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El cesarismo o de los orígenes de la pobreza de Espíritu


A diferencia de los militares cuarteleros, era educado y estaba bien formado. Quizá plenado por un excesivo sentimiento de buena fe hacia sus compatriotas. Además, y como ya lo habían hecho sus antecesores -Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras-, Medina supo rodearse de gente culta y competente, de intelectuales y técnicos bien preparados y capaces, que no pocos aciertos -objetivamente visibles- le dejaron a una Venezuela petrolera, en crecimiento y hacia su modernización. Se puede decir que, hasta Medina, el país había sobrevivido a duras penas, presa del más profundo desgarramiento material y espiritual, víctima del paludismo corporal y espiritual, de la mayor miseria, sometido por sus caudillos (los “amitos”) y sus infinitas ansias de poder absoluto. A fin de cuentas, eran ellos los herederos de las glorias de la Independencia, por lo que no les bastaba con ser parte del festín, con autoproclamarse como los “taitas”, los “coroneles” de una determinada región de la nación. Era menester hacerse del festín completo y ejercer el poder totalitaria y despóticamente, no solo de las provincias, de las regiones en las que ya mandaban, sino de todo el país, desde la anhelada ciudad Capital. Y, entre zarpazo y zarpazo, en nombre de “la revolución”, era propicio ejercer la heteronomía absoluta, pues considerando a los venezolanos como un pardaje de “infantes” o, al decir de Vico, como sus “fámulos”, ellos, los “auténticos herederos” de la gesta independentista, los “padres libertadores de la patria”, estaban llamados a conducir a su prole por el camino trazado por ellos, el único camino posible: el de la obediencia ciega, la lealtad y el sacrificio. Después de todo, la era de “los héroes” es la era de las infamias. Este es, por cierto, el origen histórico de aquella deleznable consigna devenida fe positiva, naturaleza enajenada: “Con hambre y sin empleo..”.

Respecto de ese pasado aterrador, Medina representó un esfuerzo de autosuperación de la propia tendencia cesarista de la que fuera legítimo heredero, al punto de que hubo quienes, en su momento, lo identificaran de plano con Mussolini. No obstante ello, es decir, a pesar de llevar a cuestas el pesado fardo del despotismo sobre sus hombros, sería una insensatez no reconocer que con el gobierno de Medina tuvo sus inicios la libertad de prensa, la legalización de los partidos, la liberación de los presos políticos, la implementación del seguro social obligatorio, la fijación del salario, la cedulación, entre otras virtudes ciudadanas. Fue Medina quien legalizó los sindicatos en Venezuela y quien, por decreto presidencial, hizo posible la celebración del día internacional de los trabajadores. Con él, y por primera vez en la historia del país, una parte de la logia militar tradicional junto a los llamados “notables” y los dirigentes comunistas, comenzaron a coincidir en los mismos propósitos. Y se figuraron, juntos, un país hecho a su imagen y semejanza.


Pero los adecos de Gallegos y Betancourt, de Leoni, Prieto y Barrios, tenían otros planes y concebían otras figuraciones muy distintas -abiertamente democráticas y autónomas- a las ideadas por la alianza de los herederos del cesarismo democrático y el bolchevismo. Y es que, a fin de cuentas, a pesar de su mesura, Medina seguía siendo el representante de los intereses de un gomecismo que se negaba a desaparecer, y que tal vez nunca haya desaparecido del todo dentro del imaginario político nacional. Los bigotes del bagre stalinista los lleva puestos Maduro. En el fondo, a un gomecista tout court no le podría resultar del todo extraña la concepción leninista del Estado. Las figuras que conforman la experiencia de la conciencia histórica difícilmente desaparecen. Más bien, se reciclan, asumen nuevas formas, incluso las más barbáricas y corruptas. Medina nunca hubiese podido imaginar que el viejo caudillismo nacional, resentido por tantas derrotas consecutivas, terminaría por transmutar en la peor de las pestes que ha venido azotando a Venezuela inmisericordemente durante los últimos veintitrés años, al punto de conducirla al mayor de los precipicios. Como advirtieran los teóricos de la Escuela de Frankfurt en su momento, justo de la mayor ilustración puede surgir el morbo del totalitarismo barbárico y gansteril, dado que lo lleva en sus entrañas. La doctrina positivista no es, por cierto, inocente en estos asuntos.


No debe olvidarse que los primeros comunistas convencidos fueron los hijos, los sobrinos o los nietos de los señores latifundistas, precisamente de los “coroneles”, bien conservadores o bien liberales -da lo mismo-, quienes formados en las universidades, primero escolásticas, luego iluministas y más tarde positivistas, ahora, freudianamente, asumían como una consecuencia incuestionable que el marxismo sovietizado era el “salto cualitativo” de la teología a la metafísica y de la metafísica a la verdadera ciencia. Por ejemplo, las inexorables “leyes científicas” de la historia mostraban con “meridiana claridad” que el paraíso se encontraba a la vuelta de la esquina y que sólo se trataba de apresurar el paso para darle vuelta a “la tortilla”. Advertía Marx que cuando la historia llega a repetirse deja de ser objeto de la tragedia para devenir objeto de la comedia. Esa es la historia del cesarismo de las segundas veces, de las “segundas partes”. Tal pareciera ser el signo distintivo de la barbarie ritornata, el ricorso de la actual Izquierda bonapartista y corrupta. Parafraseando a Lenin, podría decirse que la “fase superior” del actual izquierdismo es el gansterismo, el cual, en los últimos tiempos, ha resurgido de los escombros de los escombros de lo que alguna vez fuera un movimiento sincera y genuinamente comprometido con la transformación política y social inspirada en la filosofía de Marx, cuya traducción al breviario, al manual y a la esquematización la degeneraron hasta convertirla en una doctrina hueca, de frases altisonantes que en nada contribuyen con el pensamiento. El producto de esa comedia está a la vista. Y no necesita anteojos. Si el medinismo surgió de los escombros del cesarismo, el gansterismo del presente surgió de los escombros del medinismo. Fue, acaso sin tener plena conciencia de ello, la semilla de la pobreza espiritual del presente.


@jrherreraucv

Angelus Novus o un arte muy real

 


 

 

Para sacarme a mí mismo de entre las ruinas, tendría que volar.

Y volé. En ese mundo destrozado ya solo vivo en el recuerdo, así

como a veces se piensa en algo pasado. Por eso soy abstracto con

recuerdos”.

                                                    Paul Klee, Confesiones creativas

 

 

 

            En días recientes, en la Autopista “Francisco Fajardo”, el gansterato erigió una escultura que, según dicen, representa al cacique Guaicaipuro, aunque más bien pareciera representar una jaula de pájaros que, aun sin vida, intenta lanzar flechas contra los conductores a diestra y siniestra. En realidad, es una buena representación del régimen venezolano, por la decadencia y sentido del ridículo que transmite. Su distinción con el arte es notoria: “Cuanto más terrible se hace el mundo, como ocurre ahora, tanto más abstracto se hace el arte”. Son palabras escritas por el genial artista plástico Paul Klee, en sus Schöpferische Konfession, publicados por primera vez en la Tribuna de Arte y Tiempo, en la Berlín de 1920. En estas palabras, su autor parece anunciar la caracterización de una nueva expresión estética, que es, además, resultado reflejo de la salvaje experiencia dejada a su paso por el mecanicismo de un concepto de “progreso histórico” malentendido y peor comprendido. Un “progreso”, por demás, poroso, sustentado en la crueldad dejada por la sangre que corre como lava hirviente, entre los escombros apilados ante el poder de fuego, la violencia del “más apto” y el más voraz saqueo. Todo ello en nombre de la “libertad”, la “justicia”, “la paz” y, por supuesto, la “revolución” del “pueblo”.

            No sin horror, semejante concepción del “progreso” ha terminado históricamente sometiendo la humanidad entera a los designios de la voluntad del “hombre fuerte”, de il gran Capo, del político devenido criminal que, enseñoreado, decide transmutar el sacerdocio público en culto por lo privado. La sociedad debe ser, entonces, sometida y convertida, precisamente, en brutales fragmentos, en “cuadritos” -al decir de Aquiles Nazoa-, en abstracciones al cobijo del frenesí de las perversiones de la dialéctica de la Ilustración. Como señalara Klee: “Algo nuevo se anuncia, lo diabólico se mezcla en simultaneidad con lo celeste, el dualismo no será tratado como tal, sino en su unidad complementaria. Ya existe la convicción. Lo diabólico ya vuelve a asomarse aquí y allá, y no es posible reprimirlo. Pues la verdad exige la presencia de todos los elementos en conjunto”.

            Que la inocencia de un ángel quede perturbada, que se haya visto absorto, paralizado, lleno de horror y de un sinfín de sensaciones inexplicables ante el tropel de “los hechos” de la historia, es cosa que la sensibilidad de un pintor como Klee no podía dejar de orientar al sutil refugio de las abstracciones, porque estas, no pocas veces, comportan in nuce el compendio del logos de la suprema concreción que conduce al hegeliano “reino de las sombras”. Y, de hecho, se trata de un desafío, de un reto a la inteligencia, a la creación especulativa, a eso a lo que Kant designaba como la Imaginación productiva, nervio central de toda auténtica praxis filosófica. Desafío que impone la reconstrucción de lo que los abatidos ojos del Angelus Novus de Klee miran, no sin temor y temblor. Klee le exige, le impone al pensamiento la tarea de concretar lo que la sensibilidad propia del arte ya no puede. Y Walter Benjamin asume el reto: “Hay un cuadro de Paul Klee llamado Angelus Novus. En este cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad”.

            Sobre este fragmento de Benjamin -la novena de sus tesis sobre la Filosofía de la Historia-, se fundamenta la crítica de la “Ontología del Infierno”, cabe decir, el reconocimiento y comprensión de la experiencia de la conciencia ilustrada que llevarán adelante Adorno y Horkheimer en su Teoría Crítica de la sociedad: en el trayecto que viene desde el abismo y alcanza el presente, cuenta tanto la reconstrucción de la historia del sujeto, devenido demonio de sí mismo, como su propia demolición. El fascismo no es un accidente, un hecho aislado o curioso de la historia, provocado por un grupo de aventureros “cara pintada” o de vándalos encapuchados, poseídos únicamente por el odio y la sed de venganza. Es, más bien, la consecuencia determinante y necesaria de una Ilustración que, guiada por una instrumentalización vaciada de todo contenido ético -y, en consecuencia, auténticamente político-, ha terminado mostrando el más genuino rostro de la ratio instrumental: el despotismo totalitario.

            Una Plaza ubicada en la Valencia venezolana, construida en honor a Cristóbal Mendoza, primer presidente de la república tras la declaración de Independencia, hoy lleva el nombre de “Plaza Drácula”, para el jocoso beneplácito de una considerable parte de los habitantes de esa -otrora noble- ciudad, la misma que, hasta no hace mucho tiempo, aseguraba sentir el orgullo de vivir -nada menos- “donde nació Venezuela”. Al despojar la vida política de sus fundamentos éticos, solo queda el cuerpo sin alma, la vacía instrumentalización, la medición de porcentajes y estadísticas, el balbuceante mecanicismo de la techné, la polea con sus engranajes y el murmullo de un discurso -o como se insiste en decir hoy, de una “narrativa”- en la que el sujeto, introductor del sentido, ha quedado sin sentido. Y solo entonces emerge la barbarie totalitaria, sorprendida por el Angelus Novus, el ángel contemporáneo de Klee, impecablemente descrito por Benjamin como “el Ángel de la Historia”, el de la mirada retrospectiva del devenir que -lo sabe bien- requiere de las ruinas del pasado para poder construir la polis del futuro.      


 

 

José Rafael Herrera

@jrherreraucv

 

Manifiesto sobre las causas de la pobreza material y espiritual venezolana

 

 

José Rafael Herrera

       Carlos Enríque Ñañez 



“El entendimiento sin la razón es ciego.

La razón sin el entendimiento es vacía”.

                                     Inmanuel Kant.

“El entendimiento sin la razón es algo.

El entendimiento no puede ser relegado”.

                                         G.W.F. Hegel.

 

La pobreza espiritual

 

 

-I-

 

            Según Spinoza, vivir a plenitud, vivir con justicia y libertad, siendo copartícipes de la más auténtica equidad y armonía de la riqueza material y espiritual del Ethos, depende del esfuerzo por conquistar el Bien Supremo. No obstante, para poder conquistarlo, es necesario transitar por el camino del Bien Verdadero, para lo cual se hace indispensable el abandono de los prejuicios y, con ellos, de las ficciones acerca de lo que se presume sea lo “auténtico y positivamente bueno”, a saber: la acumulación de ingentes riquezas, las insaciables ambiciones de poder o la exacerbada sexualidad. Si en verdad se quiere conquistar el Bien Supremo, es indispensable superar tales presunciones, esas formas de proyección enajenada, que son características del comportamiento de los idiotas, es decir, de quienes no se ocupan de los asuntos públicos sino de sus intereses privados. La pobreza de Espíritu es, en efecto, la consecuencia de la pérdida de las virtudes republicanas. Quizá sea por eso que los idiotas sirvan como emblema de la pobreza de Espíritu. En una época de pensamiento débil y culto a lo privado, como nunca antes, se hace impreterible reemprender el camino, develar el morbo del extrañamiento y penetrar en los diversos grados del saber, procediendo desde el “conocimiento de oídas o por vaga experiencia” al “conocimiento que va desde las causas hasta los efectos” y, una vez conquistado este último, reemprender el trayecto, es decir, reconstruir el proceso que va “desde los efectos hasta las causas”. Porque, como señalaba Spinoza, no es posible separar el bien ni de lo estéticamente bello ni de lo efectivamente verdadero. Y es esa la razón por la cual el camino del Bien Verdadero es el único camino adecuado para conquistar el Bien Supremo.

 

            La bondad y la belleza están en íntima relación con la verdad. Son el fundamento de la auténtica riqueza espiritual, la base de toda auténtica ciudadanía. Constituyen expresiones diversas de una misma sustancia, de una misma totalidad orgánica. El saber es más que el conocer, porque mientras el conocer exige separarse del objeto el saber descristaliza, fluidifica y reunifica. El saber es productivo. El conocer es reproductivo. Saber quiere decir hacer concrecer el Espíritu, reconociéndose con la totalidad. Si el conocer es concebido como el elemento rector de la existencia, la luz de la verdad se trueca en tiniebla y la riqueza alcanzada deviene pobreza sistemática, crónica y endémica. La pobreza de Espíritu no es un accidente, ni el fatum de un natural devenir de la historia de las naciones. La pobreza de Espíritu es la consecuencia necesaria del dominio, de la hegemonía dictatorial, del entendimiento abstracto y de su “brazo armado”, la ratio instrumental.

            Alemania dejó de ser el país de la gran filosofía clásica a partir del momento en el cual sus investigaciones comenzaron a abandonar “el tercer grado de conocimiento” spinozista para concentrarse en el desarrollo y potenciación del entendimiento abstracto y de la razón instrumental, profusamente estimulados por el neo-kantismo. Abandonaron, ya desde los tiempos de Federico Guillermo IV, el fértil terreno de la eticidad para promover la institucionalización de una racionalidad de “causas y efectos” sin retorno. Claro que sus logros para el desarrollo científico, técnico e industrial fueron relevantes y de suma importancia. Pero el resultado de todo ello fue la barbarie del nacional-socialismo, que terminó por empobrecer el espíritu alemán hasta sus cimientos. Venezuela, desde el momento en el cual se concentró en la construcción de una república democrática, le atribuyó una significación especial al desarrollo de la filosofía y de las llamadas “ciencias del espíritu” en general, las cuales ella misma había atesorado, incluso, no pocas veces ocultándola de las montoneras que durante la larga noche de los caudillos la habían perseguido. A partir de los años '60 del siglo XX, la recién estrenada democracia puso sus esfuerzos en recuperarla y desarrollarla, y no dudó en ofrecer cobijo a los filósofos que huían de Europa, a fin de que contribuyeran con el fortalecimiento del Espíritu en la Venezuela que comenzaba, finalmente, a levantarse.

            Pero la introducción del posterior modelo educativo “desarrollista”, que en el fondo perseguía incorporar el país a la competencia con los mercados internacionales en aquellas “áreas estratégicas” en las que podía competir, echó a un lado la formación del Espíritu, que ya se hallaba encaminada, para promover, cada vez más, el estudio de las áreas técnicas y productivas o, como entonces comenzaron a ser denominadas, “científicas”: economía, administración, ingeniería, química, agroindustria, farmacia, ingeniería de sistemas, en fin, áreas sin duda de suprema importancia para el desarrollo industrial, comercial y financiero del país, y que son, sin lugar a discusión, fundamentales e insustituibles, si se piensa en el crecimiento de la riqueza material de una nación, especialmente cuando se trata de su legítima aspiración a estar ubicada a la altura de su tiempo. Pero se cometió el grave error de desestimar la formación ciudadana y, con ella, cayeron en desgracia las ciencias del Espíritu, las cuales ya comenzaban a ser definidas como las “ciencias blandas”. Más bien, con el tiempo, los criterios metodológicos “exactos”, “indudables” e “indiscutibles”, propios de las ciencias “duras” fueron progresivamente sirviendo de soporte para el estudio humanístico. Si aquellas ciencias eran absolutamente incuestionables y, además, productivas, entonces sus fundamentos también podían ser “aplicados” a las “ciencias blandas”, a objeto de proporcionarles algún rigor epistémico, del cual, según ese criterio generalizado, carecían, y con ello justificar su permanencia en los diferentes grados de los pensa de la educación académica.

            De este modo, las formas, deliberadamente esterilizadas de todo posible contenido, terminaron por sustituirlo. Lo que importa es “seguir el método”, el “cómo se hace”. Más bien, el “método científico” devino el único contenido posible. Sus “leyes” sustituyen la realidad. Al final, los nominalismos siempre terminan en materialismo crudo y éste en la mayor pobreza espiritual. Todavía en el “Discurso” de Descartes se puede sentir el aroma propiamente especulativo, ontológico, que sustenta su revolucionaria interpretación filosófica moderna. Pero no fue siguiendo a Descartes sino a Mario Bunge o a los teóricos de su misma ralea, que se obtuvo el modelo inspirador de la novísima enseñanza de la aplicación de la reproductividad técnica del conocimiento. Preguntarse por “las causas primeras” significaba perder el tiempo. Las creaciones del Espíritu son un lujo para el divertimento de los sibaritas, que es una manera de decir “para perder el tiempo”. Y entonces, por ejemplo, la “Didáctica” deriva en una disciplina que consiste en aprender a enseñar con independencia de lo que se enseñe. No posee contenido alguno ni objeto de estudio. No lo necesita. Y es que no importa lo que se enseñe con tal de que se siga “el patrón”, los pasos metodológicos correspondientes, para “enseñar a aprender”. Las fórmulas “puras” -en realidad, abstractas- fueron ocupando el universo de la enseñanza transmutada en “docencia”, con absoluta independencia de su adecuación al ser social, a sus determinaciones y especificidades. Entonces se abrió, progresivamente, el sendero de la asombrosa situación en la cual la mayor parte del cuerpo social de profesionales y técnicos del país, a medida que iban siendo cada vez más eficientes, más competentes y productivos en sus respectivas áreas laborales, en esa misma medida iban mostrando un más creciente y sucesivo grado de  ignorancia y una sostenida pérdida de las virtudes republicanas. Con ello se decretó la muerte del Ethos venezolano. Ya no importaba si el acusado en un juicio tenía o no derecho, si la justicia tenía la obligación de prevalecer: lo que contaba, ahora, era el estricto seguimiento de la ley positiva, la estricta imposición de sus fórmulas, de sus “métodos” y “aplicación”, no pocas veces transmutadas en trampa. Es el derecho vaciado de derecho. Un político que no sabe lo que dice y dice lo que no sabe. Un profesor titular de matemática, doctorado en una universidad europea, sin léxico, carente de vocabulario, que adolece absolutamente de la más mínima noción no sólo de la sintáxis o de la dicción, de lo que se dice y de cómo se dice, sino de lo que ni se puede ni cabe decir en sentido estricto. Un estudioso de las ciencias sociales, con las más elevadas credenciales, especialista en metodología, que llega a ser un rector universitario, pero que, en sus discursos, al referirse a la institución que preside, habla de ella no como de “la universidad”, sino como de “la universidag”. Una experimentada docente del campo del Trabajo Social, que dirige el Centro de Estudios de la Mujer, habla de “los espacios y las espacias”. El experto en “enseñanza de la educación”, vicerrector de una universidad, se refiere a la necesidad de “adquerir” nuevas “unidades autobuseras”. Los ejemplos podrían ser infinitos. En fin, se trata de que la pérdida sostenida del lenguaje da cuenta del desgarramiento de las formas y los contenidos, de la absoluta inadecuación del ser, del hacer, del pensar y del decir. Ahora el gansterato puede ejercer sus funciones con plena libertad.

            La pregunta que conviene hacerse, en este sentido, es la siguiente: ¿qué relación existe entre la escisión de forma y contenido, el mal empleo de la lengua y la cada vez más acentuada pobreza del Espíritu de una sociedad? La pobreza comienza en el Espíritu. O mejor dicho, se inicia cuando el Espíritu se va haciendo extraño, ajeno, no solo respecto de sí mismo sino de la actividad material, efectiva, que configura su objetivación. En este sentido, el trabajo enajenado es una fuente continua de producción de pobreza espiritual. A medida que la Sofía se va desvaneciendo, la techné va alimentando su empobrecimiento, y surge entonces en él la dialéctica de la esperanza y el temor. Se tiene temor de que lo que se espera no suceda. Se tiene esperanza de que lo que se teme no suceda. O a la inversa. La entrega y sometimiento del Espíritu a la techné -la tecnocratización del Espíritu- es, en efecto, el origen del subyugamiento de la esperanza y el temor. Su síntoma inequívoco y, al mismo tiempo, la confirmación efectiva de su presencia, está dada por el cada vez mayor uso inadecuado del lenguaje. El lenguaje precario, paupérrimo, mal hablado, mal escrito y peor estructurado, no es la causa de la pobreza espiritual de los pueblos sino su consecuencia necesaria. Pero, a su vez, la sostenida depauperación del lenguaje reproduce y estimula la pobreza del Espíritu. Es un cáncer que se fortalece a medida que se retroalimenta. No sólo se trata del lenguaje hablado o escrito. Se trata, además, del lenguaje gestual, corporal, figurado, musical, es decir, de todo el sistema de representaciones paralingüísticas, incluyendo su sentido, significado y simbología. La apariencia física, la háptica, la proxémica, la kinésica, etc., son sus expresiones, premeditada y alevosamente promovidas por los mass media y las llamadas redes sociales. Una población de indigentes, dependiente, heterónoma en todos los aspectos de su existencia, pobre en el sentido estrictamente material del término, tiene en el empobrecimiento de su Espíritu su mayor garantía. Y así como el acartonamiento y la resequedad de la ratio técnica sumerge la jornada laboral de los individuos en una condena inevitable -cuyo mejor símil es el del “eterno retorno” de la “cadena de montaje” fordista-, mecánica, aséptica, incolora e insabora, “metodológica”, carente de sorpresas, de entusiasmo y de emociones, del mismo modo -y a un mismo tiempo- se multiplican al infinito los llamados al “pare de sufrir”: la superchería, la astrología, la pornografía, la drogadicción, los “sábados sensacionales” o “gigantes”, los “no estamos solos”, las “bombas”, los concursos “sorprendentes”, las estadísticas -¡los “scores”!-, los films “premiados por la academia”, la música que no lo es, si es verdad lo que de ella decía Platón: medicina para el enriquecimiento del Espíritu. En fin, el ser como mera existencia de un lado y el deber como mero desiderato del otro. La esquizofrenia llevada al paroxismo por la industria cultutal. La pérdida absoluta de la imaginación productiva, como unidad originaria de sujeto y objeto. La supresión absoluta, como diría Spinoza, del “tercer grado de conocimiento”.

            Es evidente que una sociedad que ha sido obligada a no educarse estética, ética y ontológicamente, y a la que más bien se le ha inculcado desprecio por el saber, tenga que terminar secuestrada por un grupo gansteril, en nombre de un impúdico sistema populista y rentista, que hoy, por cierto, se encuentra en  bancarrota. No aprender a pescar, sino sólo a recibir el producto de la pesca, tiene sus consecuencias. Obligadas a formar parte de las llamadas “misiones”, las grandes mayorías se hayan atrapadas en las redes de la crudeza de la necesidad, del miedo ante el desbordamiento de la amenaza latente, de la sobresaturación de la violencia como paradigma de vida y del uso de un lenguaje tan devaluado, tan empobrecido, como su signo monetario. Todo lo cual permite comprender la cruel manifestación, unas veces, de la esperanza como inversión de la realidad y, otras veces, del temor como reinversión de la ficción.

            Se impone la imperiosa necesidad de superar, desde sus raíces, el carcomido andamiaje educativo nacional y, con él, la mediocridad, la inescrupulosidad y el cinismo del lucro que anima a los medios de comunicación e información de masas, a objeto de elevar no sólo la calidad de sus programaciones, sino la de su lenguaje. La recuperación cultural, teniendo en mente el enriquecimiento del Espíritu de la sociedad entera, pasa por la creación de un sistema de enseñanza que contemple la instrucción y la educación estética, ética y de búsqueda de la verdad, en el que se adecúen las formas y los contenidos, el ser con el pensar, el decir con el hacer. Un sistema de educación en el que la democracia, la libertad, la solidaridad, la responsabilidad, el compromiso, el respeto a la diversidad y al disentimiento, sean los soportes que logren poner fin a la violencia, a la agresión, a las formas barbáricas, destructivas y autodestructivas del ser social. La producción filosófica, literaria, estética, histórica, son prioritarias. Se trata de devolverles el lugar que les corresponde en aras del enriquecimiento del Espíritu. Superar la pobreza de Espíritu depende de la transformación del sistema general de educación. Hay que superar la ilusión del método. No habrá riqueza material en la sociedad mientras no se cultive con tesón la riqueza espiritual. Y es muy probable que se trate de una labor que requiere de mucha paciencia en el tiempo. Pero sólo ella hará posible el salto cualitativo desde la miseria, en la que hoy se encuentra sumergida Venezuela, hacia la Venezuela de paz y prosperidad ciudadana que bien merecen sus pobladores. La Venezuela de hoy ya nada tiene que perder más que a sí misma. La Venezuela que exhortamos a construir tiene todo un mundo por ganar.                

                           

 

-II-

 

“Ninguna sociedad puede ser feliz y próspera si la mayor

parte de sus ciudadanos son pobres y miserables

                                                                      Adam Smith

“El análisis de la pobreza debe estar enfocado en las posibilidades que tiene un

 individuo de funcionar, más que en los resultados que obtiene de ese funcionamiento”

                                                                      Amartya Sen


Pobreza de Venezuela

 

           

            El grado de catástrofe humanitaria que atraviesa Venezuela es el resultado necesario de la concentración de un modelo de abordaje del poder basado en el populismo y el clientelismo como mecanismos de instrumentalización política. Si bien es cierto que en el periodo conocido como Cuarta República, que calificaremos como periodo republicano y democrático, el país ostentó solidez democrática  y niveles de progreso innegables, en los cuales la esperanza de vida se elevó de 53 años en 1958, hasta más de 72 años de edad para finales de 1998. Exhibiéndose más de 98.000 kilómetros de vialidad y aumentándose el número y calidad de las instituciones universitarias, de tres universidades a mediados del siglo XX, a más de 400 instituciones universitarias al iniciarse el siglo XXI. Con el sistema democrático surgió una Venezuela moderna, con un envidiable ingreso per cápita, haciendo del país un auténtico refugio para europeos y latinoamericanos que huían de las guerras, las dictaduras y el hambre en sus países de origen. Ello a pesar de la presencia de graves problemas que ya se advertían, basados en la hipertrofia del Estado y la sintomatología tropical de una suerte del “mal holandés”, donde el súbito aumento de los ingresos alteró las relaciones sociales y el Estado multiplicó sus atribuciones.

            La crisis se hizo inevitable. Vino de la mano de una prosperidad mal administrada. Durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez se acometieron las nacionalizaciones de las industrias del hierro, el aluminio y el petróleo. El súbito incremento y concentración del poder económico propiciaron una correlación nociva entre ingresos exponenciales y corrupción. Tanto el presidente Pérez como sus sucesores potenciaron la mentalidad populista. La población se acostumbró, peligrosamente, a esperar del Estado la solución de sus problemas en lugar de fomentar capacidades individuales. Así, el problema no era de producción económica sino de distribución. La segunda llegada de Pérez a Miraflores imponía seriedad en las finanzas y el decantarse por un necesario plan de ajustes económicos, lo que supuso encontrarse con la barrera de la gnosis de una población acostumbrada al clientelismo. Sus detractores internos y externos jamás le perdonaron que el hombre de la prosperidad se decidiera por la austeridad. El resultado condujo a los desórdenes callejeros del 27 de febrero de 1989.

            No obstante, el plan de ajuste y la recuperación de los precios del petróleo comenzaron a rendir frutos en crecimiento económico, pero la población tenía una pésima imagen de este programa, y el cuatro de febrero de 1992, una población que perdía su pulso democrático, mostraba simpatías con un grupo de golpistas que intentaron el -fallido- derrocamiento del presidente Pérez.

            El resultado fue la salida de Pérez, acusado por manejos oscuros de una partida secreta. El interregno de Ramón J. Velásquez y la segunda presidencia de Caldera, quien llegó al poder con un discurso fieramente populista, luego de separarse del partido socialcristiano COPEI y rodease de grupos de izquierda, que tuvieron que ceder a la aplicación de las mismas medidas de ajuste propuestas en el año 1989, a la luz de los resultados nefastos en materia de inflación, además de los efectos de una crisis financiera muy grave, que arrasó con el 70% de la industria bancaria. Esta lección de humildad la suele dar la economía a quien pretende abordarla sin el conocimiento de sus lemas y axiomas. Así pues, se sembraban las bases para la irrupción de Hugo Chávez en la historia nacional.

            El caudillo, de cara pintada, le salió a Venezuela como los golondrinos le brotan a los pacientes afectados de una severa infección. Naturalmente, hundiría al país en el horror y la violencia, pero la ficticia representación de construir la figura de un vengador contra el status quo, llevó a toda una sociedad hipnotizada por este demagogo a permitirle abusar de los derechos económicos, ciudadanos y políticos.

            En la idiosincrasia de Chávez, violenta y cuartelera, no existían sino atavismos extraídos de la mitología latinoamericana de mediados del siglo XX. En un país dependiente del estatismo, Chávez elevaría los contornos del Estado a niveles impensables. Además de imponer absurdos controles económicos, se logró sustituir cualquier vestigio constitucional, y en un país en dónde el Estado de Derecho es una ilusión acomodaticia, se consiguió establecer la tesis de doktor Hans Frank, un nazi notorio que llegara a manifestar que la constitución del III Reich es la voluntad del Führer. La constitución de los venezolanos es la voluntad de Chávez. Y es que el caudillismo es eso: una trasferencia ciega de poderes. Los recursos del Estado fueron empleados, de forma y fondo, para financiar un proyecto personal, algo semejante a lo que hicieron Mussolini y Hitler en los años veinte y treinta respectivamente para diluir las instituciones.

            Chávez entró y salió repentinamente de nuestra historia. Pero su impronta quedó marcada cual queloide en el rostro institucional de toda una generación, y de un país al cual le impidió ingresar al siglo XXI y lo defenestró al caudillismo anacrónico y violento del siglo XIX. Así pues, Chávez logró copiar la receta dictada desde la Habana, por un modelo de revolución estalinista, que logró diluir las instituciones y mutarlas por otras propicias a sus aviesos fines. La bonanza del chavismo, ese billón de dólares recibidos por el incremento sostenido de los precios del petróleo, se dispendiaron, se usaron en toda suerte de corruptelas indecibles y en la instauración de una impenitente cleptocracia y financiamiento de la expansión de su modelo fallido que comenzó a demostrar su inviabilidad desde 2006 y se sostuvo hasta la repentina muerte del caudillo en 2013, dejando las bases de un umbral de hiperinflación agravado por su vástago y heredero político.   

            Abordar el tema de la pobreza material impuesta por el chavismo, una vez agotada la bonanza petrolera, de los años del cadivismo o “los pobres felices”, nos lleva de manera obligatoria a usar la obra de Phillip Haslam y Rusell Lamberti, la cual contextualiza los efectos nocivos que acarrea la destrucción del dinero como institución social, el hecho de escindirle cualidades a este instrumento esencial en la vida cotidiana destruye la esencia institucional de cualquier República. Así pues, Venezuela, otrora paradigma del mundo en desarrollo, exhibe el peor rendimiento en materia económica del planeta.

            Nuestras realidades dejaron de ser occidentales y se han trocado en realidades propias de las naciones de la empobrecida  e inestable África subsahariana. No somos ya un país con realidades económicas comparables con el hemisferio occidental, del cual formamos parte y de cuya contextualización cultural desearían sacarnos nuestros verdugos y artífices de este daño singular en materia económica, el cual se mide más allá de meros guarismos, interpretaciones vacuas de modelos econométricos que caen rendidos contra una realidad semejante a la de un muro construido con la argamasa de la antigualla hiperinflacionaria, que se ha instalado cual buitre en nuestra nación, viendo como la explosión de las estructuras de precios y costos van desvaneciendo a toda una nación que hoy mismo pareciera haber sido asolada por un cataclismo natural o un conflicto bélico. 

            Venezuela consolida cuarenta meses en una amarga y feroz hiperinflación, superior a la vivida por Zimbabue, una nación africana destruida por este fenómeno y gobernada por un tirano, Robert Mugabe, a quien Hugo Chávez invitó al país para obsequiarle la espada de Bolívar; en esa frenética tara mental de pretender escindirnos de Occidente, el fenómeno de hiperinflación de Venezuela, causante de esta peculiar y singular pobreza que hoy supera el 80% de la pobreza del ingreso de manera extrema y que, en cifras gruesas, hace pobres a más del 92% de la población, la refencia directa implica el lapidario hecho de que por cada diez hogares nueve, en promedio, son pobres y ocho son incapaces de comer. La crisis es superior y por mucho al de la africana y lejana Zimbabue, pues al fenómeno nacional debemos de agregar los temas de los vínculos del Estado con grupos irregulares, la violencia como locus de interacción y la capacidad infinita de represión asumida por la coalición instalada en el poder, por lo que  cada quien determina sí las cifras, tanto del observatorio de finanzas, como las manejadas en el desempeño profesional de la economía, son baladí y un ejercicio vacuo desde el punto de vista científico. En lo particular, resulta necesaria la consideración de este fenómeno de crisis multifactorial de la economía como la causante del acelerado y violento proceso de tránsito  hacia la miseria y de la imposibilidad de darle respuestas desde el economicismo puro a la dinámica que ha asumido el desordenado y primitivo proceso transaccional de dolarización que hoy en día vive el país, y que le imprime un caris de inequidad y desigualdad incompatible con la oferta ideológica y dialógica que el chavismo ofreció a una sociedad atolondrada que decidió conferirle todos los derechos, empezando por el económico, a la personalidad megalómana de Hugo Chávez.

            Venezuela ha soportado por cuarenta meses el abandono de toda lógica en la política monetaria y se ha impuesto de facto un desorden monumental desde el punto de vista fiscal, causante de un agujero en las finanzas públicas cercano al 30% del producto interior bruto. Esta brecha fiscal se ha financiado por la vía de la emisión monetaria manirrota, haciendo que la causa de la hiperinflación venezolana, sea elementalmente primitiva, unicausal y epifenómenica, y se pivote en la osadía de una hegemonía que ha secuestrado al Estado. La industria petrolera nacional, la tecnificada y eficiente “Petróleos de Venezuela”, fue la victima  inicial de esta bestia roja del neofascismo tropical, pues la revolución necesitaba recursos y, para ello, se debía purgar, a la manera de Stalin, a esta empresa petrolera de su talento humano; así se pasó de producir 3,5 millones de barriles de petróleo diarios en promedio, durante el intervalo 2000 a 2012, a empezar a ostentar cifras de 1,5 millones de barriles diarios, hasta llegar a la hipérbole de la ruina y miniaturizar nuestra producción de crudo a escasos 400 mil barriles diarios, una cifra comparable con la década de los años cuarenta. Es decir, el chavismo llevó el país de la mano ochenta años hacia atrás.

            La Venezuela de hoy exhibe una contracción de su PIB superior al 80%. Un reto para la comprensión macroeconómica. Haciendo la exégesis necesaria para lograr hacer inteligible tal contracción, se necesitaría afirmar invariablemente que la conducción del Estado por esta coalición, con vocación neo-totalitaria, ha sido más lesiva que una tragedia natural y que colide con los más elementales textos de la polemología de  Clausewitz. Es menester aclarar que aún se habla sin remilgo alguno de una “guerra económica” contra el país, esto demuestra ora la pobreza de la gnosis ora la audaz capacidad de manipulación de quienes usurpan el poder. Pero en todo caso, han sido incapaces de advertir la diferencia entre causas y efectos, quizá con el deseo alevoso y premeditado de que el caos les permita perpetrarse en el mismo.

            Venezuela es un país sin dinero, desmonetizado y con un signo monetario nacional absolutamente repudiado y repudiable por el grueso de su población. Ante el primitivo fenómeno de la dolarización, solo como unidad de cambio para transacciones y no como unidad de cuenta y patrón de valor, se le adiciona un ejército de tecnócratas que solo se conforman con el cociente entre Liquidez Monetaria (M2) y tipo de cambio, para indicar que existe músculo para la recompra de depósito. Pero, desde luego, se resisten al análisis necesario para explicar la viabilidad de este proceso de dolarización en el tiempo, sin resolver las distorsiones que desde la hiperinflación le han sido atribuidas a la divisa, la cual hace crecer los precios medidos en dólares, por efecto de la apreciación y el rezago cambiario unido a procesos de desconfianza y desgarramiento del tejido social. Las expectativas, todas ellas negativas, han supuesto la eclosión de un fenómeno económico denominado inconsistencia dinámica, la ruptura de la confianza de que las políticas económicas consigan estabilidad y bienestar. La desmonetización supone desalarización y, desde luego, destrucción de las productividades individuales. No existen motivaciones para ser asalariado en un país en donde el salario mínimo no supera los 3 dólares al mes, los cuatro dólares para el sector público y unos inalcanzables y exiguos setenta dólares para el sector privado, los cuales resultan insuficientes para comprar una canasta alimentaria valorada en más de 280 dólares. 

            La crisis en materia bancaria describe a un país al borde de un quiebre de toda la industria bancaria. La ratio “Reservas Bancarias/ Captaciones del público” es de menos de uno por ciento, y la iliquidez produce insolvencia. De allí elinevitable quiebre del sistema bancario.

            Nuestro producto interior bruto es más bajo que el de Haití. Desplazamos a este desafortunado país insular francófono como referencia de la pobreza. La población ha sido reducida a una existencia menesterosa e indigna,  sin servicios públicos, sin educación, sin acceso a la justicia, a la educación, a la salud, es decir, es una población a la cual se le han extirpado las cualidades de agenciación, que implican capacidades de desarrollo y libertad. Esa es la tesis básica del premio Nobel de economía Amartya Sen. Y es que, en efecto, Venezuela no pasaría el examen de desigualdad propuesto por este economista indio.

            En la frenética y empobrecida Venezuela de Maduro, la pobreza es una necesidad creada desde el régimen, a los fines y medios de instrumentalizar una propensión menesterosa y proclive a seguir siendo la causa del desorden fiscal que impulsa los desvíos macroeconómicos, desde el origen de una política de trasferencias que no garantiza el abatimiento de la pobreza, sino que construye un entorno pastoso y pegajoso, en el cual es imposible insuflar cualquier halito de progreso.

            Finalmente, la pobreza material se hace potable, tolerable y genera una estética que impide que la sociedad aspire a un bienestar propio, compatible con la dignidad humana. Esta pobreza que se mide fríamente en términos de cuatro dígitos de inflación, la destrucción del bolívar y una dolorosa caída de la actividad económica, abonan el terreno para la despersonalización e inhabilita las capacidades, promoviendo cualquier atrocidad regresiva que desde el plano ontológico puede ocurrir.

            Queda entonces demostrado como existe un tránsito desde la pobreza material hacia la servidumbre y otras formas de precariedad. Sobre esta inviabilidad del socialismo ya nos había prevenido Ludwig Von Mises y Friedrich Hayek, el primero en su obra La acción humana y el segundo desde sus aportes en La fatal arrogancia - los errores del socialismo-. En fin, la Venezuela del presente padece de una catatonia de la praxiologia que le impide movilizarse desde este estatus de desagrado hacia niveles de progresividad más cercanos a la existencia humana. La pobreza material solo nos produce la necesidad de escapar, como de hecho lo han emprendido más de seis millones de connacionales, pues es tan infernal y terrible la miseria de toda la población que aquellos quienes nacieron entre 2015 y 2020 vivirán en promedio cuatro años menos que la esperanza promedio de vida del venezolano nacido en años anteriores. Este espeluznante dato se extrapola de los encomiables esfuerzos investigativos de las Universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar.

            La pobreza material ha discapacitado a la eudaimonía o capacidad para el progreso, la virtuosidad y el florecimiento del ser humano. Así de simple, se ha pasado a otros niveles de pobreza y precariedad, que deben ser abordados desde otras ópticas que las meramente acotadas por las doctrinas economicistas, como dignas representantes, en el plano del estudio económico, del entendimiento abstracto.

            En este momento, se puede afirmar que Venezuela padece de la pobreza de las pobrezas. Es la concurrencia de la pobreza material con el grado de rudeza y depauperación sostenida en el lenguaje, el daño en la forma de pensar y, finalmente, en el desmedro espiritual, ya advertido en el abordaje filosófico, que debe y tiene que adecuarse a la descripción económica de la crisis, para permitir construir y reconstruir las causas y los efectos que produce la  pobreza material y tangible, con las pobrezas inasibles, intangibles e inmateriales que se consolidan en un doloroso daño antropológico que, desde luego, impedirá retornar al pasado inmediato y reduccionista de la Venezuela guardada en la memoria. El reto de esta Venezuela extraviada entre Escila y Caribdis, entre la violencia y la improvisación, supone la imperiosa necesidad de estimar y valorar la formación ciudadana y el imperio de las virtudes, en un equilibrio estable en el cual puedan coexistir, necesariamente, la Bildung y la Techné.               

 

Las figuras de la consciencia de un país


A los abnegados colegas ucevistas que resisten

los barbáricos embates de la canalla vil.

 

            

figura consciencia pais

            Como todos los países, Venezuela es un ser en continuo devenir. El devenir es la garantía de la existencia objetiva de los pueblos, por más pequeños y pobres o por más grandes y ricos que estos puedan ser. No existen los países “postales”, fijos, inmóviles. El bello jardín de hoy que muestra la web fue, en algún momento, la charca de ayer, y probablemente escenario de batallas y holocaustos. La Roma “eterna” es el recuerdo de una autoconciencia que vió caer el Imperio más poderoso de su tiempo y pudo presenciar la barbarie ritornata medioeval, la construcción de las repúblicas independientes del Renacimiento, las nuevas conquistas de su territorio por otras naciones, el Imperio napoleónico, el Risorgimento, el fascismo, la guerra, la república, hasta resultar lo que es hoy su devenir. El Imperio donde nunca se ponía el sol terminó en el gobierno de Sánchez. La crítica de la razón histórica permite comprender las circunstancias de las más extrañas modalidades de la sin razón, del sin sentido, de la locura. Lo que determina el devenir del Espíritu de un pueblo es la constatación, in der Praktischen, del movimiento de las figuras de su conciencia a través del decurso de su historia, el hecho de que el sujeto-objeto se haya hecho sustancia y realización, de que su concepto logre transformarse en realidad efectiva, elevándose desde el abstracto ideal hasta la idea concreta.

            Desde sus orígenes, la nación venezolana fue, ha sido y sigue siendo, literalmente, una invención continua -una inventio- de la investigación, docencia y extensión de la Universidad Central de Venezuela, primero como ideal y, más tarde como idea, cabe decir, como su hechura, su facitura. Atenea salió de la cabeza de Zeus. Diría Vico que, más allá de la poética, Atenas, la cuna de la civilización occidental, es el parto de la Justicia. Pero Atenas no ha surgido de un vientre materno sino de la inteligencia divina. Dios es Justicia. Y es eso, por cierto, lo que significa Júpiter (Zeus, Theos, Eos, Ios, Ius): “Esta es la historia civil de aquella expresión: ..Iovis omnia plena”. De ahí que los latinos comenzaran a razonar sobre el derecho, al que llamaron Ius, “desde el momento que nació en la mente de las gentes la idea de Júpiter”. En este mismo sentido, se podría afirmar que así como Atenas fue alumbrada por la cabeza de la justicia, la Venezuela republicana fue alumbrada por la bóveda craneana de la universidad de Caracas, por sus académicos, siguiendo los principios de razón y justicia promulgados por la filosofía de la Ilustración. Y así como Atenas fue el punto de partida de la libertad para Occidente, Venezuela fue el punto de partida de la independencia del Continente hispanoamericano.

            La Universidad Central de Venezuela, junto con el resto de las universidades nacionales, configura la autoconciencia y el sistema del ser social venezolano. Por eso mismo, su devenir es el devenir de Venezuela, y las diferentes figuras que históricamente ha asumido han dado como resultado cambios significativos en su infraestructura cultural, social y política. Baste con mencionar, apenas, algunas, a manera de comprensión hermenéutica, elípticamente problemática.

            A propósito de la historia incipiente de la Real y Pontificia universidad de Santiago de León de Caracas, el distinguido historiador Alberto Navas ha dado debida y detallada cuenta. Entre sus muchas precisiones, conviene resaltar el hecho de que más de la mitad de los firmantes del Acta de nacimiento de la República independiente de Venezuela formaban parte del cláustro universitario caraqueño, y que fue firmada en la vieja Capilla del Seminario Santa Rosa, lo que hoy equivaldría a decir que el solemne acto se efectuó en la sala de sesiones del consejo universitario. De ahí que se pueda afirmar que Venezuela le debe el concepto, arquitectura y diseño de su independencia a la UCV. Pero no solo, porque, cuando tocó defenderla con las armas frente al poderoso imperio español, sus primeros soldados salieron de las aulas de la institución.

            Culminada la gesta independentista, la larga noche de los caudillos impuso sus designios sobre la ciencia y la vida civil. La universidad fue maniatada, amordazada, intervenida y expropiada. La pandemia del autoritarismo cercenó su autonomía, con lo cual empobreció material y espiritualmente al país. No le quedó otra alternativa que aguardar pacientemente bajo los nubarrones, a los fines de construir los fundamentos de un nuevo país, sustentado en la civilidad, resultante del debate entre el positivismo y la metafísica. Fueron, en efecto, tiempos para la “paciencia del concepto”. Y no fue corta la espera. Quizá haya sido Cecilio Acosta la figura más emblemática de ese período histórico. Expulsado de la universidad por “desafección al gobierno”, tuvo que proseguir sus labores de enseñanza fuera de su cátedra. Pero, lejos de ser silenciado, Acosta se transformó en fuente de inspiración para las jóvenes generaciones. No sólo fue el Maestro de José Martí o de Lisandro Alvarado, entre muchos otros. La tesis de grado presentada por Rómulo Betancourt y tutoreada por Rómulo Gallegos, para optar al grado de bachiller que otorgaba por entonces la UCV, es un estudio sobre su filosofía.

            La llamada “generación del '28” fue, de hecho, la promotora de la democracia venezolana. Y fue ella quien despertó en la población del país entero los deseos de cambio, bajo la luz del Ethos, de la justicia y la libertad, del desarrollo económico y social, educativo y cultural, sustentado en las leyes del orden civil. Durante cuarenta años, con sus errores y virtudes, Venezuela se transformó en una referencia de peso, en un modelo de sociedad democrática y, tal vez, en la envidia no solo del resto de la región, sino también de una Europa en crisis.

            La última figura, que, en principio, surgió de la UCV, está en deuda con el país y consigo misma. Fue de la UCV que insurgió la protesta -ya desde finales de los años '60 del siglo XX- contra el sistema democrático. Y, desde ella, se alentó el movimiento “cívico-militar” que, ya despojado de los ropajes socialistas, devino gansterato. Razones de desviación, tendencialmente conducidas de la mano por una cada vez mayor pérdida de concepto, a medida que se promovía el mero conocimiento instrumental -cada vez más “técnico” y, por ende, más abstracto e indeterminado. En ella se cultivó la pobreza de Espíritu. Tarde o temprano se tendrá que imponer una profunda revisión de la actual estructura de sus pensa curriculares. Prueba de ello es el interés del gansterato en eliminar carreras que obligan a pensar, a producir ideas, al tiempo de pretender que las que ya han sido despojadas de este “mal” radicalicen aún más sus componentes estrictamente “técnicos”. Si algo ha caracterizado la vida ucevista a lo largo de su historia es el desarrollo de ideas y valores. El régimen anuncia su muerte. Pero una institución que ha logrado sobrevivir, a pesar de las más horrendas formas de barbarie, siempre estará amparada por la Astucia de la Razón. 


 José Rafael Herrera

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La Constitución sirve para todo

 


 

Constitución del amor

 


“La época exige vida, exige Espíritu. Pero cuando

el Espíritu retorna a la conciencia de sí, volviendo a ella como

un Yo vacío, la fase siguiente es la de proclamar la fe, el amor,

la esperanza, la religión, sin ningún interés filosófico, o sea, sin contenido,

sólo para el público en general”.

                                                                                  G.W.F. Hegel

 

 

            La frase se le atribuye a José Tadeo Monagas, cabeza pensante y actuante del llamado “monagato”, ese sombrío, lúgubre y beligerante período de la historia venezolana que va desde el ascenso al poder del caudillo, en 1847, hasta su muerte, en 1868. Sólo por el hecho de haber intervenido y estrangulado financieramente a la universidad -cabe decir, a la autoconciencia y el sistema del saber del país- ya merece la condena de la historia. No obstante, y a pesar de todo, cabe reconocer que su régimen militarista y nepótico -encubierto bajo las banderas ideológicas de un “liberalismo” sui generis- fue el de un auténtico niño de pecho, si se equipara con lo que a la pobre Venezuela de hoy le ha tocado padecer durante los últimos veinte años. Por lo menos, nadie podrá poner en duda sus capacidades militares, políticas y administrativas.

            Militarmente, José Tadeo Monagas estaba al pari del promedio de sus aguerridos compañeros de armas -con la excepción del genial Mariscal Sucre-, por lo cual se hallaba muy por encima de los que hoy mantienen secuestrado a lo que va quedando de país. Es decir, frente a un militar de su trayectoria y valor, tipos como Chávez, Cabello o Padrino representan una auténtica vergüenza. Políticamente, el caudillo mostró siempre tal habilidad y argucia que hasta el propio General Páez -llanero zamarro- recibió una inesperada y muy dolorosa lección de vida. Administrativamente, no sólo logró ordenar el Estado y abolir el modelo pro-colonial propiciado por los conservadores, sino, además, aumentar la productividad agro-industrial y el comercio. Defendió, con relativo éxito, el territorio nacional -excepción hecha de la Guayana Esequiba- y supo negociar las deudas contraídas con las potencias extranjeras que habían financiado las campañas militares venezolanas. Y es por eso que, muy a pesar de sus desmesuras, ambiciones y tropelías, por su mente nunca llegó a pasar la idea de entregarle el territorio venezolano a ningura otra nación, ni a los chinos, ni a los rusos, ni a los iraníes, ni a los cubanos, ni, mucho menos, a la narco-milicia colombiana. Una prueba más de que una cosa es ser político y otra, muy distinta, ser un ganster.

            Una carta constitucional es un texto jurídico-político que define los principios o fundamentos -legítimos y legales, reales y racionales- en virtud de los cuales se rigen las determinaciones (das bestimmungen) del Estado. Formalmente, se define como la ley de las leyes, por medio de la cual se gobierna sobre todos los órganos y procedimientos que conforman el Estado. Materialmente, contiene el conjunto de reglas que se adecúan al ejercicio del poder. Su letra sintetiza el Espíritu de un pueblo, su modo de ser, de pensar, de hacer y de decir. Es el compendio del Ethos y, por esa misma razón, de la Bildung de un determinado ser social.

            Cuando una sociedad va perdiendo progresivamente el sentido y significado de sí misma, cuando las razones por los cuales, en un momento de su devenir histórico -razones a partir de las cuales decidió emprender una lucha por la hegemonía, que terminó en la construcción de un nuevo Estado bajo un nuevo orden jurídico, político y cultural- comienza a enmohecerse, a hacerse pastosa, lerda y pesada, hasta perder el recuerdo de sí misma; en fin, cuando la conciencia social dialécticamente transmuta en instinto de levedad, entonces, la vulgaridad, la simpleza, el desliz, lo grotesco e insustancial, se imponen como modos de vida hasta apoderarse de todo y de todos. La existencia se transforma en un inmenso, infinito, “Sábado sensacional”, es decir, se transforma en las superficies de una nada indeterminada. La educación deriva en “docencia”. La salud en “emergencias”. La seguridad en “sucesos”. Y los significados se vuelven incompatibles con sus significantes. Es el momento del “bochinche”, o en otros términos, de la crisis orgánica del ser social. En ese preciso instante, la Constitución comienza a servir para todo, porque -via negationis- una Constitución que sirve para todo no sirve para nada. Y era eso a lo que, en el fondo, se refería Monagas.

            La “Cátedra Libre de la Mujer”, dirigida por Nora Castañeda durante el rectorado de Trino Alcides Díaz, fue la primera manifestación explícita de la neo-lengua que, pocos años después, terminaría por imponerse como forma y fondo oficial del texto constitucional. Que Trino Alcides Díaz se convirtiera -por obra y gracia de la irresponsabilidad compartida- en el rector de la UCV ya dice mucho. Más que cualquiera de sus insufribles discursos acerca de la “universidag”, una “conferencia magistral” de Nora Castañeda en el Hall de la Biblioteca Central, daba la pauta definitiva: “Aquí, en esta espacia y este espacio, nosotras y nosotros, detrás del vitral de Calder,”. Se trataba, apenas, del inicio de la insustancialidad, que, poco después, propiciarían los hermanos Escarrá, Adina Bastidas, Danilo Anderson, Elías Eljuri, Jorge Rodriguez, Elías Jaua, Tarek William Saab, Tibisay Lucena y el resto de “dirigentes y dirigentas” de la FCU, quienes en las tardes de los jueves se trastocaban en “encapuchados y encapuchadas”. El escenario estaba listo. La labor del viejo Miquilena -taimado ganster de gansters- sólo consistió en poner los puntos sobre la “ies”. El “Sábado Sensacional” constitucional estaba servido y “listo para comer”.

            Que la llamada “oposición democrática” -la misma que gustosamente aceptara ser autodefinida por un farsante como “escuálida”, a pesar de conformar la abrumadora mayoría- insista en hacer suyo y romper lanzas por un adefesio, dice mucho acerca de sus constantes fracasos. El lenguaje de la rimbombante y estrambótica Constitución “bolivariana” -en realidad, irresponsable, demagógico, populista y pedigüeño- es la más transparente confirmación de la pobreza de Espíritu a la que, a cuenta gotas, fue llevado el ser social venezolano. De su lerdo  y rebuscado lenguaje a la inminente menesterosidad material que hoy sufre Venezuela sólo hay un paso. Su Letra devino Espíritu de la pobreza. Y, sin advertirlo, la lumpen-mediocridad se hizo paupérrima realidad concreta, efectiva. Ninguna circunstancia es imperecdera. Casi siempre, el socrático “conócete a tí mismo” impone la necesidad de revisarse a fondo para poder enmendarse. Por cierto, el vitral que ilumina majestuosamente el salón principal de la Biblioteca Central de la UCV, es obra del gran artista plástico francés Fernand Léger, no del excepcional escultor norteamericano Alexander Calder.      

           

José Rafael Herrera

@jrherreraucv

Gramsci como aplicación

Imagen de Gramsci


“Cuando ustedes, los que están en la cima del Estado, tocan la flauta

¿cómo pueden esperar otra cosa sino que los de abajo bailen?

                                                                                              Karl Marx



Dice un adagio popular que conviene recibir lo dicho dependiendo de quien lo diga. No son pocos los políticos o los “especialistas” que aseguran ver la sombra corva y siniestra de Gramsci detrás de los propósitos del gansterato narco-terrorista que mantiene secuestrada a Venezuela. Y es que el pensamiento del filósofo italiano, especialmente su concepto de hegemonía, ha sido representado por estos “expertos” en las formas vaciadas de contenido -adiestrados en prescindir del ser y cangear la verdad por la “metodología”- como el fundamento mismo, el “nervio vital”, de sus objetivos políticos. El plan consistiría, siempre siguiendo le storte intenciones de Gramsci, en “aplicar” su jorobado concepto de hegemonía a la realidad, es decir, adueñarse de la entera sociedad civil, de su cuerpo y de su alma, para consolidar así su poder e instaurar un régimen totalitario, al estilo soviético, que era, claro está, el modelo de estatolatría que Gramsci siempre tuvo en mente. A partir de semejante disquisición, de tan rigurosa elucubración, de tan sorprendente profundidad, uno llega a comprender por qué pueden existir personas que tienen el rostro semejante al de un mocasín. Mentón agudo y cuadrado, cabeza ancha y hueca. Después de todo, algo de verdad tiene que haber en las ficciones de la Nuova Scuola lombrosiana.


            Ver la fotografía de Gramsci como telón de fondo del programa de televisión de un maleante, que en algún momento tuvo la osadía de intuir que la política podía ser usada como mecanismo de sustentación criminal, a base de transmutar la comunicación en intrigas y ruindades, dice mucho. Mucho, no tan sólo de sí mismo, cabe decir, del inusitado y retorcido cinismo propio del malandro, sino del nivel de los que, fascinados por quienes se han habituado a hacer de la intriga, el escándalo y la ruindad sus mayores delicias, lo siguen con mórbido afán. Da lo mismo echar mano de Simón Bolívar, de Simón Rodriguez, de Antonio José de Sucre o de Armando Reverón y colgarlos en el mismo pedestal del que cuelgan facinerosos de la “talla” de “Maisanta”, Fidel Castro, el “Ché” Guevara o Hugo Chávez. Son las enseñanzas del viejo aparato de propaganda soviética. El Diamat ruso comenzaba con las fotografías de Marx, Lenin y Stalin. Hoy han sido sustituídas por las de Putin, “Mascha” y “el Oso”.


            Es dentro de semejante contexto de patrañas y manipulaciones que se justifica, en el escenario del estudio televisivo del canal de “todos los venezolanos”, la presencia de la fotografía de Gramsci, al fondo, observando con mirada perpleja, inevitablemente silente, aunque estupefacto, las procacidades de un adicto y demencial delincuente que hoy puede afirmar que la Universidad Simón Bolívar es una institución “privada” y mañana que el presidente Guaidó es el jefe de un cartel de narco-traficantes con alerta roja en China, Rusia e Irán. Whatever! Sólo recibirá elogios por sus infamias de la complaciente pobreza espiritual que nutre su audiencia. Y cabe decirlo, no sólo de los fieles o correligionarios del gansterato. En el diálogo Parménides Platón demostró con creces que toda negación abstracta es, en el fondo, una afirmación abstracta. Los mocasines suelen ser muy cómodos, por lo que exigen pocas mediaciones para ser calzados.


            La audacia es tan propia del prejuicio como de la ignorancia, porque la una es un síntoma inequívoco del otro. La expresión “hegemonía” causa urticaria no sólo entre unos cuantos respetables socialdemócratas de formación sino, además, entre quienes han llegado a autodefinirse como “liberales”, sin tener la responsabilidad de conocer, más allá de las reseñas enciclopédicas, los orígenes histórico-culturales de los términos con los que dicen “sentirse” comprometidos. Uno de los más sólidos, coherentes y fundamentados representantes del liberalismo contemporáneo es Norberto Bobbio. Y uno de los autores de cabecera de Norberto Bobbio es Antonio Gramsci, a quien no sólo admira, sino de quien ha derivado la exigencia de recuperar el significado más hondo y auténtico de la democracia republicana. Sólo por “vaga experiencia” o “conocimiento de oídas”, como diría Spinoza, se puede considerar a Antonio Gramsci como un pensador panfletario, digno de presidir el estudio de televisión de un hampón de poca monta, o colocar sus Quaderni del carcere al lado de las “obras incompletas” -nunca escritas- de Ezequiel Zamora.


            Piero Sraffa fue un destacado economista italiano, defensor del liberalismo económico y autor de la llamada “teoría de la producción de mercancías por medio de las mercancías”, considerado por los -¡esta vez sí!- auténticos expertos como el refundador de la escuela clásica de economía. Pues bien, a la vuelta de sus frecuentes visitas a la cárcel donde el fascismo mantenía detenido a Gramsci, Sraffa traía ocultos, entre sus prendas de vestir, los cuadernos en los que Gramsci iba pacientemente dando cuerpo a su filosofía de la praxis, de la cual forma parte su concepción de la hegemonía, es decir, del fundamento de la vida dentro de un Estado ético, estrictamente consensual. Una obra, por cierto, que fuera publicada por la prestigiosa editorial Einaudi, cuyos vínculos con el pensamiento liberal son bien conocidos, especialmente porque su editor, Giulio Einaudi, era hijo de uno de los fundadores del Partido Liberal de Italia y segundo presidente de la República italiana, después de la caída del fascismo, Luigi Einaudi.


   Es probable, sin embargo, que en las mentes de los prejuiciosos e ignorantes no quepa la posibilidad de formularse la pregunta de por qué los más serios liberales italianos -incluyendo al propio Benedetto Croce- no sólo celebraran la obra de Gramsci, sino que la rescataran de las mazmorras fascistas y la publicaran, primero, en edición temática, a cargo de Palmiro Togliatti y, más tarde, en edición crítica, a cargo de Valentino Gerratana. Para ellos, en cambio, Gramsci es el demonio que tramó e inspiró el perverso plan de Maduro para destruir a Venezuela. Maduro -afirman- “aplica” la concepción de la hegemonía gramsciana. Pero el pensamiento de Gramsci no se “aplica” porque el consenso no se “aplica”, se construye. Si el régimen siguiera efectivamente la lección de Gramsci, la sociedad civil sería escuchada, el país tendría poderes independientes, medios de comunicación libres. Los gobernadores y alcaldes, distintos al régimen, no tuviesen sobre ellos tutelaje gansteril y la Asamblea Nacional no habría sido, primero, desconocida mediante la trastada de una Asamblea Constituyente y, luego, partida en dos mediante la compra y venta de unos cuantos diputados corruptos. Hay quienes gustan tirar piedras al vacío y bailar al ritmo de la flauta de Maduro. Cuando se les agoten los guijarros del sensacionalismo danzante quizá logren comprender que el único “concepto” que sustenta al gansterato es el narco-tráfico. Y que por el hecho de ser italiano Gramsci no formaba parte de La cosa nostra.

          

Por José Rafael Herrera

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