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Cándido y la ingenua idea de que el mundo es el mejor de los posibles

Cándido de Voltaire


 

Que el mundo esté mejorando es una promesa que nos regaló Hegel, y cuyo testimonio recoge elocuentemente un científico británico en un libro llamado “El optimista racional”. De esta idea, que viene desde los inicios del idealismo alemán, toma su argumento Voltaire para desarrollar uno de sus trabajos más emblemáticos. La novela se desarrolla en una secuencia improbable de eventos trágicos que prácticamente se atropellan uno tras otro en cada personaje; el propósito del autor no es tanto desarrollar la superficialidad de la trama y por eso no abunda en detalles descriptivos, cada historia es una representación metafórica de la crítica voltairiana a las injusticias del mundo y a la interpretación consoladora de que vivimos en “el mejor mundo posible”.

 

Para la lectura moderna, donde ciertas formas de barroco empalagan, quizá Voltaire exagera las desdichas de sus actores, pero hay que mencionar que el espíritu de la obra se inscribe en una crítica satírica al pensamiento de Leibniz, por lo que el autor usa estos recursos para ilustrar de manera redundante cómo las miserias humanas pueden resultar insuficientes para quebrar el espíritu de un optimista dogmático.

 

Los personajes de Cándido son mártires que soportan con paciencia estoica las vejaciones y el infortunio. El personaje emblemático que mejor encarna el fatalismo de la existencia es “La vieja”; ésta representa el consuelo de que la humillación humana siempre puede ser peor.

 

Pero, sin hacer más que hablar, salvo Cacambo que

«sobrecargado de trabajo, maldecía su suerte», «el aburrimiento era tan

excesivo que la vieja osó decirles un día: «Quisiera saber ¿qué es peor si ser

violada cien veces por piratas negros, verse cortar una nalga, pasar por las

varas de los búlgaros, ser azotada y ahorcada en un auto-de-fe, ser disecada,

remar en galeras, soportar al fin todas las miserias por las que hemos

pasado, o estarse aquí sin hacer nada? —Es una gran pregunta», dijo

Cándido.

 

No podemos hablar de masoquismo en los personajes de Cándido, porque no disfrutan el dolor ni el sufrimiento, las desgracias les llegan precisamente buscando la felicidad, y aunque hay cierta resignación ante el destino, los aferra a la existencia el mantra de Pangloss “el mejor de los mundos posibles”, fin último de la teodicea leibniziana.

 

Pangloss es la personificación caricaturezca de Leibniz, con su principio de razón suficiente. La esperanza de Cándido y Pangloss está arraigada a la posibilidad de que si Dios es omnipotente y bueno ha considerado todos los mundos posibles y nos ha regalado el mejor de ellos, y el mal, materializado como dolor y sufrimiento, no es más que la ausencia del bien. Pangloss es el optimista radical, justificador de una teodicea que, dadas las circunstancias, resulta poco alentadora y Cándido representa a los ingenuos seguidores de una filosofía dogmática que justifica los males en el mundo como condición necesaria para un bien mayor.

 

—¡Bueno! mi querido Pangloss, le dijo Cándido, cuando os han

ahorcado, disecado, molido a golpes, y habéis remado en galeras, ¿habéis

seguido pensando que todo iba lo mejor posible? —Sigo fiel a mi primer

sentir, contestó Pangloss; puesto que al fin soy filósofo: no me conviene

desdecirme. Leibniz no puede equivocarse y, por otra parte, la armonía

preestablecida es, con lo pleno y la materia sutil, lo más bello.»

 

También nos recuerda Cándido la lectura del Libro de Job; una de sus ideas finales es la impotencia de la razón humana para entender algunos designios divinos, por un lado evidencia la incapacidad de la razón por entender la planificación de un mundo que fue “ideado” desde siempre (plan divino), y que además ha sido creado por alguien superior donde el logos es apenas un artilugio precario para que los hombres puedan interactuar con la naturaleza pero condenados a vivir en una realidad incomprensible y agonizante. Es constante en la historia de Voltaire la pregunta de porqué Dios actúa de esa manera misteriosa, permitiendo calamidades y desgracias, y la respuesta permanente es la aceptación del fatum desde una visión alentadora que se consuela con un futuro redentorio.

 

Son muchos los matices que encontramos en la doctrina de Leibniz, sin embargo no se identifican claramente en la historia de Voltaire. Leibniz habla de que Dios nos ha concedido el mejor de los mundos posibles, también justifica en cierta forma, que esas representaciones del mal que logramos detectar en ciertas cosas, a pesar de que no son creadas por Dios, son necesarias en la medida que justifican un bien mayor, es decir, disfrutar de la comida es uno de los máximos placeres de los cuales Dios ha dotado este “mundo perfecto”, sin embargo, el “hambre” que en principio es algo malo, es el deseo que nos conecta con la satisfacción del comer; si no sintiéramos el “hambre” como “necesidad” no sería posible saciarla con los más ricos manjares que también Dios nos ha concedido.

 

La crítica de Voltaire a Leibniz no es novedad de este cuento filosófico. La escritura de Cándido inicia en 1758, sin embargo, hay un evento clave que atormenta a Voltaire desde hace varios años. En 1756 tuvo lugar el “Gran terremoto de Lisboa”, una tragedia de magnitudes descomunales que acabó con la vida de aproximadamente 100.000 personas, para ese entonces, la filosofía de Leibniz contaba con la simpatía de gran parte del mundo intelectual y fue inevitable analizar éste hecho desde el principio de razón suficiente que explica su teoría. Ya en 1756 Voltaire escribe su Poema sobre el desastre de Lisboa, y en él, aunque de una forma menos directa, denuncia el postulado del “mejor mundo posible” con menos sarcasmo que indignación, así como también explica la humillación que representa justificar las miserias humanas con un plan divino que es incomprensible a la razón.

 

El final del cuento es muy alegórico, todos los personajes con sus distintas -y a veces antagónicas- ideologías parecen confluir en un punto común. “«También sé que tenemos que cultivar nuestro jardín», es la frase que condensa la decisión de Cándido, y que comparten los otros actores, como resignación ante las injusticias del mundo y la incomprensión de los designios providenciales que neciamente nos empecinamos en resolver.

 

Cándido, al volver a su granja, meditó profundamente sobre el discurso

del turco. Les dijo a Pangloss y a Martín: «Este buen anciano me parece

haber conseguido mejor condición que los seis reyes con los que hemos

tenido el honor de cenar. Las grandezas, dijo Pangloss, son muy peligrosas,

según informan todos los filósofos: pues en fin, Eglon, rey de los moabitas,

fue asesinado por Aod; Absalón fue colgado del pelo y traspasado con tres

dardos; el rey Nadab, hijo de Jeroboam, fue muerto por Baasa; el rey Ela,

por Zambri; Ocozías, por Jehú; Atali, por Joiada; los reyes Joaquín,

Jeconías, Sedecías, fueron esclavos. ¿Sabéis cómo perecieron Creso,

Astiages, Darío, Dionisio de Siracusa, Pirro, Perseo, Nerón, Oto, Vitelio,

Domiciano, Ricardo III, María Estuardo, Carlos I, los tres Enriques de

Francia, el emperador Enrique IV? Sabéis... —También sé, dijo Cándido,

que tenemos que cultivar nuestro jardín. —Tenéis razón, dijo Pangloss;

porque cuando el hombre fue puesto en el jardín del Edén, fue puesto allí

“ut operaretur eum”, para que trabajara: lo cual prueba que el hombre no ha

nacido para el descanso. —Trabaja sin razonar, dijo Martín; es la única

forma de hacer soportable la vida.»

 

 

 

Con esa frase se deslinda Cándido de las elucubraciones metafísicas sobre si el mundo es o no el mejor de los posibles, las tareas más sencillas y que forman parte de la vida diaria nos anclan a nuestra realidad y a su vez permite que seamos útiles a los demás; una idea muy propia de la Ilustración (heredada de Aristóteles) donde el bien particular que se procura cada hombre debe ir en armonía con los intereses generales (bien común).

 

A pesar de que Cándido no es el personaje que identifica a Voltaire, la metáfora final coincide con el momento que vive el autor, después de recorrer el mundo entre escondites y persecuciones, teatros, bares y amigos; Voltaire busca el retiro en una pequeña finca en Ferney, territorio francés pero a pocos metros de la frontera con Suiza. La granja en la Costa del Propóntide es la Ferney de Voltaire, allí concluye su travesía.

 

 

Por Carlos Rondón Avila / @phronimos


Las bestias no son máquinas

Las bestias no son bestias
Voltaire (1694-1778 - Traducción de Antonio G.
Valiente en 1976)
 La lectura que aquí se presenta es atípica en los cuentos de Voltaire, se trata de un extracto de una de sus tragedias -de esas que ya nadie lee- pasadas de moda, digna de un pensador comprometido con su tiempo y arraigada a ideales de tolerancia, libertad y laicismo. ¿Quieres saber como vio el mundo un intelectual del siglo XX?
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Es una pena, una pobreza de espíritu, haber dicho que los animales son máquinas que carecen de conocimientos y sentimientos, que siempre realizan sus cosas del mismo modo y no perfeccionan nada. ¡Qué equivocación! El pájaro que hace su nido en semicírculo cuando lo fija en una pared, que lo construye en forma de cuarto de círculo cuando lo hace en un ángulo, y en círculo perfecto cuando lo coloca en un árbol, no hace siempre lo mismo. El perro de caza que adiestramos durante tres meses, sabe mucho más pasado ese tiempo que antes de empezar a enseñarle. El canario al que enseñamos un aire cualquiera, no lo repite al instante, sino que necesita tiempo para aprenderlo, pero vemos que va corrigiéndose hasta que lo canta bien.

Porque el hombre habla, ¿juzgas que tiene sentimientos, memoria e ideas? Pues bien, sin pronunciar una palabra, verás que entro en mi casa entristecido busco un papel con inquietud, abro un cajón porque recuerdo que allí lo guardé, lo encuentro y lo leo con alegría. Sin hablar, conocerás que experimenté el sentimiento de la aflicción y el placer, que estoy dotado de memoria y de conocimiento.
Juzga, pues, con el mismo criterio al perro que ha perdido a su amo, lo busca por todos los caminos lanzando lastimeros ladridos, que entra en la casa agitado, inquieto, que baja y sube, y va de estancia en estancia hasta que al fin encuentra al dueño que ama y atestigua la alegría que siente mediante gruñidos, saltos y caricias. Varios bárbaros atrapan a ese perro que aventaja al hombre en ser fiel a la amistad, lo atan en una mesa y lo abren en vivo para examinarle las entrañas, descubriendo en él los mismo órganos del sentimiento que tiene el hombre. Contestadme, mecanicistas, ¿la naturaleza les concedió los órganos del sentimiento a los animales con el fin de que no sintieran? ¿Teniendo nervios, pueden ser insensibles? ¿No supone esto contradecir las leyes de la naturaleza?
En cambio, hay otros filósofos que preguntan qué es el alma de las bestias. No comprendo esta cuestión. El árbol tiene la facultad de recibir en sus fibras la savia que circula por ellas, y de abrir los botones de sus hojas y sus frutos. ¿Me preguntaréis por eso qué es el alma de ese árbol que ha recibido sus dones, y el animal los del sentimiento, la memoria y un limitado número de ideas. ¿Quién creó esos dones, quién concedió esas facultades? El que hace crecer la hierba en los campos y gravitar la Tierra alrededor del
Sol.
  Las almas de las betias son formas sustanciales, dijo Aristóteles; después de él, la escuela árabe; luego, la escuela angélica, la Sorbona, y después de la Sorbona, nadie.
  Las almas de las bestias son materiales, dijeron otros filósofos, y estos tuvieron tan poca suerte como los demás. En vano se les preguntó qué es un alma material; es preciso que convengan en qué significa la materia que siente; mas ¿quién le condedió el don de sentir? El alma es material, es decir, la materia da sensación a la materia, y no salen de ese círculo vicioso.
  Escuchad a otras bestias lo que dicen razonando sobre las bestias: su alma es un ser espiritual que muere con el cuerpo. Pero ¿qué prueba tienen de eso? ¿Qué idea tienen de ese ser espiritual que está dotado de sentimiento, de memoria y en cierta medida de ideas y combinaciones, pero que nunca podrá saber lo que sabe un niño de seis años? ¿En qué se basan para creer que ese ser, que según ellos no es corporal, muere con el cuerpo? Son más bestias aún los hombres que han supuesto que el alma no es corporal ni espiritual. Ese es el sistema más necio. Solo podemos explicar lo que es el espíritu diciendo que es algo desconocido, que no es corporal; así pues, el sistema de esos señores viene a decir que el alma de las bestias es una sustancia que no es corporal ni algo que sea corporal.
 ¿De dónde provienen tan contradictorios errores? De la costumbre que siempre tuvieron los hombres de examinar una cosa antes de saber si esa existe. Decimos la lengüeta, la válvula de un fuelle, el alma del fuelle. ¿Qué es, pues, esta alma? Es el nombre que doy a esa válvula que baja, deja entrar el aire, se levanta y le hace pasar por un tubo cuando hago mover el fuelle. Esta alma no es diferente del alma de una máquina. Pero ¿quén hace mover el fuelle de los animales? Ya lo he dicho, el que hace mover los astros. El filósofo que dijo Deus est aima hrutorun tenía razón, pero debió ir más allá.