de la persona —sus emociones, intelecto y experiencias— y que el verdadero valor de aprender a aprender radica en la capacidad de transferir lo aprendido de una situación a otra, adaptando el saber a diferentes escenarios y contextos de la vida cotidiana o profesional. Por ejemplo, un niño que aprende a resolver problemas matemáticos no solo debería dominar las operaciones, sino también entender cómo aplicar esos principios a situaciones prácticas, como calcular un presupuesto.
En la creación del concepto de "aprender a aprender" también han influido las teorías de Lev S. Vygotsky, psicólogo ruso de principios del siglo XX, y de Reuven Feuerstein, psicólogo educador israelí. Ambos autores subrayan la importancia de la mediación —ya sea por parte de un profesor, un mentor o incluso un compañero— como uno de los principales factores que enriquecen el aprendizaje. Además, destacan el papel del contexto social en el que este se produce y la conveniencia del aprendizaje cooperativo como complemento al esfuerzo individual. Vygotsky, por ejemplo, introdujo el concepto de la "zona de desarrollo próximo", que sugiere que el aprendiente puede avanzar más allá de sus capacidades actuales con la guía adecuada, mientras que Feuerstein desarrolló el programa de enriquecimiento instrumental, enfocado en enseñar a los estudiantes cómo pensar y aprender de manera estructurada. En consecuencia, la pedagogía contemporánea otorga cada vez más importancia a que el alumno desempeñe un papel activo en su propio aprendizaje, ajustándolo según sus necesidades, intereses y objetivos personales. Este proceso tiene una dimensión psicológica profunda: el cuerpo humano, con su capacidad para reflexionar y no dejarse dominar por interferencias emocionales, es el que posibilita la creación de procesos conceptuales y sintácticos claros y efectivos.

2. Autoadministrarse las estrategias de aprendizaje más apropiadas

Las estrategias de aprendizaje son aquellos procesos, técnicas o herramientas que facilitan realizar una tarea de manera idónea y eficiente. Estas pueden variar desde tomar notas estructuradas hasta emplear mapas mentales, pasando por la práctica espaciada o el uso de analogías para conectar ideas nuevas con conocimientos previos. Dado que el aprendizaje es un proceso profundamente individual, cada persona debe descubrir y optar por el método de estudio y aprendizaje que mejor se adapte a su estilo personal, a su ritmo y a sus metas. Además, es el propio individuo quien está más capacitado para medir el progreso conceptual y la consecución de los objetivos que se ha trazado. Esta autoevaluación requiere una habilidad clave: la capacidad de "alejarse de sí mismo" para analizar, sin prejuicios emocionales ni afectivos, la estructura lingüística y conceptual del contenido aprendido, buscando el significado más objetivo posible y evitando interpretaciones subjetivas basadas únicamente en experiencias personales.
Por otro lado, en cada proceso de aprendizaje es necesario descubrir, crear e incluso inventar los medios que permitan mantener un flujo constante de asimilación y acomodación intelectual. Este flujo, descrito originalmente por Piaget, implica integrar nueva información en estructuras mentales existentes (asimilación) y ajustar esas estructuras cuando la nueva información lo exige (acomodación). Este proceso no se limita a la enseñanza formal o regulada, sino que se aplica a cualquier individuo comprometido con aprendizajes permanentes a lo largo de su vida. Por ejemplo, un profesional que aprende un nuevo software podría experimentar con diferentes tutoriales, tomar notas de sus errores y ajustar su enfoque hasta dominarlo, todo ello de manera autónoma.
El proceso de aprender a aprender consiste, en esencia, en ejercer activamente el conocimiento de cómo uno aprende, identificando los mecanismos que se están utilizando y determinando cuáles son las maneras más eficaces de comprender, analizar y asimilar el mundo exterior. Cada persona puede elegir los medios que le resulten más convenientes o cómodos. Un ejemplo clásico de esto lo encontramos en el filósofo Baruch Spinoza, cuyo método geométrico en su obra Ética ilustra cómo el aprendizaje puede construirse a partir de proposiciones interconectadas. Para Spinoza, "cada cosa —cuerpo o idea— se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser" (proposición 6, parte III), una idea que deriva de proposiciones anteriores como "la potencia de Dios es su esencia misma" (proposición 34, parte I) y "ninguna cosa puede ser destruida sino por una causa exterior" (proposición 4, parte II). Este encadenamiento lógico demuestra cómo el aprendizaje puede ser un proceso acumulativo y estructurado, algo que cualquier persona puede replicar al conocerse a sí misma y reflexionar sobre sus propios métodos.

La relevancia de aprender a aprender en la actualidad


Aprender a aprender es una habilidad fundamental en nuestros días, especialmente en una sociedad donde la información nos bombardea constantemente desde múltiples fuentes: redes sociales, noticias, libros, cursos en línea, entre otros. En este contexto, es esencial saber organizarse, seleccionar lo más relevante, filtrar lo superfluo y, sobre todo, utilizar ese conocimiento de manera práctica y efectiva en el futuro. Estas tareas requieren haber asimilado una serie de estrategias y haber desarrollado la capacidad de ponerlas en práctica de forma consistente.
Así pues, aprender a aprender se convierte en el procedimiento personal más adecuado para adquirir cualquier tipo de conocimiento. Este enfoque supone impulsarlo como una forma activa de acercarse a los hechos, principios y conceptos, transformando al aprendiente en un agente consciente de su propio desarrollo intelectual. En términos concretos, aprender a aprender implica:
  • El aprendizaje y uso adecuado de estrategias cognitivas, como la memorización activa, la elaboración de resúmenes o la conexión de ideas.
  • El aprendizaje y uso adecuado de estrategias metacognitivas, como la planificación del estudio, la autorreflexión y la evaluación del progreso.
  • El aprendizaje y uso adecuado de modelos conceptuales, que inicialmente pueden ser rudimentarios pero que, con el tiempo, maduran y se refinan a medida que el individuo gana experiencia.
Desde esta perspectiva, aprender a aprender equivale a dotar al individuo de "herramientas para aprender". Estas herramientas no son meras técnicas, sino conceptos que actúan como bisagras entre el lenguaje, la experiencia y el entendimiento. El conocimiento más valioso en este proceso es el autoconocimiento o metacognición: la capacidad de comprender el propio funcionamiento psicológico, ser consciente de lo que se está haciendo y controlar eficazmente los procesos mentales. Por ejemplo, un estudiante que reconoce que se distrae fácilmente podría decidir estudiar en bloques cortos con descansos regulares, optimizando así su concentración.
En última instancia, al individuo no le interesa simplemente dominar técnicas de estudio eficaces, sino desarrollar un entendimiento profundo de sus propios procesos de aprendizaje. La vía fundamental para alcanzar este metaconocimiento es la reflexión constante sobre la propia formación teórica y práctica en distintos contextos. Esto significa crear teorías personales, equivocarse, reconocer los errores y reemplazarlos por conceptos más precisos, un método que resuena con el enfoque de Spinoza en su Ética demostrada según el orden geométrico. Al igual que este filósofo construyó un sistema lógico a partir de axiomas y proposiciones, cualquier persona puede edificar su propio marco de aprendizaje mediante la observación, la experimentación y la corrección continua.


El Deseo en la Filosofía de Spinoza: Ética y Naturaleza Humana Explicadas

Spinoza y el Consumismo Moderno: Deseos Fugaces vs. Auténticos.

¿Alguna vez te has preguntado qué impulsa realmente nuestras acciones y deseos en un mundo saturado de consumismo y apetencias superficiales? En la filosofía de Baruch Spinoza, el deseo no es un capricho pasajero, sino la esencia misma del ser humano, un motor que conecta la naturaleza humana con una ética profunda y transformadora. En este artículo, exploramos “El Deseo en la Filosofía de Spinoza: Ética y Naturaleza Humana Explicadas”, analizando cómo su obra maestra, la Ética demostrada según el orden geométrico, nos invita a distinguir entre deseos auténticos y las ilusiones inducidas por la sociedad moderna. Sumérgete en esta reflexión para descubrir cómo los conceptos de Spinoza pueden ayudarnos a entender nuestra relación con el mundo y a navegar los desafíos del consumismo contemporáneo.




Contexto Histórico y Conceptual: Spinoza y el Deseo en su Época

Para comprender el deseo es esencial situarnos en el siglo XVII, una era de transformaciones intelectuales y religiosas en Europa. Baruch Spinoza, nacido en Ámsterdam en 1632 y fallecido en 1677, vivió en un momento de tensiones entre la ortodoxia religiosa, el auge del racionalismo y los primeros pasos de la Ilustración. Como pensador judío excomulgado por su comunidad y criticado por las autoridades cristianas, Spinoza desarrolló una filosofía radical que desafiaba las nociones tradicionales del deseo, la naturaleza humana y Dios, presentándolos como parte de una sola sustancia infinita, que llamó “Dios o Naturaleza”.
En su obra cumbre, Ética demostrada según el orden geométrico (1677), Spinoza propone que el deseo (conatus) es la esencia misma del hombre, la fuerza que nos impulsa a perseverar en nuestra existencia y a buscar la alegría (beatitudo). A diferencia de los filósofos anteriores, como Descartes, o de las visiones cristianas que veían el deseo como pecaminoso, Spinoza lo concibe como algo natural y necesario, inseparable de la razón y los afectos. Este enfoque contrasta con el mundo moderno que describe el texto: una sociedad saturada de consumismo y deseos fugaces, donde las apetencias superficiales, impulsadas por la publicidad, opacan los deseos auténticos que Spinoza celebraba.
Este contexto histórico y conceptual nos permite entender por qué la filosofía de Spinoza sigue siendo relevante hoy. Su visión del deseo como un puente entre la naturaleza humana, la ética y el cosmos ofrece una crítica poderosa al vacío de los impulsos modernos, invitándonos a reflexionar sobre cómo recuperamos una relación más profunda y consciente con nuestros anhelos.

El deseo de Spinoza hoy

Spinoza moderno en cómic, chaqueta y jeans, sosteniendo su Ética en ciudad nocturna con anuncios, simbolizando deseos frente al consumismo, Microfilosofia.com



Así que pretendo hacer filosofía partiendo de uno de los conceptos más trillados de la historia de la filosofía, encuentren ustedes a un filósofo que se precie que no haya hablado del deseo y su interacción con el hombre y la naturaleza. Ya se pueden imaginar que es un concepto central al hombre, cuerpo autónomo e integrado en el hombre que participa de él como la sal al mar, el deseo es la parte consciente y procedimental de la naturaleza humana, y así como la naturaleza del desarrollo puede predecirse por sus genes y sustancias -por su determinación genética- la naturaleza del deseo humano puede intuirse por sus ideas y conceptos. No es poca cosa detenerse a pensar en ello: el deseo no solo nos atraviesa como un hilo que cose nuestra existencia, sino que también nos define en nuestra relación con el mundo, con los otros y con nosotros mismos. Es un motor silencioso, a veces imperceptible, que guía nuestras acciones incluso cuando creemos que somos dueños absolutos de nuestras decisiones.
El deseo que a mí me interesa es el de Spinoza, quien dice que este es la esencia del hombre, es decir, para Spinoza el deseo es lo que mueve al hombre en la dirección y forma en la que los hombres pueden formarse a sí mismos en cuanto a individuo o cuerpo social. Y no hay ejemplo más claro que su "Ética demostrada según el orden geométrico" como libro que define y ejemplifica esta descripción. Ya que es un libro de deseos, de esos libros que crecen sobre tu cabeza y hacen hijos a tus espaldas. Si un hombre quisiese aprender a desear intensamente no puede perderse este libro.
Es una obra que no se limita a describir el deseo, sino que lo despliega en un sistema riguroso, como si fuera una arquitectura del alma humana trazada con compás y regla. Spinoza no se conforma con observar el deseo desde lejos; lo disecciona, lo ordena y lo presenta como una fuerza viva que no solo nos empuja, sino que nos constituye. Ahora bien, los deseos de Spinoza son complejos y entrelazados, no son deseos fugaces como las apetencias que se muestran en televisión, ni deseos basados en "pulsiones" o instintos, como son la gula, la avaricia, la lujuria o el ansia de poder—-estos son deseos incompletos que siempre van acompañados de alguna tristeza, de un vacío que se cuela por las rendijas de la satisfacción momentánea. En Spinoza el deseo es uno, y al mismo tiempo infinito, capaz de descomponerse en una multiplicidad de deseos y afectos, como un prisma que refracta la luz en colores diversos sin perder su unidad esencial.
Pero, no pretendo aquí extenderme en la fuerza del deseo spinoziano —eso ya puede hacerlo quien quiera en su casa, con un café en la mano y la disposición de dejarse interpelar por sus páginas—, lo que vengo es a criticar, y a decir que los deseos que veo en la gente a diario, los deseos que anidan en ciertas cabezas llenas de pájaros, junto con otros de cabezas más instruidas e igualmente inutilizadas son, en su mayoría, deseos fugaces. Más que deseos son apetencias, o pequeños intereses inducidos. Apetencias de una chocolatina, de una fragancia, de una gominola, de un viaje a un lugar que en el fondo no importa tanto, de un utensilio no necesario que mañana quedará olvidado en un cajón. Son sombras de deseos, ecos de algo más profundo que ha sido reemplazado por un simulacro. Lo que ocurre es que los deseos que respiramos solo son producidos por el intelecto del hombre en su propio bien en una mínima parte; el resto son desechos de la publicidad, subproductos de un sistema que nos bombardea con imágenes, promesas y necesidades artificiales. Pensemos, por ejemplo, en el frenesí de las compras navideñas, en esos anuncios que nos dicen que la felicidad está a un clic de distancia, en un nuevo teléfono o en un perfume que nos hará inolvidables. ¿Cuánto de eso es deseo genuino y cuánto es sugestionado desde fuera?
Libro de Spinoza en una calle nocturna de una ciudad moderna con anuncios brillantes, simbolizando la búsqueda de deseos auténticos frente al consumismo, filosofía y ética spinoziana
¿A quién le interesa tener tanta cantidad de deseos inútiles en su cabeza?, eso no interesa a ningún individuo, solo es un concepto de pago con intereses lúdicos, una deuda que cargamos sin darnos cuenta, un juego en el que participamos sin haber elegido las reglas. ¿Por qué tenerlo en mi cabeza?, ¿Qué puedo hacer para defenderme de esto?, lo único que se puede hacer es hacerse consciente de los deseos propios. Y para esto solo conozco un remedio: Ética demostrada según el orden geométrico de Baruch de Spinoza. No es una solución fácil ni inmediata, claro está. Leer a Spinoza requiere paciencia, un esfuerzo casi matemático para seguir sus proposiciones, definiciones y escolios. Pero en ese esfuerzo está la clave: al comprender el deseo como una fuerza que nos atraviesa y nos forma, podemos empezar a distinguir entre lo que realmente nos pertenece y lo que nos ha sido impuesto. Es un ejercicio de autoconocimiento, una forma de limpiar la mente de escombros y quedarse con lo esencial. Porque si algo nos enseña Spinoza, es que el deseo verdadero, el que merece ese nombre, no se agota en la superficie de las cosas, sino que se dirige hacia lo eterno, hacia una alegría que no depende de lo pasajero. Y en un mundo saturado de apetencias triviales, ¿no es eso, acaso, una revolución silenciosa?

Revolución, por Julio Viso.

Revolución en espiral.



   En la actualidad, la palabra Revolución, en el contexto de los estudios sociales, se suele relacionar con movimientos políticos de izquierda. Pero no siempre fue así. Los términos de Izquierda y Derecha existen sólo a partir de finales del siglo XVIII. Antes de ese siglo existían formas de gobierno donde parecía que predominaban tendencias más inclinadas hacia lo que hoy se conoce como la Derecha, pero por entonces no se clasificaban de ese modo, simplemente eran denominadas reinados, gobiernos, principados, entre otros, en contraposición con el pueblo gobernado. Estos términos se comenzaron a utilizar a partir de la Revolución Francesa en 1789, después de haberse convocado la Asamblea Nacional Constituyente, en donde se discutió la organización del nuevo gobierno republicano que tendría el país, luego de haber sido derrocada la monarquía.

   En los primeros encuentros, los grupos de delegados se reunieron según sus posturas políticas. A la izquierda del presidente de la asamblea, se agruparon los que estaban a favor de cambios más populares y democráticos, a favor de la soberanía del pueblo, los que querían romper, de manera definitiva, con el antiguo régimen de la monarquía. Aquellos que tenían ideas más conservadoras y que querían seguir ligados, en ciertos aspectos, al antiguo régimen, se concentraron a la derecha del presidente. A partir de ese momento histórico estos términos contrapuestos se comenzaron a usar según lo que defendía cada grupo en la Asamblea.

   Ahora bien, es importante entender el significado de la palabra Revolución, para poder comprender lo que está sucediendo en el presente y por qué. El término revolución proviene del verbo latino revolvere que está compuesto de re, que significa “de nuevo”, y volvere que significa “girar”. Juntas significan algo así como: “girar de nuevo”. Por esa razón, a las vueltas que dan los cuerpos celestes alrededor de un punto céntrico, se les denomina revoluciones. Ahora ¿Esto qué tiene que ver con el ámbito político? Mucho, como se intentará mostrar.

   Las revoluciones, a lo largo de la historia, son vueltas, pero no circulares sino más bien espirales. Es un con-crecer constante, porque las vueltas no son iguales, sino que se trata, en palabras de Hegel, de un “superar-conservando”. No es como se piensa, generalmente; de un cambio abrupto sino que las revoluciones están profundamente ligadas al contexto que las precede. De hecho, ese mismo contexto es su causa. Se trata de una fuerza dialéctica que impulsa el cambio social y el progreso, en una relación dialógica de causas y consecuencias.

   Antes del siglo XVIII, no sólo existían tendencias políticas inclinadas hacia posturas totalitaristas, como la monarquía, que era la forma de gobierno “natural” de Europa, sino también formas de gobierno con inclinaciones menos autoritarias y más democráticas.

   Maquiavelo, en sus Discursos, había indicado que “el pueblo, cuya máxima aspiración es la de no ser dominado ni oprimido por los Grandes de la ciudad, ama la libertad porque ella es para él condición para vivir seguro, esto es, protegido contra el sometimiento y el abuso del poder”.

   El pueblo, como dice Maquiavelo, desea su libertad y no ser oprimido por los más poderosos. Busca seguridad y protección contra el poder reinante para vivir en libertad y no padecer de los abusos de los que poseen el poder. Maquiavelo expone la voz y el deseo de los oprimidos, lo devela y lo hace importante, es decir, le da un peso contundente, en lo que se refiere a la política de un Estado, que es garantizar la seguridad y la libertad de su pueblo.

imagen de la Revolución Francesa con delegados agrupados a la izquierda y derecha del presidente de la asamblea


   Por su parte, Spinoza, en el siglo XVII, describe las tres formas de gobierno imperantes de su época, a saber: la Monarquía, en la que el poder recae sobre un solo hombre, que es quien dicta las leyes y las hace cumplir. Un tirano no elegido que hereda el poder de forma filial y consanguínea. La Aristocracia, es denominada “el gobierno de los mejores”. Son los representantes de las familias más importantes de un determinado estado, los que gobiernan eligiéndose entre ellos y conforman una asamblea que se encarga de promulgar las leyes y de gobernar. Estos se someten a una elección para formar parte de la asamblea de la aristocracia. Y la última, la que propone Spinoza en su Tratado Político, es la Democracia, que es el gobierno del pueblo, donde el mismo tiene participación en el estado y también en la selección de los gobernantes.

  Para Spinoza, las formas de gobierno son mejores en tanto y cuanto tendieran hacia la Democracia, ya que consideraba que este gobierno es el más justo, el más eficiente, el que garantiza la mayor seguridad contra el abuso del poder y de la libertad.

   Hoy en día los venezolanos hemos perdido las cosas más importantes que nos debería procurar el estado: la justicia y la libertad. Ese estado debería garantizar nuestra protección, pero está generando todo lo contrario. Así como la Revolución Francesa es hija de toda la represión y la tiranía de las monarquías europeas y la izquierda hoy en día es un término del que rehúyen los venezolanos, así como todos los pueblos que han recibido sometimientos y abusos por partes de sus gobiernos que se manifiestan como revoluciones y movimientos de izquierda, disfrazando sus propósitos tiránicos y sus actos gansteriles -como los denomina José Rafael Herrera-, con las banderas de movimientos sociales y humanitarios, sólo por intereses económicos y militares de los países que enarbolan esas banderas con intereses comunes, que se alejan de una manera diametralmente opuesta del bienestar de su pueblo, sometiéndolos a una miseria y sufrimiento incalculable. Hoy se ha develado ante el mundo que las izquierdas han dejado de ser de izquierda y que las revoluciones ya no están relacionadas con estos movimientos, porque hoy hay una nueva revolución en Venezuela, hija de la tiranía y del gansterato de la mal llamada “Revolución Bolivariana”, que no es ni revolucionaria ni, mucho menos, de izquierda. Se trata de la Revolución por la Libertad, ligada profundamente al sufrimiento que los venezolanos padecen hace ya demasiado tiempo. Por eso, esta nueva revolución, que no parece salida de la izquierda ni vinculada con esta, es más revolucionaria que todas esas que se jactan de defender con palabras, con frases y discursos vacíos o a través de sus shows mediáticos, mientras reprimen a las mayorías o las encierran en las mazmorras de sus castillos tiránicos. Tratan de someter las voces de la protesta mediante la intimidación, la tortura y el asesinato. Al final, no lo podrán lograr. ¡Que viva la nueva Revolución venezolana!