La filosofía clásica, esa luminaria que desde tiempos inmemoriales ha alumbrado el sendero del entendimiento humano, se erige como un diálogo eterno con la existencia. Desde los albores de la razón en las costas jónicas hasta las academias de Atenas, este viaje no es solo cronológico, sino también un periplo por el alma humana, una búsqueda de la esencia detrás de la apariencia.
Dice Hegel en su Estética que “los hombres pueden llegar a sentir terror ante el poder de lo infinito y lo absoluto”. Y sin embargo, a lo que realmente “deberían temer no es al poder material y su opresión, sino al poder moral, que es un destino de su razón libre y, al mismo tiempo, el eterno e inviolable poder que levanta en contra suya cuando se vuelve contra ella”. Tragedia es palabra griega que traduce “canto del macho cabrío” -de trágos o carnero y odé o canto. Hace alusión al canto que los atenienses entonaban en las festividades en honor a Dioniso, el hijo de Zeus, Dios de la vendimia, el éxtasis y el teatro, en virtud de su capacidad para liberar a los hombres de su ser normal y conducirlos a la condición de catarsis o purificación, dado que resulta ser el intermediador por excelencia entre lo vivo y lo muerto. El canto en su honor conduce, pues, al drama terrible, decisivo y siempre funesto. Aristóteles, en su Poética, lo define como una “acción elevada y completa” que, “moviendo a compasión y a temor, produce en el espectador la purificación de los estados emotivos”. La tragedia conduce a la muerte, cuando no al exilio o a la ruina económica, moral o física de los personajes que la representan. Y es que hay, en efecto, muchos modos de morir. “Es preferible la muerte”, afirmó Carlos Andrés Pérez, al enterarse de la artera sentencia del entonces Tribunal Supremo que lo apartara definitivamente de la Presidencia de la República. Y, como ya se sabe, de aquellas aguas provienen estos lodos.
Inserta en el círculo del poder, la tragedia determina e impone su sino por encima de la voluntad, de las inclinaciones y de los afectos, haciendo de lo divino algo profano. Su detonante es la hybris, el orgullo insolente, el celo ardiente de las pasiones, de los intereses o de las ambiciones desbordadas: “sustancia eterna, cuyos lados, a la vez particulares y generales, constituyen los grandes móviles de la actividad verdaderamente humana”. No hay sive, inclusión, que se reconozca. Se impone la perentoriedad del aut, de lo que excluye: o esto o aquello, o lo uno o lo otro. No hay salida. Ante la proximidad de la inminente colisión, dos tendencias, dos inclinaciones, dos posiciones irreconciliables, en fin, la escogencia de una de dos decisiones recíprocamente contrarias que se autoconciben como la única realidad y verdad, arrastran al héroe de la terrible trama por el no menos terrible fatum hacia el conflicto final y la inminente derrota: “Alea iacta est”.
Cada quien se labra su propio destino. De ahí que Hegel distinga entre el Schiksal y la Bestimmung. No importa cuál sea la estrategia o la decisión final: ya es tarde, y ya el fin, bajo las últimas luces del ocaso, ronda sombrío hasta penetrar lo que aún queda de humanidad en esa -aquí- estatua de yeso, atravesándola hasta tocar el fondo de sus -ahora- pírricas entrañas vitales de poder. Llega el momento de hamartia, la hora del tiro errado, el momento de asumir las consecuencias del error fatal, de las pecaminosas fallas cometidas por el llamado “héroe trágico”. Ya no hay forma de corregirlo. Nada más queda por hacer. Tampoco importa si la ofensa infligida se ha cometido por crasa ignorancia o por mera premeditación, siguiendo el plan trazado e impuesto por el cartel gansteril. Ni si se trata de Edipo, de Antígona o de lo que todavía resta de humanidad en un desproporcionado banano. A fin de cuentas, y como dice Vico, la era de los héroes es la era de la barbarie. El momento de convocar la elección marcó el destino del régimen.
Los triunfos pírricos suelen obtenerse con más daño para el vencedor que para el vencido. ¡Oh, mala hora en la que ganar significa perder! La tragedia se caracteriza por no presentar salida alguna. No hay resolución ante la inminente desgracia. ¿Acaso pasarse el resto de los días en una prisión de máxima seguridad no es también una forma de morir? Y esa es, justamente, la actual condición de todo régimen que ha hecho del crimen, bajo todas sus expresiones, su medio y su fin. Gane o pierda. No hay más juego para las 'mediciones' ni las “tendencias” ni la “intención de voto”. A modo de paréntesis, conviene decir que ya no hay lugar para los oráculos ni para los “expertos” nano-teólogos ni para los “instrumentos metodológicos” de una ratio técnica que carece de todo concepto y de toda formación histórica y cultural. Formas huecas, vaciadas del más escueto contenido. Láminas de cartón graficadas ante las cuales las parcas sonríen, no sin cierta pena ajena. El desprecio por la Wirklichkeit, por la realidad efectiva, y su sustitución por las fórmulas, las “tendencias” y los debería de los divinari, muestra la precariedad de un entendimiento abstracto que ha terminado por transmutar las “tortas” de sus gráficas en una gran torta empírica, bajo sospecha de lucro. Los deseos, como dice el adagio popular, no “empreñan”. Tampoco la subestimación de la fantasía concreta tejida en red y devenida voluntad general.
La más grande tragedia del mundo antiguo, la Antígona de Sófocles, narra la historia de Eteocles, quien decide quedarse en el poder a pesar de haber culminado su período, lo que desencadena la guerra. Su hermano, Polinices, arma un ejército en Argos y regresa para reclamar el trono de Tebas. La guerra concluye con la muerte en combate de los dos hermanos, tal como lo habían anunciado no las encuestas sino las profecías. Muertos los hermanos, Creonte asume el poder y decreta que Polinices, por haber atacado a la ciudad, no debe recibir digna sepultura y su cuerpo deberá permanecer en la arena para ser devorado por los cuervos y los perros. Por esa razón, Antígona, hermana de ambos contendores, decide enterrar a su hermano y darle los correspondientes honores fúnebres. Pero su desobediencia la lleva a “la tumba”, para ser sepultada en vida. Antígona decide quitarse la vida. Su prometido, Hemón, hijo del rey Creonte, intenta matar a su padre sin conseguirlo, por lo cual, y en medio de su dolor varonil, se quita la vida. Aún sin saber que su hijo ha muerto en los brazos de Antígona, la madre de Hemón, Eurídice, se suicida ante el dolor causado por la desventura. Finalmente, Creonte, víctima de su propia desdicha, se da cuenta de su harmatia, al haber querido mantener el poder por encima de todo y de todos, enfrentando las leyes del Estado y el Ethos de la ciudad. De nuevo, las formas y los contenidos se han escindido y el desgarramiento abre las oscuras fauces de Cronos. La historia se traga a sus hijos. Las llamadas revoluciones son su viva imagen. No pudiendo renunciar ni a su vanidad ni a sus compromisos, se ve condenado a la ruina, obligado a resignarse, como puede, al cumplimiento de su destino. La tragedia, como dice Hegel, “no arraiga en las personas sino como consecuencia de sus propias acciones, a la vez legítimas y hechas culpables por su colisión, acciones de las que ellos mismos tienen un perfecto conocimiento y arrastran la responsabilidad”. Una vez más, Alea iacta est.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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Se sabe muy poco de la vida de Demócrito, pero se puede llegar a ella por medio de quienes lo mencionaron; los que, en mayor parte, fueron fragmentos o menciones breves de obras más extensas, llegan a nuestros días pocas evidencias de su pensamiento; dado que la mayoría de los escritos originales de Demócrito se perdieron, solamente se puede confiar en la fiabilidad de esas pocas fuentes, tales como: Diógenes Laercio, Plutarco, Aristóteles, Epicuro y Teofastro.
Se cree que nació en Abdera, una ciudad griega en Tracia alrededor del año 460 ac. Su familia era acomodada y tenía relaciones comerciales, lo que le permitió recibir una educación completa. Viajó mucho por el mundo antiguo, visitando Egipto, Persia, India y Babilonia. Se cuenta que aprendió de los sabios y filósofos de las diferentes culturas que visitó, también que tuvo una importante amistad con el matemático y filósofo Pitágoras, aunque existan historiadores que crean que nunca se hayan conocido directamente.
Demócrito es conocido por desarrollar una teoría sobre los átomos, los cuales, afirmaba, componían absolutamente todo en el universo. Según esto, los átomos serían eternos e indestructibles, moviéndose constantemente por el espacio vacío. Éstos, serían los bloques fundamentales de la materia, los que, al chocar entre sí formaban los diferentes elementos y objetos. Pero, ¿hasta qué punto podían dos objetos interactuar y dejar de ser una relación netamente determinista? En otras palabras, ¿qué complejidad objetiva crea el azar y qué complejidad objetiva crea la determinación? Estas preguntas surgen de las creencias de Demócrito en ambas realidades; probabilidad y determinación, en una misma filosofía.
Demócrito creía que el azar es un factor importante para la fundación del mundo y los eventos que ocurren en él, pero igualmente, que los sujetos podían responder a este azar a través de su libertad y su autodeterminación, aunque sin ignorar que las acciones humanas son influenciadas por factores más allá de su control. En este sentido, el pensamiento de Aristóteles (disculpando la torpeza con la que entro en él), era un poco más primitivo, dado que él pensaba que la materia se componía primariamente por cuatro elementos (tierra, aire, agua, fuego), argumentando que la materia no podía ser dividida indefinidamente en partículas más pequeñas. Aristóteles también rechazó la teoría de Demócrito sobre el azar y el determinismo, alegando que el mundo no podía estar plenamente regido por la probabilidad y la causalidad, sino que seguía un orden y propósitos divinos. Con estas argumentaciones, Aristóteles tildó a Demócrito como un filósofo que se limitaba solamente a la observación empírica. Es digno de resaltar que Aristóteles se refería a la observación como un ejercicio especular, y no como se le puede ver hoy más generalmente, en cualquier debate rápido.
Se decía que Demócrito veía la vida como una comedia, por ello en las obras de arte donde se le ha caracterizado se le suele representar sonriendo. Se dice que solía reírse al observar el comportamiento de las personas y del mundo en general. Por ello, en el arte se le muestra con una visión optimista y despreocupada del mundo. Comedia, tragedia, dependían de la perspectiva y de cómo ellas se inmiscuían en todo; como la propia filosofía democritoína, que se dedicaba a ejercer la filosofía desde su ambivalencia y de la hipotética “tercera apertura”, la que será quizás la única solución de este dualismo en este pensador griego.
Supongo que muchos se preguntarán cómo se fusiona el azar con el determinismo, ya que a simple vista son ideas que pueden presentarse como contradictorias, pero algunos filósofos sostienen que ambos conceptos pueden coexistir en la misma realidad. Por ejemplo, hay muchos eventos que son imprevisibles, pero hay otros que se rigen por leyes y patrones deterministas, esto es, y llevado a nuestros tiempos, las mismas leyes económicas, y el eterno debate de si son una disciplina científica o más bien filosófica; lo que depende, en tanto y en cuando lo azaroso no sea dominado por el determinismo de los estados, de las empresas, de los conflictos y/o de las fechas, las que intervienen muy convenientemente sobre el disminuido azar de estos parámetros. Con este pequeño ejemplo se puede argumentar que la vida es una combinación de sucesos aleatorios y determinados por elementos en cualquiera de las dos partes, cuyos poderes escapan de nuestro control. Pero si esto es así: El dios azar y El dios determinista, ¿Qué le daría verdadero significado a la palabra libertad en nuestras vidas? Si somos gobernados por estos dos casos de "caos” que interactúan y se fusionan, ¿cuál es el espacio que nos queda? ¿Dónde se desarrolla la libertad? Quizás la respuesta a estas preguntas sea la justificación de su misma existencia.
El nacimiento del sujeto sería aquel suceso que vendría a quebrar esta imposibilidad, es decir, el sujeto vendría a ser la prueba empírica de que coexisten estos dos paradigmas: el azar y el determinismo, pero también la tragedia y la comedia, y, dentro de todo, lo contrastable; ya que el ser humano, como fin último, sería indivisible para poder atrapar y reflectar estos dos sentidos. Así como el átomo, sería el sujeto en el mundo de las ideas indivisible y, como el átomo, una misma idea a ojos de Demócrito. Esto resuena mucho con la propuesta estoica de que no podemos elegir nuestras circunstancias, pero sí la manera y la actitud con la que las enfrentamos. El objeto puede ser entonces lo divisible hasta el átomo, mas el sujeto es lo indivisible por antonomasia; es más, aquello que une lo divisible hasta la más ínfima medula de la realidad.
Conocer, sería aceptar esta capacidad tan humana como divina y entender esta contradicción; mientras la libertad sería ese hilo conductor que es capaz de cambiar de una pasada y por completo nuestra historia.
Como dijo Nietzsche: "En esta noche de excesos, esta noche dionisiaca, sé tú, sé una fuerza mágica en la encrucijada de los sentidos, y sé el sentido mismo de este encuentro extraño".
Emmanuel Lévinas fue un filósofo lituano-francés del siglo
XX conocido por sus contribuciones significativas en el campo de la ética y la
ontología. Su enfoque revolucionario y su pensamiento heterodoxo han influido
en una variedad de disciplinas, incluyendo la filosofía, la teología, los
estudios culturales y la ética aplicada. En este artículo, exploraremos los
aspectos más importantes de la filosofía de Lévinas, desde sus conceptos clave
hasta sus implicaciones éticas y ontológicas.
Su trabajo no solamente fue conocido por el publico francés,
sino que propuso las bases para un pensamiento más ético, porque pretende decir
que gran parte de la tradición filosófica es violenta.
La filosofía de Lévinas puede entenderse mejor a través de
algunos conceptos clave. En primer lugar, destaca su énfasis en el Otro. Lévinas
sostiene que nuestra responsabilidad ética se basa en el encuentro con el Otro,
un ser humano concreto y único. Este encuentro cara a cara nos confronta con la
vulnerabilidad del Otro y nos incita a asumir una responsabilidad infinita
hacia él. La ética levinasiana se basa en la idea de que debemos ir más allá de
nuestras preocupaciones y deseos individuales y reconocer la humanidad del
Otro. Esta responsabilidad infinita nos exige actuar altruistamente y priorizar
el bienestar del Otro sobre el nuestro.
Además, el rostro del Otro desempeña un papel central en la
filosofía de Lévinas. El rostro del Otro nos llama a la responsabilidad ética y
nos compromete con una relación primera e inmediata que trasciende el
conocimiento y la comprensión intelectual. Para esto, se debe dejar a un lado
cualquier pretensión metafísica y comenzar a filosofar desde la ética, producto
de la imposibilidad de la filosofía de dar herramientas serias en contra de los
horrores de la primera mitad del siglo XX.
La ética levinasiana se opone a abordajes tradicionales
basados en reglas, principios y consecuencialismo. Lévinas critica el
"universalismo abstracto" que reduce a los individuos a conceptos
generales y busca establecer normas éticas para todos por igual. En su lugar,
defiende una ética de la responsabilidad singular, que se basa en la relación
cara a cara con el Otro.
Lévinas argumenta que la justicia no es suficiente para
abordar las necesidades del Otro, ya que la justicia trata a todos de manera
igualitaria, sin tener en cuenta sus demandas individuales. Para él, la
justicia debe estar supeditada a la ética y la responsabilidad infinita hacia
el Otro. Por esto, la propuesta hermenéutica en Lévinas es vital para entender
que se debe reinterpretar los textos desde lo no dicho, entender y buscar el otro
lado del texto y de las mismas interpretaciones. Se abandona el esquema
verdadero-falso, para buscar un marco de interpretaciones-significados.
Lévinas también realizó una fuerte crítica a la tradición
filosófica occidental, especialmente a la ontología. Argumentó que la ontología
tiende a primar el ser y la existencia individual, lo cual pasa por alto la
relación fundamental con el Otro y su llamado ético. Rechazó el “giro ontológico”
de Heidegger, argumentando que pensar en el Ser es pensar en lo idéntico, lo
que excluye la diferencia, lo Otro.
Propuso una inversión en la jerarquía entre ética y
ontología, argumentando que la ética debe tener prioridad sobre la búsqueda
ontológica del sentido y la verdad. Para él, la responsabilidad hacia el Otro
es el fundamento primordial de la existencia humana y de la propia moralidad.
En su libro, “De la evasión”, propone la idea de ir más allá
de la identidad, de las rejas y prisiones que sujetan el Ser, dado que toda la
filosofía anterior se preocupa de la identidad de las esencias, se debe
comenzar a pensar en la alteridad. Cito: “El Otro no es otro con una alteridad
relativa como en una comparación. La alteridad del Otro no depende de una
cualidad que lo distinguiría del yo”.
Lo diferente del Otro no depende de que no sea como yo, dado
que de esta forma se estaría entendiendo su diferencia desde nuestra identidad.
Comparar, por tanto, implica acercarnos al Otro anulando su radical alteridad.
Para comprender la radical alteridad se necesita dejar de compararla desde un
marco individual, en otras palabras, la alteridad es constitutiva, el otro es
otro, no la falta de nuestro yo. Es una presencia que desborda. Esto implica
que nuestra relación con el Otro no puede ser cognoscitiva, ya que todo juicio
erraría en su misión de capturar la infinitud del Otro. Lévinas diría: “El otro
siempre nos desborda, siempre sobrepasa nuestros intentos de conocerlo. Para
este filosofo la alteridad es radical e infinita.
El concepto de infinito de hecho, tiene que ver con el Otro,
aunque no con el Otro en sí, sino con su encuentro, con el cara a cara que
sería la parte visible de esta infinidad. Para él toda relación ética se reduce
al cara a cara, por lo que el concepto de “encuentro” y el de “huella” imprimen
la base más importante de su filosofía, puesto que el encuentro y la huella
suponen este camino transitorio en donde se brinda la libertad, el fluir de la ética,
el cara a cara que pretende solamente pasar. Como menciona, la huella es la
ausencia de otra persona, por ello nos relacionamos la mayoría de las veces a
través de las huellas, la huella es una ausencia presente, una ausencia que no
se puede captar, el rostro del otro es una huella de su infinita alteridad y toda
violencia un discurso identitario.
Se llega que la libertad es entonces una autentica
responsabilidad porque se necesita un Otro que nos interpele, donde el centro
no sea la libertad para actuar sino una responsabilidad absoluta por esta
comunicación. El individuo no nace autosuficiente o pleno, sino que nace en una
red de relaciones entramadas que le imposibilitan encerrarse, porque las
aperturas son siempre a través de otro si quiere libertad.
La filosofía de Lévinas está fuertemente influenciada por su
herencia judía. Él incorpora conceptos centrales del judaísmo, como la justicia
y la responsabilidad. Lévinas sostiene que la ética y la responsabilidad
infinita hacia el Otro tienen raíces en la ética judía y en la tradición
profética que reclama justicia social y preocupación por los más vulnerables.
Lévinas ve la relación con el Otro como una experiencia
religiosa. Considera que la ética es una forma de trascendencia que nos conecta
con algo más allá de nosotros mismos, un llamado trascendente que nos convoca a
una responsabilidad incondicional.
Las ideas de Lévinas han tenido un impacto significativo en
una variedad de disciplinas y campos, como la ética aplicada, la teoría
crítica, los estudios culturales y el pensamiento feminista. Su énfasis en la
responsabilidad ética hacia el Otro ha influido en los debates sobre la
justicia global, los derechos humanos y la violencia interpersonal.
Además, su crítica de la ontología y la primacía de la
existencia individual ha estimulado la reflexión filosófica y el
cuestionamiento de supuestos fundamentales en campos como la fenomenología y la
teoría social.
En política se propone también la relación con un tercero
aparte de la relación con un Otro, puesto que la relación con el Otro es una relación
ética, la relación con un tercero es una relación política. Es por un tercero
por el que se hacen las leyes, por lo que dice que no solamente somos hijos de
la biblia sino también hijos de los griegos. Hay un tercero siempre imaginario
que ya no se presenta cara a cara, pero que representa ese por quién cara a
cara nos relacionamos.
Emmanuel Lévinas, con su enfoque en la ética del Otro, su
crítica a la ontología y su incorporación de la herencia judía, ha dejado un
legado duradero en el pensamiento filosófico. Mediante su énfasis en la
responsabilidad infinita hacia el Otro, Lévinas nos desafía a reconsiderar
nuestra relación con los demás y a actuar en consecuencia. Su impacto en la
ética contemporánea y su enfoque en la responsabilidad ética radical continúan
siendo temas de estudio e inspiración para pensadores en todo el mundo.
Rompió con Heidegger por su reclusión en los campos de
concentración y por la orientación que tomó éste al tomar el rectorado de
Friburgo el 21 de abril de 1933, en una Alemania que comenzaba a hervir con
ideas supremacistas y desorientadoras.
El medico persa Avicena fue uno de los pensadores más influyentes en el mundo medieval. Su filosofía es neoplatónica porque plantea, desde las ideas, la defensa del conocimiento verdadero. Sugería que el verdadero conocimiento se adquiere mediante la razón y la contemplación. Para él la filosofía era la herramienta para obtener la verdad sobre el mundo y sobre la existencia.
Conoce y adapta las ideas de Platón y Aristóteles así como de filósofos islámicos anteriores como Al-Kindi quien tuvo una influencia fundamental en el desarrollo de la filosofía árabe durante el siglo IX. Sostenía que así como la fe es revelada la Razón también es revelada para complementarse en el terreno de los hechos y llevar a una comprensión más profunda de la verdad.
Según Al-Kindi la fe proporciona la moral y la razón la
reflexión sobre esta moral en todos los terrenos de la vida del hombre, ya que
ahí donde puede entrar la fe, también puede y debe entrar la razón; ambas,
razón y fe, crean la filosofía del individuo y se tornan fuentes para llegar a
Dios. Fe y razón son ámbitos complementarios y parte del dialogo que debe
existir dentro de las personas. Dios mismo es fuente de ambas y el resultado
eterno de esta dialéctica. Mas esto no quiere decir que no existan verdades a
las que no se puedan llegar, a esto Al-Kindi llamó misterios, y es ahí donde la
fe proporciona el segundo aliento al esfuerzo autentico del pensar.
En su obra “Filosofía de los árabes”, propuso una
revalorización de la filosofía griega haciendo una importante labor de
traducción y estudios de sus filósofos, contribuyendo a preservar este
conocimiento en el mundo árabe. Desde un plano completamente aristotélico
defendió y preservó la idea de que la observación y la experimentación eran
claves para conservar la ciencia y la filosofía, y que se podían alimentar
mutuamente, dejando en los tres pilares de su teoría del conocimiento a la filosofía, a la
ciencia y a la religión, aunque esta última con un nivel más importante para la dignidad humana. También propuso la existencia racional de Dios, obra en
donde trato de demostrarla.
Al-Kindi propuso en el argumento cosmológico, que no todo en
el universo puede ser contingente, o de lo contrario habría un regreso infinito
a las causas, por lo que debía existir algo no contingente que sea la causa
primordial. También propuso el diseño inteligente que le daba a lo que hoy llamamos
fenómenos, una razón que no se remita netamente al proceso cíclico de causas y
efectos, sino a la necesidad de una teleología que le diera un sentido último a
las cosas, más allá del aparente absurdo que se presenta como un "todo" para el
hombre.
La necesidad de la perfección también fue planteada y con
ello la perfección de la existencia por sobre la no existencia y poder desarrollarse la esencia, por lo que toda existencia debía tener causa y
fundamento; razonamiento que dio cabida a la idea del absurdo del infinito en la
mente humana, por lo que la esencia de la perfección es la existencia y la
esencia de la existencia la perfección, de la cual se logra ver una huella más
orientalista sobre el universo. Existían los accidentes, pero estos eran parte de
los seres contingentes que estaban atados a la causa y el efecto, pero en el
fondo habitaba lo inmutable, aquella esencia a la que pertenecía la raíz
inicial y de cuyas cosas no podían nombrar los pensamientos humanos.
Sobre la ética y la virtud dijo que debían ser una guía para las tomas de decisiones, el alcance de la significatividad, para encontrar nuestra
esencia y por lo mismo nuestra conexión con Dios, para el desarrollo con y entre una
comunidad que trasciende las divisiones culturales, étnicas y lingüísticas, porque
trata, dentro de su fe y su razonamiento, de ser tan uno como el creador. La esencia
de la ética es existir y la esencia de la existencia es la perfección.
La corte abasí ubicada en la ciudad de Bagdad fue un
importante centro intelectual y cultural que proporcionaba patrocinio a la
filosofía, la ciencia y las artes. Bajo su patrimonio se establecieron
academias y bibliotecas que alentaban el estudio y la traducción de obras filosóficas
y científicas griegas al árabe. Fue en este entorno en donde Al-Kindi tuvo
acceso a obras tan importantes para desarrollar su filosofía fundamentada en el
islam, del cual recibió apoyo y reconocimiento oficial a través de la corte abasí, lo que
le permitió dedicar tiempo y recursos a sus investigaciones y estudios.
Otro pensador importante para Avicena fue Al-Ghazali, el
cual cumplió una labor antagónica en su pensamiento. Filósofo y teólogo
islámico, encontró letras para una muy variada cantidad de temas. Criticó el
enfoque racionalista de su época, ya que consideraba que la razón humana tenía
unas limitaciones que no le permitían conocer ni comprender los misterios de la
existencia ni de la realidad, por lo que admitía que la fe y la revelación
divina eran las únicas fuentes fiables para llegar al conocimiento y la verdad. Creía
que la experiencia personal es clave para el crecimiento en absolutamente todo,
como un modo superior de comprensión del mundo, del universo, de Dios y del
propio ser. Por lo que la conectividad con lo superior era parte importantísima
de su filosofía, en donde lo realmente importante eran los métodos para llegar a
vincularse más con la palabra, con el símbolo, con la imagen que sólo podían ser
resultado de esta relación.
Fue esta la base argumentativa que daba pie a sus estudios
sobre la moral, los cuales debían ser orientados totalmente a mejorar la
relación con Dios y con su revelación; la religiosidad, como el mayor bien que
puede alcanzar el hombre era la consecuencia evidente de una especie de “mito”
que alimentaba con justicia, buenas obras y respeto cualquier ámbito de
cualquier comunidad correctamente formada. A la fe se llega por la razón, a
Dios, pero una vez estando ahí, si se les conoció verdaderamente, no deberían
existir los retrocesos, porque Dios es la mayor de las razones.
En su obra maestra, “La incoherencia de los filósofos” o “El
colapso de la filosofía racional”, Al-Ghazali trató mayormente de refutar las
teorías racionalistas de su época, criticó el determinismo y las cadenas
causales interminables, así como las matemáticas estaban basadas por el “mito
del infinito”, también lo contingente tenía este aspecto; es evidentemente
imposible concebir la libertad humana en una cadena determinista y con ello la
responsabilidad de su voluntad.
Planteó una critica a la razón pura, ya que esta no podía
llegar a ninguna verdad sin la fe, es decir, la fe debe ser practicada para
alcanzar un conocimiento válido y revelador. Esto lo aborda en su obra maestra “La
revivificación de las ciencias religiosas”, donde el conocimiento religioso,
las practicas de adoración del islam, la purificación del corazón, la purificación espiritual y el control de los deseos son temas de columna de este libro para su propia fe.
Algunas de sus otras obras son: “El camino de los creyentes”,
“la mecánica de los corazones”, “El abrevadero sagrado”. En estas obras prima el concepto de reflexión, se busca quizás enfrentar al hombre y todos sus
parámetros con el propio camino, con el propio andar, con el propio aliento y
con todo el conjunto para recibir el reflejo de algo cada vez más grande. ¿Remedios?
Sí, nos regaló muchos, muy dignos de otra nota.
A la memoria de mi recordado amigo Mauricio Navia
A los primeros filósofos de la Grecia clásica, se les conoce como los “físicos”. Y se presupone, con base en este término, que su primer interés fue por el estudio de la naturaleza, es decir, por la comprensión del origen del cosmos, del cual buscaban precisar el principio fundamental, unitario, que les permitiera dar cuenta de una explicación racional, lógica, capaz de trascender los viejos mitos y creencias que pregonaban los poetas. La fertil fantasía imagina a los antiguos sabios sentados en la blanca arena de las playas del Mediterráneo, contemplando, maravillados, los fenómenos que ofrece la vastedad del universo infinito, el ancho mar, el cielo estrellado, el fuego eterno que emana de la luz del sol o el resonar del soplido del viento. Así aparece el mito separado de la ciencia y los preceptos de la teología filosofante y de la metafísica distantes de la física. El muy moderno criterio de demarcación penetra lentamente, cual gas, a través de las diminutas fisuras de la imaginación hasta insuflarla, al punto de hacer estallar el idilio. Entonces, de pronto, los “físicos” abandonan las túnicas y las sandalias y se trastocan en ingenieros de batas largas y calzado florsheim, miembros de una corporación en el largo bucle de una productiva cadena de montaje. Como podrá apreciarse, bajo tales premisas, queda la convicción -más o menos consagrada por la fe- de que la historia de la humanidad puede cambiar sus circunstancias puntuales, pero, en lo esencial, las abstracciones propias del modo de producción de capital le son inherentes a la esencia humana, por lo menos desde los Picapiedra hasta los Supersónicos.
En realidad, la cultura griega tiene sus inicios en la historia concebida a través del pensamiento, la cual tiene sus orígenes en el carácter estrictamente sustancialista característico de la civilización oriental que, como se sabe, parte de la indisoluble unidad de la naturaleza, dentro de la cual el espíritu se haya subsumido. Solo que, al llegar a Grecia, tal concepción de la unidad se ve radicalmente modificada. Para los antiguos griegos -convencidos defensores de la libre voluntad, a diferencia del punto de vista orientalista-, la naturaleza no mantiene un dominio absoluto sobre la espiritualidad humana sino que, más bien, ella está determinada por el espíritu. El espíritu, en efecto, penetra la naturaleza para conformar una unidad sustancial con ella y -siendo conciencia- la configura y se configura. Ya no se trata del totalitarismo oriental, cuya unidad cerrada, homogenea -que simboliza su modo de concebir el Estado-, anula toda posible diferencia. Pero tampoco se trata de la vacuidad, del abstracto subjetivismo y del formalismo instrumental, que ha terminado por convertirse en el pilar sobre el cual se ha construido la cultura moderna y, consecuentemente, la posmoderna. La Grecia clásica ocupa la bella compenetración entre dichos extremos: Physis sive Ethos. Es el centro de la belleza natural y espiritual a un tiempo. La Physis se espiritualiza. El Ethos se naturaliza. Por eso mismo, en Grecia ya no se puede hablar de la sustancia ni del espíritu como entes separados: el pueblo griego es la sustancia espiritual de la libertad, que es la base, el fundamento de sus costumbres, de su civilidad. Grecia es sinónimo de la alegría de todo lo que sea existencia. Es el principio del mundo del libre ser y del libre pensar. Por eso mismo, su muerte, el crepúsculo de la bella eticidad, dio lugar al nacimiento de la filosofía, porque la labor de la filosofía consiste en preguntarse por las causas que dieron origen a la crisis, al tiempo de reconstruir los principios fundamentales -precisamente, los orígenes- sobre los cuales cabe refundar la unidad perdida. “El búho de Minerva inicia su vuelo con el crepúsculo”. Por eso mismo, no hay filosofía sin historia ni historia sin filosofía.
Ese fue el trabajo de los llamados filósofos “físicos”. Afirmación que, por cierto, no cabe en la comprensión de los manuales, diccionarios y breviarios de filosofía, como tampoco en la de unos cuantos intérpretes que conciben el estudio de la historia de la filosofía a través de los lentes del entendimiento abstracto, instalado como eje de la industria cultural. El caso de Tales de Mileto -el primero de los “físicos”- es, en este sentido, emblemático. De Tales se cuenta que un día, por estar mirando las estrellas y observándolas, cayó en una zanja. Los buenos ciudadanos, en su mayoría ignaros, se burlaban de él, afirmando que mal podía conocer el principio de las cosas quien no acertaba a ver por dónde pisaba. Los buenos ciudadanos tienen esta ventaja frente a los filósofos, quienes no pueden pagarles con la misma moneda. Sólo que ellos, los legos, nunca podrán caer en una zanja, porque nunca han podido salir de ella, ni mucho menos levantar la mirada para contemplear las estrellas.
Así pues, con Tales tiene sus inicios la filosofía propiamente dicha, la ciencia de las primeras causas, entendienda por esta no solo la esencia o lo que hace que algo sea lo que es sino, conjuntamente, al bien común, que es la meta de toda realidad de verdad, de toda wirklichkeit. Para él, el agua es el principio de todas las cosas, motivo por el cual, principalmente, se le clasifica como “físico”. Y sin embargo, en Tales la referencia al agua, además de ser el elemento unitivo propio de la vida económica, social y política de los antiguos griegos, rodeados de agua por todas partes, se transforma en la forma general del ser social. Por eso mismo, no se trata de un elemento meramente sensible, sino más bien de un concepto general a partir del cual cobra conciencia el hecho de que la verdad, lo uno, es lo en y para sí mismo. Su gran labor consistió, precisamente, en la transformación de un elemento natural en una sustancia mediada por la subjetividad, en una fuerza general en movimiento, única -aunque, por supuesto, aún abstracta-, que logra superar con creces la fantasía de dioses mitológicos que nacen y perecen de continuo. Al igual que el resto de “los físicos”, Tales pone fin a las teogonías y su despliegue -como dice Hegel- de una “muchedumbre infinita de principios” que son, además, el reflejo de un mundo que había comenzado a perder su cohesión interior y había entrado irremediablemente en una crisis orgánica. El agua “física” deviene con Tales en pensamiento que contiene todo el resto de las cosas. Sólo la unidad es lo verdaderamente real. Es la sustancia que se determina como principio de la realidad, el principio absoluto como unidad del ser social y de la conciencia social.
El gran peligro, la amenaza concreta que anuncia, cada vez con mayor fuerza, la llegada definitiva del ocaso occidental, no proviene directamente de oriente, sino de la cómoda sustitución de la capacidad de pensar, es decir, del pensamiento en sentido enfático, por formas instrumentales, “facilitadoras” del conocimiento que, en el fondo, subestiman las potencialidades de la sociedad civil y que, una vez automatizada, la condenan a subsistir presa en el callejón de las neurósis de la heteronomía. El problema no consiste en haber convertido al primer filósofo de Occidente en un “físico”, en un especialista en la observación de la naturaleza, sino, más bien, en haber presupuesto y separado -cosas del “criterio de demarcación”- el estudio del cosmos y el de la polis, como si para los ciudadanos de la antigua Grecia el orden y la conexión del cosmos no fuese identico al orden y la conexión de la polis. Explicar el Arché, la causa, el origen de la naturaleza, es explicar el origen de la vida ciudadana, y recíprocamente. Por eso el “físico” Tales de Mileto no solo fue un importante asesor político sino que, además, participó como estratega en batallas, en una época de grandes dificultades para la naciente cultura occidental. La pusilanimidad que caracteriza a la ratio instrumental termina en la conmemoración de sociedades que lloran la memoria de sus déspotas criminales, llegando al paroxismo de extrañar al responsable de sus peores desgracias.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv