Hay quienes creen que las ideas y los valores poco tienen
que ver con la realidad y que sólo el pragmatismo cuenta, a la hora de confrontarse
con la dureza de “los hechos” materiales, con los asuntos propios de “la
práctica”. Son los que se autodefinen como “realistas” sin tener la más mínima
idea de lo que sea la filosofía del realismo, al que irremediablemente
confunden con el más rasante de los empirismos. De hecho, se representan el
realismo como una doctrina lo más cercana, lo más próxima, a “la realidad”, sin
percatarse de que lo que se imaginan que sea la realidad no es más que su
abstracto reflejo. En el fondo, coinciden con el cretinismo de los que creen
que la crianza de gallinas en las escuelas es más importante que el estudio de
la matemática, la literatura o la historia.
A la hora de la verdad, lo que los diferencia, en el
fondo, es una vanidosa aspiración: el deseo
irrefrenable de ostentar los cargos de poder que hoy ocupan sus
adversarios, sus opuestos, como diría Hegel. Es un “realismo” animado por el
propósito de alcanzar aunque sea un poco de los beneficios y privilegios que
hoy ocupa la canalla vil, ubicada muy por encima de las necesidades del resto
de la población. Vanitas vanitatis. Quizá sea por eso que más que
realismo, se trate del gusto por los reales. De realista a realista traduce: de
bárbaro a bárbaro. Es, pues, el “realismo” de los miserables, el de las audacias
de los Carujo de siempre frente a los Vargas que siempre se les enfrentarán,
por lo menos mientras exista la idea y el derecho de la universidad autónoma,
justa y solidaria, la misma que enfrentó y venció, contra todo pronóstico
“realista”, a las despiadadas ordas de Boves, la misma que levantó su voz
contra los Monagas y contra Guzmán Blanco, la que padeció la rotunda y el
exilio de Gómez, o el Obispo y la Guasina de Pérez Jimenez. La universidad que
no se calla y que no descansará hasta que la irreverente luz de la verdad ponga
fin a las ruindades de la ignoracia y a la opresión de los amantes de ese
arrogante realismo que no lo es, porque en nada se funda más que en palabras
vacías. Y como la ignorancia es audaz y persistente, siempre tendrá que haber
universidad, porque no hay forma de detener la actividad sensitiva humana, la actio
mentis, en su infinito esfuerzo de preservar la razón y la libertad.
“No dejó cuenta en el banco ni vehículo propio”, observa
el autor de la reseña de la vida del muy ilustre rector de la Universidad
Central de Venezuela Rafael Pizani, cuya gestión, asumida apenas a los 34 años
de edad, pronto se transformaría en referencia histórica. Muy probablemente, el
rector no profesaba el realismo de los audaces, pero sí la chispeante fantasía
de los constructores de las ideas sobre las cuales se sustenta toda auténtica
realidad de verdad. No por casualidad fue un filósofo del derecho. Uno de sus
fieles discípulos, Elio Gómez Grillo, describió su muerte del siguiente modo:
“En la Roma antigua, cuando moría un gran hombre, no se decía “ha muerto”, sino
“ha vivido”. Así puede decirse del maestro Rafael Pizani, cuando falleció el 16
de diciembre de 1999. La muerte sólo pudo arrebatarle nada más que su vida.
Permaneció todo lo demás”. Pero, ¿qué es lo que aún permanece del Rector
Magnifico?, ¿qué es eso a lo que Gómez Grillo denomina “todo lo demás”?
Cuarenta años de sacerdocio universitario, con una sola
interrupción: el exilio al que lo llevó la defensa de la autonomía universitaria
frente al régimen dictatorial de Pérez Jimenez. Pizani había encabezado las
firmas de la Carta Magna Universitaria, un documento leído y aprobado
por los profesores y estudiantes de la UCV reunidos en asamblea en un Aula
Magna desbordada. La Carta enfrentaba el decreto de la Junta militar que
suspendía la autonomía universitaria y, con ella, la creación libre del saber.
Su voz de protesta frente a la mordaza se transformó en el concepto - la actio
mentis- en virtud de la cual surgió, primero, la resistencia y, más tarde,
la sublevación contra la tiranía. Después de todo, la universidad triunfó, una
vez más. Cuando las dictaduras enfrentan a las universidades tarde o temprano
se inicia su caída. El saber, siempre, será el verdadero realismo, el más
auténtico y más concreto.
Después de las dictaduras, toca reconstruir el país. Y no
hubo cargo de responsabilidad en el que el rector Pizani no ejerciera el
ejemplo e impartiera su sacerdocio docente, bajo el convencimiento de que sin
formación civil y ética profesional resulta imposible el progreso de un país.
Para Pizani, “la universidad venezolana constituye -hoy como ayer- el reducto
insobornable de la dignidad nacional”, y mantener su defensa “es nuestra tarea
y nuestro compromiso con el pueblo venezolano”. A pesar de “todo apetito
subalterno de dominio y de mando, sin doctrina y sin mañana, siempre resurge el
horizonte iluminado de un pueblo que rescata, por su Universidad, el
invalorable derecho de ser un pueblo libre”. El profesor Pizani es -y seguirá
siendo- “un símbolo vivo de la universidad venezolana”.
El próximo 23 de Enero de 2020 vence el plazo dado por el
tribunal de la narco-usurpación para que la Universidad Central de Venezuela
efectúe unos comicios inconstitucionales y violatorios de la Ley de universidades
vigente para la renovación de sus autoridades. La UCV debe, efectivamente,
renovar sus autoridades. Nadie puede poner en duda esta vital necesidad para la
institución, sobre todo después de que se le prohibiera, durante años, efectuar
comicios dentro de los lapsos legalmente establecidos, amenazando a los
miembros de su Consejo Universitario con enviarlos a prisión en caso de
proceder a su convocatoria. Hoy se le pretende obligar a efectuarlos, pero
fuera del marco reglamentario y en abierta contradicción con su naturaleza
estrictamente académica, con el objetivo de preparar el camino para la
definitiva intervención de su autonomía.
Los supuestos realistas, férvidos de pragmatismo, siempre
dispuestos a la participación “como sea” para “agarrar lo que sea”, ya se
preparan para presentarse en los comicios, en acato borreguil a lo establecido
por el tribunal de la narco-usurpación. La idea de Academia no cuenta, lo que
cuenta es la elección por la elección, a cualquier costo. Otros, en cambio, se niegan
a todo tipo de participación electoral, apelando al argumento de que el régimen
ya ha puesto en marcha la celada para la intervención, de tal modo que votar o
no votar les resulta, en sustancia, lo mismo. Son estos los apocalípticos que
con cierto aire de superioridad, de “almas bellas”, terminan por condenar a la
institución proclamando su derrota por anticipado. Por fortuna, la mayoría
académica ucevista está dispuesta a aceptar el reto electoral, pero no bajo las
condiciones exigidas por el espurio tribunal, ese bufete a sueldo de los
narcos, sino de acuerdo con el mandato de la Ley y de la Constitución, en
clara defensa de la autonomía
universitaria, siguiendo para ello las enseñanzas de sus rectores magníficos,
Vargas, DeVenanzi, Bianco y, por supuesto, Pizani. Será un acto de rebelión, la
premisa para el fin de la narco-tiranía. Y que quede claro: en esto no es
posible ceder. La universidad, como el país del cual es conciencia, no se
negocia.