Seciones revista Microfilosofía

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Microfilosofía


Píldoras filosóficas breves que destilan citas y conceptos de libros clásicos y modernos, ofreciendo reflexiones accesibles sobre temas como la identidad, la libertad y la existencia en la vida contemporánea.  

Microensayo


Ensayos cortos que exploran ideas filosóficas con profundidad y claridad, abordando preguntas sobre el ser, la ética y la sociedad, ideales para quienes buscan análisis concisos pero impactantes.


Historia


Un recorrido por la evolución del pensamiento filosófico, desde los presocráticos hasta los contemporáneos, analizando cómo las ideas han moldeado culturas y épocas a lo largo del tiempo.


Política


Reflexiones sobre el poder, la justicia y la organización social, conectando teorías clásicas de filósofos como Platón y Hobbes con debates actuales sobre democracia, desigualdad y gobernanza.

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Una exploración de la mente y el comportamiento humano a través de la filosofía, abordando temas como el aprendizaje (según Deleuze), la percepción, el amor en la era del consumo, la psicopatía, la metacognición y la transformación personal mediante símbolos y deriva chamánica, con enfoques desde Averroes hasta Foucault y Erickson.

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Exploramos la filosofía de la ciencia a través de sus fundamentos y dilemas. Desde la metafísica de Aristóteles y el epicureismo del átomo, hasta el transhumanismo y la hermenéutica de Gadamer, analizamos debates como Heráclito vs. Platón sobre el universo, el problema mente-cuerpo de Descartes, y la verdad en Tomás de Aquino. Con reflexiones de Heidegger, Nietzsche, y Ortega y Gasset, conectamos ciencia, ideología (Marx) y vida moderna, abordando su impacto ético y social.

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Libro completo Ética de Spinoza

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¿En qué se parecen la Psicología y la Filosofía? Un Viaje a Través de la Mente y el Pensamiento

 

Mujer vestida con una túnica griega y otra con bata blanca conversan en un paisaje de la Antigua Grecia, con columnas clásicas al fondo, simbolizando la conexión entre Filosofía y Psicología.


Imagina que estás sentado en una plaza soleada, observando a la gente pasar, y te preguntas: ¿Qué nos hace pensar, sentir y actuar como lo hacemos? Esa curiosidad, tan humana, ha sido el motor de dos disciplinas que, aunque hoy parecen distintas, son como hermanas que crecieron juntas: la Psicología y la Filosofía. Una se sumerge en experimentos y datos, la otra se pierde en reflexiones profundas sobre la existencia. Pero, ¿en qué se parecen? En este artículo, exploraremos sus conexiones, viajando por la historia para descubrir cómo han colaborado, chocado y evolucionado juntas en su búsqueda por entender la mente y la vida humana.

1. Un Comienzo Compartido: Cuando la Psicología Era Filosofía

Imagina un mundo sin laboratorios, sin escáneres cerebrales, sin cuestionarios o tests psicológicos. Rebobinemos el tiempo hasta la Antigua Grecia, hace más de dos mil quinientos años, cuando las calles de Atenas vibraban con las voces de filósofos que se reunían en ágoras y academias para desentrañar los misterios de la existencia. En esa época, no había una disciplina llamada Psicología. Las preguntas que hoy asociamos con ella —qué es la mente, cómo sentimos, por qué recordamos o cómo percibimos el mundo— eran el terreno exclusivo de los filósofos, esos incansables buscadores de la verdad que se valían de la reflexión y el diálogo para explorar la esencia humana.

Uno de los gigantes de este período fue Aristóteles, un pensador cuya curiosidad abarcaba desde las estrellas hasta el alma. En su obra Peri Psyche (Sobre el Alma), escrita alrededor del 350 a.C., Aristóteles se sumergió en cuestiones que hoy consideraríamos psicológicas: ¿Cómo funcionan los sentidos? ¿Qué nos permite recordar experiencias pasadas? ¿De dónde vienen las emociones que nos sacuden, como la alegría o el miedo? Para él, el alma no era solo un espíritu místico, sino la fuerza vital que anima a los seres vivos, la chispa que nos permite pensar, sentir y actuar. Sus ideas, profundas y sistemáticas, fueron un primer intento de mapear la mente humana sin las herramientas de la ciencia moderna.

El término "psicología" mismo nos da una pista de esta conexión ancestral. Proviene de las palabras griegas psyché, que significa "alma" o "mente", y logos, que se traduce como "estudio" o "razón". Así, la Psicología, en su origen, era literalmente el "estudio del alma", un proyecto que los filósofos abrazaron con pasión. Antes de Aristóteles, Platón, su maestro, ya había reflexionado sobre la mente, imaginándola como un auriga que lucha por controlar dos caballos: uno, la razón, noble y disciplinado; el otro, las pasiones, salvaje e impredecible. Esta metáfora poética intentaba explicar los conflictos internos que todos sentimos, un tema que siglos después los psicólogos retomarían.

Este enfoque filosófico continuó durante siglos. En la Edad Media, pensadores como Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, tomaron las ideas de Aristóteles y las fusionaron con la teología cristiana. Para Aquino, el alma era la esencia inmortal del ser humano, pero también la raíz de nuestras capacidades intelectuales y emocionales. En el mundo islámico, filósofos como Avicena (Ibn Sina), en los siglos X y XI, exploraron la relación entre el cuerpo y la mente, proponiendo que el alma actúa como un puente entre lo físico y lo espiritual. Sin instrumentos científicos como microscopios o escáneres, estos pensadores se valían de la observación cotidiana, la lógica y la especulación para construir teorías que, aunque no eran comprobables, sentaron las bases de lo que más tarde se transformaría en Psicología.

El panorama comenzó a cambiar en los siglos XVII y XVIII, durante la Ilustración, cuando la razón y el método científico ganaron terreno. Filósofos como John Locke y David Hume empezaron a preguntarse cómo las experiencias moldean nuestra mente, sugiriendo que las ideas no son innatas, sino que provienen de lo que vemos, oímos y sentimos. Estas reflexiones fueron un puente hacia el gran salto del siglo XIX. En 1879, un hito marcó la historia: Wilhelm Wundt, un alemán con una mente inquieta, fundó el primer laboratorio de Psicología experimental en Leipzig, Alemania. Fue un momento revolucionario. La Psicología, que durante milenios había sido una hija de la Filosofía, comenzó a dar sus primeros pasos sola, como una joven que deja el hogar familiar para explorar el mundo con una nueva herramienta: la ciencia.

Wundt y sus seguidores querían medir, observar y experimentar. Estudiaban cómo reaccionamos a sonidos, luces o tiempos, intentando descomponer la mente en sus partes más básicas. Pero, aunque la Psicología se vistió con el traje de la ciencia, nunca cortó del todo el cordón umbilical con la Filosofía. Las preguntas profundas que los griegos, los medievales y los ilustrados habían planteado —qué es la conciencia, cómo conocemos la realidad, qué nos hace humanos— seguían resonando en los laboratorios. Incluso hoy, cuando un psicólogo estudia la memoria o las emociones, está, sin saberlo, dialogando con Aristóteles, Platón y Aquino. Este comienzo compartido nos recuerda que la Psicología y la Filosofía, lejos de ser extrañas, son compañeras de un viaje milenario para descifrar el enigma del alma humana.

2. Preguntas que las Unen: El Misterio de la Mente Humana

Cierra los ojos por un momento y piensa en las preguntas que han intrigado a la humanidad desde siempre: ¿Qué es la conciencia, ese destello que nos hace sentir vivos y conscientes de nosotros mismos? ¿Cómo sabemos lo que sabemos, cómo distinguimos la verdad de la ilusión? ¿Por qué actuamos como lo hacemos, a veces guiados por la lógica y otras por impulsos que apenas entendemos? Estas incógnitas, tan profundas como el universo mismo, son el terreno común donde la Filosofía y la Psicología se encuentran, como dos amigos que se sientan a charlar sobre el mismo enigma, pero cada uno con su propia perspectiva, su propio estilo. La Filosofía se lanza a la aventura con la lógica y la reflexión, tejiendo ideas como hilos de un tapiz; la Psicología, en cambio, se equipa con experimentos, encuestas y observaciones, buscando pistas concretas en el comportamiento humano.

Viajemos primero a la Antigüedad, a la Grecia de hace más de dos mil años, donde los filósofos fueron los pioneros en explorar estos misterios. Platón, uno de los primeros grandes soñadores del pensamiento, imaginó la mente como un auriga, un conductor valiente que lucha por guiar un carruaje tirado por dos caballos opuestos: uno, la razón, noble, calmado y obediente, siempre buscando el camino recto; el otro, las pasiones, salvaje, indomable, tirando hacia el caos. Esta imagen poética, que aparece en su diálogo Fedro, capturaba la lucha interna que todos sentimos: el deseo de actuar con sensatez frente a las tormentas de la ira, el miedo o el amor. Su alumno, Aristóteles, tomó un enfoque más terrenal. En obras como Sobre el Alma, se preguntó cómo los sentidos —vista, oído, tacto— nos conectan con el mundo. Para él, la mente era como un lienzo que se llena con las pinceladas de la experiencia, una idea que siglos después inspiraría a psicólogos a estudiar cómo aprendemos y percibimos.

Saltemos a la Edad Media, un tiempo de castillos, monasterios y un fervor por unir fe y razón. En el mundo islámico, el filósofo y médico Avicena (Ibn Sina), en los siglos X y XI, se sumergió en la relación entre el cuerpo y el alma. En su obra El libro de la curación, propuso que el alma es una entidad distinta, pero que trabaja en armonía con el cuerpo, como un músico que toca un instrumento. Sus reflexiones, que mezclaban filosofía y observaciones tempranas de la medicina, influyeron tanto en el pensamiento europeo como en el islámico. En la Europa medieval, figuras como Santo Tomás de Aquino también exploraron estas ideas, adaptando a Aristóteles para preguntarse cómo la mente, el alma y el cuerpo se entrelazan en nuestra experiencia humana. Estas especulaciones, sin laboratorios ni datos, eran como faros en la oscuridad, iluminando caminos para las generaciones futuras.

Avancemos ahora a los siglos XVII y XVIII, la era de la Ilustración, cuando la razón brilló como nunca. Filósofos como John Locke argumentaron que la mente es una “tabla rasa” al nacer, un espacio en blanco que se llena con las experiencias de la vida. David Hume, con su aguda curiosidad, se preguntó si realmente podemos conocer algo con certeza, sugiriendo que nuestras creencias se basan más en hábitos que en verdades absolutas. Estas ideas plantaron semillas que florecieron en el siglo XIX, cuando la Psicología comenzó a caminar sola.

Llegamos al siglo XX, un tiempo de revoluciones científicas. Psicólogos como William James, a menudo llamado el “padre de la Psicología americana”, se sumergieron en la conciencia, describiéndola como un flujo constante, una corriente de pensamientos que nunca se detiene. En su libro Principios de Psicología (1890), James dialogaba con ideas filosóficas, preguntándose cómo experimentamos el mundo. Al mismo tiempo, Sigmund Freud, desde Viena, abrió la puerta al inconsciente, ese rincón oculto de la mente donde deseos, miedos y recuerdos reprimidos danzan en la sombra. Sus teorías, aunque controvertidas, bebían de las especulaciones filosóficas sobre la naturaleza humana, mostrando que el diálogo entre ambas disciplinas nunca se apagó.

Hoy, en el siglo XXI, la Psicología cognitiva y la Filosofía de la mente se dan la mano como nunca. Los psicólogos usan escáneres cerebrales, experimentos y modelos computacionales para rastrear cómo los pensamientos, las emociones y la memoria surgen de las redes de neuronas en nuestro cerebro. Mientras tanto, los filósofos de la mente, como Daniel Dennett o Patricia Churchland, toman estos datos y se preguntan: ¿Es la conciencia solo un producto del cerebro? ¿O hay algo más, algo que la ciencia no puede tocar? Aunque sus herramientas son distintas —la Psicología se apoya en lo medible, la Filosofía en lo pensable—, su meta es la misma: descifrar el misterio de quiénes somos, qué nos mueve y cómo entendemos el universo que nos rodea.

3. El Enigma Cuerpo-Mente: Un Puente Histórico

Imagina que estás frente a un rompecabezas eterno, uno que ha desconcertado a pensadores durante siglos: ¿Qué relación existe entre tu cuerpo, ese conjunto tangible de huesos, músculos y sangre, y tu mente, ese espacio elusivo donde nacen tus pensamientos, emociones y sueños? ¿Son lo mismo, una sola entidad inseparable, o son dos realidades distintas que de alguna manera coexisten? Este dilema, conocido como el problema cuerpo-mente, es uno de los debates más fascinantes y duraderos que une a la Filosofía y la Psicología, tejiendo un puente histórico entre la especulación de antaño y los descubrimientos científicos de hoy. A lo largo del tiempo, este enigma ha sido como una danza, un diálogo constante entre la reflexión profunda y la evidencia tangible, conectando a ambas disciplinas en su búsqueda por entender la esencia humana.

Retrocedamos al siglo XVII, una era de grandes revoluciones intelectuales, donde un filósofo francés, René Descartes, dio un paso audaz para abordar esta cuestión. En su obra Meditaciones Metafísicas (1641), Descartes propuso una idea radical y clara: el cuerpo y la mente son dos sustancias distintas. El cuerpo, decía, es físico, material, como una máquina compleja que sigue las leyes de la naturaleza; puedes tocarlo, medirlo, verlo. La mente, en cambio, es inmaterial, un “fantasma en la máquina”, un reino no físico donde residen el pensamiento, la conciencia y la voluntad. Este planteamiento, conocido como dualismo cartesiano, sugería que ambas interactúan de manera misteriosa, quizás en la glándula pineal del cerebro, según especuló Descartes. Aunque esta teoría fue polémica —y sigue siéndolo—, marcó una era. Planteó un rompecabezas que no solo desafió a los filósofos de su tiempo, sino que también dio a los futuros psicólogos una pregunta clave para investigar: ¿Cómo se conectan lo físico y lo mental?

El eco de Descartes resonó en los siglos siguientes. En el siglo XVIII, durante la Ilustración, una ola de pensadores llevó estas ideas más allá, preparando el terreno para la Psicología moderna. John Locke, un filósofo inglés, propuso en su Ensayo sobre el entendimiento humano (1690) que la mente es una “tabla rasa” al nacer, un lienzo en blanco que se llena con las pinceladas de la experiencia. Para Locke, todo lo que sabemos —ideas, emociones, creencias— viene de lo que percibimos a través de los sentidos del cuerpo. Su contemporáneo, el escocés David Hume, fue aún más lejos en su obra Tratado de la naturaleza humana (1739-1740). Hume argumentó que nuestra mente no es más que un flujo de impresiones y sensaciones, un teatro donde las experiencias del cuerpo se transforman en pensamientos. Estas ideas, que vinculaban lo físico con lo mental, fueron como un puente: inspiraron a los primeros psicólogos a preguntarse cómo las interacciones con el mundo moldean nuestra vida interior.

El siglo XIX trajo un cambio de marea. Con la Psicología emergiendo como disciplina científica, gracias a pioneros como Wilhelm Wundt, el enfoque comenzó a girar hacia lo medible. Luego, en el siglo XX, la revolución llegó de la mano de la neurociencia, una herramienta poderosa que transformó el debate cuerpo-mente. Psicólogos y científicos empezaron a explorar el cerebro, ese órgano fascinante de apenas un kilo y medio, para entender cómo sus redes de neuronas, sus impulsos eléctricos y sus químicos dan lugar a pensamientos, emociones y decisiones. Figuras como Santiago Ramón y Cajal, el padre de la neurociencia moderna, revelaron la complejidad del sistema nervioso, mientras que experimentos posteriores, en los años 50 y 60, comenzaron a mapear áreas del cerebro ligadas a la memoria, el lenguaje o las emociones. La Psicología dio un giro: ya no solo especulaba, sino que buscaba respuestas en lo físico, en las sinapsis y los lóbulos cerebrales.

Hoy, en el siglo XXI, el diálogo entre Filosofía y Psicología sigue vivo y vibrante. Los filósofos de la mente, como David Chalmers, plantean preguntas audaces: ¿Puede la conciencia, esa sensación única de “ser yo”, explicarse solo por procesos biológicos? Chalmers habla del “problema difícil” de la conciencia, sugiriendo que, aunque entendamos cómo el cerebro procesa información, el misterio de la experiencia subjetiva sigue intacto. Otros, como Patricia Churchland, defienden un enfoque más materialista, argumentando que la mente no es más que el cerebro en acción. Mientras tanto, los psicólogos aportan datos concretos: escáneres cerebrales, como la resonancia magnética funcional, muestran cómo se activan regiones del cerebro cuando soñamos, decidimos o sentimos miedo. Estudios de pacientes con lesiones cerebrales, como el famoso caso de Phineas Gage en el siglo XIX, cuyo cambio de personalidad tras un accidente reveló el vínculo entre el cerebro y el comportamiento, siguen iluminando este enigma.

Este intercambio es como un baile interminable entre especulación y evidencia. La Filosofía lanza preguntas profundas, desafiando los límites de lo que podemos saber: ¿Es la mente solo materia, o hay algo más allá? La Psicología responde con hechos, con imágenes de cerebros iluminados y datos de experimentos. Juntas, construyen un puente histórico, uniendo siglos de pensamiento, desde las reflexiones de Descartes en su estudio parisino hasta los laboratorios modernos de neurociencia. El problema cuerpo-mente no está resuelto, y tal vez nunca lo esté, pero en este diálogo, la Filosofía y la Psicología se alían para acercarnos un poco más al corazón de lo que significa ser humanos.

4. Un Intercambio Vivo: Cómo se Nutren Mutuamente

Imagina a la Filosofía y la Psicología como dos compañeros de viaje, un equipo dinámico que recorre juntos el camino del conocimiento humano. Una, la Filosofía, es como una soñadora que teje ideas audaces, plantea preguntas profundas y dibuja mapas conceptuales del universo y la mente. La otra, la Psicología, es como una exploradora práctica, que sale al terreno con herramientas científicas para poner a prueba esas ideas, recolectar datos y traer respuestas concretas. Este intercambio vivo, esta danza de colaboración, ha definido la relación entre ambas disciplinas a lo largo de la historia, enriqueciéndose mutuamente en un diálogo que ha evolucionado durante siglos y sigue vibrante hoy.

Retrocedamos a los siglos XVII y XVIII, a la era de la Ilustración, un período de luces y revoluciones intelectuales que transformó Europa. En este tiempo, filósofos como Immanuel Kant, una figura monumental del pensamiento, se propusieron redefinir qué nos hace humanos. En su obra Crítica de la razón pura (1781), Kant argumentó que somos seres racionales, capaces de usar la lógica y la razón para ordenar nuestras experiencias y entender el mundo. Para él, la mente no es un simple receptor pasivo, sino un constructor activo que da forma a la realidad a través de categorías como el tiempo, el espacio y la causalidad. Estas ideas, profundas y ambiciosas, ofrecieron a la Psicología, que estaba a punto de nacer como disciplina, un marco fundacional. Los primeros psicólogos, en el siglo XIX, tomaron estas nociones de racionalidad y percepción para empezar a estudiar cómo procesamos la información, cómo pensamos y cómo construimos nuestro conocimiento, sentando las bases de campos como la Psicología experimental.

Pero el flujo no va solo en una dirección. La Psicología, a su vez, ha devuelto valiosos tesoros a la Filosofía, alimentándola con descubrimientos que desafían y enriquecen sus reflexiones. Avancemos al siglo XX, y encontramos a Sigmund Freud, el médico vienés que revolucionó nuestra visión de la mente. En obras como La interpretación de los sueños (1899) y sus teorías sobre el inconsciente, Freud propuso que gran parte de nuestro comportamiento está guiado por deseos, miedos y recuerdos ocultos, fuerzas enterradas en un rincón profundo de la mente al que no accedemos fácilmente. La idea de un inconsciente que influye en nuestras acciones —en nuestros amores, nuestros enojos, nuestras decisiones— era audaz y transformadora. Los filósofos tomaron este concepto y corrieron con él, repensando temas clásicos. ¿Qué significa la libertad si nuestras elecciones están moldeadas por impulsos inconscientes? ¿Cómo podemos hablar de moral si no controlamos del todo nuestros motivos? Pensadores como Jean-Paul Sartre, en el existencialismo, o incluso filósofos analíticos, se inspiraron en Freud para explorar la condición humana desde nuevas perspectivas.

Este intercambio no se detuvo en el pasado. Hoy, en el siglo XXI, la colaboración brilla con fuerza en áreas como la Filosofía de la mente, un campo donde las dos disciplinas se entrelazan como nunca. Los psicólogos, armados con herramientas modernas, realizan experimentos para desentrañar los misterios de la memoria, la percepción y las emociones. Por ejemplo, estudios en laboratorios miden cuánto tiempo tardamos en reconocer un rostro, cómo almacenamos un recuerdo o cómo el estrés altera nuestra atención. Usan electroencefalogramas, escáneres de resonancia magnética y tests controlados para mapear los procesos de la mente. Luego, los filósofos toman estos datos como combustible para sus reflexiones. Figuras como Daniel Dennett o David Chalmers se preguntan: ¿Qué significa ser consciente? Si la memoria es un patrón de neuronas, ¿qué hace que “yo” sea “yo”? ¿Podemos ser realmente libres si nuestro cerebro, con sus circuitos biológicos, influye en cada elección que hacemos?

Este diálogo es una conversación constante, un vaivén fascinante. La Filosofía aporta las grandes preguntas, los conceptos que encienden la imaginación: ¿Qué es la identidad? ¿Qué es la realidad misma? La Psicología responde con evidencia, con hallazgos que anclan esas ideas al mundo tangible: estudios que muestran cómo el daño en el lóbulo frontal cambia la personalidad, o cómo los niños desarrollan el sentido del “yo” a los dos años. En áreas como la neuroética, ambas se unen para abordar dilemas modernos: si manipulamos el cerebro con tecnología, ¿cambiamos quiénes somos? Es un baile vivo, donde la reflexión profunda de la Filosofía y el rigor científico de la Psicología se dan la mano, impulsándose mutuamente hacia una comprensión más rica de la mente y la existencia humana.

5. Mejorar la Vida: Un Propósito Compartido

¿Y si te dijera que, en el fondo, tanto la Filosofía como la Psicología están aquí para ayudarte a vivir mejor, para guiarte hacia una existencia más plena y significativa? Imagina que estás en un sendero, a veces rocoso, a veces sereno, y estas dos disciplinas son como guías amigables: una te ofrece un mapa dibujado con ideas profundas para navegar la vida, y la otra te entrega herramientas prácticas para superar los obstáculos del camino. A lo largo de la historia, ambas han compartido un propósito noble: mejorar la experiencia humana, aliviar el sufrimiento y acercarnos a la felicidad, cada una a su manera, pero unidas por un sueño común. Viajemos por el tiempo para ver cómo lo han hecho y cómo siguen transformando nuestras vidas.

Comencemos en la Antigüedad, hace más de dos mil años, en las calles polvorientas de Grecia y Roma, donde la Filosofía brillaba como una luz para quienes buscaban sentido. Escuelas antiguas como el Estoicismo y el Epicureísmo surgieron como verdaderas recetas para la felicidad, ofreciendo consejos prácticos y profundos. Los estoicos, fundados por Zenón de Citio en el siglo III a.C., creían que la clave de una buena vida está en dominar tus emociones con la razón. Pensadores como Séneca, un consejero romano que enfrentó intrigas y exilios, escribió cartas llenas de sabiduría, enseñándonos a mantener la calma ante la adversidad, a no dejarnos arrastrar por la ira o el miedo. Marco Aurelio, emperador de Roma, plasmó en sus Meditaciones (escritas entre 161-180 d.C.) un mantra poderoso: acepta lo que no puedes cambiar, enfócate en lo que sí puedes controlar —tus pensamientos, tus actitudes—. Esta filosofía, dura pero liberadora, nos invita a encontrar paz interior sin importar las tormentas externas.

Por otro lado, los epicúreos, seguidores de Epicuro en el siglo IV a.C., trazaron un camino diferente hacia la felicidad. En su jardín de Atenas, Epicuro enseñaba que el placer es el fin de la vida, pero no un placer desenfrenado. Buscaban un placer moderado, sencillo: la ausencia de dolor físico (aponía) y la tranquilidad del alma (ataraxia). Para ellos, disfrutar de una comida simple con amigos, evitar el estrés de ambiciones desmedidas y liberarse del miedo a la muerte o a los dioses era el secreto de una vida plena. Estas ideas, nacidas hace siglos en un mundo sin electricidad ni tecnología, suenan sorprendentemente modernas, ¿no crees? Nos recuerdan que la felicidad no está en acumular cosas, sino en cultivar calma y conexiones humanas, lecciones que resuenan aún en nuestro acelerado siglo XXI.

Saltemos al siglo XIX y XX, cuando la Psicología emergió como una disciplina científica, tomando ese impulso filosófico y llevándolo a la práctica de una manera nueva. Inspirándose en esas raíces, los psicólogos comenzaron a desarrollar métodos concretos para sanar la mente y mejorar la vida. Un ejemplo brillante es la terapia cognitivo-conductual (TCC), creada en los años 60 por figuras como Aaron Beck y Albert Ellis. La TCC bebe directamente de los estoicos: te enseña a identificar pensamientos negativos —esas ideas automáticas como “no valgo nada” o “todo saldrá mal”— y a desafiarlas con la razón, reemplazándolas por perspectivas más realistas y positivas. Si Séneca te diría “no te enfades por lo que no controlas”, la TCC te da pasos prácticos: anota tus pensamientos, evalúa su verdad, cámbialos para calmar tu ansiedad. Estudios han mostrado que esta terapia, desde los años 70, ha ayudado a millones a superar la depresión, el estrés y las fobias, llevando la sabiduría antigua al consultorio moderno.

Hoy, la Psicología extiende su alcance más allá. Psicólogos trabajan en clínicas, escuelas, hospitales y hasta empresas, enfrentando los retos de nuestro tiempo. En sesiones individuales, ayudan a personas a aliviar la ansiedad que acelera el corazón en una ciudad caótica, a sanar la depresión que oscurece los días, o a manejar el estrés de un mundo conectado 24/7. En escuelas, apoyan a niños para que enfrenten miedos o mejoren su confianza; en hospitales, acompañan a pacientes que lidian con traumas o enfermedades crónicas. Técnicas como la terapia de aceptación y compromiso, influida por ideas filosóficas de vivir en el presente, o la psicología positiva, que explora cómo cultivar la gratitud y el propósito, muestran cómo la Psicología transforma ideas antiguas en herramientas prácticas para el bienestar. Solo hay que fijarse en el directo de esta revista de filosofía: Esteban Higueras Galán, que es psicólogo terapeuta especializado en problemas de personalidad, que son los que más tienen que ver con las ideas, y cómo estas influyen en el comportamiento humano.

Aunque sus enfoques difieren, la Filosofía y la Psicología persiguen el mismo sueño: una existencia más plena y consciente. La Filosofía te da un mapa, una visión amplia para vivir con virtud y sentido. Escuelas como el Estoicismo o el Epicureísmo te invitan a reflexionar: ¿Qué vida vale la pena vivir? ¿Cómo enfrento el dolor o la pérdida? La Psicología, en cambio, te entrega un kit de herramientas: ejercicios, estrategias, terapias para calmar la mente, reparar heridas emocionales y construir resiliencia. Juntas, se complementan. Piensa en un estoico que te susurra “acepta la vida como viene” y un psicólogo que te dice “prueba esta técnica de respiración para calmarte ahora”. En este propósito compartido, ambas disciplinas nos guían, desde la antigüedad hasta hoy, hacia un horizonte donde la vida sea no solo vivida, sino vivida bien.

6. Diferencias que Enriquecen: Dos Caminos, Un Destino

Imagina a la Filosofía y la Psicología como dos viajeros que recorren un vasto paisaje, el territorio complejo de la mente y la existencia humana. A primera vista, parecen avanzar en armonía, unidas por su curiosidad por lo que nos hace humanos. Pero no todo es un camino tranquilo. A veces, sus senderos divergen, chocan, se enfrentan, porque cada una lleva un mapa diferente y usa herramientas distintas para explorar el mundo. La Filosofía se aventura por rutas de especulación y grandes preguntas; la Psicología prefiere senderos pavimentados con datos y mediciones. Sin embargo, estas diferencias, lejos de ser un obstáculo, son un regalo, una fuente de riqueza que las impulsa a complementarse, como dos alas de un pájaro que, juntas, alzan el vuelo hacia una comprensión más profunda de quiénes somos.

Empecemos con la Filosofía, esa exploradora audaz que se sumerge en las aguas profundas de la especulación. Desde sus orígenes en la Antigua Grecia, ha planteado preguntas que desafían los límites de lo pensable: ¿Qué es la realidad? ¿Es el mundo que vemos un reflejo verdadero o una ilusión, como sugirió Platón en su mito de la caverna? ¿Existe el libre albedrío, o estamos atados por un destino que no controlamos? Filósofos como Baruch Spinoza, en el siglo XVII, imaginaron que todo sigue un orden racional, mientras que existencialistas como Jean-Paul Sartre, en el siglo XX, defendieron que somos radicalmente libres, condenados a crear nuestro propio sentido. La Filosofía usa la lógica, el debate y la reflexión pura como sus brújulas, construyendo argumentos que no siempre necesitan pruebas tangibles, sino que buscan iluminar las grandes incógnitas de la existencia, esas que nos mantienen despiertos por la noche.

La Psicología, por otro lado, elige un enfoque más terrenal, un sendero marcado por lo concreto y lo medible. Desde que se separó de la Filosofía en el siglo XIX, con figuras como Wilhelm Wundt y su laboratorio en Leipzig, adoptó el método científico como su linterna. En lugar de especular, mide: ¿Cuánto tardas en reaccionar a un sonido? ¿Cómo cambia tu ritmo cardíaco bajo estrés? Analiza datos, diseña experimentos, recolecta respuestas de encuestas. En el siglo XX, psicólogos como B.F. Skinner estudiaron el comportamiento con experimentos en ratones y palomas, mostrando cómo los estímulos moldean nuestras acciones. Hoy, con herramientas como la resonancia magnética, la Psicología explora el cerebro, rastreando cómo las neuronas se encienden para crear un recuerdo o una emoción. Su meta es anclar la mente en hechos, en resultados que puedan verse, contarse, comprobarse.

Esta diferencia en métodos ha provocado roces a lo largo de la historia. Cuando la Psicología se volvió científica en el siglo XIX, algunos filósofos alzaron la voz en crítica. Pensadores como Edmund Husserl, fundador de la fenomenología, argumentaban que la Psicología, al enfocarse en lo medible, se volvía demasiado estrecha, dejando de lado las grandes preguntas: ¿Qué significa sentir amor? ¿Cómo experimentamos el tiempo? Para ellos, la Psicología corría el riesgo de perderse en detalles, olvidando el panorama vasto de la existencia humana. Por su parte, los psicólogos a veces miraban a la Filosofía con escepticismo. En el siglo XX, durante el auge del conductismo, figuras como John B. Watson veían las especulaciones filosóficas como abstractas, lejanas de la vida real, casi como castillos en el aire que no ayudaban a resolver problemas prácticos como la ansiedad o el aprendizaje.

Pero aquí está la magia: estas diferencias no son un problema, sino una fortaleza, un motor de enriquecimiento mutuo. La Filosofía actúa como un faro, desafiando a la Psicología a no perder de vista lo profundo, lo inmenso. Cuando los psicólogos estudian la memoria, la Filosofía les pregunta: ¿Qué es un recuerdo, más allá de un patrón neuronal? ¿Es parte de nuestra identidad? Al mismo tiempo, la Psicología empuja a la Filosofía a anclarse en la realidad. Cuando los filósofos debaten el libre albedrío, la Psicología aporta datos: estudios que muestran cómo el cerebro toma decisiones antes de que “tú” lo sepas, desafiando nuestras ideas de libertad. En el siglo XXI, este diálogo brilla en campos como la neuroética, donde ambas exploran juntos: si alteramos el cerebro con tecnología, ¿cambiamos quiénes somos?

Juntas, la Filosofía y la Psicología se complementan como las dos alas de un pájaro, cada una esencial para el vuelo. La Filosofía eleva la mirada, soñando con lo posible, lo eterno; la Psicología mantiene los pies en la tierra, midiendo, probando, construyendo. Sus caminos son distintos, pero su destino es uno: una comprensión más rica, más completa, de la mente y la existencia humana. En este viaje, sus diferencias no las dividen, sino que las unen, tejiendo un tapiz vibrante que nos ayuda a descifrar el misterio de ser.

Conclusión: Hermanas en la Búsqueda de la Verdad

Piensa en la Psicología y la Filosofía como dos hermanas viajeras, nacidas del mismo hogar milenario, unidas por una chispa común: la curiosidad por descifrar el enigma de ser humanos. Hace más de dos mil años, partieron juntas desde las plazas soleadas de la Antigua Grecia, donde pensadores como Aristóteles y Platón se sentaban a reflexionar sobre el alma, la mente y la vida. Con el tiempo, sus caminos se separaron: la Filosofía tomó la ruta de la especulación, soñando con las grandes preguntas; la Psicología, la senda de la ciencia, midiendo y explorando lo tangible. Sin embargo, nunca dejaron de hablarse, de tenderse la mano, de compartir un diálogo vivo que ha cruzado siglos, culturas y revoluciones intelectuales, guiándonos siempre hacia una comprensión más profunda de nosotros mismos.

Desde aquellos días en Atenas, donde Aristóteles escribía Sobre el Alma para desentrañar cómo percibimos, recordamos y sentimos, hasta los laboratorios de neurociencia del siglo XXI, donde escáneres cerebrales iluminan los secretos de la conciencia, estas hermanas han compartido un terreno fértil. Han debatido las mismas incógnitas: ¿Qué es la mente? ¿Cómo se conecta con el cuerpo? ¿Qué nos mueve a actuar, a soñar, a amar? En la Edad Media, pensadores como Avicena y Santo Tomás de Aquino tejieron puentes entre el alma y lo físico, mientras la Ilustración trajo a Kant y Hume, que moldearon ideas sobre la razón y la experiencia. Luego, en el siglo XIX, la Psicología dio un salto con Wundt, abrazando experimentos, y en el XX, Freud y otros abrieron las puertas del inconsciente, dialogando siempre con las reflexiones filosóficas.

A lo largo de este viaje, han unido fuerzas no solo para preguntar, sino para transformar nuestras vidas. La Filosofía, con escuelas como el Estoicismo de Séneca y Marco Aurelio o el Epicureísmo de Epicuro, nos ha dado mapas para la felicidad: guías para vivir con virtud, controlar las pasiones y hallar paz en un mundo caótico. La Psicología, con terapias como la cognitivo-conductual o la psicología positiva, ha tomado esas ideas antiguas y las ha convertido en herramientas prácticas, ayudándonos a sanar la ansiedad, la depresión y el estrés, a construir una existencia más consciente y plena. Sus métodos difieren —la Filosofía sueña con la lógica y la especulación, la Psicología mide con datos y experimentos—, pero sus diferencias las enriquecen, como dos alas que impulsan el mismo vuelo.

La Filosofía es la soñadora, la que nos regala ideas para imaginar qué significa ser humanos: ¿Qué es la libertad? ¿Qué valor tiene nuestra existencia? Nos invita a mirar al cielo, a contemplar los misterios vastos del universo y nuestro lugar en él. La Psicología, en cambio, es la artesana, la que nos entrega instrumentos concretos: estudios del cerebro, técnicas terapéuticas, formas de medir y sanar nuestra mente. Juntas, nos llaman a mirar dentro de nosotros, a explorar las profundidades de nuestros pensamientos, emociones y deseos. Nos desafían a preguntarnos: ¿Quiénes somos? ¿Cómo podemos vivir mejor, con más sentido, con más calma? En este camino, no son rivales, ni siquiera compañeras distantes, sino hermanas cómplices que se apoyan, se desafían y se complementan.

A través de los siglos, desde las reflexiones de Aristóteles bajo el sol griego hasta los laboratorios modernos donde las máquinas destellan con imágenes del cerebro, la Psicología y la Filosofía han tejido una alianza única. Han enfrentado tormentas —críticas mutuas, senderos opuestos—, pero siempre han encontrado la forma de conversar, de aprender una de la otra. Hoy, en el siglo XXI, su diálogo sigue vivo, brillando en preguntas sobre la conciencia, la libertad y el bienestar. No prometen respuestas finales, porque el misterio ROS, el misterio de ser, es un rompecabezas sin fin. Pero, como hermanas en la búsqueda de la verdad, nos guían, nos inspiran y nos ayudan a descifrar, paso a paso, la maravilla y el enigma de ser.

¿Cómo cambiaría la filosofía si se comprobara la existencia de vida alienígena?

INTRODUCCION

La confirmación de la existencia de vida alienígena tendría un impacto transformador en la filosofía, llevándonos a reconsiderar muchas de nuestras suposiciones y conceptos fundamentales. Esto abriría nuevas áreas de investigación y reflexión, enriqueciendo y expandiendo el campo de la filosofía de maneras que actualmente solo podemos comenzar a imaginar.

Podemos Fundamentar la inferencia en dos pilares de la filosofía con metafísica y ontología: 

METAFÍSICA: Se ocupa de lo que es en cuanto es, del ser como totalidad, de lo universal. Los extraterrestres entran en esta categoría. 

ONTOLOGÍA: Estudia los entes, los modos específicos de ser. La existencia de vida alienígena es una inferencia ontológica (otro ente), pero su significado más profundo es metafísico. 


Ilustración futurista de una silueta humana translúcida rodeada de figuras alienígenas etéreas en un fondo cósmico, con signos abstractos y estructuras matemáticas flotantes, representando la comunicación alienígena y las matemáticas como lenguajes universales o relativos.


CRISIS DEL ANTROPOCENTRISMO METAFÍSICO

Aristóteles definió al ser humano como "animal racional" (zōon logon echon), pero si existen alienígenas racionales, ¿seguiría siendo esta la esencia del "ser"? Si se confirma la existencia de vida alienígena con capacidad racional, entonces el logos no sería exclusivo del ser humano. Esto nos obliga a preguntarnos:

¿sigue siendo la racionalidad lo que nos define como humanos?

¿O deberíamos pensar la esencia humana desde otra perspectiva, más relacional o situada?

La definición aristotélica del ser humano como "animal racional" podría ser vista como una descripción de una categoría más amplia de seres racionales, que incluiría tanto a los humanos como a los alienígenas.

FILOSOFÍA DEL LENGUAJE

Ludwig Wittgenstein, dice que el lenguaje se basa en la institución. Saussure que el lenguaje es un sistema de signos, pero los signos dependen de una base común de percepción y cognición. Noam Chomsky, que existe una "gramática universal" innata en los seres humanos que podría extrapolarse a otras formas de vida inteligente. (si así lo adaptamos) Si los alienígenas usan algún tipo de sistema simbólico o de comunicación estructurada, esto sugeriría que el lenguaje es una característica universal de la inteligencia. El problema sería.

¿Cómo entenderíamos un lenguaje alienígena que no se basa en nuestras mismas estructuras cognitivas? podrían usar vibraciones, energía electromagnética, o incluso comunicación química. (Alguna otra forma que desconocemos, podrían estar más avanzados que nosotros y no requerir el lenguaje)

¿Cómo replanteamos la semántica?

¿Habrá principios universales que podrían ser compartidos por cualquier ser inteligente.?

¿Es posible un sistema de comunicación sin reglas gramaticales, símbolos, o una estructura lógica?

Esto abriría debates sobre qué condiciones son necesarias para que algo sea considerado un lenguaje. Como con Frege en la filosofía del lenguaje, y su visión de cómo se relacionan con los objetos y conceptos que representan. El problema aquí seria que podrían no usar palabras para referirse a objetos, sino sistemas gestuales o basados en fenómenos que no comprendemos. Esto obligaría a revisar nuestras teorías sobre cómo funciona la referencia y el significado.  Claro sobre todo la ambigüedad semántica, en caso extraordinario de que se presente la relación.

¿Cómo podemos saber que entendemos correctamente un lenguaje alienígena si no compartimos su contexto cultural o perceptual? Si los alienígenas se comunican sin usar un sistema simbólico a través de emociones directas o transmisión de pensamientos), se plantearían preguntas sobre si el lenguaje es una condición necesaria para la comunicación y para la inteligencia.


CASOS HIPOTÉTICOS Y SUS IMPLICACIONES DEL LENGUAJE

Lenguaje no simbólico

Transmisión directa de estados mentales o sensaciones puras (como dolor, alegría, duda, concepto abstracto) sin usar palabras, imágenes o símbolos. (¿sería esto "lenguaje"?)

Lenguaje cuántico

Comunicación instantánea mediante entrelazamiento cuántico, donde un cambio en la "partícula mental" de un emisor se refleja sincrónicamente en el receptor, sin transmisión local de señales.

Comunicación sin tiempo

Una especie que percibe el tiempo como bloque completo (pasado-presente-futuro simultáneos), se comunica con estructuras significativas completas, no verbales ni secuenciales.

¿Es el lenguaje una condición necesaria para la inteligencia?

Si definimos la inteligencia como la capacidad de resolver problemas complejos, y asumimos que esto exige comunicación, entonces el lenguaje podría ser visto como una condición necesaria para la inteligencia. La comunicación, en este contexto, podría ser entendida como la capacidad de transmitir información y coordinar acciones, lo cual es fundamental para resolver problemas complejos.

Sin embargo, si aceptamos la posibilidad de inteligencias no lingüísticas, como una mente colectiva que "siente" soluciones, entonces el lenguaje no sería una condición necesaria para la inteligencia. En este caso, la inteligencia podría manifestarse de maneras que no dependen de la comunicación lingüística, sino de otras formas de interacción y comprensión.

Lo que me lleva a preguntarme lo siguiente "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo" (Wittgenstein). ¿Pero si hay mundos más allá de nuestro lenguaje?

Vayamos más lejos con ayuda de la metafísica: ¿ y si hay organismos que leen mente? Esto desafía radicalmente el marco de Wittgenstein y obliga a replantear la ontología de la comunicación. Su capacidad de acceder a contenidos mentales (sin simbolización) invalidaría la tesis wittgensteiniana. Nuestros "lenguajes privados" (que Wittgenstein negaba) serían públicos para ellos.

 Lo que genera otras preguntas:

¿Perciben tus experiencias subjetivas (tu dolor ) como propias, sin traducción simbólica?

¿Si cuando lo hacen estas sufriendo, pueden percibir o hacer suyo ese dolor o no?

¿Acceden a lo que ni tú conceptualizas? (como el inconsciente cognitivo de Chomsky o los arquetipos de Jung).

Otro punto es que Frege y Russell: Su teoría de la referencia colapsa (no hay "significantes" que medien)


La inteligencia quizá no requiera lenguaje, pero nuestra comprensión de la inteligencia si. "El universo no está obligado a ser comprensible en nuestros términos". 


FILOSOFÍA MATEMÁTICA


Aquí tenemos dos supuestos, las matemáticas son un descubrimiento o una invención. abordemos la primera premisa: 

Como ejemplo el Platonismo matemático (Descubrimiento) Las matemáticas existen independientemente de cualquier mente. Los humanos (y posiblemente otros seres inteligentes) simplemente las descubren.

Si una civilización alienígena desarrolla matemáticas, habría dos posibilidades:

Algunas estructuras como la aritmética básica, teoría de conjuntos, o topología podrían emerger en cualquier mente racional enfrentada a la realidad. Esto apoyaría el platonismo débil: las matemáticas no son humanas, sino estructuras ontológicas fundamentales.

Otro punto interesante seria Si su “matemática” no incluye números, o no sigue lógicas bivalentes, eso sugeriría que: La percepción sensorial-biológica (vista, tacto, etc.) condiciona el tipo de estructuras que construimos. O que existen formas de razonar y computar ajenas a nuestras categorías.

Lo que haría Aparecer una metamatemática pluralista: diferentes matemáticas, cada una válida dentro de su propio sistema cognitivo-ontológico. 

Seria interesante considerar lo siguiente, por nuestra morfología nuestras matemáticas pueden percibir y describir fenómenos que ellos no pueden acceder. Por su limitante biológico. Y viceversa. Por lo tanto, habrá circunstancia donde nuestras matemáticas son más idóneas en ciertos ámbitos y otras donde la de ellos son mas factibles.  Entonces no podemos hablar de inferioridad o superioridad si no complementaciones axiomáticas.  La forma en que una especie percibe, se estructura y se organiza cognitivamente (a partir de su biología (condiciona qué parte del universo matemático puede "ver", construir o validar.)

Lo que nos deja dos supuestos matemáticos: 

Las matemáticas no son totalmente subjetivas (porque permiten describir estructuras reales).

 Pero tampoco son completamente objetivas y universales (porque la forma en que se accede a ellas depende de la corporalidad y percepción).


LAS MATEMÁTICAS COMO INVENCIÓN HUMANA


En esta postura las matemáticas no existen por sí mismas en la realidad, sino que son creadas por la mente humana como herramienta simbólica, lenguaje abstracto y modelo lógico, para interpretar, medir o anticipar fenómenos percibidos.

¿Qué cambia con la idea de invención?

Que la matemática no descubre verdades absolutas, sino que crea sistemas simbólicos con base en percepciones o necesidades.

El símbolo no representa una esencia universal, sino una herramienta funcional inventada para pensar, predecir, calcular.

Desde el punto de vista de la invención, cada civilización (humana o no) inventará su propio sistema matemático, dependiendo de:

su biología,

su forma de percibir la realidad,

su cultura simbólica,

su necesidad tecnológica.

Esto implica que no existe una matemática universal, sino familias de sistemas simbólicos construidos localmente, aunque algunos de ellos puedan coincidir en ciertas partes (como pasa con la geometría euclidiana en muchas culturas humanas).

Entonces: Las matemáticas no son verdades universales, sino lenguajes locales.

Lo que nos lleva hacernos las siguientes preguntas: 

¿Las matemáticas son un producto humano o si son una estructura universal que existe independientemente de los seres humanos?

¿Las matemáticas es una lengua universal, independiente de la biología y la historia de cualquier especie?

¿Las matemáticas son un conjunto de principios humanos, solamente?

¿Son una herramienta creada en función de las necesidades cognitivas y tecnológicas de cada especie??

¿cómo podemos acceder y comprobar las verdades matemáticas.?

¿Existen matemáticas alienígenas?

¿El descubrimiento de seres inteligentes de otro planeta podría cuestionar la universalidad de las matemáticas?

¿Las matemáticas son universales pero diferentes axiomas, connotaciones?

¿Si los alienígenas tuvieran un sistema propio podría sugerir que las matemáticas no son universales, sino un producto humano?

¿Las variaciones puede deberse a la manera de percibir mediante nuestros sentidos a la realidad? ¿Al hacer matemáticas y modificación axiomática?


ONTOLÓGICAMENTE: EL SER HUMANO DESCENTRALIZADO

El hallazgo de vida inteligente no humana nos obligaría a reformular la ontología contemporánea, particularmente en lo relativo a la centralidad del ser humano como medida del ser. Desde Immanuel Kant hasta Heidegger, la filosofía ha considerado al ser humano como el ser que se pregunta por el ser, situándolo como eje del sentido cósmico.

Sin embargo, la presencia de inteligencias no humanas con sus propias formas de autocomprensión, lenguaje y existencia implicaría que la ontología ya no podría ser exclusivamente antropológica. Habría que considerar una ontología plural, descentralizada, posiblemente interespecífica o incluso interestructural.


METAFÍSICAMENTE: REFORMULAR EL SER, LA CONCIENCIA Y LA INTELIGENCIA

El concepto de “ser” mismo se vería tensionado. Si existen entidades con formas de vida radicalmente distintas quizá sin lenguaje verbal, sin cuerpos como los conocemos o con estructuras cognitivas no lineales, entonces nuestros conceptos de:

a- Conciencia,

b- Inteligencia,

c- Identidad,

d- e incluso existencia,

deberían ampliarse o modificarse. Ya no bastaría con definir la conciencia desde un modelo racionalista o biológico; deberíamos reconceptualizar el “ser consciente” como una categoría abierta, dependiente del modo de ser en el mundo de cada forma de vida.


EPISTEMOLÓGICAMENTE: NUEVAS FORMAS DE CONOCER

La pregunta “¿cómo conocemos lo real?” se enfrentaría a un límite radical: el de comprender otras formas de cognición.

¿Seríamos capaces de comprender sus lenguajes o modos de representación?

¿Cómo validaríamos o traduciríamos sus conocimientos?

¿Es posible un “conocimiento común” entre especies con estructuras cognitivas completamente distintas?

Esto pondría en cuestión nuestros propios métodos científicos y filosóficos, y daría lugar a una epistemología comparada, o incluso una meta-epistemología trans-biológica.


FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN: FIN DEL ANTROPOCENTRISMO ESPIRITUAL

Uno de los pilares más afectados sería la visión religiosa tradicional, en la que el ser humano es concebido como creación privilegiada, razón y propósito.

¿Qué lugar ocuparía el ser humano en un universo donde otras inteligencias también reflexionan sobre el origen, el destino y el absoluto?

¿Tendrían religiones?

¿Experimentarían algo similar a lo que llamamos fe, divinidad, trascendencia?

¿Qué formas tendría lo “espiritual” en estructuras no humanas?

¿Existen otras formas de “encarnación” o “revelación”?

El diálogo con otras religiones alienígenas podría inaugurar una teología cósmica, donde Dios ya no sería patrimonio de una sola especie ni de una sola cultura.

CONCLUSION

Esta reflexión no agota las múltiples implicaciones profundas ni aborda de forma plena todas las ramas filosóficas que se verían afectadas. Tan solo pretende ser un ejercicio metafísico inicial, una aproximación especulativa que nos permite vislumbrar cómo la existencia de inteligencias alienígenas podría transformar radicalmente nuestra comprensión del mundo y del lugar que ocupamos en él.


Los dos caminos del Aspiracionismo



Los pensamientos activos en si mismos se caracterizan por su fluidez, por su crudeza, por su versatilidad; en ejemplo típico del pensamiento activo en sí mismo es la naturaleza, y reconozco que esto puede traer mucho debate, mas, ¿para qué es la filosofía? Por ahora quiero ahondar en otro pensamiento activo en sí mismo casi por definición: La Población, La Villa, El Barrio. Las calles son pensamientos activos en si mismos, aunque son pensamientos tan profundamente densos que para enfrentarlos primero hay que hablar de las primeras capas de ocultamiento de su complejidad, y que en el fondo, quién no sea de barrio, por no ser de barrio, tiende a no entender del todo los sesgos que pueden tener con respecto a él, tampoco es tan elemental que los entienda, el problema es que esos mismos sesgos pueden hacer sentir portadores de algo imposible de portar, a personas de dentro como de fuera, para diagnosticar, enseñar, juzgar y dominar. Exacto, son temas de poder. Como toda tesis y antítesis, la especulación que se hace y se seguirá haciendo de las personas que no son de barrio porque Viven afuera, en la periferia de una forma de pensamiento, es en base de un sesgo de realidad, lo que los psiquiatras nombrarían como un transtorno mental en un individuo; todo dependerá de qué tan periférico se mantenga uno con respeto a esta forma de pensamiento y de qué tan ignorante se permanezca con respecto a una realidad humana tan cercana y a la vez tan ajena. Lo barrializado es una forma de pensamiento y una forma de filosofía latinoamericana.

La primera capa de ocultamiento del barrio es la pensamiento hegemónico, que década tras década se ha intentado imponer con resultados positivos para las élites, y con mutaciones efectivas para las Villas, en la formación de opiniones simples y pobres sobre lo barrial, o, inevitablemente, de vórtices contraculturales, contra-hegemónicos, con respecto a cualquier forma de poder, a veces mínimos cuantitativamente, de forma lingüística, y artística que les hacen muy valiosos cultural e intelectualmente. "Todos debemos ser blancos", fue hace no tantas décadas atrás una forma de representación unidimensional, sesgada, éste, es un ejemplo de tantos que trajo consigo el aspiracionismo incrustado en el pensamiento "occidentalizable", que, para bien y para mal, conmocionó los intentos de dominio desde la etapa infantil en adelante, de las personas que viven en la centralidad. Para bien, porque esta forma de opresión fue la fuerza que impulsó a los individuos  de la centralidad a educarse con respecto a si mismos. Para mal, porque, por dar un ejemplo de tantos: aspirar termina siendo negar, negar es olvidar, y olvidar termina por detener la estética del barrio, la que es la conexión misma con lo que lo trasciende, el aspecto virtuoso de convertir lo feo en bello, olvidar es dejar de ser. Registremos.

La segunda capa de ocultamiento es el pensamiento subalterno, que propone desde el lugar en el que se nace hasta las formas en las que se tiene que sobrevivir, todo por escrito, como un gran currículum. La subsistencia de las personas de barrio es amenazada por el pensamiento del esclavo donde su lógica es moralizante, la que trata de imponerse a través de las leyes, para llevarnos un poco más lejos del centro, un poco más a crédito; de tal manera que para la mayor cantidad de integrantes posible, la legalidad, así como el dinero, no alcance para ganarse el derecho a aspirar a dejar de ser un subalterno. De una u otra forma la segunda capa permite pensar el barrio como el pensamiento de la pereza, de la ilegalidad, pero omite el hecho de que no es una forma de pensamiento exclusiva, sino exclusivista, omite el hecho de que el pensamiento no sólo se piensa, sino que se le cultiva. Por ello el Barrio es un pensamiento en si mismo, porque ha sobrevivido a que se le imponga el defecto de no ser capaz de cultivarse. No debemos olvidar la inmoralidad de los reyes, y de la burguesía hasta hace muy poco, ni las dignidad de los pueblos hasta hace muy poco, como hechos históricos reales para ser capaces de contrarrestar la falacia de que lo bueno es solamente algo jurídico, religioso, o bancario. 

La tercera capa de ocultamiento es que el barrio se ha imaginado para "nosotros" desde todos los partidos políticos y desde muchas disciplinas técnico-científicas, pero sin "nosotros". Este imaginario barrial se ha concretizado desde formas de vista dominantes, capitalistas, raciales y coloniales, lo que ha frenado el libre pensamiento, la cultura, el arte, la comprensión y el Ser barrial mismo en toda su plenitud. Esto lleva a una pregunta interesantísima: ¿Cómo se ha configurado en este imaginario el subalterno? ¿Desde cuáles aristas? El hombre de esfuerzo, el hombre honrado, la persona común ¿A qué termina matando? ¿A cuántos mató el comunismo en nombre de la persona común? ¿A cuántos mató el capitalismo para destruir a la persona común? ¿Cómo se ha imaginado, se imaginan o se imaginarán que debe hablar una persona barrializada? ¿Importa la forma en la que hable? ¿Qué tal si ésta empieza a manejar el lenguaje del amo, a sofisticarse, a entender nuevas formas estéticas, técnicas, tecnológicas, poeticas? ¿A quiénes debe hablarles?

La cuarta capa de ocultamiento es nuestro propio lenguaje. Se enseñó desde el lenguaje del amo, desde la cuna hasta las universidades un lenguaje académico, empero, no todos tuvieron cuna, no todos fueron a la escuela, no todos fueron a las universidades. ¿Cómo entiende el lenguaje del amo un obrero que debe mantener a su familia y que trabaja desde los 14 años? Existe una fluidez en las personas de barrio que rige más allá del lenguaje que enseñó el amo, pero estos movimientos son olvidados por siempre y demasiado rápido, porque no tienen un lenguaje libre y simbólico, o el lenguaje que tienen, es impuesto, no diseñado para contarnos, por lo que el ocultamiento de esta cuarta capa no es sólo trascendental sino también inmanente.  

¿Qué se les exige?

A veces al sujeto de barrio se le exige no hablar un lenguaje académico porque, aparentemente, es un lenguaje acomodado de gente acomodada, que, por algún tipo de cultura, no le da la espalda al sufrimiento explicito, sino más bien lo abraza como una anécdota, ergo, no lo entiende. También porque se cree que este lenguaje acomodado busca el sufrimiento pornográfico que necesita publicitar, vender y exponer una "Hegemonía Especifica" por muy diversificada que se muestre. Para justificarse, claramente, tiene santos y apostatas, delincuentes y gente de bien, mercenarios e intelectuales.

¿Se exige hablar un lenguaje bizarro, y si es así, quién lo exige, desde dentro, desde fuera, ambos? El lenguaje de población, debe ser visceral, no especializado, no abstracto; debe ser sólo testimonial, divulgador de algún tipo de vivencia que alcance para narrar el sufrimiento, porque es lo que corresponde y el lenguaje que alcanza, metafóricamente como lo que puede el crédito, el bolsillo, el subalterno. Hay personas que dicen que, por ejemplo, un poblador no puede ser de barrio porque maneja lenguajes especializados, abstractos, o por no usar un lenguaje empobrecido o cosas por el estilo. Ni siquiera los entes se pueden pertenecer a sí mismos si estos no funcionan en cierta secuencia, sobretodo en los totalitarismos.

Se les acusa a los seres barrializados, que usen lenguajes especializados, de ser aspirasionistas, pequeños burgueses o traicioneros de clase, además, por usar un lenguaje que supuestamente las personas de barrio no pueden entender. Esto pasa porque quienes les acusan se sienten propietarios del lenguaje, por estar todo el tiempo subestimando la capacidad intelectual de la gente. Una persona barrializada siempre va a ser demasiado barrializada para la academia y demasiada académica para el barrio. Es lo político de habitar la insuficiencia, el lenguaje de la insuficiencia, el páramo de los mitos, el hiato (Sosa Mendieta).

¿Y si nuestras primeras escuelas y universidades fueron las calles, y si no existe conocimiento académico que no haya sido robado, extraído y después teorizado a partir de nuestras formas de vida, haciendo de este conocimiento inalcanzable para los cuerpos que lo vivimos en carne propia, pero comprensible dado que, como bien decía Platón, todo está dentro nuestro? ¿Y si parte de ser más humano es identificar estas formas de sometimiento en contra del conocimiento en sí mismo? Podemos teorizar que aprender nuevas formas de lenguaje más complejo sin duda liberará en lugar de someter si éstos se hacen a través del lenguaje académico, a través de las formas de dominación, y no con estás como obstáculo. Son las universidades las que deben acercarse a esta forma de conocer pero con cautela, dado que, como cualquier forma de realidad, es irresponsable hacerlo con los elementos técnicos y científicos y filosóficos inadecuados.

 


Sobre la relación con las cosas








La relación con las cosas es una relación compleja desde la doxa, la episteme y la techne, puede que hayan personas que no manejen, en cierta medida, estas tres formas del saber desde cualquier arista, entendiendo que, una forma de saber es válida y universal si tiene potencia (actuar, crear, entrar en relaciones, Deleuze). Primero tenemos el azar y luego el destino, entonces, filosofemos (Marco Aurelio). La filosofía para la sociedad se ha transformado en el ente ejecutor para que el hombre haga lo que su destino le manifiesta, como una voz interior absolutamente tenue, vehemente, social e histórica; su destino es la libertad absoluta, pero, si el destino es un mito, la libertad también lo es. Una congruencia aceptable. Mito y libertad se unen ante sus posibilidades, se arrodillan ante su propia potencia, pero, para ser completamente definibles deben también ser capaces de revelarse en contra de la perfección, la potencia del esclavo; las contingencias de la techne, primero imperfectas tornan a perfectas, de perfectas a imperfectas en la episteme, y siempre imperfectas en la doxa. De todos modos, un mundo sin utopías es un mundo condenado de una u otra forma. No es necesario decirlo, la filosofía se abre y se abrirá paso a través de todas las rendijas que se provocan con los errores de los que saben y sus certezas, con el llamado que trastorne en firme la inestabilidad de la realidad, ordenando cósmicamente la ilusión de ser amos eternos. No hay tal cosa, la eternidad es la esclavitud, pero no el noumeno de la eternidad, sino en su fenómeno. Estamos fabricados para tropezar con nosotros, a pesar de la inmensa capacidad del cerebro al nacer, el humano es la mayor de las criaturas fenoménicas, porque es y hace fenómeno, y por eso es esclavo en pleno sentido hegeliano. El hecho es que el lenguaje, como afiman los analíticos, es complejo y en muchas experiencias inservible, lo importante es reconocer que su destino es la devastación, expandir los desiertos, erosionar lo inventado. No resaltaré la inutilidad cómo problemática en sí, si no en la medida en que ésta coarte su propia relación con las cosas, dado que lo útil es una definición demasiado espacio temporal y económica para ser tomada en serio por los siglos de los siglos. Es comúnmente visto que el pensamiento analítico no mira esta posibilidad un ápice fuera de la ciencia, cosa curiosa para una forma de filosofar, como si no se dirigiera a las calles por decisión propia, ni a la política, ni a transformar vidas o revolucionar corazones.
Puede que los artistas sacros nos hayan dejado la total inquietud de pensar que no hay artista que no sea religioso. Después de todo, un hombre sano para los griegos, era aquel capaz de adorar a todos sus dioses. Cada hoja de hierba tiene su ángel inclinándose sobre ella y susurrando: Crece, Crece (Talmud). El espíritu si le hay, es un precursor del arte, el espíritu es, la razón del movimiento esencial, lo que está detrás y en el fondo del movimiento de los ríos, de los vientos, del clima. El espíritu es perfecto e imperfecto a la vez (fenomenología), porque en él radica la lejanía de la perfección utópica humana. Es perfecto en la eternidad noumenica e imperfecto en la finitud fenoménica, en el lenguaje del hombre. Es perfecto en la eternidad porque es la grandeza de las grandezas, los artistas deben conectarse con esta universalidad para poder encontrar la creatividad del universo y sus ramificaciones, las cuales pueden llegar a ser más valiosas que todos los tesoros del mundo. No hay mucho en el futuro ni en el pasado que sea tan valioso como lo que probablemente tengamos en nuestro interior. Encontrar este tesoro creativo es la mayor de las felicidades que jamás se puedan hallar. He ahí el nacimiento de las cosas y las cosas de las cosas en el alma humana, la definición de una lágrima, una guitarra o una sonrisa. Una dialéctica reificadora de lo profundamente personal, con la intención demostrativa de cualquier iniciativa para los optimistas, o con el pesadillesco desvelo de destrozar lo que se lleva dentro para los pesimistas.
Uno de los errores de la mala fama de "querer interpretar el mundo", es pensar que así no se puede cambiar nada, estando inmersos en un mundo moldeable por las palabras; el mundo es moldeable por la pintura, con la música, con la observación misma. No sabemos qué repercusiones traerá la observación de la observación, un poco más de episteme, un poco más de doxa y de techne. Desde este punto de vista, atendiendo a que no podemos capturar el noumeno, que las verdades para la mente humana son relativas, y que no hay hechos, sólo interpretaciones, no queda más que formar nuestra vida a través de lo que podemos llamar revelación. La vida se nos revela, formando a ese individuo que poco a poco vamos creando de lo que se nos va quitando, se nos revela porque pareciera ir en nuestra contra, formando también el ambiente creativo y todas las formas de felicidad y tristeza que, según el budismo, no son más que un engaño, el mito mismo, el azar y el destino. Lo que sea, hechos o acciones, vuelven a su centro, a la naturaleza, se mezclan con ella, ella las absorbe porque lo es todo. No hay que temer de la inactividad si esta conlleva una apertura para la construcción de uno mismo, reveladora, auténtica, profunda. No es necesario presionar la mente en este sentido, el conocimiento se hace en la soledad, con la soledad, es este estado el que provoca un quiebre entre el humano y su propuesta, otra revelación llega, muy probablemente dolorosa, que enfrenta lo conocido con un infierno insondable, es este infierno la muerte segunda, quiebra el alma para que brote, dado que el conocimiento no es descubrir simplemente, es aceptar, es hacer y no hacer al mismo tiempo.
De pequeño aprendí cosas que a nadie más le importaban, las cosas del alma las descubrí no haciendo, las cosas de Phisis las descubrí experimentando. Evidentemente no desde la noción científica, que con su rigor llegó un poco más tarde atiborrando como en los Gulags cualquier falsa esperanza. Con profesionales sabiendo lo que hacen, demostrando, interactuando con el noble salvaje que alguna vez fuimos. En este texto no, la fantasía de la soledad alimentó las fantasías individuales, sus ficciones, en ocasiones mezcladas para enseñarnos, profesionales y salvajes incluidos, que no existen los conocimientos puros, que mutan, por esto no se puede acceder a él sin arriesgarse a quebrarse el alma o el cuerpo (Marie Curie). El instinto de juego, el instinto creativo, el instinto sereno es en definitiva hacer, según Carl Jung, interactuar con los objetos que se ama y aprender de ellos, dado que así como se ha filosofado que la conciencia es solamente una, también se puede especular (especulo), que en los primeros años de vida, muy probablemente, todo era un gran e inmenso objeto. Amamos objetos, en la infancia se normaliza, supongo que está en nuestra naturaleza amar sin ser amados... dejamos de creer en ello a medida que crecemos. Perder el control sobre la soledad de las cosas es perder la niñez. Para aprender, se debe fluir con el miedo a estar equivocados, ni ganar ni perder, ser parte.
No llores, no te eches en los brazos de la indignación. Comprende (Baruch Spinoza). Dejar que la revelación se manifieste, es conocer que existen tantas revelaciones como seres humanos, tantas soluciones como individuos, tantas intuiciones como huellas, no olvidando que la universalidad de la verdad es tan vasta como única, sólo la revelación cambia, como la óptica moviéndose en un espectro desconocido acomodándose a un ojo desconocido. Olvídate de ti mismo (Miller). Se dice que el descubrimiento es un accidente que se encuentra con una mente preparada. Prepara esa mente para los accidentes, la realidad se te revelará, se irá en tu contra, al menos eso parecerá. Se dice, que la mente más preparada para el aprendizaje es la de un niño, recrea esa mente en la interpretación sobre la revelación de la vida, la interpretación es la revelación misma, pero sólo en un instante. El humano tiene la capacidad de destruir cualquier vínculo en un instante. Esta potencia destructora no solamente es física, también es mental. Ni veo la destrucción como del todo negativa, ni la construcción como del todo positiva, ni la física ni la mental; quizás porque al final pareciera encontrarse la nada, la esencia del ser, partera y segadora de mundos, ficciones y universos. Anuncia un proverbio Zen, deja de pensar y de hablar de ello, y no habrá nada que no seas capaz de saber. Porque vivimos un segundo, no hay hechos, sólo interpretaciones. Por ello la verdad no tiene que ver con nuestra vida, sino con algo inevitablemente más grande que nosotros. Es ella excelsa por antonomasia, puede que no haya nada más serio e importante para el hombre que recrearse en ella, en la ética, que no es la estructura de las reglas para el juego, sino de la del juego para las reglas, por tanto la ética no puede ser estructuralista, sino postestructuralista. La ética sirve a la verdad, a los hechos, no a nosotros, ni a las interpretaciones.
Desde la época del mito que se ha manifestado algo ilustradamente conmovedor: el deseo de libertad, su fuerza, reposa en la consideración psicológica de lo inmensamente libres que podemos llegar a ser aspiracionalimente sin saberlo, quitando y otorgando, interpretando y simbolizando. No es que podamos ser libres desde estas aristas de otorgamiento y sustracción, es que somos libres usándolas. Encontrar la vastedad del camino a la libertad debe ser conmovedor, la angustia de existir y la esperanza se muestran descarnadamente para operar la edición incompleta de una vida inmediata, enfrentada al olvido, desvinculada de una civilización que busca estancarle; apabullante, espeluznante, triste, debe ser este enfrentamiento, patético, locuaz, espectacular, con tintes de derrota, pero con una belleza estética sin igual, tan solitaria como desoladora, pero tan, tan necesaria.
Liberada de connotaciones teológicas, la sentencia «sé razonable« equivale a decir: observa las reglas, sin las cuales no pueden vivir ni el individuo ni el todo, no pienses sólo en cosas del momento. La razón se realiza a sí misma cuando niega su propia condición absoluta -razón con un sentido enfático- y se considera como mero instrumento. […] La teoría debe hoy reflejar y expresar el proceso, la tendencia socialmente condicionada el neopositivismo, hacia la instrumentalización del pensamiento, como asimismo los vanos intentos de salvación (Max Horkheimer). ¿Es una genialidad no poder encontrar una salida? El mundo absorve con sus afanes todos los intentos de autonomía, los transfigura en útiles para tergiversarlos, los confunde vendiéndolos como un sentimiento listo para ser satisfecho. El humano busca ese árbol que le diga lo que significa la vida, el conocimiento, pero entre más encuentra ese árbol más se miente a si mismo, por ello la incultura, la vulgaridad, en posicionamiento con la figura del idiota de Dostoyevski, ilustran la indigencia de un espíritu limosnero; la condición de la cual no se representa la libertad, empero está a un paso de ganarla si dejara, sustrajera o negara. Hay otro idiota que es menos evidente en la literatura rusa, ya que está en todas sus sombras, el que no acepta.
El amor y el vacío se presentan como algo intrigante... en ellos se pueden formar todas las contradicciones. Quizas por esto a lo largo de los siglos, sigan siendo indefinibles. No es que no tengan una definición más o menos aceptada, es que jamás se ha descubierto cuántas son. La libertad y el proceso creativo, traen un dolor por antonomasia, pero también lo demuestran como forma técnica y tecnológica; quien encuentra con pequeños atisbos la figura de la desolación hace arte. El mundo se ordena y obedece desde un mandato que podríamos llamar divino, pero donde cada individuo es un organelo formado para ser confundido en el relato mismo de su seguridad, de la autocomplacencia, la sugestión y el aprovechamiento chamánico de su posición superestructural.
La división obligada de las cosas, material-inmaterial, fisico-metafisico, espiritual-mercantil, proponen una disposición que crea una deuda, dado que no hay una separación que no cree una diferencia. En la esencia, las cosas deben, para el pensamiento humano, permanecer desde otra forma, sobrevivir, alejadas de aquellos que la necesitan pero que no llegan, por la escasa comprensión de esa intimidad sobreviviente. Necesidad humana que escribe un vacío metafísico que es imposible de llenar simplemente con la razón, dado que niega la realidad, y con la sola negación, se hace real. El vacío es real, la devastación, es incomprensible desde la episteme, desde ahí nace la poca fe y la esperanza. Escribir, filosofar, pueden fabricar las dos formas, alejarnos de una cosa "buena", para acercarnos a una cosa "mala", en el hecho mejorarnos, llenos de cicatrices, pero curadas, crudas, como cosidos de nuevo para hacer nuestra alma nuevamente funcional, indigente, inteligente, creativa, por tanto sensible, pesada, quejumbrosa, comestible, cocida; que canta como las sirenas en el océano de la soledad. Porque la debilidad de los marinos no es el canto de pseudohembras, sino su soledad. Libres, porque hay quienes cantan por cantar, con o sin responsabilidad, caracterizandose por una conexión profunda con aquello que carecen.

Entre creyentes y cientistas (Bobbio lector de Marx)

Ilustración abstracta que muestra un círculo dividido en tres partes entrelazadas en tonos de azul, verde y blanco, simbolizando la democracia, los derechos humanos y la paz según Norberto Bobbio. Incluye líneas entrelazadas que representan la sociedad civil y política, un mapa estilizado de Italia con elementos del Risorgimento, un libro abierto aludiendo a Labriola y Croce, una balanza por la justicia social y engranajes rotos que evocan la crítica a la mercantilización de Marx, todo en un estilo minimalista y elegante.


 Existe una corriente de pensamiento liberal bastante respetable y seria, sustentada sobre sólidos fundamentos filosóficos, cabalmente democráticos y propiciadores de la justicia social en libertad. Es el liberalismo que posee una visión de la realidad sobria, ponderada, objetiva, que dista mucho de la rigidez e irracionalidad con la que se suele representar al liberalismo, es decir, como una doctrina a secas, una teología economicista que justifica la voracidad competitiva del más fuerte, una suerte de fe positiva del reino animal del Espíritu. Un dogma que, plagado de presuposiciones, al voltear de reojo suele percibir a la filosofía de Marx como al enemigo irreconciliable a vencer. Ese tipo de liberalismo doctrinario, miope y filisteo, es acogido con entusiasmo por los tránsfuga de toda seña con el fin de aferrarse a “algo”, o a “alguien”, que logre colmar sus vacíos, esa condición inesencial que los agobia, tras el abandono de sus antiguas doctrinas. Tal es el caso de algunos “humanistas” en extremo conservadores del hoy y militantes del sindicalismo izquierdista de ayer, o el de ciertos “científicos” sociales que sólo ven en la macroeconomía –como ayer en la “teoría del valor” de Marx– un acto de fe, un dogma, una Ley divina. Es el precio de asumir la lógica del entendimiento abstracto. Pero ese no es el caso de Norberto Bobbio. Heredero de los grandes exponentes teóricos del llamado Risorgimento y seguidor, a un tiempo, de Antonio Labriola y Benedetto Croce, supo enfrentarse al fascismo y contribuir en la construcción de la Italia de la post-guerra. Llamado por muchos el “filósofo de la democracia moderna” y por otros el fundador del “socialismo liberal”, su concepción política tiende a la defensa de tres conceptos inseparables entre sí, que ha expuesto detenidamente a lo largo de su prolija producción intelectual: la democracia, los derechos del hombre y la paz. Así, por ejemplo, en L’età dei diritti señala: “Derechos del hombre, democracia y paz son tres momentos necesarios del mismo movimiento histórico: sin derechos del hombre reconocidos y protegidos no hay democracia; sin democracia no se dan las condiciones mínimas para la solución pacífica de los conflictos. En otras palabras, la democracia es la sociedad de los ciudadanos, y los súbditos se convierten en ciudadanos cuando les son reconocidos algunos derechos fundamentales; habrá paz estable, una paz que no tenga la guerra como alternativa, solamente cuando seamos ciudadanos no de este o de aquel Estado, sino del mundo”.

 En Bobbio, la concepción liberal no divide la sociedad civil de la sociedad política, ni las considera como elementos recíprocamente irreconciliables. Más bien, comparte con Gramsci, a quien reivindica, la idea de que el Estado moderno –a diferencia de la forma tradicional del Estado autocrático oriental– se compone de estos dos elementos que conforman un bloque, de cuyo mutuo reconocimiento surge la hegemonía del Estado, interpretada no como el dominio del poder político sobre los individuos sino como el consenso y la legitimación de un determinado orden político y social, precisamente sustentado sobre la democracia, el derecho y la paz.

 Uno de sus ensayos más importantes lleva por título Ni con Marx ni contra Marx (FCE, México, 1999). Se trata de un conjunto de monografías que recogen sus reflexiones sobre Marx, desde 1946 hasta 1992, y en las cuales predomina el diálogo y la concertación con el autor de El Capital, nunca “el rechazo emotivo, irritado, pasional y acrítico”, característico de quienes nunca pudieron comprender la profunda riqueza conceptual que está presente en su pensamiento, motivo por el cual “saltan”, sin la menor vergüenza, “de una difusa y acrítica marxolatría a una igualmente difusa y acrítica marxofobia”: “Es necesario –observa Bobbio– cuidarse de las declaraciones de muerte apresuradas.. ¡Cuántas veces Marx ha sido dado por muerto! Al inicio del siglo, cuando el preanunciado derrumbe del capitalismo no sucedió; después de la primera Guerra Mundial, cuando la primera revolución inspirada por el pensamiento de Marx había tenido lugar ahí donde según este mismo pensamiento no debería haber sucedido; una vez acontecida la revolución, cuando el Estado, en vez de prepararse para su propia extinción, se había reforzado hasta transformarse en la figura sin precedentes del Estado totalitario. En los momentos decisivos de la historia contemporánea había sucedido, pues, exactamente lo opuesto de aquello que Marx había previsto. Era natural que los fieles creyentes comenzaran a preguntarse si Marx no sería por casualidad un falso profeta, y los cientistas se harían inquietos la pregunta: ¿Fue verdadera ciencia?”. Lo que muchos “fieles creyentes” y “cientistas” premurosos terminaron por aceptar –la supuesta muerte del marxismo–, nunca fue admitido por el liberal Bobbio. Más bien, en su condición de filósofo crítico de la sociedad contemporánea, Bobbio consideraba que, por lo menos, “dos tesis fundamentales” de Marx “se deberían tener siempre presentes: a) el primado del poder económico sobre el político; b) la previsión de que a través del mercado todo puede volverse mercancía, de ahí el rumbo inevitable de la sociedad a la mercantilización universal”.

Con relación a estas dos tesis, que confirman, según Bobbio, la vigencia del marxismo, conviene observar que ellas sintetizan la concepción realista de la historia de Marx. En efecto, sus investigaciones sobre la sociedad invierten dialécticamente el esquema tradicional de la filosofía política moderna, dentro del cual la sociedad política aparece como el demiurgo de la vida social. Presupuesto que tiene sus orígenes, por cierto, en una visión extrañada –invertida– del horizonte de la historia de los hombres. No es la conciencia –señala Marx– la que determina el ser, sino el ser social lo que determina la conciencia social. “Ser social” no es materia sin más: es materia formada, es decir, es “el mundo de los hombres”, y los hombres son lo que producen y el modo como lo producen. No se trata de una visión economicista de la realidad, ni de un materialismo crudo, sino de la producción social en su sentido más amplio, desde el trabajo en el taller hasta la creación de las formas más sofisticadamente estéticas que los hombres son capaces de producir. Y es esa actividad continua lo que produce el cuerpo jurídico y político de la sociedad, no al revés. Las fuerzas productivas determinan, en consecuencia, las relaciones sociales que los hombres son capaces de generar: el “ser social” –no el ser a secas– determina la conciencia jurídica y política, el cuerpo legal y constitucional del Estado. La segunda tesis mencionada por Bobbio hace referencia al fenómeno de la alienación que padece la sociedad moderna capitalista. No sólo se trata de la desmedida y anárquica concentración de las fuerzas productivas para el intercambio mercantil, que amenaza con destruir la vida entera del planeta. Se trata, de la conversión del propio hombre en mercancía, de la compra y venta de la fuerza de trabajo en función de la ilimitada obtención de plusvalor en función de la acumulación, igualmente desmedida y anárquica, de capital. Y este llamado de atención es, sin duda, una denuncia –la crítica de la economía política– que contiene nada menos que los fundamentos de una ética que invita a recuperar el más digno y elevado principio de la filosofía clásica de Occidente: la felicidad de los hombres libres como fin en sí mismo, sobre la base de la democracia, el derecho y la paz. Marx se consideraba a sí mimo como un Ciudadano del mundo. Bobbio hace de dicha consideración una exigencia del presente. En la historia de la filosofía contemporánea, y para sorpresa de “fieles creyentes” y “cientistas”, existe una concepción liberal que ocupa un sitial de honor: la del professore Norbert

o Bobbio.

Cervantes y la Filosofía Moderna: Reflexiones del Prólogo de Don Quijote sobre Creación y Libertad del Lector

Descubre el prólogo del Quijote de Cervantes, una joya literaria donde el autor reflexiona con humor y humildad sobre su obra maestra. En este análisis, exploramos cómo Miguel de Cervantes presenta la historia de Don Quijote de la Mancha, un caballero único nacido de un ingenio "estéril", y su lucha por superar las expectativas del lector renacentista. Sumérgete en el contexto del Siglo de Oro, la genialidad de Cervantes y la relevancia del Quijote en la literatura universal. ¡Conoce el prólogo que dio vida a una de las novelas más icónicas de todos los tiempos!

Contenido complementario: Conóce haciendo clic reflexiones sobre el prólogo del quijote actuales.


Escritor renacentista escribiendo el prólogo del Quijote en un escritorio con un teclado moderno, ilustración de Microflosofía


 Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.

Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.

Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura! No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes; bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.

Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa, me dijo:

Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo, en un abrir y cerrar de ojos, confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.

Decid —le repliqué yo, oyendo lo que me decía—: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?

A lo cual él dijo:

Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.

»En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscalle; como será poner, tratando de libertad y cautiverio:

Non bene pro toto libertas venditur auro.

Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la muerte, acudir luego con:

Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas,
Regumque turres.

Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios: Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico:

Donec eris felix, multos numerabis amicos,
tempora si fuerint nubila, solus eris.

Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy.

»En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según se cuenta en el Libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro.

»Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada; y quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y, cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo; que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y, pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo; pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero, pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas.

Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. Vale.



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