El efecto de levantarse por la mañana

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Por la mañana, al despertar, un hombre no pudo identificar su yo del mundo exterior. La persona que despierta es el resultante de sus propios sueños, de su propio cuerpo, de su estadio emocional, de su contingencia.


Traspasa inevitables posturas y contradicciones para ser aquel hombre que abre los ojos. El individuo que despierta, piensa que su ser llega más lejos de lo que en realidad puede, porque su alma, que es trascendente, detona como cuerpo, dentro de una cultura, de una familia, rodeado de pulsiones, como si se tratase de una gigantesca explosión impotente. No existe una convicción más cartesiana que el yo por la mañana, cuando la realidad llega a chocar desde algunos frentes con la condena desdichada de ser uno mismo, saliendo, volviendo a nacer, reescribiéndose, recordando, olvidando. Quizás esta sea la prueba más certera de que el Yo es una ilusión, el cual puede crecer hasta donde el individuo se permita, donde pueda, disminuirse, expandirse, pero siempre como individuo, diminuto, subatómico. Hay un estrato en esta infinitud donde se tiene un límite, donde no podemos llegar, desde donde no se puede partir, eso, suponemos, es lo real. Aunque no podamos demarcarle. Es una conexión con lo salvaje, algo que puede que sea nuestro yo; no se puede afirmar lo contrario; pero que no funciona bajo ningún control conocido, ya que, aunque se quiera, no se le puede observar.


Pero no es solamente el control lo que se difumina, sino también el producto sensorial de la lejanía. Se ha pensado que involucrar estos parámetros en cualquier debate sería absurdo, pero, ¿Por qué no hacerlo? ¿Desde donde debemos asirnos para enfrentar la verdadera realidad del yo? ¿Hasta dónde debiera llegar nuestro lenguaje? Expandir la simbolización es, necesariamente, expandir un control y una sensación. No hemos podido salir del estructuralismo, así como necesitamos el posestructuralismo para captar estos espacios. Lo total es la materia de la filosofía.


El choque del yo que se despierta es un choque que tuvo que haber tenido un comienzo. Freud lo define al hablar del placer del Bebé al tocarse, esto es, cuando quiera, placer inmediato, ante la impotencia de no tener el pecho materno a su antojo. ¿En qué punto notó el individuo que había algo como parte de su propio ser, y algo totalmente ajeno a todas sus sospechas? La agresión. ¿Cuándo comenzó a notar que podía manipular esta realidad con instrumentos viles y con verdadera disciplina? Estas respuestas unen a la lactancia con la adolescencia como al nacimiento con la muerte, sólo por ser específicos.


La persona que creemos conocer está mutilada, no recuerda todos sus anhelos, es más, ni siquiera los puede nombrar, aunque está carencia de palabras sean los miembros que le queden. Ésto atenta directamente con más de algún supuesto. Como por ejemplo, que seremos mejores día a día como especie. Quizás la ética, la religión, y hasta la moral importen más de lo que imaginemos, aunque no por los motivos que pensemos, sino por los motivos que creamos. Ética por motivos egoístas, religión por motivos egoístas, moral por motivos egoístas. Estamos organizados de tal modo que podemos gozar con intensidad sólo el contraste y no el estado.


Según los preceptos del Nirodha (budismo), el ideal del sujeto seria hacer que sus pulsiones no dependan de la aprobación de algún otro. La libertad se alcanza no satisfaciendo los deseos, sino eliminándolos (Epicteto). Se ha hablado de Sublimación, de Estoicismo, de Decadencia, pero estas no parecieron nunca ser soluciones universales, sino relatos basados. No podemos asegurar que los individuos no nazcan con constituciones pulsionales particularmente desfavorables, ni que hayan pasado de manera regular por las transformaciones y reordenamientos de sus componentes libidinales. No podemos obligar a los tipos a un proceso disciplinario (aunque se haga), por muy ético que parezca, coartando la libertad de los individuos en desmedro de un potencial que ignoramos, no podemos hacer el camino de la Stoa porque no hay puerta; es ella la que se vive desde cualquier punto como principio máximo de la incertidumbre.


Todo el sufrimiento del humano moderno viene desde tres aspectos principales: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres y la familia, el estado y la sociedad. La cultura es entonces, una forma de sufrimiento (Rousseau), asegura las culpas desde la niñez, protegiéndonos de lo que nos “daña”, siendo lo “dañino” ella misma. La libertad individual no es patrimonio de ninguna cultura, fue antes de toda ella. Es por esto que una unión entre dos seres puede ser más fuerte que el individuo, un vínculo es el mayor de los engaños, pero es lo único que nos hace hombres y mujeres. La sociedad culta se encuentra frente a una permanente amenaza de disolución, es este temor lo que la condena a medir constantemente sus fuerzas, pensando bien de ella, tal y como el viejo Mefistófeles nunca quiso pensar. Pensando mal, es control por interés propio, que nació de la intimidad de la familia primitiva, desde el amor y la violencia, desde la agresión y las pulsiones libidinales. La máquina tiene este conocimiento, lo que le da su poder, sabe que entrar en nuestra intimidad es vital, sabe del sadismo de la sociedad, y de los adultos hacia ella, y del masoquismo y de los adultos ante ella. Para volver a amar al Estado hay que agredirlo. No hay problema con ello, la culpa existió antes que la moral. La culpa estará de todos modos. 


Ese individuo que se levanta por las mañanas es un agresor, porque todo alrededor solamente es parte de su yo; pero mientras apaga la alarma, y lucha por levantarse, es llevado por el sistema público a aquello que siempre se le negará.

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