EL VIAJE DE
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Hace unos
cuantos años llegó a mis manos un cuento, del cual no recuerdo bien el título
(viaje a Júpiter o algo así) ni el autor.
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Hace unos
cuantos años llegó a mis manos un cuento, del cual no recuerdo bien el título
(viaje a Júpiter o algo así) ni el autor.
El cuento
trata de un viaje que dura ochocientos años. Se selecciona un grupo de
personas, de ambos sexos, para que fueran sucediéndose generaciones hasta
llegar a destino.
En un poco más
de la mitad del viaje, debido al avance de la ciencia, comienzan a sobrepasar,
a la nave, otras más modernas, que llevan el mismo destino.
Siempre
recuerdo este cuento porque me hace pensar en nosotros, los seres humanos:
Embarcados en una nave, que llamamos tierra, que gira
alrededor del sol, que tuvo un comienzo y tendrá un final del viaje. Se suceden
generaciones.
Así como algunos de los nuestros han salido, o han mandado
sondas, en búsqueda de otros planetas. En base a la teoría que la vida fue
viajando de uno a otro, pero que el lado oscuro es la factibilidad de
explotarlos materialmente; quizá también nos encontremos con otros seres vivientes,
inteligentes, que lleguen a la tierra. Algunos sostienen que ya han llegado. O
quizá poblemos toda la galaxia, como sostiene Isaac Asimov, en su prolífica
literatura de ciencia ficción, que tiene mucho de ciencia y un poco de ficción.
Pero lo que
más me hace pensar este cuento es:
-
Ninguno de nosotros elegimos estar acá.
-
No elegimos estar en este tiempo.
-
No elegimos ser parte de una familia, ni de una
sociedad o cultura en particular.
-
No elegimos ser concientes de esta situación.
-
Seguimos trayendo seres humanos al mundo sin
tener en claro el porqué ni el para qué.
-
Es como si fuéramos parte de la tripulación (de
las generaciones intermedias) de esa nave.
Es evidente que somos seres concientes, algunos nos damos
cuenta de esta situación. Que somos capaces de elegir, de modificar, de
transformar la realidad.
Que, además, somos responsables del curso de la nave tierra
(historia) al tomar decisiones que la transforman, (Ej, hoy vemos “desastres
naturales”, aludes, inundaciones, desertificaciones, etc, producidas por la
tala, el desmalezamiento, en fin por la acción humana).
Ante esta
conciencia de sí mismos, de la capacidad de elegir, de la responsabilidad. Se
nos plantea una serie de interrogantes:
-
¿Qué hacer ante esta situación?
-
¿Qué sentido tiene la vida humana?
-
¿El ser humano es resultado del azar o es parte
de un plan preestablecido, en que se le deja libertad de acción en algunos
aspectos?
-
Si miramos alrededor nuestro somos los únicos
seres, concientes de sí mismos, que podemos manifestarlo y comprender esa
conciencia. ¿De dónde nos viene esa capacidad? ¿La podemos comprender sólo con
la complejidad cerebral?
-
La observación de la naturaleza no conciente ni
intervenida por la acción humana, nos arroja el resultado que cada miembro es
parte de un sistema en que la única función que perdura es ser parte de la
cadena alimenticia, para mantener el equilibrio sistemático. Nosotros, los
seres humanos, como parte de la naturaleza, no escapamos a esta función.
Entonces ¿para qué nos sirve el ser concientes y la capacidad de elegir?
-
Y la más sabida de todas las preguntas ¿de dónde
venimos? ¿a dónde vamos?
Todas estas preguntas tienen infinidad de maneras de
responderlas, una respuesta por cada ser humano, pero podríamos sintetizarlas
en las siguientes posturas:
El ser humano, en su deambular por el mundo, la postura más
común es no tomar conciencia de sí y buscar una felicidad en apariencia, sólo
vivir y seguir la secuencia que la propia naturaleza le impone. Como sostiene
S. Kierkegaard "Un hombre puede realizar perfectamente en ella una vida
temporal, y en el fondo, tanto mejor, una vida humana en apariencia,
conquistando el elogio de los demás, el honor, la estima y la prosecución de
todos los fines terrestres. Pues el siglo, como se dice, no se compone precisamente
más que de gentes de su especie, dedicadas en suma al mundo, sabiendo utilizar
sus talentos, acumulando dinero, triunfadores, como se dice, y artistas en
prever, etc., cuyos nombres pasarán quizás a la historia. ¿Pero han sido
verdaderamente ellas mismas? No, pues en lo espiritual han carecido de yo, no
han tenido un yo por quien arriesgarlo todo; han carecido absolutamente de yo
ante Dios... por egoístas que hayan sido."[1]
"muy a menudo en ellos los sentidos predominan mucho
más ampliamente que la intelectualidad. Casi siempre, cuando alguien parece
feliz y se vanagloria de serlo, en tanto que a la luz de lo verdadero es un
desventurado, se halla a cien leguas de desear que se lo saque de su error. Por
el contrario, se enoja y considera como a su peor enemigo a quien se esfuerce
en tal cosa, y como un atentado y casi como un crimen a esa manera de
comportarse y, como se dice, de matar su felicidad. ¿Por qué? Pues porque es
víctima de la sensualidad y de un alma plenamente corporal; porque la vida no
conoce más que las categorías de los sentidos: lo agradable y desagradable, y
envía de paseo al espíritu, la verdad, etc. Porque es demasiado sensual para
tener la valentía, la paciencia de ser espíritu. A pesar de su vanidad y
fatuidad, los hombres no poseen de ordinario más que una idea bastante pobre, o
incluso ninguna, de ser espíritus, de ser ese absoluto que el hombre puede ser;
pero vanidosos e infatuados, ciertamente lo son."[2]
Estos seres humanos pasan por la vida, como dice la frase,
sin pena ni gloria, sin una búsqueda de trascendencia, sin intervenir en el
sino de la humanidad, sin transformarla, o si lo hacen es solo para beneficio
personal, egoístamente personal. Aún cuando pueden sostener, con argumentos
científicos, filosóficos, hasta religiosos, su postura, en definitiva, es falta
de querer ser concientes de la problemática en que está inserta la humanidad y
se dejan llevar por su egocentrismo.
En el otro
extremo, encontramos, la postura de anteponerse a los dictámenes de la
naturaleza y anularla, creyéndose seres puramente espirituales, por lo que, en
la búsqueda de la felicidad, hacen desaparecer su “yo” y se vuelcan a un mundo
imaginario, "Lo imaginario en general transporta al hombre en el infinito,
pero sólo alejándolo de sí mismo y, de este modo, desviándolo del retorno a sí
mismo."[3]
Y cuando en su actividad, querer, conocer o sentir, ha pasado de ese modo a lo
imaginario, al fin todo el yo también corre el mismo riesgo, se arroje por sí
mismo a lo imaginario o más bien se deje arrastrar a ello; en ambos casos sigue
siendo responsable. Se lleva entonces una vida imaginaria infinitándose en ella
o aislándose en lo abstracto, siempre privado de su yo, del cual sólo se
consigue alejarse cada vez más.[4]
Como es
natural, ambos extremos se tocan, se mezclan y producen los mismos efectos no
intervienen en el quehacer de la humanidad, no transforman la sociedad, o si lo
hacen es solo para beneficio personal, egoístamente personal, para beneficio
propio, sea éste material o espiritual. Sostienen, con argumentos filosóficos y
hasta religiosos, su postura, y tratan de imponerla a los demás seres humanos,
en definitiva, es falta de querer ser concientes de la problemática en que está
inserta cada ser humano y la humanidad.
Por otra
parte, hay quienes toman conciencia de esta situación, toman conciencia de sí
mismos, pues, "de este modo la conciencia, la conciencia íntima, es el
factor decisivo. Decisivo siempre y cuando se trate del yo. Ella da la medida.
Cuanto más conciencia hay, mayor es el yo; pues más crece ella, más crece la
voluntad; y cuánto más voluntad existe, más yo hay. En un hombre sin querer no
existe el yo; pero cuanto más hay en él, también tiene más conciencia de sí
mismo."[5]
"El yo está formado de
finito e infinito”[6].
En el ser humano se da una tensión entre lo temporal y eterno. Por un lado está
atado a la naturaleza, la cual a pesar de poder comprenderla, no se puede
desligar. Los instintos están sublimados y dejan de serlo (instintos) para
convertirse en tendencias naturales, un ejemplo de esto es no poder dar una
respuesta, que no sea biológica (o una orden divina) a la razón de tener hijos.
Por otra parte, hay una tendencia a la eternidad, ansia de inmortalidad; somos
concientes de nuestra finitud pero, al mismo tiempo, no tenemos presente a la
muerte y cuando se nos presenta, la tratamos como un paso, necesario en la
consecución de la perennidad.
En la dialéctica entre lo
temporal y eterno, "el yo está formado de finito e infinito. Pero su
síntesis es una relación que, aunque derivada, se refiere a sí misma, lo que es
la libertad. El yo es libertad”[7].
Libertad es fundamentalmente
libertad de elegir. Elegir entre distintas posibilidades y necesidades. “Pero
la libertad es la dialéctica de dos categorías, de lo posible y de lo
necesario.”[8]
Por ejemplo en el caso de la elección sobre tener o no hijos, una pareja puede
elegir no tenerlos, pues ello entra dentro de las posibilidades, en cambio si
tomamos a la humanidad en su conjunto, necesita procrearse, es una acción
necesaria, la cual si no se realiza la se acabaría caería en suicidio.
Conciencia del “yo” es
reconocimiento de las necesidades de las cuales no podemos dejarlas de lado,
como comer, dormir, haber nacido en un determinado tiempo, y todas las
circunstancias que nos tocan vivir y dentro de ellas reconocer las posibilidades
de que disponemos para transformar nuestra propia vida y la del resto de los
mortales en un progreso hacia condiciones de vida más humanas o sea donde la
razón, aceptación de las diferencias, el diálogo, el ceder y conceder, el mirar
hacia el otro, la empatía, en fin el bien común, la felicidad.
"Todo hombre que no se conozca como espíritu, o cuyo
yo interno no ha adquirido conciencia de sí mismo (…), toda existencia humana
que (…) se base nebulosamente en cualquier abstracción universal (Estado,
Nación, etc.), o que ciega para sí misma, no vea en sus facultades más que
energías de fuente mal explicable, y acepte su yo como un enigma rebelde a toda
introspección, toda existencia de este género, por asombroso que sea lo que
realice, lo que explique, incluso el universo, por intensamente que goce de la
vida en esteta, incluso semejante existencia es desesperación.[9]
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