El espíritu está en el presente. El espíritu es en tanto espíritu porque representa para el hombre cierta transparencia ante lo que es, el presente es lo que es, aunque con esto no se pueda decir ninguna cosa... El espíritu es la punta del iceberg, es una pasión trascendente, es la cosa que permanece más allá de la materia, el espíritu es un misterio intuitivo y metafísico que merece la pena ser nombrado, pero que excluye todo nombre, que excluye a la materia, aunque puede manipularla; el espíritu es devenir; pero no un devenir constitutivo por las leyes inmutables, las que en este estado, en este aspecto, simplemente no existe, no hay elementos medibles para el espíritu, y lo que se pueda medir no es más que en el plano que sobrepasa al individuo. Es la corriente más allá, incluye todos los tiempos, incluye todos los espacios, incluye todas las materias, incluye todas las formas, los propósitos, las reacciones, las funciones. El presente es el espíritu moviéndose, manifestándose en el plano material, pero no es esa forma, no es un atajo, el presente es la inconmensurabilidad de todo en la nada genuina, por eso avasalla con el peso del fenómeno, tan vasto como lo que sea el sujeto capaz de soportar. El espíritu es parte de lo máximo y nada más, el punto visible e invisible hacia el todo que apenas se deja notar.
El espíritu tienes leyes que sobrepasan cualquier fantasía,
son lógicas, son analíticas; la utopía analítica es estudiar el lenguaje que es
una adaptación al infinito, ergo, lo analítico, si no es mediocre, debería
aspirar a lo infinito, y no a ordenar aquello que trata de capturar lo inconmensurable. La mera existencia de la filosofía analítica es un absurdo, por redundante. No
se trata de encontrar brujas, conspiraciones, orígenes, destinos, o posibles
realidades; estudiar el espíritu y todas sus posibilidades metafísicas no hacen
más que expandir nuestra conciencia, expandir la realidad a veces tan cambiante
como el clima, mientras otras, tan aparentemente estable como la geología. He ahí la
falta de rigor en positivismos vanos y desmoronables, en analíticas perfectas
de cambios estandarizados y complejos, dado que no contemplan el infinito indemostrado
en visiones astronómicas, ni en experimentos cuánticos, sino en la misma
realidad que nos rodea por necesidad, en un contacto torpe e infravalorado. ¿Por
qué la filosofía debiese tenerle miedo a la palabra magia, por ejemplo? ¿No es
esto un mal minimalismo del potencial real de las categorías, de los universales,
de los imperativos, de las mónadas, o de incluso, del signo, de la gramática,
de la estructuración de las palabras y de su desestructuración. ¿Esto no reduce el potencial de abrirnos al mundo para tratar de masticar con un poco más
de dignidad la realidad, con la frente en alto, sin engaños? ¿Por qué el miedo
ha de hablar y hacer arquitectura con lo que uno sabe desde la particular
realidad? Para un espíritu tan nuestro, no es más que la manifestación de los
temores de quienes quisieron vedar la metafísica, alejando precisamente la misma
magia de las cosas; vedar la alquimia que tanto decía, pero que en gran parte se perdió permaneciendo oculto quién sabe dónde; así como el paganismo que huía del
cristianismo y del Islam, para preservar algún tipo de conocimiento. El
positivismo oscureció estas doctrinas porque liberaban las aristas humanas. No
hay libertad en la analítica, no hay libertad en el positivismo.
Cómo lograr la empresa de derribar el conocimiento humano
con conocimiento humano… esta respuesta nos las grita hasta la máquina, no por
algún tipo de voluntad propia, sino porque su propia existencia, reconoce su
negación. Por ello, por esta intima relación que tiene el ser humano con la
realidad, se debe luchar en contra de las certezas y alimentar las
posibilidades, no veo otro medio por el momento. No se trata de negarlas
ciegamente, sino en observar cómo éstas se agrietan por sí solas en el proceso
de contradicción con todo lo demás, todo lo demás son las posibilidades. Hay
certezas que evidentemente sobrevivirán a nosotros, el conocimiento es una
forma de permanecer con el espíritu que se mueve suavemente en los detalles de
la vida, en el ojo imperfecto de lo que se es para que se aventure hacia el
otro lado, sin importar las nociones del mundo, del comercio o la cultura. Pero
se mueve a través de todo, ya que no excluye a nada.
Por ello probamente sea el paganismo en toda su acepción eufemística, la forma en que se deba buscar la verdad. El habitante del pago o de la aldea, es una persona que comenzó a negarse que sus creencias se vieron aceptadas, pero y más que eso, que otra creencia a la suya fuese impuesta. La fe dejó en este aspecto de necesitarse, y los avances políticos comenzaron a ser más importantes que los suplicios que el devenir pudiera traer para mantener esta fe. “El espíritu es fe”, supongo que es la primera acepción de cualquier religión que grite a los cuatro vientos que confía en sus deidades para algo. Una verdadera religión como la de Jacob necesita luchar contra la fuerza que la mantiene; toda la historia debe conectarse con el infinito, la religión necesita demostrar su objetivo, de lo contrario es un partido político más. No existe una forma corta para la observación ya que en estos caminos no existen distancias. No olvidemos que la presencia de los totalitarismos fueron consecuencia de la disposición a creer solamente en algunas leyes, ¿dónde quedaron las leyes que nos dieron la libertad, que nos hicieron morir por ella? Olvidadas en algún armario, en donde se sentía el latir de otro regalo, de otra perspectiva. La libertad depende de la cantidad de espíritu que tenga nuestro pensar, atrayendo con ellos errores y virtudes que radican lejos de la estabilidad, en un pensamiento dinámico, transitorio, un poco más real, un poco más espiritual, un poco más vivencial. Los objetos terminarían presentándose, como Hegel diría, anunciando su universal, proponiendo su existencia y su nada, abarcando su todo pero lejos, muy lejos de su significado.