Temen al amor porque crea un mundo que no pueden controlar
George Orwell
Los amores son en cierta medida, diría Lacan, una
manifestación de nuestra presencia. Manifestación porque amar no es una acción,
es un acontecer, entendiendo como acción a una voluntad humana individual y
libre, pero, a la vez, dando por sentado que existe una voluntad humana
universal que trasciende a los individuos. Bajo estos preceptos, el amor no es
libre; estamos obligados a amar lo que amamos incluidos, nosotros mismos. De
hecho, la única forma de libertad es la decisión de dejar de amar. Los amores,
en este sentido, pueden ser construidos universalmente, por ello,
culturalmente, a cada posición su labor, a cada labor su amor.
Esto involucra que el amor puede ser lo más parecido al
absoluto desde una posición de sumisión a aquello que se nos enseñó, dado que
es en la enseñanza donde se forja la base del absolutismo. Lo dictatorial
necesita del escarmiento. El amor es una sumisión a nuestra propia existencia
en el mundo. Quién no entiende está sumisión, en su inconsciente, es menos
propenso a amar, ergo, nace su enfermedad.
El amor en el hecho, para el otro, se presenta como una
muestra tradicional, que intenta equilibrarse en otra voluntad, en otra
singularidad, por ello su complejidad. Puede paralizar cualquier acción o
avivarla; no es una volición fija. El amor debuta diariamente como un sin
querer que sigue todas las leyes, aunque, casualmente. Nuestra existencia es
casual, los hechos, nuestra mente; las muestras culturales tratan solamente de
equilibrarse como un trapecista, para demostrar(se) al otro algo indemostrable.
La típica confusión entre hacer y ser. Ha-ser, a-ser, sin
ser. Nunca se sabrá del todo si ser es hacer o si hacer es ser ¿en cuál de
ellos habita la mente y la no mente? Voluntad o no voluntad. ¿La nuestra?
¿Abandonar la tradición o continuarla? ¿Cuándo somos, entonces no somos? ¿Cuándo
hacemos, entonces no hacemos? El lenguaje en lo importante es completamente
problemático, porque rivaliza con una libertad absoluta, con la última
libertad. La primera tradición es el nacimiento.
Las formas presenciales convierten la nada en amor; nuestra
vida, la vida de los humanos, la vida de los seres, es una transformación de la
nada en algo. Puede que lo único digno de llamarse Algo sea el amor. Nuestros
ojos no vieron, por el apuro por amar, que nuestra existencia se justifica
meramente por la fe, pero la fe es tradicional. Instruye al niño en su camino y
ni aún de viejo se apartará de él. El amor es una carga, la existencia es una
fe en no perder el equilibrio sobrellevando esta carga.
La magia de los amores recorrió cada una de las cicatrices
humanas. Es cosa de investigar la historia de los pueblos, de los perdidos, de
los perdedores, de los vencidos. Los dolores, los deseos fueron formados por
estas experiencias, traumatizados, transferidos por generaciones en alguna
acumulación ininteligible de procesos, de tal manera que de estos sectores
podemos inferir una mayor variedad cultural. Su cambio cíclico es tan fuerte
como la persistencia de su balance.
Las formas de amor se han tratado de estandarizar. El amor
es un riesgo. No se puede amar “libremente”, desde nosotros, es seguro y
controlado hacerlo bajo la norma. Estas normas han afectado a los padres y a
las madres, a las parejas, a los hijos, al sexo, a los hermanos, a la vocación,
entre otros. Por una falta de identificación identitaria de los actos de amor,
se pueden camuflar las presiones de amar en "cierta medida", sin que sean las
voluntades (comunidad) las que le organicen, y menos voluntades propias, sino una única voluntad
que se impone de acuerdo a su tiempo, para quienes viven, sueñan, sienten,
piensan, solamente en su tiempo, desconociendo su conexión primitiva a su
tradición.
Eros y lo ordenado de lo explícito
Lo erótico se está perdiendo, el apocalipsis sexual ha llegado. Opinar sobre estas experiencias se ha vuelto de mal gusto, porque precisamente se ha llenado de pésimos gustos; hay una especie paranoide de lo que se va a decir, de lo que se va a mostrar; así como la repetición noticiosa provoca psicosis, la repetición en serie de una forma de erotismo repetido se ha vuelto pornográfica; una horda concatenada de vulgaridad se camufla con el acto de la belleza, con el amor y la verdad sexual, con la exaltación al misterio y a lo oculto.
Lo
erótico, por el mero hecho de existir, lucha contra el sistema explícito, porno, que invade microbioticamente desde un órgano de nuestros sentidos, todo el espectro estético de lo sexual, y que se impone cada vez, a más temprana edad.
Lo erótico es un poema, un misterio, un arte, lo
verdaderamente casual, como el amor al cual pertenece, frente al cual no se
debe tener ninguna vergüenza de consumo, porque no es consumo en un sentido normativo,
es un acto totalmente libre desde la intimidad de cualquier historia, con un
destino, desde la divina condena. En este caso lo casual del amor erótico representa la casualidad del
amor en general y su base; sin estereotipos, ni antes ni después, sin tiempo,
en el desorden. Su orden es sólo filosófico, un poco hipotético e histórico. Por ello, Eros, hijo de Cronos,
nació desde el vientre del Caos, instaurando el acto de nacer. No se puede
desvincular el amor verdadero del amor erótico, así como no se puede desechar
su importancia para la libertad humana.
Philia y el Estado enfermo
La amistad, bajo el alero de cualquier sistema enfermo, es un
concepto y un hecho peligroso. Invirtamos. La enemistad es beneficiosa para un
Estado dictatorial. La comunicación es la base de los amores, y es la base de
la amistad, del amor filial. Sin comunicación no hay ciudadanía democrática por
definición, si no fuera así se convertiría en una especie Química de reacción
por parte de sustancias que consumen o liberen energías totalmente
identificables y medibles; sin isegoria, y lo que es peor, sin parresía.
No hay mayor virtud democrática en un Estado que la capacidad de hacer amigos a elección, libremente. Existen pocos sectores que no estén acusados de algo, como si la desmenudación ciudadana estuviera hecha para hacer ver diferencias y no congruencias. No hay otros recursos, el mal, diría Hannah Arendt, se mueve superficialmente; se usa lo explícito y la información (superficial) para boicotear la confianza y la comunicación.
Un Estado enfermo ataca los lazos más
humanos, como la capacidad de negociación para autogestionarse como comunidad, se alimenta
como larva y entrega lo menos posible. Es una forma de negocio con lógicas parasitarias
e imperialistas. Usa la fuerza en todas sus formas. Esto lo vimos con el boicot
a la moneda libre, que es el emblema de su codicia. La deshonestidad es un
requisito para su resistencia, mientras propone separaciones absurdas, no
resuelve problemas de corrupción que ponen en jaque su legitimidad.
El monopolio del Agape
Ya no se ponderan los pareceres diferentes, basta con odiarlos, decía Nietzsche. La solidaridad y la caridad no deben tener una razón utilitaria, de lo contrario se vuelven absurdas, inentendibles, como propuestas altruistas. Es en la caridad sin razón en donde el individuo puede identificarse, autentificarse, mirarse como un otro al que desconoce. No se trata de abandonar la razón literalmente, sino de abandonar las razones que justifican y monopolizan la caridad.
La preocupación por el otro se terminó politizando de maneras casi religiosas. La fiesta se transformó en algo sin forma para el joven, amorfa, mientras que para el trabajador es agendada. Sin forma porque el joven necesita banalizar su cultura, su propio yo, cansarse de sí en el frenesí de su tiempo. Con forma porque luego se busca controlar los procesos caritativos temporalmente. Es pues, en la fiesta donde se termina por materializar algo inmaterial, dominar a una bestia que no debería ser domada.
La despedida de la libertad es ésta. Por una parte la fiesta debe ser incontrolable, para que algún día, de nuevo, como si fuera un hecho azaroso del tiempo, el amo se transforme de nuevo en esclavo. ¡Recontituyamos al amo!
Debemos encontrar nuestras propias esperanzas. La espera depende del individuo. En la ciudad ya todo es reloj, incluso más que en aquellas civilizaciones que dependían de las estaciones del año. Vivimos en la época del fetichismo de los datos (big data), dependemos de ellos para organizarnos.
No hay una caridad autentica sin fiesta, sin calendario, sin festividades. Pero estás deben nacer desde la tradición.
El mundo se ha transformado en el ente organizador de nuestra particular forma de amar. Nuestro tiempo, nuestras vidas y las cosas se aparearon de una manera orgiástica, de tal manera que entregar algo se ha confundido con entregar nuestro propio cuerpo, donante, inmaculado, esperando en algún momento un retorno. No hay espacios, no hay moradas, no hay lugares de descansos en los que se pueda abandonar la velocidad impuesta para encontrar nuestra vida inercia. El Statu Quo ya nombró todo, y enfermamos.