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El derecho natural de gentes

Ruinas que dan origen a una nueva vida, conceptos filosóficos de Vico, ciclos históricos, derechos naturales como conquistas civiles, educación como reconstrucción estética

Por José Rafael Herrera @jrherrraucv

..Y de las ruinas, surgirá la nueva vida. Friedrich Schiller

La filosofía de Vico no es, como ha querido hacer ver el entendimiento abstracto, un “fruto fuera de estación”. Más bien, es uno de los focos de luz más potentes, en los que se concentra la especulación humana durante el siglo XVIII. No tanto por haber recogido en su seno la más rica herencia histórica y cultural del pasado, sino por anticipar la más válida, la más civil, de las exigencias por la conquista del porvenir. Cuando el pensamiento está determinado por una visión profundamente crítica que, tarde o temprano, genera una nueva concepción del mundo y de la historia, da la impresión de hallarse ajeno a la circunstancia inmediata del ambiente social y cultural que lo circunda, lo que, no sin frecuencia, motiva el rechazo de quienes, absortos por los prejuicios y la enajenación características de su tiempo, no pueden comprender el nuevo contenido, la nueva estructura especulativa y organizacional que, a la luz de dicho pensamiento, apenas acaba de nacer. Carlos Fuentes tenía razón: hubiese sido mejor leer a Vico que a Descartes y a Hume, que a Voltaire y a Rousseau, para formarse un concepto concreto de la historia y la cultura latinoamericanas, especialmente entre quienes tomaron la iniciativa de construir las repúblicas independientes.


Vico comprendió que la integridad de la sociedad civil descansa en la fantasía de los hombres, como elemento fundante de sus necesidades inmediatas. La religión, el lenguaje y la elocuencia son esenciales para la ley, la política y el Estado, y éstas nunca podrán reducirse a la categorización abstracta, meramente prepositiva, propia de las ciencias físico-matemáticas. Ajenos a un concepto filológico adecuado, Descartes, Grocio, Hobbes, Locke, Hume o Rousseau, no lograron cimentar la pretensión de establecer una filosofía jurídico-política como ciencia "universal" del bienestar público atemporal, ajena a los contextos culturales de los pueblos. Terminaron en la formulación de un “modelo” hipotético: el derecho natural.


Vico, en cambio, fijó la mirada sobre las relaciones que enlazan el pensamiento con la sociedad y viceversa. Lo hizo con novedosa originalidad. Nadie, más que él, ha operado en pro de la historización de la filosofía. Su pensamiento es opuesto al empleo reductivo y anacrónico del naturalismo tout court y de la tradición utilitarista de la ley de las ciencias políticas y sociales. El hombre de Vico aprende a buscar tanto la utilidad como la verdad. La racionalidad, según el modelo cartesiano de claridad y distinción, es insuficiente para la adquisición social e histórica del arte de conocer y hacer la verdad. El saber no puede reducirse a prácticas profesionales exclusivas de la ciencia natural y de la lógica formal. Debe incluir los más diversos modos de razonar propios del sentido común, es decir, lingüísticos, retóricos, religiosos, morales, políticos, legales, económicos, sociales, en fin, históricos: lo cual incluye la evidencia, la conjetura y la refutación. Este es el resultado que, para Vico, ni el dogmatismo colectivista ni el pragmatismo liberal están en condiciones de secuestrar, sin llegar a producir graves consecuencias.


El derecho natural no es una premisa matemática sino una conquista civil. No es un punto de partida sino un punto de llegada. El derecho “natural” no es natural sino histórico. En la Scienza Nuova Vico logra descifrar esa conquista y establecer un sistema de “derecho natural de gentes” que se va concretando a lo largo de tres edades cíclicas: la de los dioses, en la que los hombres creían vivir bajo gobiernos divinos y en las que todas las cosas les eran ordenadas mediante auspicios y oráculos; la edad de los héroes, en la que éstos reinaron en todos los sitios mediante repúblicas aristocráticas, basadas en una cierta diferencia atribuida a su superior naturaleza respecto a la de los plebeyos; y la edad de los hombres, en la que todos se reconocen como iguales en cuanto a su naturaleza humana, bien a través de repúblicas populares o de monarquías, siendo ambas las formas de gobierno propiamente humanas.


Una inmensa región del mundo, conquistada y convertida en colonia de un poderoso imperio, a la que se le ha impuesto un nuevo orden de cosas y de ideas, se vió necesariamente forzada a modificar abruptamente, y a ver truncado, el curso de su propio devenir. Por lo menos eso afirma Vico. Pero si, además, se le hace ver, como se lo hicieron ver los independentistas -deslumbrados por el espíritu de la Ilustración europea-, que se es naturalmente libre y que se tienen derechos innatos, aún sin habérselos ganado, y sin poseer la formación social -la Bildung- necesaria para hacer el recorrido mediante lo que Vico denomina “la mente heróica”, entonces, de la Liberté surge el libertinaje, de la Igualité el igualismo y de la Fraternité la audacia del vivarachismo criollo. No serán necesarios el esfuerzo, la constancia, el estudio, la preparación, el compromiso, la responsabilidad, es decir, no será necesario poseer una educación estética capaz de permitir la reconstrucción del proceso -por la vía del pensamiento-, porque “naturalmente”, como si se tratara de un champignon, se puede hacer lo que se quiera, lo que se venga en gana. Se puede, en consecuencia, ocupar cualquier cargo de Estado, cualquier posición, a pesar de no poseer la necesaria capacidad para hacerlo. Y, por esa vía, se puede saquear, corromper, torturar, asesinar, puesto que, ya que existen unos tales derechos “naturales”, gracias a los cuales se es libre “por naturaleza”, se puede hacer lo que se venga en gana. Un mundo así representado es propicio para los Boves, los Monagas, los Zamora, los Castro, los Gómez y los Chávez. Es el mundo de los Carujo, no el de los Vargas. Y, por esa vía, se llega directo a este desastre militarista, salvaje, corrompido hasta los tuétanos, que ha conducido al país a su mayor pobreza material y espiritual. No existe libertad sin conciencia de la necesidad, ni hay derecho natural que no sea el resultado, la conquista, de la conciencia histórica. El Derecho Natural sólo puede ser derecho de gentes, como dice Vico. Gente proviene de gen, que significa engendrar, producir, devenir. El Derecho Natural deviene.


A pesar de contar con doscientos años de vida republicana, Venezuela sólo ha tenido cuarenta de vida democrática. La diferencia está en la educación, no en la simple instrucción. No se puede superar una realidad sustentada en una ficción con otra ficción. De las ruinas hay que hacer surgir una nueva Venezuela. Y para ello, la mayor labor, la más importante de todas, tiene que ser la educación estética.

El derecho natural de gentes

 

..Y de las ruinas, surgirá la nueva vida.

                                 Friedrich Schiller

 La filosofía de Vico no es, como han querido hacer ver los entusiastas seguidores del entendimiento abstracto, un “fruto fuera de estación”. Más bien, es uno de los focos de luz más potentes en los que se concentra la filosofía durante el siglo XVIII. No tanto por haber recogido y conservado en su seno la más rica herencia histórica y cultural, sino por anticipar la más válida, la más civil, de las exigencias por la conquista de la libertad. Cuando el pensamiento está determinado por una visión profundamente crítica que, tarde o temprano, genera una nueva concepción del mundo y de la historia, da la impresión de hallarse ajeno a la circunstancia inmediata del ambiente social y cultural que lo circunda, lo que, no sin frecuencia, motiva el rechazo de quienes absortos por los prejuicios y la enajenación características de su tiempo, no pueden comprender el nuevo contenido, la nueva estructura especulativa y organizacional que, a la luz de dicho pensamiento, apenas acaba de nacer. Pero Carlos Fuentes tenía razón: hubiese sido mejor leer a Vico que a Descartes y a Hume, a Voltaire y a Rousseau, para formarse un concepto concreto de la historia de la cultura latinoamericana, especialmente entre quienes tomaron la iniciativa de construir las repúblicas independientes. La brecha se ha hecho tan profunda que las razones para leer a Vico se han vuelto imprescindibles. “Más Vico y menos Cartesius” reclama el presente, a medida que se confirma la tesis central de su pensamiento: “sólo se puede conocer lo que se hace”.


Vico - derecho natural de gentes


 Vico comprendió que la integridad de la sociedad civil descansa en la fantasía de los hombres, como elemento fundante de sus necesidades inmediatas. La religión, el lenguaje y la elocuencia son esenciales para la ley, la política y el Estado, y éstas nunca podrán reducirse a la categorización abstracta, meramente prepositiva, propia de las ciencias físico-matemáticas. Ajenos a un concepto histórico-filológico adecuado, Descartes, Grocio, Hobbes, Locke, Hume o Rousseau, no lograron cimentar la pretensión de establecer una filosofía jurídico-política como ciencia "universal" del bienestar público atemporal, independiente de los contextos culturales de los pueblos. Por eso se aferraron a la teología filosofante y terminaron formulando un “modelo” hipotético, como lo es el derecho natural, sin percatarse de que su formulación abstracta no era más que la expresión de la cultura de su propio tiempo, la lógica específica de su objeto específico.

 Vico, en cambio, traspasó los límites del cogito, fijando la mirada sobre las relaciones que enlazan el pensamiento con la sociedad y viceversa. Lo hizo, además, con ingeniosa originalidad. Nadie, más que él, ha operado en pro de la historicidad de la filosofía. Su pensamiento es opuesto al empleo reductivo y anacrónico del naturalismo tout court y de la tradición utilitarista de la ley de las ciencias políticas y sociales. La humanidad de Vico -el humando- aprende a buscar tanto la utilidad como la verdad. La racionalidad formal, propia el modelo cartesiano de claridad y distinción, es insuficiente para la adquisición social e histórica del arte de conocer y hacer la verdad. El saber no puede reducirse a prácticas profesionales exclusivas de la ciencia natural y de la lógica formal. Debe incluir los más diversos modos de razonar propios del sentido común, es decir, lingüísticos, retóricos, religiosos, morales, políticos, legales, económicos, sociales, en fin, históricos: lo cual incluye la evidencia, la conjetura y la refutación. Este es el resultado que, para Vico, ni el dogmatismo colectivista ni el pragmatismo liberal están en condiciones de secuestrar, sin llegar a producir graves consecuencias.

 El derecho natural no es una premisa matemática sino una conquista civil. No es un punto de partida sino un punto de llegada. El derecho “natural” no es natural sino histórico. En la Scienza Nuova Vico logra descifrar esa conquista y establecer un sistema de “derecho natural de gentes” -muy diverso, por cierto, del significado reductivo que las ciencias jurídicas le atribuyen en la actualidad- que se va concretando a lo largo de tres edades cíclicas: la de los dioses, en la que los hombres creían vivir bajo gobiernos divinos y en las que todas las cosas les eran ordenadas mediante auspicios y oráculos; la edad de los héroes, en la que éstos -los pater familias- reinaron en todos los sitios mediante repúblicas aristocráticas, basadas en una cierta diferencia atribuida a su superior condición natural respecto a la de los plebeyos; y la edad de los hombres, en la que todos se reconocen poseedores del derecho de ser iguales en cuanto a su naturaleza humana, bien a través de repúblicas populares o de monarquías, siendo ambas las formas de gobierno propiamente humanas. El derecho natural no nace: se hace. Verum et factum convertuntur reciprocatur.

 Una inmensa región del mundo, conquistada y convertida en colonia de un poderoso imperio, a la que se le ha impuesto un nuevo orden de cosas y de ideas, se vio necesariamente forzada a modificar abruptamente, y a ver truncado, el curso de su propio devenir. Por lo menos eso afirma Vico. Pero si, además, se le hace ver, como se lo hicieron ver los independentistas -deslumbrados por el espíritu de la Ilustración europea-, que se es naturalmente libre y que se tienen derechos innatos, aún sin habérselos ganado, y sin poseer la formación social -la Bildung- necesaria para hacer el recorrido mediante lo que Vico denomina “la mente heroica”, entonces, de la Liberté surge el libertinaje, de la Igualité el igualismo y de la Fraternité la audacia del vivarachismo criollo. No serán necesarios el esfuerzo, la constancia, el estudio, la preparación, el compromiso, la responsabilidad. En una expresión, no será necesario poseer una educación estética capaz de permitir la reconstrucción del proceso -por la vía del pensamiento-, porque “naturalmente” ¡como si se tratara de un champignon!- se puede hacer lo que se quiera, lo que se venga en gana. Este es el fundamento del populismo. Se puede, en consecuencia, ocupar cualquier cargo de Estado, cualquier posición, a pesar de no poseer la necesaria capacidad para hacerlo. Y, por esa vía, se puede saquear, corromper, torturar, asesinar, puesto que, ya que existen unos tales derechos “naturales”, “innatos”, gracias a los cuales se es libre “por naturaleza”, se puede hacer lo que se venga en gana. El deseo confundido con la libertad. Un mundo así representado es propicio para los Boves, los Páez, los Monagas, los Zamora, los Castro, los Gómez, los Chávez, los Maduro o los Cabello. Es el mundo de los los Pedro Camejo o de los Carujo, no el de los Vargas. Y, por esa vía, se llega directo al desastre totalitario, militarista, salvaje, corrompido y criminal hasta los tuétanos, que ha conducido al país a su mayor pobreza material y espiritual. No existe libertad sin conciencia de la necesidad, ni hay derecho natural que no sea el resultado de la conciencia histórica. El Derecho Natural sólo puede ser Derecho de Gentes en el estricto sentido que le otorga Vico. Gente, por cierto, proviene de gen, que significa engendrar, producir, devenir. Es el Derecho Natural que deviene.

 A pesar de contar con doscientos años de vida republicana, Venezuela sólo ha tenido cuarenta de vida democrática. La diferencia está en la educación, no en la simple instrucción. No se puede compendiar la historia de la humanidad siguiendo el recorrido por el interior de la esfera de EPCOT de Disney, porque no se puede superar una realidad sustentada en una ficción con otra ficción. De las ruinas hay que hacer surgir una nueva Venezuela. Corso e ricorso, una y otra vez. Para ello, la mayor labor, la más importante de todas, tiene que ser la educación estética, pues no habrán ni libertad ni derecho mientras prevalezca la pobreza espiritual.


@jrherrraucv

Proletarios en el mundo actual


A man in debt is so far a slave

                             R.W. Emerson


Une certaine quantité de travail amassé et mis en réserve

                                                                                 A. Smith





La palabra proletario cuenta con más de dos mil años de historia. En tiempos de la Roma clásica, proletarii eran llamados los ciudadanos de la clase más baja, cuya función principal consistía en la procreación de hijos -prole, precisamente- para ser entrenados como soldados e incorporados en las filas de las legiones del poderoso ejército imperial. Desde entonces, los proletarios han venido cumpliendo con la función de sostener el peso bruto de los cimientos del corpus de toda la sociedad, siendo el gen (las gentes) que garantiza la producción y reproducción (la generación y re-generación) continua del ser social. De tal manera que, ya desde un principio, su labor productiva ha consistido en ser una labor esencialmente reproductiva y, recíprocamente, su labor reproductiva ha consistido en ser una labor esencialmente productiva. Produce reproduciendo, reproduce produciendo. Su única posesión es su propia fuerza corporal, la cual vende para poder vivir. Una transacción de la cual, por cierto, carece de clara conciencia, asumiéndola como si se tratase de una condición natural. En el fondo, siguen siendo los legionarios de siempre. No por caso, forman y conforman el llamado “ejército social de reserva”. Al final, son ellos quienes ponen la sangre, el sudor y las lágrimas. Se trata de una fuerza productiva que garantiza y consolida la reproducción de las relaciones sociales existentes. Vico observa que el mundo de las naciones se sustenta en dos principios, a saber: la mente y el cuerpo de los hombres que las componen, pues “la divina providencia ordenó las cosas humanas con este orden eterno que, en las repúblicas, quienes usan la mente mandan y quienes usan el cuerpo obedecen”. Y, en este sentido, cabe reconocer que el proletariado es el robusto cuerpo sobre el cual históricamente se ha sostenido, y aún se sigue sosteniendo, el mundo de las naciones.      

En efecto, lejos de haber desaparecido del modelo económico que fuera impuesto y estructurado a partir de la segunda mitad del siglo XIX en Occidente, la sociedad contemporánea lo ha propiciado y perfeccionado, hasta elevarlo al mayor grado de su realización, al punto de transformarlo en un modelo ideal de existencia. Es así como la sociedad del presente, y con mayor razón la de los países más desarrollados, alienta y promueve la presencia de una amplia comunidad proletaria, cada vez más extensa, diversificada y compleja. Un proletariado, por cierto, muy distante al de las grandes revoluciones industriales del pasado, el desposeído y sufrido personaje acuñado por los fundadores del llamado socialismo utópico que, más tarde, Karl Marx transformara en el centro neurálgico de sus denuncias y elevara a la forma de la Kritik filosófica. Ya no se trata del gen de los fámulos, de los menesterosos, ciertamente. La ratio technica es el instrumento con el cual el gran capital ha hecho posible la sustitución gradual de la antigua escuela de los Legionarios por un gran sistema masificado de instrucción técnica y tecnológica. Un sistema en el cual se forman, o más bien se instruyen, los novísimos -y siempre antiguos- proletarios del presente. Es, virtualmente, la época de la “reproductividad técnica”, como la llamaba Walter Benjamin. Ya no se trata de los espectros ambulantes, dramáticamente descritos en las obras de Dickens. Ni no son Los miserables de Victor Hugo. En el presente, el sufrido proletariado descrito por Marx va al trabajo manejando un Toyota, un Honda o un Kia. Viven del crédito, en una casa o en un apartamento. Tienen un trabajo que la sociedad valora y, sobre todo, requiere. A veces van a la playa y otras veces a un mall o a disfrutar del último film de las industrias Disney. No falta el celular ni la “tele”. Casi por inclinación natural, prefieren comer Fast Food en los Mac Donals o en los Burger King, aunque no siempre. Es, en fin, el sueño cumplido ya advertido por Marcuse en El Hombre unidimensional.

La historia ha dejado constancia de que el argumento esgrimido por Lenin, según el cual el desarrollo hacia una sociedad auténticamente libertaria sólo podía ser el resultado de la instauración de la “dictadura del proletariado”, ya que el proletariado sería “el único que podría romper la resistencia de los explotadores capitalistas”, se ha puesto en evidencia como un argumentum ad verecundiam, sobre el cual la sociedad de los propietarios ha podido arrojar sus miserias, transmutando la amenaza en su mayor ventaja. Claro que el concepto de dictadura empleado por Lenin -y que ya Marx había sugerido- se correspondía más al de las dictaduras transitorias de la Roma republicana en situación de riesgo que a los interminables militarismos del siglo XX, incluyendo los regímenes ruso del stalinismo, chino del maoísmo y coreano del kimilsunismo, extensiones espurias de las tradicionales formas autocráticas de concebir el poder en Oriente que han sido grosera y grotescamente calcadas, durante los últimos tiempos, por Cuba, Nicaragua y Venezuela. Además de ser un probado criminal de lesa humanidad, el “presidente obrero” venezolano es un visible ejemplo de estafa a una Nación en beneficio de la acumulación de capital, cuyo nombre será recordado en los anales de la historia como un palmario modelo de fraude y mediocridad gansteriles. En todo caso, la sociedad proletaria va creciendo a toda marcha, propulsada por el desarrollo sostenido de la ratio technica y la industria cultural, el mayor y más rentable negocio de los últimos tiempos. Un negocio del cual el proletario de hoy no solo es parte esencial sino también uno de sus mayores consumidores. El quantum del mal infinito va signando la ficción cotidiana de su realización y el extravío de sí mismo. La cada vez mayor pobreza de su Espíritu.         

     


Ricorso

 

“En todos esos tiempos infelices, las naciones

volvieron a hablar entre ellas una lengua muda”

                                                Giambattista Vico

Ricorso de la historia



 El quinto Libro de la Scienza Nuova (terza), de Giambattista Vico, describe con sorprendentes detalles el proceso de conformación del ricorso -o regressus- sufrido por el curso -o corso- de la historia de la humanidad, una vez que, paradójicamente, había llegado a alcanzar su mayor momento de esplendor y realización. No es cosa del azar ni del ciego destino, como tampoco lo es del abismo nihilista. Se trata del resultado, minuciosamente comprendido, en clave histórico-cultural y filológico-filosófica, de los tiempos de la llamada barbarie ritornata que, a diferencia de quienes conciben la historia de manera lineal -los unos por grados de menor a mayor y los otros por los mismos grados, pero de mayor a menor- o de aquellos que declarándose ateos convencidos terminan jurando  que “la historia vuelve a repetirse”, Vico la descubre y, la va describiendo, como una infinita espiral -al decir de Hegel, como un “círculo de círculos”- en el que cada giro que la conforma está conformado a su vez por infinitas espirales, nunca repetibles y, al mismo tiempo, siempre repetibles. Como bien observaba Núñez Tenorio en sus lecciones de “Historia de la filosofía de la historia”: “se trata de un movimiento espiral, cuyas escalas son paralelas pero no sincrónicas”. Desde la antigua Nápoles, y no desde Paris o Londres, Vico logra captar la inmensidad del ADN de la historia del ser social, tramite el devenir de su mente heroica.

 La voluntad humana no solo está en capacidad de hacer posibles los ascensos necesarios que requiere la historia sin otra intervención que la de sus propias fuerzas -dentro de determinadas condiciones materiales de existencia- sino también de todo lo contrario, es decir, de posibilitar sus descensos: “Los humanos -observa Vico- primero sienten lo necesario, después buscan lo útil, enseguida advierten lo cómodo, más adelante se deleitan del placer, luego se entregan al lujo y, finalmente, enloquecen al dilapidar los bienes”. Como podrá observarse en este parágrafo, el autor de la Ciencia Nueva sintetiza en él el discurrir de la historia ideal y eterna de las naciones, en cuya constante inmanente se patentiza la naturaleza del espíritu de los pueblos, la cual se manifiesta “primero ruda, después severa, luego benigna, más tarde delicada y finalmente disoluta”. Es verdad lo que sostiene Carlos Fuentes en su Valiente mundo nuevo: la consciencia latinoamericana sigue pagando el precio de haber desatendido la lectura de Vico, en medio de sus -no pocas veces desbocados- afanes por querer llegar a tiempo al gran banquete de la modernidad, obnubilado ante los delirios de un ofertado progreso que hoy muestra el atroz rostro de las bestias.

 Que nadie se engañe: la nostalgia sembrada por el fantástico idilio de los caribes danzando de felicidad alrededor de los platanares, al son de las maracas y del cocuy de penca, que atiende a la también sembrada y muy reaccionaria creencia de que todo pasado siempre fue mejor, forma parte del marketing ideológico de los actuales regímenes gansteriles, que han secuestrado y conducido a los países de la América Latina -y particularmente a Cuba, Nicaragua y Venezuela- a la oscura y salvaje selva de la barbarie de la que habla Vico. La llamada “resistencia indígena” es un espejo en el cual, via invertionis, se refleja la mórbida obesidad del tirano -socio y protegido de los imperios gansteriles asiáticos y de sus cómplices occidentales, amantes de las autocracias- que, en otros tiempos, estaría preso, junto con su pandilla de saqueadores y narcotraficantes, en una amurallada, húmeda y lúgubre prisión ubicada en algún islote abandonado del Pacífico. El ya famoso “Tren de Aragua”, nacido a la sombra de la tiranía gansteril, hecho a su imagen y semejanza, da cuenta del “salto atrás”, precisamente del ricorso, en la historia del espíritu de un pueblo que ha terminado por perder su espíritu, hipotecándolo -y auto-encadenándose- a las ficciones propias de la ilusión militarista y caudillesca. En el menesteroso presente, los buenos fámulos que honran el gobierno del lumpen llaman a las ilusiones discursivas 'narrativa' y a las mentiras compulsivas, líquidas, de los populismos de cualquier ralea o calaña se le denomina, 'post-verdad'. Vaya giro de la historia. We can do it!

 A fin de cuentas, los gobiernos -como dice Vico- “deben conformarse a la naturaleza de los hombres gobernados”, que es un modo particular de sostener lo que, más tarde, Hegel advertiría: que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. “En el género humano primero surgen hombres crueles y groseros, como los Polifemos; después magnánimos y orgullosos, como los Aquiles; luego valerosos y justos, como los Aristides y los Escipiones; más cercanos a nosotros, aparecen otros con grandes imágenes de virtud que se acompañan con grandes vicios, que despiertan entre el vulgo un estrépito de verdadera gloria, como los Alejandro y los César; más tarde aun, los tristes reflexivos, como los Tiberio; finalmente, los furiosos disolutos y descarados, como los Caligula, los Nerón, los Domiciano”. La historia reciente de Venezuela da cuenta de cómo, en apenas cuarenta años, se decidió dar “el gran viraje”, pero no para el ascenso ciudadano y republicano sino, una vez más, hacia el sombrío pasado. El no haber logrado sacar de raíz a los Polifemos que llevaba en sus entrañas, a los Boves o al resto de los “coroneles” que lo sustituyeron, para -en su lugar- sembrar a sus Tiberios, a sus Roscio o a sus Bello, ha tenido un alto costo. Vico sugiere, no obstante, que todo retorno de las sociedades hasta el fondo de la barbarie, además de ser la consecuencia necesaria de una clase política y económica que se fue habituando a la pusilanimidad, contiene en sus entrañas el germen de un nuevo comienzo, el punto de inflexión en virtud del cual tiene sus inicios un nuevo e inédito curso de la historia. La tarea requiere de la necesaria “paciencia del concepto”. Pero solo con decidida voluntad y constancia ineluctable se podrá superar el bochornoso imperio del largo ricorso venezolano.


De Espejos y espejismos

 

Espejismos en filosofía y política


“.. Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión

 o un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables porque

lo multiplican y lo divulgan”.

                                                          Jorge Luis Borges, Ficciones

 

 

              Por eso mismo, es el elemento vital de toda filosofía, la materia prima de la cual se nutre, toda vez que su labor es comprenderla y superarla. Quizá para sorpresa del mundo, la oscuridad -de la que el entendimiento es inversión especular- ha ido ganando cada vez mayor terreno en los últimos tiempos. No es ninguna novedad. Cuenta de ello han dado, en su momento y a su modo, J. K. Rowlling o George Lucas, por ejemplo. Las 'fuerzas oscuras', inspiradas por el abominable y repugnante espectro de Lord Voldemort, alzan un amenazante giro hacia el fascismo de los nuevos tiempos. En el caso de Darth Sidious, maestro de “el lado oscuro” y futuro emperador de la galaxia, quien debe llevar, bajo la apariencia de senador republicano, una doble vida mientras concentra las fuerzas que acabarán destruyendo las entrañas mismas de la República. A la luz de semejantes representaciones, conviene pensar, por una vez, en la posibilidad de que el origen de la post-factualidad sea la propia factualidad devenida ideología o posverdad. La modificación de los hechos depende de la modificación de sus modelos de interpretación. Verum et factum convertuntur, como dice Vico. El no reconocimiento, la no compenetración de lo uno y de lo otro, el esfuerzo por presentar al entendimiento abstracto como la “Razón Pura”, o la 'racionalidad fáctica', ha producido los tumores del presente, tumores que se expresan cual “reliquias de la muerte” -piense el lector en “el fin de la historia” o en “la muerte de las ideologías”-, y que han ido despertando los cadáveres que hoy conforman la llamada post-factualidad. La vida del espíritu, como la llama Hegel, no es la vida que se asusta ante la muerte, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella: “El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento”.

            Cuando se subestima al adversario, con ello se está admitiendo, dialécticamente, que éste ha devenido superior y que mantiene a su opuesto subyugado. Hoy casi nadie recuerda los vítores y la palabrería de El Caballero de los Espejos, ufanándose del hidalgo Quijote. Y pensar que todo comenzó en el momento en el cual el galáctico Palpatine bautizó a lo que en algún momento -no sin cierta dignidad- recibiera el nombre de oposición, como “los escuálidos”, nombre que fue aceptado inmediatamente, con el mayor entusiasmo y orgullo. Pues bien: esa aceptación signó el destino de lo que hoy es esa porosa, viscosa y, sobre todo, raquítica cosa a la que aún, no sin atrevimiento, suele  atribuírsele el nombre de “oposición democrática”. Son las vueltas, las “colitas” que se pueden emprender sobre la circularidad de los círculos. La palabra puede llegar a contener mayor realidad efectiva que la percepción sensorial y sus “impresiones” sobre la cera. En algún momento se tendrá que comprender que las bellotas han servido por siglos como alimento de los puercos.

            En la historia contemporánea de Venezuela, uno de los partidos políticos más atractivos, innovadores y de mayor capacidad creadora, en el sentido estético, fue el Movimiento Al Socialismo (MAS), fundado por Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff, Freddy Muñoz y un grupo de auténticos “intelectuales orgánicos”, como los definiría Gramsci. Ese partido fracasó -la llama que radiantemente exhibía se fue apagando poco a poco, como un cabo de vela que se consume ante las brisas del tiempo-  porque abandonó su propio proyecto para asumir “la vida loca” que ofrece cierto pragmatismo mal entendido, en su anhelo de obtener el poder por el poder, sin ton ni son. Con el segundo gobierno de Caldera declaraban: “somos parte del poder”. Finalmente, se pasaron al “lado oscuro” y declararon su apoyo a Palpatine. Una vergüenza que terminó con la renuncia de sus líderes fundadores, como si un padre renunciara a un hijo que ha levantado con esfuerzo. Al final, fueron humillados y aplastados por las botas de Darth Sidius. Su consigna central de siempre -“¡Sí podemos!”-, una muestra abierta de praxis política en sentido enfático, del perseverante esfuerzo de la voluntad por vencer las adversidades que le impone a los hombres la fortuna -que nadie olvide que Pompeyo Márquez fue un apasionado lector del Renacimiento italiano-, ha sido “ligeramente modificado”, en estos tiempos de desgarramiento y consecuente empeño en la pragmásis acomodaticia: “¡Tenemos que hablar!”. Sin empacho, Machiavelli exclamaría: “Aimè!”.

¿Saber esotérico o exotérico?

 

“El que no cabe en el cielo de los cielos

se encierra en el cláustro de María”.

                                          G.W.F. Hegel

 

 

Saber esotérico

            La tradición histórica y cultural, originalmente establecida por las religiones y, más tarde, institucionalizada por la teología filosofante, estableció un estricto criterio de demarcación entre lo esotérico y lo exotérico. Como se sabe, esotérico -del griego esoterikós, lo que está adentro, lo que es íntimo- es todo conocimiento oculto, hermético, “no revelado” y sólo apto para los “iniciados”, mientras que exotérico -exoterikós- se dice de toda aquella enseñanza extensible, que no se ve limitada a un determinado grupo de seguidores o discípulos sino, más bien, que puede ser abiertamente divulgada, públicamente y sin mayores “secretos”. Los arcanos seguidores del esoterismo mantenían -y, en ciertos casos, aún mantienen- ritos, técnicas y tradiciones envueltas en el misterio, pleno de simbologías iniciáticas, incomprensibles para el resto de los mortales, quienes son considerados por los seguidores de esas Escuelas como simples “profanos”. La magia, la adivinación (los divinari mencionados por Vico), la quiromancia, la cartomancia, las predicciones, el uso de piedras “astrales”, entre otras prácticas, técnicas y -como suele decirse hoy día- “metodologías” de toda suerte, forman parte de esta milenaria tradición ocultista, velada con el sacrosanto y tupido manto del misticismo y el dogma venidos del Oriente.

            Claro que antes de que se consolidara la hegemonía de la teología filosofante -que sin sospecharlo daría lugar al imperio del entendimiento abstracto que rige campante los tiempos presentes-, para la cultura filosófica griega, que fue transitando desde la poiesis oriental hacia la conformación de la episteme occidental, lo esotérico y lo exotérico fueron adquiriendo un significado muy distinto. En efecto, desde la era de los iniciados portadores de túnicas blancas, seguidores de Pitágoras, a los discípulos de Sócrates, Platón y Aristóteles, los aspectos místico-religiosos fueron cediendo espacio al tipo de saber impartido, primero en el Ágora, luego en la Academia y, más tarde, en el Liceo, respectivamente. La plaza pública era del mayor interés para poder comprender los problemas inherentes a la ciudad. Y estos problemas eran llevados a los respectivos centros de formación para ser debidamente estudiados y discutidos en profundidad. Así se producía el saber que, más tarde, retornaba a la plaza pública, para ser presentado sin las complejidades -o complicaciones- del caso. Lo esotérico se transformó, pues, en el objeto de estudio investigado, sometido a discusión y debidamente expuesto intra-muros. Lo exotérico devino, en cambio, ese mismo saber traducido en formato popular, al alcance de todos. Un saber extra-muros, es decir, en forma de extensión o divulgación para la comprensión de la ciudadanía. En el fondo, lo importante era el bienestar del Ethos.        

            Tales son los orígenes de los conceptos de investigación, docencia y extensión universitarias, de los cuales el régimen gansteril que mantiene secuestrada a Venezuela no tiene, tan siquiera, una  representación, a no ser la intuición empírica. Y no se diga un concepto ni, mucho menos, una idea, porque las ideas propiamente dichas constituyen la adequatio de sujeto y objeto. Y es que desde los años '80, las universidades venezolanas, aferradas a la doctrina neo-positivista -y, con ella, a su hijo bastardo: el “materialismo dialéctico” o diamat-, asumieron como única “verdad” la sombra de la racionalidad instrumental, trastocando el saber en “metodología” y despreciando la formación ontológica, ética y estética por un modelo al que llamaron pomposamente “cognitivo”: la delicia de las nuevas cohortes de psicología, sociología, economía, educación, comunicación, entre otras. Mario Bunge se transformó en el Paulo Coelho de aquellos años. Era “la verdad revelada”, la transformación del agua en vino, de los contenidos en formas y de las formas en contenidos. La abstracción suprema llevada al paroxismo. Con ello, la investigación ya estaba perfectamente graficada, con su “marco teórico”, su “marco metodológico” y sus “normas APA”, por lo cual, incluso antes de que comenzara a investigarse, ya se tenía la respuesta para todas las posibles preguntas. De ahí a la elección de un psicópata como rector no hay más que un “salto de la cantidad a la cualidad”.

            Fue así como la cosa a estudiar -el objeto de estudio propiamente dicho- ya no resultaba necesaria, porque el único objeto posible era el “diseño” metodológico mismo. ¡Oh, que maravilla! El sueño del cinismo hecho realidad. Ahora se podía llegar a escribir un paper, una tesis de licenciatura o un trabajo de ascenso con tan solo cumplir con “los requisitos”, o sea, con las vacuas formalidades del caso. De tal modo que se obtenía la respuesta antes de formular las interrogantes. “P > Q”. El resto, más allá de la instrumentalización recibida en las aulas, es ganancia para el ignorante consustancial, para el perfecto idiota. Ese y no otro es el origen del embrión, del huevo de la serpiente gansteril. El llamado chavismo nunca fue un partido, una corriente de pensamiento o una ideología en sentido estricto. En última instancia, siempre fue un modo irresponsable y corrompido de ser, del cual más de un “manito blanca” puede dar testimonio.


 

José Rafael Herrera

@jrherreraucv


De la falta de ignorancia

Falta ignorancia y humor
 

            La expresión que sirve de título a las presentes líneas, es obra de la genialidad del humorista venezolano Emilio Lovera. Su personaje, “el malandro asustadizo” -para mantener cierta reserva sobre la literalidad del adjetivo calificativo-, la sentenciaba de continuo, no sin cierta solemnidad, propia de su background cultural, haciendo estallar de risa a toda la extinta república. Pero algo siempre queda. Y, por eso mismo, tal vez la expresión en cuestión resulte apropiada para comprender de una buena vez las diferencias que se ocultan tras la presuposición de que los que han sido instruidos son personas cabalmente educadas. En realidad, se trata, por cierto, de una cuestión de “falta de ignorancia”, como no sin maestría enseña -desde aquella emblemática denuncia del niño del cuento de Andersen, arrojada contra el rey desnudo- la saludable y siempre irreverente ironía que porta en su seno el buen humor, expropiado -también- por la gansterilidad. Falta de ignorancia era, además, lo que reclamaba el buen Sócrates -“sólo sé que no sé”-, para no dejarse cautivar por la ficticia sensación de que los presuntos conocimientos instrumentales o metódicos -cuyo “no hay pele” trata de acallar la atormentada voz de su barruntar- tienen la última palabra.

            El buen humor, no el mediocre -dado que su propia condición es su condena-, es por antonomasia dialéctico y contrasta tanto con la risotada del necio como con la seriedad prepotente del burócrata o del funcionario tribunalicio, del solemne mediocre acartonado, del tirano usurpador, del delincuente transmutado en canserbero o en torturador, y hasta con el retorcido psiquiatra cínico. Los acomplejados y los resentidos carecen de humor y nada pueden saber de dialéctica. El buen humor es en sustancia dialéctico porque más que reproductivo es productivo, más que recreativo es creativo. Saca de su zona de confort al convencional para invitarlo a pensar. Es el Aschenbach -esa suerte de post-Feuerbach- de la Muerte en Venecia, de Thomas Mann. En El nombre de la rosa, Humberto Eco muestra en detalle la condición subversiva de la segunda parte de la Poética de Aristóteles, dedicada al humor como catársis, o medio para la liberación del alma. Preferible incinerarla en las llamas del infierno antes que permitir, con su burla envolvente, el develamiento de la insensible rigidez de un mundo autosometido a la servidumbre del dogma que caracteriza a la barbarie ritornata. El humor, como la dialéctica, provoca la cólera de quienes sostienen los hilos de la tiranía, porque es el azote de la conciencia resignada: “en la inteligencia y comprensión positva de lo que es abriga al mismo tiempo su negación, su muerte forzosa; porque enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada”.

            La dialéctica inmanente al humor descubre, con un guiño, la contracara del poder establecido. Muestra la fragilidad de los inquebrantables, la ira y el espanto de los rígidos, de los inflexibles, en el momento menos esperado. Y entonces, sus sospechas logran transformarse en evidencias palpables. Suele sorprender de rodillas al despiadado -cual Padrino frente a Fidel-, mostrando el rostro genuflexo de su aparente aceramiento. Son, en suma, diversos los modos de poner al descubierto la misma insustancialidad mediante la “falta de ignorancia”.

            A la luz de esta perspectiva, se comprende el porqué del empeño de la gansterilidad contra la autonomía de las universidades. El arma más poderosa de las sociedades libres y prósperas es la conquista y preservación de su condición autónoma. La ausencia de educación estética, es decir, autonómica, es garantía de sometimiento, de sumisión, de heteronomía. Todo despotismo que se respete tiene la necesidad de garantizar la sustitución de la educación autónoma por la mera instrucción técnica. Tiene que impedir a toda costa que se sea capaz de pensar en sentido enfático. Incluso en aquellas profesiones que en otros tiempos llegaron a mostrar lo mejor de sus virtudes, su cabal compromiso con el ethos, y hoy han sido objeto del extravío de su concepto. Lo que una vez fue espíritu se ha reducido a letra muerta.

            Un profesional promedio de estos tiempos, puede ser un extraordinario operario en su disciplina o un técnico muy eficiente. Ha sido debidamente instruido, ha aprendido la techné correspondiente. Además, ha acumulando experiencia. Pero eso no significa que el diligente y esforzado especialista haya sido educado. Él, por su parte, no se considera un ignorante. Supone no serlo. De hecho, ha estudiado, no es un advenedizo ni un empírico. Está en sintonía con la pragmática de su oficio y maneja sus parámetros.  Es natural que no le interese -y más bien le aburra- tener que vérselas con la literatura o la historia -“¡Dios, que fastidio!”-, o asistir a un drama o a una exposición de arte vanguardista -“¡disparate de garabatos!”-, y mucho menos tener que verse en la “obligación” de “calarse” un concierto de un Mahler -¡como para morirse del aburrimiento!-. Se inclina, más bien, por el reggaeton, “La bomba”, el 'Tik-tok', o por empaparse de las últimas patrañas de “La hojilla”. Trata de encontrar el mejor modo posible de relajarse, de “botar el golpe”. Este es el profesional promedio del target político-social de hoy. Es el post-proletario, el “fámulo” de Vico devenido “cliente”. El confortably numb del presente padece el síndrome de burnout, y ha tocado “techo”. Carece de humor y, por ello, de juicio. Sus criterios son convenciones que toma “prestadas” de los mass media, sin apenas notarlo. Está convencido de que son tan suyas como las propiedades medicinales del cannabis. No sabe de juicios sino de prejuicios. Es el individuo modelo, apropiado, para todo régimen gansteril. Por eso la autonomía espanta, porque enseña a juzgar, es decir, a pensar. Lo cual es un peligro para todo cartel, un “lujo” que no se puede permitir. De ahí que la exigencia socrática por la falta de ignorancia sea el revés de su sobreabundancia. ¡Y cómo hace falta reconocerla, para poder aprender! 

        

             

 

José Rafael Herrera

@jrherreraucv

 

El humanismo extraviado


Hercules humano


A las almas buenas de los sepultados”.
                                               G.B. Vico


            Y fueron por cierto los entierros de los difuntos los que dieron lugar y origen a la humanidad, porque -como observa el autor de la Scienza Nuova- “al estar durante mucho tiempo quietos y situar las sepulturas de sus antepasados en un lugar determinado, resultó que fueron fundados y divididos los primeros dominios de la tierra”. De modo que fue a causa de la tierra “humada como nacieron los primeros humanos, los primeros “hijos de la tierra” que, más tarde, encontrarían en Hércules su figura arquetípica, su propio reflejo idealizado, dado que fue él -símbolo mítico de los primeros hombres- quien prendió fuego a la selva nemea para poder cultivar la tierra. Cultivo con el cual aquellos primeros humanos se fueron literalmente “puliendo”. Y es que quien cultiva se cultiva. Cultivar es pensar, toda vez que se trata de encontrar el modo correcto de sujetar las ciegas fuerzas del destino o, al decir de Maquiavelo, de la fortuna. La “politeia” de los griegos, el gobierno civil, deriva entre los latinos de “politus”, que se puede traducir por limpio, liso, pulido.


            Sólo después de la larga noche de las tinieblas –la llamada por Vico “barbarie ritornata”-, la humanidad comenzó a redescubrirse. Volteó la mirada en busca de sus orígenes y le formuló preguntas al pasado. De pronto se fue descubriendo, se fue des-velando -a pesar del tupido y peligroso velo de los dogmas escolásticos-, hasta poder hilvanar la trama de las respuestas adecuadas. Respuestas que le permitieron reencontrarse consigo misma, en la dimensión de su 'aquí y ahora'. De modo que el hallazgo de su propio pasado la hizo reorientar la miserable visión que, hasta ese momento, conservaba de sí misma. Y sólo entonces se hizo humanista. Mas, con el humanismo, pronto surgiría la exigencia de volver a nacer, es decir, de re-nacer. No por caso, a ese período de la historia de la humanidad se le conoce con el nombre de Renacimiento. No se trata de repetir el pasado. Como tampoco de aferrarse al nostálgico recuerdo del ayer. Lo que fue ya no será más. Pero lo que es no es otra cosa que las ruinas de lo que fue. Y para poder resarcirlo es menester comprender lo que fue. Comprender, por cierto, quiere decir superar y conservar a un tiempo. Esta y no otra es, bajo la actual crisis de la sustancia por la que atraviesa Venezuela, la labor que toca emprender al humanismo contemporáneo.


            En tiempos de hegemonía del Reggaetón -tan propio de la mediocridad, tan infame como Maduro y su combo de delincuentes-, conviene recordar que, en medio de la gran crisis que fue dejando a su paso la “guerra fría”, fueron las bellas formas de la música sinfónica las que animaron la magistral creación de la música progresiva de la segunda mitad del siglo XX. En una sociedad que ha hecho de la inmediatez y la superficialidad sus valores más preciados, no es de extrañar que los efectos sean puestos en el lugar de las causas y las causas en el lugar de los efectos. ¿Cómo se pueden autodefinir “humanistas” quienes, ocupando el rol de “expertos”, “analistas” o “comunicadores”, hayan terminado difundiendo -y elevando a ley cumplida- la presuposición de que el Covid-19 es la causa de la crisis y no, más bien, el efecto de una sociedad mundial profundamente pandémica de espíritu, y que en medio del mayor desarrollo tecnológico de la historia de la humanidad, paradójicamente, se llegue a justificar el trance pusilánime hacia la nueva barbarie ritornata?


            Y, al igual que especulan con el Covid-19, los nuevos “humanistas” pretenden victimizar a los victimarios, promover a los agresores como parte constitutiva, esencial, de la dinámica “imprevisible y contingente de la historia”, porque la única salida posible que se representan para superar el desgarramiento que padece Venezuela es el de “llegar a entenderse” con los criminales que la mantienen secuestrada. Semejante “concepto” de la “historia humana”, además de indigna, pone la carreta delante de los burros. Que Maduro y sus maleantes roben, conduzcan al país a la peor de sus ruinas, repriman y asesinen, es la consecuencia de la protesta, el resultado de no sentarse a dialogar con ellos “por las buenas”, tal y como “se hacen las cosas”, de acuerdo a las lecciones que, según el punto de vista de estos humanistas extraviados, “nos ha dejado la historia”. Para ellos, y ante el “épico fracaso” de la oposición venezolana, se impone un “relevo hegemónico”. Esto no es humanismo. Es hipocresía y sumisión. Vale la pena preguntarse, ¿y cómo de lo “imprevisible y contingente” se podrán sacar cuentas tan precisas?  


            Es una falta de respeto a la razón histórica y -como diría el buen Pico della Mirandola- a la dignidad del hombre la pretensión de sostener que, en Venezuela, la radicalización de la oposición, esa tendencia “usurpadora” y “extremista”, debe cesar. Es necesario generar una purga interna que los coloque al margen, que excluya y aísle a ese puñado de “irracionales”, que permita reconquistar la línea democrática que se trazara en 2015. No más el “mantra” del “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”, sino el otro, el de la vía “electoral, pacífica y constitucional”. Y, a continuación, sigue el estribillo, el de las “pruebas fehacientes” y los “irrefutables argumentos” políticos de estos grandes humanistas del presente, los nuevos intérpretes de la historia “científica” que, finalmente, han logrado, a punta de sus esfuerzos metodológicos y estadísticos positivistas, dar cristiana sepultura al “demonio” de Nicolás Maquiavelo: el pacifismo de Gandhi y el de Mandela, los movimientos políticos que pusieron fin al totalitarismo en la Europa central, el Frente Amplio chileno, el movimiento turco, la oposición boliviana. En fín, ni el mismísimo Popper se atrevería a refutar la impecable matematicidad de semejantes modelos. Hay, incluso, quienes los suman, los ponderan, los miden, los contrastan, los estiran y los convierten en gráficos. Noble labor que trae a la memoria la figura del paciente copista medieval, pero no la Virtù que anidaba en las mentes de Petrarca y Bocaccio.


            Rara historia la de una historia que ha perdido la sal de la historia. Como si un pueblo distinto al de las formas culturales que le son propias a los habitantes de la India pudiese adquirir, por obra y gracia del entendimiento abstracto, la persistente disciplina del inmaculado pacifismo que, habilmemte, utilizara Gandhi como estrategia y táctica políticas para dar concreción a la larga y paciente lucha de liberación de su nación. Como si se pudiera segmentar el difuso, cruel, violento y sangriento proceso de lucha surafricano de su última etapa: la pacífica. De nuevo, las carretas adelante, los burros detrás. Como si los venezolanos mantuvieran una confrontación con actores políticos y no con criminales. Como si, en suma, no se tratara de hacer de la praxis política la expresión del espíritu de un pueblo. Nadie niega el momento crucial de un eventual “entendimiento”. Pero separarlo del proceso de lucha y confrontación que lo precede, no pasa de ser más que una ilusión, una vacía abstracción.                    




Por José Rafael Herrera
@jrherreraucv

La mirada de Minerva




    José Rafael Herrera

    El búho de Minerva inicia su vuelo cuando irrumpe el ocaso
    G.W.F. Hegel


    América Latina diversa.

    Mirar cómo Borges.


    noctua, diosa del cielo y de la tierra. Bajo las tinieblas, en la obscuridad de la noche, resulta difícil poder ver. Y sin embargo, los penetrantes ojos de Minerva son capaces de traspasar la lobreguez, de rasgar con su mirada el señorío de la noche, la dureza que se oculta, como sólida roca, recubierta por el velo de las tinieblas. Se sabe que ver es el efecto del percibir las cosas mediante la recepción de los ojos, como resultado de la acción de la luz, en tanto que el mirar es la acción de aguzar la vista sobre los objetos. Ver, pues, implica la manifestación de un medium pasivo. Mirar, en cambio, constituye un actus de suyo. Jorge Luís Borges es, en este sentido, una referencia ineludible. Era invidente: ¡pero sí que miraba! Prueba de ello es la penetración de la que fue capaz para vencer las sombras que, por años, nos han impedido –a nosotros, los latinoamericanos- con-templar y com-prender, y más aún, contemplarnos y comprendernos, en este lugar y en este tiempo que contiene todos los lugares y todos los tiempos. Más de una vez, nuestro particular Homero pudo traspasar, precisamente, el señorío de la noche, dentro del cual nos hemos habituado a vivir. Y es que, al igual que Homero, Borges tenía un don, portaba el signo de los dioses: lo asistía la mirada de Minerva.


    El propósito de estas breves líneas consiste en exhortar a los lectores a mirar, y no simplemente a ver, la obra “poética” de Borges como punto de partida de una concepción del mundo que le es propia, y que tal vez sea la base de esta una y múltiple, universal y particular, pura y mestiza, filosofía. Filosofía pues, de la mirada barroca.


    ¿Barroca?



    El lector se preguntará, no sin razón: pero, ¿por qué barroca? Bastará, a modo de respuesta, señalar algunas consideraciones que, quizá, permitan comprender el significado de semejante afirmación.


    Lo que hace interesante el estudio de las configuraciones filosóficas sufridas por la historia no es su linealidad escolástica, o el estrecho criterio de su exposición en el museo de cera de la repetibilidad fidedigna, técnica, que habitúa separar los conceptos de sus fenómenos y circunstancias: es, como decía Lezama-Lima, en el 'saboreo' de sus sinuosas espirales, que tejen y destejen el mismo espíritu y el mismo saber, en sus más variadas -e incluso extravagantes- manifestaciones, donde reside la fuerza verdadera de su atracción. Un caso admirable, y que podría contribuir a la confirmación de este argumento, lo constituye, precisamente, “el período” barroco. En efecto, ¿Es posible pensar en la linealidad barroca? ¿Puede suponerse una separación -por más analíticamente encaminada que ésta pueda estar- entre las relaciones políticas y sociales existentes en aquél período de la historia humana y la expresión artística que en él se produjo? O, en otros términos: si puede hablarse de música barroca o de pintura barroca, ¿sería imposible hablar de una medicina barroca y de un derecho barroco, o de una política y de una economía barrocas?, cabe decir, ¿de una cultura barroca en general?. Pero, más aún: ¿está confinada dicha cultura barroca a un tiempo y a un espacio irrecuperables y, en consecuencia, irrepetibles?. Con relación a ello, conviene recordar una anécdota, a manera de emblema definitorio o elípticamente problemática: en la Alemania de 1800, el maestro Dionisio Weber, fundador y director del museo de Praga, prohibía a sus discípulos leer o interpretar a otros compositores que no fuesen barrocos. Un día, uno de sus discípulos, escuchó hablar de un compositor que había sido capaz de elaborar una música barroca opuesta a todas las reglas del barroco, y decidió penetrar la obra de aquél extraño e irreverente compositor, para quedar prendado de él por el resto de sus días. El extraño compositor atendía al nombre de Ludwig Van Beethoven. El joven discípulo de Weber se llamaba Moscheles. Después de haber probado, una y otra vez, la fruta prohibida, el propio Moscheles escribió: “en ella encontré un consuelo y un placer que ningún otro compositor me había proporcionado antes”.


    Relación entre Borges, América y Minerva.


    Pero, ¿qué relación guarda esto con Borges, con su invidencia; qué relaciona al barroco con Minerva y, más aún, con la América Latina?


    En realidad, el barroco es una constelación de ideas y valores, o, más bien, una de las figuras recurrentes y constitutivas de la experiencia de la conciencia social. Más aún, desde el momento en que la América dejó de ser naturaleza para devenir cultura de la crisis utópica, es decir, una vez que –al decir de Carlos Fuentes- devino cronotopía, la expresión barroca se hizo carne y sangre de la nueva civilización. El barroco, en efecto, es uno de los pilares esenciales y determinantes del desarrollo espiritual que le es inmanente al continente americano, dado que es el concreto armado, integral, con el cual aún se sigue fraguando la ancha base que sustenta el mestizaje de su cultura.
    No resulta improbable, en consecuencia, que al tener la necesidad de definir en una palabra el movimiento barroco, el ensayista sienta el enfático deseo de sugerir la expresión curiosidad. El estilo excesivo que surgiere, en pleno siglo XVII, plenado de rizadas orlas gongóricas, de formas múltiples y plurales -y sólo en apariencia insustanciales-, dos siglos después terminará por convertirse en la referencia más importante de una racionalidad diversa, aunque siempre estéticamente encaminada. Los ejemplos se desbordan por sí mismos: “aparte de Cervantes, Quevedo y Sor Juana; aparte de Kondori, Alejaindinho y del propio Boturini, discípulo de Vico, los ejercicios loyolistas, la pintura de Rembrandt y el Greco, las fiestas de Rubens y el ascetismo de Felipe de Champagne, la fuga bachiana, un barroco frío y un barroco bullente, la matemática de Leibniz, la ética de Spinoza, y hasta algún critico excediéndose en la generalización afirmaba que la tierra era clásica y el mar barroco” (Cfr.:Lezama-Lima).


    Pero arar en el mar –Bolívar dixit- es, por cierto, para la América Latina, el mayor de sus desafíos, y quizá su santo y seña. Cuando, en su hora, Hume alertaba sobre la uniformidad e invariabilidad de las facultades humanas, en ese preciso instante convocaba, acaso sin sospecharlo, las fuerzas de la otredad que le son inmanentes, opuestas a semejante argumento. Convocaba, precisamente allende el mar, nada menos que al spinozismo de la sustancia, inescindiblemente unido al viquianismo de un mundo diverso y culturalmente múltiple, cuya sola presencia estética e intelectiva transformaría en fragmentos la razón de su tiempo, devenida, ahora, deseo y utopía, verbo e imagen, frontera entre la razón y el sueño, dentro del poliedro del ciego vidente, de Homero a Borges. Verbo e imagen, el uno y la otra, capaces de apropiarse de todas las tradiciones culturales, a fin de mostrar, en el borgiano espejo de los laberintos -o en el laberinto de los espejos- el reflejo fiel de un ser social hechizado; reflejo, por demás, metafísico, que sin embargo siempre se niega a degenerar en sistema de sí mismo.


    Imaginar y mirar después.



    La imaginación -decía Cecilio Acosta, en 1879- tiene sus sueños, que no son menos que su manera de concebir las cosas: si las otras facultades del alma labran con ideas, ella labra con colores, y sus creaciones son cuadros... es como la luz, llevando delante reflejos y dejando detrás tintas hermosas. Pero, a veces, las cuadraturas de su creación rondan sin cesar, delineando los incesantes giros de un laberinto circular.


    En su intento por sintetizar las culturas fundacionales del Nuevo Mundo, la imaginación, presente en la flexión de la lengua hispana, permite a Jorge Luís Borges apropiarse legítimamente de tal herencia intelectual y moral -indígena e hispana, musulmana y judía, africana y asiática- a fin de construir el espejo de una historia siempre recurrente y siempre original, que comporta, de modo esencial, el hilo de la memoria y el entramado del deseo.


    Memoria y deseo son, pues, los términos dentro de los cuales, en la obra de Borges, se va gestando la crítica de las formas propias de la concepción moderna del absoluto, para hacer surgir la Imaginatio de un paisaje barroco, caracterizado por su diversidad -como dice Fuentes- policultural y multirracial. El mentor metafísico de semejante empresa hermenéutica es, no por mera casualidad, Giambattista Vico.


    Así, pues, Imaginación y Diversidad: la aguda mirada –a todas luces, filosófica- de Borges da cuenta de una formación cultural plenada por la ausencia, y que, no obstante, se hace abundante y rica en determinaciones, casi siempre, rigurosamente barrocas, en virtud de las cuales se pone de manifiesto la huella indeleble, y no siempre disonante, de todos los lugares y de todos los tiempos en un solo lugar y en un solo tiempo.


    Qué es América Latina.



    La América Latina es, por un lado, un mundo ficticio, el fantástico mundo de la imaginación, el lugar del no lugar, la U-topía deseada; pero, por otro lado, y al mismo tiempo, es un continente real, el continente de la necesidad y de los encuentros, el lugar de los lugares, la topía concreta, el laberinto de La Biblioteca de Babel descrito por Borges. Indo-afro-ibero-América es, pues, un espejo, en el que sus actores no se ven, pero se miran. Más precisamente, es aquél lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. En breve fórmula, es una inversión especular en la cual una cierta caleidoscopía puede llegar a percibir, en un mismo rostro, al griego, al romano, al judío, al negro, al asiático y al indio. Eso sí: para asir semejante inversión, resulta indispensable la obscuridad, la inmovilidad y la acomodación ocular, en fin, el contraste de luces y sombras, a objeto de fijar la mirada en la empinada escalera -espiral- de la historia. Acaso, la mejor definición de latinoamérica esté contenida en la conocida metáfora borgiana presente en La muerte y la brújula, en la que las tardes desiertas se parecen a los amaneceres. O, lo que es igual, en la que los amaneceres poblados se parecen a las tardes.


    América en el mundo.



    Pero, precisamente, la entera historia de la humanidad, como ha dicho Borges, está situada entre el alba y la noche. Mas, en todo caso -y según Fuentes- la presencia bien puede ser un sueño, el sueño una ficción y la ficción una historia renovable a partir de la ausencia. La procesión va por dentro: la América Latina es el barroco microcosmos de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo. En consecuencia, espacios soñados y tiempos renovables. Tiempos renovables y espacios soñados. Espacios y Tiempos, Tiempos y Espacios. Imperio de lo divergente, lo convergente, lo paralelo; espacios y tiempos, tiempos y espacios, como los de El Jardín de los senderos que se bifurcan, o los de El Aleph, de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Es un hecho el que las repúblicas fundadas por nómadas ameriten –casi siempre- del indispensable concurso de forasteros para todo lo que sea albañilería...:

    ... apenas concluyeron los albañiles, se instaló en el centro del laberinto...No importa que el escritor argentino -lector de Croce y, en no pocos casos, cercano a su historicismo filosófico- no se refiera a temas directamente relacionados con las tradiciones culturales indígenas o africanas. Le ha correspondido a Asturias, a Gallegos o a Carpentier, esa importante labor. Sobre Borges ha recaído la responsabilidad de recrear -y conviene advertir que toda recreación es una nueva creación- dentro del espacio y del tiempo uno y múltiple de la América hispánica, toda la herencia de la cultura occidental, a fin de demostrar, por cierto, la ficción de su improbable univocidad y unidimensionalidad, y, por ello mismo, de su carácter lineal. En una expresión, Borges, por muchos y azulados desagües, heredero de Vico, ha aprendido -¡y ha enseñado!- que la América india, ibérica y africana no es la insípida réplica de una cultura monolíticamente occidental sino, más bien, su espejo, su otro correlativo, necesario e inescindible:


    Yo que sentí el horror de los espejos
    No sólo ante el cristal impenetrable
    Donde acaba y empieza, inhabitable,
    un imposible espacio de reflejos

    Sino ante el agua especular que imita
    El otro azul en su profundo cielo
    Que a veces raya el ilusorio vuelo
    Del ave inversa o que un temblor agita
    ...
    Hoy, al cabo de tantos y perplejos
    Años de errar bajo la varia luna,
    Me pregunto qué azar de la fortuna
    Hizo que yo temiera a los espejos.

    Espejos de metal, enmascarado
    Espejo de caoba que en la bruma
    De su rojo crepúsculo disfuma
    Ese rostro que mira y es mirado,

    Infinitos los veo, elementales
    Ejecutores de un antiguo pacto,
    Multiplicar el mundo como el acto
    Generativo, insomnes y fatales
    .


    “Los espejos -advierte Borges- Prolongan este vano mundo incierto/ En su vertiginosa telaraña;/ A veces en la tarde los empaña/ El hálito de un hombre que no ha muerto”. Tiempo de tiempos: las rectas galerías de la historia occidental han terminado por ceder su paso inevitable, perentorio, al surgimiento de curvaturas que, secretamente, han devenido círculos, hasta delinear la ruta espiral del laberinto Ideal y Eterno. Espacio de espacios: cíclicamente vuelven los astros y los hombres, en medio de una oscura rotación pitagórica que, noche a noche, arroja a los mismos hombres en un -después de todo- no tan remoto lugar del mundo. La eternidad se concreta entonces para cifrar su inmensidad en lo mínimo, y la contradicción del tiempo que pasa y de la identidad que perdura.., termina en el infinito diálogo de una substancia compartida. La historia se concentra entonces, para luego estallar, revelándose en un tropel de infinitos contrastes. Y, otra vez, la otredad se pone de manifiesto en su elemento diverso, hiriendo con su brusca luz la obscuridad de lo cristalizado impuesto, en medio del destierro y del olvido.


    Lo que trajo Borges.



    Como ha indicado Fuentes, a partir de Borges la narrativa hispanoamericana asume, conscientemente, la paradoja que forma y conforma el horizonte de su comprensión cultural, a fin de dar cuenta, precisamente, de su muy particular modo de construir la totalidad. Se trata de una visión universal que, por ello mismo, se expresa en toda su riqueza cronotópica: simultaneidad y secuencia, sincronicidad, tiempo progresivo y tiempo mítico, son elementos esenciales de composición, en grado diverso. Concepción -agrega Fuentes- inclusiva del tiempo, o más bien, de los tiempos “divergentes, convergentes y paralelos”, que comprende los lenguajes capaces de representar la variedad de los mismos. Diversos lenguajes que, a su vez, representan una pluralidad de tiempos.
    La mirada es la profundidad misma del saber, la filosofía misna, bajo la forma de su representación estética esencial. Al decir del joven Marx, de la cabeza de Zeus, padre de los dioses, surgió Pallas Atenea. La nueva diosa presenta, aun, la figura obscura del sino, de la luz pura o de la pura tiniebla. Fáltanle los colores del día. La dicha en tal desdicha resulta ser, pues, la forma subjetiva, la modalidad con que tal filosofía se comporta respecto de la realidad: “La filosofía echa a sus espaldas los ojos (la osamenta de su madre son lucientes ojos) cuando su corazón se entrega decididamente a la creación de un mundo”.


    Por encima de las ideologías, sendas que perdieron por el camino de los maniqueísmos caudillescos su talante filosófico, Borges está, hoy y para nosotros, más cerca de Spinoza, de Vico, de Hegel e, incluso, del joven Marx. Mucho más de lo que los disecadores de oficio se podrían imaginar.


    Dispongámonos, pues, a la creación de un mundo, miremos más profundamente en la obscuridad del presente. Es tiempo de vencer la escisión y el desgarramiento, a la luz de nuestra particular y, a la vez, universal filosofía.