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Platón sobre Ciencia y Deseo en La República

Platón explorando la ciencia y el deseo en La República, con elementos filosóficos del alma y la razón



En este pasaje de "La República" de Platón, se explora la naturaleza de la ciencia y el deseo, estableciendo una distinción entre lo universal y lo particular. Platón argumenta que cada ciencia se define por su objeto específico, como la arquitectura por la construcción de casas, y que esta especificidad también se aplica a los deseos humanos, como la sed, que es deseo de beber. A través de un diálogo, se desglosa cómo el alma humana puede estar dividida en partes que razonan y partes que desean, mostrando cómo estas pueden entrar en conflicto, lo que lleva a una discusión sobre la estructura tripartita del alma: la parte racional, la apetitiva, y la irascible. Este análisis no solo profundiza en la filosofía de la mente y la ética, sino que también ofrece una visión de cómo la razón y el deseo interactúan en la búsqueda de la virtud y el conocimiento.

Diálogo de Platón en "La republica"

- La ciencia en cuanto tal es ciencia de lo que se aprende en tanto tal, o bien de esto o aquello que debe ser referido a la ciencia. Pero una ciencia determinada lo es de algo determinado. Quiero decir lo siguiente: Cuando se ha generado una ciencia de la construcción de casas, esta se ha distinguido de las demás ciencias y ha debido ser llamada 'arquitectura'. - Ciertamente. - ¿Ves que esto no ocurre por ser de una índole determinada, distinta a todas las demás? - Sí. - Y cuando se ha generado de una índole determinada, ¿no ha sido por ser ciencia de algo determinado? ¿Y no es así con las demás artes y ciencias? - Así es. - Dime ahora si has comprendido lo que quería decir hace un momento: todas las cosas que están referidas a otras, si lo están sólo en sí mismas, están referidas sólo a esas otras cosas en sí mismas; en cambio, si están referidas a otras cosas determinadas, ellas mismas están determinadas. Y con esto no quiero decir que, tal como sean esas otras cosas, así sean aquellas a las cuales las otras están referidas, por ejemplo, que la ciencia de la salud y de la enfermedad sea sana y enferma, o que la de los males y de los bienes sea mala y buena. Lo que quiero decir es que, cuando una ciencia llega a ser ciencia no del objeto de la ciencia en sí misma sino de algo determinado -como es la salud y la enfermedad-, sucede que ella misma llega a ser determinada, y esto impide desde entonces llamarla simplemente 'ciencia', sino que hay que añadirle el nombre de algo determinado a lo que está referida, y llamarla así 'ciencia médica'. - Ahora he comprendido, y creo que es como dices. - En cuanto a la sed, ¿no la colocarás entre las cosas que se refieren a otra? Porque sin duda es sed de algo. - Sí, de la bebida. - Y dado que hay bebida de tal o cual índole, habrá también sed de tal o cual índole. Ahora bien, la sed en tanto tal no es sed de mucha o poca bebida, ni de bebidas de buena o mala clase, en una palabra, una sed determinada, sino que la sed en tanto tal es por naturaleza simple sed de la bebida en cuanto tal. - En un todo de acuerdo. - Por consiguiente, el alma del sediento, en la medida que tiene sed, no quiere otra cosa que beber, y es a esto a lo que aspira y a lo cual dirige su ímpetu. - Evidentemente. - En tal caso, si en ese momento algo impulsa al alma sedienta en otra dirección, habría en ella algo distinto de lo que le hace tener sed y que la lleva a beber como una fiera. Pues ya dijimos que la misma cosa no obraría en forma contraria a la misma parte de sí misma, respecto de sí misma y al mismo tiempo. - No, en efecto. - Del mismo modo, creo que no sería correcto decir que las manos del mismo arquero rechazan y a la vez atraen hacia sí el arco, sino que una es la mano que lo rechaza y la otra la que lo atrae hacia sí. - Con toda seguridad. - Pero podemos decir que hay algunos que tienen sed y no quieren beber. - Sí, a menudo y mucha gente. - ¿Y qué cabría decir acerca de ella? ¿No será que en su alma hay algo que la insta a beber y que hay también algo que se opone, algo distinto a lo primero y que prevalece sobre aquello? - Así me parece a mí también. - Pues bien, lo que se opone a tales cosas es generado, cada vez que se genera, por el razonamiento, mientras que los impulsos e ímpetus sobrevienen por obra de las afecciones y de las enfermedades. - Parece que sí. - Pues no sería infundadamente que las juzgaríamos como dos cosas distintas entre sí. Aquella por la cual el alma razona la denominaremos 'raciocinio', mientras que aquella por la que el alma ama, tiene hambre y sed y es excitada por todos los demás apetitos es la irracional y apetitiva, amiga de algunas satisfacciones sensuales y de los placeres en general. - Sería natural, por el contrario, que las juzgáramos así. - Tengamos, pues, por delimitadas estas dos especies que habitan en el alma. En cuanto a la fogosidad, aquello por lo cual nos enardecemos, ¿es una tercera especie, o bien es semejante por naturaleza a alguna de las otras dos? - Tal vez sea semejante a la apetitiva. - Sin embargo, yo creo en algo que he escuchado cierta vez; Leontio, hijo de Aglayón, subía del Pireo bajo la parte externa del muro boreal, cuando percibió unos cadáveres que yacían junto al verdugo público. Experimentó el deseo de mirarlos, pero a la vez sintió una repugnancia que lo apartaba de allí, y durante unos momentos se debatió interiormente y se cubrió el rostro. Finalmente, vencido por su deseo, con los ojos desmesuradamente abiertos corrió hacia los cadáveres y gritó: - ¡Mirad, malditos, satisfaced con tan bello espectáculo... - También yo lo he oído contar. - Este relato significa que a veces la cólera combate contra los deseos, mostrándose como dos cosas distintas.

La Filosofía Clásica: Un Viaje a través de la Historia del Pensamiento

La filosofía clásica, esa luminaria que desde tiempos inmemoriales ha alumbrado el sendero del entendimiento humano, se erige como un diálogo eterno con la existencia. Desde los albores de la razón en las costas jónicas hasta las academias de Atenas, este viaje no es solo cronológico, sino también un periplo por el alma humana, una búsqueda de la esencia detrás de la apariencia.

Filosofía clásica


La Aurora de la Filosofía: Los Presocráticos

En la cuna de la civilización occidental, los presocráticos se aventuraron más allá de los mitos, buscando el *arché*, el origen de todo. Tales de Mileto, con su visión acuosa del cosmos, no solo propuso una teoría; inició una tradición de asombro y cuestionamiento. Anaximandro, con el *ápeiron*, nos invitó a pensar en un infinito cualitativo, mientras Heráclito, con su río eterno, nos enseñó que nada permanece, todo se transforma. Estos pensadores no solo cambiaron el agua por conceptos, sino que nos legaron la idea de que el universo es comprensible, desafiando a cada generación a sumergirse en el flujo del pensamiento.

Los Sofistas: Maestros del Discurso

Los sofistas, esos primeros educadores itinerantes, trajeron la filosofía a la plaza pública. Protagoras, Gorgias y sus contemporáneos, con su arte retórico, demostraron que la verdad es, a menudo, una cuestión de perspectiva. Su enfoque en el hombre como medida de todas las cosas, aunque visto con recelo por algunos, fue un canto a la autonomía del pensamiento individual, enseñando que la persuasión es tan poderosa como la lógica en la construcción de la realidad social.

Sócrates: El Maestro de la Mayéutica

Sócrates, el ateniense que nunca escribió una línea, pero cuya voz resuena a través de los siglos gracias a Platón, nos legó el arte de la mayéutica. Este método de parto intelectual no busca imponer verdades, sino ayudar a que nazcan desde el interior de cada interlocutor. Su vida, dedicada a la búsqueda de la virtud y el conocimiento, culminó en un acto de coherencia suprema con su muerte, demostrando que la filosofía es, ante todo, una manera de vivir.

Platón: El Constructor de Mundos

Platón, con su academia y sus diálogos, no solo educó a generaciones; creó un universo filosófico donde las Ideas son más reales que el mundo tangible. Su alegoría de la caverna nos invita a cuestionar nuestra percepción de la realidad, instándonos a salir de las sombras hacia la luz del conocimiento. En "La República", Platón diseña no solo una utopía política, sino un modelo de cómo el conocimiento y la justicia deberían guiar la existencia humana.

Aristóteles: El Sistemático

Aristóteles, el meticuloso catalogador de la naturaleza y el pensamiento, transformó la filosofía en una ciencia. Su lógica, sus estudios sobre la ética, la política, y la biología, ofrecen un compendio de cómo el mundo opera y cómo deberíamos operar en él. Aristóteles nos enseñó que la virtud está en el equilibrio, en el justo medio, y que el conocimiento es una red de causas y efectos que podemos y debemos entender.

La Filosofía Clásica en el Tiempo

Filosofía Clásica en el presente


Este legado no es estático. Como diría Ortega, la vida es circunstancia, y la filosofía, su reflexión. La filosofía clásica nos enseña a vivir en el presente con la sabiduría del pasado, adaptándola, como Deleuze sugiere, en un proceso de diferencia y repetición, donde cada repetición es una creación nueva.

La Relevancia Contemporánea

En nuestra era digital, donde la información es instantánea pero superficial, la filosofía clásica ofrece profundidad. Nos enseña a cuestionar, a no aceptar la superficie como la verdad última, y a buscar la esencia. En un mundo de cambios rápidos, la capacidad de pensar con la claridad y profundidad que proponen Sócrates, Platón y Aristóteles es un faro que guía entre la niebla de la incertidumbre.

Extensión y Profundización del Pensamiento Clásico**

Epicuro y el Jardín de la Felicidad

Epicuro, aunque a menudo malinterpretado como un hedonista sin freno, en realidad propuso una vida de placer moderado y ausencia de dolor, tanto físico como mental. Su escuela, El Jardín, fue un refugio donde la amistad, la tranquilidad y la búsqueda del conocimiento eran los pilares de la existencia. Epicuro nos enseña que la felicidad es accesible, no en la acumulación de bienes, sino en la simplicidad y en la liberación del temor a los dioses y a la muerte.

El Estoicismo: La Fortaleza Interior

Los estoicos, con Zenón de Citio como fundador, nos legaron una filosofía de la resiliencia. Para ellos, la virtud es el bien supremo, y todo lo demás es indiferente. La doctrina estoica nos invita a vivir en armonía con la naturaleza y a aceptar lo que no podemos cambiar, distinguiendo entre lo que está en nuestro control y lo que no. Séneca, Epicteto y Marco Aurelio nos dejaron escritos que son manuales para la vida, enseñándonos a mantener la serenidad en medio del caos.

El Escepticismo: La Duda como Método

El escepticismo, comenzando con Pirrón de Elis, nos ofrece la suspensión del juicio como una forma de alcanzar la paz mental. Los escépticos nos recuerdan que la certeza absoluta es rara y que la duda metódica puede liberarnos de dogmas y prejuicios, llevándonos a una vida de investigación continua y apertura mental.

Neoplatonismo: El Retorno a lo Uno

Con Plotino, el neoplatonismo emerge como una síntesis de lo mejor de Platón con una visión más mística y espiritual. Este movimiento nos habla de un viaje del alma hacia la unidad, hacia lo Uno, desde donde todo emana. Es una filosofía que busca la trascendencia a través del entendimiento y la contemplación, influyendo profundamente en la teología cristiana y en el pensamiento místico.

La Filosofía Clásica y su Impacto en la Ciencia y la Ética

La influencia de la filosofía clásica no se limita a la metafísica o la ética; ha sido fundamental en la configuración de la ciencia. La lógica aristotélica fue la base de la metodología científica hasta el Renacimiento. Además, la ética de la virtud, revisitada por Aristóteles, ha resurgido en la filosofía contemporánea como una alternativa a las éticas deontológicas y utilitaristas, proponiendo una vida buena basada en el desarrollo del carácter y las virtudes.

La Filosofía Clásica en la Educación y la Política

La educación, desde la visión platónica de la búsqueda de la verdad hasta la enseñanza socrática del diálogo crítico, ha sido moldeada por estos pensadores. En política, las ideas de justicia, comunidad y el bien común, discutidas en "La República" y las obras de Aristóteles, siguen siendo relevantes en debates sobre la gobernanza y la sociedad justa.

Conclusión.

Filosofía clásica en el futuro


La filosofía clásica, con su rica herencia, no es simplemente historia; es una conversación continua con el ahora. Nos invita a ser creadores de nuestro pensamiento, a no quedarnos en la caverna de la complacencia intelectual. Es un arte de vivir, una práctica de la libertad y la búsqueda de la verdad que, como el río de Heráclito, nunca es el mismo, pero siempre está fluyendo, invitándonos a zambullirnos en sus aguas para descubrir, crear y recrear nuestro entendimiento del mundo y de nosotros mismos. Este viaje a través de la filosofía clásica nos muestra que, más allá de los sistemas y las doctrinas, lo que persiste es la pregunta, la búsqueda y la reflexión. En cada época, la filosofía clásica se reinventa, demostrando que su esencia es eterna, no por ser inmutable, sino por su capacidad de adaptarse, de dialogar con el presente, y de seguir iluminando el camino hacia el conocimiento y la vida examinada.

Obtenciones de la medida del lenguaje






Que rara es la politica, curiosa. Todas las cosas están llenas de dioses. Las religiones politeístas reconocen este pensamiento el cual podría incluirse dentro de un factor lógico, teogónico, teleológico para el nacimiento de los mitos, los cuales son el recurso de una explicación anticipada de las cosas que han sucedido en una civilización y de las que podrían suceder. La política usa el mito, por ello quizás las religiones se acusen unas a otras de meretrices si se les ven inmiscuidas en la promiscuidad de verdades que atrae la política (al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios). También y continuando (lógico, teogónico, teleológico), para la obtención de una fe que participa activamente en el nacimiento de lo imposible, de una co-respondencia con la realidad, con los actos y pensamientos de un pueblo; la fe es por tanto un modulo de acoplamiento con la realidad, un atraque de dos naves que parecieran ser de la misma naturaleza, pero que quizás jamás lo sean, ya que no hay instrumentos de medir que sean capaces de detectar una relación causal entre ambas partes. Una institución la de la religión o la política, o la de política-religion, elija usted, nos muestra las verdades, mientras que la institución de la fe las crea. Aunque hay que tener claro que, para identificar el verdadero conducto del “acto” de tener fe, se debe asumir que ésta escapa del lenguaje, de lo probable, de lo plausible y de lo especular. 

Las religiones forman parte activa de la sociedad del siglo XXI. Desde el primer ser primitivo que se atrevió a considerar sagrado un lugar, muy probablemente su hogar, muy probablemente con la invención de la agricultura, las religiones han participado en una disputa; una disputa de tierras, por lo tanto de población, por lo tanto de ideas (aunque no necesariamente en este orden), que han encontrado su campo de batalla en el arte, las ciencias, la filosofía, la técnica; esta última engloba todos los acercamientos por parte de los reinos y orquestadores del poder hacia la opinión pública, incluso antes de la imprenta (intelectualmente), hasta nuestra interacción con las inteligencias artificiales para la obtención de output a nuestras más íntimas preguntas.

Nuestras concepciones básicas del conocimiento y de la verdad son aprovechadas por quienes quieren usufructuar de la intimidad humana, pero esto es solamente una pretensión al hecho de que los individuos, los grupos y las poblaciones sean propensos a caer en esta usufructuación, la que es permanente dado que la ambición no espera por la pérdida de fuerza que esto conllevaría, si no fuera permanente el engaño no sería engañoso, cualidad inherente del mal, el cual gana (cuando gana) por abundancia, actuando “naturalmente” en un área que le pertenece a la naturaleza. La mentira misma es pretender que la naturaleza (que no es el estado natural) es nuestra víctima. En este proceso se han usado muchos dioses, los griegos, que permiten hoy por hoy utilizarlos de ejemplo sin que, quizás, nadie se dé por ofendido (Ares, Dionisio, Apolo, Hades, Hermes), han contribuido para darnos verdades que pueden ser usadas para el drama y la comedia aprovechando lo más sensible de ellos: sus creencias (φιλεῖν σοφία). Aunque puede que la Era posmoderna sea una de las Eras más monoteístas que hayan existido jamás, ya que vive por la invitación permanente a verdades y sentimientos cada vez más complejos (modernus: modo) que no se pueden definir, que no se pueden teologizar, ni argumentar, ni discutir, la Era de un solo dios, desconocido, ha llegado, y por tanto una Era en la que se profesa la no fe, o la fe desconocida. 

San Agustín, el seguidor de Platón por lo menos con el afán de conceptualizar los primeros esbozos de unas de las tantas miradas que generó el cristianismo primitivo (islam), decía algo brillante: “Si intellexeris, non est Deus” (si entiendes no es Dios). Es por esto que el invierno de la religión puede estar anunciando nuevamente su primavera, lo que se creyó superado no lo ha sido ni por unos cuantos centímetros, dado que la esperanza de aquello que pasará mañana y no hoy, posmodernidad, ha sido mantenida bajo respiradores artificiales por décadas; lo curioso es pensar que esta sociedad a aprendido a sentir que se debe tener esperanza para tener esperanza, o deuda para la deuda, o un poco de fe para la Fe. El hecho de que todo no esté aquí (de facto) es uno de los factores dominantes de la intuición que se agudiza con el deseo que es el sentir del mañana. Pensadores como Spinoza han teorizado sobre su opuesto, una realidad inmanente que podría llegar a ser solipsista si se le ve con el lente de nuestros días, el lente del engranaje-sujeto que hace funcionar todo en esta sociedad, modo (posmodernidad) de ver sobre el cual y en general da lo mismo, el fin es hacer que la maquina funcione, para eso tienen el lenguaje. Ojo con su Leviatán. 

A estas alturas se puede afirmar que el mal es inmanente pero que su actuar es como si éste trascendiese. El lenguaje y la mente misma no pueden entender lo trascendente, solo pueden creer en él como un método para construir e incluso deconstruir las palabras, filosofar y, ser engañados; todo lo construido necesariamente debe entrar a un sistema inmanente para poder comunicarse, lo que involucra que quién trascienda, el iluminado, el visionario, el santo, sea el ser más solitario de todos o el más manipulador. El marketing es trascendentalista porque la religión ha sido la institución más esperanzadora de la historia, y consecuentemente quien más señala los deseos. El paraíso debe ser necesariamente no definido.
 
¿Es por tanto dios o los dioses un imposible? Sí, porque lo imposible es una de las palabras más cercanas que habría para aquello que nos da la libertad por completo, o en palabras judaicas, un libre albedrío. Si un trueno es un dios, es un dios sólo y mientras esté delante nuestro.

Sería bueno preguntarse qué mito inventaremos para el nacimiento del dios de nuestra fe.
 Descartes anunció que dudaría de todo, pero no podía dudar del imposible de su yo, es por ello que la fe no coincide. Es la oveja negra, una apátrida, una intocable, sólo puede ser vista a lo lejos en los terrenos conceptuales. Se le trata de hacer partícipe de lo inmanente, aunque pertenezca a lo trascendente, es un fantasma del lenguaje, sobre el cual penan día y noche los vigilantes. Lo difícil es visualizar quien es un solitario en este juego o un manipulador, dado que el individuo de este siglo es el más solitario de los manipuladores y viceversa.
Dios nos dió lo que el César nos quitó.

De la estructura de la tragedia

 

Tragedia Antigona




Dice Hegel en su Estética que “los hombres pueden llegar a sentir terror ante el poder de lo infinito y lo absoluto”. Y sin embargo, a lo que realmente “deberían temer no es al poder material y su opresión, sino al poder moral, que es un destino de su razón libre y, al mismo tiempo, el eterno e inviolable poder que levanta en contra suya cuando se vuelve contra ella”. Tragedia es palabra griega que traduce “canto del macho cabrío” -de trágos o carnero y odé o canto. Hace alusión al canto que los atenienses entonaban en las festividades en honor a Dioniso, el hijo de Zeus, Dios de la vendimia, el éxtasis y el teatro, en virtud de su capacidad para liberar a los hombres de su ser normal y conducirlos a la condición de catarsis o purificación, dado que resulta ser el intermediador por excelencia entre lo vivo y lo muerto. El canto en su honor conduce, pues, al drama terrible, decisivo y siempre funesto. Aristóteles, en su Poética, lo define como una “acción elevada y completa” que, “moviendo a compasión y a temor, produce en el espectador la purificación de los estados emotivos”. La tragedia conduce a la muerte, cuando no al exilio o a la ruina económica, moral o física de los personajes que la representan. Y es que hay, en efecto, muchos modos de morir. “Es preferible la muerte”, afirmó Carlos Andrés Pérez, al enterarse de la artera sentencia del entonces Tribunal Supremo que lo apartara definitivamente de la Presidencia de la República. Y, como ya se sabe, de aquellas aguas provienen estos lodos.

Inserta en el círculo del poder, la tragedia determina e impone su sino por encima de la voluntad, de las inclinaciones y de los afectos, haciendo de lo divino algo profano. Su detonante es la hybris, el orgullo insolente, el celo ardiente de las pasiones, de los intereses o de las ambiciones desbordadas: “sustancia eterna, cuyos lados, a la vez particulares y generales, constituyen los grandes móviles de la actividad verdaderamente humana”. No hay sive, inclusión, que se reconozca. Se impone la perentoriedad del aut, de lo que excluye: o esto o aquello, o lo uno o lo otro. No hay salida. Ante la proximidad de la inminente colisión, dos tendencias, dos inclinaciones, dos posiciones irreconciliables, en fin, la escogencia de una de dos decisiones recíprocamente contrarias que se autoconciben como la única realidad y verdad, arrastran al héroe de la terrible trama por el no menos terrible fatum hacia el conflicto final y la inminente derrota: “Alea iacta est”. 

Cada quien se labra su propio destino. De ahí que Hegel distinga entre el Schiksal y la Bestimmung. No importa cuál sea la estrategia o la decisión final: ya es tarde, y ya el fin, bajo las últimas luces del ocaso, ronda sombrío hasta penetrar lo que aún queda de humanidad en esa -aquí- estatua de yeso, atravesándola hasta tocar el fondo de sus -ahora- pírricas entrañas vitales de poder. Llega el momento de hamartia, la hora del tiro errado, el momento de asumir las consecuencias del error fatal, de las pecaminosas fallas cometidas por el llamado “héroe trágico”. Ya no hay forma de corregirlo. Nada más queda por hacer. Tampoco importa si la ofensa infligida se ha cometido por crasa ignorancia o por mera premeditación, siguiendo el plan trazado e impuesto por el cartel gansteril. Ni si se trata de Edipo, de Antígona o de lo que todavía resta de humanidad en un desproporcionado banano. A fin de cuentas, y como dice Vico, la era de los héroes es la era de la barbarie. El momento de convocar la elección marcó el destino del régimen.  

Los triunfos pírricos suelen obtenerse con más daño para el vencedor que para el vencido. ¡Oh, mala hora en la que ganar significa perder! La tragedia se caracteriza por no presentar salida alguna. No hay resolución ante la inminente desgracia. ¿Acaso pasarse el resto de los días en una prisión de máxima seguridad no es también una forma de morir? Y esa es, justamente, la actual condición de todo régimen que ha hecho del crimen, bajo todas sus expresiones, su medio y su fin. Gane o pierda. No hay más juego para las 'mediciones' ni las “tendencias” ni la “intención de voto”. A modo de paréntesis, conviene decir que ya no hay lugar para los oráculos ni para los “expertos” nano-teólogos ni para los “instrumentos metodológicos” de una ratio técnica que carece de todo concepto y de toda formación histórica y cultural. Formas huecas, vaciadas del más escueto contenido. Láminas de cartón graficadas ante las cuales las parcas sonríen, no sin cierta pena ajena. El desprecio por la Wirklichkeit, por la realidad efectiva, y su sustitución por las fórmulas, las “tendencias” y los debería de los divinari, muestra la precariedad de un entendimiento abstracto que ha terminado por transmutar las “tortas” de sus gráficas en una gran torta empírica, bajo sospecha de lucro. Los deseos, como dice el adagio popular, no “empreñan”. Tampoco la subestimación de la fantasía concreta tejida en red y devenida voluntad general.

La más grande tragedia del mundo antiguo, la Antígona de Sófocles, narra la historia de Eteocles, quien decide quedarse en el poder a pesar de haber culminado su período, lo que desencadena la guerra. Su hermano, Polinices, arma un ejército en Argos y regresa para reclamar el trono de Tebas. La guerra concluye con la muerte en combate de los dos hermanos, tal como lo habían anunciado no las encuestas sino las profecías. Muertos los hermanos, Creonte asume el poder y decreta que Polinices, por haber atacado a la ciudad, no debe recibir digna sepultura y su cuerpo deberá permanecer en la arena para ser devorado por los cuervos y los perros. Por esa razón, Antígona, hermana de ambos contendores, decide enterrar a su hermano y darle los correspondientes honores fúnebres. Pero su desobediencia la lleva a “la tumba”, para ser sepultada en vida. Antígona decide quitarse la vida. Su prometido, Hemón, hijo del rey Creonte, intenta matar a su padre sin conseguirlo, por lo cual, y en medio de su dolor varonil, se quita la vida. Aún sin saber que su hijo ha muerto en los brazos de Antígona, la madre de Hemón, Eurídice, se suicida ante el dolor causado por la desventura. Finalmente, Creonte, víctima de su propia desdicha, se da cuenta de su harmatia, al haber querido mantener el poder por encima de todo y de todos, enfrentando las leyes del Estado y el Ethos de la ciudad. De nuevo, las formas y los contenidos se han escindido y el desgarramiento abre las oscuras fauces de Cronos. La historia se traga a sus hijos. Las llamadas revoluciones son su viva imagen. No pudiendo renunciar ni a su vanidad ni a sus compromisos, se ve condenado a la ruina, obligado a resignarse, como puede, al cumplimiento de su destino. La tragedia, como dice Hegel, “no arraiga en las personas sino como consecuencia de sus propias acciones, a la vez legítimas y hechas culpables por su colisión, acciones de las que ellos mismos tienen un perfecto conocimiento y arrastran la responsabilidad”. Una vez más, Alea iacta est.  

   




José Rafael Herrera

@jrherreraucv



El sentido del sujeto en un sonriente

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Se sabe muy poco de la vida de Demócrito, pero se puede llegar a ella por medio de quienes lo mencionaron; los que, en mayor parte, fueron fragmentos o menciones breves de obras más extensas, llegan a nuestros días  pocas evidencias de su pensamiento; dado que la mayoría de los escritos originales de Demócrito se perdieron, solamente se puede confiar en la fiabilidad de esas pocas fuentes, tales como: Diógenes Laercio, Plutarco, Aristóteles, Epicuro y Teofastro.

 

Se cree que nació en Abdera, una ciudad griega en Tracia alrededor del año 460 ac. Su familia era acomodada y tenía relaciones comerciales, lo que le permitió recibir una educación completa. Viajó mucho por el mundo antiguo, visitando Egipto, Persia, India y Babilonia. Se cuenta que aprendió de los sabios y filósofos de las diferentes culturas que visitó, también que tuvo una importante amistad con el matemático y filósofo Pitágoras, aunque existan historiadores que crean que nunca se hayan conocido directamente. 


Demócrito es conocido por desarrollar una teoría sobre los átomos, los cuales, afirmaba, componían absolutamente todo en el universo. Según esto, los átomos serían eternos e indestructibles, moviéndose constantemente por el espacio vacío. Éstos, serían los bloques fundamentales de la materia, los que, al chocar entre sí formaban los diferentes elementos y objetos. Pero, ¿hasta qué punto podían dos objetos interactuar y dejar de ser una relación netamente determinista? En otras palabras, ¿qué complejidad objetiva crea el azar y qué complejidad objetiva crea la determinación? Estas preguntas surgen de las creencias de Demócrito en ambas realidades; probabilidad y determinación, en una misma filosofía.


Demócrito creía que el azar es un factor importante para la fundación del mundo y los eventos que ocurren en él, pero igualmente, que los sujetos podían responder a este azar a través de su libertad y su autodeterminación, aunque sin ignorar que las acciones humanas son influenciadas por factores más allá de su control. En este sentido, el pensamiento de Aristóteles (disculpando la torpeza con la que entro en él), era un poco más primitivo, dado que él pensaba que la materia se componía primariamente por cuatro elementos (tierra, aire, agua, fuego), argumentando que la materia no podía ser dividida indefinidamente en partículas más pequeñas. Aristóteles también rechazó la teoría de Demócrito sobre el azar y el determinismo, alegando que el mundo no podía estar plenamente regido por la probabilidad y la causalidad, sino que seguía un orden y propósitos divinos. Con estas argumentaciones, Aristóteles tildó a Demócrito como un filósofo que se limitaba solamente a la observación empírica. Es digno de resaltar que Aristóteles se refería a la observación como un ejercicio especular, y no como se le puede ver hoy más generalmente, en cualquier debate rápido.  


Se decía que Demócrito veía la vida como una comedia, por ello en las obras de arte donde se le ha caracterizado se le suele representar sonriendo. Se dice que solía reírse al observar el comportamiento de las personas y del mundo en general. Por ello, en el arte se le muestra con una visión optimista y despreocupada del mundo. Comedia, tragedia, dependían de la perspectiva y de cómo ellas se inmiscuían en todo; como la propia filosofía democritoína, que se dedicaba a ejercer la filosofía desde su ambivalencia y de la hipotética “tercera apertura”, la que será quizás la única solución de este dualismo en este pensador griego.   


Supongo que muchos se preguntarán cómo se fusiona el azar con el determinismo, ya que a simple vista son ideas que pueden presentarse como contradictorias, pero algunos filósofos sostienen que ambos conceptos pueden coexistir en la misma realidad. Por ejemplo, hay muchos eventos que son imprevisibles, pero hay otros que se rigen por leyes y patrones deterministas, esto es, y llevado a nuestros tiempos, las mismas leyes económicas, y el eterno debate de si son una disciplina científica o más bien filosófica; lo que depende, en tanto y en cuando lo azaroso no sea dominado por el determinismo de los estados, de las empresas, de los conflictos y/o de las fechas, las que intervienen muy convenientemente sobre el disminuido azar de estos parámetros. Con este pequeño ejemplo se puede argumentar que la vida es una combinación de sucesos aleatorios y determinados por elementos en cualquiera de las dos partes, cuyos poderes escapan de nuestro control. Pero si esto es así: El dios azar y El dios determinista, ¿Qué le daría verdadero significado a la palabra libertad en nuestras vidas? Si somos gobernados por estos dos casos de "caos” que interactúan y se fusionan, ¿cuál es el espacio que nos queda? ¿Dónde se desarrolla la libertad? Quizás la respuesta a estas preguntas sea la justificación de su misma existencia. 

 

El nacimiento del sujeto sería aquel suceso que vendría a quebrar esta imposibilidad, es decir, el sujeto vendría a ser la prueba empírica de que coexisten estos dos paradigmas: el azar y el determinismo, pero también la tragedia y la comedia, y, dentro de todo, lo contrastable; ya que el ser humano, como fin último, sería indivisible para poder atrapar y reflectar estos dos sentidos. Así como el átomo, sería el sujeto en el mundo de las ideas indivisible y, como el átomo, una misma idea a ojos de Demócrito. Esto resuena mucho con la propuesta estoica de que no podemos elegir nuestras circunstancias, pero sí la manera y la actitud con la que las enfrentamos. El objeto puede ser entonces lo divisible hasta el átomo, mas el sujeto es lo indivisible por antonomasia; es más, aquello que une lo divisible hasta la más ínfima medula de la realidad.


 Conocer, sería aceptar esta capacidad tan humana como divina y entender esta contradicción; mientras la libertad sería ese hilo conductor que es capaz de cambiar de una pasada y por completo nuestra historia.

Como dijo Nietzsche: "En esta noche de excesos, esta noche dionisiaca, sé tú, sé una fuerza mágica en la encrucijada de los sentidos, y sé el sentido mismo de este encuentro extraño".




Lévinas contra Heidegger

 

Emmanuel Lévinas fue un filósofo lituano-francés del siglo XX conocido por sus contribuciones significativas en el campo de la ética y la ontología. Su enfoque revolucionario y su pensamiento heterodoxo han influido en una variedad de disciplinas, incluyendo la filosofía, la teología, los estudios culturales y la ética aplicada. En este artículo, exploraremos los aspectos más importantes de la filosofía de Lévinas, desde sus conceptos clave hasta sus implicaciones éticas y ontológicas.

Levinas


 

 

Su trabajo no solamente fue conocido por el publico francés, sino que propuso las bases para un pensamiento más ético, porque pretende decir que gran parte de la tradición filosófica es violenta.

La filosofía de Lévinas puede entenderse mejor a través de algunos conceptos clave. En primer lugar, destaca su énfasis en el Otro. Lévinas sostiene que nuestra responsabilidad ética se basa en el encuentro con el Otro, un ser humano concreto y único. Este encuentro cara a cara nos confronta con la vulnerabilidad del Otro y nos incita a asumir una responsabilidad infinita hacia él. La ética levinasiana se basa en la idea de que debemos ir más allá de nuestras preocupaciones y deseos individuales y reconocer la humanidad del Otro. Esta responsabilidad infinita nos exige actuar altruistamente y priorizar el bienestar del Otro sobre el nuestro.

Además, el rostro del Otro desempeña un papel central en la filosofía de Lévinas. El rostro del Otro nos llama a la responsabilidad ética y nos compromete con una relación primera e inmediata que trasciende el conocimiento y la comprensión intelectual. Para esto, se debe dejar a un lado cualquier pretensión metafísica y comenzar a filosofar desde la ética, producto de la imposibilidad de la filosofía de dar herramientas serias en contra de los horrores de la primera mitad del siglo XX.

La ética levinasiana se opone a abordajes tradicionales basados en reglas, principios y consecuencialismo. Lévinas critica el "universalismo abstracto" que reduce a los individuos a conceptos generales y busca establecer normas éticas para todos por igual. En su lugar, defiende una ética de la responsabilidad singular, que se basa en la relación cara a cara con el Otro.

Lévinas argumenta que la justicia no es suficiente para abordar las necesidades del Otro, ya que la justicia trata a todos de manera igualitaria, sin tener en cuenta sus demandas individuales. Para él, la justicia debe estar supeditada a la ética y la responsabilidad infinita hacia el Otro. Por esto, la propuesta hermenéutica en Lévinas es vital para entender que se debe reinterpretar los textos desde lo no dicho, entender y buscar el otro lado del texto y de las mismas interpretaciones. Se abandona el esquema verdadero-falso, para buscar un marco de interpretaciones-significados.

Lévinas también realizó una fuerte crítica a la tradición filosófica occidental, especialmente a la ontología. Argumentó que la ontología tiende a primar el ser y la existencia individual, lo cual pasa por alto la relación fundamental con el Otro y su llamado ético. Rechazó el “giro ontológico” de Heidegger, argumentando que pensar en el Ser es pensar en lo idéntico, lo que excluye la diferencia, lo Otro.

Propuso una inversión en la jerarquía entre ética y ontología, argumentando que la ética debe tener prioridad sobre la búsqueda ontológica del sentido y la verdad. Para él, la responsabilidad hacia el Otro es el fundamento primordial de la existencia humana y de la propia moralidad.

En su libro, “De la evasión”, propone la idea de ir más allá de la identidad, de las rejas y prisiones que sujetan el Ser, dado que toda la filosofía anterior se preocupa de la identidad de las esencias, se debe comenzar a pensar en la alteridad. Cito: “El Otro no es otro con una alteridad relativa como en una comparación. La alteridad del Otro no depende de una cualidad que lo distinguiría del yo”.

Lo diferente del Otro no depende de que no sea como yo, dado que de esta forma se estaría entendiendo su diferencia desde nuestra identidad. Comparar, por tanto, implica acercarnos al Otro anulando su radical alteridad. Para comprender la radical alteridad se necesita dejar de compararla desde un marco individual, en otras palabras, la alteridad es constitutiva, el otro es otro, no la falta de nuestro yo. Es una presencia que desborda. Esto implica que nuestra relación con el Otro no puede ser cognoscitiva, ya que todo juicio erraría en su misión de capturar la infinitud del Otro. Lévinas diría: “El otro siempre nos desborda, siempre sobrepasa nuestros intentos de conocerlo. Para este filosofo la alteridad es radical e infinita.

El concepto de infinito de hecho, tiene que ver con el Otro, aunque no con el Otro en sí, sino con su encuentro, con el cara a cara que sería la parte visible de esta infinidad. Para él toda relación ética se reduce al cara a cara, por lo que el concepto de “encuentro” y el de “huella” imprimen la base más importante de su filosofía, puesto que el encuentro y la huella suponen este camino transitorio en donde se brinda la libertad, el fluir de la ética, el cara a cara que pretende solamente pasar. Como menciona, la huella es la ausencia de otra persona, por ello nos relacionamos la mayoría de las veces a través de las huellas, la huella es una ausencia presente, una ausencia que no se puede captar, el rostro del otro es una huella de su infinita alteridad y toda violencia un discurso identitario.

Se llega que la libertad es entonces una autentica responsabilidad porque se necesita un Otro que nos interpele, donde el centro no sea la libertad para actuar sino una responsabilidad absoluta por esta comunicación. El individuo no nace autosuficiente o pleno, sino que nace en una red de relaciones entramadas que le imposibilitan encerrarse, porque las aperturas son siempre a través de otro si quiere libertad.

La filosofía de Lévinas está fuertemente influenciada por su herencia judía. Él incorpora conceptos centrales del judaísmo, como la justicia y la responsabilidad. Lévinas sostiene que la ética y la responsabilidad infinita hacia el Otro tienen raíces en la ética judía y en la tradición profética que reclama justicia social y preocupación por los más vulnerables.

Lévinas ve la relación con el Otro como una experiencia religiosa. Considera que la ética es una forma de trascendencia que nos conecta con algo más allá de nosotros mismos, un llamado trascendente que nos convoca a una responsabilidad incondicional.

Las ideas de Lévinas han tenido un impacto significativo en una variedad de disciplinas y campos, como la ética aplicada, la teoría crítica, los estudios culturales y el pensamiento feminista. Su énfasis en la responsabilidad ética hacia el Otro ha influido en los debates sobre la justicia global, los derechos humanos y la violencia interpersonal.

Además, su crítica de la ontología y la primacía de la existencia individual ha estimulado la reflexión filosófica y el cuestionamiento de supuestos fundamentales en campos como la fenomenología y la teoría social.

En política se propone también la relación con un tercero aparte de la relación con un Otro, puesto que la relación con el Otro es una relación ética, la relación con un tercero es una relación política. Es por un tercero por el que se hacen las leyes, por lo que dice que no solamente somos hijos de la biblia sino también hijos de los griegos. Hay un tercero siempre imaginario que ya no se presenta cara a cara, pero que representa ese por quién cara a cara nos relacionamos.

Emmanuel Lévinas, con su enfoque en la ética del Otro, su crítica a la ontología y su incorporación de la herencia judía, ha dejado un legado duradero en el pensamiento filosófico. Mediante su énfasis en la responsabilidad infinita hacia el Otro, Lévinas nos desafía a reconsiderar nuestra relación con los demás y a actuar en consecuencia. Su impacto en la ética contemporánea y su enfoque en la responsabilidad ética radical continúan siendo temas de estudio e inspiración para pensadores en todo el mundo.

Rompió con Heidegger por su reclusión en los campos de concentración y por la orientación que tomó éste al tomar el rectorado de Friburgo el 21 de abril de 1933, en una Alemania que comenzaba a hervir con ideas supremacistas y desorientadoras.

Pensando junto a Avicena

 

Avicena pensando

El medico persa Avicena fue uno de los pensadores más influyentes en el mundo medieval. Su filosofía es neoplatónica porque plantea, desde las ideas, la defensa del conocimiento verdadero. Sugería que el verdadero conocimiento se adquiere mediante la razón y la contemplación. Para él la filosofía era la herramienta para obtener la verdad sobre el mundo y sobre la existencia.

Conoce y adapta las ideas de Platón y Aristóteles así como de filósofos islámicos anteriores como Al-Kindi quien tuvo una influencia fundamental en el desarrollo de la filosofía árabe durante el siglo IX. Sostenía que así como la fe es revelada la Razón también es revelada para complementarse en el terreno de los hechos y llevar a una comprensión más profunda de la verdad. 

Según Al-Kindi la fe proporciona la moral y la razón la reflexión sobre esta moral en todos los terrenos de la vida del hombre, ya que ahí donde puede entrar la fe, también puede y debe entrar la razón; ambas, razón y fe, crean la filosofía del individuo y se tornan fuentes para llegar a Dios. Fe y razón son ámbitos complementarios y parte del dialogo que debe existir dentro de las personas. Dios mismo es fuente de ambas y el resultado eterno de esta dialéctica. Mas esto no quiere decir que no existan verdades a las que no se puedan llegar, a esto Al-Kindi llamó misterios, y es ahí donde la fe proporciona el segundo aliento al esfuerzo autentico del pensar.

En su obra “Filosofía de los árabes”, propuso una revalorización de la filosofía griega haciendo una importante labor de traducción y estudios de sus filósofos, contribuyendo a preservar este conocimiento en el mundo árabe. Desde un plano completamente aristotélico defendió y preservó la idea de que la observación y la experimentación eran claves para conservar la ciencia y la filosofía, y que se podían alimentar mutuamente, dejando en los tres pilares de su teoría del conocimiento a la filosofía, a la ciencia y a la religión, aunque esta última con un nivel más importante para la dignidad humana. También propuso la existencia racional de Dios, obra en donde trato de demostrarla.

Al-Kindi propuso en el argumento cosmológico, que no todo en el universo puede ser contingente, o de lo contrario habría un regreso infinito a las causas, por lo que debía existir algo no contingente que sea la causa primordial. También propuso el diseño inteligente que le daba a lo que hoy llamamos fenómenos, una razón que no se remita netamente al proceso cíclico de causas y efectos, sino a la necesidad de una teleología que le diera un sentido último a las cosas, más allá del aparente absurdo que se presenta como un "todo" para el hombre.

La necesidad de la perfección también fue planteada y con ello la perfección de la existencia por sobre la no existencia y poder desarrollarse la esencia, por lo que toda existencia debía tener causa y fundamento; razonamiento que dio cabida a la idea del absurdo del infinito en la mente humana, por lo que la esencia de la perfección es la existencia y la esencia de la existencia la perfección, de la cual se logra ver una huella más orientalista sobre el universo. Existían los accidentes, pero estos eran parte de los seres contingentes que estaban atados a la causa y el efecto, pero en el fondo habitaba lo inmutable, aquella esencia a la que pertenecía la raíz inicial y de cuyas cosas no podían nombrar los pensamientos humanos.

Sobre la ética y la virtud dijo que debían ser una guía para las tomas de decisiones, el alcance de la significatividad, para encontrar nuestra esencia y por lo mismo nuestra conexión con Dios, para el desarrollo con y entre una comunidad que trasciende las divisiones culturales, étnicas y lingüísticas, porque trata, dentro de su fe y su razonamiento, de ser tan uno como el creador. La esencia de la ética es existir y la esencia de la existencia es la perfección.

La corte abasí ubicada en la ciudad de Bagdad fue un importante centro intelectual y cultural que proporcionaba patrocinio a la filosofía, la ciencia y las artes. Bajo su patrimonio se establecieron academias y bibliotecas que alentaban el estudio y la traducción de obras filosóficas y científicas griegas al árabe. Fue en este entorno en donde Al-Kindi tuvo acceso a obras tan importantes para desarrollar su filosofía fundamentada en el islam, del cual recibió apoyo y reconocimiento oficial a través de la corte abasí, lo que le permitió dedicar tiempo y recursos a sus investigaciones y estudios.

Otro pensador importante para Avicena fue Al-Ghazali, el cual cumplió una labor antagónica en su pensamiento. Filósofo y teólogo islámico, encontró letras para una muy variada cantidad de temas. Criticó el enfoque racionalista de su época, ya que consideraba que la razón humana tenía unas limitaciones que no le permitían conocer ni comprender los misterios de la existencia ni de la realidad, por lo que admitía que la fe y la revelación divina eran las únicas fuentes fiables para llegar al conocimiento y la verdad. Creía que la experiencia personal es clave para el crecimiento en absolutamente todo, como un modo superior de comprensión del mundo, del universo, de Dios y del propio ser. Por lo que la conectividad con lo superior era parte importantísima de su filosofía, en donde lo realmente importante eran los métodos para llegar a vincularse más con la palabra, con el símbolo, con la imagen que sólo podían ser resultado de esta relación.

Fue esta la base argumentativa que daba pie a sus estudios sobre la moral, los cuales debían ser orientados totalmente a mejorar la relación con Dios y con su revelación; la religiosidad, como el mayor bien que puede alcanzar el hombre era la consecuencia evidente de una especie de “mito” que alimentaba con justicia, buenas obras y respeto cualquier ámbito de cualquier comunidad correctamente formada. A la fe se llega por la razón, a Dios, pero una vez estando ahí, si se les conoció verdaderamente, no deberían existir los retrocesos, porque Dios es la mayor de las razones.  

En su obra maestra, “La incoherencia de los filósofos” o “El colapso de la filosofía racional”, Al-Ghazali trató mayormente de refutar las teorías racionalistas de su época, criticó el determinismo y las cadenas causales interminables, así como las matemáticas estaban basadas por el “mito del infinito”, también lo contingente tenía este aspecto; es evidentemente imposible concebir la libertad humana en una cadena determinista y con ello la responsabilidad de su voluntad.

Planteó una critica a la razón pura, ya que esta no podía llegar a ninguna verdad sin la fe, es decir, la fe debe ser practicada para alcanzar un conocimiento válido y revelador. Esto lo aborda en su obra maestra “La revivificación de las ciencias religiosas”, donde el conocimiento religioso, las practicas de adoración del islam, la purificación del corazón, la purificación espiritual y el control de los deseos son temas de columna de este libro para su propia fe.

Algunas de sus otras obras son: “El camino de los creyentes”, “la mecánica de los corazones”, “El abrevadero sagrado”. En estas obras prima el concepto de reflexión, se busca quizás enfrentar al hombre y todos sus parámetros con el propio camino, con el propio andar, con el propio aliento y con todo el conjunto para recibir el reflejo de algo cada vez más grande. ¿Remedios? Sí, nos regaló muchos, muy dignos de otra nota.

Los “físicos” y el caso Tales de Mileto

 

Filósofo Pitágoras


A la memoria de mi recordado amigo Mauricio Navia

 A los primeros filósofos de la Grecia clásica, se les conoce como los “físicos”. Y se presupone, con base en este término, que su primer interés fue por el estudio de la naturaleza, es decir, por la comprensión del origen del cosmos, del cual buscaban precisar el principio fundamental, unitario, que les permitiera dar cuenta de una explicación racional, lógica, capaz de trascender los viejos mitos y creencias que pregonaban los poetas. La fertil fantasía imagina a los antiguos sabios sentados en la blanca arena de las playas del Mediterráneo, contemplando, maravillados, los fenómenos que ofrece la vastedad del universo infinito, el ancho mar, el cielo estrellado, el fuego eterno que emana de la luz del sol o el resonar del soplido del viento. Así aparece el mito separado de la ciencia y los preceptos de la teología filosofante y de la metafísica distantes de la física. El muy moderno criterio de demarcación penetra lentamente, cual gas, a través de las diminutas fisuras de la imaginación hasta insuflarla, al punto de hacer estallar el idilio. Entonces, de pronto, los “físicos” abandonan las túnicas y las sandalias y se trastocan en ingenieros de batas largas y calzado florsheim, miembros de una corporación en el largo bucle de una productiva cadena de montaje. Como podrá apreciarse, bajo tales premisas, queda la convicción -más o menos consagrada por la fe- de que la historia de la humanidad puede cambiar sus circunstancias puntuales, pero, en lo esencial, las abstracciones propias del modo de producción de capital le son inherentes a la esencia humana, por lo menos desde los Picapiedra hasta los Supersónicos.

 En realidad, la cultura griega tiene sus inicios en la historia concebida a través del pensamiento, la cual tiene sus orígenes en el carácter estrictamente sustancialista característico de la civilización oriental que, como se sabe, parte de la indisoluble unidad de la naturaleza, dentro de la cual el espíritu se haya subsumido. Solo que, al llegar a Grecia, tal concepción de la unidad se ve radicalmente modificada. Para los antiguos griegos -convencidos defensores de la libre voluntad, a diferencia del punto de vista orientalista-, la naturaleza no mantiene un dominio absoluto sobre la espiritualidad humana sino que, más bien, ella está determinada por el espíritu. El espíritu, en efecto, penetra la naturaleza para conformar una unidad sustancial con ella y -siendo conciencia- la configura y se configura. Ya no se trata del totalitarismo oriental, cuya unidad cerrada, homogenea -que simboliza su modo de concebir el Estado-, anula toda posible diferencia. Pero tampoco se trata de la vacuidad, del abstracto subjetivismo y del formalismo instrumental, que ha terminado por convertirse en el pilar sobre el cual se ha construido la cultura moderna y, consecuentemente, la posmoderna. La Grecia clásica ocupa la bella compenetración entre dichos extremos: Physis sive Ethos. Es el centro de la belleza natural y espiritual a un tiempo. La Physis se espiritualiza. El Ethos se naturaliza. Por eso mismo, en Grecia ya no se puede hablar de la sustancia ni del espíritu como entes separados: el pueblo griego es la sustancia espiritual de la libertad, que es la base, el fundamento de sus costumbres, de su civilidad. Grecia es sinónimo de la alegría de todo lo que sea existencia. Es el principio del mundo del libre ser y del libre pensar. Por eso mismo, su muerte, el crepúsculo de la bella eticidad, dio lugar al nacimiento de la filosofía, porque la labor de la filosofía consiste en preguntarse por las causas que dieron origen a la crisis, al tiempo de reconstruir los principios fundamentales -precisamente, los orígenes- sobre los cuales cabe refundar la unidad perdida. “El búho de Minerva inicia su vuelo con el crepúsculo”. Por eso mismo, no hay filosofía sin historia ni historia sin filosofía.

 Ese fue el trabajo de los llamados filósofos “físicos”. Afirmación que, por cierto, no cabe en la comprensión de los manuales, diccionarios y breviarios de filosofía, como tampoco en la de unos cuantos intérpretes que conciben el estudio de la historia de la filosofía a través de los lentes del entendimiento abstracto, instalado como eje de la industria cultural. El caso de Tales de Mileto -el primero de los “físicos”- es, en este sentido, emblemático. De Tales se cuenta que un día, por estar mirando las estrellas y observándolas, cayó en una zanja. Los buenos ciudadanos, en su mayoría ignaros, se burlaban de él, afirmando que mal podía conocer el principio de las cosas quien no acertaba a ver por dónde pisaba. Los buenos ciudadanos tienen esta ventaja frente a los filósofos, quienes no pueden pagarles con la misma moneda. Sólo que ellos, los legos, nunca podrán caer en una zanja, porque nunca han podido salir de ella, ni mucho menos levantar la mirada para contemplear las estrellas.

 Así pues, con Tales tiene sus inicios la filosofía propiamente dicha, la ciencia de las primeras causas, entendienda por esta no solo la esencia o lo que hace que algo sea lo que es sino, conjuntamente, al bien común, que es la meta de toda realidad de verdad, de toda wirklichkeit. Para él, el agua es el principio de todas las cosas, motivo por el cual, principalmente, se le clasifica como “físico”. Y sin embargo, en Tales la referencia al agua, además de ser el elemento unitivo propio de la vida económica, social y política de los antiguos griegos, rodeados de agua por todas partes, se transforma en la forma general del ser social. Por eso mismo, no se trata de un elemento meramente sensible, sino más bien de un concepto general a partir del cual cobra conciencia el hecho de que la verdad, lo uno, es lo en y para sí mismo. Su gran labor consistió, precisamente, en la transformación de un elemento natural en una sustancia mediada por la subjetividad, en una fuerza general en movimiento, única -aunque, por supuesto, aún abstracta-, que logra superar con creces la fantasía de dioses mitológicos que nacen y perecen de continuo. Al igual que el resto de “los físicos”, Tales pone fin a las teogonías y su despliegue -como dice Hegel- de una “muchedumbre infinita de principios” que son, además, el reflejo de un mundo que había comenzado a perder su cohesión interior y había entrado irremediablemente en una crisis orgánica. El agua “física” deviene con Tales en pensamiento que contiene todo el resto de las cosas. Sólo la unidad es lo verdaderamente real. Es la sustancia que se determina como principio de la realidad, el principio absoluto como unidad del ser social y de la conciencia social.

 El gran peligro, la amenaza concreta que anuncia, cada vez con mayor fuerza, la llegada definitiva del ocaso occidental, no proviene directamente de oriente, sino de la cómoda sustitución de la capacidad de pensar, es decir, del pensamiento en sentido enfático, por formas instrumentales, “facilitadoras” del conocimiento que, en el fondo, subestiman las potencialidades de la sociedad civil y que, una vez automatizada, la condenan a subsistir presa en el callejón de las neurósis de la heteronomía. El problema no consiste en haber convertido al primer filósofo de Occidente en un “físico”, en un especialista en la observación de la naturaleza, sino, más bien, en haber presupuesto y separado -cosas del “criterio de demarcación”- el estudio del cosmos y el de la polis, como si para los ciudadanos de la antigua Grecia el orden y la conexión del cosmos no fuese identico al orden y la conexión de la polis. Explicar el Arché, la causa, el origen de la naturaleza, es explicar el origen de la vida ciudadana, y recíprocamente. Por eso el “físico” Tales de Mileto no solo fue un importante asesor político sino que, además, participó como estratega en batallas, en una época de grandes dificultades para la naciente cultura occidental. La pusilanimidad que caracteriza a la ratio instrumental termina en la conmemoración de sociedades que lloran la memoria de sus déspotas criminales, llegando al paroxismo de extrañar al responsable de sus peores desgracias.


José Rafael Herrera

@jrherreraucv

Grecia, siempre de nuevo


A mis queridos colegas del Instituto de Filosofía y Teoría Política
del CEDES y del Doctorado Internacional de Filosofía de la ULA

Filosofía griega perfecta




 El circuito dentro del cual la antigua sociedad de la Grecia clásica llevó adelante el quehacer metafísico, es decir, el oficio de pensar, era infinitamente más pequeño que el del presente. De hecho, comportaba una circunferencia cerrada, o más bien un ovo -al decir de Peter Gabriel-, que constituía la esencia trascendental de sus vidas. Una esencia que, para la sociedad contemporánea, hace mucho tiempo que se fracturó, hasta alcanzar su nuclear estallido en incontables fragmentos. No obstante, toda pretensión de querer retornar sin más a aquella unidad primigenia, originaria de la cultura occidental, redunda en la banalidad y haría imposible la respiración del espíritu en acto. Por más que insista la nostalgia, el regressus, mecánicamente concebido, resulta anti-histórico, reaccionario. Lo cierto es que un abismo separa el ser -“puro ser”- del acto cognitivo y el acto cognitivo de la acción, la voluntad del destino previsible y “seguro”. Toda sustancialidad se ha desvanecido en la reflexión del entendimiento, conduciéndola al otro lado del abismo. La sustancialidad de la sociedad posmoderna es la forma vaciada de contenido. El desgarramiento ha traspasado los cimientos del sentido de la realidad de verdad, para dar cabida a una existencia de ficciones, condenada al tedio de una repetición sin fin, marcada por la mala infinitud.

 Que Pericles haya presidido la Polis ateniense y que Maduro mantenga la tiranía sobre una Venezuela desecha, da la pauta del significado de lo que aquí se ha llamado abismo. Ciertamente, la Grecia clásica fue el núcleo, la semilla, donde se formó la Libertad. Por eso afirmaba Hegel que “entre los griegos nos sentimos como en nuestra propia casa, pues estamos en el terreno del espíritu”, porque Grecia es, además, “la madre de la filosofía, esto es, de la conciencia de que lo ético y lo jurídico se revelan en el mundo de lo divino, de que también el mundo tiene validez”. Y, en efecto, fue en Grecia donde por primera vez el espíritu se da a sí mismo el contenido de la voluntad y del saber. Por eso coinciden las formas del Estado con los intereses de sus ciudadanos, porque para ellos Estado, derecho, religión y familia representan cabalmente sus propios fines. La fértil plasticidad de la vida y de las formas griegas son la temprana y, quizá, la más pujante juventud de la civilización occidental, cuyo mayor legado es el arte en sus más diversas expresiones: las bellas letras, la música, las más diversas creaciones plásticas, la arquitectura, entre otras. Todas sustentadas en la fantasía concreta de su religión natural -como la llamaría Kant-, de la que irrumpe de continuo, potente, la fuerza del Ethos como premisa de su concepto de educación estética, sustentada en el Demos-krátos, esa aventura de vivir en Libertad.

 No es posible regresar a Grecia. Pero Grecia es una referencia ineludible. Es el sine qua non de la inteligencia contemporánea. Como dice Aristóteles, “las cosas se conocen por sus orígenes”. Las cosas no se reducen a sus fines, sino que se hallan en su desarrollo. Solo se puede hablar de resultado cuando se tiene conciencia del propio devenir. El comienzo del espíritu es, por cierto, el resultado de una larga y dolorosa transformación de múltiples configuraciones en el desarrollo de la cultura. Ese es “el calvario del espíritu”. Y la comprensión de cada nueva determinación, de cada nueva figura, no es posible si no se mira hacia atrás, si no se reconstruye el proceso, si no se tiene plena conciencia del punto de partida. El “lo lamento mucho” de Leónidas ante Jerjes, quien lo conminaba a arrodillarse ante él y someterse a su autoridad “divina”, contiene en sustancia no solo el nacimiento de Occidente, sino, con él, su principio supremo, precisamente, la Libertad. Un principio que la mitología griega supo poner en boca de Prometeo, encadenado a una roca por mandato de Zeus. Frente a las exhortaciones de Hermes, para que se inclinara ante Zeus y pidiera perdón por haberle llevado el fuego a los mortales, Prometeo exclama: “Has de saber que yo no cambiaría mi mísera suerte por tu servidumbre. Prefiero seguir a la roca encadenado antes de ser el fiel criado de Zeus”. Claro que es reaccionaria -e inútil, por demás- la pretensión de querer regresar a la Grecia clásica. Ese tipo de “retorno” a “las glorias del pasado” dio lugar -en el caso de Italia- al fascismo y -en el caso de Alemania- al nacional-socialismo. Pero los “retornos” son tan reaccionarios como lo es el perder el recuerdo de los orígenes, un recuerdo -el hilo de Ariadne- que impele a lo concreto pensado y a la consecuente lucha de la autoconsciencia por el aquí y ahora, lejos de dejarse cautivar por el canto de las sirenas del despotismo y la tiranía.

 Como afirma Lukács, “la perfecta eticidad del mundo griego es impensable para nosotros, dado el abismo insuperable que nos separa de él. Los griegos solo conocían respuestas, no preguntas, soluciones (aun cuando fueran enigmáticas), no misterios, formas, no caos. Trazaban el círculo creativo de las formas lejos de la paradoja, y todo lo que en nuestros tiempos de paradojas de seguro ha de conducirnos a la trivialidad, a ellos los llevaba a la perfección”. La dificultad -apunta Marx- “no consiste en comprender que el arte griego y la epopeya estén ligadas a ciertas formas de desarrollo social. La dificultad consiste en comprender que puedan aún proporcionarnos goces artísticos y valgan, en ciertos aspectos, como una norma y un modelo inalcanzables”. Toda crisis histórica encuentra las formas de su superación volviendo la mirada, con la debida atención, hacia las formas esenciales de la antigüedad clásica griega. Por cierto, su gran desempeño filosófico no surgió del hastío o de la ociosidad de unos “sabios” o de unos “físicos”, sino que fue justo en el momento en el cual comenzó a producirse la crisis del Ethos, la separación del individuo y del Estado. Ese es, por cierto, su oficio. Y, desde entonces, Occidente se ha construido teniendo siempre presente el eidos de la unidad primigenia, de la Casa Grande. El Imperio romano, el Renacimiento, la revolución francesa, la filosofía clásica alemana, las guerras de independencia americanas, entre muchos otros escenarios históricos. Aquiles y Alejandro -para no hablar de Ulises, fundador de la ratio instrumental- han sido, y seguirán siendo, el alfa y el omega de Occidente, sus referencias inmortales. No es cosa del azar que en Venezuela se fundara un estado Nueva Esparta o uno Amazonas, o que en algún momento Zaraza fuera considerada como “la Atenas del llano”.

 La “infancia histórica de la humanidad”, en el “momento más bello de su desarrollo”, ejerce un “encanto eterno”, un modelo, una referencia ineludible y continua que, si bien “no podrá volver jamás”, compromete y motiva a todo el espíritu de un pueblo que busca romper las cadenas de la tiranía. Valdría la pena preguntarse si quienes conforman la dirigencia de la autodenominada “oposición” tendrán alguna representación, por más vaga que sea, de esta inagotable fuente de ideas y valores.


José Rafael Herrera
@jrherreraucv

Heráclito volumen II: Los contrarios, el fuego y el alma.




Hoy seguimos con el apasionante e hipnótico presocrático del cambio: Heráclito de Efeso (VI a.c. – V a.c.). Este es el segundo artículo que dedico a su filosofía ya que su doctrina es como un poliedro de diversas caras que no se puede abarcar con un solo vistazo. 

Anteriormente vimos los apartados del cambio y del logos y ahora nos ocuparemos de la teoría de los contrarios, del fuego y del alma. Todo ello condimentado con algunos fragmentos que se conservan de su obra. Nada como acercarse a un autor de forma cercana y sencilla lejos de esnobismos a los que por desgracia tienden algunos escritos filosóficos. 
¡Sin más prolegómenos vamos al lío!

LA TEORÍA DE LOS CONTRARIOS


La unidad de los opuestos es un tema ya manoseado antes de la aparición de la filosofías en Grecia y es que por aquel entonces ya se coqueteaba con la idea de que los opuestos constituían el mundo. Heráclito sigue esta idea defendiendo que la fricción que genera dicha oposición desemboca en un acto dialéctico que les proporciona unidad y cambio (¡Toma!, ¡Toma!, ¡Qué la dialéctica existía antes de Hegel!). 

Entender la doctrina de los opuestos es clave para entender la filosofía de Heráclito y por ello no hemos de caer en el error de pensar que los opuestos son la misma cosa, es decir oscuridad y claridad no son lo mismo pero sí que son interdependientes, la noche no puede existir sin el día. La lucha entre los opuestos genera una harmonía cósmica reflejada en la naturaleza y por ende en los seres humanos. Como buen filósofo, Heráclito era un friki de conceptualizar y clasificar, por ello, nos da ejemplos claros de esta unión de los opuestos, agrupándolos de varias maneras:

1) Opuestos que se encuentran en una misma cosa.

Fragmento 33

“Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo”
En este fragmento vemos como los contrarios arriba y abajo dan lugar a un camino con dos direcciones. De la misma manera que el día y la noche conforman un mismo cielo.

2) Opuestos procedentes de los diferentes puntos de vista al observar un mismo elemento.

Fragmento 35 

“Mar: agua la más pura y la más impura: para los peces potable y salvadora; para los hombres impotable y mortal”
El  mundo está plagado de opuestos que se engendran por diferentes perspectivas. El mismo lodazal es sucio para las personas y un paraíso para los cerdos. Como decía mi abuelo: Para gustos colores.

3) Otro grupo de contrarios son aquellos que se transforman mutuamente el uno en el otro y el otro en el uno, como muerte-vida o despierto-dormido o joven-viejo. Son contrarios mutables, convertibles. Son capaces de cambiar su estado. Los transformes de la naturaleza.

Fragmento 44

“Como a una misma cosa se da en nosotros vivo y muerto, despierto y dormido, joven y viejo. Pues lo uno, convertido, es lo otro, y lo otro convertido, es lo uno a su vez”

Heráclito con su teoría de los contrarios da salida a un problema filosófico de gran calibre discutido en la antigüedad y es el problema de la unida y la multiplicidad. De cómo lo uno se puede transformar en muchos. En este caso lo uno está se mantiene tensionado por los opuestos (múltiples).

EL FUEGO


El fuego es un elemento interesantísimo y controvertido a más no poder en la filosofía del de Efeso. El fuego representa el orden material del mundo que siempre ha sido, es y será. Dicho fuego no es creación ni divina ni humana, es increado y no tiene ni principio ni fin, es eterno. Esta claro que ni hartas de vino podemos conocer que es eso de la eternidad, ya que des de nuestra finita vida, la concepción del tiempo que tenemos es lineal, con su principio y su fin.

Fragmento 51
“Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo Dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será; fuego siempre vivo, prendido según medida y apagado según medidas.”

Para captar el fuego de Heráclito nos hemos de imaginarnos una moneda con 2 caras: Por un lado está el fuego, que es el constituyente material del Universo y por el otro lado está el  Logos, que es el constituyente racional, algo así como las reglas del juego del Universo. Materia y razón, fuego y logos, en una misma moneda que es el Cosmos. Pero ¿Cómo el fuego que es un solo elemento da paso a la variedad de elementos que encontramos en el mundo? Heráclito nos dirá que este fuego fluctúa, se enciende y se apaga y así da lugar a diferentes transformaciones que se materializan en otros elementos. Siempre con la medida de la razón (las normas del juego ya comentadas).

Este fuego se ha interpretado y se puede interpretar de dos maneras distintas (me encantan las peleas filosóficas): Como arjé, como constitutivo físico del que están hechas todas las cosas. Por ejemplo para Tales de Mileto el arjé es el agua. O de una manera más simbólica, también se puede entender el fuego como la representación del cambio constante de lo sensible, representación de un cambio que nunca cesa. Por ejemplo nuestro cuerpo des de que nace hasta que muere no para de cambiar. 

EL ALMA


La doctrina del alma está estrechamente ligada a la doctrina del fuego. El alma es del fuego, proviene del fuego y como este sufre sus transformaciones. Al venir del fuego el alma se apaga con el elemento líquido, por ello se debilita con los placeres alcohólicos, ya que la humedece. Una alma fuerte es para Heráclito una alma seca. Vamos que para Heráclito una persona que se quiera dedicar a la filosofía mejor que no se dedique a hincar el codo, pero digo yo también que a veces una copilla con moderación te libera la mente y te suelta la lengua.

El alma seca es el alma sabia. Por ello imagino que debió ser muy pero que muy duro para Heráclito sufrir una enfermedad llamada hidropesía que se caracteriza por grandes retenciones de líquido asociadas a otras enfermedades en el aparato digestivo, o en los riñones, o en otros órganos. Imagino que el filósofo lo interpretaría como símbolo de una alma menos sabia. 
Por otro lado se puede interpretar por sus escritos que el alma sobrevivía a la muerte del cuerpo.

Fragmento 74

“A los hombres, tras la muerte, les esperan cosas que ni esperan ni imaginan”

Esta alma que fluctúa como el fuego la hemos de mantener seca y sabia con la esperanza de un más allá inimaginable.

En conclusión, tras ver varias caras de la filosofía heraclitiana (logos, cambio, contrarios, fuego y alma) me da hasta pena acabar el escrito. Para mí es uno de esos autores que revisionas a lo largo de los años y cuya concepción va variando. Su filosofía del cambio me ha servido a nivel personal para sofocar alguna encrucijada filosófica en la que me he encontrado y por ello le guardo especial cariño. No descarto que tras unos meses y otra relectura estos dos artículos se conviertan en trilogía, o quien sabe quizás una saga, solo el tiempo lo dirá.